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Full text of "Obras completas"

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HISTORIA 


DE    LA 


POESÍA  CASTELLANA 

EN    LA     EDAD    MEDIA 


POR    EL    DOCTOK 


DON  MARCELINO  MENÉNDEZ  Y  PELAYO 


EDICIÓN  ORDENADA  Y  ANOTADA 


DON  ADOLFO  BONILLA  Y  SAN  MARTIN 


TOMO     111 


MA  ÜRID 

LIBRERÍA   GENERAL   DE   VICTORIANO   SUÁREZ 
Calle   de   Preciados,   4S 

1  g  1 6 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2009  with  funding  from 

University  of  Toronto 


http://www.archive.org/details/obrascompletas06men 


OBRAS   COMPLETAS 


DON  MARCELINO  MENENDEZ  Y  PELAYO 


HISTORIA 


DE    LA 


POESÍA  CASTELLANA 

EN  LA  EDAD  MEDIA 


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HISTORIA 


DE    LA 


POESÍA  CASTELLANA 

EN    LA    EDAD    MEDIA 


POR    EL    DOCTOR 


DON  MARCELINO  MENÉNDEZ  Y  PELAYO 


EDICIÓN  ORDENADA  Y  ANOTADA 


DON  ADOLFO  BONILLA  Y  SAN  MARTIN 


TOMO     III 


MADRID 

LIBRERÍA   GENERAL   DE  VICTORIANO   SUÁREZ 
Calle   de   Preciados,   48 

1916 


..cO^ 


ES   PROPIEDAD 


Madrid.— Establecimiento  tipográfico  de  Fortanet,  Libertad,  29. — Teléfono  991. 


CAPITULO  XXI 

[  españa  en  tiempo  de  los  reyes  católicos. reformas  políticas  y 

sociales.  —  la  expansión  española. desarrollo  de  la  cultura;  la 

arquitectura;  la  escultura;  la  pintura;  la  música.  —  influencia 
triunfante  de  los  humanistas;  los  geraldinos;  pedro  mártir;  lu- 
cio marineo;  alonso  de  palencia;  neerija;  la  universidad  de  alcalá 

y    cisneros  . introducción    y    desarrollo    de    la    imprenta . la 

historia. la  elocuencia  política. la  novela.] 


Hoy,  con  la  misma  verdad  que  en  tiempo  del  buen  Cura  de  los 
Palacios,  repite  la  voz  unánime  de  la  historia,  y  afirma  el  sentir 
común  de  nuestro  pueblo,  que  en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos 
«fué  en  España  la  mayor  empinación,  triunfo  é  honra  é  prosperidad 
»que  nunca  España  tuvo».  Porque  si  es  cierto  que  los  términos  de 
nuestra  dominación  fueron  inmensamente  mayores  en  tiempo  del 
Emperador  y  de  su  hijo,  y  mayor  también  el  peso  de  nuestra  espada 
y  de  nuestra  política  en  la  balanza  de  los  destinos  del  mundo,  toda 
aquella  grandeza,  que  por  su  misma  desproporción  con  nuestros 
recursos  materiales  tenía  que  ser  efímera,  venía  preparada,  en  lo 
que  tuvo  de  sólida  y  positiva,  por  la  obra  más  modesta  y  más  pecu- 
liarmente  española  de  aquellos  gloriosos  monarcas,  á  quienes  nues- 
tra nacionalidad  debe  su  constitución  definitiva,  y  el  molde  y  forma 
en  que  se  desarrolló  su  actividad  en  todos  los  órdenes  de  la  vida 
durante  el  siglo  más  memorable  de  su  historia.  Lo  que  de  la  Edad 
Media  destruyeron  ellos,  destruido  quedó  para  siempre:  las  institu- 
ciones que  ellos  plantearon  ó  reformaron,  han  permanecido  en  pie 
hasta  los  albores  de  nuestro  siglo;  muchas  de  ellas  no  han  sucum- 
bido por  consunción,  sino  de  muerte  violenta;  y  aun   nos  acontece 


5  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

volver  los  ojos  á  algunas  de  ellas  cuando  queremos  buscar  en  lo 
pasado  algún  género  de  consuelo  para  lo  presente. 

Aquella  manera  de  tutela  más  bien  que  de  dictadura,  que  el 
genio  político  providencialmente  suele  ejercer  en  las  sociedades 
anárquicas  y  desorganizadas,  pocas  veces  se  ha  presentado  en  la  his- 
toria con  tanta  majestad  y  tan  fiero  aparato  de  justicia. 

«Recebistes  de  mano  del  muy  alto  Dios»  (decía  á  los  Reyes  el 
Dr.  Francisco  Ortiz,  en  1492,  en  el  más  elocuente  de  sus  Cinco  Tra-r 
tados)  «el  ceptro  real  en  tiempos  tan  turbados,  cuando  con  peligro- 
»sas  tempestades  toda  España  se  subvertía,  cuando  más  el  ardor  de 
»las  guerras  civiles  era  encendido,  cuando  ya  los  derechos  de  la 
»república  acostados  iban  en  total  perdición.  No  había  ya  lugar  su 
»reparo.  No  había  quien  sin  peligro  de  su  vida  sus  propios  bienes  é 
»sin  miedo  poseyese:  todos  estaban  los  estados  en  aflicción,  é  con 
»justo  temor  en  las  cibdades  recogidos;  los  escondrijos  de  los  cam- 
»pos  con  ladronicios  manaban  sangre.  No  se  acecalaban  las  armas 
»de  los  nuestros  para  la  defensa  de  los  límites  cristianos,  mas  para 
»que  las  entrañas  de  nuestra  patria  nuestro  cruel  fierro  penetrase. 
»E1  enemigo  doméstico  sediento  bebía  la  sangre  de  sus  cibdada- 
»nos:  el  mayor  en  fuerza  é  más  ingenioso  para  engañar,  era  ya  más 
»temido  é  alabado  entre  los  nuestros;  y  asi  estaban  todas  las  cosas 
» fuera  del  traste  de  la  justicia,  confusas  é  sin  alguna  tranquilidad 
»turbadas.  E  allende  daquesto,  la  lei  é  medida  de  las  contratacio- 
nes de  los  reinos,  que  es  la  pecunia...  con  infinitos  engaños  cada 
»día  recebía  nuevas  formas  é  valor  diverso  en  su  materia  segund  la 
»cobdicia  del  más  cobdicioso,  habiendo  todos  igual  facultad  para  la 
» cuñar  é  desfacer  en  total  perdición  de  la  república.  Pues  ¿á  quién 
»eran  seguros  los  caminos  públicos?  A  pocos  por  cierto:  de  los  ara- 
»dos  se  llevaban  sin  defensa  las  yuntas  de  los  bueyes:  las  cibdades  é 
» villas  por  los  mayores  ocupadas,  ¿quién  las  podrá  contar?  Ya  la 
» majestad  venerable  de  las  leyes  había  cubierto  su  faz:  ya  la  fe  del 
» reino  era  caída...» 

Ni  se  tengan  éstos  por  encarecimientos  retóricos,  de  que  poco 
necesitaba  el  orador  que  tan  dignamente  supo  ensalzar  la  conquista 
de  Granada.  Los  documentos  públicos  y  privados,  que  dan  fe  del 
miserable  estado  del  reino  en  tiempo  de  Enrique  IV,  abundan  de 


CAPITULO    XXI  9 

tal  suerte,  que  casi  parece  un  lugar  común  insistir  en  esto.  Hasta 
los  embajadores  extranjeros,  por  ejemplo,  los  del  duque  de  Borgo- 
ña,  en  147 3,  unían  su  voz  al  clamor  general  contra  el  menosprecio 
de  la  justicia  y  la  licencia  de  los  poderosos  para  abatir  á  los  que  no 
lo  eran,  y  la  desolación  de  la  república,  y  los  robos  que  se  hacían 
del  patrimonio  real,  y  la  licencia  que  se  concedía  á  todos  los  malhe- 
chores, «y  esto  con  tanto  atrevimiento  como  si  no  hubiera  juicio 
»entre  los  hombres».  Bien  conocido  es,  y  quizá  puede  juzgarse  apa- 
sionado, aunque  por  su  misma  insolencia  sea  notable  testimonio  del 
escándalo  á  que  las  cosas  habían  llegado,  el  terrible  memorial  de 
agravios  que  los  proceres  alzados  contra  Enrique  IV  formularon  en 
Burgos  en  29  de  Septiembre  de  1 464.  Pero  no  puede  negarse  entera 
fe  á  lo  que  no  con  vagas  declamaciones,  sino  enumerando  casos 
particulares,  nos  dejó  escrito  Hernando  del  Pulgar  en  la  25.a  de  sus 
Letras,  dirigida  en  1473  al  obispo  de  Coria,  documento  doblemente 
importante  por  su  fecha,  anterior  en  un  año  sólo  al  advenimiento 
de  los  Reyes  Católicos.  Allí  se  encuentran  menudamente  recopila- 
dos «las  muertes,  robos,  quemas,  injurias,  asonadas,  desafíos,  fuer- 
»zas,  juntamientos  de  gentes,  roturas  que  cada  día  se  facen  abun- 
y>danter  en  diversas  partes  del  reino».  «Ya  vuestra  merced  sabe 
»(dice  el  cronista)  que  el  duque  de  Medina  con  el  Marqués  de  Cá- 
»diz,  el  conde  de  Cabra  con  Don  Alonso  de  Aguilar,  tienen  cargo 
»de  destruir  toda  aquella  tierra  de  Andalucía,  é  meter  moros 
» cuando  alguna  parte  destas  se  viere  en  aprieto.  Estos  siempre  tie- 
»nen  entre  sí  las  discordias  vivas  é  crudas,  é  crecen  con  muertes  é 
»con  robos,  que  se  facen  unos  á  otros  cada  día.  Agora  tienen  tre- 
»guas  por  tres  meses,  porque  diesen  lugar  al  sembrar;  que  se  aso- 
»laba  toda  la  tierra,  parte  por  la  esterilidad  del  año  pasado,  parte 
»por  la  guerra,  que  no  daba  lugar  á  la  labranza  del  campo...  Del 
»reino  de  Murcia  os  puedo  bien  jurar,  señor,  que  tan  ajeno  lo  repu- 
»tamos  ya  de  nuestra  naturaleza  como  el  reino  de  Navarra;  porque 
»carta,  mensajero,  procurador  ni  cuestor,  ni  viene  de  allí  ni  va  de 
»acá  más  ha  de  cinco  años.  La  provincia  de  León  tiene  cargo  de 
»deslruir  el  clavero  que   se   llama   maestre  de   Alcántara  (i),  con 

(1)     D.  Alonso  de  Monroy. 


I O  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

»  algunos  alcaides  é  parientes  que  quedaron  sucesores  en  la  enemis- 
tad del  maestre  muerto.  El  clavero  sive  maestre,  siempre  duerme 
»con  la  lanza  en  la  mano,  veces  con  cient  lanzas,  veces  con  seis- 
cientas... ¿Qué  diré,  pues,  señor,  del  cuerpo  de  aquella  noble 
»  cibdad  de  Toledo,  alcázar  de  emperadores,  donde  grandes  y  me- 
» ñores  todos  viven  una  vida  bien  triste  por  cierto  y  desaventurada? 
^Levantóse  el  pueblo  con  don  Juan  de  Morales  é  prior  de  Aroche, 
»y  echaron  fuera  al  conde  de  Fuensalida  é  á  sus  fijos,  é  á  Diego  de 
^Ribera  que  tenía  el  alcázar,  é  á  todos  los  del  señor  maestre  (i). 
»Los  de  fuera  echados  han  fecho  guerra  á  la  cibdad,  la  cibdad  tam- 
»bien  á  los  de  fuera:  é  como  aquellos  cibdadanos  son  grandes  inqui- 
sidores de  la  fe,  dad  qué  herejías  fallaron  en  los  bienes  de  los  labra- 
»dores  de  Fuensalida,  que  toda  la  robaron  é  quemaron,  é  robaron 
ȇ  Guadamur  y  otros  lugares  (2).  Los  de  fuera,  con  este  mismo  celo 
»de  la  fe,  quemaron  muchas  casas  de  Burguillos,  é  ficieron  tanta 
»guerra  á  los  de  dentro,  que  llegó  á  valer  en  Toledo  sólo  el  cocer 
»de  un  pan  un  maravedí  por  falta  de  leña...  Medina,  Valladolid, 
»Toro,  Zamora,  Salamanca,  y  eso  por  ahí  está  debajo  de  la  cobdi- 
»cia  del  alcaide  de  Castronuño  (3).  Hase  levantado  contra  él  el  señor 
»duque  de  Alba  para  lo  cercar;  y  no  creo  que  podrá,  por  la  ruin  dis- 
»posición  del  reino,  é  también  porque  aquel  alcaide...  allega  cada  vez 
»que  quiere  quinientas  ó  seiscientas  lanzas.  Andan  agora  en  tratos 
»conél,  porque  dé  seguridad  para  que  no  robe  ni  mate.  En  Campos 
»naturales  son  las  asonadas,  é  no  mengua  nada  su  costumbre  por  la 
»indisposición  del  reino.  Las  guerras  de  Galicia  de  que  nos  solíamos 
»espeluznar,  ya  las  reputamos  ceviles  é  tolerables,  immo  lícitas.  El 
^condestable,  el  conde  de  Treviño,  con  esos  caballeros  de  las  Monta- 
Ȗas,  se  trabajan  asaz  por  asolar  toda  aquella  tierra  hasta  Fuenterra- 
»bía.  Creo  que  salgan  con  ello,  según  la  priesa  le  dan.  No  hay  más 
»Castilla;  si  no,  más  guerras  habría...  Habernos  dejado  ya  de  facer  al- 
»guna  imagen  de  provisión,  porque  ni  se  obedesce  ni  se  cumple,  y 
»contamos  las  roturas  é  casos  que  acaescen  en  nuestra  Castilla,  como 

(1)  El  de  Santiago,  D.  Juan  Pacheco. 

(2)  Alude  á  los  desmanes  contra  los  conversos. 

(3)  Pedro  de  Mendaña,  uno  de  los  mayores  facinerosos  de  aquel  tiempo. 
Puso  á  rescate  la  mayor  parte  de  las  ciudades  de  Castilla  la  Vieja. 


CAPITULO    XXI  II 

»si  acaesciesen  en  Boloña,  ó  en  reinos  do  nuestra  jurisdicción 
s>no  alcanzase...  Certificóos,  señor,  que  podría  bien  afirmar  que 
»los  jueces  no  ahorcan  hoy  un  hombre  por  justicia  por  nin- 
»gún  crimen  que  cometa  en  toda  Castilla,  habiendo  en  ella  asaz 
»que  lo  merescen,  como  quier  que  algunos  se  ahorcan  por  injus- 
ticia... Los  procuradores  del  reino,  que  fueron  llamados  tres 
»años  ha,  gastados  é  cansados  ya  de  andar  acá  tanto  tiempo, 
»más  por  alguna  reformación  de  sus  faciendas  que  por  conser- 
vación de  sus  consciencias,  otorgaron  pedido  é  monedas:  el 
s>qual  bien  repartido  por  caballeros  é  tiranos  que  se  lo  coman, 
»bien  se  hallará  de  ciento  é  tantos  cuentos  uno  solo  que  se 
^pudiese  haber  para  la  despensa  del  Rey.  Puedo  bien  certificar 
»á  vuestra  merced,  que  estos  procuradores  muchas  é  muchas 
» veces  se  trabajaron  en  entender  e  dar  orden  en  alguna  reforma- 
»ción  del  reino,  é  para  esto  ficieron  juntas  generales  dos  ó  tres 
»veces:  é  mirad  quán  crudo  está  aún  este  humor  é  quan  rebelde, 
»que  nunca  hallaron  medicina  para  le  curar;  de  manera  que,  deses- 
»perados  ya  de  remedio,  se  han  dejado  dello.  Los  perlados  eso  mis- 
»mo  acordaron  de  se  juntar,  para  remediar  algunas  tiranías  que  se 
»entran  su  poco  á  poco  en  la  iglesia,  resultantes  destotro  temporal; 
»é  para  esto  el  señor  arzobispo  de  Toledo,  é  otros  algunos  obispos, 
»se  han  juntado  en  Aranda.  Menos  se  presume  que  aprovecha- 
rá esto.» 

Basta  este  cuadro,  cuyas  tintas  (conforme  al  genio  blando  y  mi- 
sericordioso de  Pulgar)  son  más  bien  atenuadas  que  excesivas,  para 
comprender  el  caos  de  que  sacó  á  Castilla  la  fuerte  mano  de  la 
Reina  Católica,  asistida  por  el  genio  político  y  la  bizarría  militar 
de  su  consorte.  El  mal  exigía  remedios  heroicos,  y  por  eso  fué  apli- 
cado sin  misericordia  el  cauterio.  Ninguno  de  los  más  ardientes  pa- 
negiristas de  la  Reina  Católica  (¿y  quién  puede  dejar  de  serlo?)  ha 
contado  entre  sus  excelsas  cualidades  la  tolerancia  y  la  mansedum- 
bre excesivas,  que,  cuando  hacen  torcer  la  vara  de  la  justicia,  no 
han  de  llamarse  virtudes,  sino  vicios.  Todos,  por  el  contrario,  con- 
vienen en  que  fué  más  inclinada  á  seguir  la  vía  del  rigor  que  la  de 
la  piedad;  «y  esto  facía  (añade  su  cronista  Pulgar)  por  remediar  á 
s>la  gran  corrupción  de  crímenes  que  falló  en  el  reino  cuando  sub- 


12  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

»cedió  en  él»  (i).  Más  de  I.500  robadores  y  homicidas  desaparecie- 
ron de  Galicia  en  espacio  de  tres  meses,  ante  el  terror  infundido  por 
los  dos  jueces  pesquisidores  que  la  Reina  envió  en  1481:  cuarenta  y 
seis  fortalezas  fueron  derribadas  entonces,  y  veinte  más  tarde:  ajus- 
ticiados como  principales  malhechores  Pedro  de  Miranda  y  el  ma- 
riscal Pero  Pardo.  Cuando  en  1477  la  Reina  puso  su  tribunal  en  el 
alcázar  de  Sevilla,  «fueron  sus  justicias  (según  el  dicho  de  Andrés 
»Bernáldez)  tan  concertadas,  tan  temidas,  tan  executivas,  tan  es- 
»pantosas  á  los  malos»,  que  más  de  cuatro  mil  personas  huyeron 
de  la  ciudad,  unos  á  Portugal,  otros  á  tierra  de  moros.  Aquietados 
los  bandos  de  Ponces  y  Guzmanes;  convertido  en  héroe  épico  y  en 
Aquiles  de  la  cruzada  granadina  el  más  terrible  de  los  banderizos 
andaluces;  allanada  en  Mérida,  en  Medellín  y  en  Montánchez  la  de- 
sesperada resistencia  del  feudalismo  extremeño,  sostenido  en  los 
hombros  hercúleos  del  clavero  de  Alcántara  D.  Alonso  de  Monroy; 
organizada  en  las  hermandades  la  resistencia  popular  contra  tiranos 
y  salteadores,  pudo  ponerse  mano  en  la  restauración  interior  del 
reino,  empresa  harto  más  difícil  que  lo  había  sido  la  de  vengar  la 
afrenta  de  Aljubarrota  en  los  llanos  de  Toro,  y  depositar  los  tro- 
feos de  aquella  retribución  sobre  la  tumba  del  malogrado  D.  Juan  I. 
No  bastaba  decapitar  materialmente  la  anarquía  mediante  aque- 
llas terríficas  y  espantables  anatomías  de  que  habla  el  Dr.  Villa- 
lobos, sino  que  era  preciso  cortarla  las  raíces  para  impedirla  reto- 
ñar en  adelante.  Y  entonces  se  levantó  con  formidable  imperio  la 
potestad  regia,  nunca  más  acatada  y  más  amada  de  nuestro  pue- 
blo, porque  nunca,  desde  los  tiempos  de  Alfonso  XI,  habían  tenido 
nuestros  reyes  tan  plena  conciencia  de  su  deber,  y  nunca  había 
hecho  tanta  falta  lo  que  enérgicamente  llamaban  nuestros  mayores 
el  oficio  de  rey.  Y  con  este  oficio  cumplieron  los  Reyes  Católicos,  no 

(1)  «En  tiempos  de  los  Reyes  Católicos,  de  gloriosa  memoria  (dice  el 
»Dr.  Villalobos  en  el  metro  38  de  sus  Problemas  morales)  había  tanta  severi- 
dad en  los  jueces,  que  ya  parecía  crueldad,  y  era  entonces  necesaria,  por- 
•>que  aún  no  estaban  apaciguados  del  todo  estos  reinos,  ni  acabados  de  do- 
»mar  en  ellos  los  soberbios  y  tiranos  que  había,  y  por  eso  se  hacían  muchas 
>carnecerías  de  hombres,  y  se  cortaban  pies  y  manos  y  espaldas  y  cabezas, 
*sin  perdonar  ni  disimular  el  rigor  de  la  justicia.» 


CAPITULO    XXI  13 

ciertamente  á  sabor  de  los  que  hoy  reniegan  de  la  tradición,  ó  qui- 
sieran amoldarla  á  sus  peculiares  antojos,  pero  sí  en  consonancia 
con  las  leyes  de  nuestra  civilización  y  con  el  impulso  general  de  las 
monarquías  del  Renacimiento.  Puede  decirse  que  en  aquel  momento 
solemne  quedó  fijada  nuestra  constitución  histórica. 

La  reforma  de  juros  y  mercedes  de  1480,  verdadera  reconquista 
del  patrimonio  real,  torpemente  enajenado  por  D.  Enrique  IV;  la 
incorporación  de  los  maestrazgos  á  la  corona,  con  lo  cual  vino  á  ser 
imposible  la  existencia  de  un  estado  dentro  de  otro  estado;  la  pro- 
hibición de  levantar  nuevas  fortalezas,  y  allanamiento  de  muchas 
de  las  antiguas,  con  cuyos  muros  la  tiranía  señorial  se  derrumbó 
para  siempre;  la  centralización  del  poder  mediante  los  Consejos;  la 
nueva  planta  dada  á  los  tribunales,  facilitando  la  más  pronta  y  ex- 
pedita administración  de  justicia;  el  predominio  cada  día  creciente 
de  los  legistas;  la  anulación  de  la  aristocracia  como  elemento  polí- 
tico, no  como  fuerza  social;  las  tentativas  de  codificación  del  doctor 
Montalvo  y  de  Lorenzo  Galíndez,  prematuras  sin  duda,  pero  no  in- 
fecundas; la  directa  y  eficaz  intervención  de  la  corona  en  el  régi- 
men municipal,  hondamente  degenerado  por  la  anarquía  del  siglo 
anterior;  el  nuevo  sistema  económico  que  se  desarrolló  en  innume- 
rables pragmáticas,  las  cuales,  si  pecan  de  prohibitivas  con  exceso, 
porque  quizá  lo  exigía  entonces  la  defensa  del  trabajo  nacional,  son 
dignas  de  alabanza  en  lo  que  toca  á  la  simplificación  de  monedas, 
pesos  y  medidas,  al  desarrollo  de  la  industria  naval  y  del  comercio 
interior,  al  fomento  de  la  ganadería;  la  transformación  de  las  bandas 
guerreras  de  la  Edad  Media  en  ejército  moderno,  con  su  invenci- 
ble nervio,  la  infantería,  que  por  siglo  y  medio  había  de  dar  la  ley 
á  Europa;  y  en  otro  orden  de  cosas,  muy  diverso,  la  cruenta  depu- 
ración de  la  raza  mediante  el  formidable  instrumento  del  Santo  Ofi- 
cio y  el  edicto  de  1 492;  la  reforma  de  los  regulares  claustrales  y 
observantes,  que,  realizada  á  tiempo  y  con  mano  firme,  nos  ahorró 
la  revolución  religiosa  del  siglo  xvi...  son  aspectos  diversos  de  un 
mismo  pensamiento  político,  cuya  unidad  y  grandeza  son  visibles 
para  todo  el  que,  libre  de  las  pasiones  actuales,  contemple  desinte- 
resadamente el  espectáculo  de  la  historia. 

A  la  robustez  de  la  organización  interior;  á  la  enérgica  disciplina 


I  \.  HISTORIA    DE    LA    P02SIA    CASTELLANA 

que,  respetando  y  vigorizando  la  genuina  espontaneidad  del  carác- 
ter nacional,  supo  encauzar  para  grandes  empresas  sus  indomables 
bríos,  gastados  hasta  entonces  míseramente  en  destrozarse  dentro 
de  casa,  correspondió  inmediatamente  una  expansión  de  fuerza  ju- 
venil y  avasalladora,  una  primavera  de  glorias  y  de  triunfos,  una 
conciencia  del  propio  valer,  una  alegría  y  soberbia  de  la  vida,  que 
hizo  á  los  españoles  capaces  de  todo,  hasta  de  lo  imposible.  La  for- 
tuna parecía  haberse  puesto  resueltamente  de  su  lado,  y  como  que 
se  complaciese  en  abrumar  su  historia  de  sucesos  felices  y  aun  de 
portentos  y  maravillas.  Las  generaciones  nuevas  crecían  oyéndolas, 
y  se  disponían  á  cosas  cada  vez  mayores.  Un  siglo  entero  y  dos 
mundos,  apenas  fueron  lecho  bastante  amplio  para  aquella  desbor- 
dada corriente.  ¿Qué  empresa  humana  ó  sobrehumana  había  de 
arredrar  á  los  hijos  y  nietos  de  los  que  en  el  breve  término  de  cua- 
renta y  cinco  años  habían  visto  la  unión  de  Aragón  y  Castilla,  la 
victoria  sobre  Portugal,  la  epopeya  de  Granada  y  la  total  extirpa- 
ción de  la  morisma,  el  recobro  del  Rosellón,  la  incorporación  de 
Navarra,  la  reconquista  de  Ñapóles,  el  abatimiento  del  poder  fran- 
cés en  Italia  y  en  el  Pirineo,  la  heguemonía  española  triunfante  en 
Europa,  iniciada  en  Oran  la  conquista  de  África,  y  surgiendo  del 
mar  de  Occidente  islas  incógnitas,  que  eran  leve  promesa  de  in- 
mensos continentes  nunca  soñados,  como  si  faltase  tierra  para  la  di- 
latación del  genio  de  nuestra  raza,  y  para  que  en  todos  los  confines 
del  orbe  resonasen  las  palabras  de  nuestra  lengua? 

A  tan  prodigioso  alarde  de  fuerza  y  poderío;  á  tanta  extensión  de 
imperio,  no  podía  menos  de  acompañar  un  desarrollo  de  cultura 
más  ó  menos  proporcionado  á  la  grandeza  histórica  de  aquel  pe- 
ríodo. Y  así  fué,  en  efecto,  aunque  no  con  la  misma  intensidad  en 
todos  los  órdenes  de  la  actividad  intelectual,  porque  no  maduran 
todos  los  frutos  á  un  tiempo,  ni  las  peculiares  evoluciones  del  arte 
se  ajustan  siempre  con  estricto  rigor  á  la  cronología  política,  por 
más  que  remota  é  indirectamente  nunca  dejen  de  enlazarse  con 
ella.  En  aquel  período  están  los  gérmenes  de  cuanto  floreció  en 
nuestro  siglo  de  oro,  pero  casi  nunca  son  más  que  gérmenes.  En 
aquel  reinado  nacieron,  y  en  parte  se  educaron,  los  grandes  refor- 
madores de  la  poesía  y  de  la  prosa  castellana  en  tiempo  del  Empe- 


CAPITULO   XXI  15 

rador  Carlos  Y,  los  Boscán,  los  Garcilaso,  los  Mendoza,  los  Villalo- 
bos, los  Guevara,  los  Valdés,  los  Oliva,  pero  sus  triunfos  pertenecen 
á  la  generación  siguiente.  Salvo  la  maravilla  de  la  Celestina,  todavía 
la  literatura  del  tiempo  de  los  Reyes  Católicos  corresponde  más 
bien  á  la  Edad  Media  que  al  período  clásico,  aunque  de  mil  modos 
le  anuncia  y  prepara.  El  teatro  se  emancipa  y  seculariza,  pero  sin 
salir  todavía  de  sus  formas  elementales,  églogas,  farsas,  representa- 
ciones, de  tosquísimo  artificio.  La  lírica  se  remoza  en  parte  por  in- 
fusión, de  elementos  populares,  pero,  en  el  campo  de  la  imitación 
erudita,  no  avanza  un  paso  sobre  el  arte  de  los  Menas  y  Santillanas. 
La  historia,  ni  en  Pulgar  mismo,  se  atreve  á  abandonar  la  forma  de 
crónica.  Los  moralistas  más  originales  parecen  un  eco  de  los  del 
reinado  de  D.  Juan  II.  Los  monumentos  más  importantes  de  la  no- 
vela, como  el  Amadís  de  Garci  Ordóñez  de  Montalvo,  son  refundi- 
ciones de  libros  anteriores.  En  toda  esta  literatura  de  fin  de  siglo, 
por  otra  parte  tan  digna  de  consideración,  lo  que  más  se  echa  de 
menos  es  espíritu  de  novedad,  audacia  para  lanzarse  por  rumbos 
desconocidos;  lo  que,  á  primera  vista,  parece  que  debía  faltar  me- 
nos en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos.  Un  fenómeno  idéntico,  pero 
más  general,  observamos  en  la  literatura  del  primer  tercio  de  nues- 
tro siglo.  Es  evidente  que  el  romanticismo,  sobre  todo  en  Francia, 
germinó  en  imaginaciones  excitadas  desde  la  cuna  por  el  grandioso 
tumulto  de  la  Revolución  y  de  las  guerras  del  Imperio;  y  sin  em- 
bargo, nada  más  lejano  del  romanticismo  que  la  tímida,  acompasa- 
da y  académica  literatura  de  la  Revolución  y  del  Imperio. 

No  pretendemos  extremar  la  comparación  entre  cosas  tan  diver- 
sas, mucho  más  cuando,  estudiando  atentamente  la  literatura  de  las 
postrimerías  del  siglo  xv,  descubrimos  en  ella  esperanzas  y  prome- 
sas que  indican  un  vigor  latente,  y  explican  y  preparan  la  magnífi- 
ca eflorescencia  del  tiempo  del  Emperador.  Pero  no  hay  duda  que 
aquella  edad  fué  de  transición  en  todas  las  esferas  del  arte,  y  que 
en  ninguna  llegó  á  crear  una  forma  propia  y  definitiva,  si  se  pres- 
cinde de  la  excepción  solitaria  antes  indicada. 

¡Pero  qué  lujo  de  detalles,  qué  exuberancia  de  fantasía,  qué  pom- 
pa y  suntuosidad  en  algunas  de  estas  formas  de  transición,  espe- 
cialmente en  las  maravillas  de  decoración  que  entonces  produjo  la 


1 6  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

arquitectura!  Parece  que  el  arte  ojival,  en  este  postrer  período,  su- 
cumbe ahogado  bajo  una  lluvia  de  flores  en  Burgos,  en  Valladolid, 
en  Toledo.  La  ligereza,  la  esbeltez  y  la  elegancia  de  las  líneas,  que- 
dan en  segundo  término,  ante  la  riqueza  y  el  lujo  de  la  ornamenta- 
ción. Diríase  que  no  se  construye  más  que  para  decorar,  para  hala- 
gar los  ojos  con  visiones  espléndidas,  trabajando  la  piedra  como 
labor  de  encajes,  convirtiendo  las  fachadas  y  los  patios  en  escapa- 
rates de  orfebrería,  pidiendo  á  una  fauna  y  á  una  flora  fantásticas 
motivos  incesantemente  renovados  por  una  imaginación  caprichosa 
é  inagotable. 

Es  condición  de  toda  forma  de  arte  sobrevivirse  á  sí  misma,  y 
coexistir  con  la  que  la  sucede.  Por  más  de  sesenta  años  siguieron 
levantándose  en  España  fábricas  ojivales,  más  ó  menos  floridas,  al 
lado  de  los  primeros  edificios  del  Renacimiento.  Y  lejos  de  ser  vio- 
lento el  choque  entre  los  dos  estilos,  ni  poder  tirarse  bien  en  los 
primeros  momentos  una  línea  divisoria,  vemos  que  el  segundo  apa- 
reció tímidamente  y  casi  á  la  sombra  del  primero,  combinándose 
con  él  en  diversas  proporciones,  de  donde  resultó  un  conjunto  abi- 
garrado, pero  no  falto  de  originalidad:  un  estilo  de  transición  que 
en  Castilla  llamamos  plateresco,  profuso  en  menudísimas  labores. 
Poco  á  poco  las  bóvedas  se  rebajaban,  el  arco  apuntado  iba  cedien- 
do al  semicircular,  si  bien  las  columnas  greco-romanas  aparecían 
más  altas  de  lo  que  tolera  Vitrubio,  y  el  frontón  se  aguzaba  hasta 
cerrarse  en  pirámide;  la  invasión  de  los  nuevos  elementos  era,  con 
todo  eso,  indudable,  por  mucho  trabajo  que  á  veces  cueste  reco- 
nocerlos: ¡tan  desfigurados  están!  Los  primores  incomparables  de 
ejecución  salvan  de  la  tacha  de  falta  de  armonía  esta  manera  licen- 
ciosa, pero  elegante,  que  se  personifica  en  el  gran  nombre  de  Enri- 
que Egas.  Al  mismo  tiempo,  Fr.  Juan  de  Escobedo,  educado  sólo  en 
las  prácticas  ojivales,  se  arroja  nada  menos  que  á  la  restauración 
de  un  monumento  de  la  antigüedad,  y  casi  por  instinto  levanta  los 
arcos  derruidos  del  acueducto  de  Segovia. 

El  predominio  de  la  arquitectura  romana  iba  creciendo  por  días, 
á  medida  que  los  españoles  dilataban  su  paseo  triunfal  por  Italia. 
Los  Egas,  los  Fernán  Ruiz,  los  Diego  de  Riaño,  los  Covarrubias,  los 
Bustamante,  los  Juan  de  Badajoz,  son  ya  arquitectos  de  pleno  Re- 


CAPITULO    XXI  17 

nacimiento,  en  las  obras  de  los  cuales,  si  las  medidas  y  proporcio- 
nes antiguas  no  andan  muy  exactamente  observadas,  la  tendencia 
á  sujetarse  á  ellas  es  innegable,  siquiera  la  regularidad  que  en  sus 
obras  buscan,  yazga  oprimida  por  la  pomposa,  alegre  y  lozana  vege- 
tación que  campea  en  sus  portadas,  y  que  hace  el  efecto  de  una 
selva  encantada  del  Ariosto  ó  de  los  libros  de  caballerías.  Los  acce- 
sorios ahogan  el  conjunto  y  sin  duda  lo  enervan;  pero  son  tales  los 
detalles  de  menudísima  escultura,  tal  la  belleza  de  los  medallones, 
frontones  y  frisos,  que  el  crítico  más  severo  no  puede. menos  de 
darse  por  vencido  ante  un  arte  que  de  tal  modo  busca  el  placer  de 
los  ojos,  y  lamentar  de  todo  corazón  la  triste,  seca  y  maciza  regula- 
ridad que  después  vino  á  agostar  todas  aquellas  flores,  á  ahuyentar 
de  sus  nidos  á  aquellos  pájaros  y  á  interrumpir  aquella  perpetua 
fiesta  que  tal  impresión  de  regocijo  y  bienestar  produce  en  el  áni- 
mo no  preocupado  por  teorías  exclusivas  é  inexorables. 

Pero  este  arte  tan  español,  tan  halagüeño  y  tan  gracioso,  llevaba 
en  sí  propio  el  germen  de  su  ruina.  Al  vestir  la  desnudez  de  los 
miembros  de  la  arquitectura  romana,  lo  mismo  que  al  sustituir  la 
crestería  de  la  antigua  iglesia  gótica  con  los  relieves  del  Renaci- 
miento, se  procedía  como  si  el  ornato  tuviese  por  sí  un  valor  inde- 
pendiente de  la  construcción.  Las  artes,  que  en  la  Edad  Media  fue- 
ron auxiliares  de  la  arquitectura  y  se  confundieron  en  la  grandiosa 
unidad  del  templo,  se  sobreponían  al  arte  principal,  le  ahogaban 
con  sus  abrazos,  y  le  quitaban  robustez  y  virilidad  á  fuerza  de  abru- 
marle de  galas.  La  escultura,  que  ya  se  levantaba  pujante  y  trans- 
formada, encontraba  en  esto  sus  ventajas,  acelerándose  el  instante 
de  su  emancipación.  El  cincel  lozanísimo  de  Gil  de  Siloe  apuraba 
en  los  sepulcros  de  la  Cartuja  de  Miraflores  todos  los  primores  y 
delicadezas  del  arte  ojival  en  sus  postrimerías,  convirtiendo  el  ala- 
bastro en  sutilísima  tela  labrada  como  á  punta  de  aguja.  La  antigua 
imaginería,  próxima  á  caer  envuelta  en  las  ruinas  del  templo  góti- 
co, hacía  el  derroche  y  alarde  más  ostentoso  de  sus  riquezas  en  los 
colosales  retablos  de  varios  cuerpos,  en  los  nichos  con  doseletes, 
en  las  portadas  de  las  iglesias  y  de  los  palacios;  pero,  sobre  todo, 
en  los  monumentos  funerales,  tan  risueños  á  veces,  que  parecen 
imaginados  para  hacer  apacible  la  idea  de  la  muerte.  No  hay  acci- 

Mknkndkz  t  Pela  yo.  —  Poesía  castellana.   111.  ¿ 


1 8  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

dente  del  traje  que  no  se  reproduzca  en  la  piedra  con  tanta  minu- 
ciosidad como  si  el  artista  bordara  en  seda  ó  en  terciopelo.  Y  al 
mismo  tiempo  que  Damián  Forment,  en  cuyas  obras  se  siente  algo 
del  aliento  y  de  la  fiereza  de  Donatello,  inunda  las  iglesias  de  Ara- 
gón con  sus  figuras  de  magnífica  grandeza  esculpidas  con  terrible 
resolución  y  manejo,  según  la  expresión  de  Jusepe  Martínez,  el  arte 
de  los  entalladores;  el  trabajo  en  madera  llega  á  su  apogeo  en  las 
sillerías  de  coro  de  Felipe  de  Borgoña;  y  el  arte  (que  entonces  lo  era 
y  maravilloso)  de  los  rejeros  y  herreros,  se  adelanta  con  firme  paso 
en  las  vías  del  Renacimiento,  inmortalizando  su  nombre  el  burga- 
Íes  Cristóbal  de  Andino  en  la  reja  de  la  capilla  del  Condestable,  una 
de  las  primeras  obras  en  que  artífice  español  procuró  regirse  por 
las  medidas  clasicas.  Era  llegado  el  momento  de  la  iniciación  pura 
y  directa  en  el  gusto  italiano,  y  ésta  se  verificó  en  la  escultura  de 
los  monumentos  sepulcrales  antes  que  en  ningún  otro  género  de 
obras.  Artífices  toscanos  y  genoveses  dieron  en  Andalucía  los  pri- 
meros ejemplares  del  nuevo  estilo:  en  el  sepulcro  del  arzobispo 
Hurtado  de  Mendoza;  en  los  mausoleos  de  la  Cartuja  de  las  Cuevas 
de  Sevilla.  Pero  en  los  de  la  Capilla  Real  de  Granada,  enterramiento 
de  los  Reyes  Católicos  y  de  sus  hijos  doña  Juana  y  D.  Felipe,  quizá 
el  cincel  del  florentino  Domenico  Fancelli  quedó  vencido  por  el  del 
español  Bartolomé  Ordóñez,  aunque  la  fortuna,  avara  con  él  de  sus 
favores,  haya  mantenido  hasta  nuestros  tiempos  en  la  obscuridad 
su  nombre,  el  más  digno  de  ser  citado  entre  los  predecesores  de 
Berruguete,  que  en  1520  volvía  de  Italia,  trayendo  en  triunfo  el  arte 
de  Miguel  Ángel.  Al  lado  de  la  enérgica  vitalidad  que  en  aquel  fin 
de  siglo  mostraba  la  escultura,  produciendo  obras  que  ni  antes  ni 
después  han  sido  igualadas  en  nuestro  suelo,  parecen  pobre  cosa 
los  primeros  conatos  de  la  pintura,  oscilante  entre  los  ejemplos  del 
arte  germánico  y  los  del  italiano,  y  más  floreciente  en  la  corona  de 
Aragón  que  en  la  de  Castilla,  como  lo  prueba  la  famosa  Virgen  de 
los  Conselhres,  de  Luis  Dalmau,  memorable  ensayo  de  imitación  del 
primitivo  naturalismo  flamenco.  Pero  fuera  de  ésta  y  alguna  otra 
oxcepción  muy  señalada,  las  tablas  que  nos  quedan  del  siglo  xv, 
interesantísimas  para  el  estudio  del  arqueólogo,  y  no  bien  clasifica- 
das aún,  dicen  poco  al  puro  sentimiento  estético,  y  los  nombres  de 


CAPITULO   XXI  19 

sus  obscuros  autores  Fernando  Gallegos,  Juan  Sánchez  de  Castro, 
Juan  Núñez,  Antonio  del  Rincón,  Pedro  de  Aponte,  no  despiertan 
eco  ninguno  de  gloria.  Sin  embargo,  el  progreso  de  unos  á  otros  es 
evidente;  ya  Alejo  Fernández  rompe  la  rigidez  hierática  y  realiza  un 
notable  progreso  en  la  técnica.  Y,  por  otra  parte,  la  pintura  mural 
y  decorativa  tiene  alta  representación  en  las  obras  de  Juan  de  Bor- 
goña.  El  arte  pictórico  español,  propiamente  dicho,  el  único  que 
tiene  caracteres  propios  y  refleja  el  alma  naturalista  de  la  raza,  no 
ha  nacido  aún;  tardará  todavía  un  siglo  en  nacer,  un  siglo  de  tímida 
y  sabia  imitación  italiana,  que  cubre  y  disimula  el  volcán  próximo  á 
estallar. 

También  la  música  asoció  su  voz  á  los  triunfos  y  pompas  de  este 
reinado,  y  vio  cumplirse  durante  él  notables  evoluciones  en  su  par- 
te especulativa,  á  la  vez  que  en  la  práctica  empezaban  á  ampliarse 
los  términos  de  su  dominio.  Los  Reyes  mismos  daban  el  ejemplo 
de  protegerla:  más  de  cuarenta  cantores  fueron  asalariados  por  la 
Reina  Isabel,  tan  famosos  algunos  como  Anchieta  y  Peñalosa,  ade- 
más de  los  tañedores  de  órgano,  clavicordio,  laúd  y  otros  instru- 
mentos. El  Libro  de  la  Cámara  del  Príncipe  D.  Juan,  que  compuso 
Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  nos  muestra  cuánta  importancia  se 
concedió  á  la  música  en  la  educación  del  primogénito  de  la  corona. 
«Era  el  principe  Don  Joan  mi  Señor  (dice  Oviedo)  naturalmente 
^inclinado  á  la  música,  é  entendíala  muy  bien,  aunque  su  voz  no 
»era  tal  como  él  era  porfiado  en  cantar...  En  su  cámara  avía  un 
>claviórgano,  é  órganos,  é  clavecímbanos,  é  clavicordio,  é  vihuela  de 
j>mano  é  vihuelas  de  arco  é  flautas,  é  en  todos  estos  instrumentos 
»sabía  poner  las  manos.  Tenia  músicos  de  tamborino  é  salterio  é 
^dulzainas  et  de  harpa,  é  un  rebelico  muy  precioso  que  tañía  un 
»Madrid,  natural  de  Caramanchel,  de  donde  salen  mejores  labrado- 
res que  músicos,  pero  éste  lo  fué  muy  bueno.  Tenia  el  Principe 
»muy  gentiles  menistriles,  altos  de  sacabuche  é  cheremías  é  corne- 
jas é  trompetas  bastardas,  é  cinco  ó  seys  pares  de  atabales:  é  los 
>unos  é  los  otros  eran  muy  hábiles  en  sus  oficios,  é  como  conve- 
lían para  el  servicio  é  casa  de  tan  alto  principe.» 

Existía,  pues,  además  de  la  música  religiosa,  un  arte  cortesano, 
cuyas  relaciones  con  la  música  popular  son  evidentes  en  algunos 


2 O  HISTORIA    DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

villancicos  y  cantarcillos  de  Juan  del  Encina,  cuyos  tonos,  junta- 
mente con  la  letra,  nos  ha  conservado  el  inestimable  Cancionero  de 
la  biblioteca  de  Palacio,  transcrito  y  publicado  por  Barbieri.  Y  aun- 
que todavía  los  compositores  profanos  de  este  tiempo  no  hubiesen 
alcanzado  á  emanciparse  de  los  artificios  del  contrapunto,  ya  es 
visible  en  ellos  la  tendencia  expresiva  y  el  deseo  de  acomodar  la 
música  á  la  letra.  Igual  fenómeno  acontecía  simultáneamente  en  el 
campo  de  la  poesía,  y  á  veces  por  virtud  de  los  mismos  hombres, 
puesto  que  Juan  del  Encina  (por  ejemplo)  era  á  un  tiempo  músico 
y  poeta.  Los  temas  del  arte  popular  pasaban  al  arte  erudito,  lo  pro- 
fano y  lo  religioso  se  compenetraban  estrechamente,  y  la  labor  in- 
consciente y  genial  de  los  artistas  se  reforzaba  con  las  audacias  de 
los  preceptistas  y  escritores  técnicos,  que  eran  ya  en  bastante  nú- 
mero, y  que  si  bien  en  los  fundamentos  especulativos  suelen  per- 
manecer aferrados  á  la  doctrina  de  Boecio,  la  modifican  y  atenúan 
con  originales  interpretaciones,  arrojándose  algunos  á  sentar  prin- 
cipios notablemente  revolucionarios  y  de  no  pequeña  trascendencia 
para  la  estética  musical.  Autorizado  el  carácter  matemático  de  la 
Música  y  su  puesto  entre  las  disciplinas  liberales  por  Casiodoro,  por 
Boecio,  por  San  Isidoro,  por  todos  los  grandes  institutores  de  la 
Edad  Media,  había  logrado  el  arte  del  sonido  penetrar  desde  muy 
temprano  en  las  escuelas  episcopales  y  monásticas,  y  luego  en  las 
más  famosas  universidades,  donde  nunca  tuvieron  asiento  el  arte  de 
la  mazonería  ni  el  de  la  imaginería,  á  pesar  de  los  portentos  que 
cada  día  creaban.  El  Bachiller  Alfonso  de  la  Torre,  autorizado  in- 
térprete de  la  ciencia  oficial  del  siglo  xv,  expone  bellamente  en 
aquella  novela  alegórica  y  enciclopédica  que  llamó  Visión  Delecta- 
ble,  la  elevada  noción  que  entre  sus  contemporáneos  prevalecía  so- 
bre la  Música  y  sus  efectos.  «Tanta  es  la  necesidad  mía  (hace  decir 
á  la  propia  Música),  que  sin  mí  no  se  sabría  alguna  sciencia  ó  dis- 
»ciplina  perfetamente.  Aun  la  esfera  voluble  de  todo  el  universo 
»por  una  armonía  de  sones  es  traída,  et  yo  soy  refeción  et  nudri- 
» mentó  singular  del  alma,  del  corazón  et  de  los  sentidos,  et  por  mí 
»se  excitan  et  despiertan  los  corazones  en  las  batallas,  y  se  animan 
»et  provocan  á  causas  arduas  y  fuertes;  por  mí  son  librados  et  re- 
levados los  corazones  penosos  de  la  tristura,  y  se  olvidan  de  las 


CAPITULO    XXI  21 

acongojas  acostumbradas.  Y  por  mí  son  excitadas  las  devociones 
»et  afecciones  buenas  para  alabar  á  Dios  supremo  et  glorioso,  et 
»por  mí  se  levanta  la  fuerza  intellectual  á  pensar  transcendiendo  las 
»cosas  espirituales,  bienaventuradas  y  eternas.» 

Este  concepto  científico  de  la  Música,  si  es  cierto  que  la  realzaba 
sobre  sus  hermanas  las  otras  artes,  injustamente  desheredadas,  traía 
consigo  el  peligro,  muy  sensible  para  la  Música  misma,  de  ver  olvi- 
dada y  sacrificada  su  verdadera  importancia  estética  en  aras  de 
fantásticos  idealismos  ó  de  un  vano  y  pedantesco  aparato  geomé- 
trico. Por  fortuna  y  como  reacción  y  contrapeso  á  esta  tendencia 
dogmática  y  estéril,  los  cantores  y  músicos  prácticos,  los  organis- 
tas y  maestros  de  capilla,  comenzaron  á  imprimir  ciertos  epítomes 
ó  cuadernos  puramente  prácticos,  sumas  de  canto  llano  y  canto  de 
órgano.  Guillermo  Despuig,  uno  de  los  más  antiguos,  declaraba 
francamente  en  1495  que  la  institución  musical  de  Boecio,  aunque 
singular  y  divina,  «era  casi  enteramente  inútil  para  el  arte  de  can- 
tar». Y  todavía  fué  más  allá  Gonzalo  Martínez  de  Bizcargui  (1511), 
acusado  por  su  adversario  Juan  de  Espinoa  «de  enseñar  á  poner 
en  escripto  herejías  formales  en  Música,  contradiciendo  á  Boecio... 
é  á  todos  cuantos  autores  antes  dellos  et  en  su  tiempo  han  escripto 
desta  mathemática».  Pero  el  gran  revolucionario  musical  de  enton- 
ces, el  que  la  historia  general  del  arte  no  ha  olvidado,  por  más  que 
tardase  más  de  cien  años  en  fructificar  su  reforma,  adoptada  y  des- 
arrollada luego  por  Zarlino,  fué  el  andaluz  Bartolomé  Ramos  de 
Pareja,  que  desde  1482  se  había  hecho  famoso  en  la  Universidad  de 
Bolonia  con  su  doctrina  del  temperamento,  que  inició  nueva  tonali- 
dad y  levantó  nueva  escala  contra  el  hexacordo  tradicional,  supo- 
niendo necesariamente  alteradas  las  razones  de  las  cuartas  y  quin- 
tas en  los  instrumentos  estables. 

Trazado  rápidamente,  y  no  otra  cosa  permiten  los  límites  de  esta 
digresión,  el  cuadro  de  la  vida  nacional  en  aquellos  órdenes  que 
más  ó  menos  inmediatamente  se  ligan  con  el  que  es  objeto  de  nues- 
tras indagaciones,  procede  ya  concentrar  nuestra  atención  en  la 
literatura,  haciéndonos  cargo  ante  todo  de  los  dos  grandes  hechos 
que  aceleraron  su  progreso  durante  este  reinado  y  abrieron  las 
puertas  de  una  nueva  era.  Estos  dos  hechos  son  la  influencia  triun- 


22  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

fante  de  los  humanistas,  y  la  introducción  de  la  imprenta  en  nues- 
tro suelo. 

La  cultura  clásica,  que  de  un  modo  imperfecto  y  á  veces  de  se- 
gunda mano,  había  penetrado  en  la  corte  de  D.  Juan  II,  y  que  con 
más  severa  disciplina  habían  recibido  algunos  españoles  en  la  corte 
napolitana  de  Alfonso  V,  triunfa  en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos,, 
merced  á  los  esfuerzos  combinados  de  humanistas  italianos  residen- 
tes en  España  y  de  humanistas  españoles  educados  en  Italia.  Ni  á 
unos  ni  á  otros  faltó  altísima  y  regia  protección  y  estímulo  y  re- 
compensa, que  no  nacían  de  vano  dilettantismo,  ni  de  efímero  ca- 
pricho de  la  moda,  sino  del  convencimiento  en  que  nuestros  mo- 
narcas estaban  de  cumplir  así  una  misión  civilizadora.  Aunque  el 
Rey  Católico  distase  mucho  de  ser  ajeno  á  las  buenas  letras,  como 
lo  persuade  el  hecho  de  haber  sido  educado  clásicamente  por  un 
traductor  de  Salustio,  el  maestro  Francisco  Vidal  de  Nova,  la  prin- 
cipal y  más  directa  y  eficaz  iniciativa  en  este  orden  pertenece  á  la 
Reina  Isabel,  que  ya  en  edad  madura  llegó  á  superar  las  dificulta- 
des de  la  lengua  latina,  bajo  el  magisterio  de  Doña  Beatriz  Galindo, 
y  protegió  el  estudio  de  las  humanidades  con  tal  ahinco,  que  hizo 
exclamar  al  protonotario  Lucena,  en  su  Epístola  exhortatoria  d  las- 
letras:  «La  muy  clara  ninpha  Carmenta  letras  latinas  nos  dio:  per- 
adidas  en  nuestra  Castilla,  esta  Diana  serena  las  anda  buscando; 
»quien  sepa  de  las  letras  latinas  que  perdió  Castilla,  véngalo  á  de- 
>cir  á  su  dueño,  é  avrá  buen  hallazgo...  ¿Non  vedes  quantos  co- 
»mienzan  aprehender,  mirando  su  realeza?...  Lo  que  los  reyes  fasen 
»bueno  ó  malo,  todos  ensayamos  de  lo  facer:  si  es  bueno,  por  apla- 
»cer  á  nos  mesmos:  si  es  malo,  por  aplacer  á  ellos.  Jugaba  el  rey, 
»eran  todos  tahúres:  estudia  la  Reina,  somos  agora  estudiantes.» 

Y  no  sólo  estudiaba  la  Reina,  sino  las  Infantas,  sus  hijas,  cele- 
bradas todas  cuatro  por  Luis  Vives  como  mujeres  eruditas,  sin  ex- 
cluir á  la  infeliz  Doña  Juana,  que  contestaba  de  improviso  en  lengua 
latina  á  los  discursos  gratulatorios  que  la  dirigían  en  las  ciudades  de 
Flandes.  Del  príncipe  D.  Juan  refiere  su  criado  Gonzalo  Fernández  de 
Oviedo,  que  «salió  buen  latino  é  muy  bien  entendido  en  todo  aque- 
» lio  que  á  su  real  persona  convenía  saber».  Todavía  tenemos  car- 
tas latinas  suyas  entre  las  de  Marineo  Sículo;  y  Juan  del  Encina,  al 


CAPITULO    XXI  23 

dedicarle  su  traducción  de  las  Bucólicas  de  Virgilio,  dice  de  él  que 
«favorescía  maravillosamente  la  sciencia,  andando  acompañado  de 
» tantos  é  tan  doctísimos  varones». 

El  ejemplo  de  la  casa  real  fué  prontamente  seguido  por  los  pro- 
ceres castellanos,  que  en  todo  aquel  siglo  venían  ya  distinguiéndose 
por  la  afición  más  ó  menos  ilustrada  á  las  letras  y  á  sus  cultivado- 
res. El  Almirante  D.  Fadrique  Enríquez  hizo  venir  en  I484  á  Lu- 
cio Marineo  Sículo;  el  Conde  de  Tendilla,  embajador  en  Roma, 
trajo  en  1487  á  Pedro  Mártir  de  Anglería,  el  cual  empezó  por  co- 
mentar en  Salamanca  las  sátiras  de  Juvenal,  con  tal  aplauso  y  con- 
curso de  gentes,  que  tenía  que  entrar  en  clase  llevado  en  hombros 
de  sus  discípulos. 

A  estos  dos  principales  educadores  de  la  nobleza  castellana,  hay 
que  añadir  los  nombres,  literariamente  menos  famosos,  de  los  dos 
hermanos  Antonio  y  Alejandro  Geraldino,  encargado  el  primero  de 
la  enseñanza  de  la  Infanta  Doña  Isabel,  y  el  segundo  de  la  de  sus 
hermanas.  Uno  y  otro  dejaron  más  fama  de  pedagogos  que  de  escri- 
tores: del  hermano  mayor  sólo  se  citan  unas  Bucólicas  Sagradas; 
del  menor,  que  fué  protonotario  apostólico  y  poeta  laureado,  y  últi- 
mamente obispo  de  la  isla  de  Santo  Domingo,  una  oración  gratula- 
toria al  Papa  Inocencio  VIII.  Tiene,  no  obstante,  el  mérito  de  haber 
sido  uno  de  los  primeros  que  empezaron  á  recoger  lápidas  é  ins- 
cripciones romanas  en  España. 

Mucho  mayor  es  la  importancia  del  lombardo  Pedro  Mártir,  no 
sólo  por  el  gran  número  de  discípulos  que  tuvo  en  Valladolid  y  en 
Zaragoza, 'figurando  entre  ellos  los  primeros  nombres  de  la  aristo- 
cracia castellana,  sino  por  la  originalidad  de  su  persona,  por  su 
talento  nada  vulgar  de  escritor,  y  por  el  grande  interés  histórico 
de  sus  libros,  considerados  como  fuente  histórica,  abundantísima, 
aunque  no  siempre  segura,  para  las  cosas  de  su  tiempo.  Pedro  Már- 
tir de  Anglería  ó  Anghiera,  andante  en  corte  de  los  Reyes  Católi- 
cos y  de  sus  sucesores  desde  1488  á  1526;  preceptor  de  la  juventud 
cortesana  en  las  artes  liberales;  canónigo  de  Granada,  en  cuya  gue- 
rra había  tomado  parte  y  á  cuya  conquista  asistió;  primer  abad  de 
la  Jamaica,  donde  no  residió  nunca;  embajador  al  sultán  del  Cairo: 
miembro  del  primitivo  Consejo  de  Indias;  corresponsal  asiduo  de 


24  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Papas,  Cardenales,  Príncipes,  magnates  y  hombres  de  letras,  ofrece 
en  su  persona  uno  de  los  más  antiguos  y  clásicos  tipos  de  lo  que 
hoy  diríamos  periodismo  noticiero.  Mientras  otros  latinistas  se  esfor- 
zaban en  renovar  las  formas  clásicas  de  la  historia  y  vestir  con  la 
toga  y  el  laticlavio  á  los  héroes  contemporáneos,  él  escribía  día  por 
día,  en  una  latinidad  muy  abigarrada  y  pintoresca,  llena  de  chis- 
tosos neologismos,  cuanto  pasaba  á  su  lado,  cuantos  chismes  y  mur- 
muraciones oía,  dando  con  todo  ello  incesante  pasto  á  su  propia 
curiosidad  siempre  despierta,  y  á  la  de  sus  amigos  italianos  y  espa- 
ñoles. Tenía  para  su  oñcio  la  gran  cualidad  de  interesarse  por  todo 
y  no  tomar  excesivo  interés  por  ninguna  cosa,  con  lo  cual  podía 
pasar  sin  esfuerzo  de  un  asunto  á  otro,  y  dictar  dos  cartas  mientras 
le  preparaban  el  almuerzo.  Acostumbrado  á  tomar  la  vida  como  un 
espectáculo  curioso,  gozó  ampliamente  de  cuantos  portentos  le 
brindaba  aquella  edad,  sin  igual  en  la  historia;  y  estuvo  siempre 
colocado  en  las  mejores  condiciones  para  verlo  y  comprenderlo 
todo,  desde  la  guerra  de  Granada  hasta  la  revuelta  de  las  Comuni- 
dades. Su  espíritu,  generalmente  recto,  propendía  más  á  la  benevo- 
lencia que  á  la  censura,  sobre  todo  con  aquellos  de  quienes  espe- 
raba honores  y  mercedes  que  contentasen  su  vanidad,  muy  subida 
de  punto,  aunque  inofensiva,  y  su  muy  positivo  amor  á  las  comodi- 
dades y  á  las  riquezas,  que  la  fortuna  le  concedió  ciertamente  con 
larga  mano.  Hombre  de  ingenio  fino  y  sutil,  italiano  hasta  las  uñas, 
quizá  presumía  demasiado  de  su  capacidad  diplomática;  pero,  á  lo 
menos,  poseyó  en  alto  grado  el  don  de  observación  moral,  el  cono- 
cimiento de  los  hombres.  Sus  juicios  no  han  de  tomarse  por  defini- 
tivos; pero  reflejan  viva  y  sinceramente  la  impresión  del  momento. 
El  mismo,  como  todos  los  escritores  de  su  género,  rectifica  á  cada 
paso  y  sin  violencia  alguna  lo  que  en  cartas  anteriores  había  consig- 
nado. El  Opus  Epistolarum  es  un  periódico  de  noticias  en  forma 
epistolar,  dividido  en  812  números,  y  no  de  otro  modo  debe  ser 
juzgado.  Más  aparato  histórico  tienen  sus  ocho  Dccadcs  de  Orbe 
novo,  que  fueron  un  libro  de  revelación,  el  primer  libro  por  donde 
la  historia  del  descubrimiento  de  América  vino  á  difundirse  en  Euro- 
pa. La  latinidad  no  era  muy  clásica  que  digamos;  pero  á  pesar  de 
este  defecto,  que  en  aquellos  tiempos   difícilmente  se  perdonaba, 


CAPITULO   XXI  25 

todo  el  público  letrado  de  Italia  devoró  ávidamente  estas  Decadas, 
dando  ejemplo  de  ello  el  mismo  Papa  León  X,  que  las  leía  de  sobre- 
mesa á  su  sobrina  y  á  los  Cardenales.  Pedro  Mártir,  siguiendo  su 
peculiar  instinto,  había  elegido  lo  más  ameno,  lo  más  exótico,  lo 
más  pintoresco  y  divertido  de  aquella  materia  novísima,  detenién- 
dose, no  poco,  en  las  rarezas  de  historia  natural,  en  los  detalles  an- 
tropológicos, y  en  notar  maligna  y  curiosamente  los  ritos,  las  cos- 
tumbres y  supersticiones  de  los  indígenas,  en  aquello  en  que  más 
contrastaban  con  los  hábitos  del  Viejo  Mundo.  Esta  especie  de  cu- 
riosidad científica  realza  sobremanera  su  libro,  además  del  agrado 
de  su  estilo,  incorrectísimo  ciertamente  y  á  veces  casi  bárbaro, 
pero  muy  suelto,  chispeante  é  ingenioso.  Tiene  Pedro  Mártir,  como 
preceptor  y  gramático,  su  importante  representación  en  la  historia 
del  humanismo  español,  y  pudo  escribir  sin  mucha  nota  de  jactan- 
cia, aunque  en  frases  de  pedantesco  y  depravado  gusto,  que  habían 
mamado  la  leche  de  su  doctrina  casi  todos  los  proceres  de  Castilla 
(suxerunt  mea  litteraria  ubera principes  Castellae  fere  omnes),  pero 
cuál  fuese  la  calidad  de  esta  leche,  no  poco  desemejante  de  la  láctea 
libertas  de  Tito  Livio,  lo  están  pregonando  á  voces  los  mismos 
escritos  de  Mártir;  y  ciertamente  que  si  la  severa  disciplina  de  otros 
maestros  indígenas,  como  los  Nebrijas,  Barbosas,  Núñez  y  Verga- 
ras,  no  hubiese  llevado  el  gusto  por  senderos  más  clásicos  que  los 
de  esta  latinidad  viciada  y  barroca,  que  viene  á  ser  el  calco  de  una 
fraseología  moderna,  no  hubiera  emulado  ni  menos  excedido  la 
España  clásica  del  siglo  xvi  los  esplendores  de  la  Italia  del  siglo  xv. 
De  todos  modos,  es  harto  evidente  el  servicio  que  Pedro  Mártir 
hizo  á  la  historia  de  nuestro  más  glorioso  reinado,  para  que  por 
defectos  de  forma  hayamos  de  regatearle  sus  méritos  de  observa- 
dor incansable  y  curioso,  no  menos  que  de  narrador  sensato  y  lúci- 
do. Más  modestos,  aunque  no  menos  positivos,  fueron  los  que  la 
prestó  el  siciliano  Lucio  Marineo,  discípulo  de  Pomponio  Leto,  y 
profesor  en  Salamanca  de  Elocuencia  y  Poesía  latina  desde  1484 
hasta  1496,  en  que  pasó  á  ejercer  su  ministerio  al  aula  regia,  acom- 
pañando luego  al  Rey  Católico  en  su  viaje  á  Ñapóles  (l5°7)  como 
capellán  suyo.  Su  vida,  lo  mismo  que  la  de  Pedro  Mártir,  se  prolongó 
mucho  dentro  del  reinado  de  Carlos  V,  y    lo  permitió  dejar  varios 


26  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

libros  enteramente  consagrados  á  la  ilustración  de  nuestras  cosas, 
con  espíritu  sobremanera  encomiástico,  y  quizá  adulatorio  en  algún 
caso.  Su  correspondencia  familiar  en  diez  y  siete  libros,  menos 
explotada  hasta  ahora  que  la  de  Mártir,  abunda  en  noticias  singu- 
lares para  nuestra  historia  política  y  literaria.  En  ilustrar  los  anales 
de  Aragón,  especialmente  en  el  período  próximo  á  su  tiempo,  fué 
de  los  primeros;  y  siempre  será  consultada  con  utilidad,  aunque  no 
sin  cautela,  la  vasta  enciclopedia  histórico-geográfica  que  tituló  De 
rebus  Hispanice  memorabilibús,  cuyos  primeros  libros,  por  su  traza 
y  por  la  variedad  de  especies  que  en  ellos  se  mezclan,  tienen  mucho 
parecido  con  los  modernos  libros  de  viajes,  así  como  los  últimos 
pertenecen  enteramente  á  la  narración  histórica,  y  conducen  mucho 
para  la  ilustración  de  los  reinados  de  D.Juan  II  de  Aragón  y  de  los 
Reyes  Católicos. 

El  mismo  Marineo  Sículo,  en  una  oración  dirigida  á  Carlos  V, 
nos  dejó  curiosa  conmemoración  de  los  eruditos  españoles  de  su 
tiempo,  contando  entre  ellos  á  sus  propios  discípulos  y  á  los  de 
Pedro  Mártir,  muchos  de  los  cuales  nada  dejaron  impreso,  pero 
cuyo  ejemplo  influyó  mucho  por  la  alta  prosapia  de  los  que  le 
daban.  El  Arzobispo  de  Zaragoza,  D.  Alfonso  de  Aragón,  hijo  bas- 
tardo del  Rey  Católico;  el  Arzobispo  de  Granada,  D.  Francisco  de 
Herrera;  los  Obispos  de  Salamanca  y  Plasencia,  I).  Francisco  de 
Bovadilla  y  D.  Gómez  de  Toledo;  el  futuro  Arzobispo  de  Sevilla  é 
Inquisidor  general,  D.  Alonso  Manrique,  que  en  su  juventud  había 
enseñado  griego  en  Alcalá,  grande  amigo  y  protector  de  Erasmo; 
el  Cardenal  de  Monreal,  D.  Enrique  de  Cardona,  y  su  hermano  don 
Luis,  Obispo  de  Barcelona;  el  Abad  de  Valladolid,  D.  Alfonso  En- 
ríquez,  á  quien  califica  Marineo  de  liitcratissimits  juveuis;  el  Obispo 
de  Osma  Cabrero,  concionator  egregias;  el  Condestable  D.  Pedro 
de  Velasco,  á  quien  Marineo  oyó  explicar  en  el  gimnasio  de  Sala- 
manca, siendo  muy  joven,  las  epístolas  de  Ovidio  y  la  Historia 
natural  de  Plinio;  el  Marqués  de  los  Vélez,  D.  Pedro  Fajardo;  el 
Duque  de  Arcos,  D.  Rodrigo  Ponce  de  León;  el  Marqués  de  Denia, 
D.  Bernardo  de  Rojas  y  Sandoval,  que  emprendió  sexagenario  el 
estudio  de  la  gramática  latina,  y  llegó  á  ser  eminente  en  ella;  el 
doctísimo  Conde  de  Oliva,  D.  Serafín  Centelles;  el  Conde  de  Ten- 


CAPITULO    XXI  27 

dilla,  D.  Iñigo  López  de  Mendoza,  «vir  sapiens  et  litteris  exctdtuss>; 
el  Marqués  de  Tarifa  y  Adelantado  de  Andalucía,  D.  Fadrique  En- 
ríquez  de  Rivera,  gran  conocedor  de  la  historia  antigua,  y  vastago 
de  una  dinastía  de  Mecenas  y  de  cultivadores  de  las  letras  y  de  las 
artes;  Rodrigo  Tous  de  Monsalve,  patricio  hispalense,  lomni  genere 
doctrinae  doctissimus»...  Si  á  todos  estos  nombres  aristocráticos, 
recordados  en  el  discurso  de  Marineo,  se  añaden  los  de  sus  pro- 
pios corresponsales  y  los  de  Pedro  Mártir,  tales  como  el  Duque 
de  Braganza  y  Guimaraens,  D.  Juan  de  Portugal,  D.  Alonso  de 
Silva,  D.  Diego  de  Acevedo,  Conde  de  Monterrós,  D.  García  de 
Toledo  y  D.  Pedro  Girón,  no  podrá  menos  de  formarse  muy  ven- 
tajosa idea  del  ardor  desplegado  por  la  nobleza  española  para  ini- 
ciarse en  la  nueva  cultura,  secundando  el  ejemplo  de  los  Reyes 
Católicos. 

Pero  ni  Pedro  Mártir,  ni  Lucio  Marineo,  ni  los  Geraldinos,  aven- 
tureros literarios  más  ó  menos  brillantes,  preceptores  meramente 
aristocráticos,  hombres  harto  medianos  de  carácter  y  de  inteligen- 
cia, y  en  los  cuales  se  trasluce  siempre  algo  del  advenedizo  y  del 
parásito,  hubieran  podido  extender  la  acción  del  Renacimiento  fue- 
ra del  recinto  cortesano,  si  no  les  hubiese  secundado,  y  en  parte  pre- 
cedido, una  legión  de  humanistas  españoles,  que  con  mayor  celo  y 
desinterés  y  con  más  espíritu  didáctico,  trabajaron  por  difundir  en 
las  escuelas  de  España  la  noción  clásica  que  habían  recogido  en  Ita- 
lia. Lo  primero  era  la  reforma  de  los  métodos  gramaticales,  el  aban- 
dono de  los  antiguos  y  bárbaros  textos,  la  formación  de  los  prime- 
ros vocabularios,  y  la  difusión  de  los  autores  clásicos,  ya  en  su 
original,  ya  en  versiones  más  ó  menos  ajustadas.  Y  es  cierto  que  en 
esta  parte  pocos  pueden  disputar  la  prioridad  de  tiempo  á  Alonso 
de  Palencia,  que  si  no  llegó  á  poseer  la  lengua  griega  (á  pesar  de 
haber  vivido  en  la  domesticidad  del  Cardenal  Bessarion  y  de  haber 
tenido  familiar  trato  con  Jorge  de  Trebisonda  y  otros  doctos  bizan- 
tinos), por  lo  cual  sus  infieles  y  revesadas  traducciones  de  Plutarco 
y  de  Josefo  lograron  muy  poco  aprecio,  mereció  bien  de  las  huma- 
nidades latinas  por  trabajos  estrictamente  filológicos,  que  son  los 
más  antiguos  de  su  genero  en  Castilla:  el  Opus  sinonimorum,  que 
tenía  ya  terminado  en  1472,  y  el  Universal  Vocabulario  en  latín  y 


28  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

romance,  trabajo  de  su  vejez,  emprendido  por  orden  de  la  Reina 
Isabel,  y  dado  á  luz  en  1490,  un  año  antes  del  Diccionario  de  An- 
tonio de  Nebrija,  que  le  lleva  grandes  ventajas  y  que  inmediata- 
mente le  sepultó  en  el  olvido.  Hoy  vive  Palencia  en  la  memoria  de 
las  gentes  más  bien  á  título  de  cronista  que  de  lexicógrafo,  por  más 
que  en  la  latinidad,  vigorosa  y  pintoresca  á  veces,  aunque  crespa  y 
enmarañada,  de  sus  Décadas,  bien  se  trasluzcan  los  esfuerzos  de  su 
autor  para  dominar  la  prosa  clásica,  cuyo  estudio  le  sirvió  para  en- 
sanchar los  lindes  de  la  nuestra  hasta  el  grado  de  relativa  perfección 
que  muestra  la  Batalla  de  los  lobos  y  perros,  y  más  todavía  el  tra- 
tado de  la  Perfección  del  triunfo  militar  (1). 

Pero  los  trabajos  de  Palencia,  si  se  le  considera  meramente  como 
humanista,  no  fueron  más  que  el  preludio  de  los  de  Antonio  de 
Nebrija,  el  extirpador  de  la  barbarie,  el  que  mezcló  (como  cantaba 
el  helenista  Arias  Barbosa)  las  sagradas  aguas  del  Permeso  con  las 
del  Tormes  (2).  «Fué  aquella  mi  doctrina  tan  noble  (decía  el  mismo 
>Nebrija,  con  justo  aunque  poco  disimulado  orgullo),  que  aun  por 
»testimonio  de  los  envidiosos  y  confesión  de  mis  enemigos,  todo 
» aquesto  se  me  otorga:  que  yo  fui  el  primero  que  abrí  tienda  de  la 

»lengua  latina  y  osé  poner  pendón  para  nuevos  preceptos y  que 

»ya  casi  de  todo  punto  desarraigué  de  toda  España  los  Doctrinales, 
»los  Peros  Elias  y  otros  nombres  aun  más  duros,  como  los  Gaiteros, 
»los  Ebrardos,  Pastranas  y  otros  no  sé  qué  apostizos  y  contrahechos 
»gramáticos,  no  merecedores  de  ser  nombrados.  Y  que  si  cerca  de 
»los  hombres  de  nuestra  nación  alguna  cosa  se  habla  de  latín,  todo 
»aquello  se  ha  de  referir  á  mí.  Es,  por  cierto,  tan  grande  el  galar- 

(1)  [Consúltense:  G.  Cirot:  Les  Decades  d' Alfonso  de  Palencia,  en  el  Bulle- 
tin  hispanique  (1909),  tomo  xi,  págs.  425-437. — A  Paz  y  Mélia:  El  cronista 
Alonso  de  Palencia;  Madrid,  1914.  {A.  B.)\ 

^  /  Miscuit  lúe  sacris  Tormi/i  Permessidos  uncus, 

Barbaricum  nostro  rep///it  orbe  genus: 
Primus  et  in  palriam  Phoebum,  doctasqut  sórores 
Non  tdli  tacta  detulit  ante  dio: 
Pegasidumque  ausus  puro  defonte  sacerdos 
Nostra  per  ausonios  orgia  ferré  choros. 

(Esta  elegía  de  Arias  Barbosa  anda  al  principio  de  muchas  ediciones  anti- 
guas de  la  Gramática  de  Nebrija.) 


CAPITULO    XXI  29 

»dón  deste  mi  trabajo,  que  en  este  género  de  letras  otro  mayor  no 
»se  puede  pensar»  (i). 

Nebrija,  en  efecto,  que  tornaba  de  Italia  en  1473,  después  de  una 
residencia  de  diez  años,  y  muchos  antes  que  Pedro  Mártir  ni  Lucio 
Marineo  pensasen  en  venir  á  nuestro  suelo,  traía  como  triunfal  des- 
pojo de  su  largo  viaje,  é  iba  á  difundir  por  medio  de  la  enseñanza, 
primero  en  Sevilla,  después  en  Salamanca  (2)  y  finalmente  en  Al- 
calá, la  última  palabra  de  la  filología  clásica  de  entonces,  es  decir,  el 
método  racional  y  filosófico  de  Lorenzo  Valla,  contrapuesto  al  em- 
pírico y  rutinario  de  los  gramáticos  anteriores.  Su  doctrina,  derra- 
mada en  innumerables  opúsculos,  y  condensada  al  fin  en  su  extensa 
Gramática  (cuya  primera  edición  es  de  1481),  se  alzó  triunfante 
sobre  las  ruinas  del  alcázar  de  la  barbarie,  por  él  abatido  en  desco- 
munal certamen.  Su  nombre  se  convirtió  en  sinónimo  de  gramático, 
y  desde  el  siglo  xvi  hasta  nuestros  días,  los  artes  para  enseñar  la 
lengua  latina  siguieron  intitulándose  con  su  nombre,  aunque  poco 
conservasen  de  su  doctrina,  ni  menos  del  generoso  espíritu  de  alta 
cultura  que  la  informaba.  Casi  nadie,  por  ejemplo  (salvo  Simón 
Abril,  y  éste  muy  tardíamente),  le  siguió  en  lo  que  constituía  la  se- 
gunda parte  de  su  método,  en  lo  que  implicaba  un  apartamiento  de 
la  tendencia  escolástica,  una  dirección  popular.  Si  en  su  volumino- 
sa Gramática,  escrita  para  uso  de  los  maestros,  había  seguido  la  cos- 
tumbre, universal  entonces,  de  exponer  los  preceptos  en  lengua  la- 
tina, no  por  eso  cayó  en  el  absurdo  (triunfante  hasta  el  siglo  pasa- 
do) de  creer  que  fuera  cosa  conveniente,  ni  siquiera  posible,  iniciar 
á  nadie  en  los  rudimentos  de  una  lengua,  valiéndose  de  la  misma 
lengua  que  el  principiante  ignoraba.  Por  eso,  siguiendo  la  alta  ins- 
piración de  la  Reina  Católica,  escribió,  en  romance  contrapuesto 
al  latín,  sus  Introducciones  «para  que  con  facilidad  puedan  aprender 
» todos,  y  principalmente  las  religiosas  y  otras  mujeres  consagradas 
»á  Dios».  De  este  modo  (como  él  decía)  «sacaba  la  novedad  de 
sus  obras  de  la  sombra  y  tinieblas  escolásticas  á  la  luz  de  la  corte». 

(1)     Prefación  de  su   Vocabulario. 

v2/  Spectatrix  aderat  tota  Salmantica  nutro... 

Cum  veni,  vidi,  vid... 

listóla  i  I'<  dro  Mártir.) 


30  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Y  aun  dio  un  paso  más,  y  por  él  le  debe  eterna  gratitud  nuestro 
idioma.  Su  Arte  de  la  Lengua  Castellana,  publicado  casi  providen- 
cialmente el  mismo  año  de  la  conquista  de  Granada  y  del  descu- 
brimiento del  Nuevo  Mundo,  fué  la  primera  gramática  que  de  nin- 
guna lengua  vulgar  se  hubiese  dado  á  la  estampa:  es,  sin  disputa,  el 
más  antiguo  de  todos  los  libros  de  filología  romance. 

Nebrija,  en  igual  ó  mayor  grado  que  cualquier  humanista  italiano 
de  su  tiempo,  renovó  y  amplió  en  su  persona  aquel  enciclopédico 
saber  que  los  antiguos  consideraban  inseparable  de  la  profesión,  en 
otro  tiempo  tan  honrada  é  ilustre,  de  gramático.  Porque  no  sólo  fué 
versado  en  las  lenguas  griega  y  hebrea,  de  las  cuales  sabemos  que 
compuso  también  gramáticas  que  no  han  llegado  á  nuestros  tiem- 
pos, sino  que  abarcó  en  el  círculo  de  sus  estudios  la  interpretación 
de  los  autores,  así  en  la  materia  como  en  la  forma,  lo  cual  le  obligó 
á  hacer  frecuentes  excursiones  al  campo  de  la  teología,  como  lo 
prueban  sus  Quincuagenas;  al  del  derecho,  como  lo  acredita  su 
Lexicón  juris  civilis;  al  de  la  Arqueología,  cuando  estudió  por  pri- 
mera vez  el  circo  y  la  naumaquia  de  Mérida;  al  de  las  ciencias  natu- 
rales, como  editor  de  Dioscórides;  al  de  la  Cosmografía  y  la  Geode- 
sia, y  esto  no  meramente  en  calidad  de  compilador  erudito,  sino 
midiendo,  por  primera  vez  en  España,  un  grado  del  meridiano  te- 
rrestre, como  base  para  la  unidad  de  un  sistema  métrico:  que  á  esto 
y  á  otras  innumerables  cosas  se  extendía  en  el  Renacimiento  la 
ciencia  de  los  llamados  gramáticos.  Y  si  á  esto  se  añade  que  Nebri- 
ja fué  historiador  elegante  (aunque  excesivamente  retórico  y  poco 
original),  de  las  cosas  de  su  tiempo,  y  fué  además  poeta  latino,  de 
sincera  inspiración,  y  no  de  los  fabricantes  de  centones,  para  prue- 
ba de  lo  cual  bastaría  la  hermosa  elegía  que  compuso  al  visitar,  des- 
pués de  muchos  años,  su  patria,  nadie  podrá  dejar  de  ver  en  el  ilus- 
tre maestro  andaluz  la  más  brillante  personificación  literaria  de  la 
Kspaña  de  los  Reyes  Católicos,  puesto  que  nadie  influyó  tanto  como 
él  en  la  general  cultura,  no  sólo  por  su  vasta  ciencia,  robusto  enten- 
dimiento y  poderosa  virtud  asimiladora,  sino  por  su  ardor  propa- 
gandista, á  cuyo  servicio  puso  las  indomables  energías  de  su  carác- 
ter, arrojado,  independiente  y  cáustico.  Gracias  á  ello,  y  á  la  pro- 
tección resuelta  de  la  Reina  Católica  y  de  Cisneros,  pudo  en  toda 


CAPITULO    XXI  31 

ocasión  reivindicar  altamente  los  fueros  de  la  libertad  científica,  y 
proseguir  impertérrito  la  reforma  de  los  estudios,  sin  que  las  fuer- 
zas le  desfalleciesen  aun  en  la  extrema  ancianidad.  Y  todavía  en  su 
lecho  de  muerte,  contemplando  imperfecta  su  obra,  llamaba  con- 
sus  votos  quien  la  completase,  y  repetía  incesantemente  aquel  ver- 
so virgiliano,  que  luego  había  de  recoger  el  Brócense,  considerán- 
dose á  sí  propio  como  el  vengador  invocado  por  Xebrija: 

Exoriare  aliquis  ?iostris  ex  ossibus  ultor. 

A  su  nombre  debe  ir  unido  inseparablemente  el  de  su  grande 
amigo,  y  comprofesor  de  lengua  griega,  el  portugués  Arias  Barbo- 
sa, discípulo  de  Angelo  Policiano.  Poco  dejó  escrito,  y  su  nombre 
fué  eclipsado  muy  pronto  por  el  de  su  más  egregio  discípulo  el 
Comendador  Griego,  Hernán  Núñez;  pero  hay  justicia  en  reconocer 
que  Arias  Barbosa  fué  el  patriarca  de  los  helenistas  españoles,  y  el 
que  en  Salamanca  inauguró  esta  enseñanza,  por  lo  cual  dijo  bien 
Andrés  Resende  en  su  Encomium  Erasmi: 

docuit  ?iam primus  iberos 

Hippocrenaeo  Gratas  componere  voces 
Ore 

Pero  la  Universidad  de  Salamanca,  nacida  en  los  tiempos  medios, 
y  aferrada  todavía  á  la  tradición  escolástica,  debía  presentar,  como 
la  de  París,  larga  resistencia  á  los  humanistas  innovadores,  que  tan 
diverso  sentido  traían  de  la  vida  y  de  la  ciencia.  Por  otra  parte,  el 
régimen  excesivamente  democrático  de  aquellas  aulas,  solía  alejar 
de  ellas  á  profesores  muy  beneméritos.  Una  votación  de  estudian- 
tes en  oposición  á  cátedra  desairó  á  Xebrija,  cargado  de  años  y  de 
méritos,  y  le  obligó  á  trocar  las  aulas  de  Salamanca  por  las  de  Al- 
calá. Esta  Universidad,  creada  de  nueva  planta  por  el  Cardenal  Ji- 
ménez en  1508,  ofrecía  un  asilo  más  hospitalario  á  los  nuevos  es- 
tudios. Su  fundador  había  excluido  de  aquellas  aulas  la  enseñanza 
del  Derecho  civil,  reduciendo  mucho  la  del  canónico.  La  Teología 
continuaba  imperando,  pero  no  ya  en  su  forma  antigua,  dogmática 
y  polémica,  sino  más  bien  en  la  de  estudio  é  interpretación  del 
texto  sagrado,  para  lo  cual  el  conocimiento  de  los  originales  hebreo 


32  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Y  grieg°  Y  e^  trabajo  crítico  de  los  humanistas  eran  preciso  y  nece- 
sario instrumento.  Por  eso  en  el  período  de  gloria  de  la  escuela 
complutense,  que  abarca  los  primeros  sesenta  años  de  su  vida,  se 
cultivaron  en  ella  con  igual  amor  la  antigüedad  profana  y  la  sagra- 
da (i).  Allí  brillaron  simultáneamente  el  cretense  Demetrio  Ducas, 
maestro  de  lengua  griega;  los  hebraizantes  conversos  Alfonso  de 
Zamora,  Pablo  Coronel  y  Alfonso  de  Alcalá;  los  dos  hermanos  Ver- 
garas,  traductor  el  uno  de  Aristóteles  y  el  otro  de  Heliodoro,  y 
autor  de  la  más  antigua  gramática  griega  compuesta  en  España,  que 
fué  al  mismo  tiempo  una  de  las  más  difundidas  en  Europa  durante 
aquel  siglo;  el  toledano  Lorenzo  Balbo  de  Lillo,  á  quien  se  debieron 
correctas  ediciones  de  Valerio  Flaco  y  Quinto  Curcio;  el  reforma- 
dor filosófico  Hernán  Alfonso  de  Herrera,  primero  que  osó  levantar 
la  voz  contra  los  peripatéticos  en  su  Disputación  de  ocho  levadas  con- 
tra Aristótil  y  sus  secuaces,  precediendo,  no  sólo  á  las  tentativas  de 
Pedro  Ramus,  sino  á  las  del  mismo  Luis  Vives;  Diego  López  de 
Stúñiga,  docto  y  acérrimo  contradictor  de  Erasmo;  Mateo  Pascual, 
fundador  del  Colegio  Trilingüe;  Pedro  Ciruelo,  que  hermanó  el  es- 
tudio de  las  Matemáticas  con  el  de  la  Teología.  De  las  cuarenta  y 
dos  cátedras  que  el  Cardenal  estableció,  seis  eran  de  gramática  lati- 
na, cuatro  de  otras  lenguas  antiguas,  cuatro  de  retórica  y  ocho  de 
artes,  ó  sea  de  filosofía.  Erasmo  reconoce  y  pondera  en  muchas  par- 
tes el  esplendor  científico  de  Compluto,  de  la  cual  dice  que  con 
más  razón  podía  llamarse  tcocvtiaoutov,  por  ser  rica  en  todo  género 
de  sabiduría. 

La  grande  obra  de  aquellos  egregios  varones  fué  la  Políglota 
C  omplutetise,  monumento  de  eterna  gloria  para  España,  sean  cuales 
fueren  sus  defectos,  enteramente  inevitables  entonces;    obra   que 

(i)  Este  carácter  distintivo  cíe  la  Universidad  de  Alcalá  en  la  que  pode- 
mos llamar  su  edad  de  oro,  fue  perfectamente  expresado  por  Erasmo 
(ep.  755):  Academia  Complutensis  non  aliunde  celebritatem  nominis  aaspicata  est 
ijuam  a  complectcndo  linguas  ac  bonas  liiieras. 

[Consúltense,  acerca  de  Lebrija  y  la  Universidad  de  Alcalá:  P.  Lemus  y 
Rubio:  El  maestro  Elio  Antonio  de  LcbrLxa,  1  (en  Revue  Hispanique,  1910);  A.  de 
la  Torre  y  del  Cerro:  La  Universidad  de  Alcalá;  dalos  para  su  historia;  Ma- 
drid, 1910.  (A.  B.)] 


CAPITULO   XXI  33 

hace  época  y  señala  un  progreso  en  la  lectura  del  texto  bíblico,  y 
que  era  en  su  línea  el  mayor  esfuerzo  que  desde  las  Hexaplas  de 
Orígenes  se  había  intentado  en  el  mundo  cristiano.  La  Políglota  se 
hizo  incluyendo,  además  del  texto  hebreo,  el  griego  de  los  Setenta, 
el  Targum  caldaico  de  Onkelos  (sólo  para  el  Pentateuco),  uno  y  otro 
con  traducciones  latinas  interlineales,  y  la  Vulgata.  Llena  los  cua- 
tro primeros  tomos  el  Antiguo  Testamento;  el  quinto  (que  fué  el 
primero  en  el  orden  de  la  impresión)  está  dedicado  al  Testamento 
Nuevo  (texto  griego  y  latino  de  la  Vulgata),  y  el  sexto  es  de  gra- 
máticas y  vocabularios  (hebreo,  caldeo  y  griego).  Los  trabajos  pre- 
paratorios duraron  diez  años.  A  los  artífices  de  este  monumento  los 
hemos  nombrado  ya:  la  parte  hebrea  corrió  á  cargo  de  los  tres 
judíos  conversos,  siendo  de  Alfonso  de  Zamora  la  gramática;  en  la 
parte  griega  trabajaron  el  cretense  Ducas,  Vergara,  el  Pinciano 
(Hernán  Núñez),  y  algo  Antonio  de  Nebrija,  que  más  bien  intervi- 
no en  la  corrección  de  la  Vulgata.  Códices  hebreos,  los  había  con 
abundancia  en  España,  y  de  mucha  antigüedad  y  buena  nota,  pro- 
cedentes de  nuestras  sinagogas,  donde  siempre  se  había  conservado 
floreciente  la  tradición  rabínica.  Tampoco  faltaban  buenos  ejempla- 
res latinos;  pero  no  los  había  griegos,  y  hubo  que  pedirlos  al  Papa 
León  X,  que  facilitó  liberalmente  los  de  la  Vaticana,  que  fueron 
enviados  en  préstamo  á  Alcalá,  como  expresamente  dice  el  Carde- 
nal en  la  dedicatoria,  y  no  copiados  en  Roma,  por  más  que  así  lo 
indique  su  biógrafo  Quintanilla.  Para  fundir  los  caracteres  griegos, 
hebreos  y  caldeos,  nunca  vistos  en  España,  y  hacer  la  impresión, 
vino  Arnao  Guillen  de  Brocar,  y  en  menos  de  cinco  años  (¡celeridad 
inaudita,  dadas  las  dificultades!)  se  imprimió  toda  la  Biblia,  cuyos 
gastos  ascendieron,  según  Alvar  Gómez,  á  cincuenta  mil  escudos  de 
oro,  cantidad  enorme  para  entonces.  La  impresión  estaba  acabada 
en  1517,  pocos  meses  antes  de  la  muerte  del  Cardenal;  pero  no 
entró  en  circulación  hasta  1520,  de  cuya  fecha  es  el  Breve  apostó- 
lico de  León  X,  autorizándola,  «por  juzgar  indigno  que  tan  excelen- 
te obra  permanezca  por  más  tiempo  en  la  obscuridad».  El  texto 
griego  del  Nuevo  Testamento,  impreso  desde  1 5 14,  antes  que  otra 
cosa  alguna  de  la  obra,  tiene  la  gloria  de  ser  el  primero  que  apare- 
ció en  el  mundo,  anterior  en  dos  años  al  de  Erasmo,  cuya  primera 

Menkndez  y  Pei.ato. — Poesía  castellana.  III.  ■> 


34  HISTORIA  DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

edición  es  de  1 516.  Erasmo  y  los  complutenses  trabajaron  con  en- 
tera independencia,  y  el  merecimiento  de  los  unos  en  nada  debe 
perjudicar  al  del  otro.  A  decir  verdad,  ambos  textos  adolecen  de 
no  leves  defectos,  como  fundados  en  códices  relativamente  moder- 
nos, y  todos  de  la  familia  bizantina.  ¿Quién  ha  de  pedir  á  aquellas 
ediciones  del  siglo  xvi,  primeros  vagidos  de  la  ciencia  filológica,  la 
exactitud  y  el  esmero  que  en  nuestros  días  ha  podido  dar  á  las  su- 
yas Tischendorf,  sobre  todo  después  del  hallazgo  del  códice  Sinaí- 
tico?  Erasmo  tuvo  que  valerse  de  algunos  códices  de  Basilea  muy 
medianos;  muchas  veces  corrigió  su  texto  por  el  de  la  Vulgata,  y 
-  en  la  cuarta,  quinta  y  sexta  de  sus  ediciones,  introdujo  algunas  en- 
miendas tomadas  de  la  Complutense. 

Pocos  príncipes  han  igualado  á  Cisneros  en  esplendidez  como  Me- 
cenas y  como  protector  del  arte  tipográfico.  Además  de  la  Políglo- 
ta, publicó  á  sus  expensas  el  Misal  y  el  Breviario  Mozárabes,  res- 
taurando en  parte  aquella  antigua  liturgia;  las  Epístolas  de  Santa- 
Catalina  de  Sena,  la  Escala  de  San  Juan  Clímaco,  las  Meditaciones 
del  Cartujano,  y  otros  muchos  libros  de  devoción,  que  repartió  por 
los  conventos  de  monjas;  el  Tostado  sobre  Ensebio,  y  luego  las  obras 
todas  del  Tostado;  mucha  parte  de  las  de  Raimundo  Lulio,  á  cuya 
doctrina  tenía  especial  afición,  interviniendo  en  las  ediciones  los  fa- 
mosos lulianos  Nicolás  de  Paz  y  Alonso  de  Proaza;  la  Agricultura 
de  Gabriel  Alonso  de  Herrera,  que  repartió  entre  los  labradores,  y 
las  obras  de  Medicina  de  Avicena.  Tenía,  finalmente,  pensado  hacer 
una  edición  greco-latina  esmeradísima  de  todas  las  obras  de  Aristó- 
teles, empresa  tan  monumental  en  su  género  como  la  Políglota, 
pero  murió  antes  de  ver  acabados  los  trabajos.  Parte  de  ellos,  en 
especial  los  de  Juan  de  Vergara,  todavía  se  conservan  entre  las  pre- 
ciosas reliquias  de  la  Biblioteca  Complutense. 

Pero  no  es  del  caso  detenernos  á  tejer  los  anales  de  aquella  famo- 
sa escuela,  que  además,  por  lo  que  toca  á  su  período  más  brillante, 
fueron  dignamente  ilustrados  por  Alvar  Gómez  de  Castro  en  su 
vida  latina  del  Cardenal,  y  por  Alfonso  García  Matamoros  en  su 
clásica  oración  Pro  adserenda  hispanorum  eruditionc.  Por  otra  parte, 
sería  ya  traspasar  los  límites  cronológicos  de  este  reinado  el  asistir 
á  la  formación  del  grupo  erasmista,  cuyo  corifeo  en  Alcalá  fué  el 


CAPITULO   XXI  35 

abad  Pedro  de  Lerma;  ni  menos  enumerar  los  elegantes  escritos 
con  que  ya  en  prosa,  ya  en  verso,  comenzaban  á  renovar  la  facun- 
dia del  antiguo  Lacio  Alvar  Gómez,  señor  de  Pioz,  Juan  Sobrarías, 
Juan  Pérez,  que  latinizó  su  apellido  llamándose  Petreyo,  Juan  Mal- 
donado,  y  otros  muchos  humanistas,  cuyos  mejores  trabajos  perte- 
necen al  reinado  siguiente.  Baste  decir  que,  en  el  primer  tercio  del 
siglo  xvi,  la  cultura  greco-latina  no  se  encerraba  ya  en  los  centros 
universitarios,  sino  que  muchos  profesores  privados,  algunos  de  ellos 
eminentes,  la  difundían  por  todas  las  ciudades  y  villas  de  alguna 
consideración  de  Castilla  y  Andalucía;  en  Segovia,  Juan  Oteo,  maes- 
tro de  Andrés  Laguna;  en  Soria,  el  Bachiller  Pedro  de  Rúa,  ingenioso 
censor  de  las  ficciones  de  Fr.  Antonio  de  Guevara;  en  Valladolid  y 
en  Olmedo,  Cristóbal  de  Villalón;  en  Toledo,  Alfonso  Cedillo, 
maestro  de  Alejo  de  Venegas;  en  Calahorra,  el  Bachiller  de  la  Pra- 
dilla;  en  Santo  Domingo  de  la  Calzada,  Pedro  Lastra;  en  Sevilla, 
Diego  de  Lora  y  Cristóbal  de  Escobar,  dignos  precursores  de  los 
Malaras,  Medinas  y  Girones;  en  Granada,  Pedro  Mota;  en  Écija,  un 
cierto  Andrés,  á  quien  por  excelencia  llamaron  el  Griego.  ¿Qué  más? 
El  estudio  de  las  humanidades  formó  parte  integrante  de  la  cultura 
femenil  más  aristocrática  y  exquisita;  y  en  las  cartas  de  Lucio  Ma- 
rineo, y  en  el  Gynecaeiun  Hispanae  Miuervae,  que  compiló  D.  Ni- 
colás Antonio,  viven,  juntamente  con  el  nombre  de  La  Latina,  los 
de  Doña  Juana  Contreras,  Isabel  de  Vergara,  Antonia  de  Xebrija, 
la  Condesa  de  Monteagudo,  Doña  María  Pacheco,  Doña  Mencía  de 
Mendoza,  marquesa  de  Zenete,  y  otras  doctas  hembras,  de  una  de 
las  cuales,  por  lo  menos  (Doña  Lucía  de  Medrano),  consta,  por  re- 
lación de  Marineo,  el  cual  habla  como  testigo  ocular,  que  tuvo  cá- 
tedra pública  en  la  Universidad  de  Salamanca,  dedicándose  á  la  ex- 
planación de  los  clásicos  latinos.  Y  no  hay  duda  que  el  grado  de 
educación  de  la  mujer,  cuando  es  verdadero  cultivo  del  espíritu  y 
no  pedantesca  ostentación,  suele  ser  el  indicio  más  seguro  del  punto 
de  civilización  alcanzado  por  un  pueblo. 

A  esta  rápida  difusión  del  saber  contribuyó  en  gran  manera  la 
prodigiosa  invención  de  la  imprenta,  que  precisamente  entró  en  Es- 
paña el  mismo  año  en  que  comenzaron  á  imperar  los  Reyes  Católi- 
-cos.  De  1474  á  1475  datan  las  más  antiguas  impresiones  de  Valen- 


36  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

cia  (el  Certamen  poetich,  el  Comprehensorintn,  el  Salustio...),  ciudad 
que  tiene  la  gloria  de  haber  precedido  á  todas  las  de  España,  en  ésta 
como  en  otras  manifestaciones  de  la  cultura  (i).  Siguiéronla  inme- 
diatamente las  otras  dos  capitales  de  la  Corona  de  Aragón,  Barce- 
lona y  Zaragoza,  y  entre  las  ciudades  de  los  dominios  castellanos 
Sevilla,  en  14/6;  Salamanca,  en  I480;  Zamora,  en  1482;  Toledo, 
en  1483;  Burgos,  en  1485;  Murcia,  en  1487.  En  Lisboa  existía  por 
lo  menos  tipografía  hebrea,  desde  1485.  Durante  el  resto  de  aquel 
siglo,  la  imprenta  se  extiende,  no  sólo  á  las  ciudades  de  Lérida,  Ge- 
rona, Tarragona,  Pamplona,  Valladolid  y  Granada,  sino  á  los  mo- 
nasterios de  Miramar  en  Mallorca  (1485)  y  Monserraten  Cataluña,, 
y  á  la  villa  de  Monterrey  en  Galicia.  Pasman  el  número  y  variedad 
de  impresiones  de  estos  veintiséis  años,  el  primor  y  aun  la  esplen- 
didez de  muchas  de  ellas,  la  abundancia  relativa  de  obras  en  lengua 
vulgar,  alternando  con  las  latinas,  así  clásicas  como  escolásticas.  Y 
son  monumentos  de  la  sabiduría  legislativa  y  del  generoso  espíritu 
de  este  reinado,  las  varias  disposiciones  encaminadas  á  favorecer 
la  publicación  y  venta  de  libros,  comenzando  por  la  memorable 
Carta-orden  de  25  de  Diciembre  de  1477,  dirigida  á  la  ciudad 
de  Murcia,  mandando  que  Teodorico  Alemán,  impresor  de  libros 
de  molde  en  estos  reinos,  sea  franco  de  pagar  alcabalas,  almoja- 
rifazgo ni  otros  derechos,  por  ser  uno  de  los  principales  invento- 
res y  factores  del  arte  de  hacer  libros  de  molde,  y  exponerse  á 
muchos  peligros  de  la  mar,  por  traerlos  á  España  y  ennoblecer 
con  ellos  las  librerías.  En  24  de  Diciembre  de  1489  vemos  otor- 
gada igual  franquicia  al  librero  Antón  Cortés  Florentín,  y  en  12  de 

(1)  El  opúsculo  barcelonés  que  lleva  el  título  de  Pro  condenáis  orationi- 
bus  y  la  fecha  de  1468,  no  es  un  libro  apócrifo,  pero  es  evidentemente  un 
libro  que  tiene  la  fecha  equivocada  por  lo  menos  en  veinte  años,  como  lo 
persuaden  todas  sus  circunstancias  tipográficas.  Es  lástima  que  un  patriotis- 
mo local  mal  entendido,  eternice  este  error  y  otros  en  la  historia  de  nuestra 
Tipografía,  como  acontece  con  los  libros  impresos  en  Tolosa,  que  indisputa- 
blemente son  de  Tolosa  de  Francia,  y  no  de  la  modesta  villa  guipuzcoana 
del  mismo  nombre. 

[Según  cierto  documento  hallado  por  D.  M.  Serrano  y  Sanz  (Arte  Español, 
revista,  tomo  1,  años  1914  —  19 15),  los  primeros  libros  españoles  salieron  de 
las  prensas  zaragozanas.  (A.  £.)]. 


CAPITULO    XXI  37 

Diciembre  de  1502  á  Melchor  Garricio  de  Novara,  librero  de 
Toledo. 

Merced  á  este  desarrollo  de  la  imprenta,  se  salvó  en  su  mayor 
parte  la  producción  literaria  de  este  tiempo,  que  quizá  por  eso  pa- 
rece más  considerable  que  la  de  épocas  anteriores.  Abundan  en 
-ella,  como  habían  abundado  en  la  corte  literaria  de  D.  Juan  II,  las 
traducciones  de  libros  clásicos,  predominando  entre  ellos  los  de  his- 
toria: el  Plutarco  y  el  Josefo,  de  Alonso  de  Palencia;  el  Apiano,  de 
Alonso  Maldonado,  y  el  de  Juan  de  Molina;  el  Julio  César,  de  Die- 
go López  de  Toledo;  el  Salustio,  de  Vidal  de  Noya;  el  Tito  Livio, 
de  Fr.  Pedro  de  Vega;  el  Herodiano •,  de  Hernando  de  Flores;  el 
Quinto  Curdo,  catalán,  de  Fenollet,  y  el  castellano  de  Gabriel  de 
Castañeda;  el  Frontino,  de  Diego  Guillen  de  Avila.  De  poetas  de  la 
antigüedad,  se  tradujeron  las  Metamorfosis  de  Ovidio,  al  catalán,  por 
Francisco  Alegre,  y  al  castellano  por  un  anónimo,  cuya  versión  es 
diversa  de  la  del  Cardenal  Mendoza;  las  Bucólicas  de  Virgilio,  por 
Juan  del  Enzina,  que  fué  el  primero  en  abandonar  la  prosa  mala- 
mente usada  hasta  entonces  para  la  interpretación  de  los  poetas; 
algunas  sátiras  de  Juvenal,  por  D.  Jerónimo  de  Villegas,  prior  de 
Covarrubias.  Y  entre  otras  obras  de  pasatiempo  y  amenidad,  pasó  á 
nuestra  lengua  El  asno  de  oro,  de  Apuleyo,  castellanizado  con  mu- 
cho donaire  y  viveza  de  estilo  por  Diego  López  de  Cortegana,  ar- 
cediano de  Sevilla.  No  hay  para  qué  proseguir  un  catálogo  que  en 
este  lugar  resultaría  indigesto.  Pero  no  podemos  omitir  que  el  pre- 
dominio de  la  literatura  italiana,  tan  vivo  en  todo  aquel  siglo  y  en 
el  siguiente,  se  manifiesta  en  obras  tales  como  el  Infierno,  de  Dante, 
traducido  en  coplas  de  arte  mayor  por  el  arcediano  de  Burgos 
Pedro  Fernández  de  Villegas;  un  Decamerone  de  intérprete  anóni- 
mo, pero  muy  digno  de  que  su  nombre  se  supiera;  y  varias  ver- 
siones totales  ó  parciales  de  los  Triunfos  del  Petrarca,  por  Alvar 
Gómez  de  Ciudad  Real,  Antonio  de  Obregón  y  otros,  aunque  nin- 
guno de  ellos  se  atreva  todavía  á  remedar  el  metro  del  original,  y 
prosigan  fieles  á  la  antigua  versificación  castellana. 

También  entre  las  producciones  originales  se  aventajan  en  nú- 
mero, y  por  lo  común  en  calidad,  las  históricas,  que  habían  sido  el 
nervio  de  nuestra  literatura  durante  todo  aquel  siglo.  Y  á  la  vez  que 


38  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

en  algunos  narradores  oficiales  de  sucesos  contemporáneos  y  bió- 
grafos de  claros  varones,  como  Hernando  del  Pulgar,  formado  en  la 
escuela  de  Fernán  Pérez  de  Guzmán  y  del  Canciller  Ayala,  es  pa- 
tente la  tendencia  á  la  observación  moral,  y  junto  con  ella  la  apro- 
ximación á  los  modelos  clásicos,  que  el  autor  procura  remedar  in- 
tercalando en  el  proceso  de  su  relación  largas  epístolas  y  arengas, 
que  indirectamente  revelan  su  pensamiento  político;  en  otros  más 
apartados  de  esta  dirección  erudita,  persiste  en  lo  esencial  el  carác- 
ter de  la  historiografía  de  los  tiempos  medios,  como  es  de  ver  en 
Andrés  Bernáldez,  cura  de  Los  Palacios,  el  cual,  así  como  fué  el  úl- 
timo de  nuestros  cronistas,  propiamente  tales,  vino  á  resultar  el 
más  ameno  y  sabroso  de  todos  ellos,  tanto  por  la  grandeza  é  inte- 
rés cuasi  novelesco  de  las  cosas  que  registra  y  que  en  parte  viór 
cuanto  por  haber  sabido  unir  á  la  amable  ingenuidad  y  á  la  brillan- 
tez pintoresca  de  los  antiguos  narradores  cierta  lucidez,  cierto  mé- 
todo y  espíritu  de  curiosa  indagación  y  arte  de  distribuir  y  compo- 
ner la  materia,  que  ellos  no  solían  tener. 

Con  la  historia  de  aquellos  tiempos  se  dan  la  mano,  y  contribu- 
yen á  ilustrarla  en  gran  manera,  ciertas  manifestaciones,  directas  ó 
indirectas,  de  la  elocuencia  política,  ya  en  razonamientos  que  á 
veces  no  tienen  traza  de  invención  retórica,  como  el  de  Gómez: 
Manrique  al  pueblo  de  Toledo,  ó  el  de  Alonso  de  Quintanilla  pro- 
poniendo el  establecimiento  de  las  Hermandades;  ya  en  opúsculos 
de  circunstancias,  escritos  á  veces  con  tan  libre  espíritu  y  sentido 
tan  democrático  como  el  llamado  Libro  de  los  pensamientos  varia- 
bles., que  viene  á  ser  dura  acusación  contra  las  tiranías  de  la  noble- 
za y  la  opresión  de  los  labradores.  Ni  en  otro  género  que  en  el  ora- 
torio podremos  incluir,  aunque  no  conste  que  fuesen  públicamente 
recitados  nunca,  la  mayor  parte  de  los  tratados  del  Dr.  Alonso  Or- 
tiz,  que  en  medio  del  aparato  escolar  y  á  veces  pedantesco,  tiene 
arranques  sublimes  de  sentimiento  patriótico  en  la  oración  gratula- 
toria dirigida  á  los  Reyes  Católicos  después  de  la  conquista  de  Gra- 
nada. De  Fr.  Hernando  de  Talavera,  como  de  otros  grandes  orado- 
res sagrados,  queda  más  bien  el  recuerdo  de  sus  obras  vivas  que  de 
sus  palabras  muertas;  pero  todavía  sus  libros  de  moral  doméstica 
conservan   algún   reflejo   del   alma   de   aquel    apostólico   varón,  al 


CAPITULO    XXI  39 

mismo  tiempo  que  aprovechan  para  el  estudio  de  las  costumbres 
de  su  tiempo. 

En  lo  didáctico,  la  lengua  comenzaba  á  ser  aplicada  á  las  mate- 
rias más  diversas.  Villalobos,  inspirándose  en  el  Cántico  de  Avice- 
na,  exponía  en  romance  trovado,  llana  y  popularmente,  el  compen- 
dio de  los  conocimientos  médicos  de  su  edad,  y  abría  nuevos  rum- 
bos á  la  ciencia  en  la  sección  que  trata  de  las  pestíferas  bubas, 
monografía  ponderada  como  dechado  de  observación  por  los  sifilió- 
grafos  más  recientes.  Hernán  Alonso  de  Herrera  lanzaba  en  idioma 
vulgar  el  primer  grito  de  rebelión  contra  Aristóteles,  y  un  deudo 
suyo  ennoblecía  las  labores  del  campo,  exponiéndolas  por  modo  tan 
elegantísimo,  que  hubiera  puesto  envidia  al  mismo  Columela. 

Las  flores  de  la  imaginación  engalanaron  este  robusto  tronco,  y 
si  no  nació  entonces  la  novela  española,  ni  entonces  llegó  tampoco 
á  su  apogeo,  todavía  hay  que  contar  entre  los  timbres  literarios  de 
este  período  la  redacción  definitiva  del  Amadís  de  Gaula;  la  con- 
cepción sentimental  y  casi  wertheriana  de  la  Cárcel  de  Amor,  de 
Diego  de  San  Pedro;  la  tentativa  histórico-novelesca  de  la  Cuestión 
de  Amor;  y  allá  á  lo  lejos,  no  como  forma  intermedia  entre  el  dra- 
ma y  la  novela,  sino  como  obra  esencialmente  dramática,  que  anun- 
cia y  prepara  un  arte  nuevo,  la  Tragicomedia  de  Calisto  y  Melibea, 
con  su  serenidad  de  mármol  clásico,  levantado  como  piedra  milia- 
ria entre  la  Edad  Media  y  el  Renacimiento. 

Antes  de  exponer  lo  que  la  poesía  lírica  fué  en  este  reinado,  for- 
zoso era  dar  razón  del  ambiente  moral  y  literario  en  que  los  poetas 
vivieron.  No  pasan  en  vano  tantas  y  tales  cosas  delante  de  los  ojos 
de  los  hombres  en  tan  corto  número  de  años,  ni  es  posible  que  la 
fibra  poética  deje  de  estremecerse  al  contacto  de  una  realidad  tan 
poderosa.  Y  aunque  en  general  pueda  decirse  que  los  poetas  de 
aquella  generación,  como  deslumhrados  por  aquella  misma  efusión 
de  luz  que  por  todas  partes  les  penetraba,  no  acertaron  sino  rara 
vez  á  expresar  digna  y  adecuadamente  lo  que  sentían,  dejando  re- 
servada esta  tarea  para  sus  inmediatos  sucesores;  todavía  importa 
saber  en  qué  grado  y  medida  concurrieron  al  movimiento  civiliza- 
dor que  bajo  el  cetro  de  la  Reina  Católica  se  desarrolla,  y  que  es 
la  introducción  necesaria  á  las  grandezas  del  siglo  xvi.  Vivían  aún 


4-0  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

en  este  reinado  y  durante  él  escribieron  algunas  de  sus  princi- 
pales composiciones,  la  may-or  parte  de  los  poetas  del  reinado  an- 
terior, Antón  de  Montoro,  Alvarez  Gato,  Pero  Guillen  de  Se- 
govia,  los  dos  Manriques,  cuyas  obras  conocemos  ya.  Pertene- 
cen más  peculiarmente  á  esta  época  los  franciscanos  Fr.  Iñigo 
de  Mendoza  y  Fr.  Ambrosio  Montesino,  el  cartujano  D.  Juan  de 
Padilla,  el  músico  y  poeta  Juan  del  Enzina,  el  procer  aragonés  don 
Pedro  Manuel  de  Urrea,  el  panegirista  de  la  Reina  Católica  Diego 
Guillen  de  Avila;  innumerables  versificadores  del  Cancionero  Gene- 
ral, entre  los  cuales  logran  mayor  nombradía  Cartagena,  Garci- 
Sánchez  de  Badajoz,  Rodrigo  de  Cota  y  Diego  de  San  Pedro;  un 
grupo  numeroso  de  ingenios  portugueses  del  Cancionero  de  Reséñ- 
ele, que  cultivan  indiferentemente  la  lengua  patria  y  la  castellana,  y 
algunos  catalanes  y  valencianos  que  también  comienzan  á  ser  bilin- 
gües. En  el  examen  analítico  que  vamos  á  hacer  de  toda  esta  varia 
y  confusa  producción  poética,  en  la  cual  hay  muy  pocas  cosas  de 
primer  orden,  notaremos  la  persistencia  de  ciertos  rasgos  propios 
de  la  literatura  del  siglo  xv:  el  imperio  de  la  alegoría  dantesca,  la 
tendencia  moral  didáctica  y  sentenciosa;  y  advertiremos  al  propio 
tiempo  síntomas  de  novedad  y  de  transformación,  si  no  en  los  me- 
tros, en  el  espíritu;  maridaje  frecuente  de  lo  vulgar  con  lo  erudito, 
desarrollo  visible  de  los  elementos  musicales  del  lenguaje,  y  un 
lento  infiltrarse  de  la  canción  popular  en  la  lírica  cortesana,  que 
hasta  entonces  la  había  desdeñado. 


CAPITULO   XXII 

[LA  POESÍA   RELIGIOSA   EN  TIEMPO   DE   LOS   REYES   CATÓLICOS. FRAY  IÑIGO 

DE    MENDOZA:     SU    VIDA     Y    SUS     OBRAS  J     LA     Vita    Ckristi\     ROMANCES    Y 

villancicos;  escenas  dramáticas  del  poema;  COMPOSICIONES  políticas 

DE    FRAY    ÍÑIGO.- — FRAY    AMBROSIO     MONTESINO;    SUS    OBRAS ;     EL     CdílCtO- 

nero  de  montesino;  influencia  en  él  de  la  tradición  franciscana 
y  especialmente  del  beato  jacopone  de  todi;  transfusión  de  la 
poesía  popular  en  la  artística. — el  Cancionero  de  juan  de  luzón. — 

FRAY  HERNANDO  DE  TALAYERA] . 


La  poesía  religiosa,  en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos,  está  repre- 
sentada especialmente  por  dos  franciscanos,  Fr.  Iñigo  de  Mendoza 
y  Fr.  Ambrosio  Montesino,  y  por  un  monje  cartujo,  Juan  de  Padi- 
lla. Los  dos  primeros  conservan  muchos  rasgos  de  la  poesía  tradi- 
cional de  su  orden,  y  en  el  segundo,  sobre  todo,  es  visible  la  in- 
fluencia de  los  Cánticos  Espirituales  del  Beato  Jacopone  de  Todi, 
así  en  la  expresión  popular  de  los  afectos  místicos,  como  en  lo  can- 
doroso y  enérgico  de  la  sátira  moral. 

Poco  sabemos  de  la  vida  de  Fr.  Iñigo  de  Mendoza  (i),  homónimo 
del  Marqués  de  Santillana.  Su  apellido  induce  á  creer  que  estaba 
unido  con  la  casa  del  Infantado  por  algún  género  de  parentesco  le- 
gítimo ó  ilegítimo,  ó  meramente  por  adopción  en  el  bautismo,  y 
deudo  espiritual.  Quizá  fuera  judío  converso  y  habría  tomado  al 
bautizarse  el  nombre  de  su  padrino,  como  era  costumbre  en  aque- 
llos tiempos.  Las  noticias  que  tenemos  de  este  fraile  menor  no  le 
presentan  como  muy  rígido  observante,  sino  más  bien  como  uno  de 

(i)  López  de  Mendoza  le  llaman  Amador  de  los  Ríos  y  otros,  pero  no  en- 
cuentro el  López  en  ninguna  de  las  ediciones  antiguas  de  su  Cancionero. 


42  HISTORIA   DE    LA   POESÍA   CASTELLANA 

aquellos  conventuales  aseglarados  á  quienes  tuvo  que  reformar,  con 
tanta  contradicción  y  lucha,  el  gran  Cisneros.  Vemos  al  Fr.  Iñigo 
muy  introducido  en  palacio,  festejado  de  los  cortesanos  por  su  ta- 
lento poético,  y  envuelto  al  parecer  en  galanteos,  muy  ocasionados 
y  pecaminosos.  Dos  largas  composiciones  hay  en  el  Cancionero  Ge- 
neral (núms.  814  y  815))  destinadas  únicamente  á  zaherirle  por  su 
gala  y  atildamiento,  impropios  de  un  religioso,  y  por  su  afición  á 
los  placeres  mundanos.  Un  obscuro  trovador,  llamado  Vázquez  de 
Palencia,  endereza  ciertas  coplas  á  su  amiga  porque  le  envió  á  pedir 
la  obra  de  «  Vita  Christh,  que  era,  como  adelante  veremos,  el  más 
sólido  fundamento  de  la  reputación  poética  de  Fr.  Iñigo;  y  aprove- 
cha la  ocasión  para  decir  del  fray  le  revolvedor  y  afortunado  en  amo- 
res, las  siguientes  lindezas,  y  otras  que  por  brevedad  omito: 

Este  religioso  santo, 
Metido  en  vanos  plazeres, 
Es  un  lobo  en  pardo  manto: 
¿Cómo  entiende  y  sabe  tanto 
Del  tracto  de  las  mujeres? 

Tiene  los  ojos  por  suelo 
Con  muy  falsa  ypocresía, 
Y  con  esto  haze  vuelo: 
Que  todo  viene  al  señuelo 
De  su  gentil  fantasía. 


Que  no  penséys  por  las  ramas, 
Mas  antes  dentro  en  el  bayle, 
Vi  de  sus  perversas  ramas, 
En  afeytes  de  las  damas 
Quál  el  diablo  puso  al  fraile. 


Otro  galán,  descontento  también  del  lindo  frayle  de  palacio,  le 
increpa  en  estos  términos,  con  acusaciones  todavía  más  graves  y 
directas: 

Discreto  Frayle,  señor, 
Ya  callar  esto  no  puedo, 
Porque  amores  dan  dolor 
Á  vos  que  serie  mejor 
Cantar  bajo  vuestro  Credo... 


CAPITULO   XXII  43 

Que  el  amor  del  como  vos, 
Frayle  profeso  y  benigno, 
Todo  deve  estar  con  Dios, 
No  querelle  traer  en  pos 
De  quien  tuerce  tal  camino. 

Amor  de  ser  el  primero 
A  vuestras  oras  venir 
Mucho  presto  y  muy  ligero; 
Amor  de  ser  postrimero 
Del  monesterio  sallir; 

No  el  primero  de  los  moles 
C071  damas  que  dan  deseo, 
Envidar,  tener  sus  cotes; 
Las  razones  sin  dar  botes 
Rechazarlas  de  boleo. 


Amor  de  traer  cilicio, 
Amor  de  gran  abstinencia, 
Amor  de  hazer  servicio 
Al  señor  del  beneficio, 
Amor  de  buena  conciencia. 

Amor  en  siempre  rezar 
Las  horas  devotamente; 
Amor  de  muy  bien  guardar 
Vuestra  regla  sin  errar; 
Amor  de  ser  obediente: 

No  guardar  mirar  por  dónde 
Hablares  la  dama  vuestra... 

No  por  gracia  el  cecear 
Contrahaciendo  el  galán; 
No  el  reyr,  no  el  burlar, 
No  de  muy  contino  estar 
Do  amores  vienen  y  van. 

No  pedir  favor  á  damas, 
No  servirlas  con  canciones, 
No  encenderos  en  sus  flamas, 
Que  son  peligrosas  llamas 
Para  sanar  los  perdones. 


44  HISTORIA    DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

No  con  risueño  mirar, 
Viendo  gracia  en  la  mujer, 
Desealla  festejar, 
Y  dalle  bien  á  mostrar 
Que  cartas  layrdn  á  ver. 


Xo  las  monjas  requsrir 
Alachas  veces  á  mentido. 


A.  tal  distancia  de  tiempo,  es  imposible  determinar  lo  que  pueda 
haber  de  cierto  en  estas  detracciones,  nacidas  acaso  de  la  envidia 
de  los  cortesanos  contra  el  favor  que  disfrutaba  Fr.  Iñigo;  y  quizá 
todavía  más  de  la  libertad  y  franqueza  de  los  rasgos  satíricos  en  que 
abundan  sus  composiciones,  sin  exceptuar  las  ascéticas,  y  que  de- 
bieron de  granjearle  más  de  un  enemigo.  Pero  si  sus  costumbres 
hubiesen  sido  tan  livianas  como  se  da  á  entender  en  los  versos  trans- 
critos, jamás  la  severidad  de  la  reina  Isabel  hubiera  consentido  en 
su  corte  á  tan  relajado  fraile,  aun  antes  de  la  reforma  de  los  regu- 
lares, en  que  tanto  empeño  mostró  aquella  heroica  hembra.  Por 
otra  parte,  en  los  muchos  versos  que  tenemos  de  Fr.  Iñigo,  no  hay 
cosa  alguna  que  desdiga  de  su  profesión  religiosa,  y  sí  muchas  que 
prueban  la  entereza  de  su  carácter,  la  libertad  cristiana  de  su  espí- 
ritu y  la  ferviente  piedad  de  su  corazón. 

Estas  obras,  hoy  demasiado  olvidadas,  pero  que  fueron  en  su 
tiempo  de  las  más  populares,  y  de  las  primeras  que  merecieron  los 
honores  de  la  imprenta,  son  principalmente  el  poema  de  Vita 
Ch?'isti,  compuesto  á  petición  de  Doña  Juana  de  Cartagena;  el  Ser- 
món trovado  sobre  las  armas  del  rey  D.  Fernando,  el  Dictado  en  vi- 
tuperio de  las  malas  mujeres  y  alabanza  de  las  buenas,  las  Coplas  en 
loor  de  los  Reyes  Católicos,  la  Cena  que  Nuestro  Señor  fizo  á  sus  discí- 
pulos, el  Dechado  de  la  reina  Doña  Isabel,  la  Justa  de  la  razón  contra 
la  sensualidad,  los  Gozos  de  Nuestra  Señora,  la  Pasión  del  Redentor, 
las  Coplas  al  Espíritu  Santo,  y  la  Lamentación  á  la  quinta  angustia, 
guando  Nuestra  Señora  tenía  á  Nuestro  Señor  en  sus  brazos  (i). 

(i)  Las  primitivas  ediciones  de  las  obras  poéticas  de  Fr.  Iñigo  de  Mendo- 
za se  cuentan  entre  los  libros  más  raros  de  la  tipografía  del  siglo  xv;  y  como 
algunas  de  ellas  no  llevan  fecha,  no  es  fácil  determinar  su  orden  cronológi- 


CAPITULO   XXII  45 

La  más  extensa  de  estas  obras,  y  la  que  en  su  tiempo  fué  más 
célebre,  es  el  Vita  Christi,  que,  con  ser  muy  larga,  no  pasó  nunca 
del  estado  de  fragmento,  pues  no  alcanza  más  que  hasta  la  degolla- 

co.  De  las  más  antiguas  es,  sin  duda,  la  que  posee  la  Biblioteca  Escurialense, 
libro  gótico,  sin  lugar  ni  año,  ni  foliatura  ni  reclamos;  pero  con  signaturas  de 
á  ocho  hojas.  Contiene  el  Vita  xpi fecho  por  coplas...  dpetició  de  la  muy  virtuosa 
señora  doña  Juana  de  Cartagena;  el  Sermón  trobado  que  fizo  frey  yñigo  demédoza 
al  muy  alto  y  muy  poderoso  príncipe  rey  y  señor  el  rey  do  femado  rey  de  Castilla 
y  de  aragon  sobre  el  yugo  y  coyundas  que  su  alteza  traite  por  devisa;  el  Dezir  de 
D.  Jorge  Manrique  por  la  muerte  de  su  padre,  y  el  Regimiento  de  Principes  de 
Gómez  Manrique,  con  la  dedicatoria  en  prosa. 

Las  poesías  de  Fr.  Iñigo  de  Mendoza  fueron  el  fondo  principal  de  varios 
cancioneros,  que  son  indisputablemente  los  más  antiguos  que  se  publicaron 
en  España.  Hay  uno  sin  lugar  ni  año,  pero  que  á  juzgar  por  los  tipos,  es  de 
Antón  de  Centenera,  impresor  de  Zamora.  Comienza  con  el  Vita  Christi,  al 
cual  siguen  el  Sermón  trobado,  las  Coplas  en  vituperio  de  las  malas  hembras  y 
en  loor  de  las  buenas;  otras  en  que  declara  cómo  por  el  advenimiento  de  los  Re- 
yes Católicos  es  reparada  nuestra  Castilla;  el  Dechado  de  la  Reina  Católica;  la 
Justa  de  la  razón  contra  la  sensualidad;  los  Gozos;  la  Cena  de  Nuestro  Señor;  la 
Pasión  de  nuestro  Redentor;  coplas  á  la  Verónica  y  al  Espíritu  Santo;  Lamen- 
tación de  la  quinta  angustia.  Ocupan  lo  restante  del  tomo  las  coplas  de  Jorge 
Manrique,  las  de  Juan  de  Mena  sobre  los  pecados  mortales,  y  una  pregunta 
de  Sancho  de  Rojas  á  un  aragonés  sobre  el  amor. 

Centenera  reimprimió  en  Zamora  «á  25  de  Enero,  año  de  1482»  el  Vita  Chris- 
ti y  el  Sermón  trobado,  que  se  encuentran  constantemente  unidos  al  Regimiento 
de  Príncipes  de  Gómez  Manrique,  en  los  pocos  ejemplares  que  se  conservan. 

Amador  de  los  Ríos  menciona  otra  edición  de  Toledo,  en  casa  de  Juan 
Vázquez,  sin  año,  que  contiene  todos  los  tratados  incluidos  en  la  primitiva  de 
Centenera,  y  además  la  Pasión  de  Cristo  del  Comendador  Román.  Juan  Váz- 
quez imprimía  ya  en  1486,  y,  por  consiguiente,  esta  edición  suya  puede  ser 
anterior  á  la  de  Zaragoza,  «por  industria  y  expensas  de  Paulo  Hurtas  de  Cons- 
tancia alemán»,  1492,  que  lleva  por  encabezamiento  Coplas  de  Vita  Chrislz\ 
de  la  Cena  có  la  pasió  y  de  la  Verónica  có  la  resurrecció  de  nuestro  redentor. 
É  las  siete  angustias  ¿siete  gozos  de  Nuestra  Señora,  con  otras  obras  mucho  pro- 
vechosas. Este  rarísimo  cancionero  reproduce  la  mayor  parte  de  las  obras  de 
Fr.  Iñigo  contenidas  en  los  anteriores,  y  también  las  Coplas  de  Jorge  Manri- 
que, y  las  de  Juan  de  Mena  sobre  los  pecados  mortales,  y  añade  otras  varias 
de  diversos  trovadores,  tales  como  las  «Coplas  de  la  pasión»  y  las  «de  las  siete 
angustias  de  Nuestra  Señora»  por  Diego  de  St.  Pedro;  unas  «Coplas  en  loor  de 
Nuestra  Señora,  fechas  por  Ervías»;  la  Hystoria  de  la  Sacratissima  Virgen 
María  del  Pilar  de  Zaragoza,  fechas  por  Medina  (que  quizá  sea  la  más  antigua 


46  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

ción  de  los  inocentes.  Otras  partes  de  la  vida  del  Redentor  trató 
Fr.  Iñigo  en  las  coplas  de  la  Cena,  en  las  de  la  Pasión,  etc.,  pero 
no  es  seguro  que  estas  composiciones,  que  tienen  unidad  propia,  y 

poesía  sobre  este  argumento";  la  Obra  de  la  Resurrección  de  Nuestro  Redentor, 
por  Pero  Ximénez;  un  Dezir  gracioso  y  sotil  de  la  muerte,  por  Fernán  Pérez  de 
Guzmán;  la  Obra  de  los  diez  mandamientos  é  de  los  siete  pecados  mortales  con  sus 
virtudes  contrarias  y  las  catorce  obras  de  misericordia  temporales  y  espirituales, 
por  Fr.  Juan  de  Ciudad  Rodrigo. 

El  Cancionero  de  Ramón  de  Llavia,  impreso  también  en  Zaragoza,  y  al  pare- 
cer algunos  años  antes  de  éste,  trae  de  Fr.  Iñigo  dos  composiciones  no  más: 
el  Dechado  y  regimiento  de prÍ7i:ipes  y  las  Coplas  á  las  mujeres  en  loor  de  las  vir- 
tuosas y  reprehensión  de  las  que  no  son  tales.  Las  demás  poesías  son  de  Fernán 
Pérez  de  Guzmán,  Juan  de  Mena,  Jorge  Manrique,  Juan  Álvarez  Gato,  D.  Gó- 
mez Manrique,  Gonzalo  Martínez  de  Medina,  Fernán  Sánchez  Talavera  y 
Fr.  Gauberte  Fabricio  de  Vagad:  todas  ellas  más  ó  menos  ascéticas. 

D.  Fernando  Colón,  en  el  Registrum  de  su  biblioteca,  anota  otra  edición  de 
las  Coplas  de  Vita  Christi  (al  parecer  solas),  hecha  en  Sevilla,  1506,  á  dos  co- 
lumnas y  con  láminas. 

Los  Cancioneros  generales  contienen  muy  pocas  poesías  de  Fr.  Iñigo.  En  el 
de  Valencia,  1511,  sólo  hay  dos  brevísimas:  una  de  ellas  es  un  mote  de  cuatro 
líneas.  La  otra  es  una  canción,  que  reproduzco,  por  ser  la  única  poesía  pro- 
fana y  amatoria  que  nos  queda  de  nuestro  autor: 

Para  jamás  olvidaros 
Ni  jamás  á  mí  olvidarme, 
Para  yo  desesperarme 

Y  vos  nunca  apiadaros, 

¡Ay  que  mal  hize  en  miraros! 
No  pueden  mis  ojos  veros 
Sin  que  me  causen  sospiros, 
Mi  forzado  requeriros, 
Mi  nunca  poder  venceros. 
Para  siempre  conquistaros 

Y  vos  siempre  desdeñarme, 
Para  yo  desesperarme, 

Y  vos  nunca  apiadaros, 

¡Ay  qué  mal  hize  en  miraros! 

En  la  Biblioteca  del  Escorial  (III.  K.  7)  se  conserva  un  cancionero  manus- 
crito de  las  principales  poesías  de  Fr.  Iñigo,  que  ofrece  muchas  variantes 
respecto  de  los  textos  impresos. 

Además  de  sus  poesías,  hay  de  Fr.  Iñigo  un  libro  rarísimo  en  prosa,  que 
Gallardo  describe  en  estos  términos: 


CAPITULO   XXII  47 

-que  siempre  se  imprimieron  como  piezas  distintas,  fuesen  destina- 
das por  su  autor  á  entrar  en  su  obra  capital;  ni  están  tampoco  en 
el  mismo  metro. 

El  Vita  Christi  resulta  tan  dilatado,  merced  á  las  digresiones 
morales  y  aun  satíricas  con  que  á  cada  momento  interrumpe  el 
autor  su  narración.  La  mayor  parte  del  poema  está  en  quintillas 
dobles,  comenzando  con  esta  cristiana  invocación: 

Aclara,  sol  divinal, 
La  cerrada  niebla  oscura 
Que  en  el  linaje  humanal 
Por  la  culpa  paternal 
Desde  el  comienzo  nos  dura; 
Despierta  la  voluntad, 
Endereza  la  memoria, 
Porque  syn  contrariedad 
A  tu  alta  majestad 
Se  cante  divina  gloria... 

Vienen  á  continuación  los  loores  de  Nuestra  Señora,  entrevera- 
dos con  una  picante  sátira  sobre  los  devaneos  y  flaquezas  de  las  da- 
mas del  tiempo  de  Fr.  Iñigo  (y  éste  fué  sin  duda  el  pasaje  que  pro- 
vocó las  iras  de  sus  censores).  El  misterio  de  la  Encarnación,  la  his- 
toria de  la  Natividad,  la  Circuncisión  del  Señor,  la  adoración  de  los 
Reyes  Magos,  la  presentación  de  Jesús  en  el  templo,  llenan  lo  res- 
tante del  libro,  que  bruscamente  queda  interrumpido,  como  ya  se 
ha  dicho,  en  el  cuadro  de  la  degollación  de  los  inocentes. 

En  la  narración  hay  mucha  fluidez  y  gracia;  notable  desembarazo 
en  la  parte  satírica;  pero  lo  que  principalmente  recomienda  el  poema 

sComietifa  un  tratado  breve  y  muy  bueno  de  las  cerimonias  de  la  missa  có  sus 
contéplaciones  compuesto  por  frav  Iñigo  de  medoca.-» 

(Al  fin):  « Acabóse  este  presente  tratado...  Impresso  por  tres  alemanes  cópañeros. 
En  el  año  del  nascimiento  de  nuestro  señor  de  Mil  CCCC  y  XCIX  años,  d 
VII días  del  mes  de  Junio.*  Cuarto  gótico,  sin  reclamos  ni  foliatura,  pero  con 
signaturas. 

Este  tratado,  dividido  en  doce  capítulos,  está  dedicado  á  Doña  Juana  de 
Mendoza,  mujer  de  Gómez  Manrique,  y  precedido  de  una  carta  al  maestro 
en  Teología  Gómez  de  Santa  Gadea,  sometiendo  á  su  juicio  y  corrección  el 
libro. 


48  HISTORIA  DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

y  le  da  carácter  popular,  es  la  presencia  de  elementos  líricos,  himnos, 
romances  y  villancicos.  La  aparición  de  los  romances,  sobre  todo,  es 
muy  digna  de  tenerse  en  cuenta,  y  veremos  que  se  repite  en  el  Can- 
cionero de  Fr.  Ambrosio  Montesino.  Fr.  Iñigo  de  Mendoza  intercala 
en  su  Vita  Christi  uno  que  pone  en  boca  de  los  serafines,  y  comienza: 

Gozó  muestran  en  la  tierra, 
Y  en  el  limbo  alegría; 
Fiestas  fagan  en  el  cielo 
Por  el  parto  de  María... 

Todavía  es  más  característico  del  tiempo  y  de  la  escuela  trovado- 
resca semi-popular  en  que  no  dudamos  afiliar  á  nuestro  franciscano, 
esta  desfecha  de  un  villancico  que  parece  de  Juan  del  Enzina,  aun- 
que trovado  á  lo  divino: 

Eres  niño  y  has  amor: 
¿Qué  farás  cuando  mayor? 

A  la  vez  que  estos  accesorios  líricos,  encontramos  en  el  Vita 
Christi  una  escena  casi  dramática,  la  aparición  del  Ángel  á  los  pas- 
tores para  anunciarles  la  Natividad:  una  especie  de  égloga,  farsa  ó 
representación,  escrita  en  el  mismo  lenguaje  villanesco  «provocante 
á  riso-»  de  que  se  había  valido  el  autor  de  las  Coplas  de  Mingo  Re- 
vulgo,  é  iba  á  valerse  el  ilustre  músico  salmantino,  patriarca  de  nues- 
tra escena.  Fr.  Iñigo  prepara  de  este  modo  el  episodio,  disculpándo- 
se de  mezclar  cosas  de  donaire  y  honesta  alegría  en  tema  tan  sagrado: 

Porque  non  pueden  estar 
En  un  rigor  toda  vía 
Los  arcos  para  tirar, 
Suélenlos  desempulgar 
Alguna  pieza  del  día. 
Pues  razón  fué  de  mezclar 
Estas  chufas  de  pastores 
Para  poder  recrear, 
Despertar  y  renovar 
La  gana  de  los  lectores. 

Si  se  exceptúan  algunos  versos  de  relato  en  que  habla  el  autor, 
todo  lo  demás  es  un  diálogo  perfectamente  representable,  entre  los 


CAPITULO    XXII 


49 


pastores  Juan  y  Mingo  y  el  Ángel.  Véase  alguna  muestra,  ya  que 
esta  pieza  ha  sido  enteramente  olvidada  por  los  que  han  tratado  de 
los  orígenes  de  nuestra  escena: 

Mingo.  Cata,  cata,  Juan  Pastor, 

Yo  juro  á  mí  pecador 

Un  hombre  vien  volando. 
Juan.  ¡Sí,  para  Sant  Julián! 

Y  allega  somo  la  peña. 
Purraca  el  zurrón  del  pan, 
Acogerme  he  á  Sant  Milián, 
Que  se  me  eriza  la  greña... 

Mingo.  ¿Tú  eres  hi  de  Pascual, 

El  del  huerte  corazón? 
Torna,  torna  en  ti,  zagal; 
Sé  que  no  nos  hará  mal 
Tan  adornado  garzón. 
Pónteme  aquí  á  la  pareja, 

Y  venga  lo  que  viniere; 
Que  la  mi  perra  Bermeja 
Le  sobará  la  peleja 

A  quien  algo  nos  quisiere. 
Juan.  Y  si  nos  habla  bien  luego 

Faremos  presto  del  fuego 
Para  guisalle  un  tasajo; 
Que  no  puedo  imaginar, 
Hablando,  Mingo,  de  veras, 
Qué  hombre  sepa  volar 
Si  no  es  Johan  escolar, 
Que  sabe  de  encantaderas... 

Ángel.  ¡O  pobrecillos  pastores, 

Todo  el  mundo  alegre  sea; 
Que  el  Señor  de  los  Señores 
Por  salvar  los  pecadores 
Es  nacido  en  vuestra  aldea!    • 

Es  ya  vuestra  humanidad 
Por  este  fijo  de  Dios 
Libre  de  catividad. 

Y  es  fuera  la  enemistad 
De  entre  nosotros  y  vos: 


Menéndez  t  Pelayo. — Poesía  castellana.   III. 


5° 


HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

Y  vuestra  muerte  primera 
Con  su  muerte  será  muerta, 

Y  luego  que  aqueste  muera, 
Sabe  que  el  cielo  os  espera 
Á  todos  á  puerta  abierta. 

No  curéis  de  titubar 

Y  os  daré  cierta  señal: 
Id  á  do  suelen  atar 

Los  que  vienen  á  comprar 
Sus  bestias  en  el  portal; 
Do  sin  más  pontifical, 
Ó  varones  sin  engaños, 
Veréis  en  carne  mortal 
La  persona  divinal 
Empañada  en  pobres  paños. 
Juan.  Minguillo,  daca,  levanta, 

No  me  muestres  más  empacho, 
Que,  según  éste  nos  canta, 
Alguna  cosa  muy  santa 
Debe  ser  este  mochacho. 

Mingo.  Para  sa-caso  te  digo 

Que  puedes  asmar  de  tanto, 
Que  si  no  fueses  mi  amigo, 
Allá  no  fuese  contigo, 
Según  que  tengo  el  espanto: 
Que  hoy  á  pocas  estaba 
De  caer  muerto  en  el  suelo, 
Cuando  el  hombre  que  volaba 
Oiste  que  nos  cantaba 
Que  era  Dios  este  mozuelo. 

Mas  no  quiero  estorcijar 
De  lo  que  tú,  Juan,  has  gana; 
Pues  que  tú  huiste  á  baylar 
Cuando  te  lo  huy  á  rogar 
Para  las  bodas  de  Juana. 
Mas  lleva  allá  el  caramiello, 
Los  albogues  y  el  rabé, 
Con  que  hagas  al  chiquiello 
Un  huerte  son  agudiello, 
Que  quizá  yo  bailaré. 

Pues  luego  de  mañanilla 


CAPÍTULO    XXII  51 

Tomemos  nuestro  endiliño, 

Y  lieva  tú  en  la  cestilla 
Puesta  alguna  mantequilla 
Para  la  madre  del  niño. 

Y  si  están  ahí  garzones, 
Como  es  día  de  Domingo, 
Harás  tú,  Juan,  de  los  sones 
Que  sabes  de  saltajones: 

Y  verás  cuál  anda  Mingo. 
Llamemos  á  Pascualejo, 

El  hi  de  Juan  de  Trascalle, 
Para  que  mire  sobejo 
Aquel  ciaron  tan  bermejo 
Que  relumbra  todo  el  valle. 
¡Cuan  claro  que  está  el  otero! 
Yo  te  juro  á  Sant  Pelayo 
Para  ser  cabo  el  enero 
Nunca  vi  tal  relumbrero, 
Ni  aunque  fuese  por  el  mayo. 


¡Ó,  bien  de  mí,  qué  donzella 
Que  canta  cabo  el  chiquito! 
Mira  qué  voz  delgadiella: 
Mal  año  para  Juaniella, 
Aunque  canta  voz  en  grito. 
¡Oh,  hi  de  Dios,  qué  gasajo 
Habrás,  Mingo,  si  lo  escuchasl 
Ni  aun  comer  sopas  en  ajo, 
Ni  borregos  en  tasajo, 
Ni  sopar  huerte  las  puchas. 

¿No  sientes  huerte  pracer 
En  oir  aquel  cantar? 
¡Ó,  cuerpo  de  su  poder! 
No  me  puedo  contener 
Que  no  vaya  á  lo  mirar. 
Mira  cuánto  gran  lucillo 
En  Belén  el  aldeyuella: 
Llama,  llama  á  Terrebillo: 
Tañerá  su  caramillo 
Y  yo  la  mi  churumbella. 

Yo  tañeré  mi  rabé 
Que  tengo  en  la  mi  hatera, 


52  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

El  que  viste  que  labré, 
Después  que  me  desposé 
Andando  en  el  encinera... 

La  misma  animación  y  regocijo,  y  el  mismo  alegre  y  saludable 
realismo,  hay  en  la  relación  del  pastor,  que  cuenta  todo  lo  que  había 
visto  en  el  portal  de  Belén: 

El  uno  dijo  en  concejo: 
¡Ó,  si  vieras,  hi  de  Mingo, 
Nieto  de  Pascual  el  viejo, 
En  un  pobre  portalejo 
Lo  que  vimos  el  domingo! 


Vi  salir  por  el  collado 
Claridad  relampaguera, 
Aunque  estaba  enzamarrado, 
Durmiendo  con  mi  ganado 
En  esa  verde  pradera. 
Los  zagales  con  la  dueña 
Cantaban  tan  hnertemente, 
Que  derramé  só  la  peña 
La  leche  de  mi  terrena, 
Por  mejor  para-llo  miente. 

Y  más  te  digo  de  veras, 
Que  aun  antes  rodeando 
Las  ovejas  parideras, 
De  somo  las  conejeras 
Vi  los  Ángeles  cantando. 

El  tempero  ventiscaba 
De  cabo  de  regañón, 
El  cierzo  asmo  que  helaba, 
El  gallego  lloveznaba 
Por  todo  mi  zamarrón. 
Mas  viendo  cantar  de  vero 
Con  la  gayta  los  garzones, 
Desnuyé  la  piel  de  cuero, 
Por  correr  así  ligero 
Á  notar  las  sus  canciones. 

Vilos  claros  como  el  rayo, 
Y  al  ruedo  de  sus  cantares, 
Á  la  hé  dejé  mi  sayo, 


CAPÍTULO   XXII  53 

Y  baylé  sin  capisayo 
Por  somo  los  escolares, 

Y  tomé  tanta  alegría 
Con  su  linda  cantadera, 
Que  á  sobejo  parecía 
Que  panar  se  revertía 
Por  la  mi  gargomillera... 

Hemos  indicado  antes  el  parentesco  literario  que  media  entre  el 
autor  del  Vita  Ckristi  y  el  de  las  Coplas  de  Mingo  Revulgo.  Esta 
derivación  es  principalmente  visible,  y  aun  el  mismo  Fr.  Iñigo  la 
declara  y  confiesa,  en  aquella  parte  del  poema  en  que,  al  tratar  de 
la  Circuncisión  del  Señor,  rompe  bien  inesperadamente  en  una 
sátira  política,  exhortando  á  los  castellanos  á  que  circunciden  la 
mala  guarda  de  la  Justicia,  el  dormir  de  la  Templanza,  la  ceguedad 
de  la  Prudencia  y  los  cohechos  de  la  Fortaleza: 

Y  circunscide  Castilla 
El  atreverse  del  vulgo 
Contra  la  Perra  Jtistilla 
Que  vistes  en  la  trailla 
Del  pastor  Mingo  Revulgo. 
Sino  que  si  han  barruntado 
Que  no  está  la  perra  suelta, 
Los  veréis  como  priado, 
Nunca  medrará  el  ganado 

Y  el  pastor  con  ella  á  vuelta. 


Justillo,  no  sale  íuera. 
¡Ay  que  guay  de  nuestro  hato, 
Porque  mala  muerte  muera 
Duerme  la  otra  tetnpera 
Perra  de  Gil  Arr  ib  atol 
¡Ó  negligente  pastor! 
Ve  circuncidar  el  sueño; 
Que  en  el  día  del  dolor 
Hasta  el  cordero  menor 
Te  hará  pagar  su  dueño. 


Y  acaba  remitiéndose,  para  el  remedio  de  los  males  del  reino,  á 
jaquel pastoral  escripto  de  las  Coplas  Aldeanas*. 


54  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Estas  alusiones  políticas  hacen  creer  que  pertenezca  el  Vita 
Christi  á  los  primeros  días  de  este  reinado,  en  que  tanto  el  fraile 
Mendoza  como  Gómez  Manrique,  Antón  de  Montoro  y  otros  trova- 
dores nobles  y  plebeyos,  pusieron  dignamente  su  musa  al  servicio 
de  la  causa  de  la  justicia  y  del  orden  social  contra  el  anárquico 
desconcierto  de  que,  con  mano  durísima,  iba  triunfando  la  Reina 
Católica.  Tres  largas  composiciones  enteramente  políticas  nos 
quedan  de  Fr.  Iñigo:  el  Dechado  de  la  reina  Doña  Isabel  (que 
suele  también  llamarse  Regimiento  de  Príncipes,  como  el  de  Gómez 
Manrique),  el  Sermón  trovado  al  entonces  príncipe  de  Sicilia  don 
Fernando  «sobre  el  yugo  y  coyundas  que  su  alteza  trahe  por 
divisa»  (i)  y  las  «coplas  en  que  declara  como  por  el  adveni- 
miento destos  muy  altos  señores  es  reparada  nuestra  Castilla»  (2). 
El  Dechado  es  la  más  ingeniosa  y  bien  escrita,  aunque  el  artificio 
alegórico  peca  de  excesivamente  sutil.  ¡Pero  cuánta  sinceridad 
y  valentía  hay  en  los  consejos  del  poeta,  y  cuan  bien  debieron 
de  sonar  en  los  oídos  de  la  Reina  Católica,  por  lo  mismo  que 
iban  limpios  de  toda  mancha  de  adulación  é  interés! 


(r)     Comienzan: 


(2)     Inc. 


Príncipe  muy  soberano, 
Nuestro  natural  señor, 
Contraste  de  lo  tirano, 
De  lo  sano  castellano 
Mucho  amado  y  amador, 
A  quien  de  drecho  y  razón 
Vestieron  ropa  de  estado 
De  Castilla  y  de  León 
Bordada  con  Aragón... 

¡Oh  divina  Caridad, 
Quien  limpia  nuestras  mancillas, 
Tú  que  siguiendo  verdad 
Con  tu  santa  santidad 
Haces  siempre  maravillas: 
Tú  que  vives,  tú  que  duras, 
Sólo  bien  que  no  se  daña; 
Tú  que  en  tus  santas  alturas 
Soldaste  las  quebraduras 
De  nuestros  reinos  de  España...! 


capitulo  xxn  55 

Pues,  reyna  nuestra  señora, 

Lo  que  dora 
Los  leales  gobernalles, 
Es  que  ande  por  las  calles 

Fecha  dalles 
Vuestra  espada  matadora; 
Que  si  la  gente  traydora, 

Robadora, 
Anda  suelta  sin  castigo, 
A  Dios  pongo  por  testigo, 

Ved  que  os  digo, 
Que  veres  el  mal  de  agora 
Cómo  siempre  se  empeora. 


Pues  si  non  queréys  perder 

Y  ver  caher, 
Más  de  quanto  está  caydo, 
Vuestro  reyno  dolorido, 

Tan  perdido, 
Que  es  dolor  de  lo  ver, 
Emplead  vuestro  poder 

En  facer 
Justicias  mucho  complidas; 
Que  matando  pocas  vidas 

Corrompidas, 
Todo  el  reyno,  á  mi  creer, 
Salvaréys  de  perecer. 

En  el  real  corazón 

Nunca  pasión 
Debe  turbar  la  esperanza: 
Su  real  lanza  y  balanza 

Sin  mudanza 
Se  muestre  siempre  en  un  son; 
Que,  segund  la  presunción 

Desta  nación, 
Si  le  sienten  cobardía, 
Vos  veréis  la  tiranía, 

Cada  día 
Sembrará  más  destruyción 
En  toda  nuestra  región. 


56  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

A  los  alanos  crescidos 

Los  ladridos 
De  los  pequeños  perrillos 
Non  da  temor  el  oillos 

Ni  el  sentillos 
Alrededor  tan  ardidos, 
Pues  así  los  alaridos 

Desabridos 
A  los  reyes  de  vasallos 
Non  deben  nada  mudallos 

Nin  turballos, 
Pues  se  fallan  tan  subidos 
Que  deben  de  ser  temidos. 

En  este  sermón  poético,  que  tiene  trozos  muy  gentilmente  versi- 
ficados (y  puede  leerse  íntegro  en  el  texto  de  nuestra  Antología) 
compitió  Fr.  Iñigo  de  Mendoza  con  lo  mejor  de  Gómez  Manrique, 
mostrándose  aventajado  discípulo  así  en  la  substancia  como  en  el 
modo,  y  convirtiendo,  á  imitación  suya,  la  sátira  política  en  severo 
magisterio  y  función  social  generosa,  en  vez  del  carácter  agresivo 
é  iracundo  que  había  tenido  en  los  afrentosos  tiempos  de  Enri- 
que IV. 

Para  conocer  por  entero  á  este  simpático  y  fecundo  poeta,  hay 
que  leer  además  sus  composiciones  alegóricas,  como  la  Justa  y  di- 
ferencia que  hay  entre  la  razón  y  la  sensualidad  sobre  la  felicidad  y 
bienaventuranza  humana,  donde  manifiestamente  sigue  las  huellas 
de  Juan  de  Mena  en  las  Coplas  de  los  siete  pecados  mortales;  y  las 
meramente  didáctico-morales  con  punta  satírica,  especialmente  el 
Dictado  en  vituperio  de  las  malas  hembras,  que  no  pueden  las  tales 
ser  dichas  mujeres...  y  en  loor  de  las  buenas  mujeres  que  mucho  tritm- 
fo  de  honor  merecen.  Pero,  en  general,  sus  versos  sagrados  valen  más 
que  los  profanos,  á  pesar  de  las  malignas  insinuaciones  de  sus  ad- 
versarios. 

Sólo  en  materias  piadosas  ejercitó  la  pluma  otro  fraile  de  la  orden 
de  Menores,  en  el  convento  de  San  Juan  de  los  Reyes  de  Toledo, 
Fr.  Ambrosio  Montesino,  natural  de  Huete,  obispo  de  Cerdeña,  pro- 
sista  de  grave,  castizo  y  abundante  estilo,  poeta  de  rica  vena,  de 
mucha  ingenuidad  y  sentimiento  piadoso.  Fué  su  principal  trabajo, 


CAPITULO   XXII  57 

emprendido  por  mandamiento  de  los  Reyes  Católicos,  la  traducción 
del  Vita  Christi  del  monje  cartujo  de  Strasburgo  Landulfo  de  Sajo- 
rna, comúnmente  llamado  el  Cartujano;  extensa  vida  del  Redentor 
conforme  al  texto  de  los  Evangelios,  dilatado  con  meditaciones  y 
comentarios,  donde  caudalosamente  vierte  su  autor,  famoso  en  los 
tiempos  medios,  lo  más  selecto  de  la  doctrina  de  los  Padres  de  la 
Iglesia.  La  traducción,  que  está  hecha  en  noble  y  robusto  lenguaje, 
y  es  una  de  las  mejores  muestras  de  la  prosa  de  aquel  tiempo,  me- 
reció la  honra  de  servir  de  lectura  espiritual  al  Beato  Juan  de  Avila 
y  á  Santa  Teresa  de  Jesús,  y  durante  todo  el  siglo  xvi  fué  libro  de 
uso  frecuente  entre  los  predicadores,  para  quienes  había  dispuesto 
el  traductor  una  Tabla  metódica  á  modo  de  repertorio  (i).  Retocó, 

(i)  Este  Vita  Christi  del  Cartujano  fué  magníficamente  impreso  á  costa 
de  Cisneros,  que  con  él  inauguró  dignamente  la  tipografía  de  Alcalá.  Consta 
de  cuatro  hermosos  volúmenes  en  folio,  de  los  cuales  apenas  existe  juego 
completo  en  ninguna  biblioteca.  Al  fin  del  primer  tomo,  se  lee: 

«Aquí  se  acaba  el  primero  volutnen  de  la  primera  parte  del  vita  xpi  cartuxano, 
interpretado  del  latín  en  romáce  por  fray  Ambrosio  mótesino  de  la  ordé  del  sanc- 
iissimo  seraphico  Frácisco  \  por  mádamiento  de  los  xpristianissimos  reyes  de  Es- 
paña el  rey  do  Fernando  y  la  rei?ia  doña  Isabel...  ipmido  por  idusiria  y  arte  del 
muy  igenioso  y  horrado  Stanislao  dy  Polonia  varó  precipuo  del  arle  impssoria:  e 
impremiose  á  costa  ei  expensas  del  virtuoso  é  muy  noble  varón  garcía  de  rueda  j 
en  la  muy  noble  villa  de  Alcalá  d1  henares  ¡  a  XX  J  rij  días  del  mes  de  Hebrero  del 
año  de  nra  reparación  de  mili  y  quinientos  y  tres.-» 

El  segundo  y  tercer  tomo  tienen  la  misma  fecha,  pero  el  cuarto  lleva  la 
de  1502  en  algunos  ejemplares,  y  como  no  es  de  suponer  que  se  imprimiese 
antes  que  los  otros,  parece  necesario  admitir  la  existencia  de  dos  ediciones 
del  mismo  impresor,  una  más  lujosa  que  otra.  (Vid.  Catalina  García,  Ensayo 
de  tina  Tipografía  Complutense,  Madrid,  1889.) 

De  las  notas  finales  de  estos  volúmenes,  se  infiere  que  Fr.  Ambrosio  «diose 
á  la  interpretación  en  la  noble  cibdad  de  Huepte  cibdad  de  su  nacimiento  e' na- 
turaleza, XXIX  días  del  mes  de  noviembre  año  de  la  natividad  del  señor  de  mil  y 
quatrocientos y  noventa  y  nueve  años»,  y  terminó  la  primera  parte  aquel  mismo 
año  en  la  villa  de  Cifuentes. 

Ya  en  1446  había  sido  traducida  al  portugués  la  misma  obra  por  Fr.  Ber- 
nardo de  Alcobaza,  cisterciense,  por  encargo  de  su  abad  D.  Esteban  de 
Aguiar.  Creemos  que  esta  traducción  era  diversa  de  la  que  cincuenta  años 
después  fué  impresa  también  en  cuatro  tomos  en  folio,  en  Lisboa,  1495,  Por 
Nicolás  de  Sajonia  y  Valentín  de  Moravia,  compañeros,  pues  en  ésta  se  dice 


¿8  HISTORIA    DE    LA    POESÍA   CASTELLANA 

además,  Fr.  Ambrosio,  por  orden  del  Rey  Católico,  una  antigua 
versión  de  las  Epístolas  y  Evangelios  para  todo  el  año  con  sus  doc- 
trinas y  sermones,  mejorándola  de  tal  suerte,  que  Mayans,  en  su 
Orador  Ckristiano,  la  llama,  con  razón,  «un  monumento  del  len- 

que  fué  mandada  hacer  por  la  infanta  Doña  Isabel,  duquesa  de  Coimbra,  y 
que  el  traductor  fué  el  Abad  del  Monasterio  de  San  Pablo,  cuyo  trabajo  fué 
revisado  y  corregido  por  los  padres  franciscanos  observantes  de  Enxobregas. 
También  aquí  se  da  la  rareza  de  aparecer  el  cuarto  tomo  con  fecha  algo  an- 
terior al  tercero  (éste  en  Noviembre,  aquél  en  Marzo). 

No  menos  apreciable  que  las  traducciones  castellana  y  portuguesa,  bajo 
el  aspecto  del  lenguaje,  y  todavía  más  rara  que  ninguna  de  ellas,  es  la 
catalana  que  hizo  el  famoso  poeta  valenciano  Juan  Roiz  de  Corella,  maestro 
en  Sagrada  Teología;  á  ruegos  del  magnífico  caballero  Fr.  Jayme  del  Bosch, 
de  la  orden  de  Montesa.  Son  también  cuatro  espléndidos  volúmenes  en 
folio,  que  es  casi  imposible  ver  juntos.  El  primer  tomo  (Lo  primer  del 
Cartoxa)  aparece  impreso  en  1496,  el  segundo  en  1500,  el  tercero  no  tiene 
lugar  ni  año,  y  el  cuarto  (Lo  quart  del  Cartoxa),  por  una  singularidad  biblio- 
gráfica que  se  repite  aquí  por  tercera  vez  en  impresiones  de  este  libro, 
llévala  fecha  de  1495,  y  fué  reimpreso  en  1513.  Termina  con  la  magnífica 
Oracio'ti  de  Corella,  que  es  uno  de  los  mejores  trozos  de  la  poesía  catalana 
del  siglo  xv. 

El  Vita  Christi  del  Cartujano  no  debe  confundirse  con  otras  obras  del  mis- 
mo título  y  asunto  que  por  entonces  estuvieron  muy  en  boga,  tales  como  la 
del  catalán  Fr.  Francisco  Eximenis,  obispo  de  Elna,  la  cual  hizo  traducir  al 
castellano,  corrigiéndola  y  adicionándola,  Fr.  Hernando  de  Talavera,  y  pasa 
por  el  primer  libro  impreso  en  Granada,  siendo  por  otra  parte  uno  de  los 
más  bellos  que  en  todo  aquel  siglo  se  imprimieron  en  cualquier  parte  de 
Europa.  (Primer  volumen  de  Vita  Xpi  de  Fr.  Francisco  Xymenes,  corregido  y 
añadido  por  el  arzobispo  áe  Granada:  y  hizole  imprimir  porque  es  muy  provecho- 
so. Contiene  quasi  iodos  los  evangelios  del  año...  Fué  acabado  y  empresso...  en  la 
grande  e  nóbrada  cibdad  de  Granada  en  el  postrimero  dia  del  mes  de  Abril.  Año 
del  Señor  de  mili  CCCC  XC  Vj,  por  Afevnardo  Vngut  e  Jhoánes  de  noréberga  ale- 
manes); y  el  rarísimo  Vita  Christi  de  la  abadesa  de  la  Trinidad,  Sor  Isabel  de 
Yillena  (en  el  siglo  Doña  Leonor  Manuel  de  Villena,  hija  natural  del  famoso 
marqués  D.  Enrique),  dado  á  la  estampa  en  Valencia,  1497,  por  Lope  de  Roca, 
alemán. 

Los  diversos  volúmenes  del  Cartujano  de  Montesino  fueron  varias  veces 
reimpresos,  casi  siempre  en  Sevilla  ( 1 53 1 ,  por  Juan  Cromberger,  1537,  1543, 
•544.  '55'--)¡  pero  son  raras  todas  estas  ediciones,  y  las  más  veces  se  encuen- 
tran descabaladas,  por  el  gran  consumo  que  se  hacía  de  ellas.  La  última  que 
Nicolás  Antonio  cita  es  de  1627. 


CAPITULO    XXII  59 

guaje  castizo  español».  Por  algún  tiempo  sufrió  la  suerte  común  á 
todas  las  versiones  totales  ó  parciales  de  la  Sagrada  Escritura  en 
lengua  vulgar,  siendo  recogida  según  las  reglas  del  expurgatorio, 
hasta  que  volvió  á  imprimirla  en  1 585  Fr.  Román  de  Vallecillo,  que 
tuvo  el  mal  acuerdo  de  modernizar  el  lenguaje  (i).  Otras  versiones 
de  obras  de  piedad  hizo  Fr.  Ambrosio,  entre  ellas  las  Meditaciones 

(1)  La  primera  edición  de  las  Epístolas  y  Evangelios  se  hizo  en  Toledo, 
1512.  No  la  hemos  visto,  pero  sí  la  segunda,  también  de  Toledo,  que  es 
de  1535:  Epístolas  i  evágelios.  /  Por  todo  el  año  có  sus  do  trinas  y  ser /nones.  ¡ 
Según  la  reformación  ¿interpretación  que  /  desta  obra  hizo  fray  Ambrosio  mon- 
tesino. [  Por  mandado  del  rey  nuestro  señor.  Muy  li  /  mada  y  reducida  a  la  ver- 
dadera intelligencia  de  ¡  las  sentencias:  y  a  la  propiedad  de  los  vo-  /  cabios  del  ro- 
mdce  de  Castilla:  obra  muy  catholicay  de  gran  provecho  y  devoción  para  la  sa-  / 
lud  de  las  animas  de  los  fieles  dejesu  christo.  lmpressas  Año  II.  D.XXXV. 

(Al  fin):  Aquí  se  da  fin  á  la  interpretación  y  declaración  de  las  Epístolas  y 
Evágelios  de  todo  el  año:  según  que  la  seta,  madre  yglesia  los  evágeliza  por  diver- 
sas partes  del  mudo:  en  iodos  los  domingos  y  fiestas:  y  en  iodos  los  otros  dias  fe- 
riales: assi  del  santo  advenimiento  del  señor  como  de  la  quaresma  y  de  todos  los 
otros  dias  q  tiene  eplas  y  evágelios  propios.  Y  del  comñ  de  los  santos:  y  de  los  de 
fuñios:  có  todos  los  sermones  principales:  catholicos:  morales  y  muy  devotos  q  a 
cada  domingo  y  fiesta  pertenecen...  La  qual  interpretado  fué  reformada  y  restau- 
rada có  grá  diligencia  y  reduzida  a  la  verdadera ppiedad  del  estilo,  y  de  los  voca- 
blos castellanos.  E  a  la  verdade?  a  y  propia  inlelligécia  de  las  sentencias  que  en 
todo  este  libro  se  cótiene:  q  eslava  muy  corruptas  y  disformes.  O  por  inadverten- 
cia del  auctor  o  por  vicio  y  defecto  de  los  diversos  impressores.  La  qual  reformado 
y  correcció  y  emieda  hizo  el  reverendo  señor  padre  fray  Ambrosio  montesino  de  la 
orden  de  los  fraxles  menores:  en  el  moneslerio  de  sant  Juan  de  los  Reyes  de  la 
dicha  orden  en  la  imperial  ciudad  de  Toledo.  Por  mandado  del  mas  catholico  e 
muy  poderoso  Rey  don  Fernando  nuestro  señor...  Acabóse  la  presente  obra  a 
veynte y  siete  dias  de  Otubre.  Año  del  señor  de  mil  y  quinientos  y  treyntay  cinco 
años.  Fue  impressa  en  la  imperial  cibdad  de  Toledo  en  casa  de  Juan  de  Villaqui- 
rán  y  Juan  de  Ayala.  Fol. 

En  la  epístola  prohemial  dice  Fr.  Ambrosio:  «La  cual  obra  vuestra  Alteza 
»mandó  á  mí  su  más  leal  y  antiguo  predicador  y  siervo  reformar,  restaurar  y 
»reduzir  á  la  verdadera  interpretación  é  integridad  della  según  el  romance 
»  de  Castilla,  porque  estaba  muy  corrompida,  confusa  é  disforme:  así  por  la 
» impropiedad  y  torpedad  de  los  vocablos  que  tenía,  como  por  la  confusión 
»y  escuridad  de  las  sentencias.  La  qual  en  algunos  passos  más  parecía  escrip- 
>  tura  de  bárbaros  que  de  fieles.  Lo  qual  pudo  ser  parte  por  inadvertencia 
»del  autor,  y  parte  por  la  negligencia  y  error  de  los  impressores...  Yo  he 


6o  HISTORIA    DE    U    POESÍA    CASTELLANA 

de  San  Agustín,  que  quedaron  inéditas;  y  compiló  un  Breviario  de 
la  Inmaculada  Concepción,  para  uso  de  las  religiosas  de  su  orden, 
con  lecciones  para  todos  los  días  de  la  semana  y  algunos  himnos. 

Sus  obras  poéticas  están  recogidas  en  un  Cancionero,  de  que  hay 
por  lo  menos  cuatro  ediciones,  todas  ellas  de  Toledo,  la  primera 
de  1508  (i).  La  mayor  parte  de  las  obras  incluidas  en  esta  colección, 

»  mucho  trabajado  por  la  limar,  quitándole  todos  los  defectos  que  tenía,  con 
»gran  vigilancia  y  diligencia.» 

Yerran,  pues,  Jos  que  con  Mayans  creen  trabajo  exclusivo  y  personal  de 
Fr.  Ambrosio  esta  versión,  de  la  cual  fué  corrector  y  no  autor,  como  bien 
claramente  se  infiere  de  lo  transcrito. 

Recogido  el  libro  á  consecuencia  del  índice  Expurgatorio  de  Valdés  de  1 559, 
no  volvió  á  imprimirse  hasta  1586,  después  de  alzada  la  prohibición  por  el 
índice  de  Quiroga.  (Epístolas  y  Evangelios...  Compuesto  por  el  muy  R.  P.  fray 
Ambrosio  Montesino...  Agora  nuevamente  visto  y  corregido,  y  puesto  conforme  al 
orde?i  y  estilo  del  missal,  y  rezo  Romano  de  nuestro  muy  S.  P.  Pío  V.  Por  el  muy 
R.  P.  fray  Román  de  Vallezillo,  de  la  orden  de  San  Benito  y  conmissario  del  Sto. 
Officio  en  la  villa  de  Medina  del  Campo  y  su  partido...  En  Medina  del  Campo, 
por  Francisco  del  Canto,  folio.) 

La  traducción  inédita  de  las  Meditaciones  de  San  Agustín,  se  conserva  en  la 
Biblioteca  de  la  Historia  (colección  Salazar). 

(1)  Cancionero  de  diversas  obras  de  nuevo  trobadas:  todas  compuestas:  hechas  y 
corregidas  por  el pa  /  dre  fray  Ambrosio  Montesino  de  /  la  orden  de  los  menores. 

(Al  fin):  Aquí  acaba  el  cancionero  de  todas  las  coplas  del  rever édo  padre  fray 
Ambrosio  montesino...  Las  guales  él  mismo  reformé  y  corngié:  estando  ¡presente 
á  esta  impression  que  fué  fecha  en  la  imperial  ciudad  de  Tole-  ¡  do  á  XVJ  del 
mes  de  junio  del  año  de  nuestra  reparado  de  Mili  v  quinientos  v  ocho  años. 

—  Toledo,  por  Juan  de  Villaquirán,  impressor  de  libros.  Acabosse  á  veynte  y 
cinco  dias  del  mes  de  Mayo,  ano  de  mil  et  quinientos  y  veinte  años. 

—  Toledo,  en  casa  de  Miguel  de  Eguia.  Año  de  mily  quinientos  y  veinte  e  siete  años. 

—  Toledo, por  Juan  de  Ayala.  Año  de  mil  y  quinientos  y  treyntay  siete. 

D.  Justo  Sancha  hizo  el  buen  servicio  de  reimprimir  esta  obra  en  la  curiosa 
antología  que  con  el  título  de  Romancero  y  Cancionero  Sagrados  formó  para 
la  Biblioteca  de  Rivadeneyra  (tomo  35). 

En  el  Bulle tin  du  Bibliophile  de  Techener  (Paris,  1844,  pp.  1157a  1161) 
publicó  A.  Jubinal  una  noticia  bibliográfica  del  Cancionero  de  Montesino 
(ed.  de  1527)  y  de  otros  dos  rarísimos  libros  españoles  conservados  en  la  Bi- 
blioteca-museo de  Fabre  (Montpellier).  Notó  acertadamente  las  reminiscen- 
cias de  canciones  populares,  y  íué  el  primero  que  transcribió  íntegro  el  ro- 
mance de  la  muerte  del  príncipe  de  Portugal. 


CAPÍTULO    XXII  6  I 

fueron  compuestas  á  instancias  de  los  príncipes  y  de  los  más  en- 
cumbrados magnates  de  su  tiempo,  y  ostentan  en  su  principio  los 
nombres  de  la  Reina  Católica,  del  rey  D.  Fernando,  de  la  reina  de 
Portugal,  de  la  duquesa  del  Infantado,  Doña  María  Pimentel,  de  la 
Condesa  de  Coruña,  de  Doña  Guiomar  de  Castro,  duquesa  de  Xá- 
jera,  de  los  cardenales  Mendoza  y  Jiménez,  de  la  marquesa  de  Moya, 
de  Doña  Juana  de  Peralta,  hija  del  Condestable  de  Navarra;  de  la 
condesa  de  Osorno,  de  Doña  Mariana  de  Guevara,  del  prior  de  San 
Juan  D.  Alvaro  de  Zúñiga,  de  Doña  Marina  de  Mendoza,  y  también 
de  algunas  personas  más  humildes,  frailes,  monjas  y  damas  piado- 
sas. Todo  ello  prueba  la  general  reputación  que  el  autor  alcanzaba 
como  autor  de  versos  devotos,  no  menos  alta  que  la  que  tenía  como 
predicador.  Y  en  verdad  que  la  merecía,  aunque  sus  propósitos 
fueran  más  bien  espirituales  que  literarios.  Escribía  en  verso  «por- 
»  que  muchas  veces  saben  mejor  las  cosas  divinas  á  los  que  no  están 
»muy  ejercitados  en  el  gusto  y  dulzor  dellas,  cuando  se  les  da 
»  debajo  de  alguna  elegancia  de  prosa  ó  de  metro  de  suave  estilo, 
»que  cuando  los  participan  por  comunidad  é  llaneza  de  incompues- 
»tas  palabras».  Sus  más  extensos  poemas  son  exposiciones  casi 
teológicas,  aunque  en  estilo  muy  liso  y  llano,  de  los  misterios  de  la 
fe  y  de  los  pasos  de  mayor  edificación  en  ambos  Testamentos: 
tractado  del  Santísimo  Sacramento  de  la  hostia  consagrada:  coplas 
del  misterio  de  la  santa  visitación  que  la  Reina  del  Cielo  hizo  á  Santa 
Isabel:  de  la  columna  del  Señor:  tractado  de  la  vía  y  penas  que  Cristo 
llevó  á  la  cumbre  del  Gólgota,  que  es  el  Monte  Calvario:  coplas  del 
árbol  de  la  Cruz.  Fr.  Antonio  Montesino  no  es  propiamente  un 
poeta  místico,  sino  un  orador  sagrado  en  forma  poética,  un  exposi- 
tor popular  del  dogma  y  de  la  moral  cristiana,  un  teólogo  que  pone 
su  ciencia  al  alcance  de  las  muchedumbres  con  un  fin  no  escolás- 
tico, sino  de  edificación  práctica,  valiéndose  de  aquellos  símiles  y 
razonamientos  que  más  derechamente  podían  herir  la  inteligencia  y 
enfervorizar  la  voluntad  de  sus  oyentes.  Por  eso  cae  muchas  veces 
en  prolijidad,  y  otras  en  familiaridad  desmayada,  y  dejándose  llevar 
de  su  fácil  vena,  olvida  muchas  veces  dar  color  poético  á  sus  versos, 
que  corren  con  cierta  fluidez  insípida.  Es  indudable  que  esta  poesía 
no  tiene  la  elevación,   el  nervio  y  el  decoro  que  mostró  luego  la 


62  HISTORIA   DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

musa  religiosa  en  el  siglo  xvi;  pero  se  recomienda  por  su  propia 
simplicidad  agradable  y  candorosa,  por  la  ausencia  de  todo  artificio 
y  de  toda  reminiscencia  literaria,  por  la  absoluta  y  plena  sinceridad 
de  sentimiento  que  en  ella  rebosa.  Aunque  venido  en  época  tan 
adelantada  y  culta,  Fr.  Ambrosio  Montesino  parece  un  eco  de  los 
franciscanos  del  siglo  xm,  y  especialmente  del  Beato  Jacopone  de 
Todi,  cuyos  Cantos  Espirituales  conocía  seguramente  (i),  y  á  quien 
se  parece,  sobre  todo,  en  el  enérgico  realismo  de  sus  pinturas  satíri- 
cas. Así  le  vemos  intercalar  en  las  Coplas  de  la  Visitación  de  Nuestra 
Señora  una  doctrina  y  reprehensión  de  las  mujeres  en  sus  tres  estados 
de  doncellas,  casadas  y  viudas,  donde  se  leen  rasgos  tan  expresivos 

como  éstos: 

E  las  negras  devociones 
De  misas,  ermitas,  velas, 
¿Qué  son  más  sino  ocasiones 
De  torpes  delectaciones, 
Que  es  fruto  de  sus  cautelas? 

Si  hablasen  los  rincones, 
Bien  darían  señas  expresas, 
Por  dó  van  las  devociones; 
Y  del  fin  de  los  perdones 
Y  promesas. 


Mas  la  viuda  cejihecha 
Que  por  calles  se  derrama, 
A  perderse  va  derecha, 
Porque  á  todos  da  sospecha 
De  la  muerte  de  su  fama. 

Traen  guantes  engrasados 
Y  perfumes  encendidos, 
Mas  no  cabellos  mesados, 
A  los  maridos  pasados 
Bien  debidos. 

Otras  hay  de  torzalejos 


(i)  Sin  duda  en  su  original,  puesto  que  no  fueron  traducidos  al  castellano 
hasta  1586: 

Cantos  Morales,  Spirituales  y  Contemplativos.  Compuestos  por  el  Beato  F.  Ja- 
copone de  Jode,  Frayle  menor.  Traduzidos  nuevamente  de  vulgar  Italiano  en 
//español  (Lisboa,  en  casa  de  Francisco  Correa,  1586). 


CAPÍTULO    XXII  63 

Y  de  tocas  azufradas, 
Que  por  libros  leen  espejos, 
Por  curar  defectos  viejos 
De  sus  caras  estragadas. 


¡Qué  deseos  tan  sobrados 
Dar  color  á  los  carrillos, 
Que,  después  de  arrebolados, 
Parecen  perros  asados, 
Bermejuelos  y  amarillos!... 


Versos  que  involuntariamente  traen  á  la  memoria  el  célebre  ser- 
món del  penitente  de  la  Umbría: 

O  femine,  guárdate 
A  le  mortal  ferute, 
Nelle  vostre  vedute 
Basilisco  pórtate.., 

La  misma  semejanza  se  advierte  en  la  reprehensión  de  las  cos- 
tumbres de  los  eclesiásticos  seculares  y  regulares,  sin  perdonar  á 
las  monjas  lisonjeras,  de  entrincados  apetitos,  ni  menos  á  los  prelados 
que  viven  en  el  fausto  y  opulencia  mundana,  y  á  quienes  increpa 
con  toda  la  cristiana  libertad  propia  de  un  fraile  menor,  desposado 

con  la  pobreza: 

Mas  ¡ay!  que  algunos  prelados 

De  la  santa  fe  cristiana, 

Tienen  ya  cuasi  olvidados 

Estos  puntos  señalados 

De  la  cruz  que  mejor  sana; 


Miremos  esta  cadira 
Entre  nuestras  presunciones, 
Y  al  Señor  que  en  ella  expira, 
Sin  rancores  é  sin  ira, 
Entre  los  tristes  ladrones. 

No  tienen  guantes  ni  anillo 
Las  manos  que  nos  formaron, 
Mas  clavos  que  con  martillo, 
Que  es  lástima  de  decillo, 
En  ti,  árbol,  se  enclavaron. 


6+ 


HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 


Siguiendo,  aunque  de  lejos,  las  huellas  de  su  maestro  en  la  bellí- 
sima canción, 

Dolce  amor  di  povertade, 

Quanto  ti  deggiamo  amare!... 

hace  Fr.  Ambrosio  la  glorificación  de  la  pobreza: 

Pobreza  es  tesoro  puro 

Y  gran  bien  no  conocido; 
Es  del  Evangelio  muro, 

Y  recambio  muy  seguro 
Que  da  el  reino  prometido. 


Pero  donde  la  imitación  de  Jacopone  es  más  visible,  y  también 
más  afortunada,  es  en  los  pequeños  diálogos  de  Navidad,  compues- 
tos probablemente  para  ser  recitados  ó  cantados  en  conventos  de 
monjas,  como  sabemos  que  lo  fué  alguno  de  Gómez  Manrique.  En 
estas  sencillas  y  afectuosas  representaciones  del  pesebre,  Fr.  Ambro- 
sio imita  hasta  los  metros  del  poeta  italiano,  y  á  veces  se  confunde 
con  él  en  la  expresión  infantil  y  pura  del  regocijo  que  inunda 
su  alma: 

María.         ;Si  dormís,  esposo, 

De  mí  más  amado? 
Josef.  No,  que  de  tu  gloria 

Esto  desvelado. 

¿Quién  puede  dormir, 

Oh  Reina  del  cielo, 

Viendo  ya  venir 

Angeles  en  vuelo 

¡Ay!  á  te  servir 

Tendidos  por  suelo? 


María. 
Josef. 


¿Qué  habedes  sentido 
En  noche  tan  fría? 
Señora,  sonido 
De  dulce  armonía, 
Y  el  aire  vestido 
De  tan  claro  día, 
Que  hasta  los  abismos 
Se  han  alumbrado. 


CAPÍTULO   XXII  65 


María.         A  mi  parescer, 
Esposo  leal, 
Ya  quiere  nascer 
El  rey  eternal; 
Así  debe  ser, 
Pues  que  este  portal 
Claro  paraíso 
Se  nos  ha  tornado. 


Fr.  Ambrosio  Montesino,  no  sólo  participa  mucho  del  carácter 
popular  por  las  tradiciones  de  su  orden  y  por  la  imitación  delibera- 
da que  hace  de  los  poetas  franciscanos  de  Italia,  sino  por  el  gran 
número  de  elementos,  genuinamente  españoles,  que  toma  de  la 
poesía  y  música  de  nuestro  pueblo.  Y  ésta  es  precisamente  la  parte 
más  curiosa  de  su  Cancionero.  Casi  todas  las  poesías  breves  que  en 
él  se  hallan,  se  escribieron  para  ser  cantadas  al  son  de  otras  profa- 
nas, que  corrían  entonces  en  boca  de  todo  el  mundo.  Las  coplas 
del  Nacimiento,  hechas  por  mandado  de  la  marquesa  de  Moya,  de- 
bían cantarse  con  el  mismo  tono  de  este  villancico: 

¿Quién  os  ha  mal  enojado, 

Mi  buen  amor? 
¿Quién  os  ha  mal  enojado?... 

La  lamentación  sobre  Cristo  atado  á  la  columna: 

¡Oh  coluna  de  Pilato! 
El  dolor  que  en  ti  sentí 
Ha  medio  muerto  á  mi  Madre, 
Que  no  tiene  más  de  á  mí... 

es  una  trova  ó  parodia  de  este  cantar,  que  también  glosó  Juan  del 

Encina:  «.,.„*„ 

¡Oh  castillo  de  Montanches, 

Por  mi  mal  te  conocí! 

¡Cuitada  de  la  mi  madre, 

Que  no  tiene  más  de  á  mí! 

Por  encargo  de  la  Reina  Católica,  compuso  unas  coplas  de  San 
Juan  Evangelista,  para  cantar  al  son  de  « Aquel  pastor rico,  madre, 
que  no  viene».  Las  del  nacimiento  de  Cristo,  compuestas  por  man- 

Mknbndkz  t  Pelayo. — Poesía  castellana.  III.  5 


66  HISTORIA    DE    LA   POESÍA   CASTELLANA 

damiento  del  provincial  de  San  Francisco  en  Castilla,  Fr.  Juan  de  To- 
losa,  se  cantaban  al  tono  de  la  extravagante  canción  que  principia: 

La  zorrilla  con  el  gallo 
Zangorromango...  (i) 

y  otras  que  fuera  prolijo  apuntar,  repetían  los  sones  de 

A  la  puerta  está  Pelayo, 

Y  llora... 
Ya  cantan  los  gallos, 
Buen  Amor,  y  vete; 
Cata  que  amanece...  (2) 

Nuevas  te  traigo, 
Carillo,  de  tu  mal. 
—  Dámelas  hora,  Pascual. 

este  último  uno  de  los  más  celebrados  de  Juan  del  Encina. 

Cumplíase,  pues,  en  las  obras  de  Fr.  Ambrosio  Montesino  aquel 
fenómeno  literario  que  ya  hemos  reconocido  como  uno  de  los  prin- 
cipales caracteres  de  la  lírica  de  este  tiempo:  la  transfusión  de  la 
poesía  popular  en  la  artística.  Y  si  más  comprobación  quisiéramos, 
nos  la  daría  el  hecho  de  figurar  en  el  Cancionero  del  predicador 

(1)  Núm.  442  del  Cancionero  Musical  de  Barbieri. 

(2)  Esta  linda  canción  se  encuentra  íntegra  en  el  Cancionero  Musical  de 
Barbieri  (núm.  413)  con  el  nombre  del  músico  Vilches,  que  armonizó  á  cua- 
tro voces  el  villancico  popular: 

Ya  cantan  los  gallos, 
Buen  Amor,  y  vete: 
Cata  que  amanece. 

— Que  canten  los  gallos, 
Yo  ¿cómo  me  iría, 
Pues  tengo  en  mis  brazos 
Lo  que  más  querría? 
Antes  moriría 
Que  de  aquí  me  fuese, 
Aunque  amaneciese. 

— Deja  tal  porfía, 
Mi  dulce  amador, 
Que  viene  el  albor, 
Esclarece  el  día; 
Pues  el  alegría 


CAPÍTULO    XXII  67 

de  los  Reyes  Católicos,  hasta  ocho  romances  impresos  en  líneas 
largas,  como  versos  de  diez  y  seis  sílabas,  que  fué  su  primitiva 
forma:  todos  (á  excepción  de  uno)  de  materia  espiritual,  como 
lo  es  el  resto  del  Cancionero;  pero  llenos  de  reminiscencias  de 
la  poesía  heroica  y  saturados  todavía  de  su  espíritu.  Por  la  con- 
cisión enérgica,  más  parece  romance  caballeresco  del  ciclo  bre- 
tón, ó  carolingio,  que  romance  de  fraile,  compuesto  en  loor  del 
patriarca  de  su  Orden,  el  que  Fr.  Ambrosio  hizo  á  San  Fran- 
cisco, por  mandato  del  Cardenal  Cisneros: 

Andábase  San  Francisco 
Por  los  montes  apartado. 


Usaba  de  duras  peñas 
Por  blanda  cama  y  estrado. 

De  espinas  y  duras  guijas 
No  le  defendió  calzado; 
Sayal  áspero  vestía 
Junto  al  cuerpo  remendado. 
Su  oratorio  fué  el  sereno, 
El  hielo  más  destemplado; 
Y  sumirse  por  la  nieve 
Desnudo  y  aprisionado. 


Por  poco  fenece, 
Cata  que  amanece. 

— ¿Qué  mejor  Vitoria 
Darme  puede  amor, 
Que  el  bien  y  la  gloria 
Me  llame  al  albor? 
¡Dichoso  amador 
Quien  no  se  partiese 
Aunque  amaneciese! 

— ¿Piensas,  mi  señor, 
Que  só  yo  contenta? 
¡Dios  sabe  el  dolor 
Que  se  m'acrecienta! 
Pues  la  tal  afrenta 
A  mí  se  me  ofrece, 
¡Vete,  que  amanece! 


68  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Silencio  fué  su  lenguaje 
Y  los  yermos  su  poblado; 
Estregaba  en  los  zarzales 
Su  cuerpo  muy  delicado, 
Por  tener  dentro  en  la  carne 
Espíritu  libertado. 


Hay,  además,  un  romance  de  carácter  no  devoto,  sino  histó- 
rico, en  este  Cancionero:  el  de  la  muerte  del  príncipe  de  Por- 
tugal D.  Alfonso,  esposo  de  la  hija  primogénita  de  los  Reyes 
Católicos,  el  cual  sucumbió  á  los  diez  y  seis  años,  en  1491,  de 
una  caída  de  caballo,  cerca  de  Almeirín.  Este  romance,  que 
si  no  es  popular,  merece  serlo  (y  por  eso  le  dio  entrada  Duran 
en  su  colección),  es  el  que  comienza: 

Hablando  estaba  la  Reina 
En  cosas  bien  de  notar... 

La  rúbrica  de  este  romance  dice  expresamente  que  le  hizo  Fray 
Ambrosio  Montesino;  pero  un  descubrimiento  de  estos  últimos 
años  puede  hacer  dudar  que  sea  enteramente  suyo.  El  eminente 
Gastón  París  publicó  en  el  número  tercero  de  la  Romanía,  tomán- 
dola de  un  manuscrito  francés  de  fin  del  siglo  xv,  una  canción  anó- 
nima sobre  el  mismo  asunto,  que  difiere  en  ser  mucho  más  breve  é 
ir  acompañada  de  estribillo;  pero  en  la  cual  se  conservan  todos  los 
rasgos  poéticos  y  populares  del  romance  de  Fr.  Ambrosio,  en  ge- 
neral con  las  mismas  palabras.  He  aquí  la  canción: 

¡Ay,  ay,  ay,  qué  fuertes  penas! 

¡Ay,  ay,  ay,  qué  fuerte  mal! 
Hablando  estaba  la  reina -en  su  palacio  real 
Con  la  infanta  de  Castilla,— princesa  de  Portugal; 
Allí  vino  un  caballero — con  grandes  lloros  llorar: 
— «Nuevas  te  traigo,  señora, — dolorosas  de  contar. 
¡Ay!  no  son  de  reino  extraño;— de  aquí  son,  de  Portugal: 
Vuestro  príncipe,  señora,— vuestro  príncipe  real 
Es  caído  de  un  caballo,— y  Taima  quiere  á  Dios  dar; 
Si  lo  queredes  ver  vivo— non  querades  de  tardar. 
Allí  está  el  rey  su  padre— que  quiere  desesperar; 
Lloran  todas  las  mujeres— casadas  y  por  casar. 


CAPÍTULO   XXII  69 

Cotejando  este  romance  con  el  de  Fr.  Ambrosio  (que  va  en  el 
cuerpo  de  nuestra  Antología),  puede  creerse,  como  creyó  Gastón 
París,  que  Montesino  refundió  y  amplió  la  canción  popular,  aña- 
diendo ciertos  pormenores  históricos;  ó  bien  preferir  la  opinión  de 
Milá,  que  supone  que  algún  juglar  ó  cantor  del  vulgo  se  apoderó 
del  romance  del  fraile,  abreviándole  y  conservando  tan  sólo  lo  que 
ofrecía  carácter  más  popular.  Para  uno  y  otro  sentir  hay  buenas  ra- 
zones, si  bien  yo,  salvo  el  respeto  debido  á  mi  maestro,  encuentro 
más  verisímil  en  este  caso  la  opinión  de  Gastón  París  (i). 

Ni  sólo  por  razones  arqueológicas  y  de  genealogía  literaria  es 
recomendable  el  Cancionero  de  Montesino,  sino  también  por  su  in- 
trínseco valor  poético,  el  cual  no  se  manifiesta,  á  la  verdad,  en  nin- 
guna composición  entera,  como  no  sea  de  las  más  breves;  pero 
reluce  á  cada  momento  en  versos  y  expresiones  y  comparaciones 
felices  que  se  hallan  en  muchas  de  ellas.  Se  aparece  el  ángel  á  Za- 
carías, y  el  poeta  escribe  con  íntima  delicadeza: 

Fué  su  voz  tan  pavorida, 
Que  turbaba  los  oídos, 
Tan  delgada  y  recogida, 
Cual  no  oyeron  en  su  vida 
Los  nacidos... 

(1)  En  el  Cancionero  de  Resende  hay  varias  poesías  sobre  este  mismo  ar- 
gumento, entre  ellas  una  de  Alvaro  de  Brito.  También  se  han  conservado 
vestigios  de  él  en  la  tradición  popular  portuguesa,  como  lo  prueban  estos 
versos  de  un  romance  de  las  Islas  Azores,  publicados  por  Th.  Braga: 

Vosso  marido  e  morto  |  caiu  no  areal, 
Rebentou  o  fel  no  corpo  |  en  duvida  de  escapar, 

que  corresponden  á  los  del  romance: 

Que  cayó  de  un  mal  caballo, 
Corriendo  en  un  arenal, 
Do  yace  casi  defunto 
Sin  remedio  de  sanar. 

(Vid.  Cantos  Populares  do  Archipelago  Aforiano,  publicados  e  annotados  por 
Theophilo  Braga,  Porto,  1869,  pp.  328-331.) 

Jorge  Ferreira  de  Vasconcellos  compuso  un  romance  erudito  sobre  el 
mismo  asunto,  que  está  en  su  Memorial  das  Proesas  da  Segunda  Tavola  Re- 
donda, cap.  xlvi,  y  reproducido  en  la  Pío/ esta  de  varios  romances  de  T.  Braga 
(1869),  págs.  49  á  53. 


JO  HISTORIA   DE    LA   POESÍA   CASTELLANA 

Xo  intentaré  ciertamente  comparar  el  himno  de  I\Ianzoni, 
Tacita  un  giorno  á  no  só  qual  pendice... 

con  las  coplas  de  San  Juan  Bautista  que  hizo  nuestro  Fr.  Ambrosio, 

Con  pasos  acelerados 
Iba  la  Virgen  preciosa 
Por  los  valles  y  collados... 

Pero  á  falta  del  arte  exquisito  y  del  admirable  poder  de  conden- 
sación lírica  que  tiene  el  poeta  moderno,  no  puede  negarse  al  anti- 
guo cierto  candoroso  sentimiento  de  la  situación,  fielmente  tradu- 
cido por  su  lenguaje,  que  aquí  no  sólo  es  puro  y  terso,  sino  regoci- 
jado y  lozano: 

La  luz  eterna  más  clara 

La  esforzaba  por  de  dentro. 

¡Oh,  bendito  el  que  hallara, 

Si  en  tal  hora  caminara, 
Tal  encuentro! 
¡Oh,  quién  fuera  pastorcico, 

Que  te  viera  y  preguntara: 

— -;Dónde  vas,  tesoro  rico? 

Dímelo,  yo  te  suplico. 

Con  tan  gloriosa  cara! 


¡Oh,  si  la  vieras  cuál  iba, 
Tú  mi  alma,  esta  princesa 
Por  aquel  recuesto  arriba!... 

Vieras  en  ella  colores 
Diversas  en  fermosura, 
Y  del  mucho  andar  sudores, 
Más  que  bálsamo  ni  flores 
De  frescura... 

Hacíala  Dios  un  viento 
Que  entre  los  cedros  rugía, 
Que  le  puso  pensamiento 
No  ser  aire  de  elemento, 
Según  su  dulce  armonía. 


CAPITULO    XXII  71 

Fué  Fr.  Ambrosio  Montesino  el  poeta  favorito  de  la  Reina  Cató- 
lica, y  por  encargo  suyo  escribió  los  últimos  versos  que  ella  pudo 
leer  en  su  vida  (i).  Esta  razón,  sin  tantas  otras,  bastaría  para  hacer 
simpático  su  nombre  en  la  historia  de  la  literatura  castellana.  Fué 
de  los  primeros  en  infundir  el  sentimiento  místico  en  la  poesía  po- 
pular; y  si  pecó  á  veces  por  excesiva  llaneza  familiar,  y  muchos  le 
aventajaron  luego  en  perfección  técnica,  pocos  le  ganaron  en  senti- 
miento fresco  y  en  ingenuidad  primitiva  (2).  Ni  dejó  de  poner  en 
sus  versos,  con  ser  de  materia  tan  ascética,  algún  recuerdo  de  la 
vida  de  su  tiempo,  que  interesa  más  por  lo  inesperado.  No  sólo 

(1)  Estas  coplas  hizo  fray  Ambrosio  Montesino,  por  mandado  de  la  reina  Isa- 
bel, estando  su  Alteza  en  el  fin  de  su  enfermedad. 

(2)  Véase  esta  risueña  tabla  del  Nacimiento,  que  levemente  me  permito 
restaurar,  suprimiendo  muchos  versos  inútiles  para  el  sentido: 

Su  velo  le  puso  encima 
Al  Niño  por  ornamento, 

Y  á  los  pechos  se  le  arrima, 
Abrigándose  del  viento, 

Y  quedó  el  cabello  exento 
De  la  Virgen  muy  dorado... 

Al  sereno  está  la  Reina 

Con  aire  todo  real; 

No  se  lava  ni  se  peina, 

Mas  no  hizo  Dios  otra  tal: 

Como  perla  oriental 

Dios  en  ella  es  engastado- 
Mas  de  verlo  diferente, 

Y  de  otros  niños  mudable, 
La  Virgen,  madre  prudente, 
No  sabe  cómo  le  hable, 

Si  como  á  Dios  perdurable, 
O  como  á  niño  empañado. 


A  los  mares  embravece, 

Y  turbaba  todo  Kgipto, 

Y  está  aquí  que  no  parece 
Sino  armiño  ó  corderilo, 
La  teta  mirando  en  hito, 
Mas  tal  leche  había  probado- 
De  coronas  muda  sillas, 

Mil  reinos  tiene  en  su  seno, 

Y  apenas  tiene  mantillas, 


72  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

menciona,  como  era  justo,  la  fundación  del  glorioso  monasterio  de 
San  Juan  de  los  Reyes,  «.obra  decora»,  en  que  él  fué  uno  de  los  prime- 
ros claustrales,  sino  que  alude  con  cierta  vaguedad  y  misterio  lírico 
á  los  que  comenzaban  á  volver  de  las  tierras  incógnitas  halladas  en 
Indias,  y  nos  da  razón  de  la  curiosidad  con  que  se  recibía  álos  descu- 
bridores. los  hombres  que  navegando 

Hallan  tierras  muy  remotas, 

Cuando  vuelven,  que  es  ya  cuando 

Los  estamos  esperando 

En  el  puerto  con  sus  flotas, 
Que  nos  digan  les  pedimos 

Las  novedades  que  vieron; 

Y  si  algo  nuevo  oímos, 

Más  velamos  que  dormimos 

Por  saber  lo  que  supieron... 

No  fueron  éstos  los  únicos  cultivadores  de  la  poesía  religiosa  en 
aquel  reinado  (i).  Al  mismo  género  pertenece  el  Cancionero  de  Juan 


Y  por  oro  viste  heno: 

Yo  quisiera,  Infante  bueno, 

Ser  el  barro  de  tu  estrado. 


Con  cien  mil  greñas  aliña 
Cuando  despierta  del  sueño; 
Jaspe  ni  dorada  pina 
Con  él  son  valor  pequeño, 
Según  que  lindo  y  risueño 
Está  en  los  pechos  turbado... 

Ya  los  toma,  ya  los  deja 
Los  pechos  con  gestos  bellos; 
Ya  se  ase  á  la  madeja 
Que  su  madre  ha  de  cabellos; 
Gorjea  y  estira  dellos 
Como  ruiseñor  en  prado- 
Como  recrea  el  abeja 
En  frutal  bordado  en  flores, 
Que  de  mil  formas  volteja 
Por  hacer  miel  y  dulzores, 
El  Niño  destos  temores 
Con  la  teta  está  ocupado... 


(i)     Por  el  nombre  de  su  autor,  que  fué  uno  de  los  más  insignes  hebrai- 
zantes  del  siglo  xvi,  y  uno  de  los  principales  colaboradores  de  la  Poliglo- 


CAPITULO    XXII  73 

de  Luzón,  impreso  en  Zaragoza,  1 508.  Era  su  autor  criado  de  Doña 
Juana  de  Aragón,  duquesa  de  Frías  y  condesa  de  Haro:  es  cuanto 
sabemos  de  su  persona.  Su  apellido  induce  á  tenerle  por  madrileño; 
pero  Gallardo  nota  en  sus  versos  algunos  galicismos,  que  más  bien 
parecen  catalanismos,  por  ejemplo  realme.  Ocupa  la  mayor  parte 
del  volumen  un  largo  poema  didáctico,  en  coplas  de  arte  mayor, 
que  el  autor  llama  Epilogación  de  la  Moral  Philosophía  sobre  las 
virtudes  cardinales,  contra  los  vicios  y  pecados,  dividido  en  cinco 
partes:  la  primera  trata  de  la  virtud  en  general,  la  segunda  de  la 
Justicia,  la  tercera  de  la  Prudencia,  la  cuarta  de  la  Fortaleza,  la 
quinta  de  la  Temperancia  ó  Templanza.  Ca'da  copla  va  seguida  de 
un  difuso  comentario  en  prosa  que  nada  de  particular  enseña,  aun- 
que algunas  veces  alude  á  personajes  y  sucesos  contemporáneos, 
como  la  conquista  de  Ñapóles  por  el  Gran  Capitán.  Completan  el 
volumen  varias  coplas  de  arte  menor,  en  que  están  trovadas  las 
contemplaciones  de  San  Bernardo  sobre  la  Pasión:  paráfrasis  de  los 
salmos  Miserere  y  De  profundis,  conforme  á  la  glosa  que  sobre  ellos 
hizo  el  Obispo  de  Valencia;  el  cántico  ¡Oh  gloriosa  domina!  y  otros 
versos  de  devoción,  entre  ellos  los  Gozos  del  nacimiento  de  San 
Juan  Bautista:  en  todo  397  coplas  de  arte  mayor,  y  225  de  arte 
menor.  En  el  Miserere  y  el  De  Profundis,  va  engastado  en  la  glosa 
castellana  el  texto  latino  del  Salmo,  en  esta  forma: 

ta,  debe  hacerse  mención  del  Tratado  de  loor  de  virtudes  en  metro  castellano, 
compuesto  por  Alfonso  de  Zamora,  regente  en  la  Universidad  de  Alcalá  (Alcalá 
de  Henares,  por  Miguel  de  Eguía,  á  XXIII  días  de  Enero  de  mil  y  quinientos 
y  XXV),  un  tomito  en  12.0,  de  83  hojas  sin  foliar.  Hay  también  una  edición 
del  año  anterior,  la  cual  se  describe  en  el  Registrum  de  D.  Fernando  Colón. 

Está  escrito  en  versos  cortos,  y  dividido  en  tres  partes,  de  las  cuales  la 
primera  trata  de  la  brevedad  de  la  vida  y  desús  trabajos,  y  de  los  provechos 
de  la  ciencia;  la  segunda  de  los  siete  pecados  mortales,  y  la  tercera  de  doc- 
trinas generales. 

A  este  libro  (que  recuerda  mucho  los  Consejos  del  Rabí  Don  Sem  Tob)  se 
refiere  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  en  sus  Quincuagenas,  cuando  dice:  «Un 
»librico  anda  por  ese  mundo  impreso  de  sentencias  y  doctrinas  de  la  Sagrada 
«escritura,  breve  y  que  cuesta  pocos  dineros,  y  de  mucho  provecho  y  utilidad 
»cathólica,  el  qual  está  en  versos  castellanos,  y  le  compuso  el  docto  maestro 
» Alouso  de  Zamora,  rigente  en  la  Universidad  de  Alcalá  de  Henares.» 


74  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Miserere  mel,  Dios  mío, 
Pues  me  criaste  por  tuyo, 

Y  aunque  lejos  de  ti  huyo, 
Perdona  mi  desvarío, 
Perdona  mi  gran  pecado, 
Perdona  mis  malas  obras, 
Perdona  en  males  mis  sobras, 

Y  en  bienes  lo  que  he  faltado... 
De  pro  fundís  anegado 

En  el  hondo  de  los  males, 
De  los  pecados  mortales 

Y  no  de  los  veniales, 
Porque  se  pasan  á  nado, 
Clamavi  he  suplicado, 

Ad  te  sólo  en  quien  espero... 

Luzón  era  ingenio  de  poca  ó  ninguna  fantasía,  y  escribió  más 
por  ejercicio  de  piedad  que  de  literatura.  Sus  propósitos  de 
moralista  cristiano  los  declara  él  mismo  en  la  dedicatoria:  «Por- 
»que  más  se  lea,  conozca  y  use  (la  moral  filosofía)  quise  su 
»marla  en  romance  castellano...  y  trobarla  por  metro,  porque 
» mejor  se  guarde  en  la  memoria,  como  quier  quel  arte  de  tro- 
»bar  está  ya  tan  disfamado  por  la  mala  intención  de  los  que 
» mal  usan  della,  que  no  solamente  todos  los  trovadores  son  te- 
» nidos  por  locos,  pero  también  la  misma  arte  por  la  culpa 
sdellos  es  ya  profanada,  siendo  de  suyo  de  mucho  ingenio  y 
»  viveza»  (i). 

(i)  Cancionero  de  ¡  Iuá  de  Luzon.  \  Epilogación  de  la  Moral  Philosophia:  \ 
sobre  las  virtudes  cardinales:  contra  los  vicios  y  pecados  mortales:  proveída  có 
razones  y  auctoridades  divinas  y  humanas  y  có  exemplos  anli-  guosy  psentes: 
glosada  en  lo  necessario:  aprovada  por  muchos  theologos:  có  j  las  cóteplaciones  de  ¡ 
san  Bernardo  so-  /  bre  la  pasión:  el  Salmo  Mise-  '  rere,  de  profun-  dis,  o  glo~ 
riosa  do-  /  mina... 

(Al  fin):  Acabada  fue  toda  la  psente  obra  el  postrero  día  d'l  mes  ¡  de  Julio:  de 
mil  quinientos  y  seys  años:  en  la  ciudad  de  Bur-  \  gos  cabe c a  de  Castilla.  Estando 
ende  los  muy  altos  muy  poderosos  y  esclarecidos  Principes,  reyes  y  /  señores  el  / 
señor  rey  don  Felipe  y  la  señora  rey  na  doña  Juana  nuestros  seño-  /  res.  Y  fué 
hecha  y  glosada  por  luán  de  luzón,  criado  d-1  la  muy  ¡  excelcte  y  muy  catholica 
señora  la  señora  doña  Juana  Daragon,  duquesa  de  Frías,  condesa  de  hato... 
Y  fue  imprimida  ¡  por  industria  de  Jorge  Cocí  Alemán  en  la  muy  noble  ciu- 


CAPITULO   XXII  75 

Quizá  debamos  añadir  al  catálogo  de  poetas  espirituales  de  este 
tiempo  el  nombre  venerable  del  primer  arzobispo  de  Granada,  va- 
rón verdaderamente  apostólico,  Fr.  Hernando  de  Talavera,  si  es 
suya,  como  afirma  Fr.  Juan  de  Pineda  en  su  libro  de  la  Agricultu- 
ra Cristiana  (2.a  parte,  diálogo  trigésimoprimo,  Salamanca,  1589)» 
cierta  obra  docta  y  devota  sobre  la  salutación  angélica,  que  allí  se 
inserta,  y  también  en  otro  libro  del  mismo  P.  Pineda,  titulado  Vida 
y  excelencias  maravillosas  del  glorioso  San  Juan  Baptista  (Barce- 
lona, 1596).  El  estilo  de  este  piadoso  fragmento  no  difiere  mucho 
del  de  Fr.  Ambrosio  Montesino,  y  pertenece  manifiestamente  á  la 
época  de  Talavera,  del  cual  sabemos,  por  su  más  antiguo  biógra- 
fo (i),  que  «en  lugar  de  responsos,  hazia  cantar  algunas  coplas  de- 
»votissimas,  correspondientes  á  las  liciones.  De  esta  manera  atraía  el 
»santo  varón  á  la  gente  á  los  maytines  como  á  la  misa.  Otras  veces 
»fazia  hazer  algunas  devotas  representaciones,  tan  devotas,  que  eran 
»más  duros  que  piedras  los  que  no  echavan  lágrimas  de  devoción.» 
No  faltó  quien  dijese  que  esto  era  «mudar  la  universal  costumbre  de 
»la  Iglesia,  y  que  era  cosa  nueva  decirse  én  la  iglesia  cosa  en  lengua 
^castellana;  y  murmuraban  dello  fasta  decir  que  era  cosa  supersti- 
ciosa»; pero  aquel  santo  varón,  que  veía  el  fruto  que  por  tales  me- 
dios iba  logrando  cada  día  en  la  conversión  de  judíos  y  moros, 
«tuvo  estos  ladridos  por  picaduras  de  moscas  y  por  saetas  echadas 
»por  manos  de  niños»  (2). 

dad  i  de  Carago  ca:  y  acabóse  á  xij  días  del  mes  de  Octubre  del  ¡  año  d'  mili  qui- 
ntetos y  ocho.  4.0  gótico  con  signaturas  a-n,  todas  de  ocho  hojas,  menos  la 
última,  que  tiene  cuatro. 

(1)  El  autor  de  la  Breve  suma  de  la  santa  vida  del  reverendísimo  y  bienaven- 
turado don  Fr.  Hernando  de  Talavera,  contenida  en  el  mismo  códice  de  la 
Academia  de  la  Historia  donde  están  los  versos  de  Álvarez  Gato. 

(2)  ¿Tendrá  algo  que  ver  con  estas  coplas  y  representaciones  devotas, 
compuestas  ó  mandadas  componer  por  Fr.  Hernando  de  Talavera,  el  rarísi- 
mo libro  siguiente,  que  sólo  conocemos  por  las  sucintas  noticias  que  dan  de 
él  Salva  y  los  traductores  de  Ticknor? 

—  Cancionero  Espiritual,  en  el  qual  se  tratan  muchas  y  muy  excelentes  obras 
sobre  la  concepción  de  la  glorio  sis  sima  Virgen  nuestra  señora  Sánela  A/aria  y  de  ¿as 
tetras  de  su  nombre,  con  un  passo  del  nascimiento,  y  otras  muchas  cosas  en  su  loor. 
y  assi  mesmo  se  tratan  muy  excelentes  maravillas  de  la  pasión  de  xpto.y  del  com- 


j6  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

bale  del  corazón  espiritual  y  del  ansia  del  amor  de  Dios.  Y  oíros  muy  mara- 
villosos dichos  y  canciones  del  mundo  vueltas  á  lo  divino,  todo  en  metros  diferentes. 
Hecho  por  u?i  religioso  de  la  orden  del  bienaventurado  Satit  Hieronimo. 

(Al  fin):  Fué  impressa  la  presente  obra  intitulada  Cancionero  espiritual,  en 
la  muy  noble  villa  de  Valladolid,  en  casa  del  honrrado  varón  Juan  de  Villaquirán, 
impressor  d  costa  y  tnissió?i  del  auctor.  Acabóse  d  quatro  días  de  hebrero  de  mil  y 
quinientos  y  XLIX  años.  4.0  gótico,  á  dos  columnas,  56  hojas. 

Parece  que  la  composición  más  larga  del  tomo  es  una  disputa  alegórica,  en 
quintillas  dobles,  con  este  título:  Obra  llamada  combate  del  corazón,  en  que  se 
introduzen  seys  capitanes  que  le  guerrean  y  fatigan,  que  son  Ansia,  Tristeza,  Cui- 
dado, Te?nor,  Dolor  y  Passion.  Hay  también  villancicos,  y  un  paso  ó  égloga  al 
Nacimiento,  todo  ello  en  el  gusto  de  fines  del  siglo  xv  ó  de  los  primeros  años 
del  xvi,  más  bien  que  de  la  fecha  bastante  adelantada  en  que  se  imprimió  el  li- 
bro. El  autor  ocultó  su  nombre  por  esta  consideración  que  en  el  prólogo  expo- 
ne: «Porque  casi  los  más  de  los  que  han  cursado  este  arte  se  han  encaminado 
>á  motivos  profanos  y  amores  no  castos,  y  aun  también  porque  viendo  las  per- 
»sonas  nobles  y  de  calidad  (que  tan  aficionadas  fueron  antes  á  metrificar)  que 
>cada  persona  baxa  se  ponia  á  hacer  coplas,  y  muchas  de  ellas  torpes,  las  de- 
»xaron  ellos  de  hacer,  paresciéndoles  derogarse  su  autoridad;  y  assi  les  ha 
»acaescido  á  este  exercicio  lo  que  algún  tiempo  acaesció  á  los  trajes,  que 
» viendo  los  señores  ataviarse  de  sedas  los  muy  baxos  populares,  comenzaron 
sellos  á  se  vestir  de  paños  viles  y  de  poco  precio.» 

No  afirmaré  que  este  monje  Jerónimo,  de  quien  nada  dice  Fr.  José  de  Si- 
güenza  en  la  Historia  de  su  orden,  sea  el  mismo  Fr.  Hernando  de  Talavera, 
pero  á  lo  menos  debe  tenérsele  por  imitador  suyo. 


capitulo  xxm 

[los  poemas  dantescos   y   alegóricos   durante  el   reinado   de  los 

REYES  CATÓLICOS. JUAN  DE  PADILLA  (n.  I468);  SUS  OBRAS;  EL  Reta- 
blo de  la    Vida  de  Cristo;  Los  doce  triunfos  de  los  doce  apóstoles; 

COMPLICADA  URDIMBRE  DE  ESTE  POEMA)  LA  IMITACIÓN  DE  DANTE;  CA- 
RÁCTER NACIONAL  DE  LA  OBRA ;  LA  DICCIÓN  POÉTICA  DE  PADILLA;  IMI- 
TADORES de  éste  (el  autor  del  Libro  de  la  Celestial  Jerarquía). — 

DIEGO    GUILLEN    DE    ÁVILA. JUAN    DE-  NARVÁEZ. LA    Historia    Pat'tke- 

nopea  del   sevillano   alonso   Hernández;   su  interés   histórico. — 
otros  versificadores  de  asuntos  históricos]. 


Continuaron  en  este  reinado  escribiéndose  largos  poemas  dantes- 
cos y  alegóricos,  ya  de  materia  sagrada,  ya  de  tema  historial  pro- 
fano, en  el  metro  y  estilo  de  las  Trescientas,  de  Juan  de  Mena.  El 
poeta  que  á  todos  se  aventajó  en  este  orden,  llegando  á  colocarse 
entre  los  más  felices  imitadores  de  Dante,  fué  el  sevillano  Juan  de 
Padilla,  nacido  en  1468,  monje  profeso  en  la  Cartuja  de  Santa  Ma- 
ría de  las  Cuevas  (i),  y  generalmente  conocido  por  el  sobrenombre 

^  '  Yo  me  sentía  tan  embebecido 

Mirando  sus  cosas  de  gran  maravilla, 
Como  en  el  templo  de  nuestra  Sevilla 
El  rústico  simple  que  nunca  la  vido; 
O  como  cualquiera  de  Francia  venido 
Mirando  en  Las  Cuevas  la  nave  ya  surta, 
De  sobre  las  torres  y  mesa  de  murta, 
Donde  yo  hice  primero  mi  nido. 

(Retablo  de  la  vida  de  Cristo,  cántico  .•."; 

¿No  sabes,  Señor,  lo  que  tengo  ofrecido 
A  Christo  de  quien  la  su  vida  preciosa 


78  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

del  Cartujano,  único  que  usa  en  sus  escritos,  si  bien,  al  fin  del 
Retablo  de  la  vida  de  Cristo,  pone  en  un  acróstico  su  nombre  y 
apellido  en  esta  forma: 

Don  religioso  la  regla  rae  puso, 
Jurado  con  voto  canónico  puro; 
^4«te  su  vista  me  hallo  seguro 
De  la  tormenta  del  mundo  confuso. 
Carece  por  ende  mi  nombre  recluso, 
Digno  lector,  si  lo  vas  inquiriendo; 
Llama,  si  quieres,  mi  nombre  diciendo: 
Monje  Cartujo  la  obra  compuso. 

En  sus  mocedades,  y  antes  de  entrar  en  religión  tan  austera,  ha- 
bía cultivado  el  trato  de  las  musas  profanas,  de  lo  cual  más  tarde 
mostró  arrepentirse  en  estos  versos  del  Retablo: 

Deja  por  ende  las  falsas  ficciones 
De  los  antiguos  gentiles  selvajes, 
Las  quales  son  unos  mortales  potajes 
Cubiertos  con  altos  y  dulces  sermones: 
Sus  fábulas  falsas  y  sus  opiniones 
Pintamos  en  tiempo  de  la  juventud; 
Agora  mirando  la  suma  virtud 
Conozco  que  matan  á  los  corazones. 

Consta,  en  efecto,  que  en  1493  había  dado  á  luz  en  Sevilla  un 
poema  de  ciento  cincuenta  coplas  de  arte  mayor,  con  el  título  del 
Laberinto  del  Marqués  de  Cádiz  (seguramente  á  imitación  del  Labe- 
rinto de  Juan  de  Mena),  obra  que,  dados  los  alientos  poéticos  del 
autor  y  el  interés  histórico  de  su  héroe,  en  quien  se  cifra  la  mayor 
gloria  de  la  caballería  española  durante  la  guerra  de  Granada,  pudo 
ser  de  grande  importancia.  Pero  este  poema  parece  irrevocable- 
mente perdido,  pues  aunque  se  conocen  la  fecha  y  el  impresor,  y 
queda  una  pequeña  descripción  de  lo  material  del  libro,  todo  el  es- 
fuerzo de  los  más  doctos  bibliófilos  para  llegar  á  ver  un  ejemplar,  ha 

Canté  con  mi  lengua  mortal  y  penosa 
En  una  gran  Cueva  feroz  escondido, 
Aunque  de  afuera  se  muestra  graciosa? 

(Los  Dcce  Triunfos,  triunfo  primero,  cap.  II.) 


CAPITULO    XXIII  79 

resultado  hasta  ahora  infructuoso  (i).  Sólo  podemos  juzgar  al  Car- 
tujano por  dos  poemas  religiosos,  de  muy  desigual  mérito,  el  Reta- 
blo de  la  vida  de  Cristo  (2)  y  Los  doce  triunfos  de  los  doce  apóstoles. 

(1)  Miguel  Denis,  en  el  suplemento  á  Maitaire,  hace  de  este  libro  la  si- 
guiente descripción,  que  copia  el  P.  Méndez  en  su  Tipografía  Española: 

— El  Laberinto  del  Duque  de  Cádiz  D.  Rodrigo  Po7ice  de  León. 

Pág.  2,  dice:  La?  ciento  y  cincuenta  del  Laberinto,  compuestas  por  fray  Juan 
de  Padilla,  cartuxo,  antes  que  religioso  fuese. 

Dedicado  á  Doña  Beatriz  Pacheco,  duquesa  de  Arcos. 

(Al  fin):  Aquí  se  acaban  las  ciento  y  cincuenta  coplas  por  fray  Jua?i  de  Padilla, 
carluxo  profeso  de  las  Cuebas  de  Sevilla.  Impresas  en  Sevilla  en  el  año  de  mili  e 
quatrocientos  e  noventa  y  tres,  por  Meinardo  Ungtd  e  Lanzalao  Polono. 

4.°,  á  dos  columnas,  16  hojas  en  letra  de  tortis. 

(2)  Del  Retablo  de  la  vida  de  Cristo  hay,  por  lo  menos,  las  siguientes  edi- 
ciones: 

— Retablo  d'  l  cartuxo  sobre  la  vida  d'  nró  redéptór  jesu  xpó. 

(Al  fin):  Acabo  se  d'  componer  el  retablo...  jueves  a  xxiiij  dias  de  deziebre:  vigi- 
lia d'  la  natividad  de  nró  Señor:  cóplidos  los  años  de  mili  e  qnientos.  Año  del  ju- 
bileo de  roma.  Fue  empmido  en  la  muy  noble  e  muy  leal  cibdad  de  Sevilla,  por 
Cromberger  alemán,  a  iiij  dias  del  ?nes  de  margo.  Año  de  nr  salvador  jesuxpo  deó 
mili  y  qniétos  y  dezisexs.  Folio,  á  dos  columnas,  letra  de  tortis,  con  grabados 
intercalados  en  el  texto,  y  una  lámina  grande  después  del  colofón. 

Esta  es  indisputablemente  la  primera  edición,  y  está  descrita  en  la  Tipo- 
grafía Hispalense  de  D.  Francisco  Escudero  y  Perosso  (Madrid,  1894),  nú- 
mero 188,  con  presencia  de  un  ejemplar  que  existía  en  la  biblioteca  de  Uclés. 

—  Una  de  Sevilla,  15 18,  citada  por  Nicolás  Antonio. 

— Retablo  d1  la  vida  de  christo  fecho  en  metro  por  ten  devoto  frayle  de  la  Car- 
tuxa,  1529. 

(Al  fin):  Acabosse  la  presente  obra...  en  Alcalá  de  Henares  a  ocho  dias  d'  no- 
vicbre,  año  d'  mili  v  Quietos  y  XXIX.  Folio  gótico,  á  dos  columnas,  con  figu- 
ras. 76  fojas.  (Edición  descrita  por  Brunet  como  existente  en  la  Biblioteca 
Nacional  de  París.  Falta  en  la  Tipografía  Complutense  del  Sr.  Catalina  y 
García.) 

—  Toledo,  por  Juan  de  Ayala,  1565.  (Al  fin,  1559.)  Descrita  por  Gallardo. 

—  Sevilla,  por  Juan  Várela,  1530.  Citada  por  N.  Antonio  y  Brunet. 

— Retablo  de  la  vida  de  Christo  hecha  en  metro  por  el  devoto  padre  don  Juan  de 
Padilla  monje  Cartuxo.  Impresso  con  licencia  en  Toledo.  Por  Francisco  Guzmán, 
año  de  1570.  Tiene,  como  todas  las  restantes,  grabados  en  madera.  El  ejem- 
plar visto  por  Salva  tenía  al  fin  la  fecha  de  1567,  que  será  la  verdadera  de  la 
impresión,  aunque  el  libro  no  circulase  hasta  después  de  1569,  que  es  la  fe- 
cha del  privilegio.  (Sigue  la  nota.) 


8o  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

La  fortuna  de  cada  uno  de  estos  poemas  ha  estado  en  razón  inversa 
de  su  valor  intrínseco;  y  mientras  el  Retablo,  por  la  mayor  excelen- 
cia de  su  asunto,  llegaba  á  ser  libro  popular  y  era  reproducido  en 

— Alcalá  de  Henares,  por  Sebastián  Martínez,  1577.  La  tuvo  Salva,  y  está 
descrita  minuciosamente  en  su  Catálogo. 

— Valladolid,  1582,  en  casa  de  Diego  Fernández  de  Córdoba. 

—Toledo,  por  Pedro  López  de  Haro,  1585.  Citada  por  D.  Justo  Sancha  en 
su  Romancero  y  Cancionero  Sagrados. 

— Toledo,  por  Pedro  Rodríguez,  1593. 

— Alcalá,  por  Sebastián  Martínez,  1593. 

— Alcalá  de  Henares,  en  casa  de  Juan  Gradan,  q?¿e  sea  en  gloria.  Año  1605. 
Edición  de  aspecto  popular,  y  en  muy  mal  papel,  con  toscas  viñetas  graba- 
das en  madera. 

— Retrato  (sic¡  de  la  vida  de  Cristo.  Edición  popular  del  siglo  pasado,  en 
Valladolid,  casa  de  la  viuda  é  hijos  de  Santander;  unida  auna  Pasión  en  quin- 
tillas, que  es  la  de  Diego  de  San  Pedro,  adicionada  por  el  Bachiller  Burgos. 

— Edición  fragmentaria  de  Londres,  1841,  por  el  canónigo  Riego,  al  fin  de 
Los  Doce  Triunfos,  que  citaré  después. 

Salva  describe  un  rarísimo  librito  que  lleva  por  título  La  Vida  de  Nuestra 
Bendita  Señora  María  Virgen,  emperatriz  de  los  cielos,  en  la  qual  también  se  con- 
tienen el  Nascimievto,  Passion  y  muerte  de  Nuestro  Dios  y  Salvador  Jesu  Chris- 
to...  Obra  de  Julio  Pontana,  pintor  y  vezino  de  la  muy  noble  ciudad  de  Verona. 
Con  algunos  versos,  hechos  parte  por  un  devoto  cartuxano,  y  parte  por  Jusepede 
los  Cerros  de  Trenio.  Sin  lugar  (¿Venecia?)  apud  Lucam  Guarino,  1569.  Son  40 
láminas  muy  bien  grabadas  al  agua  fuerte,  que  llevan  en  la  parte  inferior  ver- 
sos explicativos,  tomados  la  mayor  parte  de  ellos  del  Retablo  de  nuestro 
autor. 

Con  esta  abundancia  de  ediciones  del  Retablo,  contrasta  la  escasez  de  las 
de  Los  Doce  Triunfos,  pues  sólo  se  pueden  citar  tres;  y  aun  una  de  ellas  es 
dudosa. 

— Los  doze  triüphos  de  los  doze  Apostóles:  fechos  por  el  cartuxaiio:  ffesso  en 
sed  María  a"  las  Cuevas  en  Sevilla.  Có  previlegio.  El  frontis  figura  un  retablo, 
donde  en  doce  nichos  están  los  doce  apóstoles  con  sus  nombres  en  letra  co- 
lorada, lo  mismo  que  el  título.  Al  dorso  la  cabeza  de  San  Juan  Bautista.  Hay 
entre  las  hojas  de  principios  otras  dos  láminas,  una  del  cielo  estrellado  y  otra 
del  signo  de  Aries.  La  obra  comienza  en  la  séptima  hoja. 

(Al  fin):  Aquí  se  acaba  el  iriüpho  de  Sant  Mathias  apóstol:  y  postrero  de  los 
doze  triüfos.  Acabóse  la  obra  de  cdponer  domingo  en  xiiij  de  Febrero  de  mili  y  qui- 
nientos xviij  años  d:a  de  sant  Valentino  martyr.  Fue  impremida  en  la  muy  noble 
y  muy  leal  cibdad  de  Sevilla,  por  Juan  Várela  a  V  días  d'  l  mes  de  Octubre:  año 
de  nró.  Salvador  de  mili  y  quintetos  y  XXI  años.  Folio  gótico,  6  hojas  prelimi- 


CAPITULO    XXIII  81 

numerosas  ediciones  hasta  el  siglo  xvn,  y  aun  en  tiempos  próximos 
á  nosotros;  Los  doce  triunfos,  que  son  incomparablemente  superio- 
res, quizá  no  fueron  reimpresos  ni  una  vez  sola  en  más  de  trescien- 
tos años,  y  eran  una  de  las  mayores  rarezas  bibliográficas  de  la  lite- 
ratura española,  hasta  que  el  canónigo  Riego  los  sacó  del  olvido 
en  1842,  abrumando  al  autor  con  los  disparatados  calificativos  de 
Homero  y  Dante  español,  que  le  han  perjudicado  más  que  favore- 
cido en  la  estimación  de  la  crítica  desapasionada.  Con  más  acierto 
y  templanza  D.  Luis  Usoz  y  Río  se  limitó  á  decir  (i)  que  «ninguna 

nares  y  62  folios.  Al  fin  se  advierte  que  cesta  divina  y  apostólica  obra  fué  muy 
¡>diligentemente  vista  y  aprobada  por  los  reverendos  señores  Martín  Nava- 
rro, canónigo  en  la  Sancta  iglesia  de  Sevilla,  y  Sebastian  Monzón,  racionero 
>en  la  misma  Sancta  iglesia,  dignísimos  maestros  en  artes  y  sacra  theologia,  en 
»presencia  del  autor  de  la  obra.» 

— Edición  de  1529,  citada  por  La  Serna  Santander,  pero  no  vista  por  nin- 
gún otro  bibliógrafo. 

— Los  doze  triumphos  de  los  doze  Apostóles,  fechos  por  el  Cartuxano:  professo 
en  Slá.  María  de  las  Cuevas  en  Sevilla.  Poema  heroico  cristiano  (del  Homero  y 
Dante  español).  Lo  saca  á  luz  de  las  tinieblas  del  olvido  en  que  estaba  sepultado 
por  más  de  trescientos  años,  fiel  y  cuidadosamente  trasladado  de  un  Exemplar  que 
hoy  existe  en  la  Librería  del  Museo  Británico:  y  que  antes  perteneció  y  aun  ahora, 
debiera  pertenecer,  á  no  habérsele  privado  de  él  malamente,  al  Editor  de  esta  Di- 
vina y  Apostólica  obra  Don  Miguel  del  Riego:  canónigo  de  Oviedo.  Londres,  im- 
preso por  D.  Carlos  Wood,  JS41 . 

El  bibliófilo  que  dirigió  esta  curiosa  reimpresión,  y  cuyo  extraño  gusto 
bien  puede  comprenderse  po.  la  portada,  fué  el  canónigo  asturiano  D.  Miguel 
del  Riego,  emigrado  en  Londres,  hermano  del  célebre  D.  Rafael,  y  muy  co- 
nocido él  mismo  por  la  grande  amistad  que  tuvo  con  Hugo  Foseólo,  que  mu- 
rió en  su  casa  y  le  legó  sus  manuscritos. 

Al  fin  de  Los  Doce  Triunfos  puso  extractos  considerables  del  Retablo  de  la 
vida  de  Cristo. 

Entre  los  pocos  críticos  españoles  que  han  tratado  del  Cartujano,  dándole 
la  estimación  debida,  figura  en  primer  termino  Amador  de  los  Ríos,  que  ya 
en  su  juventud  iniciaba  el  estudio  de  este  poeta  en  varios  artículos  publicados 
en  la  Floresta  Andaluza,  revista  de  Sevilla  (i 84 1  á  1842),  en  El  Tiempo,  de  Ma- 
drid (1844),  y  en  la  Revista  Literaria  del  Español  (1845). 

[Véanse  también  Los  doze  Triumphos  en  el  tomo  1  del  Cancionero  castella- 
no del  siglo  XV  de  R.  Foulché-Delbosc  (tomo  xix  de  la  Nueva  Biblioteca  de 
Autores  Españoles).  [A.  /?.)]. 

(1)     En  el  prólogo  al  Cancionero  de  Burlas. 

Men£ndkz  y  PbIiAyo.— Poesía  castellana.   I  tí.  6 


82  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

nación  en  1 52 1  puede  presentar  tan  buen  discípulo  de  Dante  como 
es  el  Cartujanos]  y  á  nuestro  juicio,  esta  es  la  verdad,  y  no  es  pe- 
queña gloria  para  Juan  de  Padilla  el  que  esto  pueda  decirse. 

Ambos  poemas  están  compuestos  en  estancias  de  arte  mayor 
como  las  de  Juan  de  Mena;  pero  todos  los  versos  son  rigurosamen- 
te dodecasílabos,  sin  que  se  advierta  en  ellos  la  irregularidad  métri- 
ca, al  parecer  sistemática,  que  hay  en  las  Trescientas.  Pero,  fuera 
de  esta  semejanza  de  forma,  el  Retablo  y  Los  doce  triunfos  difieren 
profundamente  entre  sí  en  todo  lo  que  pertenece  al  plan  y  artificio 
de  la  composición.  El  del  Retablo,  obra  más  piadosa  que  literaria, 
es  sencillo  por  todo  extremo,  rigurosamente  narrativo,  sin  mezcla 
de  alegoría,  ni  simbolismo.  El  autor,  aludiendo  claramente  á  Juan 
de  Mena,  manifiesta  su  propósito  de  no  imitarle,  sobre  todo  en  el 
empleo  de  la  mitología  y  de  la  historia  profana: 

Aquí  no  pintamos  las  vueltas  humanas, 
Ni  cómo  las  vuelve  la  triste  fortuna, 
Ni  cómo  se  mueven  los  cielos  y  luna, 
Ni  sus  influencias  enfermas  y  sanas: 
Callo  las  cosas  del  mundo  livianas, 
Dejo  los  hechos  romanos  aparte, 
Repruebo  los  hechos  de  Palas  y  Marte 
Y  las  opiniones  de  gentes  profanas. 


Huyan,  por  ende,  las  musas  dañadas 
Á  las  Estigias  do  reina  Plutón; 
En  nuestro  divino  muy  alto  sermón 
Las  tienen  los  santos  por  muy  reprobadas. 
Aquí  celebramos  las  cosas  sagradas, 
La  vida  de  Cristo  con  su  nacimiento, 
Sus  llagas  y  muerte,  pasión  y  tormento, 
Con  todas  sus  cosas  muy  bien  memoradas. 

El  asunto  del  poema  es  la  vida  de  Cristo,  conforme  al  texto  de 
los  cuatro  Evangelios,  sin  ninguna  especie  de  adición  apócrifa  ni 
circunstancia  que  no  esté  contenida  en  el  Sagrado  Texto.  Así  lo 
anuncia  el  preámbulo  y  así  se  cumple  en  el  libro:  «Comienza  la 
»vida  de  Cristo,  compuesta  por  un  religioso  monje  de  la  orden  de 
»la  Cartuja  en  versos  castellanos,  ó  coplas  de  arte  mayor,  á  causa 


CAPÍTULO   XXHI  83 

»que  mejor  sea  leída;  porque,  según  la  sentencia  de  Aristóteles,  na- 
turalmente se  deleita  el  hombre  en  el  verso  y  música.  El  qual  di- 
»vide  toda  la  obra  en  quatro  Tablas,  porque  su  intención  es,  según 
aparece  en  el  segundo  cántico  de  la  primera  tabla,  hacer  un  Reta- 
»blo  de  la  vida  de  Cristo  nuestro  Redentor.  Las  quales  quatro  ta- 
ablas  corresponden  á  los  quatro  Evangelios.  Y  así  por  orden  po- 
smiendo  las  historias  no  apócrifas  ni  falsas,  salvo  como  la  santa  ma- 
jare Iglesia  las  tiene,  y  los  santos  profetas  y  doctores,  que  van  por 
alas  márgenes  puestos.  Van  divididas  las  Tablas,  no  por  capítulos, 
«salvo  por  cánticos...  La  primera  tabla  comienza  del  principio  has- 
»ta  el  bautismo  de  Cristo.  La  segunda,  de  allí  hasta  el  domingo  "de 
»Lázaro,  que  se  llama  Dominica  in  Passione.  La  tercera  hasta  que 
»subió  á  los  Cielos,  y  ha  de  venir  á  juzgar  á  los  vivos  y  los  muertos. 
«Los  lectores  paren  mientes,  quando  vieren  el  evangelista,  ó  pro- 
afeta,  ó  doctor,  señalado  en  la  margen,  porque  en  derecho  del  ver- 
aso  do  está  señalado,  comienza  á  decir  su  dicho,  hasta  que  viene  el 
aotro  siguiente;  así  van  todos  por  orden.  Quando  quiera  que  algu- 
anos  doctores  no  tuvieren  señalados  sus  originales  ó  libros,  hase  de 
^entender  que  lo  dicen  sobre  el  texto  Evangélico,  en  exposiciones, 
^homilías,  sermones  ó  postillas;  así  hace  Santo  Thomás  en  su  Cate- 
aría áurea,  y  Lodulpho  Cartujano,  el  qual  más  que  otro  ninguno 
«compiló  muy  altamente  la  vida  de  Cristo,  según  fué  aprobado  en 
ael  Concilio  de  Basilea.  Estos  doctores  han  sido  muy  familiares  al 
»autor  en  esta  obra;  quando  él  pusiese  con  ellos  el  cornadillo  de  su 
apobreza,  no  pone  su  nombre,  salvo  este  nombre:  autor...  Y  pro- 
testa de  no  poner  historias  de  gentiles  paganos,  salvo  algunas  que 
amucho  hiciesen  al  caso  y  fuesen  verdaderas.  Cosa  temorizada  es 
aponer  entre  las  historias  de  Cristo  historias  reprobadas  y  falsas, 
asalvo  las  verdaderas  y  aprobadas  que  tiene  el  Testamento  viejo  y 
«nuevo.  Y  nota  que  no  tan  solamente  aquí  se  describe  la  vida  de 
«Cristo,  pero  la  de  Nuestra  Señora  y  de  San  Juan  Bautista,  padre 
agracioso  de  los  Cartujos.» 

Esta  clarísima  exposición  hecha  por  el  autor  mismo  nos  excusa 
de  insistir  sobre  el  contenido  de  la  obra,  que  es  uno  más  en  la  lar- 
ga serie  de  poemas  sobre  la  vida  del  Redentor,  iniciada  en  el  siglo  iv 
por   nuestro    español   Juvenco,    á    quien    se   parece    el    autor   del 


84  -    HISTORIA'  DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Retablo  hasta  en  haber  dividido  su  obra  en  cuatro  libros,  aunque 
ni  en  Juvenco  ni  en  Padilla  corresponda  cada  uno  de  ellos  á 
un  Evangelio,  puesto  que  la  narración  va  seguida  y  hecha  siem- 
pre con  presencia  de  los  cuatro: 

Así  como  salen  del  huerto  primero 
Y  ele  su  fontana  de  gran  perfección, 
Los  quatro  conductos  Phisón  y  Gion, 
Eufrates  y  Tigris,  de  curso  ligero; 
Así  de  la  fuente  de  Dios  verdadero 
Saco  mis  tablas  por  cuatro  canales, 
Que  son  los  conductos  evangelicales, 
Según  adelante  mejor  lo  profiero. 

La  parte  original  del  autor,  que  él  cuida  de  advertir  siempre  con 
la  nota  indicada,  es  muy  pequeña:  se  reduce  á  algunas  comparacio- 
nes y  á  tal  cual  sentencia.  Al  fin  de  cada  uno  de  los  cánticos,  hay 
una  oración  en  versos  octosílabos,  y  á  veces,  en  los  momentos  más 
solemnes  y  dolorosos  de  la  Pasión,  intercala  lamentaciones  en  pro- 
sa, á  manera  de  sermón.  El  lenguaje  es  mucho  más  llano  y  popular 
que  el  de  Los  Doce  Triunfos;  son  raros  en  él  los  neologismos  enfá- 
ticos que  dan  tan  especial  color  al  estilo  del  segundo  de  estos  poe- 
mas, y  en  cambio  se  recomienda  por  la  patética  sencillez  y  la  fuer- 
za expresiva  en  muchos  pasajes,  de  que  pueden  dar  muestra  estas 
octavas,  tomadas  del  cuadro  de  la  Crucifixión: 

Ya  comenzaba  el  Señor  dolorido 
Hacer  las  señales  del  último  punto; 
Mostraba  su  cara  color  de  difunto, 
La  carne  moría,  moría  el  sentido; 
El  pecho  sonaba  con  ronco  latido, 
Los  ojos  abiertos,  la  vista  turbada, 
Llena  de  sangre  la  boca  sagrada, 
Fríos  los  pies,  y  su  pulso  perdido. 


Luego  por  medio  se  rompe  aquel  velo, 
Que  estaba  en  el  templo  delante  el  altar; 
Comienza  muy  recio  la  tierra  á  temblar, 
Por  medio  se  quiebran  las  piedras  del  suelo 
Pierden  su  lumbre  los  signos  del  cielo, 
El  sol  y  la  luna  también  la  perdieron, 


CAPÍTULO    XXIII  85. 

Los  cuerpos  de  santos  allí  resurgieron, 
Cree  el  Centurio  con  grave  recelo. 

El  agua  salía,  la  sangre  brotaba, 
La  sangre  por  precio  de  nuestros  pecados. 
Y  para  que  fuesen  del  todo  lavados, 
El  agua  muy  santa  perfecta  manaba... 

Literariamente  valen  mucho  más  Los  doce  triunfos  de  los  doce 
Apóstoles,  poema  enteramente  dantesco  en  el  conjunto  y  en  los  por- 
menores, aunque  el  título  recuerde  desde  luego  los  Triunfos  del  Pe- 
trarca, de  los  cuales  también  tiene  alguna  reminiscencia.  Este  se- 
gundo poema  del  Cartujano  no  es  ya  historial,  sino  alegórico;  la 
historia  sólo  aparece  en  los  episodios,  como  en  la  Divina  Comedia 
y  en  el  Laberinto.  Un  argumento  en  prosa  declara  previamente  el 
artificio  de  esta  sotil é  divina  obra:  «La  intención  del  autor  es  com- 
»poner  doce  triunfos,  en  que  describe  los  hechos  maravillosos  de 
>los  doce  Apóstoles;  los  quales  van  divididos  por  los  doce  signos 
»del  Zodíaco  que  ciñe  toda  la  Esfera...  por  los  quales  el  Sol  y  los 
^Planetas  hacen  su  curso.  Por  el  Sol  se  entiende  Cristo...  y  todos 
>los  otros  Planetas  y  señales  del  Cielo,  allende  del  seso  literal  é  his- 
torial, los  trae  sutilmente  al  seso  moral  y  alegórico...  Y  por  quan- 
>to  el  año  va  dividido  por  sus  meses,  el  autor  ha  tomado  esta  in- 
tención de  poner  cada  un  Apóstol  sobre  el  signo  que  viene:  así 
jcomo  á  Santiago  sobre  el  signo  de  León,  el  qual  entra  mediado  Ju- 
»lio  y  va  hasta  mediado  Agosto,  que  entra  el  signo  de  Virgo,  enci- 
sma del  qual  se  pone  San  Bartholomé...  E  describe  en  diversos  lu- 
»gares,  discurriendo  por  la  obra,  mucho  de  la  Cosmografía,  convie- 
ne á  saber  las  partidas,  provincias,  rey  nos  y  ciudades  por  donde 
¿los  Apóstoles  predicaron  y  de  la  idolatría  triunfaron.  Esto  mismo 
>hace  de  la  Astrología,  á  causa  de  representar  la  gloria  que  los  Sari- 
»tos  tienen  en  el  Cielo.  Y  por  semejante,  representa  en  la  tierra 
>doce  bocas  infernales  en  un  hondo  valle;  las  quales  dice  que  salen 
>del  profundo  del  infierno;  y  cada  qual  de  ellas  corresponde  A  un 
asigno  del  Zodíaco,  y  no  menos  á  cada  triunfo  de  los  Apóstoles 
•  Por  las  quales  doce  bocas,  se  tragan  y  atormentan  doce  géneros 
>de  pecados...  que  son  las  transgresiones  contrarias  <1  la  observan- 


86  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

»cia  de  los  mandamientos...  Sobre  la  haz  de  la  tierra  representa  el 
^Purgatorio  en  algunos  triunfos  por  diversas  penas  derramadas;  y 
>finge  que  habla  con  algunas  ánimas,  y  les  demanda  la  causa  de  sus 
apenas,  y  de  otros  que  penan  en  el  inñerno...  Grandes  historias  cía- 
aras  y  obscuras,  é  intrincadas  materias  van  por  esta  contemplativa 
»obra...» 

Hay  que  distinguir,  pues,  en  la  complicada  urdimbre  de  este  poe- 
ma varios  hilos;  en  primer  lugar  un  simbolismo  astrológico,  en  que 
el  Sol  representa  á  Cristo,  y  los  signos  del  Zodíaco  á  los  Apósto- 
les (i);  en  segundo,  una  Cosmografía  ó  descripción  de  todas  las 
tierras  en  que  predicaron  los  Apóstoles;  y  finalmente,  un  viaje  al  In: 
fiemo  y  al  Purgatorio,  en  que  San  Pablo  sirve  de  guía  al  poeta, 
como  Virgilio  había  servido  á  Dante.  Todo  lo  anuncia  y  abarca  la 
invocación  del  poeta: 

Yo  canto  las  armas  de  los  Palestinos  (2) 
Príncipes  doce  del  Omnipotente, 
Sus  doce  triunfos  de  don  excelente, 
Triunfos  de  gloria  seranea  dinos: 

Y  pongo  la  tierra  debajo  los  sinos 
Del  cinto  dorado  de  los  animales, 

Y  junto  las  altas  celestes  señales, 

Y  los  fortunados  y  casos  indinos 
De  los  pasados  é  vivos  mortales... 

(1)  Recuérdese,  como  extraña  y  curiosa  coincidencia,  aquella  obra  á  prin- 
cipios de  nuestro  siglo  tan  ruidosa,  y  hoy  tan  olvidada,  de  Dupuis,  sobre  el 
Origen  de  los  Cultos,  en  que  el  mismo  símbolo  zodiacal  se  ve  empleado  contra 
el  cristianismo  y  aun  contra  toda  religión. 

(2)  Reminiscencia  evidente  del  Arma  virunque  cano...  Hay  otras  imitacio- 
nes de  la  Eneida,  especialmente  de  la  descripción  de  la  tempestad  en  el 

Triunfo  4°,  cap.  ni. 

Así  navegando  los  golfos  tirrenos 

Meptuno  se  leva  con  ínvido  dolo, 

Rogando  que  suelte  sus  vientos  Eolo._ 


Esta  descripción  virgiliana  estaba  entonces  muy  de  moda:  ya  la  había  imi- 
tado Juan  de  Mena;  y  simultáneamente  con  el  Cartujano  lo  hizo  el  autor  de 
la  Historia  parthenopea,  pero  con  todo  el  mal  suceso  que  podía  esperarse  de 
su  nulidad  poética. 


CAPÍTULO    XXIII  87 

Estos  materiales  se  mezclan  de  un  modo  bastante  confuso,  y  son 
de  muy  desigual  valor.  Toda  la  parte  astrológica  y  cosmográfica  es 
en  extremo  cansada  y  pedantesca.  Por  el  contrario,  la  visita  á  las 
mansiones  infernales  es  la  parte  mejor  de  la  obra:  aquí  el  Cartujano 
'sigue  paso  a  paso  las  huellas  de  Dante,  y  calca  sus  episodios,  y  unas 
veces  le  imita  y  otras  le  traduce,  pero  siempre  con  desembarazo, 
nervio  y  estilo  propio.  Su  dicción  es  escabrosa  y  desigual,  á  veces 
enfática  y  altisonante,  á  veces  desmayada  y  pedestre,  pero  en  las 
comparaciones  (i)  y  en  las  descripciones  suele  mostrar  mucha  sa- 
via poética.  De  las  cualidades  de  Dante  acertó  á  asimilarse  una  de 

(1)  Juzgamos  conveniente  transcribir  algunas,  no  sólo  por  la  extraña  ori- 
ginalidad de  varias  de  ellas,  sino  por  tratarse  de  un  poeta  tan  olvidado,  y 
cuyas  obras,  aun  en  la  edición  de  Londres,  son  de  difícil  acceso: 

Alzaba  la  cara  con  altos  bramidos 
Que  retronaban  aquella  montaña, 
Bien  como  toros  bramando  con  saña, 
Huyendo  de  otros  después  de  vencidos... 


Y  como  quien  tuerce  los  hilos  pendientes 
Entre  las  palmas  con  fuerza  de  dedos; 
Como  los  sastres  sentados  y  quedos 
Los  tuercen  colgados  de  solos  dos  dientes: 
Así  las  dañadas  y  pérfidas  gentes 
Tuercen  sus  lenguas  del  todo  sacadas, 
Para  que  sean  sotil  enhiladas 
Con  las  agujas  de  fuego  pungentes, 
Puesto  que  sean  muy  más  abrasadas. 

Como  los  toros,  en  tales  lugares  *, 
Tienen  á  fuertes  colunas  ligados: 
Así  vide  cuerpos  de  bestias  atados 
Por  las  gargantas  y  los  paladares. 
Tenían  las  caras  con  sus  aladares, 
Bien  como  unos  humanos  mortales: 
Los  miembros  de  cuerpos  no  poco  bestiales, 
En  parte  conformes,  y  en  parte  dispares 
De  asnos  sardescos  que  son  desiguales. 

Como  los  brutos  galápagos  suelen 
Tener  sus  cabezas  y  cuello  de  fuera 


El  matadero  ó  carnicería  de  que  habla  antes. 


88  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

las  más  características:  el  poder  de  representación  eficaz  y  viva  de 
las  realidades  concretas;  el  arte  de  transformar  lo  fantástico  en  icás- 
tico, y  de  producir  con  elementos  del  mundo  invisible  la  visión  de 
cosa  presente  y  palpable.  En  la  expresión  el  Cartujano  es  más  dan- 


Por  los  remansos  de  alguna  ribera, 
Si  no  les  dan  causa  que  hondo  se  cuelen: 
Tal  se  mostraban,  y  mucho  se  duelen 
Las  tristes  cabezas  por  esta  laguna... 


En  lo  más  hondo  del  valle  penoso 
Oímos  sonar  unas  ciertas  cuadrillas: 
Así  como  suenan  algunas  tablillas, 

Y  roncas  gargantas  del  pueblo  leproso, 
Que  pide  limosna  de  fuera  las  villas. 

Como  de  noche  corusca  del  cielo 
Súbita  lumbre  relampagueando, 
Hace  su  rayo  sotil  radiando 
Que  súbitamente  veamos  el  suelo; 
Pero  tornando  la  noche  su  velo 
Quedan  los  ojos  así  como  muertos: 

Y  tanto  se  monta  tenellos  abiertos, 
Cuanto  cerrados  á  luz  de  señuelo 

Que  suelen  de  noche  poner  á  los  puertos. 

Y  como  delante  de  los  caminantes 
Traviesan  corriendo  los  ciervos  ligeros, 
Heridos  á  veces  de  los  ballesteros 
Con  yerbas  peores  que  pasavolantes: 
Así  nos  pasaron  delante  bramantes 
Unas  amargas  personas,  heridas 

Con  armas  de  fuego  cruel  encendidas; 
Sus  trancos  y  pasos  así  festinantes 
Como  las  cebras  por  llano  corridas. 

Y  bien  como  vemos  que  muchas  vegadas, 
Aunque  corridas,  se  paran  mirando 

A  los  cazadores,  que  van  ya  callando 
A  causa  que  sean  más  presto  cazadas, 
Así  nos  giraron  sus  caras  cuitadas, 
Y  se  detuvieron  en  sí  razonantes... 

Y  como  en  la  Isla  de  Hierro  la  gente 
Bebe  del  agua  que  el  árbol  destila, 

La  qual  por  las  hojas  pendientes  ahila 


CAPÍTULO    XXIII  89 

tesco  que  Juan  de  Mena,  aunque  éste  tenga  más  partes  de  poeta 
épico.  La  cruda  familiaridad  del  estilo  del  monje  Padilla,  en  los  tro- 
zos en  que  se  olvida  de  la  afectación  retórica  y  se  deja  llevar 
no  menos  de  su  natural  instinto  que  del  gran   modelo  que   tenía 


Hasta  que  hinche  la  húmeda  fuente; 
Así  destilaba  la  sangre  reciente 
Por  todos  los  miembros  de  los  cativados: 
Que  todos  los  charcos  de  agua  menguados 
Llenos  quedaban  de  sangre  rubente, 
La  qual  no  pudieran  beber  los  ganados. 


Y  como  los  peces  los  cuervos  marinos, 
Las  almas  amargas  con  ansia  tragaban. 

Asi  nos  llegamos  á  poco  de  rato 
A  la  ribera,  do  vi  que  penaba 
Uno  que  cieno  hediondo  tragaba 
Como  quien  traga  la  miel  de  Cerrato. 
Su  mano  traía  cruel  garabato, 
El  suelo  rasgaba  con  él  abarrisco; 

Y  como  quien  anda  buscando  marisco 
Tal  rebuscaba  con  férvido  flato 

El  cieno  muy  negro  cubierto  de  cisco. 

Véase,  en  contraposición  á  tan  hórridas  pinturas,  esta  dulce  entrada  del 
'l?runfo  cuarto^  que  recuerda  análogos  principios  de  algunos  cantos  de  Dante: 

Como  la  dulce  calandra  volando 
Entona  su  canto,  subiendo  su  vuelo 
Facia  la  parte  más  alta  del  cielo, 
Con  sus  alillas  sutil  aleando: 
Pero  después  de  sobida  callando 
Contempla  la  forma  de  aquella  su  vida, 

Y  con  alegría  mezclada  sobida, 
Muy  vagorosa  se  viene  calando 
Kacia  la  propia  terrena  manida. 


o  es  rara  la  suavidad  y  ternura  de  expresión  en  el  Cartujano^  v.  gr. 

Así  rastreando  la  triste  plañía, 
Como  los  niños  que  van  gateando; 
Que  dejan  la  cuna,  la  madre  buscando, 
Puestos  en  esta  continua  porfía, 
Hasta  que  callan,  la  teta  mamando. 


gO  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

á  la  vista,  va  bien  con  la  entonación  sombría  de  los  cuadros  en 
que  principalmente  se  complace.  Veamos  algunos  trozos,  eligien- 
do precisamente  aquellos  en  que  es  más  visible  la  imitación  de 
Dante,  y  en  que,  por  consiguiente,  el  arte  del  imitador  tiene  que 
luchar  con  más  desventaja.  Sea  el  primero  la  aparición  de  Satanás, 
imitada  del  último  canto  del  Infierno: 

Lo' mperador  del  doloroso  regno 

Da  mezzo  '1  petto  uscia  fuor  della  ghiaccia... 

En  medio  del  pozo  según  parecía, 
Vimos  de  bruzas  estar  aleando 
Una  muy  fea  visión,  trabajando 
Por  levantarse  maguer  no  podía. 
Las  manos  y  cola  de  grado  tenía, 

Y  más  las  espaldas  atan  escamadas 
Como  las  sierpes  de  Libia  conchadas; 

Y  como  la  Hidra  su  cuello  tendía 
Con  siete  gargantas  y  lenguas  sacadas. 

Las  alas,  mayores  que  velas  latinas, 

Y  de  las  morciélagas  no  diferían: 
Dos  vientos  las  alas  batiendo  hacían, 
Helantes  las  partes  del  pozo  vecinas. 
Por  agujeros,  resquicios  y  minas 
Brotaban  helados  y  negros  vapores: 
Helaban  las  carnes  de  los  pecadores, 
Doblando  sus  males  y  penas  continas, 

Y  otros  secretos  tormentos  mayores. 


Suena  de  dentro  muy  grande  zombido 
Como  colmenas  después  de  castradas; 
Ó  como  las  aguas  que  van  despeñadas 
Á  dar  en  el  pozo  que  tieuen  seguido... 


Nadie   dejará   de   recordar  las  capas  de  plomo  con  que  Dante 
(canto  XXIII)  revistió  á  los  hipócritas: 

Egli  avean  cappe  con  cappucci  bassi 
Dinanzi  agli  occhi,  fatte  della  taglia 
Che'n  Cologna  per  li  monaci  fassi. 


CAPITULO  xxiii  gi 

Di  fuor  dórate  son  si  ch'  egli  abbagiia; 
Ma  dentro  tutte  piombo  e  gravi  tanto, 
Che  Federigo  le  mettea  di  paglia... 

Véase  cómo  Juan  de  Padilla  imita  libremente,  pero  con  mucho 
vigor,  este  pasaje,  sustituyendo  con  unas  máscaras  de  plomo 
las  capas  de  Dante: 

Y  vi  que  por  ásperos  riscos  sobía 
Una  gran  parte  de  gente  gimiendo: 
Como  cargado  que  gime  subiendo 
Ásperos  puertos,  sin  senda  ni  guía. 
Cada  qual  de  ellos,  yo  vi  que  tenía 
Cubierta  su  cara  con  otra  fingida, 
Hecha  de  plomo  muy  más  que  bruñida, 
Y  blanca  su  ropa,  según  parecía. 
De  pelos  de  lobo  sutil  retejida. 

Llevaban  las  cíiras  y  cuerpos  corvados, 
Así  como  hace  cualquier  ganapán, 
Que  lleva  gran  peso  con  pena  y  afán 
Á  los  navios  en  Cádiz  fletados. 
El  plomo  hacía  sus  rostros  pesados. 
Siendo  las  máscaras  deste  metal 
Por  ir  adelante  por  el  pedregal: 
Atrás  se  tornaban  con  pasos  trabados, 
Hacia  lo  hondo  del  valle  mortal. 


Las  máscaras  graves,  de  plomo  talladas, 

Y  todas  sus  ropas  y  trajes  fengidos, 
Allí  se  derriten  después  de  heridos, 
Quedando  sus  caras  muy  más  inflamadas. 

Y  como  de  alto  las  peñas  lanzadas 
Vienen  con  furia  la  cuesta  rodando, 
Tal  se  mostraban  allí  despeñando, 
Hacia  lo  hondo  de  aquellas  quebradas, 
Estos  blasfemos  de  Dios  reclamando. 

En  este  gran  trato  de  cuerda  penaban 
Otros  semblantes  de  mitras  y  togas; 
Eran  sus  lenguas  las  ásperas  sogas 
Que  los  sobían  y  los  abajaban. 
Todos  sus  miembros  se  descoyuntaban, 

Y  más  rebotaban  los  huesos  quebrados: 


92  HISTORIA    DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

Y  como  los  cuellos  de  los  ahorcados, 
Muy  estiradas  sus  lenguas  mostraban. 
Venas  y  cuerdas,  los  bezos  inflados... 

Y  que  el  Cartujano  había  llegado  á  conquistar  los  más  terribles 
secretos  de  la  fiera  penalidad  dantesca,  lo  muestra  bien  aquel  epi- 
sodio en  que  nos  describe  los  canes  que  devoraban  las  carnes  y 
lenguas  heladas  y  duras  de  los  apóstatas,  cuyos  miembros,  después 
de  tragados,  volvían  á  rehacerse  en  forma  de  demonios,  los  cuales 
atormentaban  el  cuerpo  de  que  procedían,  y  á  los  mismos  canes  del 
Infierno  que  se  habían  cebado  en  su  madre. 

Mostraban  aquellos  ministros  cruentos, 
Como  verdugos  y  bravos  leones. 
Manos  y  garfios  de  mil  condiciones, 

Y  otras  maneras  de  nuevos  tormentos. 
Despedazaban  los  cuartos  sangrientos 

Y  lenguas  babosas  de  aquellas  quimeras; 
Las  cuales  colgaban  de  las  espeteras, 
Allí  do  picaban  los  buytres  hambrientos, 
Bien  como  cuervos  de  cuencas  enteras. 

Y  como  los  gatos  de  las  asaduras 
Afierran  con  uñas,  no  poco  gruñendo: 
Tal  se  mostraban  los  canes,  comiendo 
Las  carnes  y  lenguas  heladas  y  duras. 
A  rehacerse  por  las  coyunturas 

Tornaban  sus  miembros,  después  de  tragados, 
Pero  después  que  los  vi  revesados 
Tornaban  en  otras  más  feas  figuras. 
Hechos  del  todo  diablos  formados. 

Los  viboreznos  con  dientes  crueles 
Royen  la  madre  después  de  parida: 
Tal  se  mostraban  con  rabia  crecida 
Estos  nóvelos  diablos  rebeles. 
Contra  los  canes  muy  más  infieles 
Volvían  sus  uñas  crueles  y  dientes, 
Despedazando  sus  carnes  dolientes; 
Para  vengarse  muy  más  que  lebreles 
En  los  de  caza  venados  mordientes. 

No  hay  en  los  Doze  triunfos  episodios  de  carácter  épico  que  com- 
pitan con  la  heroica  muerte  del  Conde  de  Niebla,  y  con  otros   que 


CAPITULO    XXIII  93 

en  las  Trescientas  se  admiran.  En  los  versos  del  hijo  de  San  Bruno, 
forjados  en  el  silencioso  retiro  del  claustro  más  austero,  el  mundo 
sobrenatural,  aunque  visto  é  interpretado  de  un  modo  tan  realista, 
tenía  que  ocupar  mucho  más  espacio  que  el  mundo  de  la  historia. 
Pero  en  el  curso  de  su  peregrinación  por  el  infernal  laberinto,  no 
deja  el  poeta  de  encontrar  semblantes  conocidos  de  gentes  de  su 
patria,  y  acierta  á  veces  á  retratarlos  con  el  toque  vigoroso  y  som- 
brío que  cuadra  á  un  tan  fiel  discípulo  de  Dante.  Así,  en  el  círculo 
de  los  apóstatas,  pena  el  arzobispo  Don  Opas:  así  en  la  obscura  y 
helada  laguna,  llena  de  juncos  silvestres  y  de  espíritus  roncos,  don- 
de son  castigadas  las  almas  frías  y  tibias,  levanta  la  cabeza  el  caba- 
llero de  la  Banda  Dorada,  menospreciador  de  las  fiestas,  que  él  em- 
pleaba en  correr  el  monte,  «tratando  ¿os  sacres  y  vivos  halcones-»  y 
en  hollar  y  destruir  los  panes  de  los  labradores;  y  no  lejos  de  allí, 
azotado  por  el  turbio  viento  y  por  los  espesos  copos  de  nieve,  pena 
su  codicia  el  avariento  y  usurario  mercader 

Que  en  todos  los  bancos  de  Flandes  cambiando, 
Hizo  muy  llena  la  bolsa  vacía... 

el  cual,  extendiendo  su  trato  á  Florencia,  Venecia  y  Genova,  Lyon, 
Sevilla  y  Valencia,  tuvo  en  Medina  y  en  Valladolid  rica  tienda  de 
brocados.  Así  en  la  negra  caldera  de  los  simoníacos  hierve  un  papa 
(cuyo  nombre  no  quiere  declarar  el  autor,  pero  se  infiere  que  ha  de 
ser  Alejandro  VI),  pregonando  en  altas  voces  su  condenación  eterna: 

Yo  de  la  silla  muy  santa  romana 
Hice  las  cosas  que  nunca  debiera; 
Multiplicando  por  mala  manera 
La  triste  ganancia  que  pierde  y  no  gana. 
La  sangre  propincua,  mortal  y  muy  vana, 
Fuera  la  causa  de  tantos  errores, 
Haciendo  á  mis  hijos  muy  grandes  señores, 
Y  dando  manera  por  donde  renueva 
Esta  dolencia  por  otros  menores. 


Verás  la  caldera  por  forma  de  ara 
Donde  se  funde  la  dulce  pecuña    i ), 


(i)     Pecunia. 


94  HISTORIA    DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

Y  donde  se  ofrece  después  que  se  cuña 
Con  impresión  de  la  falsa  Tiara... 

Luego  reguardo  con  tales  razones 
La  negra  caldera  hervir  á  meriudo, 

Y  lo  que  la  mente  notar  aquí  pudo, 
En  ella  hervían  muy  ricos  bolsones. 
Brotaban  por  cima  de  los  borbollones 
Revueltos  en  forma  de  gruesos  gusanos: 
Como  perdiendo  los  cibos  livianos, 
Saltan  y  tocan  los  vivos  tizones 

No  socorridos  de  fuerza  de  manos. 

Varios  episodios,  de  mucha  curiosidad  histórica,  nos  transportan 
á  la  época  de  anarquía  que  precedió  inmediatamente  á  los  Reyes 
Católicos.  Uno  es  el  del  comendador  de  Extremadura,  en  quien 
parece  vislumbrarse  la  terrible  figura  del  clavero  D.  Alonso  de  Mon- 
roy  (i);  otro  el  del  montañés  homicida,  del  bando  de  los  Negretes 
(como  si  dijéramos,  un  héroe  de  los  de  Lope  García  de  Salazar), 
condenado  con  un  tropel  de  malhechores  de  su  especie  á  correr  in- 


(0 


Yo  só,  me  dijo,  del  Estremadura; 
Donde  las  rayas  reales  ya  juntas, 
Hacen  la  tierra  no  mucho  segura. 

Tuvo  mi  pecho  la  cruz  colorada; 
Pero  con  odio  que  tuve  de  uno, 
El  qual  aquí  viene  también  de  consuno, 
Fué  mucha  sangre  por  nos  derramada. 
La  cruz  que  traía  de  fuera  bordada, 
Dentro  no  tovo  mi  mal  corazón 
Por  ella  perdida  semblante  pasión; 
Pero  mi  alma  salió  condenada 
Súbitamente  sin  más  confesión. 

Este  con  grave  coraje  de  presto, 
Como  quien  rabia  con  férvida  basca, 
Con  uñas  crueles  su  pecho  se  rasca, 
Después  de  rascado  su  lánguido  gesto. 
Y  súbitamente  yo  vide,  con  esto, 
Salir  de  su  pecho  cruel  horadado 
Un  drago  con  su  corazón  travesado: 
Bien  como  perro  que  saca  del  cesto 
El  pan  que  la  moza  no  tiene  guardado 


capitulo  xxin  95 

cesantemente,  *.como  los  ciervos  en  tiempo  de  brama»,  bajo  una  llu- 
via de  saetas  enherboladas  y  encendidas  (i). 

El  carácter  nacional  de  este  poema  se  acentúa  más  y  más  en  la 
visión  del  candido  lirio  de  Calahorra,  es  decir,  de  Santo  Do- 
mingo de  Guzmán:  en  cuya  boca  pone  el  Cartujano  los  loores 
de  España,  la  descripción  de  las  armas  de  Castilla  y  de  los  es- 
tandartes de  las  doce  principales  casas  del  Reino,  que  rodeaban 
en  manera  de  pabellón   el    trono    de    Santiago;  y   los   triunfantes 


(0 


— ¡Oh  ánimas  (dije)  que  tan  fatigadas 
Vais  caminando,  de  fuego  llagadas, 
Decidme,  si  sois  de  la  nuestra  Castilla, 
O  de  las  provincias  en  torno  pobladas! 

Uno  responde  con  alto  gemido, 
Sentido  que  hobo  mi  lengua  materna: 
— Porque  mímente  mejor  te  dicierna, 
Dime  primero,  dó  fueste  nacido? 
Yo  le  repuse,  sin  ser  prevenido: 
— ¿Y  cómo  no  sientes  que  só  castellano? 
No  hablo  tudesco  ni  menos  toscano: 
Basta  que  sepas  haber  yo  bebido 
Las  aguas  del  río  sotil  sevillano. 

Mas  dime,  quien  eres  ¡oh  ánima  triste! 

Y  quien  son  aquestos  que  van  á  tu  lado? 

Y  qué  fué  la  causa  de  tanto  pecado, 
Por  donde  tu  cuerpo  tal  hábito  viste? 
— Só  montañés  de  la  brava  montaña, 

Y  más  gamboyno,  llorando  me  dice: 
Tales  excesos  mortales  yo  hice, 
Por  donde  padezco  la  pena  tamaña. 
Los  unigueses  *  con  férvida  saña 
Maté  con  mis  manos,  sin  lo  merecer, 

Y  más  en  Bilbao  queriendo  valer 
Hice  no  menos  semblante  fazaña 
Por  donde  la  villa  se  quiso  perder. 

Por  ende  con  armas  de  fuego  llagado 
Vó  caminando  sin  agua  ni  cibo; 
Cual  muerte  yo  daba,  tal  pena  recibo 
Con  estas  saetas  que  vó  travesado. 
Otros  de  aqueste  convento  penado 
Hicieron  lo  mismo,  que  fueron  Giletes, 
Sin  causa  matando  los  nobles  Negretes. 


Oñacinos. 


g6  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

esfuerzos   de  los  reyes  y  batalladores   de   la  Reconquista,   de  los 
cuales  dice  enérgicamente: 

Que  muestran  sangrientos  los  brazos  y  codos; 

y  entre  los  cuales  se  levanta  la  sombra  del  campeón  burgalés,  con- 
fortado por  el  aliento  de  San  Lázaro: 

Mostróse  Laines,  cruel  batallando 
Con  el  resuello  del  Santo  llagado. 


Tenía  debajo  su  fuerte  persona, 
Por  pavimento  de  su  rica  silla, 
A  Búcar  y  toda  su  grande  cuadrilla, 
Los  quales  domara  su  hoja  tizona. 


Bajo  el  hábito  del  cartujo  late  briosamente  el  corazón  del  patrio- 
ta, y  no  puede  contener  el  Salve,  magna  parens  frugum,  que  acude 
á  sus  labios,  aunque  le  ponga  súbito  correctivo  San  Pablo,  retrayén- 
dole á  la  memoria  de  la  patria  eterna: 

La  grande  excelencia  de  nuestras  Españas 
Excede  la  pluma  de  los  oradores. 


Fértiles  tiene  sus  grandes  montañas, 

Y  más  los  collados  y  vegas  amenas; 
De  todos  metales  abundan  sus  venas, 

Y  dellos  reparte  por  tierras  extrañas, 
Haciéndose  rica  con  doblas  ajenas. 

— Basta,  me  dijo  mi  Santo  precioso, 
Lo  contemplado  del  suelo  materno: 
Duro  lo  halla  muy  más  que  no  tierno 
Aquel  que  lo  deja  por  Dios  poderoso: 
El  hábito  hace  muy  más  virtuoso 
La  mente  que  ama  la  patria  superna: 
Esta  la  vida  segura  gobierna 
Aquí  en  este  suelo  mortal  y  penoso, 
Que  muchas  vegadas  las  almas  enfierna. 

La  tradición  épica,  que  con  las  maravillas  de  fines  del  siglo  xv 
parecía  haber  cobrado  una  segunda  juventud,  la  cual  iba  á  conti- 
nuar potente  y  gloriosa  durante   una  centuria  entera,  tiene  en  el 


CAPITULO   XXIII  97 

i 

poema  de  Juan  de  Padilla  inesperadas  manifestaciones:  ya  cuando 
el  autor  interroga  al  banderizo  montañés  sobre  la  suerte  de  Bellido 
Dolfos,  y  él  malignamente  contesta,  según  la  voz  popular: 

Urraca  lo  sabe  mejor  á  dó  anda; 

ya  cuando,  en  medio  del  fiero  y  hediondo  tremedal,  comienza  á  le- 
vantar la  cabeza,  del  légamo  donde  yace  atollado,  el  espectro  del 
rey  D.  Rodrigo,  vestido  de  tosco  sayal  de  paño  pardo.  El  poeta  se 
apiada  de  tan  inmensa  desventura,  quiere  excusar  á  D.  Rodrigo  la 
acerba  confesión  de  sus  culpas,  y  por  un  rasgo  que  bien  puede  lla- 
marse de  genio  dramático,  hace  surgir  un  rutilante  real  caballero, 
que  se  anuncia  en  estos  términos: 

Yo  só  Pelayo:  mi  padre,  Favila. 

El  restaurador  de  España  es  el  que  más  ejemplarmente  puede 
contar  la  pérdida  de  ella,  y,  en  efecto,  empieza  á  referirla  desde  el 
quebrantamiento  de  los  candados  de  la  mágica  cueva  de  Toledo: 

Abrió  de  Toledo  la  gran  cerradura, 
Do  vido  la  tela  con  bultos  pintados... 

Y  cuando  la  visión  gloriosa  del  vengador  se  va  alejando,  diríase 
que  toda  la  Naturaleza  se  alegra  á  su  paso: 

Luego  de  súbito  desaparece, 
Dejando  las  auras  olientes  y  netas: 
Como  las  rosas  y  las  violetas 
Heridas  del  ayre  después  que  amanece... 

No  hemos  pretendido  apurar  todo  lo  que  hay  digno  de  estudiar- 
se en  este  raro  poema,  tan  desigual  á  la  verdad,  y  de  tan  inamena 
lectura  en  mucha  parte  de  su  contexto,  pero  sembrado  por  donde 
quiera  de  rasgos  de  talento  descriptivo,  nacidos  de  una  fantasía 
plástica  y  viva.  Tiene  Juan  de  Padilla  la  robustez  y  alteza  de  versi- 
ficación que  en  todo  tiempo  ha  sido  gala  y  timbre  de  los  poetas  an- 
daluces: tiene  además  el  instinto  de  la  dicción  poética  noble  y  so- 
nora, que  él  procura  enriquecer,  á  imitación  de  Juan  de  Mena 
(segundo  maestro  suyo  después  de  Dante),  con  gran  número  de  la- 
tinismos é  italianismos  más  ó  menos  felices,  por  lo  cual,  no  sin  cier- 

Mesbndez  y  Pelayo. — Poesía  castellana.  III.  7 


98  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

ta  verisimilitud,  se  le  ha  contado  entre  los  precursores  de  la  escuela 
sevillana.  Es  frecuente  en  él  el  empleo  de  los  participios  latinos 
(semblante  nitente,  selva  manante,  piélago  rubente),  no  menos  que 
la  introducción  de  algunos  adjetivos  del  mismo  origen,  que  luego 
quedaron  en  el  dialecto  poético  (aurora  lúcida,  clarífico  fuego,  lira 
dulcísona),  sin  contar  otros  que  no  han  prevalecido,  como  serénico 
cielo,  noche  corusca  é  divido  dolo.  Pero  mucho  nos  engañaríamos 
si  creyésemos  que  estas  innovaciones  constituyen  el  fondo  del  esti- 
lo del  Cartujano,  que  lejos  de  sostenerse  en  esta  cuerda  enfática, 
desciende  á  cada  momento  á  los  idiotismos  más  populares  y  llanos, 
no  sin  gran  ventaja  de  la  fuerza  expresiva  en"  que  principalmente 
consiste  su  mérito.  Uno  de  los  secretos  que  robó  al  excelso  poeta 
florentino,  fué  el  de  mantener  despierta  la  atención  del  lector  con 
alusiones  á  lo  que  debía  de  serle  más  familiar,  á  los  negocios,  tráfa- 
gos y  solaces  de  cada  día,  con  indicaciones  topográficas  precisas:  la 
feria  de  Medina;  la  tabla  de  Barcelona;  el  potro  de  Córdoba;  la  sima 
de  Cabra;  el  aquelarre  de  las  hechiceras  de  Durango  (i);  la  lonja  de 
los  Ginoveses  de  Sevilla;  la  calle  de  Armas,  donde  se  hurtaban  los 
arneses  antes  que  se  abriese  la  puerta  de  Goles;  las  Gradas  del  tem- 
plo sevillano  por  donde  el  autor,  cuando  pequeño,  se  paseaba  con 

(1)  Es  muy  curioso  lo  que  se  refiere  á  artes  mágicas  en  el  cap.  vn  del 
primer  Triunfo,  que  debe  cotejarse  con  pasajes  análogos  de  Juan  de  Mena. 
Además  de  los  nigrománticos,  hechiceros  y  mathemáticos  (es  decir,  astrólogos 
judiciarios)  pone  Padilla  en  su  registro  á 

Los  que  las  uñas  del  muerto  cercenan, 
Para  mezclarlas  con  otra  malicia... 

y  recogen  los  ojos  y  dientes  de  los  ahorcados;  á  los  que  hacen  cercos  dañados; 
á  los  que  se  guían  por  los  puntos  pitagóricos,  ó  por  augurio  de  constelacio- 
nes, ó  por  cualquier  otro  de  los  signos  que  recopila  en  esta  última  octava: 

Y  callo  no  menos  la  loca  manera 
Del  que  reguarda  con  ojo  malino," 
Quando  la  liebre  traviesa  camino 

Y  el  ciervo  bramando  sin  su  compañera; 
O  si  del  encina,  del  bosque  somera, 
Canta  la  triste  siniestra  corneja; 

Y  cómo  conjura  la  trémula  vieja 

Los  cuerpos  compuestos  de  líquida  cera 
Con  su  profana  prolixa  conseja. 


CAPITULO   XXIII  99 

un  libro  abierto;  la  venta  de  Zarzuela  y  el  coto  de  Guadalherce, 
donde  «-la  bolsa  pesada  recela»,  hasta  que  se  ve  «verdeguear  la  vara 
del  quadrillón»;  la  cuesta  de  la  Plata  de  Valladolid,  frecuentada  de 
tratantes  y  logreros;  la  aldehuela  de  tierra  de  Zafra,  famosa  por  el 
gigante  Juanico;  «las  hornillas  del  hierro  labrado  de  Lipuzca  (Gui- 
púzcoa)»; la  piedra  horadada  del  puerto  de  San  Adrián;  la  Torre  del 
Oro  «cabe  el  Bético  río»;  la  Atalaya  de  las  Almadrabas;  el  páramo 
frío  de  la  Palomera  de  Avila;  el  monte  de  Torozos  y  la  puente  de 
Guadiato,  familiares  á  los  salteadores,  en  especial  á  aquel  Cristóbal 
de  Salmerón,  que  había  sepultado  á  veintidós  hombres  en  un  pozo; 
el  brasero  de  Tablada,  funesto  á  los  judaizantes;  el  árbol  maravilloso 
de  la  isla  de  Hierro;  las  «ondas  iamás  navegadas-»  por  donde  Colón 
halló  las  perlas  con  el  oro...  Leyendo  atentamente  el  poema,  se  ve 
que  el  Cartujano  aspira  constantemente  al  cielo,  pero  que  tiene  to- 
davía puestos  los  ojos  en  la  tierra. 

Fué  de  todas  suertes  uno  de  los  mayores  poetas  del  siglo  xv, 
aunque  brillase  más  en  los  pormenores  que  en  el  conjunto,  y  aunque 
no  tuviese  la  fortuna  de  ligar  su  nombre  á  una  composición  impe- 
recedera, como  las  Coplas  de  Jorge  Manrique  ó  el  Diálogo  entre  el 
amor  y  un  viejo.  Llegó  demasiado  pronto  para  unas  cosas  y  dema- 
siado tarde  para  otras:  encerró  sus  mejores  pensamientos  en  la  for- 
ma alegórica  que  ya  empezaba  á  caducar;  en  el  molde  de  una  versi- 
ficación monótona  de  suyo  y  condenada  á  próxima  muerte:  vivió 
en  una  época  de  transición  (que  en  arte  las  hay  ciertamente,  aunque 
tanto  se  abuse  del  nombre):  fué  de  los  que  tocaron  en  las  puertas 
del  Renacimiento  sin  llegar  á  penetrar  en  él,  y  sin  ser  tampoco  ver- 
daderos poetas  de  la  Edad  Media:  su  erudición  tuvo  que  ser  pedan- 
tesca, torcido  y  violento  su  estilo.  Pero  sus  fuerzas  nativas  eran 
grandes,  quizá  superiores  á  las  de  cualquier  otro  poeta  del  tiempo 
de  los  Reyes  Católicos;  y  si  en  absoluto  no  se  le  puede  dar  la  palma 
entre  los  imitadores  castellanos  de  Dante,  sólo  Juan  de  Mena  puede 
compartirla  con  él,  viniendo  á  ser  uno  y  otro  medios  Menandros 
respecto  del  altísimo  poeta  á  quien  tomaron  por  modelo. 

Tuvo  Juan  de  Padilla  algunos  imitadores,  entre  los  cuales  puede 
contarse  á  un  anónimo  religioso  de  la  orden  de  los  Mínimos,  y  pro- 
bablemente andaluz,  que  dedicó  al  duque  de  Medinaceli,  D.Juan  de 


IOO  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

la  Cerda,  un  nuevo  poema  dantesco  hasta  en  el  título:  Libro  de  la 
Celestial  Jerarquía  y  Infernal  Laberinto,  metrificado  en  verso  heroico 
grave  (i).  El  autor  había  oído  leer  en  casa  de  su  Mecenas  las  coplas 
de  Garci  Sánchez  de  Badajoz  (de  quien  da  muy  peregrinas  noticias, 
que  aprovecharemos  después)  y  doliéndose  de  ver  empleado  tan 
buen  ingenio  en  materias  profanas  y  aun  escandalosas,  deliberó  apli- 
car por  su  parte  la  poesía  á  temas  espirituales,  como  antídoto  con- 

( i )  Comienga  el  libro  de  la  celestial  j erarchia  y  inffernal  labirintho,  metriffi- 
cado  en  metro  castellano  eri  verso  heroyco  grave  por  un  religioso  de  la  orden  de  los 
mínimos,  dirigido  al  illustrey  muy  magnifico  señor  donjuán  de  la  cerda,  duque  de 
Medina  celi,  conde  del  puerto  de  Sánela  lí  1 'aria.  Sin  lugar  ni  año,  folio  gótico,  2 
hojas  preliminares  y  xxu  foliadas,  con  una  más  para  las  erratas.  Es  libro  de 
extraordinaria  rareza. 

Comienza  imitando  la  invocación  de  Juan  de  Mena: 

Al  muy  prepotente  supremo  monarcha, 
Aquel  que  los  cielos  y  tierra  esclarece. 

A  la  misma  escuela  pertenece,  aunque  fué  impreso  antes  que  las  obras  del 
Cartujano,  el  Triumpho  de  Maria,  de  Martín  Martínez  de  Ampies,  que  más 
que  obra  literaria  fué  el  cumplimiento  de  una  penitencia  que  impuso  al  poe- 
ta su  confesor,  como  en  el  frontis  se  expresa:  «Por  alabanza  de  la  preciosa 
Virgen  y  madre  de  christo  ihesu:  comiéca  el  libro  intitulado  triñpho  de  mar ia: por 
martin  martinez  de  ampies,  compuesto;  y  en  emienda  de  sus  delictos  á  él  otorgada 
por  el  reverendo  doctor  fray  gonfalo  de  rebolledo,  frayle  menor,  como  por  padre  de 
su  cófessió.y 

Es  un  poema  en  octavas  de  arte  mayor,  con  glosas  á  estilo  de  las  de  Juan 
de  Mena,  seguido  de  varias  canciones  de  los  coros  celestes,  de  los  justos,  de 
los  santos  y  del  linaje  femenino  de  la  gloria,  en  alabanza  de  Nuestra  Señora. 

En  la  signatura  g  comienza  su  nuevo  poema  De  los  Amores  de  la  Madre  de 
Dios,  que  vienen  á  ser  unos  gozos  en  versos  de  arte  menor. 

Al  fin  del  tomo  se  leen  las  señas  de  la  impresión  en  estos  términos: 

<lEI  triñpho  y  los  amores  d'  la  preciosa  madre  de  dios  aqui  se  acaban:  y  emprc- 
tados  con  las  expensas  de  Paulo  Hurus  alemán  de  Constancia  en  la  noble  ciudad 
de  Caragoca:»  en  el  año  de  nuestra  salud  Mil  cccclxxxxv  (.1495)-  4-°  gót.  sin 
foliatura. 

En  el  título  ya  se  trasluce  la  imitación  de  los  Triunfos  del  Petrarca,  que 
también  en  Padilla  y  en  los  demás  poetas  de  este  tiempo  se  mezclaba  más  ó 
menos  con  la  de  Dante. 

Martínez  de  Ampies  es  más  conocido  como  traductor  del  Viaje  de  la  Tierra 
Santa,  de  I'ernardo  de  Breidembach,  deán  de  Maguncia,  bellamente  estam- 


CAPITULO   XXIII  IOI 

tra  los  devaneos  y  liviandades  en  que  se  complacían  los  trovadores 
cortesanos.  En  tal  empresa  tomó  por  modelo  al  Cartujano,  según  lo 
manifiesta  en  el  proemio  que  hace  veces  de  dedicatoria: 

«Pues  como  yo  conociese  quanta  fuerza  tenga  este  metrificado 
»  escrebir  en  los  nobles  y  sabios  corazones,  y  allí  se  me  manifestó 
»  vuestra  señoría  serle  aficionado,  determíneme  escrebir  este  libro 
»en  este  estilo;  aunque  en  la  verdad  de  mí  él  fué  muy  poco  acos- 
tumbrado. Y  esto  para  que  así  como  en  esos  otros  (libros)  profa- 
»  nos  con  la  dulce  cadencia  del  metro  se  traga  el  ponzoñoso  veneno, 
»  que  es  verdadera  muerte  del  alma,  así  en  este  nuestro  con  la  dulce 
» cadencia  cayese  el  amor  de  las  cosas  celestiales,  adonde  está  su 
»  vida  verdadera...  Aun  en  nuestros  tiempos  vive  un  devoto  religio- 
»so  cartujano,  D.Juan  de  Padilla,  autor  del  Retablo  de  la  vida  de 
»  Cristo,  que  no  con  infructuoso  trabajo  ni  falta  de  elegancia  caste- 

pado  en  Zaragoza  por  el  alemán  Paulo  Hurus,  en  1498,  con  muchas  curio- 
sas estampas  en  madera,  que  representan  ya  animales  exóticos,  ya  trajes 
de  diversas  naciones  peregrinas  (griegos,  surianos  [sirios],  abisinios,  etc.),  y 
muestras  de  los  alfabetos  árabe,  caldeo,  armenio,  etc.,  todo  lo  cual  acre- 
cienta el  valor  bibliográfico  de  este  rarísimo  libro.  El  traductor  pone  de 
su  cosecha  al  principio  un  breve  Tractado  de  Rotna,  ó  sea  compendiosa  des- 
cripción é  historia  de  esta  ciudad;  y  suele  añadir  algunas  notas  muy  curio- 
sas, especialmente  la  que  se  refiere  á  los  gitanos,  que  él  llama  bohemianos  ó 
egipcianos. 

De  este  mismo  autor  es  El  Libro  del  Aniicristo  (Zaragoza,  1496,  por  Paulo 
Hurus,  y  Burgos,  1497,  por  Fadrique  Alemán,  de  Basilea,  con  grabados  en 
madera). 

Lo  escribió  ó  compiló  su  autor  estando  en  la  campaña  de  Perpiñán;  y  se 
divide  en  45  partes  ó  capítulos,  seguidos  de  un  nuevo  Tratado  del  judicio pos- 
trimero, y  de  una  Declaración  de  Martin  Martínez  Dampiés  en  el  traslado  del 
Sermón  de  Sant  Vicente.  Cierra  el  volumen  la  muy  sabida  carta  de  Rabí  Sa- 
muel á  Rabí  Isaac,  trasladada  del  arábigo  al  latín,  en  1338,  por  Fray  Alonso 
de  Buen  hombre,  y  del  latín  al  castellano  por  Dampiés. 

Tradujo  del  catalán  el  libro  de  menescalia,  ó  albeitería,  de  Manuel  Diez,  ma- 
yordomo del  Rey  Alfonso  V  (Zaragoza,  1499;  Valladolid,  por  Juan  de  Burgos, 
1500;  Barcelona,  1523;  Burgos,  1530;  Zaragoza,  1545...). 

En  el  Opus  Paschale,  de  Sedulio,  comentado  por  Juan  Sobrarías  (Zara- 
goza, 151 1),  se  lee  un  carmen  elegiacum,  de  Martín  Martínez  Dampiés,  que 
fué  natural  de  la  villa  de  Sos,  y  murió  en  Uncastillo.  (Véase  su  artículo  en 
Latassa.) 


102  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

» llana  escribió  el  Vita  Christi,  en  verso  heroico  grave  difuso,  el 
»qual  Landulfo,  monje  de  su  Orden,  con  orden  divinal  había  copi- 
nado latino.» 

No  haciéndose  aquí  mención  de  Los  Doce  Triunfos,  parece  que 
hemos  de  suponer  que  el  Libro  de  la  Celestial  Jerarquía,  cuya  edi- 
ción no  tiene  fecha,  fué  impreso  antes  de  152 1;  presunción  que  sus 
señas  tipográficas  tampoco  contradicen. 

La  Celestial  Jerarquía  es  una  imitación  bastante  endeble  de 
la  Divina  Comedia,  sin  nada  que  particularmente  la  distinga  de  las 
innumerables  visiones  alegóricas  de  su  género.  Del  escaso  mérito 
de  su  versificación  y  estilo  puede  juzgarse  por  las  siguientes  coplas 
del  principio: 

En  unas  montañas  muy  altas  estaba, 

D'  escuras  tinieblas  del  todo  cercado, 

De  sueño  pesado  así  sujetado, 

Que  asi  como  muerte  la  vida  prisaba: 

Cuando  el  aurora  corriendo  buscaba 

Aquel  claro  Febo,  luziente  dorado, 

Con  sus  crines  de  oro,  así  muy  pagado, 

Que  alegre  y  riendo  los  mundos  miraba. 
Yo  que  dormía  con  tanto  reposo, 

Una  voz  alta  hablóme  diciendo: 

Despierta,  despierta,  ¿qué  haces  durmiendo 

En  tiempo  tan  dulce,  alegre  y  gracioso? 

Abrí,  pues,  mis  ojos  asaz  temeroso, 

Para  mirar  á  quien  me  hablaba, 

Y  vi  claridad  tan  grande,  que  estaba 

Todo  aquel  monte  con  rayos  lumbroso. 
Era  aquel  tiempo  alegre  y  temprano, 

Cuando  los  campos  se  visten  de  flores, 

Cantan  calandrias,  cient  mil  ruiseñores, 

Aquel  mucho  dulce  del  lindo  verano; 

El  toro  potente,  valiente,  lozano, 

Abría  las  puertas  del  todo  patentes, 

Para  que  alegres  mirasen  las  gentes, 

Con  gran  hermosura  el  mundo  galano... 

Otros  aplicaron  la  forma  alegórica  y  el  metro  de  Juan  de  Mena  á 
asuntos  de  historia  contemporánea.  Fué  de  los  primeros  y  más  afor- 
tunados un  hijo  del  trovador  Pero  Guillen  de  Segovia,  de  quien  ya 


CAPITULO    XXIII  IO3 

tenemos  noticia,  llamado  Diego  Guillen  de  Ávila,  seguramente  por 
haber  nacido  en  aquella  ciudad.  Crióse  en  el  palacio  del  Arzobispo 
de  Toledo  D.  Alonso  Carrillo,  de  quien  su  padre  era  contador  ma- 
yor, y  dedicándose  desde  su  primera  juventud  á  la  carrera  de  la 
iglesia,  pasó  á  Roma  en  compañía  de  un  sobrino  de  aquel  prelado, 
que  llegó  á  ser  obispo  de  Pamplona.  De  aquel  género  de  domesti- 
cidad  pasó  á  otras  «siguiendo  siempre  ajenas  voluntades»,  según  él 
dice,  hasta  que,  protegido  por  el  Cardenal  Ursino,  obtuvo  un  cano- 
nicato de  Palencia,  donde  apenas  residió,  como  era  uso  corriente  en 
la  relajadísima  disciplina  de  aquel  siglo.  La  estancia  en  Roma  favo- 
reció sus  aficiones  clásicas,  de  que  dio  muestras  en  varias  traduc- 
ciones estimables,  como  la  de  las  Estratagemas  de  Frontino,  y  la  de 
los  libros  teosóficos  atribuidos  á  Hermes  Trimegistro,  que  trasladó 
de  la  versión  latina  de  Marsilio  Ficino  (i).  En  verso  compuso  el  Pa- 
negírico de  la  Reina  Católica  y  el  Panegírico  de  D.  Alonso  Carrillo. 
El  primero  de  estos  poemas,  terminado  en  Roma  el  23  de  Julio  de 
1499,  y  dedicado  á  la  misma  princesa  en  28  de  Abril  del  año  si- 
guiente, empieza  con  la  acostumbrada  visión  de  obscura  selva,  por 
donde  el  poeta  va  peregrinando  hasta  que  llega  á  «una  casa  fatídi- 
ca, donde  estaban  figuradas  todas  las  estorias  passadas,  presentes  y 
futuras-».  En  aquel  palacio  habitaban  las  tres  facías  ó  Parcas:  Átro- 
pos, Cloto  y  Láquesis,  que  son  las  que  guían  al  poeta  en  las  tres 
partes  de  la  obra,  explicándole  la  primera  el  origen  de  los  godos  y 
la  genealogía  de  los  Reyes  de  España,  hasta  llegar  al  infante  Don 
Alonso;  comenzando  á  referir  la  segunda  los  principales  hechos  del 
reinado  de  Doña  Isabel  (guerra  con  Portugal,  formación  de  las  Her- 

(1)  Los  cuatro  libros  de  Sexto  Julio  Frontino,  Cónsul  Romano.  De  los  enjem- 
plos,  consejos  y  avisos  de  la  guerra:  obra  muy  provechosa,  nuevamente  trasladada 
del  latín  en  nuestro  romance  castellano,  e  mievamente  impresa. 

Al  fin:  La  presente  obra  fué  impresa  en  la  muy  noble  y  muy  leal  cibdad  de  Sala- 
manca por  el  muy  honrado  varón  Lorenzo  de  Lion  dedei.  Acabóse  el  primero  dia 
de  abril  del  año  1516,  4.0  gótico,  59  hoj.  Eu  la  carta  dedicatoria  al  Conde  de 
Haro  D.  Pedro  de  Velasco,  se  firma  el  autor  Canónigo  de  Palencia. 

La  traducción  de  los  libros  del  seudo  Hermes  Trimegistro,  hecha  en 
Febrero  de  1487,  fué  remitida  por  el  traductor  á  Juan  de  Segura,  en  No- 
viembre d,el  mismo  año.  Hay  ejemplar  manuscrito  en  la  Biblioteca  Escu- 
rialense. 


104  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

mandades,  establecimiento  de  la  Inquisición,  conquista  de  Granada), 
y  anunciando  la  tercera,  como  en  profecía,  otros  sucesos  posteriores, 
tales  como  la  expulsión  de  los  judíos,  la  herida  del  Rey  Fernando 
en  Barcelona,  la  guerra  del  Rosellón,  las  hazañas  del  Gran  Capitán 
en  Italia,  la  muerte  del  príncipe  D.Juan;  terminando  todo  con  el  va- 
ticinio de  la  conquista  de  África  y  de  Jerusalén,  pero  sin  decir  una 
palabra  del  descubrimiento,  entonces  tan  reciente,  del  Xuevo  Mundo. 
Sin  ser  Diego  Guillen  poeta  de  altas  dotes,  es  por  lo  menos  un 
versificador  muy  afluente,  y  no  carece  de  brillantez  y  gracia  en  las 
descripciones,  á  pesar  de  los  resabios  pedantescos  con  que  suele 
echarlas  á  perder,  verbigracia: 

Era  en  el  tiempo  que  muestran  las  flores 
De  sus  escondidas  potencias  señales, 
Y  los  terrestres  aquosos  vapores 
Al  ayre  los  suben  los  rayos  febales: 
Thiton  con  sus  carros  luzientes  triumphales 
Ocupa  los  cuernos  del  candido  toro, 
Habiendo  partido  en  la  piel  de  oro 
El  justo  equinoccio  en  partes  iguales. 

Entonces,  vencido  de  mi  fantasía, 
Me  vi  caminando  por  una  floresta, 
Tan  alta  y  espessa,  que  me  parecía 
Que  naturaleza  la  hubiese  compuesta... 


Por  donde  yo  siento  tumulto  sonante 
De  címbalos,  flautas  y  otros  sonidos, 
Que  ya  por  las  faldas  del  claro  Athalante, 
De  sátiros  fueron  y  faunos  oidos. 
Allí  las  Driádes  con  passos  debidos 
Oí  con  más  ninfas  que  en  coro  danzaban, 
Y  en  rústicas  voces  cantando  loaban 
Las  vidas  silvestres  en  que  eran  nascidos. 

Atónito  iba  conmigo  y  turbado 
En  verme  entre  gentes  que  ver  no  podía; 
Congojas  me  llevan  así  congojado, 
Que  el  alma  temores  secretos  sentía. 
Cada  una  planta  de  cuantas  veía 
Ser  cosa  sensible  se  me  figuraba, 
Los  blandos  cabellos  alzados  levaba, 
Mis  miembros  temblaban,  no  sé  qué  tenía.. 


CAPITULO   XXIII  105 

En  la  enumeración  de  los  claros  varones  de  España,  no  olvida  á 
los  héroes  de  la  tradición  épica:  por  ejemplo,  dice  del  Cid,  harto 
débilmente,  salvo  un  solo  verso: 

Y  aquel  caballero  que  allí  ves  armado 
De  armas  tan  claras,  lucidas,  fulgentes, 
El  Cid  es  Ruy  Diaz,  aquel  esforzado 
Que  reyes  venció  tan  grandes  potentes. 
Por  este  Valencia,  si  pones  bien  mientes, 
De  los  africanos  fué  bien  defendida; 
Aqueste  en  la  muerte  venció  y  en  la  vida, 
E  hizo  más  cosas  que  saben  las  gentes. 

Lo  mejor  y  lo  más  pintoresco  del  poema  es  lo  que  propiamente 
se  refiere  á  la  Reina  Isabel.  Hay  color  poético  y  muy  agradable  sa- 
bor clásico  en  el  cuadro  de  su  nacimiento,  que  viene  á  constituir 
una  especie  de  oda  genetliaca: 

Cuando  los  aires  gustó  de  la  vida, 
La  clara  Lucina  estaba  presente: 
Hilaba  yo  alegre,  de  blanco  vestida, 
El  candido  hilo  muy  resplandeciente. 
En  mi  blando  gremio  la  puse  placiente; 
Por  suerte  infalible  la  he  prometido 
Memoria  perpetua,  gran  vida  y  marido, 
Riquezas  y  reinos,  progenie  excelente. 

Estaba  conmigo  la  Naturaleza; 
Su  gesto  con  mano  sotil  adornaba 
De  tan  radiante  y  clara  belleza, 
Que  todos  los  gestos  humanos  sobraba. 
Sus  miembros  ebúrneos  assí  conformaba 
En  tal  proporción,  grandeza  y  mensura, 
Que,  quien  las  contempla,  verá  en  su  figura 
Beldades  que  ver  jamás  no  pensaba. 

Las  Gracias  le  dieron  preciosa  guirnalda 
De  ramos  fragantes,  mezclados  con  flores; 
De  lirios,  de  rosas  hinchieron  mi  falda, 
De  timbra,  que  daba  suaves  olores. 
Espíranle,  envueltos  en  dulces  liquores, 
Sus  nombres,  sus  fuerzas  assí  verdaderas, 
Que  se  le  infundieron  tan  grandes  y  enteras, 
Que  consigo  mismas  no  quedan  mayores. 

Volaban  en  torno  alegres,  ornados, 


IOÓ  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Los  dulces  amores  que  á  verla  venían; 
Las  viras  sabrosas,  los  arcos  dorados 
Tendidos,  ientados  y  floxos  traían. 
Después  que  la  vieron,  conmigo  decían: 
«Pues  que  esta  princesa  por  fuerza  nos  pisa, 
»Las  flechas  le  demos,  que  sean  su  divisa: 
»Podrán  más  con  ella  que  con  nos  podían.» 

La  Virgen  Astrea  descendió  del  cielo, 
De  sus  compañeras  en  torno-cercada; 
Perdido  del  todo  el  viejo  recelo, 
Nascida  esta  reyna,  do  hagan  morada. 
Después  que  le  dieron  corona  almenada, 
Obraron  conmigo  sotil  vestidura, 
Con  que  la  vistieron  de  tal  hermosura, 
Que  siempre  le  tiene  el  alma  adornada. 

La  misma  floridez  y  lozanía,  aunque  con  más  igualdad  de  estilo, 
campean  en  otras  partes  del  poema,  especialmente  en  la  descripción 
de  la  entrada  triunfal  de  los  Reyes  en  Granada.  Consta  toda  la  obra 
de  ciento  ochenta  y  cuatro  coplas  de  arte  mayor,  y  aun  esta  breve- 
dad relativa,  que  no  es  frecuente  en  los  poemas  de  su  clase,  hace 
que  éste  se  lea  sin  fastidio. 

Por  méritos  análogos  se  recomienda  el  Panegírico  de  D.  Alonso 
Carrillo,  antiguo  Mecenas  del  autor  y  de  su  padre:  tarea  que  em- 
prendió á  ruegos  del  Obispo  de  Pamplona,  sobrino  del  Arzobispo 
y  del  mismo  nombre  que  él.  Esta  nueva  visión  no  puede  ser  más 
dantesca,  puesto  que  el  poeta  toma  por  guía  de  su  viaje  al  propio 
Dante,  como  ya  lo  habían  hecho  Micer  Francisco  Imperial  en  el 
Dezyr  de  las  siete  virtudes,  y  Diego  de  Burgos  en  el  Triunfo  del 
Marqués  de  Santillana.  En  compañía  del  poeta  florentino  recorre 
el  infierno  y  el  purgatorio,  aprovechando  la  ocasión  para  poner  tra- 
ducidos en  boca  de  Dante  gran  copia  de  versos  de  la  Divina  Co- 
media; y  á  la  entrada  de  los  Campos  Elíseos  encuentra  al  Arzobispo, 
con  cuyos  loores  y  subida  al  Empíreo  termina  este  Panegírico,  que  en 
su  última  parte  no  deja  de  tener  alguna  curiosidad  para  la  historia  (i). 

( i )  Panegírico  compuesto  por  Diego  Guillen  de  Avila  en  alabanza  de  la  más 
cathólica  Princesa  y  mas  gloriosa  reyna  de  iodos  las  rey  ñas,  la  reyna  doña  Isabel, 
nuestra  señora  que  santa  gloria  aya,  é  á  su  alteza  dirigida.  E  otra  obra  compues- 


CAPITULO   XXIII  IO7 

Atribuyese  también  á  Diego  Guillen,  aunque  bien  pudiera  ser  de 
otro  Diego  de  Avila,  una  Égloga  interlocutor ia,  graciosa  y  por  gen- 
til estilo  nuevamente  trovada,  dirigida  al  Gran  Capitán,  pero  en  la 
cual  para  nada  se  habla  de  su  persona  (i). 

Otra  obra  poética  hay  dedicada  al  mismo  invicto  caudillo,  y  en 
la  cual  se  hace,  aunque  de  paso,  alguna  conmemoración  de  sus  ha- 

tapor  el  mismo  Diego  Guillen,  en  loor  del  reverendissimo  señor  don  Alo7iso  Carri- 
llo, arzobispo  de  Toledo,  que  aya  sania  gloria. 

Hay  dos  ediciones,  entrambas  rarísimas,  de  estos  poemas:  una  de  Salaman- 
ca, 1507,  y  otra  de  Valladolid,  por  Diego  Gumiel,  1509,  ambas  en  folio  y  en 
letra  de  tortis. 

(1)  Véase  el  argumento  de  esta  rarísima  pieza,  perteneciente  á  la  escue- 
la dramática  de  Juan  del  Enzina,  y  omitida,  como  tantas  otras,  en  el  catálogo 
de  Moratín: 

«Un  pastor  llamado  Hoiitoya  va  en  busca  de  un  su  hijo  llamado  Tenorio, 
»con  el  qual  riñendo  le  envía  á  guardar  el  ganado,  y  él  quedando  solo,  llega 
»ua  aldeano  llamado  Alonso  Benito,  el  qual,  después  de  haberle  saludado  se- 
»gún  su  pastoril  manera,  le  habla  un  casamiento  para  su  hijo  Tenorio  con  una 
»zagala  llamada  Teresa  Turpina,  el  qual  rehusando  el  tal  casamiento,  por  ra- 
»zon  de  no  tener  quien  guarde  el  ganado,  y  otras  justas  razones  que  allí  mues- 
tra, el  dicho  Alonso  Benito  le  atrae  á  que  lo  haya  de  hacer.  Ansi  que  del  pa- 
»dre  concedido,  Alonso  Benito  fué  á  llamar  á  Tenorio,  al  qual  hallando  dur- 
»miendo,  habla  con  él  y  entre  sueños  dice  cosas  de  mucha  risa.  Y  visto  Alonso 
^Benito  su  sueño  tan  pesado,  le  hace  un  conjuro,  al  qual  despierta,  y  vienen 
»entramos  adonde  está  el  padre;  y  allí  con  gran  dificultad  de  las  partes  se  con- 
»cierta  el  casamiento.  Luego  entra  otro  pastor,  llamado  Alonso  Gaitero,  de 
»parte  de  la  madre  de  la  novia  á  decirles  que  vayan  al  aldea;  al  qual  envían 
adelante  á  aparejar  la  novia.  E  ido,  dice  el  padre  que  está  cansado,  que  no 
»puede  ir  allá.  Dícele  Alonso  Benito  que  qué  quiere,  y  responde,  que  ven- 
»gan  acá.  E  Alonso  Benito  los  va  á  llamar;  y  quedan  el  padre  y  el  hijo.  El  pa- 
»dre  manda  al  hijo  que  se  vaya  á  mudar  el  vestido  all'aldea,  y  desde  el  cami- 
no envía  un  sobrino  suyo,  llamado  Toribnelo,  por  la  llave  de  un  cillero,  y 
»vuelto  con  la  llave,  viene  el  novio  cansado:  y  en  llegando,  amonéstales  el 
«clérigo;  y  no  hallando  ningún  impedimento  los  desposa,  y  después  de  des- 
iposados,  viene  otro  pastor  llamado  Gonzalo  Ramón,  de  parte  del  cura  á  es- 
torbar el  casamiento,  con  el  qual  pasan  muchas  palabras.  En  fin,  vienen  á 
»ser  amigos,  y  salen  á  luchar,  y  échanse  de  las  pullas.  Después  ruegan  á  tres 
»de  las  madrinas  que  canten  un  poco,  las  quales  dicen  un  villancico 

En  el  número  8.°  (postumo)  de  El  Criticón  de  Gallardo,  está  reimpresa 
esta  égloga,  copiada  del  ejemplar  que  de  ella  poseía  D.  Aureliano  Fernán- 


Io8  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

zanas.  Tal  es  el  libro  que  lleva  el  título,  á  primera  vista  enigmático, 
de  Las  Valencianas  Lamentaciones  y  tratado  de  la  partida  del  áni- 
ma. De  su  autor,  que  era  cordobés,  y  se  llamaba  Juan  de  Narváez, 
no  tenemos  más  noticias  que  las  que  él  mismo  da  en  los  prelimina- 
res de  su  obra:  «Desde  mi  pequeña  edad  dime  á  la  composición  de 
»los  versos,  según  Juan  de  Mena  hizo.  Y  como  el  tiempo  cause  mu- 
»danza,  apartado  de  mi  patria,  Córdoba,  vagando  por  otras  algunas 
»partes,  vine  a  residir  en  Valencia,  en  la  cual  substentándome  ense- 
bando algunas  de  las  artes  liberales,  después  de  haber  cognoscido 
»esta  ciudad  doze  años,  el  Conde  de  Oliva  me  envió  á  llamar,  et 
s>después  de  me  hazer  algún  offr escimiento,  según  su  magnificencia, 
»  preguntóme  de  mi  doctrina:  haziéndose  admirado  como  tantos 
»años  había  en  Valencia  estado  sin  quél  supiesse  de  mí,  et  assi  de- 
snotó querer  servirse  de  alguna  de  mis  escripturas,  á  causa  de  lo 
»cual  yo  le  hize  un  presente  de  un  libro  que  de  la  partida  del  ánima 
»hobe  compuesto,  y  él  recibiéndolo  muy  alegremente  y  por  treinta 
»días  continuos  leyéndolo  á  muchos  cavalleros,  en  el  fin  del  dicho 

dez  Guerra  ('8  hojas  en  4.0,  sin  foliatura,  Alcalá  de  Henares).  Está  en  octavas 
de  arte  mayor,  pero  que  no  parecen  de  la  misma  mano  que  las  del  Panegírico 
de  la  Reina  Católica,  si  bien  la  diferencia  puede  consistir  en  el  carácter  rústico 
y  villanesco  del  asunto,  y  en  el  zafio  lenguaje  de  los  interlocutores,  que  el 
poeta  remeda  con  el  mismo  desenfado  realista  que  Rodrigo  de  Reinosa.  El 
conjuro  del  pastor  es  curioso  para  la  historia  de  las  supersticiones: 

Yo  te  conjuro  con  San  Julián, 
Aquel  que  pintado  está  en  nuestra  hermita, 
Con  todas  las  voces  que  dan  y  la  grita 
Al  toro  que  lidian  allá  por  San  Juan; 
También  te  conjuro  con  el  rabadán 
Toribio  Hernández  y  Juan  de  Morena, 
Que  tú  me  digas  si  andas  en  pena, 
O  que  es  el  quillotro  de  todo  tu  afán. 

Mas  te  conjuro  y  te  reconjuro, 
Y  te  torno  y  retorno  á  reconjurar, 
Con  agua,  con  fuego,  con  viento  seguro, 
Con  yerbas,  con  piedras,  con  tierra,  con  mar; 
Con  todos  los  lobos  de  en  torno  el  lugar, 
Con  la  Marota  y  sus  Maroticos, 
Con  puercos,  con  perros,  con  cabras,  cabritos; 
Que  digas  lo  que  has,  sin  más  dilatar... 


CAPITULO   XXIII  IO9 

^tiempo  demostró  no  querer  servirse  del.  A  cuya  causa  yo  cobré 
»el  dicho  libro,  et  como  el  Conde  dexarlo  et  yo  cobrarlo  fuese  tan 
¿grande  novedad  (que  para  en  tal  caso  mayor  no  pudo  ser),  delibe- 
s>ré  sobre  ello  hazer  un  libro  de  Lamentaciones.» 

Dos  son,  pues,  los  libros  de  Juan  de  Xarváez  que  han  llegado  á 
nosotros:  el  libro  de  la  Partida  del  Anima  y  el  de  las  Lamentacio- 
nes Valencianas,  así  llamadas  por  haber  sido  compuestas  en  Valen- 
cia. Uno  y  otro  son  poemas  de  filosofía  moral,  en  el  género  del 
Bías  contra  fortuna,  del  Marqués  de  Santillana,  escritos  con  gran 
fluidez,  naturalidad  y  soltura,  en  octavillas  de  versos  cortos.  La 
Partida  del  Anima  está  en  forma  de  diálogo  entre  el  A  nima  y  la 
Razón,  y  puede  considerarse  como  una  exposición  popular  y  senci- 
lla de  los  principales  temas  de  la  psicología  escolástica,  insistiendo 
principalmente  en  la  demostración  de  la  espiritualidad  é  inmortali- 
dad del  alma  racional.  La  suavidad  de  la  versificación  y  la  tersura 
del  estilo  hacen  muy  apacible  la  lectura  de  este  tratadillo,  que  con 
más  substancia  filosófica,  pertenece  todavía  á  la  larga  familia  de  las 
disputaciones  entre  el  alma  y  el  cuerpo,  tan  frecuentes  en  la  litera- 
tura de  la  Edad  Media.  Acaba  con  algunas  oraciones  para  ayudar  á 
bien  morir,  y  una  Canción  de  la  Razón  á  la  Partida  del  Anima  (i). 

Este  simpático  y  cristiano  poeta  se  muestra  con  carácter  más 
personal  en  Las  Valencianas  Lamentaciones,  que  son  también  un 
diálogo  entre  el  autor  dolorido  y  quejumbroso  por  la  desestimación 

(i)     El  estribillo  la  da  carácter  popular.  Empieza: 

¡A.  y  de  ti,  ánima  mía! 
¿Qué  harás  cuando  viniere 
Aquel  temeroso  día, 
Si  Jesu  Christo  dixere: 
«Vete  de  mi  compañía?» 
Vivirás  et  morirás: 
La  vida  para  morir; 
La  muerte,  para  sentir 
Las  penas  que  sufrirás. 
Nunca  ternas  alearía, 
Ni  podrás  estar  do  fuere; 
Escura  será  tu  vía 
Si  Jesu  Christo  dixere: 
«Vete  de  mi  compañi 


IIO  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

que  de  su  libro  había  hecho  el  Conde  de  Oliva;  y  la  Razón  que  le 
conforta,  trayéndole  á  la  memoria  los  infinitos  trabajos  y  sinsabores 
que  cercan  y  atribulan  al  hombre  en  todos  los  estados  de  la  vida, 
sin  perdonar  á  los  poderosos  monarcas,  ni  á  los  caudillos  invenci- 
bles, ni  á  los  magnates  opulentos,  ni  á  los  que  están  constituidos  en 
los  más  altos  grados  de  la  jerarquía  eclesiástica.  De  este  modo  la 
obra  se  convierte  en  un  largo  sermón  que  en  algún  modo  recuerda 
el  Rimado  de  Palacio,  y  que  va,  como  él,  entreverado  de  rasgos  de 
sátira  más  amarga  que  festiva,  si  bien  el  efecto  total  de  la  obra  es  de 
resignación  y  conformidad  con  los  decretos  de  la  Providencia  (i). 

(i)  El  manuscrito  de  Las  Valencianas  Lamentaciones  y  de  la  Partida  del 
Anima,  perteneció  á  la  biblioteca  del  Conde  del  Águila,  y  se  conserva  ahora 
en  la  del  Cabildo  de  Sevilla  (vulgarmente  llamada  Colombina).  Ha  sido  mag- 
níficamente impreso  por  generosa  solicitud  de  una  ilustre  señora,  en  edición 
de  muy  corto  número  de  ejemplares: 

Las  Valencianas  Z a mentaciones  y  el  tratado  de  la  Partida  del  Anima,  por 
Juan  de  Narváez,  con  un  prólogo  de  D.  Luis  Montoto  y  Rautenstrauch.  Publí- 
calos por  primera  vez  la  Excma.  Señora  Doña  María  del  Rosario  de  Massa  y 
Candan,  de  Hoyos.  Sevilla,  imp.  de  E.  Rasco,  i88q. 

Antecede  á  las  dos  obras  un  largo  prólogo  en  prosa  dirigido  al  Gran  Capi- 
tán: Las  Valencianas  tienen  además  una  especie  de  introducción  en  verso: 
Exhortación  del  autor  al  lector,  en  que  sucesivamente  se  tratan  estos  puntos: 
De  cómo  se  debe  leer,  entender  y  memorar  la  escriptura  para  bien  juzgarse. — De 
la  gramática  que  observa  el  autor  y  de  la  perfección  de  la  lengua  castellana. — De 
los  versos  castellanos:  de  su  buen  uso;  de  su  gravedad  et  utilidad. — De  las  gracias 
que  demás  de  los  versos  los  nuestros  reciben  de  Dios. — De  cómo  se  debe  usar  la 
poesía,  y  del  daño  que  de  ella  se  recibe,  etc. 

Es  digno  de  leerse  algo  de  lo  que  dice  en  recomendación  de  la  lengua  cas- 
tellana, aun  en  cotejo  con  la  latina.  Traslúcese  en  las  frases  de  Narváez  el 
entusiasmo  que  le  inspiraban  las  grandezas  de  su  tiempo,  á  vista  de  las  cuales 
exclama  con  desmedida  arrogancia: 

Cuanto  los  hábitos  son 
De  mayores  perfecciones, 
Tanto  sus  pronunciaciones 
Son  de  mayor  perfección: 
Pues  ¿quien  la  generación 
De  los  nuestros  vence  ó  sobra, 
Ni  quién  iguala  á  su  obra 
En  aquesta  habitación? 

Por  nos  cierto  se  ennoblescen 


CAPITULO   XXIII 


Intercalado  en  la  obra  hay  un  elogio  de  Gonzalo  de  Córdoba  que 
tiene  cierta  importancia  histórica,  porque  en  él  parece  responder  el 
poeta  cordobés  á  los  sospechas  de  infidelidad  que  tan  injustamente 


Artes,  ciencias  y  exercicios: 

Por  nos  decaen  los  vicios 

Y  las  virtudes  florescen: 

Entre  nos  vemos  que  crescen 

Los  ingenios  naturales: 

Por  nos  los  actos  reales 

Sobre  todos  resplandescen. 
No  sólo  nos  son  tractables 

Las  tierras  que  conquistamos, 

Mas  los  mares  navegamos 

Que  fueron  innavegables. 

Pugnamos  quasi  impugnables, 

A  ninguno  obedecemos, 

Salvo  á  Dios,  por  quien  tenemos 

Las  victorias  memorables. 
E  aun  si  carescemos 

Del  mundo  todo  mandar, 

La  causa  quiero  callar,. 

Pues  monstramos  que  podemos. 

Empero  si  padescemos 

En  esto  dificultad, 

Desta  gran  prosperidad 

Esperanza  no  perdemos- 
No  al  dulce  metro  hispano, 

Al  bético  mayormente, 

Sea  alguno  maldiziente, 

Si  tiene  el  sentido  sano: 

Porque  Dios,  bien  soberano, 

Según  su  gran  claridad, 

Ya  visita  nuestra  edad 

Y  nos  guarda  de  su  mano. 

Ya  nos  da  Dios  que  cantemos 
Las  gracias  que  nos  infunde, 

Y  por  todo  el  orbe  cunde 
Los  bienes  que  poseemos. 
A  todos  honra  hazemos 

Y  todos  nos  pagan  mal, 
Ciegos  de  envidia  mortal 
Del  mucho  bien  que  tenemos. 

No  de  nuevo  en  nuestras  parles 
Es  lo  que  al  presente  cuento, 


112  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA     • 

circularon  contra  su  héroe,  acusándole  de  querer  alzarse  con  el  rei- 
no de  Ñapóles,  dos  veces  conquistado  por  él:  «A  lo  cual  me  movió 
»(dice  Xarváez  en  el  preámbulo)  una  bárbara  opinión  y  cognoscida 

Pues  antes  del  sacro  advento 
Dios  nos  dio  gracias  et  artes. 
Y  si  tales  baluartes 
Perdieron  nuestros  pecados, 
Ya  por  Dios  nos  son  tornados 
Los  pendones  y  estandartes. 


Cuanto  las  otras  naciones 
Estiman,  muy  al  revés 
Traemos  yuso  los  pies 
Como  bien  pequeños  dones. 
Y  las  altas  perfecciones 
Que  no  pueden  alcanzar, 
Continuamos  bien  usar 
Con  valientes  corazones. 


Terminados  estos  prolegómenos,  comienzan  Las  Lamentaciones,  que  se  di- 
viden en  dos  partes,  y  comprenden  471  estrofas  de  arte  menor.  La  primera 
parte  trata  del  estado  laical,  dividido  en  común,  mediano,  magno  y  real:  la  se- 
gunda, del  estado  clerical. 

Pondremos  alguna  muestra  del  fácil  y  ameno  estilo  del  autor.  Véase,  por 
ejemplo,  la  contraposición  que  hace  entre  los  caballeros  cortesanos  y  los  sol- 
dados comunales: 

Es  la  causa  ver  pomposos 

Los  caballeros  nombrados, 
De  seda  y  oro  chapados 
Los  vestidos  sumptuosos: 
Siempre  se  muestran  gozosos, 
En  sus  salas  muy  servidos 
De  manjares  prevenidos 
Con  música  deleitosa. 


¿Quién  se  puede  soportar 
Viendo  las  armas  doradas, 
Más  famosas  que  aceradas, 
Que  buscan  para  se  armar? 
¿Qué  lengua  basta  callar 
Cosas  tan  desordenadas? 
Ca  las  armas  muy  pintadas 
No  son  para  pelear. 

Es  el  oro  tal  metal, 
Según  todos  son  testigos, 


CAPITULO    XXIII  II3 

» invidia,  que  de  la  boca  de  algunos  en  mis  orejas  et  aun  en  mi 
» ánima,  muchas  veces  andando  por  estas  partes,  ha  tocado.»  Des- 
graciadamente los  versos  no  corresponden  aquí  al  noble  propósito 

Que  en  la  lid  los  enemigos 
Nunca  del  reciben  mal. 
Espada,  lanza  y  puñal 
De  acero,  que  no  de  arambre, 
Suelen  derramar  la  sangre 
En  la  batalla  campal. 


Como  están  los  delicados 
Arboles  en  las  ciudades, 
Con  templadas  humedades 
Sostenidos  y  guardados, 
Los  caballeros  nombrados 
Tienen  tal  la  propiedad, 
Que  viven  en  la  ciudad 

Y  en  el  campo  son  finados. 

¿Quién  sufre  los  grandes  males 
En  las  batallas  romper, 
O  cuáles  suelen  vencer, 
Sino  aquestos  comunales? 
Los  cuales  de  virtuales  * 
Las  huertas  y  montes  talan, 

Y  contraminan  y  escalan 
Las  torres  más  principales. 

Estos  van  menos  armados 

Y  hacen  más  cruel  guerra 
Por  el  mar  y  por  la  tierra 
Que  los  otros  alegados: 
Por  aquestos  son  ganados 
Los  reinos  y  señoríos, 
Sufriendo  hambres  y  fríos, 
De  calor  y  sed  postrados. 

En  estos  vemos  pintadas 
Las  historias  de  las  guerras, 
Las  batallas  y  desferras, 
Las  cruezas  extremadas. 
Estos  las  piernas  quebradas, 
Estos  los  brazos  cortados, 
Estos  son  despedazados, 
Sus  carnes  amanzilladas... 


*    Esto  es,  á  fuer  de  valientes. 

Mesékdez  y  Pelayo.— Poesía  castellana.  III. 


114  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

del  autor  ni  á  la  excelsitud  del  héroe,  y  son  de  los  más  flojos  de  la 
obra  (i). 

Verdad  es  que  el  Gran  Capitán  ha  sido  siempre  poco  afortunado 

(0  ítem  digo  consecuente 

Quién  es  el  Gran  Capitán 
A  quien  todos  honra  dan, 
Honra  del  siglo  presente; 
El  cual  salió  del  Poniente, 
Y  con  su  consejo  y  manos 
Hizo  más  que  los  romanos 
En  las  partes  del  Oriente. 

Cuya  honra  limpia  et  pura, 
Cuya  sapiencia  y  ley 
Estima  muy  más  su  Rey 
Que  de  otra  criatura. 
Este  es  peso  y  mensura 
De  nobleza  y  castidad, 
De  grandeza  y  caridad, 
Dechado  de  fermosura. 

Contra  todas  las  naciones 
Contrarias  ha  conquirido, 
Ha  fecho  guerra  y  vencido 
Las  celadas  y  traiciones. 
Ha  hecho  los  corazones 
De  toda  Francia  temblar. 
Ha  bastado  á  derrocar 
Sus  altivas  presunciones. 

La  Italia  tan  nombrada, 
Mujer  de  muchos  maridos, 
Por  quien  tantos  son  perdidos, 
Es  por  éste  sojuzgada. 
Cuya  victoria  sobrada 
A  Ñapóles  ha  ganado 
Dos  veces,  y  delibrado 
De  Francia  la  memorada. 


Mas  puesto  ser  otorgado 
El  loor  que  aqueste  tiene, 
El  qual  por  línea  le  viene 
De  tiempo  muy  prolongado, 
Es  de  algunos  sospechado, 
No  su  magnanimidad, 
Mas  menguan  su  fieldad 
Acerca  de  lo  ganado. 

Esa  fama  no  se  canta, 


CAPITULO   XXIII  115 

en  esto  de  encontrar  poetas  que  dignamente  celebrasen  sus  hazañas. 
La  comedia  en  que  Lope  de  Vega  le  sacó  á  las  tablas,  no  es  de  las 
mejores  suyas,  y  la  de  Cañizares  no  es  más  que  un  plagio  de  la  de 


Antes  es  yerba  que  nasce, 
La  cual  yo  creo  que  pasee 
Alguna  gente  non  sancta... 

El  libro  de  Las  Valencianas  no  tiene  fecha,  pero  no  parece  difícil  fijarla,  en 
vista  de  esta  alusión,  á  las  murmuraciones  contra  Gonzalo;  y  á  otra  que  más 
adelante  hay  al  Papa  Julio  II  y  á  su  lucha  con  los  cismáticos  del  conciliábulo  de 
Pisa  (estrofa  261).  El  poema  hubo  de  componerse,  pues,  entre  15 10,  en  que  co- 
menzó el  cisma,  y  1 5 1 5,  en  que  falleció  en  Granada  el  conquistador  de  Ñapóles. 

Hay  otro  poema  del  mismo  género  y  del  mismo  metro  que  el  de  Narváez, 
aunque  muy  inferior  á  él  en  todo,  si  bien  digno  de  aprecio,  no  sólo  por  su  ex- 
tremada rareza,  sino  por  el  gran  número  de  noticias  históricas  que  contiene. 
Titúlase  La  vida  y  la  muerte,  y  al  fin  dice:  «Esta  obra  fué  impresa  e?i  la  muy 
Leal  v  /nclila  ciudad  de  Salamanca  por  Maestre  Hans  Gysscr,  alemán,  en  pre- 
sencia del  mesmo  Padre  fray  Francisco  Dávila  que  la  compuso;  y  fué  personal 
corrector  della.  Acabóse  víspera  del  glorioso  Evangelista  San  Lucas,  en  el  año  de 
la  Encamación  de  nuestro  Salvador  Jesucristo  de  mil  quinientos  y  ocho  anos.  Gu- 
bemante  la  silla  apostólica  el  Papa  Felicísimo  Julio  Secundo,  y  á  Castilla  el  ín- 
clito Rey  D.  Fernando  con  la  lima.  Sra.  Doña  Juana,  su  hija,  natural  Reina 
de  Castilla:  4.0  gót.,  109  pp.  ds.  y  4  de  principios.  Descrito  y  extractado  lar- 
gamente por  Gallardo. 

Después  de  la  tabla  empieza  en  el  folio  5.0  la  Altercación,  pleito  y  disputa, 
rencilla  é  cuestión  contra  la  muerte:  del  reverendo  padre  fray  Francisco  de  Avila, 
de  la  observancia  de  los  menores,  encabezada  con  dos  epístolas  comendaticias  y 
exhortativas  del  autor  al  Cardenal  Cisneros,  una  en  prosa  y  otra  en  verso. 
En  la  primera  declara  así  la  intención  de  su  obra:  «El  subjecto  deste  libelo 
stoca  tan  umversalmente  á  todos,  que  á  vuestra  prudentísima  reverencia  po- 
ndrá ser  asaz  sabroso  y  provechoso.  En  esta  obra,  habida  principal  ocasión 

>  de  litigar,  disputar  y  altercar  con  la  muerte,  se  tocará  el  rigor  del  juicio 
»  universal,  de  muerte  eterna,  de  la  vera  felicidad  en  la  vida  beata;  y  señala- 
»damente  se  hará  mención  de  muchas  ilustres,  insignes,  famosas  é  nobles 

>  personas,  así  en  estado  como  en  armas  y  letras,  ansi  buenos  é  santos,  como 
»  malos  é  profanos,  que  la  muerte  ha  llevado  en  diversos  tiempos  y  edades, 
» en  varias  tierras  é  naciones,  é  por  diversas  maneras;  muy  en  especial  se 
»hará  breve  memoria  é  compendioso  sumario  de  algunas  muy  esclarecidas  y 
agrandes  personas,  notables,  escogidos  y  nobles  varones  destos  reinos,  que 
»en  pocos  tiempos  pasados  en  nuestros  días  han  fallecido:  porque  sean  pues- 
tos por  notorio  ejemplo,  cercano  y  claro  espejo  á  nuestros  serenísimos  y 


Il6  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Lope.  El  poema  latino  de  Cantalicio  De  bis  recepta  Partkenope,  im- 
preso por  primera  vez  en  1 506,  tiene  más  curiosidad  histórica  que 
poética;  pero  así  y  todo,  vale  infinitamente  más  que  los  dos  únicos 

»  magníficos  reyes,  á  los  grandes  eclesiásticos  ó  seculares  señores,  á  los  caba- 
lleros, á  los  letrados,  á  los  ministros  de  justicia,  á  otros  ministros,  oficiales  y 
»  curiales  de  su  curia  prosperada;  y  en  ella  y  fuera  de  ella  á  todas  otras  perso- 
»  ñas,  grandes  ó  pequeñas,  de  todos  estados...  E  sin  duda  que  los  que  fueren  sa- 
»  bios  y  cautos  lectores,  si  con  atención  ocupasen  el  tiempo  en  leer  hasta  ei  fin 
»  en  paso  á  paso,  de  día  en  día  este  tractado,  ternán  salubérrimo,  honesto  y  jo- 
>  cundo  pasatiempo...  Va,  señor  prudentísimo,  la  obra  en  metro,  y  no  en  pro- 
»sa,  porque  el  verso  (á  juicio  de  los  que  bien  sienten  y  son  del  capaces)  es 
»más  sentencioso,  compendioso,  sabroso  y  apacible,  más  vivo,  más  atractivo, 
»de  más  sotileza,  de  más  lindeza,  de  más  eficacia,  de  más  audacia,  de  más 
» incitación,  de  más  impresión  y  perpetuidad  para  quedar  más  afijado  en  la 
»  memoria  de  los  lectores.» 
El  poema  da  principio,  según  la  inevitable  rutina  de  los  malos  imitadores 

Yendo  por  alta  ribera 
De  muy  estrecho  camino, 
Con  pluvia  que  recreciera 
Tempestad  y  torbellino, 
Vi  semblante  mortecino 
De  tan  terrible  pavor, 
Que  dije  con  un  temblor: 
¡Ay  de  mí,  que  desatino...! 

Se  encuentra,  en  efecto,  nada  menos  que  con  la  Muerte,  á  quien  «como 
«denodado  agresor  reciamente  la  acomete,  acusándola,  increpándola  y  vitu- 
perándola por  sus  terribles  crueldades  y  fieros  atrevimientos».  La  Muerte 
le  contesta  con  no  menor  furia,  hasta  que  sobreviene  San  Buenaventura,  que 
pone  en  paz  á  los  contendientes,  y  da  como  arbitro  la  sentencia,  comenzando 
por  describir  el  juicio  final,  las  penas  del  infierno  y  la  gloria  del  cielo.  La 
Muerte  hace  un  interminable  catálogo  de  las  gentes  notables  que  ha  matado, 
comenzando  por  los  personajes  bíblicos  y  los  de  la  historia  antigua;  pero  ex- 
tendiéndose mucho  más  en  los  su  de  tiempo.  Hay  muchas  estrofas  compuestas 
enteramente  de  apellidos.  En  esta  ridicula  letanía  se  encuentran,  sin  embar- 
go, especies  curiosas,  por  ejemplo,  el  entusiasta  elogio  de  Fray  Hernando  de 
Talavera,  y  la  enumeración  de  los  principales  teólogos,  canonistas,  letrados, 
astrólogos,  físicos,  médicos,  poetas,  etc.,  de  su  tiempo.  Entre  estos  cita  á  Gó- 
mez Manrique  y  &  I).  Jorge  galán,  á  Guevara,  á  Cartagena,  á  Diego  de  S.  Pe- 
dro, á  Juan  de  la  Encina,  á  Musen  Diego  de  Valera,  y  más  especialmente  á 
los  franciscanos  Mendoza  y  Montesino: 


CAPITULO    XXIII  117 

poemas  castellanos  del  mismo  asunto,  que  por  el  momento  recuer- 
do. Uno  de  estos  poemas,  el  más  moderno,  la  Neapolisea  (165 1),  de 
Trillo  y  Figueroa,  poeta  gallego  recriado  en  Granada,  nada  sirve 


Cayó  también  en  mi  choza 
El  sotil  componedor 
Fray  Iñigo  de  Mendoza, 
Muy  alto  predicador, 
Muy  gracioso  decidor, 
De  trovadores  monarca, 
De  profundos  dichos  arca, 
Y  minero  de  dulzor... 


Yo  seré  muy  triunfante 
D'aquel  poeta  lozano, 
Orador  muy  elegante 
En  el  metro  castellano, 
Gran  pregonero  cristiano 
Del  Sacro  Verbo  divino, 
Fray  Ambrosio  Montesino, 
Tradutor  del  Cartujano. 


Sirve,  entre  otras  cosas,  este  catálogo  para  probar  que  en  1508  había  falle- 
cido ya  Fray  Iñigo  de  Mendoza,  de  quien  se  tienen  tan  pocas  noticias.  Cita 
también  á  un  músico,  Lope  de  Baena: 

Tovimos  á  nuestra  vista 
Un  artista  tañedor, 
Muy  subido  citarista, 
De  tañedores  primor. 
Fué  su  músico  dulzor 
Que  quitaba  toda  pena, 
Y  era  Lope  de  Baena, 
Muy  sotil  componedor. 

Es  curioso  el  elogio  de  Antonio  de  Nebrija: 

Con  doctrina  muy  prolija 
Nuestras  tierras  embotadas, 
Por  el  famoso  Lebrija 
Quedaron  acecaladas: 
Son  las  gentes  alumbradas 
De  su  ciega  grosería: 
Ya  no  hablan  barbaria, 
Mas  razones  acordadas. 

Entre  las  mujeres  doctas,  menciona  á  Galinda  la  latina  (Doña  Beatriz  Ga- 
lindo),  y  á  la  Sepúlveda,  «demedia  muy  sabidora.-» 


Il8  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

para  la  historia,  como  lo  indica  ya  su  fecha  tan  remota  de  la  de 
Gonzalo  de  Córdoba,  y  nada  vale  poéticamente,  puesto  que  Trillo 
y  Figueroa,  ingenioso  y  ameno  en  las  burlas,  cultivador  feliz  de  la 
poesía  ligera,  hasta  confundirse  á  veces  con  Góngora  el  Bueno,  re- 
sulta, cuando  quiere  embocar  la  trompa  épica,  uno  de  los  más  furi- 
bundos, enfáticos  y  pedantes  secuaces  de  Góngora  el  Malo,  sin  nin- 
gún acierto  que  compense  sus  innumerables  desvarios. 

La  Historia  Parthenopea  del  sevillano  Alonso  Hernández,  libro 
raro,  aunque  bastante  conocido  y  citado  por  nuestros  eruditos,  tie- 
ne siquiera  la  ventaja  de  estar  escrita  con  más  llaneza;  y  la  ventaja 
todavía  mayor  de  ser  obra  de  un  contemporáneo,  que  pudo  recoger 
la  tradición  viva  y  la  impresión  directa  que  había  dejado  el  gran 
caudillo  en  los  ánimos  de  los  españoles  á  quienes  hizo  arbitros  de 
Italia,  y  cuyo  espíritu  militar  formó  y  educó  para  más  de  una  cen- 
turia. Y  aunque  el  monumento  no  sea,  ni  con  mucho,  digno  de  su 
gloria,  hay  que  reconocer  lo  sincero  de  la  admiración  que  el  poeta 
sentía  por  su  héroe,  y  que  da  valor  á  su  testimonio,  muy  distinto 
del  entusiasmo  puramente  retórico  de  Trillo  y  Figueroa  ó  de  cual- 
quier otro  zurcidor  de  cantos  épicos,  de  los  que  han  sido  en  todos 
tiempos  plaga  de  nuestra  literatura.  Hernández  declara  que  em- 
prendió el  trabajo  de  la  Parthenopea  por  contentamiento  propio, 
y  «porque  le  parescía  cualquier  hombre  que  fuesse  hispano  eter- 
»nalmente  obligado  al  nombre  y  memoria  deste  excellentissimo 
»caballero».  Y  añade  con  cierta  solemnidad  de  estilo,  mayor  que 
la  que  suele  emplear  en  sus  versos:  «¿Quién  es  aquel  que  n'el 
» campo  de  las  cosas  gloriosas  de  un  tan  excelente  capitán  le  deva 
»ó  pueda  fallescer  eloquencia,  y  quién  es  tan  sordo  á  cuias  ore- 
jas no  haya  venido,  no  digo  la  fama  de  sus  hechos,  mas  aun  el 
»clássico  y  sublime  son  de  las  trombas;  y  quién  es  de  tan  gastado 
»ánimo  que,  amando  letras  y  siguiéndolas,  pueda  so  tiniebla  noc- 
turna sus  cosas  traspasar  syn  ser  notado  4e  ingrato  y  de  ánimo 
»corrupto  y  extremadamente  muy  envidioso:  el  qual  con  su  propia 
»virtud  ha  sobrado,  desterrado,  submerso  y  vencido  toda  forma  de 
»la  Ynvidia?» 

A  este,  pues,  «lucero  de  España  que  el  Lacio  ha  alumbrado»,  á 
éste  de  quien  con  verdad  pudo  decirse: 


CAPÍTULO   XXIII  119 

Agora  ya  el  mundo  ha  cierto  sabido 
Que  fuerzas  potentes  del  gran  Occidente, 
De  hispanos,  yo  digo,  d'España  y  su  gente, 
A  fuerzas  francesas  las  han  sometido... 

quiso  celebrar  con  dotes  bien  desproporcionadas  á  su  intento  el  pro- 
tonotario  apostólico  Alonso  Hernández,  de  quien  no  tenemos  más 
noticias  que  las  que  constan  en  su  libro;  es  á  saber:  que  era  natural 
de  Sevilla,  que  vivió  muchos  años  en  Roma,  y  que  obtuvo  especial 
protección  del  célebre  y  turbulento  cardenal  de  Santa  Cruz,  don 
Bernardino  Carvajal,  alma  que  fué  del  concilio  ó  conciliábulo  de 
Pisa.  A  Carvajal  habían  debido  Hernández  y  otros  muchos  compa- 
triotas suyos  el  salvar  la  vida  en  el  tumulto  y  la  persecución  que  se 
levantaron  en  Roma  contra  los  españoles  después  del  fallecimien- 
to de  Alejandro  VI, 

Que  hizo  la  nuestra  hispana  nación 
Al  mundo  odiosa,  qual  nunca  se  viera... 

La  casa  del  Cardenal  de  Santa  Cruz  se  vio  convertida  entonces 
en  hospicio  de  hispanos: 

Tu  casa  fué  el  arca  donde  han  escapado 
Toda  nobleza  de  gente  de  España, 
Según  el  gran  odio,  rencor  y  gran  saña 
Que  tanta  Alexandre  nos  ovo  dexado... 

Carvajal  tuvo  mucha  parte  en  que  Alonso  Hernández  se  resol- 
viese á  emprender  la  labor  de  la  Historia  Parthenopea  y  de  otros 
«diversos  tractados  de  varias  cosas  no  desplacibles»,  que  se  propo- 
nía publicar  bajo  sus  auspicios,  y  entre  los  cuales  enumera  una  \  ita 
Christi,  doce  libros  de  la  esperanza,  doce  de  la  justicia,  ocho  de  la 
educación  del  príncipe,  y  los  Siete  triunfos  de  las  siete  virtudes,  que 
probablemente  serían  algún  poema  alegórico  á  imitación  de  los 
Triunfos  del  Petrarca.  Todo  esto  se  ha  perdido,  y  la  pérdida  no  pa- 
rece grande,  á  juzgar  por  la  poca  novedad  de  las  materias  que  los 
títulos  anuncian,  y  por  el  exiguo  precio  que  el  gusto  menos  exigen- 
te puede  conceder  á  la  Parthenopea.  De  ella  hizo  el  autor  presente 
al  Cardenal,  en  un  prólogo  lleno  de  pedantescas  y  graciosas  metá- 
foras: «Los  quales  libelos,  illustrissimo  Príncipe,  como  fresco  y  ma- 


120  HISTORIA   DE    LA   POESÍA   CASTELLANA 

»duro  parto  y  qual  niños  antes  de  su  tiempo  devido  de]  útero  ma- 
terno lanzados,  los  dó  y  presento  á  la  ynstrucción  de  tu  preclaris- 
»simo  gimnasio,  porque  de  ally  bien  educados,  del  sacro  y  salutífero 
■»(sic)  leche  de  la  fuente  de  tu  sapiencia  bien  limados  y  corregidos, 
^después  vestidos  y  ornados  del  tu  vestiario  y  del  lugar  do  tus  pre- 
»ciosas  cosas  son  respuestas,  den  al  mundo  ilustre  espectáculo  del 
s>triumpho  hispano.» 

No  llegó  Alonso  Hernández  á  ver  salir  su  libro  de  las  prensas 
romanas  de  Maestre  Stephano  Guillen  de  Loremio,  donde  se  acabó 
de  estampar  á  18  de  Septiembre  de  1 516.  En  una  advertencia 
puesta  al  fin  de  la  obra,  nos  informa  su  amigo  Luis  de  Gibraleón, 
clérigo  residente  en  Xápoles,  que  «por  haber  seydo  el  autor  priva- 
»  do  de  la  presente  vida  antes  que  acabar  pudiese  de  bien  limar  y 
»bien  pulir  su  elocuente  poema,  el  trasladador  no  sin  miincha  difi- 
»  cuitad  pudo  sacar  á  luz  el  presente  tratado,  asy  por  la  ya  dicha 
»  causa,  como  por  haver  munchas  partes  y  consonancias  de  lengua 
sytaliana  mistas  con  los  presentes  versos,  á  causa  del  largo  uso  que 
»el  poeta  en  aquella  tenía».  A  nombre  de  este  Gibraleón  está  dado 
el  privilegio  de  León  X  para  la  impresión,  y  por  eso  algunos,  y  en- 
tre ellos  el  mismo  Gallardo,  le  han  creído  equivocadamente  autor 
del  poema  del  que  no  fué  más  que  editor  y  copista,  ó  tresladador, 
como  él  dice,  quizá  á  título  de  albacea  de  su  paisano  Alonso  Her- 
nández. 

Compuesta  la  Historia  Parthenopea  en  los  primeros  años  del  si- 
glo xvi,  pertenece  todavía,  por  el  gusto  y  por  el  metro,  á  la  escuela 
del  siglo  anterior.  Es  un  poema  medio  histórico,  medio  alegórico, 
en  estancias  de  arte  mayor,  una  deliberada  imitación  de  las  Tres- 
cientas de  Juan  de  Mena,  como  casi  todos  los  poemas  de  que  en 
este  capítulo  venimos  dando  cuenta.  Pero  Diego  Guillen  de  Avila, 
y,  sobre  todo,  el  autor  de  los  Doce  triunfos  de  los  doce  Apóstoles, 
tenían  bríos  poéticos  muy  superiores  á  los  del  mísero  Alonso  Her- 
nández, cuya  Historia  Parthenopea  nadie  se  atreverá  á  contar  sino 
entre  las  obras  más  ínfimas  de  su  género.  Para  colmo  de  desgracia, 
está  llena  de  italianismos,  que  desfiguran,  no  sólo  la  construcción, 
sino  hasta  lo  material  de  las  palabras,  dando  al  libro  catadura  ex- 
tranjeriza, como  de  autor  mal  versado  en  la  lengua  castellana,  y  eso 


CAPITULO    XXIII  121 

que  él  se  preciaba  de  haberse  «esforzado  con  la  profundidad  de  los 
»  sesos  interiores  y  con  los  niervos  de  las  cosas  grandes,  de  alzar  y 
»  expolir  la  lengua  de  la  hispana  musa». 

Salvo  las  visiones  y  la  máquina  mitológica,  todo  lo  que  en  este 
poema  se  contiene  es  materia  rigurosamente  histórica,  que  el  autor 
de  ningún  modo  podía  alterar  tratándose  de  acontecimientos  con- 
temporáneos y  tan  famosos.  Se  encontró,  pues,  según  él  propio 
ingenuamente  refiere,  en  un  conflicto  entre  la  historia  y  la  poesía: 
«Sy  en  el  poema  el  hombre  narra  símplicimente  las  cosas  hechas, 
»sale  fuera  de  los  floridos  quicios  de  aquél:  y  sy  cuenta  la  verdad 
»  de  las  cosas  hechas,  con  coberturas  y  'con  las  figuras  y  cosas  poé- 
ticas, prívase  la  fe  de  la  verdad  de  la  cosa.» 

Para  salir  de  tal  atolladero  (en  que  iban  á  caer  sucesivamente 
todos  los  autores  de  poemas  épico-históricos  que  en  tan  deplorable 
abundancia  produjo  aquella  centuria)  discurrió,  por  una  parte,  ate- 
nerse «á  la  simplicidad  de  la  historia,  no  añadiendo  ni  faltando,  se- 
»gun  que  he  podido  lo  cierto  della  saber»;  y  por  otra,  como  «á  un 
»tan  excellente  capitán,  qual  es  el  de  la  perfection  de  la  gloria  suya, 
»se  requiere  carro  triumphal,  paludamentos  y  trábeas...  apagar  al 
»  menos  la  sed  de  las  sitibundas  musas,  á  las  quales  veía  estar  muy 
» tristes  y  malencónicas,  y  de  mí  no  poco  quexosas  sy  por  la  parte 
» dellas  no  se  dava  el  mérito  triumpho  al  nuevo  bético  Cipión  in- 
»vincible». 

Es  de  suponer  que  las  Musas  se  quedasen  tan  sitibundas,  tristes 
y  malencónicas  como  antes;  puesto  que  todo  el  gasto  de  invención 
que  al  poeta  se  le  ocurrió,  fué  resucitar  al  cantor  Demodoco  de  la 
Odisea,  para  hacerle  referir  á  Ulises  la  conquista  de  Ñapóles.  Con 
esto,  y  una  aparición  de  Palas  Atenea  á  los  Reyes  Católicos,  y  una 
desconcertada  imitación  del  libro  I  de  la  Eneida,  haciendo  que  Eolo, 
á  ruego  de  Neptuno  y  de  las  ninfas  marinas,  presididas  por  Calatea, 
levante  furiosa  tempestad  contra  las  naves  del  Gran  Capitán  y  las 
ponga  á  punto  de  anegarse;  y  un  viaje  todavía  más  disparatado  que 
por  el  reino  de  Ñapóles  emprende  Mercurio,  hospedándose,  como 
personaje  de  tanta  cuenta,  en  casa  de  la  Duquesa  de  Milán,  y  siendo 
obsequiado  por  el  duque  de  Calabria  con  un  juego  de  cañas:  con 
estos,  digo,  y  otros  tales  episodios,  quiso  amenizar  la  narración  his- 


122  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

tórica,  para  que  las  Musas  no  se  pudieran  «lamentar  de  la  subtrac- 
»tion  ó  privación  de  sus  varias  y  místicas  dulcezas  y  tan  floridos 
^ornamentos  suyos». 

Pero  dejando  aparte  lo  literario  del  poema,  que  es  pésimo  sin 
duda  aun  entre  los  de  su  clase;  su  interés  para  la  historia  es  innega- 
ble, no  precisamente  porque  contenga  hechos  nuevos  ni  porque 
añada  muchas  circunstancias  á  los  conocidos,  sino  porque  siempre 
el  testimonio  de  los  coetáneos,  por  ruda  y  torpemente  formulado 
que  esté,  tiene  cierta  viveza  y  frescura  que  no  puede  encontrarse 
en  las  relaciones  escritas  á  larga  distancia  de  los  sucesos.  Así  son  de 
notar  el  espíritu  patriótico  del  autor  de  la  Historia  Parthenopea,  el 
noble  entusiasmo  que  sentía  por  las  glorias  de  su  nación,  y  especial- 
mente por  las  del  gran  estratego  del  Renacimiento,  que  en  Ceriñola 
y  en  el  Garellano  había  fijado  para  más  de  un  siglo  la  rueda  del 
predominio  militar  de  España.  Por  eso  exclama  el  poeta,  dirigién- 
dose á  los  Reyes  Católicos: 

Desque  las  Españas  han  sido  perdidas, 
Jamás  fueron  Reyes  que  os  sean  iguales, 
Ny  tal  lealtad  con  sus  naturales, 
Y  aquestass  on  cosas  del  Alto  tejidas. 

Verso  bueno,  por  excepción,  este  último,  y  en  que  la  grandeza 
de  la  misión  histórica  de  España  parece  haberse  mostrado  como  en 
iluminación  súbita  á  los  ojos  del  desmayado  rimador,  favoreciéndole 
con  una  ráfaga  de  poesía. 

Otras  hay,  sin  embargo,  aunque  no  muy  frecuentes.  Sobre  todo 
es  curioso  y  tiene  algunos  toques  felices  el  retrato  de  los  españoles, 
puestos  en  contraposición  con  sus  enemigos  los  franceses.  Como 
muestras  interesantes  de  narración,  pueden  citarse  el  desafío  de  Bar- 
letta,  la  rendición  de  Tarento,  la  defensa  de  la  isla  de  Ischia  y  el 
asalto  de  la  abadía  de  Monte  Cassino,  con  el  curioso  episodio  de  las 
reliquias  y  el  tesoro  salvados  de  la  rapacidad  de  la  soldadesca  por 
García  de  Lisón. 

No  fueron  éstos  los  únicos  versificadores  que  intentaron  transmi- 
tir á  los  venideros  la  noticia  de  los  grandes  sucesos  de  aquella  edad, 
aunque  preciándose  más  de  cronistas  que  de  poetas.  Consta,  por 


CAPITULO    XXIII  I23 

ejemplo,  que  un  Hernando  de  Rivera,  vecino  de  Baza,  escribió  la 
guerra  de  Granada  en  metro,  con  tal  puntualidad  y  tan  poco  artifi- 
cio retórico,  como  parece  acreditarlo  el  testimonio  del  Doctor  Ga- 
líndez  de  Carvajal  (i),  fundado  nada  menos  que  en  el  del  Rey  Don 
Fernando:  «Y  en  la  verdad,  según  muchas  veces  yo  oí  ai  Rey  Cató- 
dico, aquello  decía  él  que  era  lo  cierto;  porque  en  pasando  algún 
»  hecho  ó  acto  digno  de  escrebir,  lo  ponía  en  coplas  y  se  leía  á  la 
»  mesa  de  Su  Alteza,  donde  estaban  los  que  en  lo  hacer  se  habían 
» hallado,  é  lo  aprobaban  ó  corregían,  según  en  la  verdad  había 
»  pasado»  (2). 

Un  poema  escrito  de  tal  suerte,  no  podía  ser  más  que  una 
crónica  rimada  (cuya  pérdida  en  tal  concepto  de  crónica  es 
muy  de  lamentar),  ni  merecen  otro  nombre  las  demás  compo- 
siciones históricas  de  este  reinado,  por  ejemplo,  la  Obra  hecha 
por  Hernán  Vázquez  de  Tapia,  describiendo  las  fiestas  que  se 
hicieron  en  Santander  con  motivo  de  la  llegada  á  aquel  puerto 
de  la  princesa  Doña  Margarita  de  Flandes,  hija  del  emperador 
Maximiliano;  los  desposorios  verificados  en  Villasevil;  el  recibi- 
miento que  Burgos  hizo  á  los  príncipes;  su  paso  por  Valladolid, 
Medina  y  Salamanca,  y,  finalmente,  la  muerte  del  príncipe  Don 
Juan,  acaecida  en  aquel  mismo  año  de  1 49/:  narrado  todo  ello  en 

(1)  Historia  partlicnopca  dirigida  al  Mu-  /  strissimo  y  muy  reverédissimo 
Señor  /  don  bernaldino  de  caravajal,  Cardenal  de  sania  Cruz,  cópuesta  por  el 
muy  [  eloquente  varón  alonso  hernádes,  ele-  /  rigo  ispalésis,  protkonotario  de  la 
san- 1  la  Sede  apostólica,  dedicada  en  loor  del  /  Illustrissimo  Señor  don  goncalo 
her-  i  nandes  de  cordova  duque  de  térra-  /  nova  gran  Capitán  de  los  muy  altos 
Reyes  de  spaña. 

Al  fin  /  Impresso  en  Roma  por  Maestre  stephano  Guillen  de  lo  /  Reno  año  de 
nuestro  Redentor  de  Mili  y  quinientos  X  VI  ¡  á  los  diez  y  ocho  de  Setiembre. 
Fól.  4  hojas  preliminares  y  102  de  texto. 

El  erudito  napolitano  Benedetto  Croce,  tan  benemérito  de  nuestras  letras, 
ha  publicado  primero  en  el  Archivo  Storico  per  le  Provincie  Napoletane  (año  19, 
fascic.  111),  y  luego  en  tirada  aparte  de  cien  ejemplares,  un  curioso  estudio 
sobre  la  Historia  Parthenopea,  que  lleva  por  título  Di  un  poema  spagnuolo 
síncrono,  interno  alie  imprese  del  Gran  Capilano  nel  Regno  di  Napoli. 

(2)  Anales  breves  del  reinado  de  los  Reyes  Católicos  (Documentos  Inéditos 
para  la  Historia  de  España,  tomo  xvm,  pág.  227  y  siguientes). 


124  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

ciento  dos  coplas  de  arte  mayor,  sin  ningún  género  de  entonación 
poética  (i). 

Faltó,  pues,  cantor  digno  á  los  grandes  sucesos  de  este  reinado, 
y  tampoco  pueden  subsanar  esta  falta  los  ensayos  retóricos  de  al- 
gunos humanistas  italianos  como  Pablo  Pompilio  y  los  dos  Verardis 
(Carlos  y  Marcelino),  cuyos  poemas  latinos,  no  sólo  épicos,  sino  dra- 
máticos, sólo  sirven  para  atestiguar  el  asombro  que  en  la  capital  del 
mundo  cristiano  causó  el  súbito  engrandecimiento  de  España  (2). 

(1)  Obra  hecha  por  Hernando  Vázquez  de  Tapia  escribiendo  en  summa  algo 
de  las  fiestas  y  recebimiento  que  se  hicieron  al  tiempo  que  la  muy  esclarecida  y  ex- 
celente Princesa  nuestra  Señora  Doña  Margarita  de  Flandes,  hija  del  Empera- 
dor Maximiliano ,  desembarcó  en  la  villa  de  Santander:  y  assi  mismo  de  como  fue 
festejada  del  Señor  Condestable  de  Castilla:  y  de  como  vinieron  el  Rey  y  Prin- 
cipe nuestros  Señores  d  su  alteza:  y  de  como  el  Reveretidissimo  señor  Patriarca 
en  un  lugar  que  se  dice  Villasevil  tomó  las  manos  al  Principe  y  Princesa  nues- 
tros Señores:  y  de  como  llegaron  todos  j indamente  sábado  de  Ramos  ( 1 9  Marzo 
1497)  d  la  ciudad  de  Burgos,  ado?ide  los  Principes  nuestros  Señores  fueron  sun- 
tuosa/tiente recebidos.  En  Sevilla,  por  Meinardo  Ungut,  alemán,  y  Lanzalao  Po- 
lono,  1497. 

(2)  Aludo  al  Panegyris  de  Triumpho  Granaiensi  de  Pablo  Pompilio,  roma- 
no, que  comienza: 

Nunc  age,  Musa,  tubam  majoris  suscipe  cantus... 

y  fué  impreso  en  Roma,  1495,  Por  Euchario  Sylber,  alias  Franck,  juntamente 
cou  otras  composiciones  latinas  del  autor.  De  los  Verardis,  tenemos  el  céle- 
bre y  raro  libro  que  se  titula: 

Caroli  Verardi,  Caesenatis,  Cubicularii  Pontifica,  Historia  Baetica,  sen  de 
expugnaiiofie  Granatae  a  Ferdinando  Catholico  et  Hellisabet,  Hispaniarum  Re- 
gibus.  Alarcellitii  Verardi,  Elegía  et  Car?nina  nonnulla.  Ejusdem  Fernandos  Ser- 
va tus.  Impressum  Roma;  per  magistrum  Eucharium  Sylber,  alias  Franck,  14QJ. 

Tanto  la  Historia  Baetica  como  el  Fernandas  Servatus  son  piezas  dramá- 
ticas, exornadas  de  coros  á  la  manera  antigua,  y  fueron  representadas  en 
Roma. 

Entre  las  poesías  sueltas  de  Marcelino  Verardi,  hay  también  una  Exhortalio 
ad  poetas,  ul  iriumphum  de  hosie  Mauro  ab  Hispaniarum  Principibus  subacto, 
litlcris  mandent,  y  una  Elegía  quá  fides  Fernando  el  Hellisabet  gratías  agí!,  quod 
eorttm  opera  Maurorum  catenis  fuerit  liberata. 

Después  de  la  suscripción  hay  una  canción  italiana,  con  la  música  notada  y 
grabada  en  madera. 


CAPITULO  XXIV 

[los  poetas  del  Cancionero  general  t>y.  Hernando  del  castillo. — los 
trovadores  aristocráticos:  el  vizconde  de  altamiraj  don  luis  de 
vivero;  don  diego  lópez  de  haro;  Cartagena;  probabilidad  de  que 
sea  este  último  el  llamado  «el  caballero  de  cartagena». — garci 
Sánchez  de  Badajoz;  su  vida,  anécdotas  sobre  su  persona;  sus  obras; 
las   Liciones  de  J-ob;   otras  composiciones. — badajoz  el  músico. — 

GUEVARA.  —  COSTANA. DON  ANTONIO  DE  VELASCO. TAPIA. FAVOR  CRE- 
CIENTE DE  LA  CANCIÓN  POPULAR  ENTRE  LOS  POETAS  CULTOS. LOS  DIÁLO- 
GOS  en   el  Cancionero  de  castillo.  —  el  comendador  escrivá. —  el 

COMENDADOR   ROMÁN. DIEGO    DE    SAN   PEDROJ    LA     Cárcel  de  atHOV    Y  SU 

continuación  por  Nicolás  núñez;  influencia  de  la  Cárcel  de  amor 
en  la  literatura;  otras  obras  de  diego  de  san  pedro. — la  Cuestión 
de  Amor,  tentativa  de  novela  histórica;  identificación  de  sus  per- 
sonajes; LA  POESÍA  ESPAÑOLA  EN  ITALIA. RODRIGO  DE  COTA  Y  SU  Dtálo- 

go  entre  el  amor  y  un  viejo,  pieza  capital  en  la  literatura  del 

SIGLO  XV,    SU  CARÁCTER    DRAMÁTICO;    SUS    IMITACIONES. EL    COMENDADOR 

PERÁLVAREZ  DE  AYLLÓN. COLECCIONES  QUE  PRECEDIERON  AL  CanClOlterO 

DE    HERNANDO     DEL    CASTILLO:    EL     Cancionero    DE    JUAN    FERNÁNDEZ    DE 

costantina;  el  Dechado  de  galanes  en  castellano;  el  Espejo  de  ena  - 
morados. — la  primera  edición  (i  5  i  i)  del  Cancionero  de  castillo; 

SU  CONTENIDO. LAS  EDICIONES  SIGUIENTES.  —IMPORTANCIA  DEL    CanCW- 

nero  de  castillo]. 


El  cuerpo  ó  colección  general  de  las  obras  de  los  poetas  meno- 
res del  tiempo  de  los  Reyes  Católicos,  es  el  Cancionero  general  de 
Hernando  del  Castillo  en  su  primera  edición  de  1 51 1,  pues  aunque 
un  pequeño  número  de  las  piezas  contenidas  en  ella  son  de  trova- 
dores más  antiguos,  tales  como  Juan  Rodríguez  del  Padrón,  Juan  de 
Mena,  Lope  de  Stúñiga,  Fernán  Pérez  de  Guzmán  y  el  Marqués  de 
Santillana,  y  de  otros  que  más  bien  corresponden  al  reinado  de  En- 
rique IV,  tales  como  Gómez  Manrique,  Diego  de  Burgos,  Pero  Gui- 


126  HISTORIA   DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

lien  de  Segovia,  Antón  de  Montero  y  Juan  Alvarez  Gato,  puede  de- 
cirse que  todos  los  restantes,  hasta  completar  el  crecido  número  de 
138  que  abraza  el  Cancionero,  sin  contar  con  los  anónimos,  son  poe- 
tas del  tiempo  de  la  Reina  Católica,  circunstancia  que  no  siempre  se 
ha  tenido  en  cuenta  para  clasificar  sus  versos,  y  que  ha  producido 
graves  confusiones  cronológicas  en  la  historia  de  la  lírica  del  siglo  xv. 

Siendo  de  todo  punto  imposible,  y  además  inútil,  ó  por  mejor 
decir  absurdo,  el  examen  analítico  de  todos  estos  versificadores,  en 
gran  parte  débiles  y  amanerados,  limitaremos  nuestra  tarea  á  los  diez 
ó  doce  que,  ó  por  haber  logrado  más  celebridad,  ó  por  tener  mérito 
más  positivo  ya  en  una  sola  composición,  ya  en  varias,  ó  finalmente 
por  alguna  singular  circunstancia  de  su  persona  ó  de  su  vida,  mere- 
cen campear  aparte,  y  salir  de  la  turba  en  que  andan  confundidos. 

Empezaremos,  pues,  por  descartar  (y  no  son  pocos  ciertamente) 
todos  aquellos  autores  del  Cancionero  general  que  no  tienen  más 
recomendación  que  lo  ilustre  de  sus  títulos  y  apellidos,  ni  sirven 
más  que  para  confirmar  hecho  tan  notorio  como  es  la  cultura  inte- 
lectual que  alcanzó  la  nobleza  española  en  todo  aquel  siglo. 

Xada  diremos,  por  consiguiente,  de  los  versos  del  Maestre  de  Ca- 
latrava,  de  los  Duques  de  Medina-Sidonia,  de  Alba  y  de  Alburquer- 
que;  de  los  Marqueses  de  Astorga  (i),  de  Villena  y  de  Villafranca; 

(1)  De  éste  pueden  leerse  unas  Coplas  á  su  amiga  (núm.  249  del  Cancio- 
nero), citadas  por  Juan  de  Valdés  entre  las  que  tienen  mejor  estilo.  Hay  en  esta 
composición  cosas  dichas  con  agradable  sencillez,  por  ejemplo: 

Vida  de  la  vida  mía, 
¿A  quién  contaré  mis  quexas 
Si  á  ti  no? 


Y   estrofas   muy  notables  por  lo  original  é  inusitado   de   las  compara- 
ciones, v.  gr.:  Ante  ü  d  S£S0  mío 

Siente  tantos  alborozos 

De  turbado, 
Como  cuando  va  el  judío 
Por  el  monte  de  Torozos 

Al  mercado. 

En  el  monte  de  Torozos  solía  ejercer  sus  cruentas  justicias  la  Santa  Her- 
mandad. 


CAPITULO   XXIV  127 

de  los  Condes  de  Benavente,  de  Haro,  de  Coruña,  de  Castro,  de 
Feria,  de  Ureña,  de  Paredes  y  de  Ribagorza,  del  Almirante  de  Cas- 
tilla, del  Adelantado  de  Murcia,  del  Mariscal  Sayavedra  y  de  otros 
grandes  señores,  harto  desconocidos  en  el  reino  de  las  Musas,  y  de 
ninguno  de  les  cuales  puede  decirse  que  cultivara  la  poesía  por  na- 
tiva vocación,  sino  por  solaz  y  esparcimiento  cortesano,  como  lo 
prueba  el  carácter  mismo  de  las  poesías  que  se  les  atribuyen,  y  que 
generalmente  se  reducen  á  invenciones  y  letras  de  justadores,  glo- 
sas, motes,  preguntas  y  respuestas,  ó  triviales  é  insulsas  galanterías. 
Entre  estos  trovadores  aristocráticos,  merece  exceptuarse,  sin  em- 
bargo, por  haber  manifestado  más  elevadas  aspiraciones  poéticas, 
el  Vizconde  de  Altamira,  D.  Rodrigo  Osorio  de  Moscoso,  que  com- 
puso un  diálogo  elegante  y  sutil  entre  el  sentimiento  y  el  conoci- 
miento (i)  y  algunas  coplas  de  amores,  delicadas  y  conceptuosas, 
por  el  estilo  de  las  siguientes: 

(1)     A  él  pertenecen  estos  pensamientos: 

Tiene  Séneca  por  ley, 
Aunque  en  esto  no  lo  alabo  *, 
Que  no  hay  sangre  de  esclavo 
Que  no  haya  sido  de  rey, 
Y  de  rey  esclavo  al  cabo. 


;Oh!  ciegos  locos  perdidos 
Los  que  lloráis  á  los  muertos; 
Que  los  muertos  son  los  vivos, 

Y  los  vivos  sean  ciertos 
Para  penar  son  nascidos. 

La  vida  cuanto  es  más  larga, 
Tanto  la  muerte  más  dura; 
Que,  en  este  mar  de  tristura, 
Cuanto  se  carga,  descarga 
Al  puerto  de  sepultura. 

Estos  bienes  de  fortuna 
Con  trabajo  son  ávidos, 

Y  por  ello  son  perdidos 


*  En  las  ediciones  posteriores,  desde  la  de  1527,  escribieron  con  sentido  más  demo- 
crático, aunque  estropeando  el  verso,  sin  duda  por  habérseles  olvidado  el  pronombre  yo: 
«.Aunque  en  esto  lo  alabo.» 


128  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

La  más  durable  conquista 
Desta  guerra  enamorada, 
Es  una  gloria  delgada, 
Que  se  passa  sin  ser  vista. 

Y  de  tal  guisa  tropieza 

Su  visión  que  amor  se  nombra, 
Que,  en  alzando  la  cabeza, 
Ya  no  vemos  sino  sombra: 

Y  pues  tiene  buena  vista 
Y  donosa  la  mirada, 
Huyamos  gloria  delgada, 
Que  se  passa  sin  ser  vista. 

Quizá  le  aventajó  en  dotes  poéticas  otro  caballero  de  Galicia,  á 
quien  Garci  Sánchez  de  Badajoz  llama  hermano  de  Altamira,  ya 
porque  realmente  estuviesen  ligados  por  vínculo  de  parentesco, 
ya  por  fraternidad  en  el  ejercicio  de  armas  ó  letras.  Llamábase  el 
tal  D.  Luis  de  Vivero,  y  el  Caucionero  contiene  muy  lucidas  mues- 
tras de  su  numen,  especialmente  la  composición  alegórica  Guerra 
de  amor,  que  hizo  en  memoria  de  la  muerte  de  su  amiga,  y  el  diá- 
logo con  la  Tristeza:  versificadas  una  y  otro  con  gallarda  soltura. 

No  sólo  persona  una, 
Mas  los  más  de  los  nascidos: 
Los  sin  ellos,  por  ganallos; 
Los  con  ellos,  por  tenellos; 
Los  unos,  por  no  perdellos; 
Los  otros,  por  alcanzallos; 
Son  perdidos  ellos  y  ellos. 

Los  cancioneros  de  1527,  1540  y  1557,  añaden  á  esta  composición  muchas 
estrofas,  que  parecen  de  diverso  autor. 

En  los  versos  amorosos,  imita  ó  excede  las  hipérboles  irreverentes  de  los 
poetas  de  la  corte  de  D.  Juan  II. 

Del  infierno  el  mayor  mal 
Dizen  que  es  no  ver  á  Dios; 
Luego  el  mío  es  otro  tal, 
Pues  no  espero  ver  á  vos. 

De  algunos  villancicos  suyos  hizo  las  coplas  Nicolás  Núñez,  por  ejemplo, 
del  que  empieza:  Vev¡r  JQ  s¡n  yer  .  voS( 

No  quiero,  ni  quiera  Dios. 


CAPITULO    XXIV  12g 

Don  Diego  López  de  Haro,  ingenio  de  nobilísima  estirpe  y  gran- 
de amigo  de  Álvarez  Gato,  merece  también  salir  del  vulgo  de  los 
trovadores  adocenados,  no  sólo  por  las  poesías  suyas  que  se  inser- 
tan en  el  Cancionero  general,  de  las  cuales  es  la  mejor  el  filosófico 
diálogo  entre  la  Razón  y  el  Pensamiento;  sino  por  otra  muy  curiosa 
que  se  conserva  manuscrita  con  el  título  de  Aviso  para  cuerdos,  y 
».  s  un  diálogo  casi  dramático  de  cerca  de  mil  versos,  en  que  inter- 
vienen más  de  sesenta  personajes,  unos  historiales  y  otros  alegó- 
ricos, entre  ellos  Adán  y  Eva,  el  ángel  que  los  echó  del  paraíso,  las 
ciudades  de  Troya  y  Jerusalén  personificadas,  el  rey  Priamo,  Jesu- 
cristo, Julio  César,  el  rey  Wamba  y  Mahoma;  á  todos  los  cuales  va 
contestando  el  autor  sucesivamente  (i).  De  este  Diego  López  dice 
Oviedo  en  sus  Quincuagenas  que  «fué  espejo  de  la  gala  entre  los 
mancebos  de  su  tiempo»,  lo  cual  no  le  impidió  desempeñar  con 
mucho  crédito  la  embajada  de  Roma.  En  el  Infierno  de  amor,  de 
Garci  Sánchez  de  Badajoz,  figura  entre  los  más  leales  y  martiriza- 
dos amadores: 

Vi  que  estaba  en  un  hastial 

Den  Diego  López  de  Haro 
En  una  silla  infernal, 
Puesto  en  el  lugar  más  claro, 


( 1 )  Esta  obra  se  llama  «Aviso  para  cuerdos* ,  fecha  por  Diego  López  de  Haro, 
señor  de  la  Casa  del  Carpió.  (Biblioteca  de  la  Academia  de  la  Historia:  colec- 
ción de  misceláneas  que  fué  de  D.  Antonio  Murillo  ¡Mateos.;  Gran  parte  de 
este  poemita  moral  está  en  octosílabos  pareados,  que  hoy  diríamos  metro  de 

aleluyas,  v.  gr.: 

Los  que  dan  consejos  ciertos 

A  los  vivos  son  los  muertos... 

Quien  á  Dios  ha  de  entender, 
Lo  que  él  sabe  ha  de  saber... 

Todo  mal  que  aquí  se  tiene, 
Por  el  hombre  al  hombre  viene.... 

Ser  mal  seso,  ó  ser  cordura, 
Quien  lo  muestra  es  la  ventura... 

Mala  guarda  es  el  temor  N 

De  la  vida  del  señor... 

«Para  sacar  estas  discretas  máximas  (dice  Gallardo,  con  la  expresiva  fami- 
liaridad que  solía  usar  en  sus  cédulas  bibliográficas)  hay  que  leer  mucha 
pamplina.  Es  obra  mediana. > 

Mkníndk?    v    Pf.uayo. — Poesía  ¡.antillana.   III.  o 


I30  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Porque  era  mayor  su  mal. 
Vi  la  silla  luego  arder 

Y  él  sentado  á  su  plazer 
Publicando  sus  tormentos. 

Y  diziendo  en  estos  cuentos: 
Caro  me  cuesta  tener 

Tan  altos  los  pensamientos. 

Largamente,  y  con  calor  digno  de  asunto  de  más  entidad,  han 
disputado  nuestros  eruditos  sobre  la  personalidad  del  poeta  que  con 
el  solo  nombre  de  Cartagena  aparece  en  el  Cancionero  general,  sos- 
teniendo unos,  como  Gallardo  (i)  y  Amador  de  los  Ríos  (2),  que  el 
tal  Cartagena  no  era  otro  que  el  ilustre  prelado  de  Burgos,  del  mis- 
mo apellido;  al  paso  que  los  traductores  de  Ticknor  (3)  y  más  do 
propósito  D.  Pedro  José  Pidal  (4),  niegan  tal  identidad  y  atribuyen 
los  versos  á  otro  autor  del  mismo  apellido  y  quizá  de  la  misma  fa- 
milia. La  cuestión  en  sí  no  importa  mucho,  pues  aunque  los  verso  i 
del  llamado  Cartagena  no  sean  de  los  más  vulgares  que  en  el  Can- 
cione?'0  se  encuentran,  tampoco  bastan  por  sí  solos  para  dar  gran 
reputación  de  poeta  á  quien  quiera  que  los  compusiese.  Ni  mirada 
la  cuestión  bajo  otro  aspecto,  parece  tan  grave  ofensa  á  la  memoria 
del  obispo  de  Burgos  el  haberle  supuesto  autor  de  unas  cuantas 
coplas,  amatorias,  es  cierto,  en  su  mayor  parte;  pero  tan  honestas, 
ó  si  se  quiere  tan  insípidas,  como  casi  todas  las  de  su  género  y  es- 
tilo. Es  cierto  que  Gallardo,  con  su  acostumbrada  malignidad  cuan- 
do se  trataba  de  cosas  ó  personas  eclesiásticas,  procura  á  su  modo 
sacarlas  punta,  y  aún  llega  á  suponer  que  el  afecto  de  Cartagena 
por  su  señora  Oriana  (bajo  cuyo  disfraz  cree  descubrir  á  una 
doña  Ana  de  Osorio)  no  era  estrictamente  platónico;  pero  como 
esta  maliciosa  sospecha  de  Gallardo  está  enlazada  con  su  extrava- 
gante capricho  de  atribuir  al  obispo  Cartagena  el  Amadís  de  Gaula 
(conocido  en  Portugal  y  en  Castilla  tanto  tiempo  antes),  no  debe 

(1)  Ensayo,  11,  pág.  254. 

(2)  Estudios  históricos,  políticos  y  literarios  sobre  los  judíos  de  España  (Ma- 
drid, 1848),  págs.  392-405. 

(3)  Tomo  1,  págs.  554-557- 

(4)  Estudios  literarios  (Madrid,  1890),  tomo  11,  págs.  39-62. 


CAPITULO    XXIV  I3I 

hacerse  ningún  caudal  de  ella,  ni  aun  perder  el  tiempo  en  refutarla. 
La  cuestión  no  es  moral,  ni  tampoco  de  historia  eclesiástica,  sino  de 
historia  literaria;  y  quien  conoce  la  historia  y  la  literatura  de  aquellos 
tiempos,  no  tiene  por  qué  escandalizarse  mucho.  Versos  de  la  misma 
especie  que  los  atribuidos  al  obispo  Cartagena,  hizo  el  Gran  Carde- 
nal Mendoza,  y  ojalá  que  no  hubiesen  pasado  de  ahí  sus  flaquezas. 

Mi  opinión,  conforme  en  lo  substancial  y  sóio  en  un  punto  di- 
versa de  la  que  con  tanta  erudición  y  fuerza  de  lógica  expuso  don 
Pedro  J.  Pidal,  es  que  el  obispo  de  Burgos  fué  realmente  poeta,  pero 
que  no  ha  llegado  á  nosotros  composición  auténtica  suya,  y  que  de 
seguro  no  le  pertenece  ninguna  de  las  que  á  nombre  de  Cartagena 
figuran  en  el  Cancionero  general,  todas  las  cuales,  sin  excepción,  fue- 
ron escritas  por  un  trovador  cortesano  del  tiempo  de  los  Reyes  Cató- 
licos, emparentado,  aunque  no  muy  directa  é  inmediatamente,  con  la 
ilustre  familia  de  conversos  judaicos  á  que  el  Obispo  pertenecía. 

Para  tener  por  cultivador  más  ó  menos  asiduo  de  la  poesía  á  don 
Alonso  de  Cartagena,  siquiera  en  los  cancioneros  examinados  hasta 
hoy  no  hayan  aparecido  versos  suyos,  no  me  fundo  sólo  en  el  tes- 
timonio de  Fernán  Pérez  de  Guzmán,  quien  al  enumerar  las  artes 
y  ciencias  que  quedaron  llorosas  y  desamparadas  con  la  muerte  del 
prelado  burgalés,  cuenta  entre  ellas  la  so  til  poesía,  lo  cual,  forzando 
algo  el  sentido,  podría  entenderse  del  conocimiento  teórico  de  la 
poesía  ó  de  la  pericia  crítica  en  ella,  y  no  de  la  producción  poé- 
tica personal.  El  texto  que  puedo  alegar  es  mucho  más  decisivo  y 
terminante,  y  procede  de  persona  tan  abonada  para  darle  como  el 
arcediano  de  Burgos  D.  Pedro  Fernández  de  Villegas,  en  el  prohc- 
mio  á  su  famosa  traducción  del  Infierno,  de  Dante.  Allí,  tratando  de 
confutar  la  vana  y  vulgar  opinión  de  que  «quien  face  coplas  es  visto 
»facer  cosa  de  pequeña  autoridad»,  escribe:  «pues  coplas  castella- 
nas ¿quántos  gravísimos  varones  las  escribieron?  D.  Iñigo  López 
>de  Mendoza...  el  grave  y  doctísimo  Juan  de  Mena,  Fernán  Pérez 
»de  Guzmán,  Gómez  Manrique,  ü.  Alonso  de  Cartagena,  obispo  de 
» Burgos,  y  otros  gravísimos  auctores.» 

Presupuesto,  pues,  que  D.  Alonso  de  Cartagena  fué  poeta,  cosa 
de  que  no  hay  para  qué  vindicarle,  por  ser  indiferente  en  sí  misma, 
y  porque  no  existiendo  hoy  sus  versos,  mal  podemos  adivinar  si  ha- 


I32  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

bía  en  ellos  algo  que  no  cuadrase  estrictamente  con  la  gravedad 
de  su  carácter  episcopal,  pasamos  á  exponer  las  razones,  muy  ob- 
vias, que  impiden  confundir  al  obispo  de  Burgos  con  el  trovador 
Cartagena  del  Cancioiiero.  Cosa  bien  notoria  es  que  el  obispo  murió 
en  I456,  y  así  lo  consigna  su  epitafio.  Pues  bien:  el  Cartagena  del 
Cancionero  (que  para  su  colector  Hernando  del  Castillo  era  un  sola 
poeta,  y  no  dos  poetas  distintos,  puesto  que  pone  juntas  sus  obras) 
escribe  versos  á  la  Reina  Doña  Isabel,  que  no  subió  al  trono  sino 
diez  y  ocho  años  después  de  esa  fecha;  alterna  en  justas  poéticas 
con  Fray  Iñigo  de  Mendoza  (i),  con  el  Vizconde  de  Altamira  (título 
que  no  fué  creado  hasta  1 47 1)  y  con  Garci  Sánchez  de  Badajoz, 
trovadores  que  no  se  dieron  á  conocer  hasta  las  postrimerías  del 
siglo  xv;  v  no  hav  en  sus  versos  alusión  alguna  á  cosas  ó  personas 
de  un  tiempo  anterior,  pues  aunque  el  Sr.  Amador  de  los  Ríos  haya 
creído  que  la  despedida  de  Cartagena  á  su  padre  fué  dedicada  al 
canciller  D.  Pablo  de  Santa  María,  nada  hay  en  su  contexto  que  per- 
mita afirmarlo,  y  además  el  estilo  y  lenguaje  de  esta  composición 
no  difieren  en  nada  del  estilo  y  lenguaje  de  las  coplas  á  la  Reina 
Isabel:  cosa  de  todo  punto  inverisímil  si  hubiésemos  de  suponer 
entre  unos  y  otros  versos  un  intervalo  no  menor  que  de  cuarenta 
años  (2),  en  que  la  lengua  poética  castellana  experimentó  una  trans- 
formación completa  (3). 

¿Quién  fué,  pues,  el  trovador  erótico  del  Cancionero?  D.   Pedro 

(1)  Por  mandado  del  Rey  compuso  unas  coplas,  reprehendiendo  á  Fray  Iñigo 
de  Mendoza,  y  tachándole  los  versos  que  hizo  con  el  título  de  Justa  de  ¿a  Ra- 
zón contra  la  Sensualidad  (núrn.  140  del  Cancionero).  La  principal  acusación 
que  le  hace  es  haber  plagiado  á  Juan  de  Mena  (seguramente  en  las  Coplas  de 
los  siete  pecados  mortales) : 

Va  muy  bien  invencionado, 
Va  también  digno  de  pena, 
Porque  salió  del  dechado 
Que  todos  vimos  labrado 
De  mano  de  Juan  de  Mena... 

(2)  D.  Pablo  de  Santa  María  murió  en  1435. 

(3)  Una  prueba  más  de  que  este  poeta  pertenece  al  tiempo  de  los  Reyes 
Católicos,  son  los  siguientes  versos,  en  que  claramente  se  alude  á  la  quema  de 
los  judaizantes  de  Sevilla  en  el  brasero  de  Tablada: 


CAPITULO    XXIV  133 

José  Pidal  afirmó  resueltamente  que  lo  había  sido  D.  Pedro  de  Car- 
tagena, hermano  menor  del  obispo  de  Burgos,  como  tercero  y  úl- 
timo hijo  de  D.  Pablo  de  Santa  María,  y  persona  de  quien  muchas 
veces  se  hace  mención  en  las  crónicas  de  su  tiempo  á  título  de  va- 
leroso caballero.  De  él  dice  la  Información  de  su  ¡maje,  impresa  (al 
parecer)  en  1 594,  que  «fué  del  Consejo  de  los  reyes  D.  Enrique  el 
»quarto  y  D.  Fernando  el  Cathólico;  y  fué  nombrado  por  guarda 
»del  cuerpo  del  rey  D.  Juan  el  II;  é  fué  persona  de  mucho  valor  y 
»esfuerzo,  como  lo  mostró  en  las  batallas  en  que  se  halló,  que  fue- 
»ron  muchas,  y  en  desafíos  singulares;  y  ganó  la  fortaleza  de  Lara, 
»que  en  aquellos  tiempos  era  cosa  de  mucha  estima  é  importancia; 
»é  por  señal  quedó  la  dicha  alcaidía  en  Gonzalo  Pérez  de  Cartage- 
na, su  hijo,  y  en  Hernando  de  Cartagena,  su  nieto». 

No  es  enteramente  imposible  que  este  caballero  pueda  ser  el  Car- 
tagena del  Cancionero,  puesto  que  su  larga  vida  se  prolongó  hasta 
1478,  según  consta  por  su  epitafio,  que  está  en  San  Pablo  de  Bur- 
gos (i);  pero  sólo  cuatro  años  del  reinado  de  Doña  Isabel  pudo  al- 
canzar, y  no  es  verisímil  que  en  edad  tan  avanzada...  (había  nacido 
en  1387)  pagase  á  las  musas  tan  largo  tributo.  Otro  Cartagena  hubo, 
también  de  familia  judaica,  á  quien  con  más  probabilidad  pueden 
adjudicarse  los  versos;  y  en  él  se  ha  fijado  el  docto  investigador 
D.  Marcos  Ximénez  de  la  Espada,  al  publicar,  con  notas  de  pere- 
grina erudición,  el  libro  de  las  Andanzas  de  Pero  Tafur.  Llamóse  el 
Caballero  de  Cartagena,  y  era  hijo  del  doctor  Garci  Franco,  del 
consejo  del  rey  D.  Juan  el  II,  hermano  de  Antonio  Franco,  también 
poeta,  contador  mayor  de  los  Reyes  Católicos;  y  de  Alonso  de  Sa- 


Su  flama  encendida  assi  es  comparada 
Con  la  del  reyno  do  siempre  hay  mancilla, 
Como  una  figura  de  fuego  pintada 
En  comparación  del  hecho  en  Sevilla. 

(N.  1+0  Hel  Cancionero.) 

(1)  « Aquí  está  sepultado  el  cuerpo  del  virtuoso  y  ponderado  caballero  Pedro 
de  Cartagena,  del  Consejo  del  Rey  nuestro  Señor,  e  su  regidor  de  esta  ciudad,  con 
Doña  Marta  de  Sarabia  ¿Doña  M encía  de  Rojas  sus  primera  é segunda  mujeres. 
Finó  á  diez  de  Mayo  de  mili  y  qualrocientos  y  setenta  y  ocho,  en  edad  de  noven n 'a 
años.y  (España  Sagrada,  tomo  xxvn,  pág.  272,  de  \n  segunda  edición,  1824.) 


134  HISTORIA   DE    LA   POESÍA   CASTELLANA 

ravia,  uno  de  los  comuneros  ajusticiados  en  Villalpando,  el  cual  ha- 
bía adoptado  el  apellido  materno,  así  como  Cartagena  el  de  sus  in- 
mediatos parientes  el  obispo  D.  Alonso  y  su  hermano  D.  Pedro, 
Este  parentesco  era  tan  cercano,  qué  no  habiendo  dejado  D.  Pedro 
de  Cartagena,  nieto  del  primer  D.  Pedro,  más  descendiente  que 
una  hembra,  Doña  Isabel  Osorio,  la  cual,  por  las  condiciones  del  ma- 
yorazgo de  los  Cartagenas,  no  podía  heredarle,  pasó  este  mayorazgo 
á  D.  Gonzalo  Franco,  nieto  de  D.  Antonio.  Fué  este  caballero  de 
Cartagena  (según  testimonio  del  cronista  Gonzalo  Fernández  de 
Oviedo  en  sus  Batallas)  «uno  de  los  bien  vistos  y  estimados  man- 
»cebos  galanes  y  del  palacio,  que  ovo  en  su  tiempo;  gracioso  é  bien 
»quisto,  caballero  de  muy  lindas  gracias  y  portes,  é  de  tan  sotil  é 
»vivo  ingenio  y  tan  lindo  trovador  en  nuestro  romance  ¿castellana 
» lengua,  como  lo  avrés  visto  en  muchas  ¿gentiles  obras  en  que  á  mi 
» gusto  juc 'único  poeta  palaciano  con  los  de  su  tiempo,  ¿hizo  ventaja  á 
■¿muchos que  antes  quél  nascieron,  en  cosas  de  amores  ¿  polidos  ver- 
¿sos  ¿galán  estilo,  y  aun  á  los  modernos  puso  envidia  su  manera  de 
¿trovar,  porque  ningún  verso  vere's  suyo  forzado  ni  escabroso,  sino 
¿que  en  sí  muestra  la  abundancia  ¿facilidad  tan  copiosa,  que  en  me- 
¿díday  elegancia  paresce  que  se  hallaba  hecho  quanto  quería  decir,  y 
acosas  comunes  y  bajas  las  ponía  en  tales  palabras  y  buena  gracia, 
¿que  ninguno  lo  hacía  mejor  de  los  que  en  nuestro  tiempo  y  lengua  en 
¿eso  se  han  ejercitado  ó  qtierido  trovar...  Le  mataron  los  moros  en  la 
»conquista  del  reyno  de  Granada,  é  él  murió  como  buen  caballero 
»sirviendo  á  Dios  é  á  su  Rey  con  la  lanza  en  la  mano»  (i). 

(i)  Andanzas  e  viajes  de  Pero  Tafur  por  diversas  partes  del  mundo  ávidos 
(1874),  páginas  390-398.  En  el  Liber  facetiarum  de  Luis  de  Pineda,  que  se  citará 
más  adelante,  hay  estos  dos  cuentos  sobre  Cartagena,  el  primero  de  los  cuales 
sirve  para  ilustración  de  unos  versos  suyos  que  en  el  texto  se  mencionan: 

«Cartagena  llevaba  por  divisa  unos  cálices.  Preguntado  si  eran  majade- 
>ros,  respondió:  Si  lo  fueran,  entre  ellos  anduviórades  vos.» 

«Estando  en  las  casas  de  Pedro  de  Cartagena,  subióse  encima  de  unas  ba- 
randas un  loco  para  echarse  de  allí  abajo,  y  estando  para  echarse,  viole  el 
5  dicho  Pedro  de  Cartagena  de  abajo;  y  como  le  preguntase  que  qué  quería 
> hacer,  Ir  respondió  que  quería  volar.  Pedro  de  Cartagena  le  dijo:  Espera, 
»y  subiré  á  quitarte  el  capirote,  para  que  veas  por  do  has  de  ir.  Y  con  esto  le 
i  detuvo  hasta  que  subió  y  le  quitó  de  allí.» 


CAPITULO   XXIV  135 

Cuadra  tanto  la  idea  que  Oviedo  nos  da  del  talento  poético  del 
caballero  de  Cartagena,  con  los  policios  versos  que  en  el  Cancionero 
general  leemos,  que  apenas  puede  dudarse  de  que  él  sea  el  autor 
de  aquellas  palacianas  y  gentiles  obras.  Con  dos  solas  excepciones, 
todas  estas  poesías  pertenecen  á  un  mismo  género,  el  amatorio 
cortesano,  y  en  todas  ellas  se  discretea  prolija  y  metafísicamente, 
pero  no  sin  cierta  virtuositá  ó  destreza  técnica,  sobre  temas  de  una 
pasión  tan  quintaesenciada  y  sutil,  ó  digámoslo  mejor,  tan  falsa, 
como  todos  los  amores  del  Cancionero.  El  autor  apura  las  hipérbo- 
les y  los  conceptos  para  ponderar  el  extremo  de  su  amorosa  llama, 
sin  llegar  á  convencernos  de  ella,  aunque  sí  de  lo  vivo  y  agudo  de 
su  ingenio.  Muéstrase  un  tanto  versado  en  la  literatura  italiana,  espe- 
cialmente en  las  obras  del  Petrarca,  á  quien  imita  en  lo  que  el  Pe- 
trarca tiene  menos  digno  de  imitación,  en  los  juegos  de  palabras 
y  en  las  antítesis,  tributo  que  el  gran  poeta  pagaba  al  gusto  de  su 
tiempo  y  quizá  á  la  tradición  provenzal,  que  tanto  extravió  á  la 
lírica  moderna  en  sus  primeros  pasos.  Cartagena  no  se  harta  de 
encarecer,  á  ejemplo  suyo,  lafiamma  che  mincende  é  strugge, 

La  fuerza  del  fuego  que  alumbra,  que  ciega 
Mi  cuerpo,  mi  alma,  mi  muerte,  mi  vida, 
Do  entra,  do  hiere,  do  toca,  do  llega 
Mata  y  no  muere  su  llama  encendida... 

Otras  veces  siente  que  el  alma,  por  la  fuerza  del  dolor  y  de  la 
pasión,  quiere  arrancársele  del  cuerpo,  «/'alma,  cui  morte  del  sito  al- 
bergo caceta,  da  me  si  parte-»: 

Mi  alma,  mi  cuerpo,  sofriendo  tal  pena. 
Han  ya  concertado  partirse  de  en  uno. 


Pues  ven  ya,  muerte:  serás  bien  venida 
E  consolarás  al  desconsolado: 
Que  entrambos  la  piden  aquesta  partida, 
El  alma  por  verse  del  cuerpo  salida, 
E  el  cuerpo  por  verse  de  amores  librado. 


Esta  canción,  que  pudiéramos  llamar  de  opósitos,  y  que  recuerda 
también  una  muy  célebre  del  poeta  catalán  Mosén  Jordi,  fué  tema 
de  varias  glosas,  entre  ellas  una  de  Francisco  Hernández  Coronel,  y 


Í36  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

otra  del  autor  mismo.  Pero  con  haber  tenido  tanta  boga  (sin  duda 
por  su  pedantesco  artificio)  (i),  no  vale,  á  nuestro  juicio,  lo  que  va- 
len otros  versos  de  Cartagena,  que  por  lo  menos  merecen  la  cali- 
ficación de  ingeniosos.  Tal  sucede  principalmente  con  el  debate 
entre  el  corazón  y  los  ojos,  que  Cartagena  dirime  echando  el  bastón  en- 
tre ellos;  con  el  diálogo  entre  el  corazón  y  la  lengua,  y  con  otro  diá- 
logo mucho  más  extenso,  y  no  sin  trazas  dramáticas,  en  que  son  in- 
terlocutores el  dios  de  Amor  y  un  enamorado,  á  quien  el  dios  se 
aparece  en  sueños.  Sin  comparar  este  diálogo  con  el  de  Rodrigo  de 
Cota,  todavía  pueden  reconocerse  en  él  dotes  de  estilo  no  vulgares 
y  una  versificación  muy  suelta  y  amena.  Por  análogos  méritos  se 
recomiendan  otras  obrillas  del  autor,  no  obstante  lo  poco  substan- 
cial de  su  contenido.  Hay  entre  ellas  glosas  ó  motes  para  varias  da- 
mas, Doña  Catalina  Manrique  (nunca  mucho  costó  poco),  Doña  Ma- 
rina Manuel  (esfuerze  Dios  el  sofrir)  y  el  todavía  más  famoso  de  Yo 
sin  vos,  sin  mí,  sin  Dios,  que  fué  glosado  también  por  Jorge  Man- 
rique. Hay  invenciones  y  letras  de  justadores,  con  el  parecer  de  Car- 
tagena sobre  algunas  de  ellas.  Hay  canciones  cortas  que  tuvieron 
mucha  celebridad,  por  ejemplo,  la  que  empieza: 

No  sé  para  qué  nascí, 
Pues  en  tal  extremo  esto, 
Que  el  morir  no  quiere  á  mí, 
Y  el  vevir  no  quiero  yo... 

ó  aquella  otra  que  compuso  á  una  amiga  suya  que  traía  un  cáliz  por 

devisa: 

Vuestras  gracias  connscidas 

Quieren  que  cáliz  traygais, 

En  que  consumays  las  vidas 

De  todos  quantos  mirays... 

(1)     Cosas  hay  en  ella  que  recuerdan  las  intrincadas  razones  de  Feliciano 
de  Silva,  tan  gratas  á  Don  Quijote: 

Su  fuerza  que  fuerza  mi  fuerza  por  fuerza, 
Me  esfuerza  que  fuerce  mi  mal  no  diciendo... 

En  la  penúltima  estancia  se  describe  el  juego  de  tira  y  afloja: 
Un  juego  entre  niños  contino  que  anda... 


CAPITULO    XXIV  137 

El  objeto  de  esta  pasión  era*  una  dama  Oriana,  que  Cartagena  no 
quiere  declarar  si  era  dueña  ó  doncella,  contentándose  con  llamarla 

Angélica  natura, 
Criada  sobre  la  humana. 

El  nombre  poético  que  la  da  es  indicio  seguro  de  la  reputación 
que  ya  por  aquellos  tiempos  lograba  el  Amadís  de  Gaula  entre  los 
cortesanos.  En  servicio  de  esta  dama,  ó  quizá  de  alguna  otra,  fué 
competidor  del  vizconde  de  Altamira,  yéndoles  tan  mal  al  uno  como 
al  otro  (núm.  146  del  Cancionero),  lo  cual  explica  esta  alusión  de 
Gregorio  Silvestre,  en  su  poema  de  La  Residencia  del  amor: 

En  esto  vieron  salir 
Dos  sin  quererse  partir, 
Puestos  en  una  cadena: 
El  Vizconde  y  Cartagena... 

Por  todas  estas  composiciones  mereció  Cartagena  el  dictado  de 
práctico  en  amores,  que  le  da  Castillejo  en  su  donosa  invectiva  con- 
tra los  petrarquistas,  y  por  ellas  le  puso  Garci  Sánchez  de  Badajoz 
en  su  Infierno  de  amor,  de  que  luego  daremos  cuenta.  Pero  en  las 
raras  ocasiones  en  que  abandonó  aquella  insípida  y  artificial  galan- 
tería para  tratar  más  graves  asuntos,  se  aventajó  á  sí  propio  en  dic- 
ción y  espíritu  poético;  mostrando  mucho  seso  filosófico  y  mente  de 
teólogo  en  las  coplas  dirigidas  á  su  padre  sobre  la  razón  y  el  libre 
albedrío  (i);  y  ensalzando  con  sincero  entusiasmo  á  Isabel  la  Cató- 

\lJ  Que  dest'  arte  navegamos 

En  el  mar  y  mal  del  mundo... 


Para  bien  ó  mal  pasalle, 
Dios  nos  dio  manera  justa: 
La  libertad  es  la  fusta, 
La  razón  el  gobernalle. 

En  estas  barcas  traemos 
Nuestras  almas  y  passamos: 
Si   a  la  fusta  obedescemos, 
Es  forzado  que  perdamos 
Lo  que  nunca  cobraremos: 

Y  pues  la  vida  es  passaje 


I38  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

lica  en  unas  quintillas  llenas  de  brío,  y  que,  si  se  prescinde  de  algu- 
nos toques  de  mal  gusto,  por  ejemplo,  del  juego  pueril  sobre  las  le- 
tras del  nombre  de  la  Reina,  son  sin  disputa  una  de  las  mejores 
poesías  del  Cancionero,  y  quizá  el  más  noble  tributo  que  en  su  tiem- 
po pagó  la  musa  castellana  á  las  heroicas  virtudes  de  aquella  sin 
igual  princesa,  de  quien  esperaba  el  poeta,  no  sólo  que  había  de  re- 
matar la  empresa  de  Granada,  sino  que  había  de  pintar  en  Hierusa- 
lem  las  armas  reales.  Hasta  aquella  bizarra  hipérbole, 

En  la  tierra  la  primera, 
Y  en  el  cielo  la  segunda, 

con  tener  algo  de  irreverente  y  poco  ortodoxo,  suena  bien  en  oídos 
españoles  por  tratarse  de  tal  mujer,  y  no  llega  á  los  rasgos  adulato- 
rios  y  desaforados  de  Antón  de  Montoro  y  otros  poetas,  que  can- 
dorosamente obedecían  al  espíritu  de  apoteosis  gentílica  renovado 
por  el  Renacimiento,  y  que  pocas  veces  tuvo  tanta  disculpa  como 
en  este  caso. 

Mayor  celebridad  todavía  que  Cartagena,  como  poeta  erótico,  lo- 

Que  can  presto  passa  y  va, 
Aunque  nadie  se  lo  ataje, 
Pasar  bien  este  viaje 
En  el  gobernalle  está. 


Palabras  son  muy  sabidas, 
Que  tenemos  los  mortales 
En  nuestras  manos  metidas 
Nuestras  muertes,  nuestras  vidas, 
Nuestras  culpas,  nuestros  males... 

— «Si  yo  mudo  ni  conciencia, 
cMudara  Dios  el  fin  mío?» — 
No  vale  tal  consequencia, 
Antes  anda  su  presencia 
Con  nuestro  libre  albedrío... 

En  su  saber  infinito 
Todo  está  predestinado, 
Todo  está  claro  y  escrito; 
Mas  el  ser  así  ordenado, 
No  costriñe  el  apetito... 


CAPITULO   XXIV  139 

gró  Garci  Sánchez  de  Badajoz,  debiéndola,  no  sólo  á  sus  versos,  sino 
también  á  los  casos  novelescos  de  su  vida,  por  virtud  de  los  cuales 
vino  á  formarse  en  torno  de  su  nombre  una  leyenda  análoga  á  la  de 
Macías  ó  á  la  de  Juan  Rodríguez  del  Padrón,  si  bien  menos  intere- 
sante y  algo  degenerada,  como  lo  estaba  sin  duda  la  poesía  trova- 
doresca en  estas  postrimerías  suyas.  Por  más  que  su  apellido  mueva 
á  tenerle  por  extremeño,  en  libros  de  los  siglos  xvi  y  xvu  (i),  se  lee 
que  era  andaluz,  natural  de  Ecija.  Pudo  llamársele  de  Badajoz  por 
ser  oriundo  de  aquella  ciudad,  aunque  no  hubiese  nacido  en  ella;  y 
de  su  familia  sería  probablemente  Diego  Sánchez  de  Badajoz,  nota- 
ble dramaturgo  de  los  primeros  años  del  siglo  xvi,  cuya  Recopilación 
en  metro  ha  exhumado  el  Sr.  Barrantes  (2). 

Convienen  todos  los  testimonios  contemporáneos  en  que  Garci 
Sánchez,  de  resultas  de  una  desdichada  pasión  amorosa,  vino  á  per- 
der el  juicio.  Y  no  faltaron  graves  varones  que  viesen  en  ello  un 
efecto  de  la  ira  divina  sobre  el  poeta,  por  las  irreverencias  y  profa- 
nidades que  en  sus  versos  había  sembrado.  Véase  lo  que  dice  el 
fraile  anónimo  que  escribió  el  libro  de  la  Celestial  Jerarquía  e  Infer- 
nal Labirinto,  dirigiéndose  á  su  Mecenas  el  Duque  de  Medinaceli, 
D.  Juan  de  la  Cerda: 

«Acuerdóme,  ilustre  y  muy  magnífico  señor,  cuando  el  año  pa- 
usado mi  padre  provincial  y  yo  fuimos  á  verá  vuestra  ilustre  seño- 
ría: quiso  (estando  nosotros  presentes  y  muchos  nobles  caballeros 
»de  su  casa)  se  leyesen  no  sé  qué  coplas  que  había  compuesto  Gar- 
»ci  Sánchez  de  Badajoz,  con  una  prima  ficción  y  elegante  y  polido 
»decir;  en  la  cual  él  ponía  muchos  caballeros  de  España  que  él  ga- 
banes cortesanos  había  conoscido  (3). 

»E1  fin  para  que  se  leyeron,  según  que  yo  comprehendí,  fué  para 

(1)  Por  ejemplo,  en  un  cuento  de  Juan  Alonso  Aragonés  que  citare  luego, 
y  también  en  El  Diablo  Cojudo,  de  Luis  Vólez  de  Guevara  (que  era  ecijano): 
*De  aquí  fué  Garci  Sánchez  de  Badajoz,  aquel  insigne  poeta  castellano.» 

(2)  Parece  infundada  la  conjetura,  porque  el  autor  de  la  ^Recopilación  se 
llamaba  simplemente  Diego  Sánchez,  y  no  pertenecía  á  la  familia  de  los 
Sánchez  de  Badajoz.  (Vid.  J.  López  Prudencio:  Dugo  Sánchez  de  Badajoz. 
Madrid,  191 5;  pág.  22).  (A.  B.) 

(3)  Alusión  evidente  al  Infierno  de  Amor. 


I40  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

j>tomar  nuestro  parecer  sobre  la  vivez  del  ingenio  y  elegancia  de  pa- 
labras del  autor  de  aquella  obra.  Adonde  yo  preguntado,  respon- 
»dí,  que  tenía  yo  compasión  de  un  hombre  de  ingenio  tan  vivo  y 
»subttl,  con  tanta  elegancia  y  abundancia  de  palabras  doctado,  no 
»se  haber  ocupado  donde  fuera  mejor  empleado,  es  á  saber,  en  ser- 
vicio de  aquel  de  quien  todas  las  gracias  vienen;  las  cuales,  si  para 
» mayor  juicio  no  son  recebidas,  á  él  han  de  ser  reduzidas.  Lo  qual 
Ȏl  no  hizo,  mas  por  el  contrario,  las  cosas  de  la  Sagrada  Escriptura 
» profanaba  trayéndolas  á  su  vano  amor,  ó  más  verdaderamente  fu- 
arioso  desatino,  como  paresce  en  las  Liciones  suyas  de  Job  por  él 
^trovadas,  las  cuales  cuando  me  fueron  mostradas,  no  pude  sino  ma- 
ravillarme; porque  después  de  la  elegancia  de  palabras,  estaban 
sallí  condiciones  tan  primas  del  amor  divinal,  que  no  pude  yo  sino 
»decir  que  todo  pecado,  en  especial  este  deste  vano  desatino,  es 
^idolatría,  ca  se  da  al  ídolo  lo  que  se  debe  á  la  Soberana  Majestad 
»de  Dios,  adonde  está  suprema  amabilidad  con  majestad  incompre- 
hensible... Pues  por  estos  desatinos  está  loco  en  cadenas,  al  cual 
»nuestro  Señor  con  misericordia  le  privó  de  aquello  que  con  su 
«franca  largueza  le  había  comunicado.» 

Antes  de  su  locura,  había  sido  Garci  Sánchez  muy  gentil  y  dis- 
creto cortesano,  celebrado  por  su  lindo  humor  y  dichos  agudos,  de 
los  cuales  se  leen  algunos  en  libros  de  cuentos  del  siglo  xvi.  Dos 
hay  entre  los  de  Juan  Aragonés,  que  acompañan  al  Sobremesa  y 
alivio  de  caminantes,  de  Juan  de  Timoneda,  en  algunas  ediciones. 
Me  parece  curioso  transcribirlos  á  continuación: 

«Al  afamado  poeta  Garci  Sánchez  de  Badajoz,  el  cual  era  natural  de 
*Ecija,  ciudad  en  el  Andalucía  (este  varón  delicado,  no  solamente  en 
»la  pluma,  mas  en  promptamente  hablar  lo  era)  acaecióle  que,  estañ- 
ado enamorado  de  una  señora,  la  fué  á  festejar  delante  de  una  ventana 
»de  su  casa,  á  la  cual  estaba  asomada.  Pues  como  encima  de  su  caba- 
»IIo  le  hiciese  grandes  fiestas,  dando  muchas  vueltas  por  su  servicio, 
»acertó  de  tropezar  el  caballo;  y  como  la  señora  lo  viese  casi  caído 
»en  tierra,  dijo,  de  manera  que  él  lo  pudo  oir:  «.los  ojos-».  Respondió 
»él  tan  presto,  y  sin  tener  tiempo  para  pensar  lo  que  había  de  decir: 

...Señora,  y  el  corazón, 
Vuestros  son.> 


CAPITULO    XXIV  141 

«A  Garci  Sánchez  le  acaesció  que,  estando  penado  por  una  dama, 
»subióse  muerto  de  amores  á  un  terrado  que  tenía,  desde  donde  al- 
sgunas  veces  la  podía  ver.  Y  estando  allí  un  día,  un  grande  amigo 
»suyo  lo  fué  á  ver:  el  cual  preguntando  á  sus  criados  que  adonde 
»estaba,  le  fué  dicho  que  allá  arriba  en  el  terrado.  El  se  subió  dere- 
scho  allá,  y  hallándolo  solo,  le  dijo  que  cómo  estaba  allí.  Respon- 
dió prontamente  Garci  Sánchez:  «¿adonde  puede  estar  mejor  el 
j> muerto  que  en  terrado?»  Dando  á  entender  que,  pues  estaba  muer- 
ato,  era  razón  que  estuviese  enterrado.» 

Otra  anécdota  de  Garci  Sánchez,  pero  ya  del  tiempo  de  su  locu- 
ra, se  consigna  en  el  Libro  de  chistes,  de  Luis  de  Pinedo  (i).  «Salió- 
le un  día  Garci  Sánchez  de  Badajoz,  desnudo,  de  casa  por  la  calle, 
j>y  un  hermano  suyo  fué  corriendo  tras  él,  llamándole  loco  y  que  no 
atenía  seso.  Respondió  él: — ¿Pues  cómo?  ¡Hete  sufrido  tantos  años 
»yo  á  ti  de  nescio,  y  es  mucho  que  me  sufras  tú  á  mí  una  hora  de 
»loco!»  Este  mismo  cuento,  sin  nombrar  á  Garci  Sánchez,  sino  atri- 
buyéndole á  un  caballero  muy  enamorado  y  grande  poeta,  se  lee  en 
el  Sobremesa  y  alivio  de  caminantes  de  Juan  de  Timoneda  (par- 
te 1.a,  cuento  55  de  la  edición  de  Rivadeneyra)  (2). 

(1)  Liber  facetiarum  el  similittidinum  Ludovici  de  Pinedo  e¿  aliorum.  Ma- 
nuscrito de  la  Biblioteca  Nacional,  publicado  por  D.  A.  Paz  y  Melia  en  sus 
Sales  Españolas  ó  agudezas  del  ingenio  nacional  (Madrid,  1890),  pág.  295. 

(2)  También  Lope  de  Vega  trae  un  cuento  de  Garci  Sánchez,  en  la  comedia 

Quien  ama  no  ha°a  fieros: 

A  Garci  Sánchez  pedía 

Un  sacristán  que  le  hallase 

Una  invención  que  sacase 

Su  manga  de  cruz  un  día. 

Pero  viéndole  el  calzón 

Roto,  y  en  pedir  prolijo, 

«Saca  unas  calzas,  le  dijo, 

Y  será  buena  invención.» 

En  el  Sobremesa  de  Timoneda  parte  1.a,  cuento  83)  se  lee  este  otro  dicho 
agudo  de  nuestro  poeta:  «Traían  á  un  sobrino  de  Garci  Sánchez  dos  mujeres 
>en  casamiento,  de  las  cuales  la  una  era  de  muy  buena  parte,  sino  que  había 
»hecho  un  yerro  de  su  persona,  y  la  otra  era  confesa,  con  la  cual  le  daban  un 
>cuento  en  dote.  Llegando  este  mozo  á  demandar  consejo  y  parescer  á  su  tío 
»sobre  cuál  de  aquestas  tomaría  por  mujer,  respondióle  así:  «Sobrino,  yo  más 
1 querría  que  me  diesen  con  el  cuento,  que  no  con  el  /¡ierro.* 


I42  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Aunque  hay  indicios  para  sospechar  que  las  composiciones  de 
Garci  Sánchez  de  Badajoz  fueron  coleccionadas  en  volumen  aparte, 
cosa  muy  verisímil,  dada  la  celebridad  del  poeta  (i),  yo  sólo  puedo 
juzgarle  por  los  versos  insertos  en  el  Cancionero  general,  y  por  otros 
que  no  están  allí,  pero  que  figuran  en  pliegos  sueltos  de  gran  rareza. 
La  más  célebre  de  estas  composiciones,  pero  no  ciertamente  la  más 
digna  de  alabanza,  son  las  Liciones  de  Job  apropiadas  á  las  pasiones 
de  amor,  las  cuales,  no  sin  razón,  escandalizaron  á  los  moralistas,  y 
provocaron  los  rigores  del  Santo  Oficio,  que  mandó  expurgarlas  de 
las  ediciones  del  Cancionero  general,  por  lo  cual  son  muchos  los 
ejemplares  de  él  que  se  encuentran  mutilados  de  las  hojas  que  de- 
bían contener  las  tales  Liciones.  Estas  parodias  literalmente  sacrile- 
gas, aunque  quizá  no  lo  fuesen  tanto  en  la  mente  de  sus  autores, 
extraviada  por  el  mal  gusto,  estaban  muy  de  moda  en  el  siglo  xv;  y 
hay,  en  los  Cancioneros  manuscritos,  algunas  todavía  más  irreveren- 
tes y  escandalosas  que  las  Liciones  de  Garci  Sánchez;  por  ejemplo, 
las  dos  Misas  de  amor,  de  Alosen  Diego  de  Valera  y  Suero  de  Ri- 
bera. En  todas  estas  extravagantes  composiciones,  el  texto  latino  de 
la  liturgia  va  intercalado  caprichosamente  en  los  versos  castellanos, 
formando  un  conjunto  híbrido  y  grosero,  que,  no  sólo  ofende  los 
sentimientos  piadosos,  sino  también  el  sentimiento  del  arte.  Muy 
donosamente  dice  D.  Diego  de  Mendoza  que  «Garci  Sánchez  esta- 
»ba  en  punto,  si  la  locura  no  le  atajara,  de  hacer  al  mismo  tono  to- 
adas las  homelías  y  oraciones».  A  las  Liciones  precede  una  especie 
de  testamento  que,  según  el  mismo  autor  declara,  es  imitación  de 
otro  que  había  hecho  antes  D.  Diego  López  de  Haro,  y  puede  pa- 
rangonarse además  con  el  de  Serveri  de  Gerona,  con  el  del  Arce- 
diano de  Toro,  con  el  francés  de  Villón,  y  con  otros  varios  poetas 
de  la  Edad  Media,  que  usaron  el  mismo  artificio,  convertido  ya  en 

(1)  No  puedo  recordar  dónde  he  leído  ú  oído  la  especie  de  existir  toda- 
vía (¿quizá  en  Extremadura?)  un  Cancionero  manuscrito,  formado  en  todo  ó 
en  parte  con  versos  de  Garci  Sánchez.  ¿Será  el  mismo  que  Gallardo,  que  al 
parecer  le  poseyó,  cita  varias  veces  con  el  título  de  Cancionero  de  Mauro  del 
Almendral ,  aunque  sin  detallar  nunca  su  contenido? 

[Según  mis  noticias,  ha  sido  encontrado  el  Cancionero  de  Garci  Sánchez,  y 
se  publicará  en  breve.  (A.  B)\ 


CAPITULO    XXIV  I43 

un  lugar  común.  Garci  Sánchez,  según  su  costumbre,  extrema 
la  hipérbole  amatoria  hasta  decir,  entre  otros  conceptos  que  no 
parecen  de  poeta  cristiano: 

Y  pues  mi  vectura  quiso 
Mis  pensamientos  tornar 

Ciegos,  vanos, 
No  quiero  otro  paraxso 
Sino  mi  alma  dexar 

En  sus  manos... 


Mando,  si  por  bien  toviere 
De  pagar  más  los  serVicios 

Que  serví, 
Que  ?n  entierren  do'  quisiere, 
Y  el  responso  y  los  oficies 

Diga  así: 
«  Ttí  que  mataste  á  Alacias, 
D'  enamorada  memoria...*,  etc. 


De  la  manera  cómo  está  hecha  esta  irreligiosa  y  absurda  parodia 
del  oficio  de  difuntos,  den  muestra  los  siguientes  versos  de  la  lec- 
ción sexta,  sobre  el  texto  Quis  mihi  hoc  tribual: 

¡Quién  otorgase,  señora, 
Qu'  en  el  infierno  escondiesses 
Mi  alma,  y  la  defendiesses 
Por  tuya,  y  muriesse  agora, 
Hasta  que  de  mí  partiesses 
E!  enojo  qu'  en  ti  mora! 

Y,  aunque  mil  años  durasses 
En  tu  saña,  y  m'  olvidasses, 
Allí  temía  reposo, 
Señora,  si  señala; 
Un  tiempo  tan  venturoso 
En  que  de  mí  te  acordasses. 


Allí  tú  me  llamarás, 
Yo  no  te  responderé, 
Señora,  que  ya  estaré 
Do  nunca  más  me  verás: 
Obra  de  tus  manos  fué 
Do  tu  diestra  extendí  ras.. 


144  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

ó  estos  otros  de  la  lección  7.a,  Spiritus  mens  attenuabitur: 

En  el  infierno  es  mi  casa, 
Si  vuestra  merced  quisiere. 

Y  será  si  le  sirviere 

En  las  tinieblas  de  brasa 

La  cama  en  que  yo  durmiere: 

Al  desseo  diré  padre 

De  mi  cruel  mal  d'  amores, 

De  mis  pensamientos  vanos; 

A  la  muerte  llamé  madre, 

Y  á  sus  penas  y  dolores 
Dixe:  vos  soys  mis  hermanos. 


Sé  yo  que  mi  matador 
Vive  aunque  mi  vida  muere. 
Y  que  será  mi  dolor 
Sano  el  día  que  la  viere. 
Con  una  gloria  no  vana 
Me  levantaré  aquel  día, 
Viendo  la  señora  mía 
En  mi  misma  carne  humana 
Como  viviendo  la  vía. 

A  la  qual  tengo  de  ver 
Yo  mismo  con  los  mis  ojos, 
Por  do  serán  en  placer 
Vueltos  todos  mis  enojos... 


Afortunadamente,  no  siempre  escribió  Sánchez  de  Badajoz  con  tan 
depravado  gusto.  Parece  imposible  que  el  autor  de  las  Liciones  y  de 
Lo  claro  escuro,  sea  el  mismo  que  compuso  los  suaves  y  deliciosos 
versos  del  Sueño,  que  compiten  con  la  Querella  de  amor,  del  Marqués 
de  Santillana,  y  con  lo  más  excelente  que  de  este  género  puede  hallar- 
se, así  en  nuestros  cancioneros  como  en  los  gallegos.  Una  atmósfera 
de  poética  vaguedad  y  misterio  lírico  envuelve  esta  composición  en 
que  Garci  Sánchez,  cual  otro  estudiante  Lisardo,  presencia  en  vida 
su  propio  entierro,  y  oye  á  los  pájaros  cantar  sus  exequias,  y  referirle 

su  muerte: 

« — Ya  sé  por  quién  preguntays, 

Por  Garci  Sánchez  dezís... 

Muy  poco  ha  que  pasó 

Solo  por  esta  ribera...» 


CAPITULO    XXIV  I45 

Y  estas  palabras  diciendo 

Y  las  lágrimas  corriendo, 
Se  fué  con  dolores  graves. 
Yo,  con  otras  muchas  aves, 
Fuemos  empos  d'  él  siguiendo. 

Hasta  que  muerto  cayó 
Allá  entre  unas  azequias, 

Y  aquellas  aves  y  yo 

Le  cantamos  las  obsequias, 
Porque  de  amores  murió: 

Y  aun  no  medio  fallecido, 
La  tristeza  y  el  olvido 

Le  enterraron  de  crueles, 

Y  en  estos  verdes  laureles 
Fué  su  cuerpo  convertido. 

D'  allí  nos  quedó  costumbre 
Las  aves  enamoradas 
De  cantar  sobre  su  cumbre 
Las  tardes,  las  alboradas, 
Cantares  de  dulcedumbre... 

Enamorado  Garci  Sánchez  de  este  tema  sentimental  y  fantástico, 
le  repitió  con  menos  fortuna  en  dos  romances,  ó  más  bien  compo- 
siciones en  octosílabos  pareados,  con  villancicos  intercalados  (i),  en 
esta  forma: 

Abajé  por  una  senda 
A  unos  valles  muy  suaves, 
Donde  oí  cantar  las  aves 
De  amores  apasionadas, 
Sus  cabezas  inclinadas 
Y  sus  rostros  tristecicos. 
Desque  vi  los  pajaricos 
En  los  lazos  del  amor, 
Membréme  de  mi  dolor 


(iy  Son  los  números  1876  y  1S77  del  Romancero,  de  Duran,  que  los  tomó 
del  Cancionero  general  y  del  Cancionero  de  Romances.  Comienza  el  primero 
Caminando  por  mis  males;  el  segundo  Despedido  de  consuelo.  Este  segundo  es 
casi  una  mera  variante  del  primen»,  y  repite  el  villancico: 

Hagádesme,  hagádesme, 
Monumento  de  amores  he... 

MKHáHDKZ   Y   V-íUAlo.  —  Presia  casttllan.i.    III.  ,, 


146 


HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Y  quise  desesperar, 
Mas  escuché  su  cantar, 
Por  ver  si  podríe  entendellas. 
Vilas  sembrar  mil  querellas 
Que  de  amor  habíen  cogido. 
Desque  vi  así  cundido 
El  poder  de  amor  en  todo, 
Yo  tomé  desde  allí  un  modo 
De  tener  consolación; 
Dijeles  esta  razón, 
Rogándoles  que  cantasen, 
Porqu'  ellas  no  sospechasen 
Que  quena  más  de  oillas: 

«Cantad  todas,  avecillas, 
Las  que  hacéis  triste  son, 
Discantará  mi  pasión.» 

Cuando  oyeron  mi  ruego, 
Por  mis  penas  amansar, 
Comenzaron  de  cantar 
Este  cantar  con  sosiego: 

tMortales  son  los  dolores 
Que  se  siguen  del  amor, 
Mas  ausencia  es  el  mayor.  > 

<Aunque  tal  dolor  os  duele, 
Yo  soy  d'él  muy  más  doliente, 
Porque  si  me  hallo  ausente, 
No  tengo  alas  con  que  vuele.» 

Y  desque  hubieron  cantado, 

Y  yo  hube  respondido, 
Fué  mi  dolor  conocido 

Y  mi  pena  por  más  fuerte. 

'  Y  no  estando  bien  constante 
En  el  mi  determinar, 
Pensando  de  no  acertar, 
Este  cantar  comencé: 

«¿Adonde  iré,  adonde  iré? 
¡Qué  mal  vecino  amor  es!» 


Otra  composición  muy  celebrada  de  Garci  Sánchez  de  Badajoz, 
aunque  para  nosotros  tenga  hoy  más  interés  histórico  que  poético, 
fué  el  Infierno  de  amor,  que  viene  á  ser,  en  cuanto  á  su  traza  y  arti- 


CAPITULO   XXIV  147 

ficio,  una  alegoría  dantesca,  y,  en  cuanto  á  su  contenido,  una  espe- 
cie de  taracea  de  retazos  de  diversas  canciones  de  los  más  enamo- 
rados trovadores  de  aquel  reinado  y  de  los  dos  ó  tres  precedentes, 
todos  los  cuales  penaban  encantados  en  aquella  especie  de  cueva  de 
Montesinos  que  el  autor  llama  Casa  de  amor,  y  á  la  cual  no  cua- 
draría mal  el  título  de  Casa  de  locos  de  amor,  que  dio  Ouevedo  á 
uno  de  sus  Sueños.  Los  galanes  allí  cautivos  son  en  número  de 
treinta,  entre  los  cuales  figuran  nombres  tan  conocidos  como  los  de 
Macías,  Juan  Rodríguez  del  Padrón,  el  Marqués  de  Santillana,  Gue- 
vara, Juan  de  Mena,  D.  Diego  López  de  Haro,  Jorge  Manrique, 
Diego  de  San  Pedro,  Cartagena,  el  vizconde  de  Altamira,  etc.  (i). 
Hay  algunos  versos  graciosos,  por  ejemplo,  los  que  se  refieren  á 

D.  Alonso  Pérez: 

Sepultado  entre  las  flores, 

Y  cantándole  un  responso 

Calandrias  y  ruiseñores... 

y  otros  que  tienen  curiosidad  biográfica,  como  los  que  mencionan 
al  heroico  guerrero  D.  Manuel  de  León,  el  que  sacó  el  guante  de  su 
dama  de  la  jaula  de  los  leones,  y  es  uno  de  los  protagonistas  de  las 
Guerras  civiles  de  Granada  de  Ginés  Pérez  de  Hita: 

Y  vi  más  á  don  Manuel 
De  León  armado  en  blanco. 


Entre  las  cuales  pinturas 
Vide  las  siete  figuras 
De  los  moros  que  mató, 
Los  leones  que  domó, 
Y  otras  dos  mil  aventuras 
Que  de  vencido  venció... 


Pero  el  mayor  interés  de  este  poemita  (que  es  un  centón  á  la 
manera  del  Conort,  de  Francesch  Ferrer,  y  de  otras  composiciones 
análogas  que  en  la  literatura  catalana  y  en  la  provenzal  abundan), 
consiste  en  lo  que  tiene  de  catálogo  ó  canon  de  los  poetas  eróticos 

(1)  Esto  es  en  la  edición  del  Cancionero  de  1511.  En  las  posteriores 
de  1527,  1540  y  1557  se  añadieron  ocho  estrofas  más,  con  los  nombres  de 
otros  ocho  poetas,  entre  ellos  el  conde  de  Haro,  Lope  de  Sosa,  Rodrigo 
Mexía...  Estas  añadiduras  no  parecen  de  Garci  Sánchez. 


Td8  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

más  afamados  en  los  días  del  autor,  y  en  los  retazos  que  nos  con- 
serva de  sus  canciones. 

Por  todas  estas  piezas  amatorias,  así  como  por  sus  numerosas 
reqüestas,  canciones,  villancicos  y  dezires,  escritos  por  lo  común  con 
donaire  y  soltura,  obtuvo  Garci  Sánchez  de  Badajoz  un  puesto  de 
preferencia  en  la  galería  de  los  poetas  del  Cancionero,  y  una  reputa- 
ción tradicional  que  duraba  todavía  en  los  siglos  xvi  y  xvn,  aun  en 
el  ánimo  de  los  jueces  más  avisados  y  competentes.  El  severísimo 
Juan  de  Valdés,  en  el  Diálogo  de  la  lengua,  cuenta  las  coplas  de 
Sánchez  de  Badajoz  entre  las  que  tienen  mejor  estilo.  Y  el  gran 
Lope  de  Vega,  que  había  hecho  mucho  estudio  de  la  lírica  de  los 
Cancioneros,  y  que  no  rara  vez  se  inspiró  en  ella,  exclama  en  el 
prólogo  del  Isidro:  ¿Qué  cosa  se  iguala  á  una  redondilla  de  Garci 
Sánchez  ó  de  D.  Diego  de  Mendoza}  (i).  Sus  versos  fueron  reprodu- 
cidos en  colecciones  de  índole  popular  como  el  Cancionero  de  Ro- 
mances, y  hasta  en  pliegos  sueltos.  Impresas  se  hallan  en  esta  forma 
sus  Lamentaciones  de  amores  (2),  que  por  ser  tan  extraña  composi- 
ción y  no  encontrarse  en  ninguna  de  las  ediciones  del  Cancionero, 
y  por  haber  sido  mencionada  con  estimación  por  Herrera  en  sus 
Anotaciones  á  Garcilaso,  creo  oportuno  transcribir  á  continuación: 

Lágrimas  de  mi  consuelo, 
Qu'avéis  hecho  maravillas 

Y  hacéis: 
Salid,  salid  sin  recelo, 
Y  regad  estas  mejillas 
Que  soléis. 
Ansias  y  pasiones  mías, 
Presto  me  aveys  d'acabar, 
Yo  lo  fío. 
¡O  planto  de  Hieremías, 
Vente  agora  á  cotejar 
Con  el  mío! 

(1)  El  mismo  Quintana,  que  tan  desdeñosamente  juzga  á  la  mayor  parte 
de  los  poetas  del  siglo  xv,  reconoce  en  las  coplas  de  Garci  Sánchez  *mucho 
calor  y  agudeza*. 

(2)  Las  reprodujo  Usoz  al  fin  del  Cancionero  de  obras  de  burlas  que  publicó 
en  .Londres  ípágs.  207  y  209). 


CAPITULO  xxrv  149 

Ánimas  de  Purgatorio, 
Qu'en  dos  mil  penas  andáis 

Batallando: 
Si  mi  mal  os  es  notorio, 
Bien  vereys  qu'  estáis  en  gloria 
Descansando. 
Y  vosotras,  que  quedáis 
Para  perpetua  memoria 

En  cadena, 
Cuando  mis  males  sepáis, 
Pareceros  ha  q'es  gloria 
Vuestra  pena. 
Babilonia,  que  lamentas 
La  tu  torre  tan  famosa 

Desolada, 

Cuando  mis  ansias  sientas, 

Sentirás  la  tu  rabiosa 

Aconsolada. 

¡O  fortuna  de  la  mar, 

Que  trastornas  mil  navios 

Á  dó  vengo; 
Si  te  quieres  amansar, 
Ven  á  ver  los  males  míos 
Que  sostengo! 
Casa  de  Hierusalcín, 
Que  fuiste  por  tus  errores 

Destruida, 
Ven  agora  tú  también, 
Y  verás  con  que  te  goces 
En  tu  vida. 
Constantinopla,  q'estás 
Sola  y  llena  de  gente 
A  tu  pesar; 
Vuelve  tu  cara,  y  podrás, 
Viendo  lo  que  mi  alma  siente, 
Descansar. 
Troya,  tú  que  te  perdiste, 
Que  solías  ser  la  flor 

En  el  mundo, 
Gózate  conmigo  triste, 
Que  ya  llega  mi  clamor 
Al  profundo. 


Y  vos,  císnesT  qae  cantáis 

[  .-.\r,  <-.-,'.   '.--.  OS  -.--.-,  '•--. 

-.  par  «leí  ríor 
?.-:-.  ;-.-  --..  :.-:-.•.    .-.  "  iVi. : 

Y  tú.  Fénix,  que  te  qaeniasT 

Y  con  tus  alas  deshaces, 

Y  después  que  ansí  te  extremas. 
Otro  de  tí  misino  haces 

- 

\l=:   ".L-.--    Z     r   Z_  .  i-;"    -  .    r-.~.  -.7: 

ardón, 

Dome  la  muerte  coatino, 

Y  vuelvo  como  primero 

A  mi  pasión. 

..-ida,  que  en  las  Españas    : 
Otro  tiempo  fuiste  Roma, 
Mira  á  no 

Y  verás  que  ex 

Hay  mayor  fuego  y  carcoma 
Que  no  en  ú. 

Persona  distinta  de  Garci  Sánchez  de  Badajoz  parece  haber  ádo 
Badajoz  el  músico,  de  quien  hay  en  el  Cancionero  general  siete  poe- 
sías de  mediano  mérito,  siendo  la  má-  y  agradable  una  car- 
ta que  envió  á  su  amiga,  estando  él  en  Genova,  dándole  cuenta  de  la 
vida  que  sin  ella  pasaba  y  de  los  pasatiempos  que  buscaba  desr 
que  d'  ella  partió.  A  esta  c:  n  pertenecen  los  siguientes 
versos,  bastante  ingeniosos,  aunque  afeados  por  algunas  manchas  de 
mal  gusto,  al  modo  de  aquellas  intrincadas  razones  de  Feliciano  de 
Silva,  que  tanto  agradaban  á  Don  Quijote: 

Y  dile,  si  no  te  ensañas. 
Que  ando  ya  tan  - 

Como  aquel  q'entre  montañas 
:a  por  tierras  extrañas 

p  irecen  argumento  en  favor  del  origen  extremeño,  ya 
que  no  de  la  patria,  del  poeta. 


CAPÍTULO   XXIV  151 

Noche  escura  y  sin  camino; 
O  bien  como  fusta  alguna 
Que  ya  sin  vela  ninguna, 
Ni  gobernalle,  ni  remos. 
Navega  por  los  extremos 

De  fortuna. 
Dile  que  aquí  stó  en  el  puerto. 
Esperando  que  se  acierte 
Algún  mensajero  cierto 
Que  concierte  el  desconcierto 
Del  concierto  de  mi  muerte; 
Y  si  fusta  viene  aquí 
Sin  la  tal  nueva,  le  di 
Qu'en  echar  áncoras  ella, 
Las  levanta  mi  querella 

Contra  mí. 


Y  dile  que  mis  canciones 

Y  mi  música  acordada, 
Son  tristes  lamentaciones, 
Memorando  las  pasiones 
De  mi  pena  congoxada; 

Y  si  más  músicas  veo, 
Con  tal  placer  las  posseo, 
Que  querría  la  postrera 
Que  cantan  por  la  carrera 

Que  deseo. 

Visto  que  de  mis  entrañas 
Salen  mis  quexas  no  quedas. 
La  tierra,  las  alimañas, 
Las  aves  de  las  montañas 
Se  tornan  tristes  de  ledas; 
La  mar  cresce  su  querella, 
Aunque  la  halle  sin  ella, 
Assi  que  á  toda  nación  { 1) 


(i)     Los  poetas  del  Cancionero^nelen  usar  la  palabra  nación  en  el  sentido 
de  naturaleza  ó  condición  nativa.  Así  Florencia  Pinar: 
Do  estas  aves  su  nación 
Es  cantar  con  alegría... 

Pero  Juan  de  Valdés,  en  el  Diálogo  de  la  lengua,  vitupera  esta  acepción  im- 
propia y  forzada. 


I52  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Le  da  dolor  y  passion 
Si  no  á  ellas. 


Di  qu'el  mal  de  mi  dolencia 
Es  cruel  y  matador, 
Porqu'es  sabida  sentencia 
Que  los  peligros  de  anssencia 
Son  enemigos  d'araor; 
Y  esperando  me  deshazen 
Los  días  que  me  desplazen 
Tan  tristes  y  tan  nublosos; 
¡Y  cuan  largos  y  espaciosos 
Se  me  hazen! 


De  Garci  Sánchez  no  consta  que  pasara  nunca  á  Italia,  y  así 
debe  de  ser  persona  distinta  de  este  homónimo  suyo,  de  quien  sa- 
bemos además  que  fué  músico  del  rey  de  Portugal  D.  Juan  III  (i). 

(1)  Tomó  esta  noticia  Barbieri  de  un  tomo  de  poesías  portuguesas  y  cas- 
tellanas de  Fray  Antonio  de  Portalegre,  intitulado  A  Paixdo  de  Christo  me- 
trificada (Coimbra,  1548J.  Vid.  Cancionero  musical  de  los  siglos  XV  y  XVI,  pá- 
gina 24.  En  dicho  Cancionero  hay  ocho  composiciones  musicales  de  Badajoz,  y 
es  de  suponer  que  también  le  pertenezca  la  letra  de  algunas  de  ellas,  pero  no 
de  todas,  porque  Gil  Vicente,  en  la  tragicomedia  de  D.  Duardos,  pone  tres 
versos  del  villancico  que  lleva  en  la  colección  el  núm.  167;  y  en  cuanto  áotro 

villancico  que  empieza: 

¿Quién  te  hizo,  Juan  Pastor, 

Sin  gasajo  y  sin  placer, 

Que  alegre  solías  ser...? 

aparece  en  1 5 14,  sirviendo  de  motivo  al  Diálogo  para  cantar  de  Lucas  Fer- 
nández. Y  fué  tan  popular  y  famoso,  que  muchos  años  después  le  glosaron 
Jorge  de  Montemayor  en  su  Cancionero  (Zaragoza,  1561),  y  Esteban  Daza  en 
su  rarísimo  libro  de  música  de  vihuela,  intitulado  El  Parnaso  (Valladolid, 
1576),  si  bien  la  letra  varía  bastante,  hasta  el  punto  de  ser  casi  diversa. 

De  Garci  Sánchez  hay  en  el  mismo  Cancionero  tres  villancicos,  puestos  en 
música  por  los  maestros  Escobar  y  Peñalosa.  Uno  de  ellos,  el  que  comienza: 

Lo  que  queda  es  lo  seguro; 
Que,  lo  que  conmigo  va, 
Deseándoos  morirá... 

alcanzó  mucha  celebridad,  siendo  glosado  por  D.  Pedro  Manuel  de  Urrea  en 
su  Cancionero  (15 13);  vuelto  á  lo  divino  por  el  bachiller  Alonso  de  Proaza;  y 
asonado  por  diversos  músicos,  entre  ellos  Enríquez  de.  Valderrábano,  en  su 
Silva  de  Sirenas  (1547). 


CAPITULO    XXIV  153 

Pero  la  calidad  de  músico  también  concurría  con  la  de  poeta  en 
Garci  Sánchez  de  Badajoz,  según  el  testimonio  de  Fray  Jerónimo 
Román,  que  en  su  enciclopédico  libro  de  las  Repúblicas  del  mundo 
(Medina  del  Campo,  1575,  segunda  parte,  folio  236  vuelto)  refiere 
con  este  motivo  una  curiosa  anécdota:  «;Quién,  pues,  dejará  de 
»hablar  de  un  Garci  Sánchez  de  Badajoz,  cuyo  ingenio  en  vihuela 
»no  lo  pudo  haber  mejor  en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos,  y  así, 
»dándose  mucho  á  amar  y  querer  y  a  la  música,  perdió  el  juicio, 
»aunque  no  para  decir  un  gracioso  mote  que  le  acaeció  en  Jerez  de 
» Badajoz,  adonde  estaba  de  contino  después  que  tuvo  esta  enfer- 
»medad.  Y  fué  assí  que,  como  fuesse  á  Jerez  un  corregidor  gran  mú- 
»sico,  y  deseosso  de  ver  á  Garci  Sánchez  le  fuesse  á  visitar,  y  tam- 
»bién  porque  era  notable  caballero  en  estos  reinos,  el  corregidor 
erogóle  que  tañesse  un  poco,  porque  acaso  tenía  el  instrumento  en 
»las  manos.  E!  Garci  Sánchez,  que  ya  sabía  que  el  corregidor  pec- 
»caba  un  poco  de  aquel  humor,  dijo  que  no,  mas  que  quedasse  para 
»él  aquel  officio,  que  lo  haría  mejor;  en  fin,  que,  andando  en  sus  cor- 
»tessías  y  comedimientos,  tanto  pudo  Garci  Sánchez,  que  hubo  de 
» entregar  la  vihuela  al  corregidor,  y  después  que  los  dos  tañeron, 
»parecióle  al  corregidor  que  aquella  porfía  que  tuvo  el  Garci  Sln- 
»chez  en  darle  la  vihuela  no  había  sido  acaso,  sino  que  lo  hizo  por 
»algún  respeto,  y  no  queriendo  estar  con  duda,  díjole:  «Señor  Gar- 
»ci  Sánchez,  ¿por  qué  porfió  vuesa  merced  tanto  en  que  yo  tañese 
sprimeror»,  respondió  súbitamente  (que  en  esto  tuvo  especial  gra- 
»cia):  «Señor  Corregidor,  por  ver  en  poder  de  justicia  á  quien  tanto 
»mal  me  hizo.» 

Algo  semejantes  á  Garci  Sánchez  en  el  gusto  y  entonación 
de  sus  versos,  fueron  otros  poetas  del  Cancionero,  los  cuales,  en 
medío  del  convencionalismo  á  que  todos  ellos  rendían  parias, 
no  dejaron  de  atinar  á  veces  con  toques  felices  en  sus  compo- 
siciones eróticas.  Cuento  entre  los  mejores  á  un  cierto  Guevara 
(que  sería  probablemente  padre  ó  tío  del  célebre  obispo  de  Mon- 
doñedo),  de  cuyas  poesías  pueden  entresacarse  cuatro  ó  cinco  muy 
lindas,  de  expresión  mucho  más  natural  y  tierna  que  lo  que  suele 
encontrarse  en  los  Cancioneros;  por  ejemplo,  estos  versos  á  una 
ausencia: 


1CJ4  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Destas  lástimas  pasadas 
Que  acongojan  mi  sentido, 
El  verano  qu'es  venido 
Reverdesce  mis  pisadas: 
Qu'en  tal  tiempo  hast'agora 
Me  hirieron  crudos  males, 
Bien  allí  do  mi  señora 
Vi  danzar  so  los  rosales. 

A  la  cual  vi  yo  muy  leda 
Con  las  damas  y  sus  bríos, 
En  las  fuentes  y  en  los  ríos 
De  la  muy  verde  arboleda: 
Donde  oí  bien  acordados 
Muchos  dulces  ysturmentos, 
Con  los  quales  vi  mezclados 
Mis  cativos  pensamientos. 

Con  tal  membranza  de  amor, 
En  la  dulce  primavera, 
Vome  solo  á  la  ribera 
Contemplando  en  mi  dolor; 
Y  con  mis  tristes  enojos 
Assentéme  entre  las  flores, 
Donde  regué  con  mis  ojos 
Más  que  secan  las  calores. 

ó  ésta  que  él  llama  esparsa,  y  parece  un  lied  alemán: 

Las  aves  andan  volando, 
Cantando  canciones  ledas, 
Las  verdes  hojas  temblando, 
Las  aguas  dulces  sonando, 
Los  pavos  hacen  las  ruedas: 
Yo,  sin  ventura  amador, 
Contemplando  mi  tristura, 
Deshago  por  mi  dolor 
La  gentil  rueda  d'amor 
Que  hize  por  mi  ventura. 

La  poesía  que  más  fama  le  dio  entre  sus  contemporáneos,  sin 
duda  por  lo  extremado  de  las  hipérboles  eróticas,  fué  el  Infierno  de 
amor,  pero  no  es,  ni  con  mucho,  la  que  vale  más.  Harto  mejores  son 
los  donosos  versos  humorísticos  (I)  sobre  la  vida  de  los  viejos  (en 

(i)     Dirigidos  al  trovador  Barba  (núm.  213  del  Cancionero). 


CAPITULO    XXIV  I55 

que  ya  se  presiente  la  picaresca  ironía  del  autor  de  las  Epístolas  Fa- 
miliares); y  sobre  todo  el  «llanto  que  hizo  en  la  romería  de  Guada- 
lupe, acordándose  corno  pié  enamorado  allí» : 

¡O  desastrada  ventura! 
¡O  sierras  de  Guadalupe...! 

composición  de  sabor  romántico  (souvenir  6  regret)  en  que  el 
autor  asocia  ingeniosamente  la  impresión  del  mundo  exterior 
con  los  recuerdos  de  su  pasión: 

Que  miré  do  vi  las  damas, 

Y  no  vi  ninguna  de  ellas: 
Mas  en  todas  sus  moradas, 

Y  por  todas  las  verduras 
Do  miré  sus  hermosuras, 
Vi  ya  muertas  sus  pisadas, 

Y  las  letras  rematadas 
De  sus  motes  y  devisas: 
Todas  cosas  assoladas 

Vi  tornadas  de  otras  guisas. 

Vi  las  sierras  temerosas 
De  mortal  sombra  cubiertas, 
Solas,  tristes,  tenebrosas, 

Y  las  casas  ser  desiertas: 
Las  aguas  en  sequedad, 
Las  aves  roncas,  quexosas, 
Pronunciando  soledad 
Con  sus  vozes  congoxosas. 

Las  gentes  d'otra  manera, 
Los  campos  d'otra  color, 
Los  manjares  sin  sabor, 
D'otros  ayres  la  ribera: 
La  religión  extrangera, 
D'otra  forma  su  figura, 
La  memoria  lastimera, 
La  presumpcion  con  tristura... 

Guevara,  de  cuyas  coplas  dice  el  autor  del  Diálogo  de  la  lengua 
que  «todavía  tienen  mejor  sentido  que  estilo»,  es  sin  duda  uno  de 
los  más  discretos  poetas  del  Cancionero,  y  es  lástima  que  no  quede 
mayor  número  de  composiciones  suyas.  Comenzó  á  escribir  en  tiem- 


I56  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

po  de  Enrique  IV,  y  fué  partidario  del  Infante  D.   Alonso,  sobre 
cuya  partida  á  Arévalo  compuso  algunos  versos. 

Son  también  dignos  de  aprecio,  entre  estos  ingenios  menores, 
Costana  (i),  que,  además  de  una  extraña  visión  alegórica  en  que  «¿a 
afición  y  la  esperanza  le  vienen  á  pedir  estrenas,  en  forma  de  minis- 
triles, nna  noches,  compuso  en  enérgico  estilo  los  Conjuros  de  amor, 
que  en  el  tomo  tercero  de  nuestra  (2)  Antología  pueden  leerse,  y 
que  ya  Quintana  admitió  en  la  colección  Fernández  entre  las  rarísi- 
mas poesías  del  Cancionero  á  que  quiso  otorgar  este  honor;  Suárez, 
autor  de  una  elegante  carta  de  amores,  y  de  una  vindicación  de  los 
hombres  contra  las  quejas  y  detracciones  de  las  mujeres,  en  que 
se  leen  algunas  estrofas  tan  galantes  como  gentilmente  versificadas: 

Porque  en  vosotras  se  encierra 
Un  tan  alegre  consuelo; 
Soys  una  tan  dulce  guerra, 
Que  por  vos  tiene  la  tierra 
Mayor  deleyte  que  el  cielo: 
Soys  un  gozo  tan  profundo, 
Que  vence  nuestras  querellas; 
Soys  el  nuestro  Dios  segundo; 
Pintays  acá  nuestro  mundo 
Como  el  cielo  las  estrellas. 

Soys  la  luz  que  lumbre  da 
Al  nubloso  corazón: 
Soys  el  bien  mayor  d'acá, 
Soys  el  templo  donde  está 
Toda  nuestra  devoción: 

(1)  En  mi  concepto,  es  persona  distinta  de  Pedro  Díaz  de  Costana,  cole- 
gial de  San  Bartolomé  de  Salamanca  desde  1444,  profesor  de  Vísperas  y  maes- 
tro de  Teología  en  aquella  Universidad,  deán  de  Toledo  é  inquisidor  en  1488 
(concepto  por  el  cual  intervino  en  el  proceso  de  su  comprofesor  Pedro  de 
Osmaj,  y  autor  de  un  libro  titulado  Tractatus  fructuosissimus  atque  christiana 
religione  admodum  necessarius  super  decálogo  et  septem  peccuiis  mortalibus  cum 
articulis  fidei,  et  sacramentis  Ecclesice,  atque  operibus  misericordia,  super  que  sa- 
cerdotal/ ahsohitione,  atraque  excommunicafíone,  et  suf fragas y  et  indulgentiis 
Ecclesice,  a  Petro  Costana  in  Sacra  Theologia  licenciato  benemérito,  non  minus 
eleganier  quam  salubriter  editus  (4.0  sin  foliar).  Acaba:  * Libellus  isle  esl  impres- 
sus  el  finilus  Salmantica  civitatis...  X  VI] I mensis  Julii  anno  Domini  1500.* 

(2)  El  original:  «esta»    {A.  /?.) 


CAPITULO    XXIV  I57 

Soys  alas  con  que  volamos 
En  el  más  alto  deseo; 
Soys,  por  do  quiera  que  vamos, 
Espejo  con  que  afeytamos 
Lo  que  nos  paresce  feo... 

El  autor  del  Diálogo  de  la  lengua,  manifiesta  especial  predilección 
por  el  ingenio  del  agudo  cortesano  D.  Antonio  de  Velasco,  pero 
casi  todo  lo  que  hay  de  él  en  los  Cancioneros  nos  le  muestra  más 
bien  como  hombre  de  mundo  que  como  literato.  Así,  por  ejemplo, 
el  juego  de  toma,  vivo  te  lo  dó,  que  hizo  para  las  damas  de  la  Reina. 
Sobre  este  poeta,  refiere  Juan  de  Valdés  la  anécdota  siguiente: 

«Pues  mirad  agora  quán  gentilmente  jugó  deste  vocablo  en  una 
»copla  don  Antonio  de  Velasco;  y  fué  assí.  Passava  un  día  de  ayu- 
»no,  por  un  lugar  suyo,  donde  él  á  la  sazón  estaba,  un  cierto  co- 
;>mendador  que  había  ido  á  Roma  por  dispensación  para  poder  te- 
ner la  encomienda  y  ser  clérigo  de  missa,  lo  qual  el  comendador 
-> mayor,  que  se  llamaba  Plernando  de  Vega,  contradezía;  y  no  ha- 
blando en  la  venta  qué  comer,  envió  á  la  villa  á  D.  Antonio,  le  en- 
»viase  algún  pescado.  D.  Antonio,  que  sabía  muy  bien  la  historia, 
»entre  dos  platos  grandes  luego  le  envió  una  copla  que  dezía: 

Ostias  pudiera  enviar 
Dun  pipote  que  hora  llega, 
Pero  pensara  el  de  Vega 
Qu'era  para  consagrar. 
Vuessa  merced  no  las  coma, 
De  licencia  yo  os  despido, 
Poique  nunca  dará  Roma 
Lo  que  niega  su  marido. 

>Y  aveis  de  notar  que  en  aquel  Roma  está  otro  primor,  que  aludió 
»á  que  la  reina  Doña  Isabel,  que  tenía  las  narices  un  poco  romas, 
aunque  mostraba  favorecer  al  comendador,  al  fin  no  lo  favorecería 
»contra  la  voluntad  del  rey  su  marido.» 

Y  contesta  un  italiano,  que  es  otro  de  los  interlocutores  del  diálo- 
go: «Yo  os  prometo  que  la  copla  me  parece  tan  galana,  que  no  hay 
»más  que  pedir,  y  muestra  bien  el  ingenio  del  que  la  hizo.  Al  fin  no  lo 
anegamos  que  los  españoles  tenéis  excelencia  en  semejantes  cosas.» 


I58  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

No  sé  si  todos  serán  del  mismo  parecer  que  Juan  de  Valdés  en 
lo  tocante  al  chiste  de  la  copla  de  D.  Antonio.  A  mí  me  parece  un 
juego  insulso  de  palabras,  y  me  admira  que  el  severo  reformista  de 
Cuenca,  tan  descontentadizo  por  lo  común  en  sus  juicios  literarios, 
se  pasase  aquí  de  benévolo. 

Poeta  de  los  más  fecundos  entre  los  del  Cancionero  General,  fué 
Tapia,  persona  probablemente  distinta  del  Juan  de  Tapia  del  Can- 
cionero de  Stúñiga  (i).  Parece  haber  sido  grande  admirador  de  Car- 
tagena, de  cuya  excelencia  y  celebridad  en  la  poesía  amatoria,  y  de 
los  triunfos  que  esto  le  conquistaba  entre  las  damas,  da  testimonio 
en  unas  coplas  (núm.  697  del  C.  G.): 

Porque  vuestras  invenciones 
Y  nuevas  coplas  extrañas 
Levantan  lindas  razones 
Que  á  los  duros  corazones 
Abren  luego  las  entrañas. 


Pero  vos  levays  la  flor: 
Porque  d'arte  enamorada 
D'  aqueste  amor  infinito, 
Nunca  echastes  tejolada 
Que  la  más  más  arredrada 
No  tome  debaxo  el  hito. 


Más  de  sesenta  composiciones  de  Tapia  hemos  llegado  á  ver; 
pero,  en  general,  son  de  corta  extensión  y  poca  novedad,  versando 
sobre  los  más  usuales  tópicos  de  la  galantería  cortesana,  de  que  hay 
en  el  Cancionero  tantas  muestras.  Una  de  las  mejor  versificadas  es 
cierto  diálogo  entre  Tapia  y  el  Amor,  que  se  le  presenta 

Vestido  como  estranjero. 
En  forma  de  gentil-hombre 
Cortesano. 

(1)  Hay  entre  los  versos  del  Tapia  del  Ca)icio?iero  General,  uní  pregunta  á 
Cartagena,  una  canción  á  un  amigo  suyo  que  partía  á  la  guerra  del  Ampwdán, 
otra  á  D.  Diego  López  de  Ayala,  sirviendo  en  Alhama  como  soldado  durante 
la  guerra  de  Granada,  y,  finalmente,  un  epitafio  á  César  Borja;  todo  lo  cual 
parece  que  basta  para  fijar  la  distinción  entre  ambos  poetas  y  la  fecha  en  que 
florece  el  segundo. 


CAPITULO   XXIV  I59 

El  poeta  estaba  á  la  sazón  sin  amores,  pero  el  Amor  se  encarga 
de  buscarle  una  dama  á  quien  sirva, 

Flor  de  todas  las  mujeres, 
Más  hermosa  que  ninguna... 

A  esta  señora,  que  era  de  Guadalajara,  según  se  declara  en  otras 
coplas  (i),  dirigió  Tapia  muchas  composiciones,  llenas  de  requiebros 
y  gentilezas,  procurando  conquistar  su  afecto  por  medio  de  una 
prima  suya  que  la  servía  de  doncella,  lo  cual  parece  dar  á  entender 
que  era  dama  de  alta  guisa  (2).  Xo  por  eso  dejó  de  celebrar  á  otras 
bellezas  de  la  corte,  ni  de  poner  su  fácil  musa  al  servicio  de  sus  ami 
gos,  pintando,  por  ejemplo,  el  desconsuelo  en  que  con  la  partida  de 
Doña  Mencía  de  Sandoval  quedaron  sus  servidores,  entre  los  cuales 
figuraban  el  duque  de  Alba,  D.  Fadrique  de  Toledo,  el  Almirante 
de  Castilla;  D.  Manrique  de  Lara,  D.  Diego  Osorio,  D.  Alvaro  de 
Bazán  y  D.  Diego  de  Castilla.  Pero  por  mucho  que  apurase  las  hi- 
pérboles eróticas,  hasta  llamar  continuamente  mi  bien  y  mi  Dios  á 
su  amiga,  nunca  en  esta  poesía  artificiosa  y  amanerada  acertó  con 
el  verdadero  tono  del  sentimiento,  que  sólo  por  excepción  alcanza 
en  la  glosa  que  hizo  del  viejo  y  bellísimo  romance  de  Fonte  frida, 
engastando  con  bastante  habilidad  los  versos  de  la  canción  popular 
entre  los  suyos  propios.  Tiene,  además,  Tapia,  la  curiosidad  de  haber 
sido  poeta  bilingüe  (italo-castellano)  y  de  haber  cultivado,  aun- 
que no  en  su  propio  idioma,  el  metro  endecasílabo;  si  es  que  real- 
mente son  de  él  y  no  de  algún  homónimo  suyo  las  cinco  composi- 
ciones en  tercetos  que,  no  en  la  primera  edición  del  Cancionero  Ge- 
neral, pero  sí  en  las  de  Toledo,  1527,  Sevilla,  I5-4A  y  ?n  todas  las 
posteriores  se  leen.  El  autor  de  estas  poesías,  que  lo  fué  también  de 

(1)  Irés-á  Guadalajara, 

Do  veres  la  hermosura 


(2)     Núm.  845: 


Cuya  vista  cuesta  cara... 

(Núm.  828  del  C.  G.) 

Doncella  de  aquel  Dios  mío, 
Verdadera  prima  mía, 
Señora  de  quien  se  fía 
Lo  que  á  mí  mismo  no  fío... 


1 60  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

un  epitafio  á  la  sepultura  del  Duque  Valentino,  es  decir,  de  César 
Borja,  parece  haber  vivido  hasta  muy  entrado  el  período  de  Car- 
los V,  por  lo  cual  no  nos  atrevemos  á  afirmar  su  identidad  con  el 
Tapia  del  Cancionero  de  Valencia.  El  quinto  de  sus  Capitoli  no  ca- 
rece de  valor  poético,  y  para  obra  de  un  extranjero  es  realmente 
notable,  siendo  además  un  documento  muy  útil  para  probar  la  es- 
trecha intimidad  en  que  vivía  la  literatura  de  las  dos  penínsulas  en 
la  primera  mitad  del  siglo  xviv  intimidad  que  se  manifestaba  por  el 
uso  promiscuo  de  ambas  lenguas,  del  cual,  sin  salir  del  mismo  Can- 
cionero, pero  sólo  á  partir  de  la  edición  de  1527,  hay  otros  ejem- 
plos, como  son  los  diez  y  seis  sonetos  religiosos  de  un  cierto  Ber- 
tomeu  Gentil,  que,  por  su  nombre,  y  aun  por  las  rúbricas  puestas 
á  sus  versos,  parece  catalán  ó  valenciano.  Uno  de  estos  sonetos  ha 
sido  impreso  modernamente  en  Italia,  como  obra  de  Tansillo,  sobre 
la  fe  de  un  manuscrito  de  sus  poemas  líricos,  pero  el  erudito  napo- 
litano B.  Croce,  en  un  escrito  reciente  (I)  se  inclina  á  creerle  de 
B.  Gentil,  así  por  la  semejanza  de  estilo  con  los  quince  restantes,  al 
paso  que  no  ofrece  ninguna  con  el  de  las  rimas  de  aquel  poeta, 
cuanto  por  la  fecha  en  que  aparece  impreso  en  el  Cancionero,  cuando 
el  Tansillo,  nacido  en  1 5 10,  apenas  empezaba  á  darse  á  conocer 
como  poeta. 

En  glosar  y  contrahacer  romances  viejos,  aplicándolos  á  diverso 
propósito,  así  como  en  componer  otros  originales  de  carácter  pura- 
mente lírico,  y  por  lo  común  amatorio  (que  son  los  llamados  roman- 
ces de  trovadores),  acompañaron  á  Tapia  otros  ingenios  del  Cancio- 
nero General,  dando  testimonio  todas  estas  imitaciones,  glosas  y  pa- 
rodias, del  favor  creciente  que  la  canción  popular,  antes  tan  desde- 
ñada, empezaba  á  cobrar  entre  los  poetas  cultos.  Reservando  para 
lagar  más  oportuno,  es  decir,  para  el  tratado  de  los  romances,  la 
apreciación  de  este  fenómeno,  uno  de  los  más  característicos  de  la 
literatura  del  tiempo  de  los  Reyes  Católicos,  no  debemos  omitir  los 
nombres  de  Francisco  de  León,  de  Lope  de  Sosa,  de  Pinar,  de  Qui- 
rós,  de   Soria,  de  Cumulas,  que  glosaron  ó  contrahicieron,   entre 

(1)     Di  alcuni  versi  italiani  di  ciuiori spagnuoli  dci  seco/i  XV  e  XVI.  (En  la 
Rassegna  Storica  Napoletana  di  Lettere  ed  Arte,  Ñapóles,  1894.) 


CAPÍTULO    XXIV  l6l 

otros  romances,  r-1  del  Conde  Claros  (éste  hasta  tres  veces),  el  de 
Rosajresca,  el  de  Yo  me  era  mora  Moraima,  el  de  Durandarte,  Dn- 
r andarte ',  el  de  Digásme  tú  el  /¿ermitaño,  y  otros.  También  Diego 
de  San  Pedro  y  Nicolás  Núñez,  de  quienes  hablaremos  después,  se 
cuentan  en  el  número  de  estos  glosadores  ó  remedadores.  Pero  ade- 
más de  este  género  de  trovas,  hay  en  el  Cancionero,  si  bien  en  es- 
caso número,  romances  artísticos  originales  y  no  siempre  desgra- 
ciados, de  Soria,  de  Núñez,  de  D.  Juan  Manuel,  del  Comendador 
Ávila,  de  Juan  de  Leyva,  de  Garci  Sánchez  de  Badajoz,  de  Alonso 
de  Proaza,  de  Juan  del  Enzina,  de  Durango,  de  D.  Pedro  de  Acu- 
ña, y  aun  de  algunos  caballeros  valencianos  y  catalanes,  como  don 
Alonso  de  Cardona  y  D.  Luis  de  Castellví.  En  esta  pequeña,  pero 
muy  curiosa,  sección  del  Cancionero,  predominan,  como  en  todo  lo 
restante  de  él,  los  asuntos  eróticos,  pero  no  de  modo  tan  exclusivo 
que  no  alternen  con  ellos  algún  romance  puramente  histórico,  como 
el  de  Leyva  á  la  muerte  de  D.  Manrique  de  Lara  y  el  de  Juan  del 
Enzina  á  la  muerte  del  Marques  de  Coirón;  alguno  descriptivo  y  pa- 
negírico, como  el  de  Alonso  de  Proaza  en  loor  de  la  ciudad  de  Va- 
lencia; alguno  de  asunto  clásico,  como  el  de  Soria  Triste  está  el  rey 
Mcnelao,  y  aun  alguno  religioso,  como  el  de  la  Pasión,  que  comienza: 

Tierra  y  cielos  se  quexavan... 

composición  afectuosa  y  patética  en  extremo.  Pero,  en  general,  los 
trovadores  prefieren  para  sus  romances  la  enfadosa  forma  alegórica 
impuesta  por  el  gusto  dominante  en  aquel  siglo  á  todas  las  ramas 
de  la  literatura,  y  se  complacen  en  una  afectación  pueril  y  alambi- 
cada de  pensamientos  que  de  puro  sutiles  se  quiebran.  A  veces 
este  mal  gusto  se  templa  ó  modifica  por  felices  reminiscencias  de 
la  genuina  poesía  popular,  como  sucede,  verbigracia,  en  el  roman- 
ce verdaderamente  notable  Gritando  va  el  caballero,  que  Castillo 
atribuye  á  un  D.  Juan  Manuel  (i),  pero  que  conocidamente  es  obra 
de  Juan  del  Enzina,  en  cuyo  Cancionero  se  halla.  Otras  veces  el  glo- 
sador entra  en  el  tema  del  romance  viejo,  y  á  su  modo  le  amplía 

(i)     Pudo  ser  el  poeta  portugués  del  Cancionero  de  Resenic,  ó  más  proba- 
blemente el  caballero  castellano  favorito  de  Felipe  el  Hermoso. 

Mihkxdkx  r  Peuato.  —  Potiia  castellana.   III.  n 


1 62  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

y  parafrasea,  de  un  modo  lánguido  y  verboso,  es  cierto,  pero  no 
siempre  con  infidelidad  al  espíritu  de  la  canción  primitiva,  ya  que 
no  conserve  su  vigorosa  rapidez.  Por  todas  estas  razones,  los  roman- 
ces del  Cancionero,  así  los  originales  como  los  contrahechos,  son 
una  de  las  más  notables  cosas  que  en  él  hay,  y  merecieron  este  elo- 
gio de  Juan  de  Valdés  en  el  Diálogo  de  la  lengua:  «Tengo  por  bue- 
s>nos  muchos  de  los  romances  que  están  en  el  Cancionero  General, 
»porque  en  ellos  me  contenta  aquel  su  hilo  de  dezir,  que  va  conti- 
nuado y  llano,  tanto  que  pienso  que  los  llaman  romances  porque 
»son  muy  castos  en  su  romance.» 

Son  también  gala  del  Cancionero  algunos  diálogos,  de  corte  bas- 
tante dramático  y  de  suelto  y  apacible  estilo,  descollando  entre  ellos 
el  de  D.  Luis  Portocarrero,  en  el  cual  intervienen,  además  del  mis- 
mo poeta  y  su  dama,  el  hermano  de  ésta  Lope  Osorio,  y  una  terce- 
ra de  sus  amores,  llamada  Jerez.  El  diálogo  es  propio  de  la  buena 
comedia;  y  por  lo  fácil  y  animado,  y  por  la  sal  y  el  donaire  con  que 
está  escrito,  recuerda  los  mejores  que  en  la  Propaladla  de  Torres 
Naharro  pueden  leerse.  Más  larga  y  trabajada  composición  es  un;i 
que  no  aparece  todavía  en  la  primera  edición  del  Cancionero  (donde 
hay,  no  obstante,  otros  versos  de  su  autor)  la  Queja  que  el  Comen- 
dador Escrivá  da  á  su  amiga  ante  el  Dios  de  Amor,  por  modo  de 
diálogo  en  prosa  y  verso,  formando  todo  ello  una  corta  novela  ale- 
górico-sentimental,  parecida  en  algún  modo  á  El  Siervo  libre  de 
amor,  de  Juan  Rodríguez  del  Padrón,  que  conocemos  ya,  y  á  la 
Cárcel  de  Amor,  de  Diego  de  San  Pedro,  que  estudiaremos  muy 
pronto.  Los  versos  no  carecen  de  mérito,  dentro  de  su  género  con- 
ceptuoso, y  también  en  la  prosa  se  nota  cierto  aliño  y  esfuerzo  para 
buscar  el  número  y  armonía  que  en  ella  caben  (i).  Era  Escrivá  va- 

(i)  Véase,  por  ejemplo,  este  pasaje  bastante  agradable,  á  pesar  de  ciertas 
afectaciones  retóricas: 

cEsperaba  con  estremo  deseo  la  venida  del  dichoso  nuncio,  cuando  el  Amor 
» mandó  en  vina  cerrada  nube  con  melodiosos  cantares  llevarme;  y  al  tiempo 
»que  suelen  los  rayos  de  Febo,  relumbrando,  esclarecer  el  día,  yo  me  hallé 
un  campo  tan  llorido,  que  mis  sentidos,  ya  muertos,  al  olor  de  tan  exce- 
dientes olores  resucitaban:  cerrado  el  derredor  de  verdes  é  altas  montañas, 
«encima  de  las  qualcs  tan  dulces  sones  se  oían,  que  olvidando  á  mí,  la  causa 


CAPÍTULO    XXIV  163 

leridano,  y,  en  este  género  de  prosas  poéticas  entremezcladas  de  ver- 
sos, parece  haber  seguido  las  huellas  de  Mosén  Ruiz  de  Corella  (Tra- 
gedia de  Caldesa,  Historia  de  Biblis,  Historia  de  Leaiider y  de  Hero...) 
y  de  otros  que  en  catalán  las  componían  al  finalizar  el  siglo  xv.  Perte- 
neció Escrivá  al  grupo,  ya  entonces  bastante  numeroso,  de  los  poetas 
bilingües,  y  en  el  mismo  Cancionero  dejó  muestras  de  versos  cata- 
lanes, aunque  son  mucho  más  notables  los  que  andan  fuera  de  él, 
especialmente  en  la  colección  barcelonesa  que  lleva  el  extraño  títu- 
lo de  Jardinet  d'Orats  (Huertecillo  de  los  locos).  Allí  aparece  el 
Comendador  Escrivá  (que  fué  Maestre  Racional  del  Rey  Católico  y 
su  embajador  en  1 497  ante  la  Santa  Sede)  alternando  con  el  mismo 
Corella  y  con  Fenollar,  y  otros  trovadores  de  los  más  notables  de 
la  última  época,  ya  en  asuntos  profanos,  como  la  visió  deljudici  de 
Paris,  ya  sagrados,  como  las  Cobles  fetes  de  passió  de  Iesn  Christ, 
composición  notable  por  su  vigor  poético  y  por  la  excelencia  de  su 
versificación  (i). 

Puede  dudarse  que  el  Comendador  Escrivá  de  los  cancioneros 
castellanos  y  catalanes  sea  el  mismo  Ludovico  Scrivá,  caballero  va- 
lenciano, que  en  1537  dedicó  al  Duque  de  Urbino,  Francisco  María 
Feltrio  de  Roure,  el  Veneris  Tribunal,  rarísima  novela  del  géne- 
ro alegórico-sentimental,  que  no  tiene  en  latín  más  que  el  título, 
estando  todo  lo  restante  en  lengua  castellana,  con  hartas  afectacio- 

»de  mi  venida  olvidaba;  mas  después  de  cobrado  mi  juicio,  por  lo  poco  que 
»mi  alma  en  alegrías  descansaba,  maravillado  de  cómo  tan  súbitamente  en 
»tan  placible  é  oculto  lugar  me  hallase,  volví  los  ojos  á  todas  partes  de  la  flo- 
resta, en  medio  de  la  qual  vi  un  pequeño  monte  de  floridos  naranjos,  é  de 
adentro  tan  suave  armonía  fazian,  que  las  aves  que  volaban,  al  dulzor  de  tan 
«concertadas  voces  en  el  aire  pasaban:  circuido  al  derredor  todo  de  un  muy 
»claro  é  muy  caudal  río,  á  la  orilla  del  qual  llegado,  vi  un  pequeño  barco  que 
>nn  viejo  barquero  regía.» 

Esta  composición  alegórica  apareció  en  el  Cancionero  de  Toledo  de  1527. 

(1.)  La  compusieron  por  estancias  alternadas  Fenollar  y  Escrivá  (Vid.  Milá 
y  Fontanals,  Opúsculos  literarios,  tercera  serie,  tomo  vi  de  sus  Obras,  pági- 
na 399). 

Con  bl  título  de  Contemplado  á  Jesús  Crucifficat  ha  sido  impresa  varias  ve- 
ces, juntamente  con  La  Passió  en  cobles  de  Fenollar  y  Pere  Martínez  (Valen- 
cia, i493>  Í518.  '564-) 


164  HISTORIA   DE    LA    POESÍA   CASTELLANA 

nes  y  pedanterías  de  estilo,  que  hacen  de  ella  una  de  las  peores  imi- 
taciones de  la  Cárcel  de  Amo?'  (i).  Pero  si  realmente  la  escribió,  ni 
ella  ni  sus  demás  obras  le  han  valido  la  celebridad  que  logra  hoy 
solamente  por  los  cuatro  primeros  versos  de  una  canción,  cuyo  tex- 
to más  antiguo  y  autorizado,  aunque  no  sea  el  más  conocido,  dice 
así,  en  el  Cancionero  de  Valencia  de  1 5 1 1 : 

Ven,  muerte,  tan  escondida, 
Que  no  te  sienta  conmigo, 
Porqu'  el  gozo  de  contigo 
No  me  torne  á  dar  la  vida. 

Ven  como  rayo  que  hiere, 
Que  hasta  que  ha  herido 
No  se  siente  su  ruydo, 
Por  mejor  herir  do  quiere  (2). 

Assí  sea  tu  venida, 
Si  no,  desde  aquí  m'obligo 
Qu'el  gozo  que  avré  contigo 
Me  dará  de  nuevo  vida. 

Generalmente  se  citan  estos  versos,  no  en  su  lección  primitiva, 
sino  en  la  que  tienen  en  el  Romancero  General de  1614,  de  donde  los 
copió  Cervantes,  consagrándolos  para  la  inmortalidad  con  ponerlos 
en  boca  de  la  Condesa  Trifaldi  (Parte  2.a,  cap.  xxxvin  del  Quixote): 

Ven,  muerte,  tan  escondida, 
Que  no  te  sienta  venir; 
Porque  el  placer  de  morir 
No  me  torne  á  dar  la  vida... 

(1)  Sólo  dos  ejemplares  he  alcanzado  á  ver  de  este  rarísimo  libro,  que 
lleva  en  el  frontispicio  grabado,  en  que  aparecen  varias  figuras  desnudas,  el 
solo  título  de  Vemris  Tribunal,  y  el  nombre  del  autor,  y  en  la  última  hoja 
dice:  tlmpressa  en  la  nobilissima  Ciudad  de  Vcnecia:  á  los  doze  dias  del  tnes  de 
Apríl:  del  año  de  nuestra  redempcion  de  Al.  D.  XXXV II per  Aurelio  Pincio  Vene- 
ciano público  impressor.  8.°  Gót.  4  hojas  preliminares,  67  folios  y  una  blanca. 

[En  1902,  el  ilustre  bibliófilo  norteamericano  Mr.  Archer  M.  Huntington, 
ha  publicado  una  excelente  reproducción  en  facsímile,  dedicada  á  Mencndez. 
y  Pelayo,  del  Veneris  Tribunal.  (A.  B.)] 

(2)  De  estos  versos  parece  que  se  acordó  el  autor  de  la  Epístola  moral  en 

aquellos  otros  suyos:  _.  ..  ,,    , 

...¿Oh  Muerte,  ven  callada 

Como  sueles  venir  en  la  saeta— 


CAPÍTULO   XXIV  165 

Fué  glosada  esta  copla  muchas  veces  á  lo  divino  y  á  lo  humano, 
entre  otros,  por  Lope  de  Vega  en  sus  Runas  Sacras;  y  era  tan  po- 
pular, que  Calderón  sacó  de  ella  un  poderoso  efecto  dramático, 
haciéndola  cantar  en  la  escena  más  capital  y  trágica  de  El  Tetrarca 
de  Jerusalén.  Otras  composiciones  ligeras  del  Comendador  Escrivá 
tienen,  en  su  género  delicadamente  conceptuoso,  un  sabor  análogo 
al  de  los  madrigales  italianos.  Sirva  de  ejemplo  este  principio  de 
unas  coplas  suyas,  porque  vida  á  su  amiga  peinándose  al  sol: 

Yo  vi  al  sol  que  s' escondía 
D'  envidia  de  unos  cabellos, 
Q'á  los  dos  nos  pesó  vellos: 
A  él  porque  su  luz  perdía, 
A  mí  en  ser  tan  lexos  d'ellos... 

Otras  veces,  con  ausencia  de  verdadero  pensamiento,  y  sólo  por 
el  rodar  ingenioso  de  la  versificación,  llega  á  producir  un  vago  efec- 
to lírico,  ó  más  bien  musical,  por  ejemplo,  en  este  villancico: 

¿Qué  sentís,  corazón  mío? 
•    ¿No  dezís? 
¿Qué  mal  es  el  que  sentís? 

¿Qué  sentistes  aquel  día, 
Cuando  mi  señora  vistes. 
Que  perdistes  alegría 
Y  descanso  despedistes? 
¿Cómo  á  mí  nunca  volvistes? 

¿No  dezís? 
¿Dónde  estáis  que  no  venís? 

¿Qué  es  de  vos  que  en  mí  n'os  hallo? 
¿Corazón,  quién  os  agena? 
¿Qué  es  de  vos,  que,  aunque  me  callo, 
Vuestro  mal  tan  bien  me  pena? 
¿Quién  os  ató  á  tal  cadena? 

¿No  dezís? 
¿Que  mal  es  el  que  sentís? 

Estos  versos  no  dicen  nada,  en  rigor,  pero  es  necesario  ser  ente- 
ramente ajeno  al  encanto  del  ritmo,  para  no  sentir  el  oído  dulce- 
mente halagado  con  ellos;  y  de  esto  hay  bastante  en  el  Cancionero 
General,  y  es  sin  duda  un  elemento  artístico  nada  despreciable. 

Comendador  como  Escrivá,  aunque  de  distinta  orden  militar,  fué 


1 66  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Román,  y  su  título  anda  unido  constantemente  á  su  apellido.  Quedan 
de  él  poesías  de  muy  diverso  estilo:  unas,  insertas  en  el  Cancionero 
General,  otras,  publicadas  aparte  en  pliegos  sueltos  de  gran  rareza. 
Las  que  hay  en  el  Cancionero  General,  son  todas  profanas,  y  por  lo 
común  de  donaire,  perteneciendo  algunas  á  la  sección  de  burlas,  si 
bien  en  la  más  honesta  acepción  del  vocablo.  Tales  son  las  coplas  en 
que  graceja  con  su  amiga  porque  le  llamó  feo,  ó  los  versos  que  com- 
puso contra  el  Ropero  de  Córdoba,  motejándole  de  judío,  con  mucha 
copia  de  picantes  apodos  y  chistosas  alusiones  á  los  ritos,  ceremonias 
y  supersticiones  del  pueblo  de  Israel  (i),  llamando  al  pobre  Antón 
de  Montoro  «pariente  de  Benjamín»  y  «hermano  de  D.  Santo», 
«.circuncidado por  mano  del  Rabí»,  y  ofreciéndole  por  suculento  con- 
vite de  boda, 

Adafina  de  ansarón, 

Que  coció  la  noche  toda 

Sin  tocino. 

Que  Román  hacía  ya  versos  en  tiempo  de  Enrique  IV,  consta  por 
haber  dedicado  á  la  Reina  Doñajuana  una  glosa  suya  de  cierta  can- 
ción del  Duque  de  Alba,  de  quien  se  titula  criado,  ó  porque  real- 
mente lo  fuese,  ó  por  rendimiento  cortesano.  Pero  que  siguió  poe- 
tizando mucho  tiempo  después,  lo  comprueba  la  más  importante  de 
las  composiciones  suyas  que  á  nosotros  han  llegado,  es  á  saber,  las 
Décimas  al  fallecimiento  del  Príncipe  D.  Juan,  malogrado  primogé- 
nito de  los  Reyes  Católicos,  con  la  acelerada  muerte  del  cual  en  1497 
vinieron  á  deshacerse  en  humo  las  mejores  esperanzas  que  por  ven- 

( 1 )  Bien  sabréys  decir  Tebá, 

Según  vuestra  fe  decora 

Que  tratays: 
ítem  más  también  Sabá, 

Y  adorar  siempre  la  Tora 

Quando  orays. 
Pariente  de  Benjamín, 
Hermano  de  Don  Santo, 

Y  por  fama 
Sabréys  dezir  Gerubín 

Y  jurar  al  Dio  sin  espanto 

En  el  aljama. 

(Núm,  993  del  Cancionero.) 


CAPÍTULO    XXIV  167 

tura  han  florecido  en  el  campo  tan  glorioso  como  infortunado  de  la 
historia  de  España.  De  aquel  grande  y  universal  dolor  se  hizo  digno 
intérprete  el  Comendador  Román  en  una  elegía  (i),  ciertamente 
desigua!,  pero  esmaltada  de  graves  pensamientos  y  melancólicas  re- 
flexiones sobre  la  vida  humana,  que  unas  veces  recuerdan  las  coplas 
de  Jorge  Manrique  y  las  de  su  tío  D.  Gómez,  y  otras  la  manera  filosó- 
fica del  Marqués  de  Santillana  en  el  Doctrinal  de  Privados,  ó  las  evo- 
caciones históricas  de  su  Comedieta  de  Ponza.  Y  juntamente  con  esto, 
hay  rasgos  de  una  fantasía  lúgubre:  la  Muerte  que  viene  á  dar  recias 
aldabadas  en  la  puerta  del  Príncipe:  la  cueva  escura  donde  éste,  yace, 

En  la  qual  do  están  colgados 
Paños  de  ricos  brocados, 
Mas  tiene  por  vuestra  plaga 
Mucha  tierra  que  deshaga 
Sus  miembros  tan  delicados... 

Intervienen  en  esta  obra  muchos  y  diversos  personajes,  unos  rea- 
les y  otros  alegóricos,  estableciéndose  entre  ellos  cierta  manera  de 
diálogo. 

Pero  no  por  eso  se  ha  de  considerar  como  obra  dramática,  ni 
mucho  menos  lo  es  la  Tragedia  Trovada  en  que  Juan  del  Enzina 
lloró  la  misma  catástrofe  en  setenta  y  ocho  octavas  de  arte  mayor. 

(1)  El  único  ejemplar  conocido  de  estas  coplas  del  Comendador  Román, 
que  no  aparecen  en  los  Cancioneros,  aunque  sean  e!  mejor  fundamento  de  la 
lama  poética  de  su  autor,  pertenece  actualmente  á  !a  riquísima  colección 
que  en  Sevilla  posee  el  Marqués  de  Jerez  de  los  Caballeros.  Es  un  pliego  gó- 
tico de  ocho  hojas  á  dos  columnas,  con  este  encabezamiento  en  letras  capitales 
negras: 

— Esta  obra  es  sobre  el  ¡fallecimiento  del  Príncipe  ?mestro  se  ¡  ñcr  que  santa 
gloria  aya:  liizola  el  co  /  mendador  rromán  criado  de  los  Reyes  /  nuestros  señores. 
Las  décimas  son  ciento  dos. 

Se  ha  hecho  de  esta  pieza  una  lindísima  reimpresión  de  quince  ejemplares 
numerados: 

— Décimas  al  fallecimiento  del  Principe  Doji  Juan,  por  el  Comendador  A'jmdti 
{siglo  XV).  Ahora  nueva?//enie  reimpresas  con  una  carta  prólogo  por  ü.  Manuel* 
Gómez  Imaz.  En  Sevilla.  En  la  ojicina  de  E.  Rasco.  Año  de  jSqo. 

Sirve  de  complemento  á  un  precioso  opúsculo  del  mismo  Sr.  Gómez  Imaz, 
titulado  Algunas  noticias  referentes  al  fallecimiento  del  Principe  D.  Juan  y  al 
yepulcro  de  Fr.  Diego  Deza,  su  ayo  (Sevilla,  Rasco,  1890). 


1 68  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Ni  fueron  éstas  las  únicas  poesías  consagradas  á  tan  lúgubre  acaeci- 
miento, bastando  citar  como  de  las  mejores  la  elegía  latina  del  Ba- 
chiller de  la  Pradilla,  catedrático  de  Humanidades  en  la  villa  de  Santo 
Domingo  de  la  Calzada,  discípulo  de  Antonio  de  Nebrija,  y  mejor 
versificador  en  la  lengua  clásica  que  en  la  nativa  (i). 

La  obra  de  Román  que  más  dio  á  conocer  su  nombre  entre  sus 
contemporáneos,  fueron  las  Trobas  de  la  gloriosa  pasión  de  Nuestro 
Redentor  Jesucristo,  acabadas  por  mandamiento  de  los  Reyes  Cató- 
licos (2).  Pero  nunca  logró  esta  mediana  paráfrasis  del  texto  evan- 

(1)  La  obra  del  bachiller  de  la  prad/lla,  calhe.drático  de  sancto  domingo  en 
gramática,  poesía  y  rhetórica. 

4.0  gótico,  de  33  hojas  sin  foliar. 

Da  noticia  de  este  rarísimo  opúsculo,  y  transcribe  algunos  trozos  déla  ele- 
gía, el  Sr.  Gómez  Imaz,  en  el  primero  de  los  opúsculos  ya  citados. 

El  Bachiller  de  la  Pradilla  es  autor,  además,  de  cierta  pedantesca  Égloga 
Real...  sobre  la  venida  del  muy  alio  y  poderoso  Rey  y  Señor  el  Rey  D.  Carlos...  ¿a 
qual  compuso  primeramente  en  latín,  y  por  más  servir  á  S.  A.  la  convertid  en  len- 
gua castellana  trobada.  Presentóla  en  la  muy  noble  villa  de-  Valtadolid  en  fin  del 
mes  de  Deciembre  del  año  próximo  de  547.  Introdúcense  cuatro  pastores,  Tele/o, 
Guilleno,  Crispina  y  Menedemo:  los  guales,  después  que  han  hablado  algunas  co- 
sas e?i  alabanza  de  S.  A.,  provocan  á  los  estados  de  los  hispanos  á  que  vengan  0 
besar  las  manos,  como  vienen,  y  el  I)ifante  primero.  Enxe'rense  ciertas  coplas  en 
loor  de  la  muy  Esclarecida  Señora  Infanta  Af adama  Leonor,  Rey  (sic)  de  Por- 
tugal... Va  en  pastoril  estilo  y  de  arte  mayor.  4.0  45  hojas  góticas. 

A  esta  composición  bilingüe,  acompaña  un  largo  é  indigesto  comentario  en 
prosa. 

En  el  Regisirum  de  D.  Fernando  Colón  se  citan  otras  dos  piezas,  hoy  des- 
conocidas, del  mismo  autor:  La  Obra  del  Bachiller  de  la  Pradilla,  cu  coplas  la- 
(mas  y  españolas,  de  la  venida  del  Rey  D.  Felipe  y  Doña  Juana;  y  Coplas  en  es- 
pañol del  Bachiller  de  la  Pradilla  sobre  la  elección  del  obispo  de  Calahorra.  Una 
y  otra  se  vendían  ya  en  1511. 

[Véase,  en  la  Revista  critica  hispano-americana,  Madrid,  1915,  1,  44,  el  ar- 
tículo de  A.  Bonilla:  Fernán  López  de  Yanguas  y  el  Bachiller  de  la  Pra- 
dilla. (A.  B.)]. 

(2)  Trobas  de  la  gloriosa  pasión  de  nro.  redentor  Jhu.  xpo.  enderécenlas  á  los 
muy  altos  serenísimos  y  muy  poderosos  los  reyes  nros.  señores,  las  guales  comien- 
can  de  la  cena  de  nro.  Salvador  Jhu.  Por  que  no  se  pensó  hazer  más  de  aquel  solo 
misterio  y  después  por  mandamiento  de  sus  altezas  fue  acabada  la  dicha  pasión, 
hechos  por  el  comendador  Román  su  criado.  (Al  fin.)  En  tolcdo  en  casa  de  Juan 

Vazqs.  Folio,  gótico,  á  dos  columnas. 


CAPÍTULO    XXIV  169 

gálico  tanto  favor  entre  las  gentes  piadosas  como  el  Retablo  del 
Cartujano  Padilla,  ó  como  otra  versión  métrica  de  la  Pasión,  que  en 
descargo  de  sus  muchas  prosas  y  versos  profanos  y  amatorios  com- 
puso uno  de  los  más  notables  ingenios  del  siglo  xv,  de  cuyas  obras 
paso  á  dar  rápida  cuenta. 

Llamóse  Diego  de  San  Pedro,  y  de  su  persona  poco  sabemos, 
salvo  que  fué  regidor  de  la  ciudad  de  Valladolid  y  que  anduvo  al 
servicio  del  conde  de  Ureña  y  del  Alcaide  de  los  Donceles.  Su 
nombre  va  al  frente  de  una  de  las  novelas  más  famosas  del  siglo  xv, 
curioso  ensayo  del  género  sentimental  con  mezcla  del  alegórico  y 
del  caballeresco,  y  con  interpolación  de  epístolas  y  discursos.  Ta! 
es  la  Cárcel  de  Amor,  libro  más  célebre  hoy  que  leído,  aunque  muy 
digno  de  serlo,  siquiera  por  la  viveza  y  energía  de  su  prosa  en  los 
trechos  en  que  no  es  demasiadamente  retórica.  Fúndense  en  esta 
singular  composición  elementos  de  muy  varia  procedencia,  predo- 
minando entre  ellos  el  de  la  novela  íntima  y  psicológica,  cuya  pri- 
mera manifestación  había  sido  en  Italia  la  Vita  Nuova  de  Dante,  se- 
guida por  la  Fiammeta  de  Boccaccio,  libro^que  corría  ya  traducido 
á  las  lenguas  castellana  y  catalana  en  los  días  de  nuestro  autor.  Pero 
á  semejanza  de  Juan  Rodríguez  del  Padrón,  cuyo  Siervo  libre  de  amor 
parece  haber  conocido  también,  ingiere  Diego  de  San  Pedro  en  el 
cuento  de  los  amores  de  su  protagonista  Leriano  (que  quizá  son, 
aunque  algo  velados,  los  suyos  propios),  episodios  de  carácter  en- 
teramente caballeresco,  guerras  y  desafíos,  y  durísimas  prisiones  en 
castillos  encantados;  diserta  prolijamente  sobre  las  excelencias  del 
sexo  femenino,  tema  vulgarísimo  en  la  literatura  cortesana  del  si- 
glo xv;  y  lo  envuelve  lodo  en  una  visión  alegórica,  dando  así  nuevo 
testimonio  de  la  influencia  dantesca  que  trascendía  aún  á  todas 
las  ramas  del  árbol  poético  cuando  se  escribió  la  Cárcel.  Kn  la 
cual  no  es  menos  digno  de  repararse  el  empleo  de  la  forma 
epistolar,  con  tanta  frecuencia,  que  puede  decirse  que  una  gran 
parte  de  la  novela  está  compuesta  en  cartas:  lo  cual,  unido  á  las 
tintas  lúgubres  del  cuadro,  y  á  lo  frenético  y  desgraciado  de  la 
pasión  del  héroe,  y  aun  al  suicidio  (si  bien  lento  y  por  hambre) 
con  que  la  novela  acaba,  hace  pensar  involuntariamente  en  el 
Werther  y  en  sus  imitadores,  que  fueron  legión  en  las  postrimerías 


T70  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

del  siglo  pasado  (i)  y  en  los  albores  del  actual.  Observación  es  ésta 
que  no  se  ocultó  á  la  erudición  y  perspicacia  de  D.  Luis  Usoz,  el 
cual  dice  en  su  prólogo  al  Cancionero  de  Burlas:  «La  Cárcel  de  Amor 
es  el  Werther's  Leiden  de  aquellos  tiempos.» 

Aunque  erróneamente  suele  incluirse  la  Cárcel  de  Amor  entre  las 
producciones  del  reinado  de  D.  Juan  II;  basta  leerla  para  conven- 
cerse de  que  no  pudo  ser  escrita  antes  de  1 465)  en  que  empezó  á 
ser  Maestre  de  Calatrava  D.  Rodrigo  Téllez  Girón;  y  además  la  de- 
dicatoria á  D.  Diego  Hernández,  alcaide  de  los  Donceles,  retrasa 
todavía  más  la  fecha  del  libro,  que  no  puede  ser  anterior  al  tiempo 
de  los  Reyes  Católicos. 

Finge  el  autor  que,  yendo  perdido  por  unos  valles  hondos  y  obs- 
curos de  Sierra  Morena,  ve  salir  á  su  encuentro  «un  caballero  assi 
»feroz  de  presencia  como  espantoso  de  vista,  cubierto  todo  de  ca- 
»bello  á  manera  de  salvaje»,  el  cual  llevaba  en  la  mano  izquierda  un 
escudo  de  acero  muy  fuerte,  y  en  la  derecha  «una  imagen  femenil, 
>•< entallada  en  una  piedra  muy  clara».  El  tal  caballero,  que  no  era 
otro  que  el  Deseo,  «principal  oficial  en  la  casa  del  Amor»,  llevaba 
encadenado  detrás  de  sí  á  un  cuitado  amador,  el  cual  suplica  al  ca- 
minante que  se  apiade  de  él.  Hácelo  así  Diego  de  San  Pedro,  no 
sin  algún  sobresalto;  y,  vencida  una  agria  sierra,  llega,  al  despuntar 
la  mañana,  á  una  fortaleza  de  extraña  arquitectura,  que  es  la  durí- 
sima cárcel  de  amor,  simbolizada  en  el  título  del  libro.  Traspasada 
la  puerta  de  hierro,  y  penetrando  en  los  más  recónditos  aposentos 
de  la  casa,  ve  allí  sentado  en  silla  de  fuego  á  un  infeliz  cautivo, 
que  era  atormentado  de  muy  recias  y  exquisitas  maneras:  «Vi  que 
»las  tres  cadenas  de  las  ymágenes  que  estaban  en  lo  alto  de  la  torre 
»tenian  atado  aquel  triste,  que  siempre  se  quemaba,  y  nunca  se 
»acababa  de  quemar.  Noté  más,  que  dos  dueñas  lastimeras  con  ros- 
aros llorosos  y  tristes  le  servían  y  adornaban,  poniéndole  en  la  ca- 
»beza  una  corona  de  unas  puntas  de  hierro  sin  ninguna  piedad,  que 
»le  traspasaban  todo  el  celebro...  Vi  más,  que  cuando  le  truxeron 
»de  comer,  le  pusieron  una  mesa  negra,  y  tres  servidores  mucho 
»diligentes,  los  quales  le  daban  con  grave  sentimiento  de  comer... 

(i)     Alude  ;il  siglo  xviu.  (A.  />'.). 


CAPITULO    XXIV  171 

»Y  ninguna  destas  cosas  pudiera  ver,  según  la  escuridad  de  la  to- 
»rre,  si  no  fuera  por  un  claro  resplandor  que  le  salía  al  preso  del 
»corazon,  que  la  esclarescía  toda.» 

El  prisionero,  mezclando  las  discretas  razones  con  las  lágrimas, 
declara  llamarse  Leriano,  hijo  de  un  duque  de  Macedonia,  y  aman- 
te desdichado  de  Laureola,  hija  del  rey  Gaulo.  Y  tras  esto  explica 
el  simbolismo  de  aquel  encantado  castillo,  terminando  por  pedir  al 
visitante  que  lleve  de  su  parte  un  recado  á  Laureola,  diciéndola  en 
qué  tormentos  le  ha  visto.  Promete  el  autor  cumplirlo,  no  sin  pro- 
poner antes  algunas  dificultades,  fundadas  en  ser  persona  de  dife- 
rente lengua  y  nación,  y  muy  distante  del  alto  .estado  de  la  señora 
Laureola.  Pero  al  fin  emprende  el  camino  de  la  ciudad  de  Suria, 
donde  estaba  á  la  sazón  el  Rey  de  Macedonia,  y,  entrando  en  rela- 
ciones de  amistad  con  varios  mancebos  cortesanos  de  los  principa- 
les de  aquella  nación,  logra  llegar  á  la  presencia  de  la  Infanta  Lau- 
reola, y  darla  la  embajada  de  su  amante.  «Si  como  eres  de  España, 
afueras  de  Macedonia  (contesta  la  doncella),  tu  razonamiento  y  tu 
»vida  acabaran  á  un  tiempo.»  Tal  aspereza  se  va  amansando  en  su- 
cesivas entrevistas,  aunque  el  cambio  se  manifiesta  menos  por  pa- 
labras que  por  otros  indicios  y  señales  que  curiosa  y  sagazmente 
nota  el  autor.  «Si  Leriano  se  nombraba  en  su  presencia,  desatinaba 
»de  lo  que  decía,  volvíase  súbito  colorada,  y  después  amarilla:  tor- 
eábase ronca  su  voz,  secábasele  la  boca».  Establécese,  al  fin,  p?'o- 
ceso  de  cartas  entre  ambos  amantes,  siendo  el  poeta  medianero  en 
estos  tratos.  Así  prosigue  esta  correspondencia,  llena  de  tiquismiquis 
amorosos  y  sutiles  requiebros,  entreverados  con  algunos  rasgos  de 
pasión  finamente  observada,  viniendo  á  formar  todo  ello  una  espe- 
cie de  anatomía  del  amor,  nueva  ciertamente  en  la  prosa  castellana. 
Al  fin  Leriano  determina  irse  á  la  corte,  y  logra  honestos  favores 
de  su  amada.  Pero  allí  le  acechaba  la  envidia  de  Persio,  hijo  del  se- 
ñor de  Gaula,  quien  delata  al  Rey  sus  amores,  de  resultas  de  lo  cual 
Laureola  es  encerrada  en  un  castillo,  y  Persio,  por  mandato  del 
Rey,  reta  á  Leriano  á  campal  batalla,  enviándole  su  cartel  de  de- 
safío, «según  las  ordenanzas  de  Macedonia».  Los  dos  adversarios  se 
baten  en  campo  cerrado:  Leriano  vence  á  Persio,  le  corta  la  mano 
derecha  y  le  pone  en  trance  de  muerte,  que  el  Rey  evita,  arrojando 


I72  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

el  bastón  entre  los  contendientes.  Pero  las  astucias  y  falsedades  de 
Persio,  prosiguen  después  de  su  vencimiento.  Soborna  testigos  fal- 
sos que  juren  haber  visto  hablar  á  Leriano  y  Laureola  «en  lugares 
^sospechosos  y  en  tiempos  deshonestos».  El  Rey  condena  á  muerte 
á  su  hija,  por  la  cual  interceden  en  vano  el  Cardenal  de  Gaula  y  la 
Reina.  Leriano,  resuelto  á  salvar  á  su  amada,  penetra  en  la  ciudad 
de  Suria  con  quinientos  hombres  de  armas,  asalta  la  posada  do 
Persio,  y  le  mata.  Saca  de  la  torre  á  la  princesa,  la  deja  bajo  la  cus- 
todia de  su  tío  Galio,  y  corre  á  refugiarse  en  la  fortaleza  de  Susa, 
donde  se  defiende  valerosamente  contra  el  ejército  del  Rey,  que  le 
pone  estrechísimo  cerco.  Pero  muy  oportunamente  viene  á  atajar 
sus  propósitos  de  venganza  la  confesión  de  uno  de  los  falsos  testi- 
•  gos,  por  cuyo  juramento  había  sido  condenada  Laureola.  De  él  y  de 
sus  compañeros  se  hace  presta  justicia,  y  el  Rey  deja  libres  á  Le- 
riano y  á  Laureola. 

Aquí  parece  que  la  novela  iba  á  terminar  en  boda,  pero  el  autor 
toma  otro  rumbo,  y  se  decide  á  darla  no  feliz,  sino  trágico  remate. 
Laureola,  enojada  con  Leriano  por  el  peligro  en  que  había  puesto 
su  honra  y  su  vida  con  sus  amorosos  requerimientos,  le  intima  en 
una  carta  que  no  vuelva  á  comparecer  delante  de  sus  ojos.  Con  esto, 
el  infeliz  amante  pierde  el  seso,  y  determina  dejarse  morir  de  ham- 
bre. «Y  desconfiando  ya  de  ningún  bien  ni  esperanza,  aquejado  de 
^mortales  males,  no  pudiendo  sostenerse  ni  sufrirse,  hubo  de  venil- 
la la  cama,  donde  ni  quiso  comer  ni  beber,  ni  ayudarse  de  cosa  de 
»las  que  sustentan  la  vida,  llamándose  siempre  bienaventurado,  por- 
»que  era  venido  á  sazón  de  hacer  servicio  á  Laureola,  quitándola  de 
«enojos.»  Sus  amigos  y  parientes  hacen  los  mayores  esfuerzos  para 
disuadirle  de  tan  desesperada  resolución,  y  uno  de  ellos,  llamado 
Teseo,  pronuncia  una  invectiva  contra  las  mujeres,  á  la  cual  Leria- 
no, no  obstante  la  debilidad  en  que  se  halla,  contesta  con  un  formi- 
dable y  metódico  alegato  en  favor  de  ellas,  dividido  en  quince  cau- 
sas y  veinte  razones,  por  las  cuales  los  hombres  son  obligados  á 
estimarlas:  trozo  que  recuerda  el  Triunfo  de  las  Donas  de  Juan  Ro- 
dríguez del  Padrón,  más  que  ninguna  otra  de  las  apologías  del  sexo 
femenino  que  en  tanta  copia  se  escribieron  durante  el  siglo  xv,  con- 
testando á  las  detracciones  de  los  imitadores  del  Corbacho.  En  este 


CAPITULO    XXIV  I73 

razonamiento  (que  fué  sin  duda  la  principal  causa  de  la  prohibición 
del  libro)  se  sustenta,  entre  otros  disparates  teológicos,  que  las  mu- 
jeres «no  menos  nos  dotan  de  las  virtudes  teologales,  que  de  las  car- 
»dinales»,  y  que  todo  el  que  está  puesto  en  algún  pensamiento  ena- 
morado, cree  en  Dios  con  más  firmeza  «porque  pudo  hacer  aquella 
»que  de  tanta  excelencia  y  fermosura  les  paresce»,  por  donde  viene 
á  ser  tan  devoto  católico,  «que  ningún  Apóstol  le  hace  ventaja». 

El  enamorado  Leriano  desarrolla  largamente  esta  nueva  philo- 
graphía,  que  en  la  mezcla  de  lo  humano  y  lo  divino  anuncia  ya  los 
diálogos  platónicos  de  la  escuela  de  León  Hebreo,  que  tanto  habían 
de  abundar  en  el  siglo  xvi  (i ). 

La  novela  termina  con  el  lento  suicidio  del  desesperado  Leriano 
(que  acaba  bebiendo  en  una  copa  los  pedazos  de  las  cartas  de  su 

(1)  «La  octava  razón  es  porque  nos  hazen  contemplativos,  que  tanto  nos 
i>damos  á  la  contemplación  de  la  hermosura  y  gracias  de  quien  amamos,  y 
»tanto  pensamos  en  nuestras  passiones,  que,  quando  queremos  contemplar  la 
»de  Dios,  tan  tiernos  y  quebrantados  tenemos  los  corazones,  que  sus  llagas  y 
¡►tormentos  parece  que  recibimos  en  nosotros  mismos,  por  donde  se  conoce 
;que  tambiéu  por  aquí  nos  ayudan  para  alcanzar  la  perdurable  holganza.» 

Otras  razones  son  más  profanas  y  también  más  sensatas;  por  ejemplo,  las- 
siguientes,  que  pongo  como  muestra  del  buen  estilo  de  este  raro  libro,  y  cu- 
rioso spécimen  de  la  galantería  cortesana  de  la  época: 

«Por  ellas  nos  desvelamos  en  el  vestir,  por  ellas  estudiamos  en  el  traer,  por 
relias  nos  ataviamos...  Por  las  mujeres  se  inventan  los  galanes  entretalles,  las 
j>discretas  bordaduras,  las  nuevas  invenciones.  De  grandes  bienes  por  cierto 
»son  causa.  Porque  nos  conciertan  la  música  y  nos  hacen  gozar  de  las  dulce- 
adumbres  della:  ¿Por  quién  se  asonan  las  dulces  canciones,  por  quién  se  can- 
utan los  lindos  romances,  por  quién  se  acuerdan  las  vozes,  por  quién  se  adel- 
»gaza*i  y  sutilezan  todas  las  cosas  que  en  el  canto  consisten?...  Ellas  crecen  las 
»fuerzas  á  los  braceros  y  la  maña  á  los  luchadores,  y  la  ligereza  á  los  que  vol- 
otean y  corren  y  saltan  y  hazen  otras  cosas  semejantes...  Los  trobadores  po- 
1  nen  por  ellas  tanto  estudio  en  lo  que  troban,  que  lo  bien  dicho  hazen  pare- 
»cer  mejor.  Y  en  tanta  manera  se  adelgazan,  que  propiamente  lo  que  sienten 
>en  el  corazón,  ponen  por  nuevo  y  galán  estilo  en  la  canción  ó  invención,  ó 
-copla  que  quieren  hazer...  Por  ellas  se  ordenaron  las  reales  justas  y  los  pom- 
»posos torneos  y  alegres  tiestas.  Por  tilas  aprovechan  las  gracias,  y  se  acaban 
»y  comienzan  todas  las  cosas  de  gentileza.» 

De  esta  prosa  á  la  de  Boscán,  en  su  traducción  de  El  Cortesano  de  Castiglio- 
ne,  no  hay  ya  más  que  un  paso. 


174  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

amada)  y  con  el  llanto  de  su  madre,  que  es  uno  de  los  trozos  más 
patéticos  del  libro,  y  que  manifiestamente  fué  imitado  por  el  autor 
de  La  Celestina,  en  el  que  puso  en  boca  de  los  padres  de  Melibea. 
El  efecto  trágico  de  este  pasaje  de  Diego  de  San  Pedro,  en  que  es 
menos  lo  declamatorio  que  lo  bien  sentido,  estriba  en  gran  parte  en 
la  intervención  del  elemento  fatídico,  de  los  agüeros  y  presagios. 
»Acaecíame  muchas  vezes,  quando  más  la  fuerza  del  sueño  me  ven- 
»cía,  recordar  con  un  temblor  súbito  que  hasta  la  mañana  me  du- 
»raba.  Otras  vezes,  quando  en  mi  oratorio  me  hallaba  rezando  por 
»su  salud,  desfallecido  el  corazón,  me  cubría  de  un  sudor  frío,  en 
»manera  que  dende  á  gran  pieza  tornaba  en  acuerdo.  Hasta  los  ani- 
» males  me  certificaban  tu  mal.  Saliendo  un  día  de  mi  cámara,  vínose 
»un  can  para  mí,  y  dio  tan  grandes  aullidos,  que  así  me  cortó  el 
»cuerpo  y  la  habla,  que  de  aquel  lugar  no  podía  moverme.  Y  con 
» estas  cosas  daba  más  crédito  á  mi  sospecha  que  á  tus  mensajeros; 
»y,  por  satisfacerme,  acordé  de  venir  á  verte,  donde  hallo  cierta  la 
»fe  que  di  á  los  agüeros.» 

Aunque  la  Cárcel  de  Amor  (escrita  por  su  autor  en  Peñafiel,  según 
al  fin  de  ella  se^declara)  quedaba  en  realidad  terminada  con  la 
muerte  y  las  exequias  de  Leriano,  no  faltó  quien  encontrase  el  final 
demasiado  triste,  y  demasiado  áspera  y  empedernida  á  Laureola, 
que  ningún  sentimiento  mostraba  de  la  muerte  de  su  amador.  Sin 
duda  por  esto,  un  cierto  Nicolás  Núñez,  de  quien  hay  también  en  el 
Cancionero  General  versos  no  vulgares  (i),  añadió  una  continuación 

(i)     Sobresalen  entre  ellos  los  lindos  villancicos  para  la  noche  de  Navidad 
(núm.  43  del  Cancionero),  composición  dialogada  en  que  son  interlocutores  la 
Virgen  y  el  poeta.  Glosó  Núñez  algunos  romances  viejos,  entre  ellos  aquel 
tan  lindo  del  prisionero  y  el  avecilla  que  le  cantaba  al  albor: 
Matómela  un  ballestero, 
Déle  Dios  mal  galardón. 

Suya  es  también  una  irreverente  parodia  de  las  Horas  de  Ntiestra  Señora, 
por  el  estilo  de  los  Gozos  de  Juan  Rodríguez  del  Padrón  y  de  las  Lamentaciones 
de  amor  de  Garci  Sánchez  de  Badajoz.  Hizo  además  versos  en  alabanza  del 
Gran  Capitán. 

Núñez  debe  de  ser  uno  de  los  ingenios  más  modernos  del  Cancionero,  á  juz- 
gar por  el  empleo  que  hace  de  una  nueva  forma  de  estancias  de  arte  mayor, 
que  sólo  hallamos  en  poetas  de  la  última  época  trovadoresca,  por  lo  general 


CAPITULO   XXIV  I75 

ó  cumplimiento  de  pocas  hojas,  en  que  mezcla  con  la  prosa  algunas 
canciones  y  villancicos,  y  describe  la  aflicción  de  Laureola  y  una 
aparición  en  sueños  del  muerto  Leriano,  que  viene  á  consolar  á  su 
amigo.  Pero  aunque  este  suplemento  fué  incluido  en  casi  todas  lar, 
ediciones  de  la  Cárcel  de  Amor,  nunca  tuvo  gran  crédito,  ni  en  rea- 
lidad lo  merecía,  siendo  cosa  de  todo  punto  pegadiza,  é  inútil  para 
la  acción  de  la  novela. 

Tal  es,  reducida  á  breve  compendio,  la  novela  de  Diego  de  San 
Pedro,  interesante  en  sí  misma,  y  de  mucha  cuenta  en  la  historia  del 
género,  por  la  influencia  que  tuvo  en  otras  ficciones  posteriores.  Es 
cierto  que  la  trama  está  tejida  con  muy  poco  arte,  y  que  los  elemen- 
tos que  entran  en  la  fábula  aparecen  confusamente  hacinados  ó  yux- 
tapuestos, contrastando  los  lugares  comunes  de  la  poesía  caballe- 
resca (tales  como  la  falsa  acusación  de  la  princesa,  que  hallamos  asi- 
mismo en  la  Historia  de  la  Reina  Sevilla  y  en  tantos  otros  libros  aná- 
logos) con  las  reminiscencias  de  la  novela  sentimental  italiana,  que 
pueden  ser,  no  sólo  de  la  Fiammeta,  sino  de  la  Historia  de  los  dos 
amantes  Búrlalo  y  Lucrecia,  compuesta  en  latín  por  el  papa  Eneas 

valencianos  y  aragoneses,  tales  como  Jerónimo  de  Artes  y  el  Conde  de  Oliva, 

Mecenas  del  colector  Hernando  del  Castillo.  La  de  Núñez  es  en  loor  de  San 

Eloy,  y  empieza:  „  ,     - 

Querer  dar  loanza  do  tanto  bien  sobra, 

De  vos,  Eloy  santo,  señor  muy  loado, 

Simpleza  parece  y  casi  pecado, 

Sin  dar  vos  la  gracia  poner  yo  la  obra. 

Y  pues  que  con  ésta  el  yerro  se  cobra, 
Seguir  quiero  siempre  con  fe  lo  que  sigo, 
Contando  la  justa  de  vuestro  enemigo, 
Do  fué  derribado  con  mucha  zozobra: 
Los  ángeles  iban  tañendo  trompetas 

Y  los  atabales  los  santos  Profetas. 

Análoga  á  esta  combinación  de  diez  versos  es  la  cíe  doce,  usada  por  Mosén 
Tallante  en  una  poesía  religiosa  del  mismo  Cancionero  (núm.  2). 

Es  verisímil  que  Núñez  fuera  valenciano,  ó  á  lo  menos  que  residiese  en 
Valencia  cuando  Castillo  compilaba  allí  su  Cancionero.  Nos  lo  persuaden  los 
versos  que  dirigió  á  Mosén  Fenollar,  que  le  había  preguntado  qudl  era  mejor, 
servir  á  la  doncella,  ó  á  la  casada,  ó  d  la  beala,  o  d  la  monja:  cuestión  que  re- 
cuerda el  famoso  y  picante  Proce's  de  les  Olives,  que  sostuvieron  el  mismo  Fe- 
nollar, Gazull,  Moreno,  Vinyoles  y  otros,  con  más  gracejo  que  comedimiento. 


I76  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Silvio,  y  ya  para  aquellas  fechas  traducida  al  castellano  (i).  El  mérito 
principal  de  la  Cárcel  de  Amor  se  cifra  en  el  estilo,  que  es  casi  siempre 
elegante,  sentencioso  y  expresivo,  y  en  ocasiones  apasionado  y  elo- 
cuente. Hay  en  toda  la  obra,  singularmente  en  las  arengas  y  en  las 
epístolas,  mucha  retórica  y  no  de  la  mejor  clase,  muchas  antítesis, 
conceptos  falsos,  hipérboles  desaforadas  y  sutilezas  frías;  pero  en  me- 
dio de  sus  afectaciones  y  de  su  inexperiencia,  no  se  puede  negar  á 
Diego  de  San  Pedro  el  mérito  de  haber  buscado  con  tenacidad,  y  en- 
contrado algunas  veces,  la  expresión  patética,  creando  un  tipo  de 
prosa  novelesca,  en  que  lo  declamatorio  anda  extrañamente  mezclado 
con  lo  natural  y  afectuoso.  Este  tipo  persistió  luego,  aun  en  los  maes- 
tros. Hemos  visto  que  el  autor  de  la  Tragicomedia  de  Calistoy  Meli- 
bea se  acordó  de  la  Cárcel  de  Amor  en  la  escena  final  de  su  drama;  y 
aun  puede  sospecharse  que  el  mismo  Cervantes  debe  al  regidor  de 
Valladolid  algo  de  lo  bueno  y  de  lo  malo  que  en  esta  retórica  de  las 
cuitas  amorosas  contienen  los  pulidos  y  espaciosos  razonamientos  de 
algunas  de  las  Novelas  Ejemplares  ó  los  episodios  sentimentales  del 
Quijote  (Marcela  y  Grisóstomo,  Luscinda  y  Cardenio,  Dorotea...). 

No  es  maravilla,  pues,  que  la  novela  de  Diego  de  San  Pedro,  que 
tenía  además  el  mérito  y  la  novedad  de  ser  una  ingeniosa  aunque 
elemental  psicología  de  las  pasiones,  se  convirtiese  en  el  breviario 
de  amor  de  los  cortesanos  de  su  tiempo,  y  fuese  reimpresa  hasta 
veinticinco  veces  dentro  del  siglo  xvi  (2)  y  traducida  al  italiano,   al 

(1)  La  primera  edición  castellana,  parece  ser  Ja  de  Salamanca  de  1496. 
Estoria  muy  verdadera  de  los  dos  amates  Enríalo  franco  y  Lucrecia  senesaque 

acaeció  en  el  año  de  mil  e  quatrocicntos  e  treynta  e  quatro  años  eti  presencia  del 
emperador  Sigismundo,  hecha  por  Eneas  Silvio  después  papa  Pió  Segundo.  Ítem 
otro  su  tratado  muy  provechoso  de  remedios  contra  el  amor.  ítem  otro  de  la  vida  y 
hazañas  del  dicho  Eneas.  Ítem  ciertas  sentencias  ¿proverbios  del  dicho  Eneas. 

Hay  reimpresiones  de  Sevilla,  por  Jacobo  Crombérger,  1512,  1524,  1530... 

Las  obras  de  Eneas  Silvio  estaban  en  España  en  gran  predicamento  á  prin- 
cipios del  siglo  xvi.  Entonces  fueron  traducidas  su  Historia  de  Bohemia,  por 
el  Comendador  Hernán  Núñez  de  Toledo  (Sevilla,  1509);  y  su  Visio'n  Delecta- 
ble  de  la  casa  de  la  Fortuna,  por  Juan  Gómez  (Valencia,  15 13). 

(2)  La  edición  más  antigua  de  la  Cárcel  de  Amor  descrita  por  los  bibliófilos 
eg  ile  Sevilla,  1492,  y  dice  al  principio:  El  seguiente  tractado  fué  fecho  á  pedimé- 
to  del  señor  dotí  diego  herrnádes:  alcayde  de  los  donzeles,  e  d&  otros  cavalleros  cor- 


CAPITULO    XXIV 

catalán  y  al  francés,  é  imitada  de  infinitos  modos,  á  pesar  de  los  ana- 
temas del  Santo  Oficio,  que  la  puso  en  sus  índices  (sin  duda  por 
las  herejías  que  contiene  el  razonamiento  en  loor  de  las  mujeres),  y 
á  despecho  también  de  los  moralistas,  que  desde  Luis  Vives  hasta 
Malón  de  Chaide,  no  cesan  de  denunciarla  como  libro  pernicioso  á 
las  costumbres  y  uno  de  los  que  con  mayor  cautela  deben  ser  ale- 
jados de  las  manos  detoda  doncella  cristiana. 

Pero  estos  clamores  y  estas  prohibiciones  nada  pudieron  contra 

tésanos:  llámase  Cárcel  de  amor.  Compuso  lo  San  Pedro.  í  Al  fin }:  Acabóse  esta 
obra  intitulada  Cárcel  de  Amor.  En  la  muy  noble  e  muy  leal  cibdad  de  Sevilla  a 
tres  dias  de  marco.  Año  de  1 4Q2,  por  qtiatro  alemanes  compañeros. 

4.0  gót.,  sin  foliatura. 

Entre  las  posteriores,  citaremos  la  rie  Burgos.por  Fadrique,  alemán  de  Basi- 
lea,  1496;  la  de  Logroño,  por  Arnao  Guiilén  de  Brocar,  1508,  que  parece  ser  la 
primera  en  que  se  incluyó  la  continuación  de  Nicolás  Núñez;la  de  Sevilla,  1509: 
la  de  Burgos,  por  Alonso  de  Melgar,  1522;  la  de  Zaragoza,  por  Jorge  Cocí,  152^ 
isi  es  que  realmente  no  fué  impresa  en  Venecia,  con  falso  pie  de  imprenta, 
como  Salva  sospecha);  la  de  Sevilla,  por  Cromberger,  1525;  la  veneciana 
de  1 53 1,  por  Micer  Juan  Bautista  Pedrezano,  Junto  al  puente  de  Rialto,  corre- 
gida probablemente  por  Francisco  Delicado;  la  de  Medina  del  Campo,  1547. 
por  Pedro  de  Castro,  que  es  quizá  preferible  á  todas  las  anteriores,  por  con- 
tener, además  de  la  Cárcel,  las  obras  en  verso  de  Diego  de  San  Pedro,  y  su 
Sermón  de  amores;  la  de  Venecia,  1553,  corregida  por  Alfonso  de  Ulioa,  y  que 
contiene  los  mismos  aditamentos  que  la  de  Medina;  las  varias  de  Amberes. 
por  Martín  Nució  1556,  157b,  1598...),  unidas  siempre  á  la  Cuestión  de  amor. 
que  son  las  que  con  más  facilidad  se  encuentran;  las  de  París,  1567,  1581. 
1595,  1616,  y  Lyon,  1583,  en  español  y  francés.  La  traducción  es  de  Gil  Co- 
rroed. De  la  italiana  de  Lelio  Manfredi  se  citan  ediciones  de  1513,  1 52 1 ,  1 530. 
1 533»  '  537.  '  546..-,  y  por  ella  se  hizo  una  versión  francesa  anterior  á  la  de  Co- 
;  rocet  (París,  1526;  Lyon,  1528;  París,  1533...).  La  traducción  catalana,  que  es 
rarísima,  es  de  Bernardo  de  Vallmanya;  Obra  intitulada  lo  Carccr  d'  Amor.  Com- 
posta y  hordenada  por  Diego  de  Sant  Pedro...  traduit  de  lengua  castellana  en  es- 
til  de  valenciana  prosa  por  Bernardi  Vallmanya,  secretar  i  del  spectable  conté 
cf  Oliva.  Barchelona.  Joham  Roscmbach,  a  XVIII  dies  del  mes  de  setembre  Ani 
Mil  CCCC  XCiii.  4.0,  let.  gót.,  con  láminas  en  madera,  como  las  primeras  edi- 
ciones castellanas.  Hay  un  ejemplar  en  el  Museo  Británico. 

Para  más  pormenores  sobre  las  diversas  ediciones  de  este  famoso  libro, 
debe  consultarse  el  Catálogo  de  la  Biblioteca  de  Salva,  y  el  de  Libros  de  caba- 
llerías, formado  por  Gayangos  (tomo  xi  de  la  Biblioteca  de  Autores  Españoles). 
además  del  Manual,  de  Brunet. 

r.T¡v  t  Ppt.ato — Poetta  III 


iy8  HISTORIA   DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

la  corriente  del  gusto  mundano,  y  el  librillo  de  Cárcel  de  Amor,  fá- 
cil de  ocultar  por  su  exiguo  volumen,  no  sólo  continuó  siendo  leí- 
do y  andando  en  el  cestillo  de  labor  de  dueñas  y  doncellas,  sino  que 
dio  vida  á  un  género  entero  de  producciones  novelescas,  que  di- 
fundían un  idealismo  distinto  del  de  los  libros  de  caballerías,  aun- 
que conservase  con  él  algunas  relaciones.  A  esta  familia  pertene- 
cen, aparte  de  la  anónima  Cuestión  de  Amor,  de  que  hablaré  des- 
pués y  que  en  rigor  tiene  su  carácter  propio,  que  no  es  enteramen- 
te el  de  la  novela  sentimental,  el  Tractado  de  Arnalte  y  Lucenda, 
que  se  imprimió  con  el  nombre  del  mismo  Diego  de  San  Pedro  (i), 
el  Processo  de  cartas  de  amores  que  entre  dos  amantes  pasaron,  que 

(i)  No  hemos  llegado  á  leer  este  rarísimo  libro,  que  sólo  conocemos  por 
■nota  bibliográfica  que  Gallardo  comunicó  á  Salva:  Tractado  de  amores  de  Ar- 
nalte e  Lucenda.  (Al  fin):  Acabóse  este  tractado  llamado  Sant  Pedro  á  las  damas 
de  la  rey  na  nuestra  Señora.  Fué  empreso  en  la  muy  noble  y  muy  leal  fibdad  de 
Burgos,  por  Fadrique,  alemán,  en  el  ano  del  nacimiento  de  nuestro  Salvador  ihu 
¿hristo  de  mili  y  CCCC  y  noventa  ¿un  años,  d  XXV días  de  noviembre.  4.0  góti- 
co, sin  foliaturas  ni  reclamos,  aunque  con  signaturas. 

Como  se  ve,  la  edición  antecedió  en  un  año  á  la  de  la  Cárcel  de  Amor. 
¿Será  éste  el  otro  tratado  á  que  alude  Diego  de  San  Pedro  en  la  dedicatoria 
de  la  Cárcel  de  Amor,  al  Alcaide  de  los  Donceles:  «Porque  de  vuestra  merced 
»me  fué  dicho  que  devia  hazer  alguna  obra  del  estilo  de  una  oración  que  en- 
»vie  á  la  Señora  Doña  Marina  Manuel,  porque  le  parecía  menos  malo  que  el 
>que  puse  en  otro  tractado  que  vio  mió»? 

Brunet  describe  otra  edición  del  Arnalte  y  Lucenda,  también  de  Burgos,  y 
no  menos  rara  que  la  precedente:  Tratado  de  Arnalte  y  Lucenda  por  elegante  y 
muy  gentil  estilo  hecho  por  Diego  de  Sant  Pedro  y  enderescado  a  las  damas  de 

la reyna  doña  Isabel.  En  el  qual  hallarán  cartas  y  razonamientos  de  amores 

de  mucho  primor  y  gentileza  segü?i  que  por  él  verán.  (Al  fin):  Aquí  se  acaba  ti 

libro  de  Arnalte  y  Lucenda...   agora  postreramente  impresso  en  Burgos  por 

Alonso  de  Melgar.  4.0,  28  hojas  de  letra  de  Tortis. 

A  juzgar  por  esta  portada,  las  formas  artísticas  empleadas  en  el  Amalle  y 
Lucenda  deben  de  ser  las  mismas  que  en  la  Cárcel  de  Amor,  es,  á  saber:  car- 
tas y  razonamientos. 

Cítanse  también  ediciones  de  Sevilla,  1525,  y  Burgos,  1527,  y  traducciones 
francesa  de  Nicolás  Herberay  des  Essarts  (famoso  intérprete  del  Amadís),  é 
italiana  de  Bartolomé  Marraffi,  una  y  otra  impresas  varias  veces. 

[El  Sr.  Foulché-Delbosc  ha  reimpreso  el  texto  de  la  edición  castellana 
citada  por  Brunet,  en  la  Revtie  Hispanique,  tomo  xxv,  año  191 1.  (A.  B.)]. 


CAPITULO    XXIV  179 

algunos  atribuyen  también  á  nuestro  autor,  pero  que  más  bien  pa- 
recen de  Juan  de  Segura  (i),  lo  mismo  que  la  Que  xa  y  aviso  contra 
amor  de  un  cavallero  llamado  Lusiudaro  y  los  casos  de  la  hermosa 
Medusina,  en  que  intervienen  los  prestigios  y  la  magia  de  una  he- 
chicera de  Tesalia;  el  Veneris  Tribunal,  de  Luis  Escrivá;  la  Repeti- 
ción de  amores,  de  Lucena,  en  que  se  parodia  el  método  de  las  con- 
clusiones escolásticas;  el  Tractado  compuesto  por  Juan  de  Flores  á 
su  amiga,  donde  se  contiene  el  triste  fin  de  los  amores  de  Grisely  Mi- 
rabella,  y  la  disputa  de  Torr ellas  y  Brasayda  sobre  quien  da  mayor 
■occasion  de  los  amores,  los  hombres  á  las  mujeres  ó  las  mujeres  á  los 
hombres,  la  Amorosa  historia  de  Aurelio  é  Isabela,  hija  del  Rey  d.e 
Hungría,  y  la  de  Grimalte  y  Gradissa,  compuesta  por  el  mismo 
Flores,  célebre  la  primera  de  ellas  por  haber  sido  citada  como  una 
de  las  fuentes  de  La  Tempestad,  de  Shakespeare;  el  Libro  de  los  ho- 
nestos amores  de  Peregrino  y  Ginebra,  de  Hernando  Díaz,  y  otros 
que  seguramente  habrá,  y  que  por  el  momento  no  recuerdo. 

Aun  después  de  terminada  su  propia  elaboración,  que  dura  toda 
la  primera  mitad  del  siglo  xvi,  este  género  de  novela  erótica  se  com- 
bina en  varias  proporciones  con  los  tipos  afines,  así  con  la  novela 
bizantina  de  amores  y  de  viajes,  modelada  sobre  el  ejemplar  de 
Heliodoro  (Clareo  y  Florisea,  Selva  de  aventuras,  Persiles  y  Sigis- 


(1)  No  ha  habido  más  razón  para  atribuir  ;í  Diego  de  San  Pedro  el  Proce- 
so, que  un  pasaje  de  sus  versos  sobre  el  Desprecio  de  la  Fortuita,  en  que  se 
arrepiente  de  aquellas  cartas  de  amores,  escritas  de  dos  en  dos,  lo  cual  bien  pue- 
de aplicarse  al  Arnalte y  Lucenda,  donde  hay  varias  cartas,  lo  mismo  que  en 
la  Cárcel  de  Amor. 

El  epistolario  en  cuestión  más  bien  parece  de  Juan  de  Segura,  cuyo  nom- 
bre lleva  en  las  ediciones  de  Toledo,  154S;  Alcalá,  1553;  Estella,  1563,  aun- 
que no  en  la  de  Venecia,  por  Giolito,  1553,  apreciabilísima  por  contener  ín- 
tegro el  Diálogo  de  las  condiciones  de  las  mujeres,  de  Cristóbal  de  Castillejo,  las 
Cartas  de  Blasco  de  Garay,  y  otros  opúsculos. 

Juan  de  Segura,  siguiendo  el  ejemplo  de  los  autores  de  libros  de  caballe- 
rías, supuso  traducidas  del  griego  sus  cartas;  pero  no  corresponden  á  ninguno 
de  los  epistolarios  eróticos  de  la  antigüedad:  Processo  de  Cartas  de  Amores, 
que  entre  dos  amantes  passaron...  Con  una  caria  de  un  amigo  á  otro,  pidiéndole 
consuelo.  Mas  una  quexa  y  aviso  contra  amor.  Traducido  del  estilo  griego  en 
nuestro  polido  castellano,  por  Juan  de  Segura 


1 8o  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

munda...),  como  con  la  pastoral  italiana,  notándose  por  primera  ver 
la  conjunción  de  ambos  géneros  (que,  con  venir  de  distintos  oríge- 
nes, coincidían  en  el  mismo  falso  concepto  del  amor  y  de  la  vida), 
en  el  libro  portugués  de  las  Saudades,  de  Bernardim  Ribeiro,  más 
conocido  con  el  título  de  Menina  é  Moga.  Tal  importancia  histórica 
tiene  la  Cárcel  de  Amor,  y  por  eso  nos  hemos  detenido  tanto  en  un 
libro  que  para  el  gusto  de  la  mayor  parte  de  los  lectores  de  ahora 
tiene  que  resultar  algo  soñoliento. 

Además  de  la  Cárcel  de  Amor  y  del  Arnalte y  Lucenda,  compuso 
Diego  de  San  Pedro  otras  muchas  obras  profanas  en  verso  y  prosa, 
que  le  dieron  entre  los  donceles  enamorados  grande  autoridad  y 
magisterio,  aunque  fuesen  miradas  con  ceño  por  las  personas  graves 
y  piadosas,  que  justamente  se  escandalizaban  de  oirle  llamar  conti- 
nuamente Dios  á  su  dama,  y  comparar  su  gracia  con  la  divina,  y 
aplicar  profanamente  á  los  lances  y  vicisitudes  de  su  amor  la  conme- 
moración de  las  principales  festividades  de  la  Iglesia.  Así,  en  Do- 
mingo de  Ramos,  exclamaba: 

Cuando,  señora,  entre  nos 
Hoy  la  Passion  se  dezía, 
Bien  podes  creerme  vos, 
Que,  sembrando  la  de  Dios, 
Nnsció  el  dolor  de  la  mía... 

y  en  el  día  de  Pascua  de  Flores: 

Nuestro  Dios  en  este  día 
Las  tristes  almas  libró; 
Mas  la  mía,  porqu'es  mía, 
En  el  fuego  do  solía 
Se  quedó... 

y  en  el  Domingo  de  Cuasimodo: 

Una  maravilla  vi 
Sobre  quantas  nos  mostraron: 
Grande  ha  sido  para  mí 
En  ver  que  n'os  adoraron, 
Pues  estábades  ahí... 

y  llegaba,  finalmente,  al  colmo  de  la' irreverencia  sacrilega,  compa- 
rando lo  que  llamaba  su  pasión  con  la  del  Redentor  del  mundo: 


CAPÍTULO    XXIV  I  Si 

Avedme  ya  compasión; 
No  muera  con  falta  d'ella, 
Por  amor  de  la  Pasión 
De  quien  quiso  padescella 
Como  yo,  sin  merescella. 

Trovó,  además,  insípidamente  algunos  romances  viejos,  paro- 
diando el  de  Yo  m'estabd  en  Barbadillo  en  Yo  m 'estaba  en  pensa- 
miento, y  el  de  Reniego  de  ti,  Makoma,  en  Reniego  de  ti,  amor.  Hizo 
también  alguna  composición  de  burlas,  no  de  lo  más  ingenioso,  pero 
sí  de  lo  mas  grosero  que  en  el  Cancionero  se  lee  (núm.  989),  y  co- 
ronó todos  estos  atentados  poéticos  suyos  contra  el  buen  gusto  y 
las  buenas  costumbres,  con  un  cierto  Sermón,  en  prosa,  «.porque  di- 
jeron unas  Señoras  que  le  deseaba)!  oir  predicar».  Este  Sermón,  que 
se  imprimió  suelto  en  un  pliego  gótico  y  se  halla  también  al  final  de 
algunas  ediciones  de  la  Cárcel  de  Amor,  apenas  tiene  otro  interés 
literario  que  el  haber  servido  de  modelo  á  otro  mucho  más  dis- 
creto y  picante  que  puso  Cristóbal  de  Castillejo  en  su  farsa  Cons- 
tanza, y  que  como  pieza  aparte  se  ha  impreso  muchas  veces, 
\  a  en  las  obras  de  su  autor  (aunque  en  éstas  con  el  nombre 
;e  Capítulo,  y  no  poco  mutilado),  ya  en  ediciones  populares  en 
que  el  autor  usó  los  seudónimos  de  El  Menor  de  Aunes  y  de 
Fray  Nidel  de  la  Orden  de  Tristel.  1-21  Sermón,  en  verso,  de  Cas- 
tillejo, enterró  completamente  al  de  Diego  de  San  Pedro,  que 
os  obra  desmayada  y  sin  el  menor  gracejo,  como  dice  con  razón 
Gallardo.  Todo  se  reduce  á  parodiar  pobre  é  ineptamente  la  traza 
y  disposición  de  los  sermones,  comenzando  por  una  salutación  al 
Amor,  explanando  luego  el  texto  In  patientia  vestra  sustinete  dolo- 
res vestros,  y  contando,  <1  modo  de  ejemplo  moral,  los  amores  de 
Píramo  y  Tisbe  (i). 

Tales  profanidades  y  devaneos  poéticos  hubieron  de  ser  grave 
cargo  para  la  conciencia  de  su  autor,  cuando  Dios  tocó  en  su  alma 
y  le  llamó  á  penitencia.   Fruto  de  esta  conversión   fué  el  Despre- 

(1 )  El  Sermón  de  Diego  de  San  Pedro  está  en  un  pliego  suelto  de  la  pre- 
ciosa colección  de  ("ampo  Alanje  (hoy  en  la  Biblioteca  Nacional)  y  también 
en  las  ediciones  de  la  Cárcel  de  Amor,  de  Medina  del  Campo,  i  547;  Venecia, 
1  553-  y  acaso  en  alguna  otra. 


1 82  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

cío  de  la  Fortuna  (núm.  263  del  C.  G.),  poema  por  varios  conceptos- 
estimable  (i),  al  principio  del  cual  censura  y  detesta  sus  obras  an- 
teriores: n_.  „ 

Mi  seso  lleno  de  canas, 

De  mi  consejo  engañado, 
Hast'  aquí  con  obras  vanas 
Y  en  escripturas  livianas 
Siempre  anduvo  desterrado: 


Aquella  Cárcel  d'amor 
Que  assi  me  plugo  ordenar, 
¡Qué  propia  para  amador! 
¡Qué  dulce  para  sabor! 
¡Qué  salsa  para  pecar! 

Y  como  la  obra  tal 
No  tuvo  en  leerse  calma, 
He  sentido  por  mi  mal, 
Quán  enemiga  mortal 
Fué  la  lengua  para  el  alma. 

Y  los  yerros  que  ponía 
En  un  Sermón  que  escrebí, 
Como  fué  el  amor  la  guía, 
La  ceguedad  que  tenía 

Me  hizo  que  no  los  vi: 

Y  aquellas  Cartas  de  amores. 
Escritas  de  dos  en  dos, 

¿Qué  serán,  dezí,  señores, 
Sino  mis  acusadores 
Para  delante  de  Dios? 

Y  aquella  Copla  y  Canción 
Que  tú,  mi  seso,  ordenabas 
Con  tanta  pena  y  passión, 
Por  salvar  el  corazón, 

Con  la  fe  que  allí  les  dabas; 

Y  aquellos  Romances  hechos 
Por  mostrar  el  mal  allí, 

Para  llorar  mis  despechos, 
¿Qué  serán  sino  pertrechos 
Con  que  tiren  contra  mí? 


(1)  Hay  una  edición  suelta  del  Desprecio  de  la  Fortuna,  con  una  dedicato- 
ria en  prosa  al  Conde  de  Ureña,  la  cual  falta  en  el  Cancionero.  En  ella  dice 
San  Pedro  que  llevaba  veintinueve  años  al  servicio  de  su  Mecenas. 


CAPÍTULO   XXIV  183 

El  Desprecio  de  la  Fortuna  es  ciertamente  grave  y  filosófica  com- 
posición, de  las  mejores  de  aquel  tiempo  y  escuela,  y  abunda  en 
sentencias  felicísimamente  expresadas.  Prescott,  en  su  Historia  de 
los  Reyes  Católicos  (parte  primera,  cap.  xx),  la  dedica  especial  aten- 
ción, y  hace  de  ella  un  curioso  paralelo  con  la  oda  del  poeta  italia- 
no Tomás  Guidi  á  la  Fortuna:  «El  poeta  italiano,  personificando  á 
»la  inconstante  diosa,  describe  su  marcha  triunfal  sobre  las  ruinas 
»de  los  imperios  y  dinastías,  desde  los  tiempos  más  antiguos,  en  un 
^torrente  de  elevada  y  ditirámbica  elocuencia,  realzada  con  el  bri- 
llante colorido  de  una  ardiente  fantasía  y  un  lenguaje  perfecto  y 
»acendrado:  y  el  poeta  castellano,  en  lugar  de  esta  magnífica  perso- 
nificación, adopta  el  tono  de  la  más  profunda  moralidad,  y  exten- 
»diéndose  largamente  acerca  de  las  vicisitudes  y  vanidades  de  la  vida 
»humana,  mezcla  en  sus  reflexiones  cierta  cáustica  ironía,  acompaña- 
»da  á  las  veces  de  una  sencillez  encantadora,  pero  que  jamás  se 
»aproxima  á  la  exaltación  lírica,  ni  aun  parece  aspirar  á  conseguirla.» 

Trovó,  además,  Diego  de  San  Pedro,  en  esta  segunda  época  suya 
de  piedad  y  ascetismo,  una  Pasión  de  Nuestro  Redentor  y  Salvador 
Jesucristo  (i),  en  quintillas  fáciles  y  devotas»  pero  algo  lánguidas, 
la  cual  todavía  era  muy  popular  en  el  siglo  xvn,  como  lo  prueban 

(1)     Es  la  que  empieza: 

E]  nuevo  navegador, 
Siendo  de  tierra  alongado, 
Con  la  sombra  del  temor, 
Turba  y  mengua  su  vigor, 
Viéndose  de  agua  cercado... 
y  termina: 

Contemplemos  y  pensemos 
En  su  Pasión  muy  gloriosa, 
Suspiremos  y  lloremos, 
Pensemos  porque  gocemos 
De  ver  su  gloria  preciosa. 

Esta  Pasión  fué  adicionada  luego  por  el  Bachiller  Burgos  con  algunas  quin- 
tillas acerca  de  la  Resurrección,  que  principian: 

Y  puesta  la  Virgen  pura, 
Sola  el  sepulcro  mirando, 
Con  tal  angustia  y  tristura 
Cual  nunca  vio  criatura, 
Con  el  Hijo  contemplando...  „c  ¡anota.) 


184  HISTORIA    DE    LA    POESÍA   CASTELLANA 

las  reimpresiones  sueltas  que  de  ella  se  hicieron,  y  la  maleante  re- 
miniscencia que  de  dos  versos  de  ella  trae  Quevedo  en  la  Visita  de 
los  Chistes,  poniéndolos  en  boca  de  Pero  Grullo: 

Grandes  cosas  nos  dijeron 
Las  antiguas  profecías... 

El  tono  general  de  la  composición,  y  aun  el  metro,  parecen  muy 
acomodados  para  que  la  cantasen  los  ciegos  por  las  calles,  como  to- 
davía se  hace  con  otras  relaciones  análogas  en  los  días  solemnes  de 
la  Semana  Mayor.  Diego  de  San  Pedro  sigue  en  general  el  sagrado 
texto,  pero  á  veces  intercala  circunstancias  tomadas  de  fuentes  apó- 
crifas, por  ejemplo,  la  leyenda  de  Judas,  matador  de  su  padre  y  ma- 
rido de  su  madre,  como  Edipo. 

Hemos  mencionado  entre  las  novelas  escritas,  á  imitación  de  la 
Cárcel  de  Amor,  la  Cuestión  de  Amor,  obra  de  principios  del  siglo  xvi, 
mixta  de  prosa  y  verso,  y  cuyas  especiales  condiciones  requieren 

y  acaban: 

Al  que  plegué  despertar 

Nuestro  rudo  encendimiento, 

Dándonos  gracia  en  obrar, 

Y  el  saber  para  loar 

Su  alto  merecimiento. 

En  los  catálogos  de  Heber,  Bruuet  y  Salva,  se  describen  ediciones  góticas 
de  La  Passió  de  tiro  redemptor:  v  salvador  Jesu  xpo,  trobada  por  Diego  de  Sant 
Pedro. 

Las  ediciones  populares  de  esta  Pasión,  más  ó  menos  modernizada  en  ei 
lenguaje,  alcanzan  basta  fines  del  siglo  xvu.  Hemos  visto  dos  de  Madrid,  una 
por  Julián  de  Paredes,  1693,  y  otra  por  Francisco  Sanz,  1699,  y  una  de  Sevi- 
lla, por  Lucas  Martín  de  Hermosilin,  1700. 

Se  incluyó  sin  el  nombre  de  su  autor  en  el  Cancionero  y  Romancero  Sera- 
dos de  la  Biblioteca  de  Rivadeneyra  (núm.  969). 

A  las  obras  de  Diego  de  San  Pedro  mencionadas  hasta  aquí,  debe  añadirse 
una  ílgloga  pastoril,  que  principia: 

Dios  os  salve  acá,  ¿qué  hacéis? 

La  cita  Cañete,  sin  dar  más  noticias  sobre  ella,  en  su  prólogo  á  las  Farsa, 
y  Églogas  de  Lucas  Fernández. 

[Véase,  además,  acerca  de  Diego  de  San  Pedro  y  sus  obras,  á  M.  Menéndez 
y  Pelayo,  en  los  Orígenes  de  la  Novela.  (A.  />.)]. 


CAPITULO    XXIV  I65 

aquí  más  individual  noticia,  la  cual  no  parecerá  impertinente  si  se 
considera  que  esta  novela,  cuya  primera  edición  parece  ser  la 
de  I  5 13  (i),  logró  tal  boga  en  su  tiempo,  que  fué  reimpresa  diez  ó 
doce  veces  antes  de  1589;  Va  suelta,  ya  unida  á  la  Cárcel,  que  es 
como  más  fácilmente  suele  encontrarse.  Ticknor  y  Amador  de  los 
Ríos  hablaron  de  ella;  pero  con  mucha  brevedad,  y  sin  determinar 
su  verdadero  carácter,  ni  entrar  en  los  pormenores  de  su  composi- 
ción, ni  levantar  el  transparente  velo  que  encubre  sus  numerosas 
alusiones  históricas,  y  que  en  parte  ha  sido  descorrido  por  el  erudi- 
to napolitano  Benedetto  Croce,  en  un  estudio  muy  reciente  (2). 

El  título  de  la  Cuestión,  aunque  largo,  debe  transcribirse  á  la  letra, 
porque  indica  ya  la  mayor  parte  de  los  elementos  que  entraron  en 
la  confección  de  este  peregrino  libro:  Questión  de  amor  de  dos  ena- 
morados: al  tino  era  muerta  su  amiga;  el  otro  sirve  sin  esperanza  de 
galardón.  Disputan  quál  de  los  dos  sufre  mayor  pena.  Entretéxense 
en  esta  controversia  muchas  cartas  y  enamorados  razonamientos.  In- 
trodúcense  más  una  caza,  un  juego  de  cañas,  una  égloga,  ciertas  jus- 

(ij  La  más  antigua  edición  que  conozco  de  ia  Cuestión  de  Amor  es  la  de 
Valencia,  por  Diego  de  Gumiel:  acabóse  á  dos  de  Julio  año  de  mil  é  quinientos  y 
trece.  En  la  Biblioteca  imperial  de  Viena  existe  una  edición  sin  fecha,  que  pa- 
rece de  las  más  antiguas.  Hay  otras  de  Salamanca,  15197  1 539;  Venecia,  1 533 
con  esta  nota  final:  hizolo  estampar  miser  Juan  Bautista  Pedrezano,  mercader 
de  libros:  por  importunación  de  muy  muchos  señores  á  quien  la  obra  y  estilo  y  len- 
gua romance  castellana  muy  mucho  place;  correcta  de  las  letras  que  trastrocadas 
estavanse  'el  corrector  de  éste,  como  de  otros  muchos  libros  españoles  sali- 
dos de  aquella  imprenta,  fué  Francisco  Delicado,  autor  de  La  Lozana  Andalu- 
za); Medina  del  Campo,  1545,  y  Venecia,  por  Gabriel  Giolito,  1554  (añadidas 
al  fin  Trece  questiones  del  Philocolo,  de  Juan  Boccaccio,  traducidas  por  el  canó- 
nigo de  Toledo  Diego  López  de  Ayala),  con  unos  sumarios  en  verso  de  Diego 
de  Salazar,  que  primero  fue'  capitán  y  al  fin  ermitaño  (el  corrector  de  la  edición 
fué  Alfonso  de  Ulloa,  que  añadió  una  introducción  en  italiano  sobre  el  modo 
de  pronunciar  la  lengua  castellana);  Amberes,  1556,  1 576,  1598;  Salaman- 
ca, 1580,  etc.  En  estas  últimas  impresiones  va  unida  siempre  á  la  Cárcel,  pero 
con  paginación  distinta.  Hay  una  traducción  francesa  con  el  título  de  Le  de- 
but entre  dcux  gentils  hom/acs  esp'V*nols  (París,  1549,  por  Juan  Lou| 

(2)  Di  un  antico  romanzo  spa^nuolo  relativo  alia  storia  di  fcapoli,  La  Ques- 
tión de  Amor  en  <-l  Archwio  Slorico  'cr  le  firovincie  NapoUtane,  y  luego  en  tira- 
da aparte 


]86  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

las,  é  muchos  caballeros  et  damas,  con  diversos  et  muy  ricos  atavíos 
con  letras  et  invenciones.  Concluye  con  la  salida  del  señor  Visorrey 
de  Ñapóles:  donde  los  dos  enamorados  al  presente  se  hallavan:  para 
socorrer  al  soneto  padre:  donde  se  cuenta  el  número  de  aqtiel  lucido 
exército:  et  la  contraria  fortuna  de  Ravena.  La  mayor  parte  de  la  obra 
es  historia  verdadera:  compuso  esta  obra  un  gentilhombre  que  se  hallo 
presente  á  todo  ello. 

Basta  pasar  los  ojos  por  este  rótulo,  para  comprender  que  no  se 
trata  de  una  novela  puramente  sentimental  y  psicológica  á  su  modo, 
como  lo  es  la  Cárcel  de  Amor,  sino  de  una  tentativa  de  novela  his- 
tórica, en  el  sentido  más  lato  de  la  palabra,  ó  más  bien  de  una  no- 
vela de  clave,  de  una  pintura  de  la  vida  cortesana  de  Ñapóles,  de 
una  especie  de  crónica  de  salones  y  de  galanterías,  en  que  los  nom- 
bres propios  están  levemente  disfrazados  con  seudónimos  y  ana- 
gramas. La  segunda  parte,  es  decir,  todo  lo  que  se  refiere  á  los  pre- 
parativos de  la  batalla  de  Ravena,  es  un  trozo  estrictamente  históri- 
co, que  puede  consultarse  con  fruto  aun  después  de  la  publicación 
de  los  Diarios  de  Marino  Sañudo.  Poseer  para  época  tan  lejana  un 
libro  de  esta  índole  modernísima,  y  poder  con  su  ayuda  reconstruir 
un  medio  de  vida  social  tan  brillante  y  pintoresco  como  el  de  la  Ita- 
lia española  en  los  días  más  espléndidos  del  Renacimiento,  no  es 
pequeña  fortuna  para  el  historiador,  y  apenas  se  explica  que  hasta 
estos  últimos  años  nadie  intentara  sacarle  el  jugo  ni  descifrar  sus 
enigmas. 

El  primero  es  el  nombre  de  su  autor,  esto  es,  del  gentilhombre 
que  se  halló  presente  á  todo  y  escribió  la  historia,  y  éste  permanece 
todavía  incógnito,  aunque  puedan  hacerse  sobre  su  persona  algunas 
razonables  conjeturas.  Lo  que  con  toda  certeza  puede  asegurarse 
es  que  el  libro  fué  compuesto  entre  los  años  de  1508  á  1 5  I -2,  en 
forma  fragmentaria,  a  medida  que  se  iban  sucediendo  las  fiestas  y 
demás  acontecimientos  que  allí  se  relatan  de  un  modo  bastante 
descosido,  pero  con  picante  sabor  de  crónica  mundana. 

La  cuestión  de  casuística  amorosa  que  da  título  á  la  novela,  y 
que  es  sin  duda  lo  más  fastidioso  de  ella  para  nuestro  gusto  (si  bien 
tiene  alguna  curiosidad  literaria,  por  contener  en  substancia  los  dos 
temas  poéticos  que  admirablemente  desarrollan  los  pastores  Salido 


CAPÍTULO    XXIV  I87 

y  Nemoroso  en  la  égloga  primera  de  Garcilaso)  se  debate,  ya  por 
diálogo,  ya  por  cartas  (transmitidas  por  el  paje  Florisel),  entre  dos 
caballeros  españoles:  Vasquirán,  natural  de  Todomir  (¿Toledo?)  y 
Flamiano,  de  Valdeana  (¿Valencia?),  residente  en  la  ciudad  de  No- 
plesano,  que  seguramente  es  Ñapóles.  Vasquirano  ha  perdido  á  su 
dama  Violina,  con  quien  se  había  refugiado  en  Sicilia  después  de 
haberla  sacado  de  casa  de  sus  padres  en  la  ciudad  de  Circunda 
(;Zaragozar),  y  Flamiano  es  el  que  sirve  sin  esperanza  de  galardón 
á  la  doncella  napolitana  Belisena.  Esta  acción,  sencillísima  y  traba- 
da con  mu}7'  poco  arte,  tiene  por  desenlace  la  muerte  de  Flamiano 
en  la  batalla  de  Ravena,  cuyas  tristes  nuevas  recibe  Vasquirán,  en 
Sicilia,  por  medio  del  paje  Florisel,  que  le  trae  la  última  carta  de 
su  amigo,  carta  que,  para  mayor  alarde  de  fidelidad  histórica,  está 
fechada  él  1 7  de  Abril  de  1 5 12  en  Ferrara. 

El  cuadro  general  de  la  novela  vale  poco,  como  se  ve;  lo  impor- 
tante, lo  curioso  y  ameno,  lo  que  puede  servir  de  documento  al 
historiador  y  aun  excitar  agradablemente  la  fantasía  del  artista,  son 
las  escenas  episódicas,  la  pintura  de  los  deportes  y  gentilezas  de  la 
culta  sociedad  de  Ñapóles,  la  justa  real-,  el  juego  de  cañas,  la  cace- 
ría, la  égloga  (que  tiene  todas  las  trazas  de  haber  sido  representada 
con  las  circunstancias  que  allí  se  dicen  (i),  y  que  si  bien  escasa  de 
acción  y  movimiento,  compite  en  la  expresión  de  los  afectos  y  en  la 
limpia  y  tersa  versificación  con  lo  mejor  que  en  los  orígenes  de  nues- 
tra escena  puede  encontrarse),  la  descripción  menudísima  de  los 
trajes  y  colores  de  las  damas,  de  las  galas  y  los  arreos  militares  de 
los  capitanes  y  gente  de  armas  que  salieron  para  Ravr-na  con  el 
virrey  D.  Raimundo  de  Cardona;  todo  aquel  tumulto  de  fiestas,  de 
armas  y  de  amores  que  la  dura  fatalidad  conduce  á  tan  sangriento 
desenlace. 

llfllamente  define  el  Sr.  Croce  el  peculiar  interés  y  el  atractivo 
estético  que  produce,  no  hay  que  negarlo,  la  lectura  de  una  novela, 
por  otra  parte  tan  mal  compuesta,  zurcida  como  de  rr  tazos,  á  guisa 
de  centón  ó  de  libro  de  memorias.   «Aquella  elegante  sociedad  de 

(1)  Era  ya  frecuente  en  Italia  la  representación  de  piezas  españolas.  Cons- 
ta que  en  6  de  Enero  de  15  13  fué  recitada  en  Roma  una  égloga  de  Juan  del 
Enzina,  probablemente  la  fie  Plácida  y  Viioriano. 


í¿>8  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

caballeros,  dada  á  los  amores,  á  los  juegos,  á  las  fiestas,  recuerda 
un  fresco  famoso  del  Camposanto  de  Pisa,  aquella  alegre  compañía 
que,  solazándose  en  el  deleitoso  vergel,  no  siente  que  se  aproxima 
con  su  guadaña  inexorable  la  Muerte.  En  medio  de  las  diversiones, 
llega  la  noticia  de  la  guerra:  el  virrey  recoge  aquellos  elegantes  ca- 
balleros y  forma  con  ellos  un  ejército  que  parte,  pomposamente 
adornado,  lleno  de  esperanzas,  entre  los  aplausos  de  las  damas  que 
asisten  á  la  partida.  Algunos  meses  después,  aquella  sociedad,  aquel 
ejército  yacía  en  gran  parte  solo,  sanguinoso,  perdido  entre  el  fango 
de  los  campos  de  Ravena.» 

¿Hasta  qué  punto  puede  ser  utilizada  la  Cuestión  de  Amor  como 
tuente  histórica?;  ó,  en  otros  términos,  ¿hasta  dónde  llega  en  ella  la 
parte  de  ficción?  El  autor  dice  que  «la  mayor  parte  de  la  obra  es 
historia  verdadera»;  pero  en  otro  lugar  advierte  que  «por  mejor 
guardar  el  estilo  de  su  invención,  y  acompañar  y  dar  más  gracia  á 
la  obra,  mezcla  á  lo  que  fué  algo  de  lo  que  no  fué».  En  cuanto  á  los 
personajes,  no  cabe  duda  que  en  su  mayor  parte  son  históricos,  y 
el  autor  mismo  nos  convida  á  especular  «por  los  nombres  verda- 
deros, los  que  en  lugar  d'  aquellos  se  han  fengidos  ó  transfigu- 
rados». 

A  nuestro  entender,  B.  Croce  ha  descubierto  la  clave.  Ante 
todo,  hay  que  advertir  que,  según  el  sistema  adoptado  por  el  nove- 
lista, la  primera  letra  del  nombre  fingido  corresponde  siempre  á  la 
inicial  del  nombre  verdadero.  Pero  como  diversos  nombres  pueden 
t';ner  las  mismas  iniciales,  este  procedimiento  no  es  tan  seguro  como 
otro  que  constantemente  sigue  el  anónimo  narrador;  es,  á  saber:  la 
confrontación  de  los  colores  en  los  vestidos  de  los  caballeros  y  de 
las  damas,  puesto  que  todo  caballero  lleva  los  colores  de  la  dama  á 
quien  sirve.  Y  como  en  la  segunda  parte  de  la  obra,  al  tratar  de  los 
preparativos  de  la  expedición  á  Ravena,  los  gentileshombres  están 
designados  con  sus  nombres  verdaderos,  bien  puede  decirse  que  la 
solución  del  enigma  de  la  Cuestión  de  Amor  está  en  la  Cuestión 
misma,  por  más  que  nadie  que  sepamos  hubiera  caído  en  ello  hasta 
que  la  docta  y  paciente  sagacidad  del  Sr.  Croce  lo  ha  puesto  en 
claro,  no  sólo  presentando  la  lista  casi  completa  de  los  personaje* 
disfrazados  en  la  novela,  sino  aclarando  el  argumento  principal  de 


CAPÍTULO    XXIV  ]  89 

la  obra,  que  parece  tan  histórico  como  todo  lo  restante  de  ellaT 
salvo  circunstancias  de  poca  monta  puestas  para  descaminar,  ó  más 
bien  para  aguzar  la  maligna  curiosidad  de  los  contemporáneos.  Es 
cierto  que  todavía  no  se  ha  podido  quitar  la  máscara  á  Vasquirán, 
á  Flamiano,  ni  á  la  andante  y  maltrecha  Violina;  pero  lo  que  sí  re- 
sulta más  claro  que  la  luz  del  día,  es  que  la  Belisena,  á  quien  ser- 
vía el  valenciano  Flamiano  (;D.  Jerónimo  Fenollet?)  con  amor  ca- 
balleresco y  platónico,  sin  esperanza  de  galardón,  era  nada  menos 
que  la  futura  reina  de  Polonia,  Bona  Sforza,  hija  de  Isabel  de  Ara- 
gón, duquesa  de  Milán,  á  quien  en  la  novela  se  designa  con  el  título 
ligeramente  alterado  de  duquesa  de  Meliano,  que  era  una  muy  noble 
señora  viuda,  y  residía  con  sus  dos  hijas,  ya  en  Ñapóles,  ya  en 
Barí.  Esta  pobre  reina  Bona,  cuyas  aventuras,  andando  el  tiempo, 
dieron  bastante  pasto  á  la  crónica  escandalosa,  no  parece  haber 
escapado  siempre  de  ellas  tan  ilesa  como  de  manos  del  comedido 
hidalgo  Flamiano,  ni  haberse  mostrado  con  todos  sus  galanes  tan 
dura,  esquiva  y  desdeñosa  como  con  aquel  pobre  y  transido  ama- 
dor, al  cual  no  sólo  llega  á  decirle  que  recibe  de  su  pasión  mucho- 
enojo,  sino  que  añade  con  ásperas  palabras:  «y  aunque  tú  mil  vidas, 
»como  dices,  perdieses,  yo  dellas  no  he  de  hazer  ni  cuenta  ni  me- 
»moria».  A  lo  cual  el  impertérrito  Flamiano  responde:  «Señora, 
»si  quereys  que  de  quereros  me  aparte,  mandad  sacar  mis  huessos, 
»y  raer  de  allí  vuestro  nombre,  y  de  mis  entrañas  quitar  vuestra 
figura.» 

Los  demás  personajes  de  la  novela  han  sido  identificados  casi 
todos  por  Croce,  con  ayuda  de  los  Diarios  de  Passaro.  El  Conde 
Davertino  es  el  conde  de  Avellino;  el  Prior  de  Mariana  es  el  prior 
de  Messina;  el  Duque  de  Be/isa  es  el  duque  de  Bisceglie;  el  Conde 
de  Porcia  es  el  conde  de  Potenza;  el  Marqués  de  Persiana  es  el 
marqués  de  Pescara;  el  señor  Fabricano  es  Fabricio  Colonna;  Atti- 
neo  de  Levesiu  es  Antonio  de  Leyva;  el  Cardenal  de  Brujas,  el 
'  "ardenal  de  Borja;  Atareos  de  Reyncr,  el  capitán  Alarcón;  Pomarin, 
el  capitán  Pomar;  Alvaladcr  de  Caronis,  Juan  de  Alvarado;  la  Du- 
quesa de  Francoviso,  la  duquesa  de  Francavilla;  la  Princesa  de  Sala- 
diño,  la  princesa  de  Salerno;  la  Condesa  de  Traviso,  la  de  Trivento; 
la  Princesa  de  Salusana,  la   princesa  Sanseverino  de  Bisignano.  Y 


I9O  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

luego,  por  el  procedimiento  de  parear  los  colores,  puede  cualquier 
aficionado  á  saber  intrigas  ajenas  penetrar  en  las  intimidades  de 
aquella  sociedad,  como  si  hubiese  vivido  largos  años  en  ella. 

Esta  sociedad  bien  puede  ser  calificada  de  italo-hispana  y  aun  de 
bilingüe.  Menos  de  medio  siglo  bastó  en  Ñapóles  para  extinguir  los 
odios  engendrados  por  la  conquista  aragonesa.  «Todos  estos  caba- 
lleros, mancebos  y  damas,  y  muchos  otros  príncipes  y  señores 
»(dice  el  autor  de  la  Questión)  se  hallavan  en  tanta  suma  y  manera 
»de  contentamiento  y  fraternidad  los  unes  con  los  otros,  assí  los 
» españoles  unos  con  otros,  como  los  mismos  naturales  de  la  tierra 
»con  ellos,  que  dudo  en  diversas  tierras  ni  reynos  ni  largos  tiem- 
»pos  passados  ni  presentes  tanta  conformidad  ni  amor  en  tan  esfor- 
»zados  y  bien  criados  caballeros  ni  tan  galanes  se  hayan  hallado.» 
Las  fiestas  que  en  la  novela  se  describen,  las  justas  de  ocho  carreras, 
la  tela  de  justa  real  ó  carrera  de  la  lanza,  y  sobre  todo  el  juego  de 
cañas  y  quebrar  las  alcancías,  son  estrictamente  españolas,  y  no  lo 
es  menos  el  tinte  general  del  lenguaje  de  la  galantería  en  toda  la 
novela,  que,  con  parecer  tan  frivola,  no  deja  de  revelar  en  algunos 
rasgos  la  noble  y  delicada  índole  del  caballero  que  la  compuso.  Es 
muy  significativo  en  esta  parte  el  discurso  de  Vasquirán  á  su  amigo 
al  partir  para  la  guerra,  enumerando  las  justas  causas  que  debían 
moverle  á  tomar  parte  en  tal  empresa.  «La  una  yr  en  servicio  de  la 
» Iglesia,  como  todos  is:  la  otra  en  el  de  tu  rey,  como  todos  deben: 
»la  otra  porque  vas  á  usar  de  aquello  para  que  Dios  te  hizo, 
»que  es  el  hábito  militar,  donde  los  que  tales  son  como  tú,  ganan 
t»1o  que  tú  mereces  y  ganarás:  la  otra  y  principal,  que  llevas  en 
»tu  pensamiento  á  la  señora  Belisena,  y  dexas  tu  corazón  en  su 
poder.» 

La  Cuestión  de  Amor  encontró  gracia  ante  la  crítica  de  Juan  de 
Valdés,  aunque  prefería  el  estilo  de  la  Cárcel: — «Del  libro  de  Ques- 
ttión  de  Amor,  ¿que  os  parecer — Muy  bien  la  invención  y  muy  ga- 
» lanos  los  primores  que  hay  en  él,  y  lo  que  toca  á  la  questión  no 
í>está  mal  tratado  por  la  una  parte  y  por  la  otra.  El  estilo,  en  quan- 
»to  toca  á  la  prosa,  no  es  malo,  pudiera  bien  ser  mejor;  en  quanto 
»toca  al  metro,  no  me  contenta. — Y  de  Cárcel  dr  Amor,  ¿qué  me 
sdezís? — El  estilo  desse  me  parece  mejor...» 


CAPITULO    XXIV  ig  [ 

Lo  es,  en  efecto,  y  no  hay  duda  de  que  al  anónimo  autor  de  Ja 
Cuestión  se  le  pegaron  demasiados  italianismos.  Pero  tal  como  está, 
su  obra  resulta  agradable  é  interesante,  como  pintura  de  una  corte 
que,  distando  mucho  de  ser  un  modelo  de  austeridad,  era  por  lo 
menos  muy  elegante,  bizarra,  caballeresca  y  animada.  Otro  docu- 
mento tenemos  en  el  Cancionero  General  para  restaurarla  mental- 
mente, y  es  una  larga  poesía  con  este  encabezamiento:  Dechado  de 
amor,  hecho  por  Vázquez  á  petición  del  Cardenal  de  Valencia,  ende- 
rezado á  la  Reina  de  Ñapóles.  Esta  poesía  se  compuso,  probable- 
mente, en  1 5 IO.  No  puede  ser  posterior  á  1511,  porque  en  ella 
aparecen  todavía  como  vivos  el  cardenal  de  Borja,  !a  princesa  de 
Salerno,  la  condesa  de  Avellino  y  la  princesa  de  Bisignano,  todos 
los  cuales  fallecieron  en  aquel  año.  No  puede  ser  anterior  á  1 509, 
porque  en  este  año  se' celebraron  en  Ischia  las  bodas  de  Victoria 
Colonna,  que  ya  aparece  citada  como  Marquesa  de  Pescara  en  este 
Dechado.  El  Vázquez  que  le  compuso  parece  hasta  ahora  persona 
ignota;  ¿será  el  mismo  Vázquez  ó  Velázquez  de  Avila,  á  quien  por 
diversos  indicios  atribuye  D.  Agustín  Duran  un  rarísimo  cancione- 
rillo  ó  colección  de  trovas,  existente  en  el  precioso  volumen  de  plie- 
gos sueltos  góticos  que  perteneció  á  la  biblioteca  de  Campo- Alange? 
¿Será,  como  B.  Croce  insinúa  (i),  el  mismo  Vasquirán  que  interviene 
en  la  Cuestión  de  Amor,  y  que  es  quizá  el  autor  de  la  novelar  Lo 
cierto  es  que,  entre  el  Dechado  y  ella  hay  parentesco  estrechí- 
simo, y  que  cada  una  de  estas  piezas  puede  servir  de  ilustración  á 
la  otra. 

El  galante  Cardenal  de  Valencia,  que  ordenó  á  Vázquez  la  com- 
posición de  este  Dechado,  no  era  otro  que  Luis  de  Borja,  y  aun  es 
el  que  lleva  la  palabra  en  todo  el  poemita,  cuya  traza  se  reduce  á 
rogar  á  la  triste  reina  de  Ñapóles  y  á  sus  damas,  enumerándolas  una 
por  una,  que  labren  cada  cual  un  paño  en  que  se  vean  tejidos  los 
padecimientos  de  sus  fieles  servidores. 

¿Quién  era  esta  triste  reina}  Todos  hemos  leído,  ya  en  el  Roman- 
cero de  Duran,  ya  en  la  Primavera,  de  Wolf,  un  sentido  y  bello  ro- 

( 1 )  La  corte  dellc  Tris  ti  Regina  a  Napoli  (en  el  Ar  chuno  S lo  rico  per  le  provin- 
cie  Napolctane,  1894). 


TQ2  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

manee  que  puede  tenerse  por  uno  de  los  últimos  genuinament» 
populares,  y  que,  á  pesar  de  sus  anacronismos,  es  sin  duda  poco 
posterior  á  las  catástrofes  que  recuerda: 

Emperatrices  y  reinas, 
Cuantas  en  el  mundo  había, 
Las  que  buscáis  la  tristeza 
Y  huís  de  la  alegría. 
La  triste  reina  de  Ñapóles 
Busca  vuestra  compañía... 


Vínome  lloro  tras  lloro, 
Sin  haber  consuelo  un  día.... 
Yo  lloré  al  rey  mi  marido, 
Que  deste  mundo  partía; 
Yo  lloré  al  rey  Don  Alfonso 
Porque  su  reino  perdía; 
Lloré  al  rey  Don  Fernando, 
La  cosa  que  más  quería; 
Yo  lloré  una  su  hermana, 
Que  era  la  reina  de  Hungría: 
Lloré  al  príncipe  Don  Juan, 
Que  era  la  flor  de  Castilla... 

Subiérame  en  una  torre, 
La  más  alta  que  tenía, 
Por  ver  si  venían  velas 
De  los  reinos  de  Castilla: 
Vi  venir  unas  galeras, 
Venían  de  Andalucía; 
Dentro  viene  un  caballero. 
Grao  Capitán  se  decía: 
—  Bien  vengáis,  el  caballero, 
Buena  fué  vuestra  venida... 


En  la  triste  reina  de  Ñapóles  del  romance,  se  confunden  dos  perso- 
nas, madre  é  hija,  entrambas  reinas  destronadas  de  la  dinastía  arago- 
nesa de  Ñapóles,  y  entrambas  del  mismo  nombre,  por  lo  cual  suele 
distinguírselas  llamándolas  Juana  III  y  Juana  IV.  La  madre  fué  her- 
mana del  Rey  Catolice-  y  viuda  del  rey  Fernando  ó  Ferrante  I  de  Ña- 
póles; la  hija,  viuda  del  llamado  rey  Ferrantino.  Una  y  otra,  siguien- 
do una  costumbre  aristocrática  de  aquel  siglo,  introducida,  al  paré- 


CAPITULO    XXIV  193 

cer,  por  los  españoles,  firmaban  en  sus  cartas  y  diplomas,  Yo  la  triste 
Reina,  así  como  Doña  Marina  de  Aragón,  hija  del  duque  de  Villa- 
hermosa,  D.  Alonso,  se  firmaba  la  syn  ventura  Princesa  de  Salerno. 
De  la  triste  reina  madre  se  ha  dicho,  al  parecer  sin  fundamento,  que 
fué  cantada  por  el  poeta  italo-hispano  Chariteo,  con  el  nombre  de 
Luna;  pero  ni  Pércopo,  reciente  editor  de  sus  rimas,  ni  tampoco 
8.  Croce,  son  (i)  de  esta  opinión.  Ambas  señoras  residieron  bastante 
tiempo  en  España,  entretenidas  con  vanas  promesas  de  reparación 
por  el  Rey  Católico,  y  en  su  compañía  volvieron  á  Ñapóles  en  1 506, 
estableciéndose  en  Castel  Capuano  con  título  y  consideración  de 
reinas,  y  reuniendo  en  torno  suyo  una  verdadera  corte  de  princesas 
destronadas  ó  venidas  á  menos,  como  la  Duquesa  de  Milán,  su  hija 
Bona  Sforza,  y  la  reina  Beatriz  de  Hungría.  A  pesar  de  tantas  triste- 
zas juntas,  la  vida  que  se  hacía  en  aquel  castillo  á  principios  del  si- 
glo xvi  parece  haber  sido  muy  amena  y  regocijada: 

O  felice  di  mille  e  milleamanti 
Diporto,  e  di  regal'donne  diletto, 
Albergo  memorabüe  ed  eletto 
A  diversi  piacer  quest'anni  avanti!... 

así  exclamaba  un  poeta  del  tiempo,  Galeazzo  di  Tarsia.  Dicen 
malas  lenguas  (que  nunca  han  faltado,  aun  entre  los  cronistas  gra- 
ves) que  de  la  triste  reina  madre  era  muy  amorosamente  favoreci- 
do el  duque  de  Ferrandina,  D.  Juan  Castriota,  y  que  nuestro  gran 
soldado  Hernando  de  Alarcón  (el  señor  Alarcón,  que  decían  en  Ita- 
lia) ayudaba  á  conllevar  las  tristezas  á  la  hija.  Otras  cosas  más  gra 
ves  se  cuentan,  y  dignas  de  andar  en  melodrama,  del  género  de  La 

(1)     La  estrofa  referente  á  ella,  dice  así: 

Vos  á  quien  mi  alma  adora, 
De  seda  floxa  encarnada 
Labrad  un  lazo,  señora, 
Do  se  muestre  cada  hora 
Mi  libertid  enlazada; 
Y  unos  mármoles  rompidos 
En  torno  desconcertado?, 
Donde  estarán  assentados 
Mis  males  que,  de  pesados, 
Están  en  tierra  caydos. 
Hmíndv.2   y   Pi-xayo.— Poesía  castellana    III.  ,, 


1 94  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Tour  de  Xesle;  pero  ellas  mismas  están  mostrando  su  carácter  de  in- 
vención fantástica,  por  lo  mucho  que  se  parecen  á  otras  leyendas 
más  antiguas. 

Esta  sociedad  es  la  que  pone  á  nuestra  vista  el  Dechado  de  Váz- 
quez, que  en  cierto  modo  puede  servir  de  complemento  é  ilustra- 
ción á  la  Cuestión  de  Amor.  Las  damas  enunciadas  son:  Doña  Juana 
Castriota,  Doña  María  Enríquez,  á  quien  servia  cortesanamente  el 
mismo  Cardenal  de  Valencia,  inspirador  del  poema  (i),  la  duquesa 
de  Gravina,  Doña  Juana  de  Villamarín,  Doña  María  Cantelmo,  Doña 
Fórfida  (de  quien  era  servidor  el  marqués  de' Pescara),  Doña  Ánge- 
la de  Vilaragut,  Doña  María  Carroz,  Diana  Gambacorta  (que  era  fa- 
vorita de  la  reina),  María  Sánchez,  Doña  Leonora  de  Beaumonte,  la 
señora  Maruxa,  Doña  Violante  Centellas.  Después  vienen,  en  grupo 
distinto,  la  duquesa  de  Milán  y  su  hija  Bona,  las  princesas  de  Sa- 
lerno  y  Bisignano,  Doña  María  de  Alife  y  la  marquesa  de  Pescara, 
ó  sea  la  divina  Victoria  Colonna,  muy  joven  todavía  y  recién  casa- 
da, lo  cual  no  era  obstáculo  para  que,  según  los  usos  del  tiempo,  la 
sirviese  con  amor  puramente  platónico  y  caballeresco  el  marqués 
de  Bitonto  Juan  Francisco  Acquaviva,  uno  de  los  héroes  de  la  jor- 
nada de  Ravena.   Otros  versos  hay,  así  en  el  Cancionero  General, 

(i)  Versi  spagnuoli  in  lode  di  Lucrada  B orgia,  Duchessa  di  Ferrara  e  delle 
sne  damigelle.  ^Xapoli,  1 894.1  Están  sacados  del  mismo  códice  (Poesie  diver- 
se, xiii,  G.  42-43),  donde  se  halla  la  variante  del  Diálogo  entre  el  amor  y  un 
viejo,  de  que  luego  daré  cuenta. 

Sospecha  Croce  que  este  anónimo  poeta  fuese  aragonés.  A  mí  no  me  lo 
parece,  y  no  es  gran  prueba  de  afecto  á  Aragón  lo  que  dice  de  sus  damas,  á  do 
ser  que  lo  de  grossedad  haya  de  entenderse,  no  en  sentido  de  grosería  ó  poco 
aliño,  ni  tampoco  en  el  de  gordura,  sino  en  el  de  generalidad,  como  si  dijéra- 
mos la  mayor  parte: 

Por  huir  prolexidad, 

Dexo  estar  las  ferraresas, 
nue  np  sé  su  propiedad, 
Puesto  que  en  su  grossedad 
Parecen  aragonesas. 

Muchas  muestran  hermosura, 
Otras  gala  y  gentileza, 
Alguna  tiene  cordura, 
Otras  con  desenvoltura 
Contruhazen  la  belleza. 


CAPITULO    XXIV  195 

como  en  el  de  burlas  provocantes  á  risa,  que  evidentemente  fueron 
compuestos  en  Xápoles  en  estos  primeros  años  del  siglo  xvi,  y  que 
aluden  á  casos  y  personas  de  aquella  sociedad;  por  ejemplo,  la  dia- 
bólica y  picana  Visión  Deleitable,  de  autor  anónimo,  la  cual  nada 
tiene  que  ver  con  el  grave  y  filosófico  libro  del  Bachiller  Alfonso 
de  la  Torre,  que  lleva  el  mismo  título.  En  ella  figuran,  pero  ¡de  qué 
suerte!  las  mismas  encopetadas  señoras  en  cuyo  honor  se  compuso 
el  Dechado. 

Así  en  el  asunto  como  en  el  metro,  tiene  esta  composición  de 
Vázquez  grandísima  analogía  con  ciertos  versos  castellanos  com- 
puestos en  Ferrara  en  loor  de  Lucrecia  Borja  y  de  sus  damas, 
salvo  que  el  Dechado  es  mucho  más  ingenioso  y  está  mejor  escrito. 
Estos  versos  forman  parte  de  un  códice  misceláneo  de  la  Biblioteca 
Nacional  de  Ñapóles,  y  han  sido  recientemente  dados  á  luz  por 
B.  Croce  (i). 

A  primera  vista  pudiera  dudarse  cuál  es  la  duquesa  de  Ferrara 
á  quien  en  estos  versos  se  celebra,  puesto  que  la  composición  no 
tiene  fecha,  y  la  letra  lo  mismo  puede  ser  de  fines  del  siglo  xv  que 
de  principios  del  xvi.  Y  hasta  por  la  circunstancia  de  hallarse  tal 
composición  en  un  Códice  napolitano,  pudiera  alguien  creer  que  se 
refería  á  Leonor  de  Aragón,  hija  del  rey  Ferrante  y  casada  en  1473 
con  el  duque  de  Ferrara,  Hércules  de  Este.  Pero  toda  duda  des- 
aparece leyendo  el  Loor  de  las  damas  de  la  duquesa,  todas  las  cua- 
les, sin  excepción,  constan  como  damas  de  Lucrecia  en  los  Diarios 
de  Sañudo,  y  en  otros  documentos  del  tiempo,  y  son:  Madama  Isa- 
beta  la  honrada  (Elisabetha  Senese),  la  señora  doña  Ángela  (Doña 


(1)  Es  sabido  que  en  algún  tiempo  se  consideró  á  Lucrecia  Borja  como 
poetisa  castellana;  pero  hoy  es  cosa  averiguada  que  los  versos  de  su  mano 
que  hay  en  la  Ambrosiana  no  son  originales,  sino  copiados  de  los  cancione- 
ros. Casi  otro  tanto  puede  decirse  de  los  que  componía  el  Cardenal  Bembo 
para  hacerse  grato  á  los  ojos  de  Lucrecia,  haciéndola  la  corte  en  su  lengua  y 
lisonjeando  su  amor  propio  nacional  con  decir  que  el  castellano  era  idioma 
más*  propio  de  la  galantería,  porque  ile  vezzose  dolcezze  degli  spagmtolt  ritro- 
vamtnti  nella  grave  purita  delta  toscana  lingua  non  kanno  luogo,  e  se  pórtale  vi 
son,  non  veré  e  natiepasiotto,  mafinte  e  si/ amere  (Vid.  el  estudio  de  B.  Morso- 
Hn,  Pietro  Bembo,  t  Lucrezia  Borgia,  Roma,  1885). 


ig6  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Ángela  de  Borja),  la  gentil  Nicola  (Nicola  Senese),  la  honesta  Jeró- 
nima  (Jerónima  Senese),  la  señora  Cindya,  la  virtuosa  Catalinolla 
napolitana,  la  estimada.  Catalinela,  la  honrada  Juana  Rodríguez. 
Luego  se  elogia  á  todas  en  general,  y,  finalmente,  como  for- 
mando grupo  aparte,  sin  duda  por  su  menor  jerarquía  en  ¡a  casa 
y  servidumbre  de  Lucrecia,  se  nombra  á  la  Samaritana  y  á  Ca- 
mila (Camilla  Fiorentina),  terminando  con  el  elogio  general  de  las 
íerraresas. 

Los  versos,  aunque  bastante  fáciles  y  galanos,  no  tienen  mérito 
especial  ni  traspasan  la  línea  de  lo  más  vulgar  y  adocenado  que  en 
los  cancioneros  suele  encontrarse.  Además,  los  elogios  de  la  duque- 
sa y  de  sus  damas  son  tan  vagos,  que  apenas  puede  sacarse  subs- 
tancia de  ellos  para  la  historia  anecdótica  de  aquella  corte,  tan  ca- 
lumniada por  la  musa  romántica.  Lo  único  que  resulta  claro  es  el 
entusiasmo  del  poeta  por  Lucrecia,  siendo  la  suya  una  voz  más  que 
viene  á  unirse  al  coro  de  tantos  poetas  latinos  é  italianos  como  ce- 
lebraron, no  sólo  su  hermosura,  sino  su  recato  y  honestidad  y 
otras  diversas  prendas  y  virtudes: 

Soys,  duquesa  tan  real, 
En  Ferrara  tan  querida, 
Qu'el  bueno  y  el  criminal, 
De  todos  en  general, 
Soys  amada,  soys  temida... 


Ánima  que  nunca  yerra, 
Soys  un  lauro  divinal; 
Soys  la  gloria  desta  tierra, 
Soys  la  paz  de  nuestra  guerra, 
Soys  el  bien  de  nuestro  mal. 

Soys  quien  no  debiera  ser 
Del  metal  que  somos  nos. 
Mas  quísolo  Dios  hazer 
Por  darnos  á  conoscer 
Quién  es  é!,  pues  hizo  á  vos. 

De  los  vicios  soys  ajena, 
De  las  virtudes  escala, 
De  la  cordura  cadena, 


CAPITULO    XXIV  197 


Nunca  errando  cosa  buena, 
Nunca  hazéis  cosa  mala... 

Guarnecéis  con  caridad 
Las  obras  de  devoción, 
Ganáis  con  la  voluntad, 
Conserváis  con  la  verdad, 
Gobernáis  con  la  razón. 

Alegráis  los  virtuosos, 
Quitáis  los  malos  de  vos, 
Despedís  los  maliciosos, 
Desdeñáis  á  los  viciosos; 
Sobre  todo  amáis  á  Dios. 

Mas  aunque  lo  digo  mal, 
Digo  que  son  las  hermosas 
Ante  vos,  ser  divinal, 
Cual  es  el  pobre  metal 
Con  ricas  piedras  preciosas. 

Son  con  vuestra  perfición 
Qual  la  noche  con  el  día, 
Qual  con  descanso  prisión, 
Qual  el  Viernes  de  pasión 
Con  la  Pascua  de  alegría. 

Teniendo  tan  alto  ser. 
Siempre  habéis  representado, 
En  las  obras  el  valer, 
En  la  razón  el  saber, 
En  la  presencia  el  estado. 

Y  la  gran  bondad  d'aquel 
Que  tal  gracia  puso  en  vos, 
Os  midió  con  tal  nivel 
Para  que  alabemos  de  él 
Quando  viésemos  á  vos. 

Soys  y  fuisteis  siempre  una 
En  los  contrastes  y  pena, 
Resistiendo  á  la  fortuna; 
No  tenéis  falta  ninguna, 
No  tenéis  cosa  no  buena. 

Pues  ¿quien  podrá  recontar 
Por  más  que  sepa  dezir, 
Vuestro  discreto  hablar, 


Íg8  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Vuestro  gracioso  mirar, 
Vuestro  galano  vestir: 

Ua  poner  de  tal  manera, 
De  tal  forma  y  de  tal  suerte. 
Que,  aunque  la  gala  muriera, 
En  vuestro  dechado  oviera 
La  vida  para  su  muerte. 


En  la  tierra  vos  soys  una 
En  medio  vuestras  doncellas, 
Más  luciente  que  ninguna, 
Como  en  el  cielo  la  luna 
Entre  las  claras  estrellas. 

¡Oh  quántas  veces  contemplo 
Con  quán  dulces  melodías 
Iréis  al  eterno  templo, 
Segund  muestra  vuestro  exemplo 
Ya  después  de  largos  dias! 

Pues  tan  entera  ventura 
A  que  Dios  traeros  quiso 
Por  las  ondas  de  tristura, 
Fué  por  valle  d'amargura. 
Meteros  en  Parayso;. 

Donde  todo  lo'  pasado 
Es  en  gloria  convertido. 
Pues,  siendo  aquello  olvidado    i  , 
Poseyendo  tal  estado, 
Alcanzaste  tal  marido. 

Estas  quintillas,  aparte  de  la  curiosidad  de  su  asunto,  tienen  el 
interés  de  ser  una  de  las  más  antiguas  muestras  de  la  poesía  caste- 
llana cultivada  en  las  cortes  de  Italia.  Pero  no  fué  ciertamente  la 
única  en  su  tiempo,  puesto  que  los  italianos  patriotas,  (.orno  el  Ga- 
lateo  en  su  tratado  De  cilucatione,  se  quejan  acerbamente  de  la  boga 
que  alcanzaban  las  coplas  de  los  cancioneros  españoles,  con  prefe- 
rencia á  los  versos  italianos.  Entre  los  muchos  poetas  que  en  1504 
deploraron  la  muerte  de  Seraphino  Aquilano,  hay  por  lo  menos  tres 

1 1      Alude  á  los  primeros  é  infelices  matrimonios  de  Lucrecia, 


CAPITULO    XXIV  199 

españoles:  Diego  Velázquez,  sevillano;  Juan  Sobrarías,  de  Alcañiz, 
y  el  portugués  Enrique  Cayado.  Y  si  había  algún  Carideu  ó  Gareth 
que  abandonase  su  nativa  lengua  catalana  y  hasta  su  apellido,  trans- 
formándole en  Chariteo,  no  faltaban,  en  cambio,  italianos  que  co- 
menzasen á  versificar  en  castellano,  como  Galeotto  del  Carretto  (1). 

Además  del  reino  aragonés  de  Ñapóles,  influyó  en  esta  comu- 
nicación intelectual  el  poderío  de  la  familia  de  los  Borjas,  que  tan 
tenazmente  española  se  mantuvo,  aun  medio  siglo  después  de  tras- 
plantada á  Italia,  y  tan  vivas  relaciones  de  parentesco  y  amistad 
conservaba  en  nuestra  penísula.  El  docto  editor  de  los  versos  en 
alabanza  de  Lucrecia,  hace  notar  á  este  propósito,  que  en  muchos 
actos  notariales  de  la  familia  de  los  Borjas,  extendidos  en  Italia,  se 
emplea  el  dialecto  valenciano:  que  no  son  pocas  las  cartas  que  nos 
quedan  en  castellano  de  Alejandro  VI  y  de  sus  hijos,  lo  cual  induce 
á  pensar  que  los  que  formaban  esta  fiera  colonia  española  en  Italia 
acostumbraban  usar  entre  sí  la  lengua  de  la  madre  patria;  y,  final- 
mente, que  no  faltan  otros  vestigios  de  costumbres  y  hábitos  espa- 
ñoles en  la  vida  de  los  Borjas,  puesto  que  de  César  sabemos  que 
era  aficionado  al  toreo  y  fortísimo  derribador  de  reses  bravas,  y  de 
su  hermana  Lucrecia  que  gustaba  mucho  de  bailar  danzas  españolas, 
y  según  un  pasaje  del  Diario  de  Burchardo,  solía  mostrarse  en  pú- 
blico vestida  y  ataviada  á  la  española:  exivit  ipsa  domina  Lucretiá 
in  veste  brocati  auri  circuíala,  more  hispánico,  cuvi  longa  cauda  quam 
quaedam  pue/la  deferebat  post  eam  (21. 

Claro  es  que  este  influjo  había  de  ser  mirado  con  c<-\\o  por  los 
italianos  patriotas,  que  se  dolían  amargamente  de  la  servidumbre 
de  su  país  y  aborrecían  de  todo  corazón  lo  mismo  á  los  españoles 


(1)  El  eruditísimo  A.  Farinelli,  en  un  artículo  de  la  Rassegna  Bibliogm- 
fua  de.Ua  letieratura  italiana  (Pisa,  .Mayo  de  1894),  añade  otros  nombres  en 
las  Froitole  de  Andrea  Antico  di  Montona  (Roma,   1518— Venecia,   1520)  son 

Castellanas  nueve  composiciones  de  las  cuarenta  v  cinco  que   contiene  el  li- 
bro.  Otras  tres  en  la  misma   lengua   hay  en  [  Fioretii  di   Froitole  (Nápo 
1519).  Pero  Farinelli  observa  con  razón  que  tales  caso-,  eran  todavía  excep- 
cionales á  principios  del  siylo  xvi,  y,  por  decirlo  así,  mero  capricho  de  poe- 
tas y  colectores. 

(2)  Ed.  Thuasne,  m,  pág.  1S0. 


200  HISTORIA    DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

que  a  los  franceses.  Muestra  curiosa  tenemos  de  ello  en  el  tratado, 
ó  más  bien  carta  De  educatione  de  Antonio  Galateo  (i),  dirigida  en 
r5(">4  á  Crisóstomo  Colonna,  que  había  acompañado  á  España,  como 
ayo  y  preceptor,  al  duque  de  Calabria,  D.  Fernando,  hijo  del  des 
tronado  rey  D.  Fadrique,  la  cual  tiene  por  principal,  ya  que  no  por 
único  objeto,  precaver  á  aquel  príncipe  contra  los  peligros  que  el 
Galateo  imaginaba  en  la  educación  española:  «Italiano  te  le  hemos 
entregado  (le  dice  al  preceptor):  devuélvenosle  italiano,  no  español». 
(Italum  accepisti,  itahim  redde,  non  hispanum).  «¿Quieres  saber  lo  que 
i>  pienso  de  la  educación  de  los  franceses  y  españoles,  que  más  bien 
»  debiéramos  llamar  celtas  é  iberos,  ó  francos  y  godos?  Pues  ninguna 
»cosa  buena:  menosprecian  las  letras,  no  se  amoldan  á  nuestras  cos- 
tumbres ni  á  los  preceptos  de  los  filósofos.  Ni  el  francés  ni  el  espa- 
»ñol  estiman  más  que  lo  suyo.  La  sabiduría,  si  existe  en  alguna 
»  parte,  está  en  los  griegos,  en  los  latinos  y  en  los  italo-griegos.  [Que 
»los  dioses  confundan  por  igual  á  los  ange vinos  y  á  los  aragoneses!» 
De  este  modo  la  pedantería  del  humanista  se  mezcla  chistosa- 
mente en  el  Galateo  con  la  explosión  de  sus  odios  patrióticos.  Sus 
injurias  hacen  reir  de  puro  feroces.  No  hay  vicio  de  que  no  suponga 
infestados  á  los  españoles.  Ellos  son  los  que  han  echado  á  perder 
la  gravedad  y  la  pureza  de  las  costumbres  italianas.  Hasta  les  atri- 
buye la  importación  de  aquellas  nefandas  torpezas,  que,  ciertamen- 
te, si  hemos  de  atenernos  á  la  común  opinión  y  á  los  testimonios  de 
la  historia,  nunca  tuvieron  que  aprender  de  nadie  (y  menos  de  pue- 
blo tan  austero  y  viril  como  los  aragoneses  y  catalanes)  los  herede- 
ros de  la  antigua  Sibaris,  de  la  imperial  Caprea  y  de  la  que  Horacio 
llamó  otiosa  Neapolis. 

(i)  Era  un  médico  humanista  de  Lecce,  bastante  olvidado  hasta  uues- 
tros  días,  en  que  muchos  opúsculos  suyos,  amenos  é  ingeniosos,  y  útiles  par.i 
el  conocimiento  de  las  costumbres  de  su  tiempo,  han  ido  apareciendo,  ya  en 
el  tomo  vui  del  Spicilegium  del  Cardenal  Mai,  ya  en  varios  volúmenes  de  la 
magna  colección  de  escritores  de  la  tierra  de  Curanto.  Muchos  quedan,  sin 
embargo,  inéditos  en  las  bibliotecas  italianas,  y  así  de  éstos  como  de  los  pu- 
blicados abundan  las  copias.  Sobre  la  carta  De  cducaüonc  escribió  reciente- 
mente Croce  en  el  Giornah  storico  della  letieraiura  italiana,  de  Novati  y 
Renier. 


CAPITLLO    XXIV  20I 

A  vueltas  de  todas  estas  atrocidades,  el  mismo  Galateo  nos  da 
curiosas  noticias  sobre  los  usos  españoles  introducidos  en  Ñapóles; 
por  ejemplo:  los  juegos  de  cañas  y  el  montar  á  la  jineta;  sobre  los 
libros  nuestros  que  empezaban  á  correr  en  Italia,  entre  los  cuales 
cita  la  Coronación,  de  Juan  de  Mena,  los  Trabajos  de  Hércules,  de 
D.  Enrique  de  Villena,  y  la  Vita  Beata,  de  Juan  de  Lucena;  sobre 
el  gran  número  de  voces  castellanas  que  iban  penetrando  en  el  ita- 
liano de  Ñapóles  (v.  gr.:  rapaces,  desenvoltura,  galanes,  hidalgos  é 
hidalguía)  y  sobre  otros  varios  puntos  que  evidencian  la  creciente 
español ización  de  la  Italia  meridional,  contra  la  cual  poco  valían 
protestas  aisladas,  aunque  fuesen  tan  violentas  como  ésta.  El  mismo 
Galateo,  cuando  vio  el  triunfo  definitivo  del  Gran  Capitán  y  la  total 
sumisión  del  reino,  acabó  por  resignarse  á  aquella  fatalidad  histó- 
rica, porque,  con  aborrecer  mucho  á  los  españoles,  quizá  aborrecía 
todavía  más  á  los  franceses.  Y  consolándose,  á  estilo  del  tiempo, 
con  la  esperanza  de  que  España,  señora  de  Italia,  sería  dique  incon- 
trastable contra  la  potencia  del  turco,  escribió  en  1 510  una  memo- 
rable carta  política,  en  que  se  leen  estas  palabras:  «No  perdáis  la 
^ocasión,  españoles:  han  llegado  vuestros  tiempos.»  (Ne  perdite, 
Hispani,  occasionem:  venere  vestra  témpora.)  Y  así  era  en  verdad, 
aunque  por  culpas  propias  y  ajenas,  y  por  la  perpetua  instabilidad 
de  todo  imperio  humano,  nuestros  tiempos  no  durasen  mucho. 

Y  aquí,  poniendo  punto  á  esta  digresión,  sobrado  larga  quizá, 
pero  no  impertinente,  á  que  la  Cuestión  de  Amor  nos  ha  conducido, 
es  hora  de  despedirnos  del  Cancionero  de  Valencia,  haciendo  mé- 
rito de  la  más  notable  composición  que  en  él  se  halla,  puesto  que 
las  Coplas  de  Jorge  Manrique,  únicas  que  pueden  aventajarla,  no 
fueron  incluidas  en  esa  edición,  aunque  sí  en  las  posteriores. 

Fácilmente  se  entenderá  que  hablo  de  Rodrigo  de  Cota  y  de  su 
Diálogo  entre  el  amor  y  un  viejo,  única  poesía  en  que  estriba  su  ce- 
lebridad, puesto  que,  fuera  de  ella,  el  Cancionero  no  contiene  de  él 
más  que  una  esparsa  insignificante,  y  son  también  muy  escasos,  y 
además  de  poca  monta,  los  versos  suyos  que  se  hallan  en  las  anto- 
logías manuscritas.  Por  lo  que  toca  á  la  caprichosa  atribución  que 
se  le  ha  hecho,  así  de  las  Coplas  del  Provicial como  de  las  de  Mingo 
Revulgo,  ya  hemos  indicado  en  otra  parte  la  endeblez  de  los  fun- 


202  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

damentos  en  que  se  apoya.  Y  lo  mismo  digo  de  la  opinión  que  le 
hace  gracia  del  primer  acto  de  la  Celestina,  siendo  evidente  para 
mí,  por  razones  que  he  expuesto  en  otra  parte  1 1 ),  que  todo  aquel 
maravilloso  libro  es  parto  de  un  solo  ingenio,  que  no  puede  ser  otro 
que  el  bachiller  Fernando  de  Rojas,  nascido  en  la  Puebla  de  Montaí- 
bán.  De  todos  modos,  con  el  Diálogo  del  amor  y  un  viejo  bástale  á 
Cota  para  su  gloria.  De  su  persona  sabemos  poquísimo.  Era  toleda- 
no, y  suele  llamársele  el  Tío  y  el  Viejo,  sin  duda  para  diferenciarle 
de  algún  sobrino  suyo  que  alcanzase  notoriedad  por  uno  ú  otro  con- 
cepto. Llamóse  Rodrigo  de  Cota  de  Aíaguaque,  y  era  de  raza  ju- 
daica; pero  no  sólo  renegaba  de  tal  origen,  sino  que  parece  haber 
cometido  la  indigna  flaqueza  de  hacer  causa  común  con  los  dego- 
lladores de  los  conversos,  provocando  con  ello  las  iras  de  su  anti- 
guo correligionario  Antón  de  Montoro,  en  ciertas  coplas  manuscri- 
tas que  din  á  conocer  D.  Pedro  J.  Pidal  (2): 

Dígalo,  señor  hermano, 
Por  una  scriptura  buena 
Que  vi  vuestra,  no  de  plano. 
Si  viniera  de  la  mano 
Del  señor  Lope  (3)  ó  de  Mena: 
O  por  no  crecer  la  cisma 
Deste  mal  que  nos  ahoga. 
De  alguno  que  sin  sofisma, 
Loando  la  santa  crisma, 
Quiere  abatir  la  sinoga... 

La  muy  gran  injuria  dellos 
Lugar  hubiera  por  Dios 
Casi  de  pies  á  cabellos, 
Si  por  condenar  á  ellos 
Quedárades  libre  vos. 
Mas  muy  poco  vos  sal  vastes, 
No  sé  cómo  no  lo  vistes, 
Que  en  lugar  de  ver  cegastes, 
Porque  á  ellos  amagastes, 
Y  á  vos  en  lleno  heriste-;. 

(1)  Estudios  de  critica  literaria,  segunda  serie. 

(2)  En  el  prólogo  al  Cancionero  de  Buena. 

(3)  ;De  Stúñiga: 


CAPITULO    XXIV  2O3 

Porque,  muy  lindo  galán, 
No  paresciera  ser  asco 
Si  vos  llamaran  Guzraán 
Ó  de  aquellos  de  Velasco. 
Mas  todos,  según  diré, 
Somos  de  Medina  hu 
De  los  de  Benatavé, 
Y  si  éstos  don  Moséh, 
Vuestro  abuelo  don  Baú... 

Varón  de  muy  linda  vista, 
A  quien  el  saber  se  humilla, 
Guien  á  prudencia  conquista, 
Dicen  que  sois  coronista 
Del  señor  Rey  de  Cecilia    1  . 
Mas  non  vos  pese,  señor, 
Porque  este  golpe  vos  den; 
Sé  que  fuérades  mejor 
Para  ser  memorador 
De  los  fechos  de  Moysén. 

Oue  Rodrigo  de  Cota  fuese  cronista  del  Rey  Católico,  no  consta  más 
que  por  esta  sátira;  pero  de  su  origen  hebreo  hay  otra  prueba  irrefra- 
gable en  unos  versos  suyos,  recientemente  dados  á  luz  (2),  que  com- 
puso contra  el  contador  mayor  de  los  Reyes  Católicos,  Diego  Arias 
de  AviJa,  con  motivo  de  haber  casado  un  hijo  ó  sobrino  suyo  con  una 
parienta  del  gran  Cardenal  Mendoza,  y  haber  convidado  a  la  boda 
que  se  celebró  en  Segovia  á  todos  sus  deudos,  excepto  á  Rodrigo  de 
Cota,  que  se  vengó  con  este  burlesco  epitalamio,  leyendo  el  qiial  la 
Reina  Isabel  dijo  que  bien  páresela  ladrón  de  casa.  El  texto  de  esta 
composición  es  obscurísimo,  no  sólo  por  el  mal  estado  del  manuscri- 
to, sino  por  las  alusiones  satíricas  á  usos  poco  sabidos  de  la  población 
israelita  en  España;  pero  esto  mismo  acrecienta  su  curiosidad  histó- 
rica, ya  que  el  valor  poético  de  la  composición  sea  enteramente  nulo. 

(1)  Título  que  llevaba  entonces  Fernando  el  Católico,  por  vivir  aún  su 
padre  D.  Juan  II. 

(2)  Por  Mr.  Foulché-Delbosc,  en  el  número  primero  desu  interesante  Re- 
vuc  Hispanique  (Marzo  1894).  El  manuscrito  es  de  nuestra  Biblioteca  Nacio- 
nal (K-97).  Por  algunas  alusiones  del  contexto  de  esta  poesía,  se  inñere  qué 
fue  escrita  después  de  147-'. 


204  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Todo  lo  contrario  sucede  con  el  Diálogo  del  amor  y  un  viejo,  pieza 
capital  en  la  literatura  del  siglo  xv,  aunque  más  que  á  la  historia  de 
la  poesía  lírica  pertenezca  á  la  del  teatro.  Por  eso  Moratín  la  dio  ca- 
bida en  su  libro  de  los  Orígenes,  si  bien  su  gusto  severo  y  meticu- 
loso le  llevó  á  mutilarla  y  enmendarla  arbitrariamente  (como  hizo, 
por  lo  demás,  con  todas  las  piezas  de  su  colección),  suprimiendo 
nada  menos  que  ciento  cincuenta  versos,  con  lo  cual,  si  pudo  darla 
cierto  grado  de  aparente  corrección,  impropia  de  la  época  á  que 
pertenece,  amenguó  en  gran  manera  el  raudal  poético  de  la  obra 
primitiva  y  la  despojó  de  su  peculiar  carácter.  Pero  si  la  reimprime 
con  infidelidad,  en  cambio  la  juzga  rectamente,  aunque  en  pocas 
palabras:  «Este  diálogo  es  una  representación  dramática  con  acción, 
anudo  y  desenlace;  entre  dos  interlocutores  no  es  posible  exigir 
»mayor  movimiento  teatral.  Supone  decoración  escénica,  máquina, 
^trajes  y  aparato;  el  estilo  es  conveniente,  fácil  y  elegante;  los  ver- 
»sos  tienen  fluidez  y  armonía.» 

Es,  en  efecto,  un  drama  en  miniatura,  de  tema  filosófico  y  huma- 
no, que  tiene  cierta  analogía  con  el  remozamiento  del  doctor  Faus- 
to. No  sabemos  si  fué  representado  alguna  vez,  pero  reúne  todas  las 
condiciones  para  serlo,  y  en  esto  difiere  de  todos  los  demás  diálo- 
gos que  en  gran  número  contienen  los  Cancioneros,  y  con  los  cuales, 
sin  fundamento,  se  le  ha  querido  confundir.  Ni  el  Pleito  de  Juan  de 
Dueñas  con  su  amiga,  ni  las  Coplas  de  D.  Luis  Portocarrero,  ni  la 
Querella  al  dios  de  Amor,  del  comendador  Escrivá  (que  más  bien 
participa  del  género  de  la  novela  erótica),  ni  menos  el  Bias  contra 
Fortuna,  del  Marqués  de  Santillana,  pueden  ser  citados  como  pre- 
cedentes dramáticos,  á  no  ser  por  el  desarrollo  que  sus  autores  die- 
ron al  arte  del  diálogo.  A  lo  sumo  serán  escenas  sueltas;  pero  en  la 
linda  composición  de  Rodrigo  de  Cota  hay  algo  más:  hay  contraste 
y  lucha  de  pasiones  (contienda,  como  el  autor  la  llama)  dentro  de 
un  argumento  que  se  desarrolla  con  dórica  sencillez,  sin  más  artifi- 
cio que  la  viva  expresión  de  los  afectos.  «Obra  de  Rodrigo  de  Cota, 
»á  manera  de  diálogo  entre  el  amor  y  un  viejo,  que  escarmentado 
»de  él,  muy  retraído,  se  figura  en  una  huerta  seca  y  destruida,  do 
»la  casa  del  Placer  derribada  se  muestra,  cerrada  la  puerta,  en  una 
>pobrecilla  choza  metido,  al  cual  súbitamente  paresce  el  Amor  con 


CAPITULO    XXIV  205 

»sus  ministros;  y  aquél  humildemente  procediendo,  y  el  Viejo  en 
ȇspera  manera  replicando,  van  discurriendo  por  su  habla,  fasta  que 
»el  Viejo  del  Amor  fué  vencido.» 

Así  se  encabeza  el  Diálogo  en  el  Cancionero  de  1 5 1 1 ;  pero  esta 
rúbrica  anuncia  solamente  la  primera  parte  del  Diálogo,  no  la  se- 
gunda, en  que  el  Amor,  después  de  logrado  su  triunfo,  escarnece  y 
burla  al  miserable  Viejo.  La  forma  del  contraste,  que  puede  consi- 
derarse como  una  de  las  elementales  del  arte  dramático,  aunque 
tenga  sus  raíces  en  la  poesía  lírica,  aparece  con  frecuencia  en  los 
tiempos  medios,  dentro  y  fuera  de  las  escuelas  de  trovadores:  de- 
bates entre  el  cuerpo  y  el  alma,  entre  los  sentidos  corporales,  entre 
el  estío  y  el  invierno,  entre  el  agua  y  el  vino,  entre  el  día  y  la  no- 
che, entre  el  hombre  y  la  mujer,  entre  la  bolsa  y  el  dinero.  Pero  lo 
esencial  en  estas  composiciones  es  el  debate,  al  paso  que  en  el  diá- 
logo de  Cota  el  debate  está  subordinado  á  la  acción,  que  es  el  ven- 
cimiento del  Viejo  por  el  Amor,  y  el  desengaño  que  sufre  después 
de  su  mentida  transformación. 

Este  carácter  dramático  se  acentúa  más  en  otras  imitaciones  poste- 
riores, que,  sin  embargo,  en  prendas  de  estilo  y  versificación,  no  aven- 
tajan á  la  obra  de  Cota,  por  lo  cual  nunca  gozaron  de  la  popularidad 
de  ésta  (i)  y  han  permanecido  casi  ignoradas  hasta  nuestros  días. 

(1)  Además  de  figurar  en  todas  las  ediciones  del  Cancionero,  el  diálogo  de 
Rodrigo  de  Cota  se  imprimió  muchas  veces  unido  á  otros  opúsculos,  tales 
como  las  Coplas  de  Jorge  Manrique,  las  de  Mingo  Revulgo  y  las  Cartas  en  re- 
franes de  Blasco  de  Garay  (por  ejemplo,  en  la  edición  de  Alcalá,  1564,  en 
casa  de  Pedro  de  Robles,  y  en  la  de  Madrid,  1632,  por  la  viuda  de  Alonso 
Martín,  donde  se  añadió  á  todo  lo  enumerado  el  Manual  de  Epicteto,  tradu- 
cido del  griego  por  el  Maestro  Sánchez  de  las  Brozas).  También  se  halla  en 
el  libro  de  los  Refranes  ó  proverbios  castellanos  de  César  Oudin  (Paris,  1609; 
Lyon,  1614;  Bruselas,  1634,  etc.).  Las  ediciones  sueltas  son  más  escasas;  pero 
todavía  hay  una  del  siglo  pasado,  en  la  forma  popular  de  los  pliegos  en  cuar- 
to, hecha  por  el  famoso  librero  D.  Pedro  Alonso  Padilla.  Modernamente  el 
diálogo  ha  sido  reimpreso  en  la  Celestina  del  impresor  Amarita,  1822;  en  los 
Orígenes  de  Moratín — aunque  con  las  mutilaciones  que  se  indican  en  el  texto; 
en  la  p"loresta  de  Bóhl  de  Faber,  que  introdujo,  según  su  costumbre,  muchas 
y  caprichoiaa  variantes;  en  el  primitivo  Romancero  de  Duran,  y  en  otros  va- 
rios libros,  aunque  por  lo  común  con  poca  fidelidad  al  texto  genuino,  que  es 
el  déla  primera  edición  del  Cancionero. 


206  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Es  la  primera  un  nuevo  texto  mucho  más  dilatado,  ó  más  bien 
una  completa  refundición  del  diálogo,  en  que  se  introduce  un  ter- 
cer personaje,  que  es  una  mujer  hermosa,  de  quien  el  Amor  se  vale 
para  tentar  al  Viejo,  y  en  cuya  boca  se  ponen  los  improperios  y 
burlas  que  el  Amor  pronuncia  en  la  pieza  de  Cota.  Este  curioso  do- 
cumento ha  sido  hallado  en  un  códice  misceláneo  de  la  Biblioteca 
Nacional  de  Ñapóles  por  el  erudito  Alfonso  Mióla,  que  ya  por  el 
entusiasmo  de  primer  editor,  ya  por  no  conocer  el  diálogo  de  Cota 
más  que  en  la  mutilada  edición  de  Moratín,  se  inclina  con  exceso  á 
dar  preferencia  á  esta  segunda  variante,  que  quizá  es  más  dramá- 
tica que  la  primera,  pero  que  no  sólo  calca  servilmente  sus  pensa- 
mientos, sino  que  los  expresa  casi  siempre  con  mucha  menos  gra- 
cia, viveza  y  naturalidad.  A  título  de  curiosidad  transcribiré  algu- 
nas muestras  de  este  segundo  diálogo,  para  que  se  compare  con  el 
de  Cota  inserto  en  nuestra  Antología: 

Las  aves  libres  del  cielo 
A  mi  mando  son  sujetas: 
Los  peces  andan  con  celo, 
Y  sienten  debajo  el  hielo 
Las  llamas  de  mis  saetas. 

Á  los  animales  torno 
Fieros,  que  con  mi  centella 
De  mansedumbre  los  orno; 
Es  testigo  el  unicorno, 
Qual  se  humilla  á  la  doncella. 

Las  plantas  inanimadas. 
Tampoco  se  me  defienden: 
Con  tal  fuerza  están  ligadas. 
Que,  si  no  están  apareadas, 
Hay  algunas  que  no  prenden. 


Los  que  están  en  religión, 
Y  los  que  en  el  mundo  viven, 
De  cualquiera  condición. 
Con  deseo  y  afición 
En  mí  esperan  y  á  mí  sirven, 

Assí  que  bieu  me  conviene 
I-  ste  nombre  dios  de  Amor; 
Pues  si  el  mundo  placer  tiene, 


CAPITULO    XXIV  2Cy 

Yo  lo  causo  y  de  mí  viene, 

Y  sin  mí  todo  es  dolor. 

Si  no,  dime  sin  pasiones 
(Ya  acabo,  no  te  alborotes): 
¿Quién  hace  las  invenciones, 
Las  músicas  y  canciones, 
Los  donayres  y  los  motes, 

Las  demandas  y  respuestas 

Y  las  suntuosas  salas? 

¿Las  personas  bien  dispuestas. 
Las  justas  y  ricas  fiestas, 
Las  bordad uras  y  galas? 

¿Quien  los  suaves  olores, 
Los  perfumes,  los  azeytes, 

Y  quien  los  dulces  sabores. 
Los  agradables  colores, 
Los  delicados  aíeytes? 

¿Quién  las  finas  alconzillas 

Y  las  aguas  estiladas? 
¿Quién  las  mudas  y  cerillas?  . 
¿Quién  encubre  las  mancillas 
En  los  gestos  asentadas? 

En  los  viejos  encogidos 
Resucito  la  virtud: 
Tornan  limpios  y  polidos, 

Y  en  plazeres  detenidos 
Les  conservo  la  salud. 

El  manuscrito  de  esta  composición  es  ele  la  primera  mitad  del 
siglo  xvi,  y  parece  copiado  por  un  italiano.  Faltan  e!  nombre  del 
autor  y  el  título  de  la  obra,  pero  al  principio  se  indican  en  latín  los 
personajes:  Senex  el  Amor  Midierquc  pulchra  forma  (i). 

Juan  del  Enzina  imitó  más  de  una  vez  el  diálogo  de  Cota,  al  cual 
parece  que  alude  en  aquel  célebre  villancico: 

Ninguno  cierre  sus  puertas 
Si  amor  viniere  á  llamar, 
Que  no  le  ha  de  aprovechar. 

i  Un  tesio  drammatico  spa&nuolo  del  X  V  secólo,  pubblicato  per  la  prima  volt  a 
da  Alfonso  Alióla.  (En  la  Miscellanea  di  l'ilologia,  dedicada  á  la  memoria  del 
profesor  Caix  y  Canello.  Florencia,  Le  Monnier,  1885.) 


2C8  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Entre  estas  imitaciones,  puede  contarse  la  que  en  el  Cancionero  de 
Enzina  no  lleva  rótulo,  y  que  Gallardo  tituló  El  Triunfo  de  Amor; 
pero  la  derivación  es  mucho  más  directa  en  la  rarísima  Égloga  de 
Cris  tino  y  Febea,  cuyo  único  ejemplar  conocido  forma  parte  de  mi 
colección  (i).  En  esta  pieza,  un  pastor  se  retira  del  mundo  para  ha- 
cerse ermitaño;  pero  el  dios  de  Amor  envía  una  ninfa  á  tentarle, 
y,  vencido  el  ermitaño  por  su  amor,  deja  los  hábitos  y  el  estado  re- 
ligioso. 

Prescindiendo  de  estas  imitaciones,  que  ya  con  todo  rigor  perte- 
necen á  la  historia  del  teatro,  y  que  sólo  en  ella  pueden  ser  conve- 
nientemente aquilatadas,  hay  otros  diálogos  de  fin  del  siglo  xv  ó 
principios  del  xvi,  que  bien  puede  decirse  que  oscilan  entre  los  dos 
géneros,  aunque  no  se  los  pueda  calificar  enteramente  de  obras  re- 
presentables.  En  este  caso  se  hallan,  por  ejemplo,  las  curiosísimas 
Coplas  de  la  Muerte  como  llama  á  un  poderoso  caballero,  composi- 
ción impresa  en  un  pliego  suelto  gótico  sin  lugar  ni  año,  en  la  cual 
me  parece  descubrir  uno  de  los  gérmenes  de  El  convidado  de  pie- 
dra. Un  caballero  rico  y  poderoso  celebra  con  sus  amigos  un  es- 
pléndido festín,  en  medio  del  cual  sobreviene  un  misterioso  perso- 
naje, que  no  es  otro  que  la  Muerte,  á  quien  el  caballero  empieza 
por  increpar  ásperamente: 

¿Quien  es  ese  que  me  llama? 
Vayase  en  hora  muy  buena: 
Hombre  soy  rico  y  de  fama, 
Él  viene  de  tierra  ajena... 

La  Muerte  se  obstina  en  llevársele,  y  el  caballero  quiere  aman- 
sarla, ofreciéndola  vino  é  invitándola  á  su  banquete,  y  poniendo  en 
su  mano  las  llaves  de  sus  arcas.  El  desenlace  es  menos  fúnebre  que 
en  El  Burlador,  puesto  que  el  personaje  emplazado  por  la  Muerte 
se  va  sin  obstáculo  al  Paraíso,  después  de  despedirse  devotamente 
de  su  mujer  y  sus  hijos  (2). 

(i)  Puede  verse  reimpresa  en  el  Teatro  completo  de  Juan  del  E?izi?¡a,  publi- 
cado por  la  Academia  Española  (1893). 

(2)  Tuvo  Salva  estas  rarísimas  coplas,  y  las  cita  en  el  Catálogo  de  su  bi- 
blioteca (núm.  195). 


CAPITULO    XXIV  209 

Pudiéramos  prolongar  á  poca  costa,  pero  sin  gran  utilidad,  la  enu- 
meración de  los  poetas  menores  de  este  reinado.  Nada  hemos  dicho. 
por  ejemplo,  del  comendador  Peralvárez  de  Ayllón,  de  quien  hay 
en  el  Cancionero  (núm.  884)  un  testamento  de  amores  bastante  bien 
versificado;  pero  que  es  mucho  más  conocido  por  la  extensa  égloga 
representable,  en  coplas  de  arte  mayor,  que  se  conoce  con  el  nom- 
bre de  Comedia  de  Preteo  y  Tibaldo,  por  otro  nombre  Disputa  y 
remedio  de  amor  (i),  obra  que  sacó  á  luz  en  1553  (2)  Luis  Hurtado 
de  Toledo,  cuando  ya  «su  anciano  y  sabio  auctorv  había  pasado  de 
esta  vida.  El  editor  pondera  con  razón  la  «facilidad  de  vocablos  y 
vivacidad  de  sentencias»  de  esta  pieza,  en  que  hay  visibles  reminis- 
cencias de  los  Remedios  de  Amor  de  Ovidio,  siendo,  por  lo  demás, 
su  estructura  muy  poco  dramática. 

Dado  á  conocer,  aunque  de  un  modo  imperfecto,  lo  más  curioso 
que  en  el  Cancionero  General  se  contiene,  procede  indicar  algo  de 
la  parte  exterior  y  bibliográfica  de  esta  famosa  compilación,  del 
modo  cómo  se  formó,  de  su  plan  y  distribución,  y  de  los  aumentos, 
supresiones  y  modificaciones  que  fué  experimentando  durante  el 
siglo  xvi.  Materia  es  ésta  que  vamos  á  tratar  muy  rápidamente,  para 
no  adelantar  especies,  que  en  otra  parte  tendrán  lugar  más  propio 

El  Cancionero  de  Hernando  del  Castillo  fué  precedido  por  otras 
colecciones  análogas,  aunque  mucho   más  reducidas,  entre  las  cua- 

1  Segunda  aedicion  (sic)  de  la  Comedia  de  Preteo  y  Tibaldo,  llamada  DispU' 
la  y  remedio  de  amor,  en  la  qual  se  tratan  subtiles  sentencias  por  qua  tro  pastores: 
Hilario,  Preteo,  Tibaldo  y  Griseno:  y  dos  pastoras:  Polindra  y  Belisa,  compues- 
ta por  el  comendador  Peraluarez  de  Ayllón,  agora  de  nuevo  acabada  por  Luys 
Hurlado  de  Toledo:  va  añadida  vna  Égloga  Silviana  entre  cinco  pastores,  com- 
puesta por  el  mismo  autor  (esto  es,  por  Luis  Hurtado).  En  Valladoliil,  impresso 
con  licencia  por  Bernardino  de  Sánelo  Domingo.  Sin  año,  S.°,  letra  gótica. 

El  título  de  segunda  aedicion  (si  no  es  sinónimo  de  refundición)  paree-  in- 
dicar que  hubo  otra  primera,  que  será  probablemente  la  de  Toledo,  1552, 
citada  por  Nicolás  Antonio. 

[La  cita  de  Nicolás  Antonio  está,  según  todas  las  probabilidades,  equivo- 
cada, porque  la  primera  edición  toledana  que  se  conoce  es  de  1553.  La  Co- 
media Tibalda  ha  sido  por  primera  vez  publicada,  según  su  forma  original, 
por  A.  Bonilla,  en  la  Biblioiheca  hispánica.  Barcelona-Madrid,  1903.  (A.  B.)\. 

(2)     El  original:  «1552».  {A.  B.) 

Mi  Wirrttí:  v    Pri,avo — Poejia  castellana     III  14 


2IO  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

les  no  contamos  ni  el  llamado  Cancionero  de  Fr.  Iñigo  de  Mendoza, 
ni  el  de  Ramón  de  Lla\  ia,  ni  otros  de  fines  del  siglo  xv,  tanto  por 
ser  muy  exiguo  el  número  de  poetas  que  comprenden,  como  por  el 
peculiar  carácter  moral  y  religioso  de  casi  todas  las  composiciones 
que  en  ellos  figuran.  No  sucede  lo  mismo  con  el  Cancionero  de  Juan 
Fernández  de  Constantina,  que  no  sólo  sirvió  de  prototipo  al  de 
Castillo  (al  cual  debió  de  preceder  en  pocos  años),  sino  que  entró 
íntegramente  en  él,  con  poca  diferencia  en  el  orden  de  las  compo- 
siciones (i).  Aun  el  prólogo  de  Castillo  parece  calcado  en  el  de  Fer- 
nández de  Constantina,  que  comienza  así:  «La  suavidad  de  la  bien 
asonante  melodía  del  galán  y  breve  decir,  después  de  haber  en  mi 
>oreja  puesto  su  gusto  de  dulzura,  y  á  mi  pecho  satisfecho  en  mu- 
»chos  y  largos  días,  me  aliñó  á  colegir  y  recopilar  algunas  obras 
»que  la  fama,  no  menos  uraña  que  avarienta,  rimadas  me  dejó  en 
»el  lenguaje  fabricadas.»  Después  de  lo  cual  advierte  que  sólo  los 
ahincados  ruegos  de  sus  amigos  pudieron  moverle  á  publicar  juntas 
estas  coplas,  á  lo  cual  se  resistía  por  dos  razones:  «¿a  primera  por- 
T»qne  me  gozaba  ser  yo  relator  de/las  (es  decir,  repetirlas  de  viva 
»voz);  lo  otro  porque  no  viniesen  á  ser  sobajadas  de  los  rústicos,  las 
s>  lenguas  de  los  guales  quasi  siempre  ó  siempre  suelen  ser  corrompe  - 
adoras  de  los  sonorosos  acentos  y  concordes  consonantes  y  hermana- 
*bles  pies. » 

Constantina  precedió  á  Castillo  hasta  en  cosa  tan  esencial  como 
incluir   romances   viejos  acompañados   de  sus  glosas,  y  romances 

(i)  Vi  hace  años  un  ejemplar  completo  de  este  rarísimo  Cancionero  en 
Barcelona,  en  casa  de  mi  difunto  amigo  D.  Esteban  Torrebadella.  Otros  dos 
ejemplares,  al  parecer  no  enteros,  se  conservan  en  el  Museo  Británico  de 
Londres  y  en  la  Biblioteca  de  Munich.  El  título  del  libro  dice  así:  Cancionero 
llamado  Guirnalda  esmaltada  de  galanes  y  etoquentes  dezires  de  diversos  autores. 
La  vuelta  de  la  portada  está  en  blanco,  y  en  la  hoja  empieza  sin  foliación  el 
prólogo,  al  cual  sigue,  después  de  otra  página  en  blanco,  la  Tabla  de  las 
composiciones,  que  ocupa  cuatro  páginas,  leyéndose  al  respaldo  de  la  última: 
Cancionero  de  muchos  é  diversos  autores \  copilados  y  i ecolegidos  por  Juan  Fer- 
mín,'-, de  Costantina, vecino  de  Bclmez.  Sigue  luego  el  texto  del  Caucionero  en 
78  folios.  No  hay  indicio  alguno  del  lugar  ni  del  año  de  la  impresión.  [Este 
Caucionero  ha  sido  reimpreso  recientemente  en  un  \olumen  de  la  Sociedad 
de  Bibliófilos  Madrileños.  (A.  B.).] 


CAPITULO    XXIV  21  I 

modernos  de  trovadores,  compuestos  en  parte  como  imitación  ó  pa- 
rodia de  los  antiguos.  Casi  todos  los  del  Cancionero  General  están. 
ya  en  la  Guirnalda  (I),  y  no  son  la  menor  curiosidad  de  este  rarí- 
simo libro,  donde  por  primera  vez  se  imprimieron  el  romance  del 
Conde  Claros,  el  de  Fontefrida,  el  de  Rosa  fresca,  el  de  Durandar- 
te,  Dur andarte  y  alguna  otra  joya  de  nuestra  poesía  popular. 

Enlázanse  con  esta  pequeña  antología,  que,  á  juzgar  por  su  pró- 
logo, ha  de  ser  la  más  antigua  de  poesías  profanas  publicada  en  Hs- 
paña,  otras  dos  más  breves  y  todavía  más  raras:  el  Dechado  de  ga- 
lanes en  castellano,  que,  á  juzgar  por  la  indicación  que  de  él  se  hace 
en  el  Registrmn  de  D.  Fernando  Colón  (2),  debía  de  parecerse  ex- 
traordinariamente al  de  Constantina  y  al  de  Castillo,  si  ya  no  era 
un  extracto  de  ellos;  y  el  Espejo  de  enamorados,  que  existe  en  la 
Biblioteca  Nacional  de  Lisboa,  y  lleva  para  más  claro  indicio  de  su 
procedencia  el  segundo  título  de  Guirnalda  esmaltada  de  galanes 
y  eloqueutes  dezyres  de  diversos  autores:  en  el  qual  se  hallarán  mu- 
chas odras  y  romances  y  glosas  y  canciones  y  villancicos:  todo  muy 
gracioso  é  muy  apaziblc  (3). 

Estas  dos  coleccioncillas,  de  las  cuales  la  segunda  expresamente 
dice  haber  sido  formada  «para  mancebos  enamorados»,  y  tiene  que 
ser  posterior  á  1 527,  puesto  que  incluye  una  glosa  famosísima  al 
romance  de  Triste  estaba  el  Padre  Sánelo,  pueden  considerarse 
como  breves  florilegios  para  uso  de  las  gentes  de  mundo,  siendo 
muy  de  notar  en  ellas,  por  lo  que  indica  las  tendencias  del  gusto 
público,  el  predominio  de  los  romances,  de  los  villancicos,  y  de  otras 
formas  populares  ó  popularizadas  de  la  lírica  nacional. 

Precedido  por  una  de  estas  colecciones,  á  lo  menos,  y  seguido  á 
corta  distancia  por  las  otras  (sin  que  nos  sea  dado  precisar  la  fecha 
exacta,  por  carecer  de  toda  indicación  de  año  estos  tres  librillos), 

(1)  Puede  verse  el  índice  en  el  libro  De  la  Poesía  Heroico-Popular-Casie- 
llana,  del  Dr.  Milá  y  Fontanals  (Barcelona,  1874,  pág.  421). 

(2)  Número  4.1 16.  Le  compró  D.  Fernando  en  Medina  del  Campo,  por  18 
maravedís,  en  19  de  Noviembre  de  1524. 

(3)  Vid .  Ensayo  de  una  biblioteca  española  de  libros  raros  y  curiosos; 
tomo  iv,  col.  1.457.  Es  un  opúsculo  en  4.0  gótico,  de  16  páginas  sin  foliar,  á 
dos  columnas. 


2  12  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

salió  en  1 5 1 1  de  las  prensas  de  Valencia  (i)  el  voluminoso  Cancio- 
nero General  de  Hernando  del  Castillo,  bajo  los  auspicios  del  Conde 
de  Oliva,  que  es  uno  de  los  trovadores  que  en  él  figuran,  con  razo- 
nable número  de  composiciones,  que  le  acreditan,  por  lo  menos,  de 
aficionado  inteligente. 

Si  bien  el  Cancionero  General  anuncia  pomposamente  en  su  en- 
cabezamiento que  comprende  «muchas  y  diversas  obras  de  todos  ó 
»de  los  más  principales  trobadores  d'España,  en  lengua  castellana, 
»assí  antiguos  como  modernos;  en  devoción,  en  moralidad,  en  amo- 
rres, en  burlas,  romances,  villancicos,  canciones,  letras  de  inven- 
aciones,  motes,  glosas,  preguntas  y  respuestas»,  y  el  colector  añade 
en  el  prólogo  que  su  natural  inclinación  le  llevó  á  «investigar,  aver 
»y  recolegir  de  diversas  partes  y  diversos  autores,  con  la  más  dili- 
gencia que  pudo,  todas  las  obras  que  de  Juan  de  Mena  acá  se  es- 
>  crivieron  ó  á  su  noticia  pudieron  venir,  de  los  auctores  que  en  este 
«género  de  escrevir  auctoridad  tienen  en  nuestro  tiempo»,  es  lo 
cierto  que  su  antología,  aunque  riquísima,  puesto  que  consta  nada 
menos  que  de  964  composiciones,  no  tiene  verdadero  valor  más 
que  para  la  época  de  los  Reyes  Católicos,  y  aun  en  lo  tocante  á  este 
período,  refleja  más  bien  el  gusto  personal  del  colector  que  la  im- 
portancia histórica  de  cada  poeta.  Además,  no  faltan  en  el  Cancio- 
nero atribuciones  falsas,  y  la  lección  suele  ser  mejor  en  los  manus- 
critos, lo  cual  prueba  haberse  valido  Castillo  de  copias  que  muchas 
veces  eran  imperfectas.  Así  y  todo,  su  colección  es  digna  de  la  ma- 

( 1 )  Cancióero  general  de  muchos  y  diversos  autores.  Cum  previlegio.  (Colofón.) 
La  presente  obra  intitulada  Cancionero  General,  copilado  por  Femado  del  Cas- 
tillo. E  impresso  en  la  muy  isigne  cibdad  de  Valccia  de  Aragó  por  Xpobal  Kofmó 
alema  de  Basilea.  Con  previlegio  Real  q  por  espacio  de  cinco  años  en  Castilla  y  de 
diez  en  Aragó  tío  pueda  ser  imprimido  todo  ni  parte  del  ni  t raido  de  otra  parte  á 
ser  vendido  por  otras  personas  q  por  aqllas  por  cuyas  despensas  esta  vez  se  impri- 
mid, so  las  penas  infra  escritas.  Es  d  saber  de  diez  mil  maravedís  en  los  reytws  de 
Castilla  y  de  Aragó  de  cien  ducados  y  perder  todos  los  libros.  Acabóse  d  XV  dios 
del  mes  de  Enero  en  el  año  de  nra.  salud  de  mil  y  quinientos  y  onze,  etc.  Folio 
gótico,  á  dos  y  A  tres  columnas,  234  hojas  foliadas,  sin  contar  las  ocho  preli- 
minares de  portada  y  tabla. 

Hay  hermosos  ejemplares  en  nuestra  Biblioteca  Nacional  y  en  la  de  Pa- 
lacio. 


CAPITULO    XXIV  213 

yor  estima,  por  lo  mucho  qur  contiene  y  que  no  se  halla  en  ningu- 
na otra  parte. 

Aunque  inconsecuente  y  mal  seguido,  hay  en  este  libro  un 
conato  de  clasificación,  que  permite  orientarse  en  su  estudio.  Co- 
mienza, pues,  con  las  obras  de  devoción,  que  son  sin  duda  la  parte 
más  endeble  del  Cancionero,  y  que  rara  vez  pueden  parangonarse 
con  lo  que  en  este  género  hacían  entonces  otros  poetas  que  más  de 
propósito  le  cultivaban,  tales  como  Fr.  Iñigo  de  Mendoza  y  Fr.  Am- 
brosio Montesino.  Si  se  exceptúan  los  salmos  penitenciales  de  Pero 
Guillen  de  Segovia,  y  algún  rasgo  suelto  del  valenciano  Mosén  Ta- 
llante, de  Nicolás  Núñez  y  de  algún  otro,  rara  vez  se  encuentra 
emoción  religiosa  en  estas  poesías,  que,  por  el  contrario,  abundan 
en  sutilezas  y  conceptos  falsos,  y  aun  en  irreverencias  y  desvarios 
teológicos,  que  hicieron  que  el  Santo  Oficio  se  mostrase  inexora- 
ble con  ellas,  haciéndolas  arrancar  de  la  mayor  parte  de  los  ejem- 
plares. 

Van  á  continuación  las  obras  de  aquellos  poetas  á  quienes  Cas- 
tillo juzgó  dignos  de  que  sus  versos  fuesen  coleccionados  aparte, 
formando  pequeños  grupos,  y  son  principalmente  el  Marqués  de 
Santularia,  Juan  de  Mena,  Fernán  Pérez  de  Guzmán,  Gómez  y  Jorge 
Manrique,  Lope  de  Stúñiga,  el  Vizconde  de  Altamira,  D.  Diego 
López  de  Haro,  D.  Luis  de  Vivero,  Hernán  Mexía,  Rodrigo  de  Cota, 
Costana,  Suárez,  Cartagena,  Juan  Rodríguez  del  Padrón,  Guevara, 
Álvarez  Gato,  Lope  de  Sosa,  Diego  de  San  Pedro  y  Garci-Sánchez 
de  Badajoz.  Como  en  esta  parte  central  del  Cancionero  no  hay  divi- 
sión por  géneros,  sino  por  autores,  léense  en  ella  poesías  de  toda 
clase,  predominando  con  mucho  exceso  los  temas  didáctico-morales 
y  todavía  más  los  amatorios. 

Vienen  luego  seis  breves  secciones,  determinadas  por  el  género 
y  no  por  el  autor,  lis  la  primera  la  de  las  canciones  glosadas,  que 
constan  por  lo  común  de  cuatro  versos,  así  como  de  ocho  la  glosa. 
En  general,  puede  decirse  de  ellas  lo  que  dijo  Juan  de  Valdés:  «De 
>las  canciones  me  satisfacen  pocas,  porque  en  muchas  veo  no  sé 
»qué  dezir  bajo  y  plebeyo  y  no  nada  conforme  á  lo  que  pertenece 
»á  la  canción.»  Es,  con  todo,  uno  de  los  géneros  más  característicos 
de  la  galantería  cortesana;  y  unas  pocas  de  Tapia,  Cartagena,  Es- 


214  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

crivá,  Nicolás  Núñez  y  algún  otro  son  agudas  y  graciosas.  De  los 
romances  ya  hemos  hecho  el  oportuno  elogio.  Las  invenciones  y 
letras  de  justadores,  en  las  cuales  «hay  que  tomar  y  dexar»  (según 
el  dicho  de  Juan  de  Valdés),  son  más  bien  un  entretenimiento  de 
sociedad  que  un  género  poético.  El  Cancionero  contiene  doscientas 
veinte,  y  en  la  Cuestión  de  amor  se  encuentran  otras  muchas.  Algu- 
nas, especialmente  de  las  que  recogió  Castillo,  tienen  ingenio;  por 
ejemplo:  la  del  Conde  de  Haro,  que  sacó  por  divisa  unos  arcaduces 
de  noria,  con  esta  letra: 

Los  llenos,  de  males  míos, 
De  esperanza  los  vacíos. 

Otro  pasatiempo  muy  análogo  al  anterior  es  el  de  los  motes  glo- 
sados de  damas  y  galanes,  de  que  hay  en  el  Cancionero  bastante 
copia.  Más  importantes  para  la  literatura  son  los  villancicos,  cuyo 
nombre  revela  ya  su  origen  villanesco,  así  como  su  derivación  de 
la  escuela  galaico-portuguesa  (cantigas  de  vilháo),  de  la  que  en  la 
versificación  conservan  muchos  rastros  (i).  Eran  composiciones 
esencialmente  musicales,  y  todas  ellas  fueron  asonadas  sin  duda. 
Pero  aunque  el  autor  del  Diálogo  de  la  lengua  opina,  con  razón, 
que  los  villancicos  del  Cancionero  «no  son  de  desechar»,  también 
es  cierto  que  pecan  de  excesivamente  metafísicos  y  cortesanos,  y 
que  las  mejores  muestras  de  este  género  lírico,  tan  floreciente  á 
fines  del  siglo  xv,  las  que  mejor  conservan  la  ingenuidad  y  la  fres- 
cura de  la  canción  popular,  no  hay  que  buscarlas  allí,  sino  en  las 
obras  de  Juan  del  Enzina  y  en  los  libros  de  música.  Las  preguntas 
son  uno  de  los  géneros  más  pueriles  y  fastidiosos  de  la  poesía  tro- 
vadoresca, y  las  hay  tan  candidas  y  fáciles  de  resolver  como  el 
enigma  de  Edipo,  propuesto  por  Juan  de  Mena  al  Marqués  de  San- 
tillana. 

Terminados  estos  cinco  grupos  de  carácter  general,  vuelve  Cas- 

Hay  en  el  Cancionero  General,  con  ser  de  fecha  tan  adelantada,  otras 
reminiscencias  muy  curiosas  de  la  antigua  técnica  de  los  cancioneros  galle- 
gos; por  ejemplo:  unas  coplas  de  bien  y  mal  Jezi>\  que  //izo  un  geni/7  hombre  á  un 
tondidor.  Hay  también  una  canción  de  las  llamadas  de  macho  y  hembra,  com- 
putóla y  glosada  por  Francisco  Hernández  Coronel. 


CAPITULO    XXIV  215 

tillo  al  sistemado  poner  juntas  composiciones  de  un  mismo  autor, 
siendo  generalmente  más  modernos  los  que  en  esta  parte  de!  Can- 
cionero incluye:  así  Portocarrero,  Tapia,  Nicolás  Núñez,  Soria,  Pi- 
nar, Peralvárez  de  Ayllón,  Quirós,  el  bachiller  Ximénez  y  algunos 
valencianos  y  aragoneses,  de  que  en  otro  capítulo  trataré  más  des- 
pacio, tales  como  el  Conde  de  Oliva,  D.  Alonso  de  Cardona,  don 
Francés  Carros  Pardo,  Mosén  Crespi  de  Valldaura,  D.  Francisco 
Fenollete,  Mosén  Narcís  Vínoles,  Juan  Fernández  de  Heredia,  Mo- 
sén Gazull,  Jerónimo  de  Artes  y  otros,  cuyas  producciones,  aunque, 
por  lo  general,  de  exiguo  mérito,  sirven  para  probar  la  universal 
difusión  que  ya  alcanzaba  la  poesía  castellana  en  los  diversos  reinos 
de  la  corona  de  Aragón. 

Cierra  este  voluminoso  tomo  la  grosera  serie  de  las  obras  de  bur- 
las, á  la  verdad  mucho  menos  recargada  de  obscenidades  en  este 
primer  Cancionero  nue  en  otrus  posteriores.  La  mayor  parte  ele  las 
poesías  que  encierra,  aunque  muy  libres  y  desaforadas  en  el  ten- 
guaje,  son  más  bien  sucias  é  injuriosas  que  deshonestas,  y  algunas, 
especialmente  de  las  del  Ropero,  que  es  el  poeta  mayor  de  este 
grupo,  podrían  pasar,  aun  en  época  más  culta,  por  chistosas,  sin 
daño  ni  peligro  de  barras.  Aun  la  composición  más  brutal  de  to- 
das, que  es  el  Aposentamiento  que  fué  hecho  en  la  persona  de  un  lucu- 
bre muy  gordo,  llamado  Jui'Cra,  cuando  estuvo  en  Alcalá  el  legado 
pontificio  D.  Rodrigo  de  Borja,  que  luego  fué  Alejandro  VI,  no  pasa 
de  ser  una  alegoría  soez  y  confusa,  en  que  hace  todo  el  gasto  la  obe- 
sidad del  dicho  Juvera,  aposentándose  en  las  diversas  partes  de  su 
enorme  corpachón  todos  los  del  séquito  del  legado  (i).  Las  coplas 
del  comendador  Román  contra  Antón  de  Montoro,  las  del  Conde 
de  Paredes  contra  Juan  de  Valladolid,  y  aun  el  convite  que  1  >.  Jorge 
Manrique  hizo  á  su  madrastra,  son  documentos  muy  interesan- 
tes para  la  historia  de  las  costumbres,  si  bien,  en  clase  de  bro- 
mas, no  parezcan  tan  cultas  y  cortesanas  como  pudiera  esperar- 
se de  tales  personajes,  especialmente  del  Maestre  de  Santiago  y  de 
su  hijo. 

(1  Usoz,  por  DO  haber  visto  edición  del  Cancionero  anterior  ú  la  de  1520, 
se  equivoca  en  suponer  que  no  figura  en  el  <ie  Castillo,  puesto  que  está  en  su 
primera  edición. 


21 6  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Tal  es  el  contenido  de  la  primera  y  más  famosa  edición  del  Can- 
cionero General,  que  no  es,  sin  embargo,  la  definitiva  de  Hernando 
del  Castillo,  puesto  que  en  1 5  I4>  V  también  en  Valencia  (imprenta 
de  Jorge  Costilla)  publicó  otra  que  en  el  rótulo  se  anuncia  «en- 
»mendada  y  corregida  por  el  mismo  autor,  con  adición  de  muchas 
»y  muy  escogidas  obras»,  las  cuales  en  la  tabla  se  notan  con  un  as- 
terisco. De  esta  edición  fueron  copias,  al  parecer,  otras  dos  de  To- 
ledo, por  Juan  de  Villaquirán,  i  5 1 7  y  1520.  No  habiendo  tenido 
ocasión  de  cotejar  estas  tres  ediciones,  que  sólo  conocemos  por  la 
breve  noticia  que  de  ellas  dan  Brunet,  Duran  y  Salva,  no  podemos 
determinar  con  certeza  qué  fué  lo  que  se  añadió  ó  suprimió  en  ellas; 
pero  sabemos  por  Gallardo  y  Usoz  que  ya  en  la  de  Toledo  de  1520 
está  la  indecentísima  composición  del  Pleito  del  Manto,  y  no  es  in- 
verisímil que  se  halle  también  en  las  dos  anteriores,  puesto  que 
precisamente  en  1 5 19  y  en  Valencia  (por  Juan  Viñao)  fué  impreso 
un  pequeño  Cancionero  de  obras  de  burlas  provocantes  á  risa  (i),  que 

(1)  Es  uno  de  los  libros  más  raros  de  la  bibliografía  española.  No  se  co- 
noce más  que  un  solo  ejemplar,  existente  hoy  en  el  Museo  Británico,  y  antes 
en  un  club  ó  sociedad  literaria  de  Londres  (Royal  Society  of  LUeratwe, 
St.  Martin' place).  D.  Luis  de  Usoz  y  Río,  famoso  editor  de  la  colección  de  Re- 
formistas antiguos  españoles,  tuvo  el  capricho,  raro  en  un  afiliado  á. secta  tan 
rígida  como  la  de  los  cuákeros,  si  bien  muy  propio  de  su  depravado  gusto, 
de  hacer  una  linda  edición  de  este  Cancionerillo  (Londres,  1841,  en  casa  de 
Pickering,  aunque  lleva  una  falsa  portada  de  Madrid,  por  Luis  Sánchez,  cuín 
privilegio).  Le  encabezó  con  un  docto  y  estrafalario  prólogo,  en  que  mezclan- 
do, según  su  costumbre,  las  especies  más  inconexas,  quiere  achacar  á  cléri- 
gos y  frailes  todas  las  inmundicias  del  Cancionero,  como  si  ellos  hubiesen  te- 
nido el  monopolio  de  la  poesía  en  la  España  antigua. 

Por  apéndice  del  Cancionero  puso  Usoz  varias  composiciones  muy  curiosas, 
tomadas  de  un  volumen  de  pliegos  sueltos  del  Museo  Británico.  Entre  ellas 
figuran  las  Lamentaciones  de  amores  de  Garci-Sánchez  de  Badajoz,  las  coplas 
descanta,  Jorgico,  canta»,  que  parecen  de  Rodrigo  de  Reinosa;  otras  coplas 
del  mismo  tal  tono  del  baile  del  Villano»,  el  lindísimo  romance  de  una  gentil- 
dama  y  un  rústico  pastor,  los  Fieros  que  hace  un  rufián  llamado  Mendoza,  contra 
otro  que  se  dezia  Pardo,  porque  le  requería  á  su  amiga  de  amores  (que  también 
parecen  de  Reinosa),  y  Las  doce  copias  móntales,  que  se  atribuyen  á  Pedro  de 
Lerma,  famoso  cancelario  de  la  Universidad  de  Alcalá,  y  acérrimo  secuaz  de 
las  doctrinas  de-  Erasmo. 


CAPITULO    XXIV  217 

recopila  todas  las  del  Cancionero  de  1 5 1 1 .  y  añade  otras  diez  muy 
libres  y  desvergonzadas,  las  cuales,  á  excepción  de  una  sola,  pasa- 
ron todas  al  tercer  Cancionero  toledano,  el  de  15271  de  que  luego 
haré  mención.  Una  de  ellas  es  el  citado  Pleito  del  Manto,  en  que 
intervinieron  varios  trovadores,  entre  ellos  García  de  Astorga,  que 
dirige  sus  coplas  á  D.  Pedro  de  Aguilar:  composición  tan  escanda- 
losa, que  ni  siquiera  su  tema  puede  honestamente  indicarse  aquí, 
bastando  decir  que  es  una  parodia  de  los  procedimientos  judiciales, 
hecha  con  las  más  feas  palabras  de  nuestra  lengua.  No  así  la  Visión 
deleitable,  compuesta  en  Ñapóles,  que  siendo  tanto  ó  más  lasciva  en 
el  fondo,  no  ofende  por  lo  soez  de  la  expresión,  sino  que  procede, 
á  estilo  italiano,  por  términos  figurados  y  frases  de  doble  sentido, 
del  modo  que  lo  vemos,  por  ejemplo,  en  los  Cauti  carnaccialeschi 
de  Florencia.  No  se  valió  de  este  malicioso  recato  de  expresión  el 
incógnito  autor  de  la  C...  comedia,  que  es  una  parodia  bestial  y  lu- 
panaria  de  las  Trescientas  de  Juan  de  Mena,  acompañada  de  esco- 
lios en  prosa,  sin  duda  con  intento  de  parodiar  también  el  comen- 
tario de  Hernán  Núñez.  Estas  apostillas,  que  por  lo  general  contie- 
nen cuentos  y  rasgos  biográficos  de  famosas  rameras,  son  todavía 
más  desenfrenadas  que  el  texto;  pero  á  la  verdad,  están  escritas  con 
más  soltura  y  gracejo  que  él,  y  pueden  servir  como  documento 
para  la  crónica  de  las  malas  costumbres  á  principios  del  siglo  xvi, 
puesto  que  vienen  á  ser  una  especie  de  topografía  é  historia  anec- 
dótica de  las  mancebías  de  España,  especialmente  de  las  frecuen- 
tadas por  estudiantes,  desde  Salamanca  y  Yalladolid  hasta  Va- 
lencia, donde,  al  parecer,  fué  redactado  este  bárbaro  poema,  del 
cual  pudiera  sacarse  un  suplemento  á  nuestros  diccionarios,  poco 
menos  copioso  que  el  Glossarium  eroticwn  que  para  la  lengua  latina 
existe. 

Esta,  y  el  Aposentamiento  de  Javera  (que  quizá  se  desechó  por 
obscura  y  anticuada),  fueron  las  únicas  composiciones  del  Cancio- 
nero de  Burlas  omitidas  en  el  de  Toledo  de  1527,  tan  raro  como  el 
primitivo  de  Castillo,  y  aun  más  estimable  que  él,  no  sólo  por  ser 
caso  rarísimo  haber  á  las  manos  ningún  ejemplar  que  no  esté  horri- 
blemente mutilado,  ya  en  la  sección  de  obras  devotas,  ya  en  la  de 
burlas,  ya  en  la  una  y  en  la  otra,  cuanto  por  el  gran  número  de 


2l8  HISTORIA    DL    LA    POESÍA    CASTELLANA 

poesías  añadidas  que  contiene;  si  bien  sospechamos,  y  aun  tenemos 
por  seguro,  que  la  mayor  parte  de  estas  adiciones  venían  ya  en  to- 
dos ó  en  alguno  de  los  tres  Cancioneros  de  1 5 14,  1 51 7  y  1520.  En 
total,  son  175  las  composiciones  que  lleva  de  ventaja  esta  edición 
sobre  la  de  I  5  1 1 ,  pero  en  cambio  faltan  187  de  las  que  en  ésta  ha- 
bía, algunas  tan  preciosas  como  la  Querella  de  amor  del  Marqués  de 
Santillana.  Las  adiciones  son  de  muy  vario  carácter,  habiendo  en- 
tre ellas  hasta  poesías  de  Boscán  (en  metros  cortos),  y  sonetos  ita- 
lianos de  Rerthomeu  Gentil,  y  capitolio  en  tercetos,  también  italia- 
nos, de  Tapia,  y  versos  catalanes  de  Vicente  Ferrandis,  de  Mosén 
Vinyoies  y  otros  valencianos.  Pero  en  general  predomina  la  escuela 
antigua,  representada  no  sólo  por  sus  más  calificados  imitadores  de 
la  primera  mitad  del  siglo  xvi,  tales  como  el  murciano  D.  Francisco 
de  Castilla,  del  cual  se  reproduce,  aunque  incompleto,  el  elegante  y 
filosófico  diálogo  entre  la  Miseria  Humana  y  el  Consuelo,  que  es 
una  de  las  mejores  poesías  de  este  tiempo  y  de  esta  manera;  sino 
por  composiciones  de  trovadores  de  fines  del  siglo  xv,  omitidas  en 
la  primera  edición  de  Valencia.  Particularmente  se  amplía  la  sec- 
ción de  los  versos  de  Costana  (incluyéndose  su  Nao  de  amor,  imi- 
tada de  la  de  Juan  de  Dueñas),  de  Portocarrero,  de  Quirós,  del  co- 
mendador Escriva,  de  Salazar,  autor  de  una  parodia  del  Padre 
Nuestro,  titulada  el  tPatet  Noster  de  las  mujeres»,  y  muy  especial- 
mente de  Garci-Sánchez  de  Badajoz,  que  continuaba  estando  de 
moda  como  prototipo  de  finos  amadores,  y  del  cual  se  ponen  vein- 
tiséis composiciones  nuevas,  algunas  de  ellas  extensas  é  importan- 
tes, como  la  fantasía  de  las  cosas  de  amor  y  las  coplas  contra  la- 
Fortuna.  Pero  de  las  cosas  hasta  entonces  inéditas  que  trae  este 
Cancionero,  la  mas  extensa,  y  al  mismo  tiempo  una  de  las  de  más 
apacible  lectura,  es  cierto  Doctrinal  de  Gentileza  que  hizo  el  comen- 
dador Hernando  de  Jjidueña,  Maestresala  de  la  Reyna  Nuestra  Se- 
ñora, obra  que,  á  pesar  de  lo  reciente  de  su  fecha  y  de  las  costum- 
bres palaciegas  que  describe,  está  todavía  dentro  de  la  tradición 
provenzal,  y,  más  que  con  El  Cortesano  de  Castiglione,  guarda  rela- 
ción con  los  Eiisenhamens  del  viejo  trovador  Amaneu  des  Escás, 
derivación  que  s¡-  manifiesta  también  en  atribuir  el  Doctrinal  al  dios 
de  amor,  sobrenombre  que  se  dio  á  varios  trovadores  entendidos  en 


CAPITULO    XXIV  2TQ. 

estas  materias,  y  que  las  trataron  en  modo  grave  y  didáctico,  entre 
ellos  á  nuestro  Serven  de  Gerona  (i). 

Por  muy  grande  que  supongamos  (y  extraordinaria  era,  en  efecto) 
la  licencia  de  la  imprenta  española  en  el  primer  tercio  del  siglo  xvi, 
cuando  podían  circular,  no  á  sombra  de  tejado,  sino  libremente  y 
con  indicación  de  la  oficina  del  tipógrafo,  libros  tales  como  el  Can- 
cionero de  burlas  ó  las  comedias  Thcbayda  y  Seraphina,  sin  que  ni 
siquiera  la  Inquisición  hiciese  alto  en  ello,  no  á  todos  los  lectores 
había  de  parecer  bien  encontrarse  en  un  libro  de  común  lectura, 
como  el  Cancionero  General,  que  era  el  breviario  poético  de  enton- 
ces, con  horrores  tales  como  el  Pleito  del  Manto  ó  la  Visión  deleita- 
ble. En  obsequio,  pues,  de  las  personas  honestas,  comenzó  á  ser  ex- 
purgado el  Cancionero,  siendo  la  primera  de  estas  ediciones  depu- 
radas, la  de  Sevilla,  1535,  por  Juan  Cromberger,  de  la  cual  es  copia 
fiel  la  que  el  mismo  impresor  repitió  en  1540.  En  una  advertencia 
preliminar  que  sustituye  al  prólogo  de  Castillo,  se  anuncia  que  «se 
shan  quitado  del  dicho  Cancionero  algunas  obras  que  eran  muy 
s>deshonestas  y  torpes,  é  se  han  añadido  otras  muchas,  asi  de  devo- 
»ción  como  de  moralidad;  de  manera  que  ya  queda  el  más  copioso 
»que  se  haya  viste».  Lo  añadido,  en  sustitución  de  lo  que  se  quita, 
son  88  composiciones,  entre  ellas  las  Coplas  de  Jorge  Manrique,  y 
una  serie  muy  curiosa  de  obras  en  loor  de  algunos  santos,  sacadas 
de  las  y  astas  literarias  que  se  liasen  en  Sevilla  por  institución  del 
muy  reverendo  ¿magnífico  señor  el  Obispo  de  Scalas.  De  estas  justas, 
en  que  por  estatuto  de  su  fundador  D.  Baltasar  del  Río  sólo  se  usa- 
ban los  antiguos  metros  nacionales  en  oposición  á  los  de  la  escuela 
italiana,  da  razón  Gonzalo  Argote  de  Molina  en  su  Discurso  sobre  ¿a 

(1)  Cancionero  general.  Agora  nuevaméte  añadido.  Oirá  vez ympresso  con  adi- 
ción de  muchas  y  muy  escogidas  obras.  Las  quales  guié  mas  presto  querrá  ver  vaya 
a  la  labia:  y  todas  aqllas  q  lemán  esia  señal  +  son  las  nuevamente  añadidas. 

Colofón:  La  presente  obra  intitulada  cancionero  general  copilado  por  Hernando 
del  Castillo.  En  el  qual  van  a^ora  nuevamente  añadidas  muchas  obras  muy  bue- 
nas y  quien  ¡as  quisiere,  etc.  Fué  impresso  en  la  muy  noble  é  Imperial  cibdad  de 
Toledo,  por  maestre  Ramón  de  Petias,  imprensor  (sic)  de  libros.  Acabóse  á  doze 
dias  del  mes  de  mayo.  Año  del  nacimiento  de  nuestro  salvador  señor  jesuchrislo  de 
mil  e  quinientos  e  veyntc  y  siete  años. 

Folio,  letra  gótica,  8  hojas  preliminares  y  195  folios. 


220  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

poesía  castellana,  haciendo  notar  su  especial  carácter.  Entre  los  poe- 
tas premiados  ha)'  nombres  conocidos,  como  el  bachiller  Céspedes,  el 
cronista  Pero  Mexía,  el  capitán  Salazar,  Lázaro  Bejarano,  y  otros  (i). 
Grupo  distinto  forman,  hasta  por  su  apariencia  exterior,  puesto 
que  son  en  octavo,  y  no  en  folio,  los  dos  Cancioneros  de  Amberes 
(por  Martín  Nució  y  Felipe  Nució,  1 557  y  1573),  que  son  los  me- 
nos raros  ó,  si  se  quiere,  los  menos  inaccesibles  de  toda  la  serie, 
aunque  rara  vez  suelen  encontrarse  íntegros  y  en  buen  estado.  La 
de  1557  merece  la  preferencia,  por  contener  mayor  número  de 
obras,  y  entre  ellas  57  que  le  son  peculiares,  habiéndolas  entre  ellas 
muy  curiosas;  por  ejemplo:  el  Hospital  de  amor,  el  Canto  de  Ama- 
dís  (poema  narrativo  en  octavas  reales,  fundado  en  la  célebre  no- 
vela del  mismo  nombre),  el  romance  de  Adonis,  el  de  la  abdicación 
de  Carlos  V,  y  un  grupo  de  sonetos,  coplas  y  canciones  nuevas  hechas 
en  la  ciudad  de  Londres,  en  Ingalaterra,  año  1545,  por  dos  caballeros 
cuyos  nombres  se  dexan  para  mayores  cosas:  con  ciertas  obtas  de  otro 
autor,  cuyo  nombre  también  se  reserva.  De  todo  esto,  como  pertene- 
ciente á  la  literatura  del  siglo  xvi,  no  procede  aquí  adelantar  noti- 
cias, bastando  decir  que  entre  estas  poesías  anónimas,  algunas  de 
ellas  muy  notables  (2),  alternan  los  endecasílabos  italianos  con  las 
coplas  castellanas  de  arte  mayor  y  menor  y  con  las  formas  de  la  poesía 

(1  Antes  de  pasar  al  Caucionero  de  Cromberger  estos  versos,  habían  sido 
impresas  aparte  las  Justas  de  San  Juan  Evangelista  (1531),  San  Juan  Bautista 
(1532),  Santa  María  Magdalena  y  San  Pedro  Apóstol  (1533),  San  Pablo  y  Sauta 
Catalina  (1534).  Todas  se  hallan  juntas  en  un  rarísimo  volumen,  que,  proce- 
dente de  la  biblioteca  de  Osuna,  se  custodia  ahora  en  la  Nacional.  A  su  tiempo 
volveré  á  hablar  de  ellas. 

(2)  Las  más  curiosas  históricamente  son  las  compuestas  en  Inglaterra  poi 
los  caballeros  del  séquito  de  Felipe  II  cuando  fué  á  casarse  con  la  reina  Ma- 
ría; especialmente  las  cancioncillas  que  empiezan: 

Que  no  quiero  amores 
En  Ingalaterra, 
Pues  otros  mejores 
Tengo  yo  en  mi  tierra... 

¡Ay,  Dios  de  mi  tierra, 
Saqueysme  de  aquíl 
¡Ay,  que  Iugalaterra 
Ya  no  es  para  mil... 


CAPITULO    XXIV  221 

popular  ó  popularizada,  habiendo  hasta  dos  composiciones  de  ger- 
manía,  las  más  antiguas  que  conocemos  en  este  dialecto  rufianesco. 

La  última  edición  de  las  antiguas  del  Cancionero,  y  la  menos  esti- 
mable de  todas,  es  la  segunda  de  Amberes  (1573),  que  no  sólo  no 
añade  nada,  sino  que  suprime  innumerables  piezas,  entre  ellas  todas 
las  de  burlas. 

Aparte  de  estas  nueve  impresiones  del  Cancionero  General,  se 
citan  vagamente  otras  cuya  existencia  es  dudosa,  si  se  exceptúa  la 
edición  popular  que  en  tres  volúmenes  pequeños  publicó  el  librero 
de  Zaragoza  Esteban  G.  de  Nájera,  en  I  552,  de  la  cual  por  lo  me- 
nos se  conoce  la  segunda  parte  ó  tomo,  existente  en  la  Biblioteca 
Imperial  de  Viena  y  descrito  por  Wolf.  Respecto  de  otro  Cancio- 
nero, también  de  Zaragoza  y  también  del  impresor  Nájera  (1554), 
descubierto  en  la  Biblioteca  de  Wolfembüttel  por  el  mismo  Wolf  (i), 
y  reimpreso  por  Morel  Fatio,  no  procede  aquí  su  estudio,  por  cons- 
tar enteramente  de  poesías  del  tiempo  de  Carlos  V,  en  que  alternan 
las  formas  indígenas  con  las  italianas,  como  ya  lo  indica  el  título: 
zassi  por  el  arte  Española  como  por  la  Toscana-¡>.  Es,  por  consi- 
guiente, un  Cancionero  de  transición,  cuya  importancia  procurare- 
mos aquilatar  á  su  debido  tiempo. 

Aunque  una  parte,  relativamente  escasa,  de  las  poesías  del  Can- 
•  cionero  de  Castillo  pasó  á  la  colección  Fernández,  á  la  Floresta  de 

Y  un  soneto,  cuyo  anónimo  autor,  que  tenía  el  mal  gusto  de  no  gustar  de  las 
bellezas  inglesas,  acaba  con  estos  desaforados  tercetos,  que  prueban  que  el 
Cancionero  de  burlas  todavía  no  estaba  olvidado: 

Me  veo  morir  agora  de  penuria 
En  esta  desleal  isla  maldita, 
Pues  más  á  punto  estoy  que  Satilario; 

Tanto  que  no  se  iguala  á  mi  luxuria, 
Ni  la  de  Fray  Anselmo  el  Carmelita, 
Ni  aquella  de  Fray  Trece  el  Trinitario. 

Este  Satilario,  tautas  veces  mencionado  en  poesías  libres  del  siglo  xvi,  de- 
bió su  celebridad  á  cierta  escandalosa  glosa  de  La  C...  comedia  (copla  28). 
También  está  allí  (sobre  la  copla  64)  el  cuento  del  Trinitario. 

(1)  Ein  Bcitrag  zur  Bibliographie  der  c  Cancioneros*  (en  el  tomo  x  del  Bo- 
letín de  Sesiones  de  la  clase:  de  Historia  de  la  Academia  de  Ciencias  de 
Viena,  1853). 


•222  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Rimas  de  Bohl  de  Faber,  á  los  dos  Romanceros  de  Darán,  y  á  otras 
antologías  menos  famosas,  se  hacía  sentir  la  falta  de  una  reproducción 
total  de  este  cuerpo  poético,  indispensable  para  el  estudio  de  la  lite- 
ratura de  los  siglos  xv  y  xvi.  Nuestra  benemérita  Sociedad  de  Bi- 
bliófilos ha  prestado  en  1 882  el  gran  servicio  de  poner  de  nuevo  en 
circulación  el  Cancionero  General,  no  limitándose  á  copiar  la  primera 
edición  de  I  5  1 1 ,  sino  enriqueciéndola  con  un  apéndice  de  todo  lo 
añadido  en  las  de  1 527,  1540  y  1557»  >T  con  numerosas  variantes 
sacadas  no  sólo  de  estas  ediciones,  sino  de  otros  varios  libros  impre- 
sos y  de  algunos  cancioneros  manuscritos:  trabajo  por  extremo  me- 
ritorio, como  todos  los  que  ha  realizado  el  laborioso  y  discreto  bi- 
bliotecario D.  Antonio  Paz  y  Melia,  que  sin  ruido  ni  alharacas 
hace  más  por  nuestras  letras  que  muchos  de  los  que  tienen  por  ofi- 
cio su  enseñanza  ó  su  crítica. 

Esta  publicación  debe  servir  de  punto  de  partida  para  la  ilustra- 
ción analítica  y  menuda,  que  todavía  exigen  los  poetas  del  Cancio- 
nero, y  que  sólo  en  pequeña  parte  hemos  podido  realizar  por  el 
carácter  general  de  nuestra  obra.  Encarecer  la  importancia  del  libro 
de  Castillo  como  monumento  histórico  y  como  texto  de  lengua,  se- 
ría repetir  una  vulgaridad  de  las  más  obvias;  pero  justo  es  añadir 
que  en  este  fárrago  de  versos,  muchas  veces  medianos,  suele  encon- 
trarse con  más  frecuencia  que  en  otros  centones  de  su  género  algo 
que  no  interesa  sólo  al  filólogo  y  al  erudito,  sino  también  al  hombre 
de  gusto.  Bajo  tal  aspecto,  habría  evidente  injusticia  en  confundir  el 
Cancionero  de  Castillo  con  el  de  Baena,  por  ejemplo,  ó  con  el  de 
Resende.  Aun  prescindiendo  de  los  pocos,  pero  exquisitos,  roman- 
ces viejos,  cuyo  primitivo  texto  está  allí,  recuérdese  el  florilegio  que 
puede  formarse  con  lo  selecto  del  Marqués  de  Santillana,  de  Fernán 
Pérez  de  Guzmán,  de  los  dos  Manriques,  de  Rodrigo  de  Cota,  de 
1  )iego  de  San  Pedro,  de  Garci-Sánchez,  de  Cartagena,  de  Montoro, 
de  Alvarez  Gato  y  de  otros  que  omitimos  por  no  repetir  tantas 
veces  unos  mismos  nombres.  Aun  en  los  poetas  más  triviales  de  La 
colección,  en  los  que  no  lucen  más  que  un  artificio  huero  y  una 
mera  facilidad  de  rimar,  hay  por  lo  menos  condiciones  técnicas  muy 
estimables:  casi  todos  versifican  bien,  y  en  los  metros  cortos  quizá 
no  han  sido  superados  nunca,  á  no  ser  por  aquellos  discípulos  suyos 


CAPITULO    XXIV 


del  siglo  xvi,  Castillejo,  Montemayor,  Silvestre,  que  apoderándose 
de  estas  formas,  ya  vacías  de  contenido  pero  siempre  galanas,  las 
infundieron  un  espíritu  nuevo,  así  en  la  lírica  como  en  la  sátira. 

Conviene  huir,  pues,  del  cómodo  sistema  de  condenar  á  carga  ce- 
rrada esta  poesía  sin  leerla  como  debe  leerse,  esto  es,  poniéndola  en 
relación  con  los  elementos  sociales  que  la  produjeron  y  con  el  medio 
en  que  se  desarrolló.  Estudiada  así,  no  sólo  enseña  mucho  que  no 
está  en  las  crónicas,  sino  que  á  veces  agrada  é  interesa.  El  Cancionero 
General  se  formó  á  bulto,  como  dice  muy  exactamente  Lope  de  Vega, 
y  por  eso  hay  en  él  desigualdades  grandes,  según  el  parecer  del  mismo 
preclaro  ingenio;  pero  lo  bueno  es  bastante  para  compensar  ó  hacer 
mas  llevadero  el  hastío  que  produce  lo  mediano,  que  es  naturalmente 
lo  que  más  abunda.  Aun  en  tiempos  en  que  dominaba  la  crítica  aca- 
démica, hubo  ya  quien  sacara  buen  partido  de  los  poetas  del  Cancio- 
nero, hasta  para  poner  ejemplos  de  estilo.  Mayans  en  su  docta  Retó- 
rica (que  en  esta  parte  es  la  mejor  y  más  útil  que  tenemos )  los  cita  ;'; 
cada  paso,  y  no  se  harta  de  ponderar  el  maravilloso  juicio  y  gravedad 
de  Hernán  Pérez  de  Guzmán  y  Jorge  Manrique;  el  ingenio,  discre- 
ción y  gracia  de  su  tío  Gómez,  de  Hernán  Mexía,  de  Nicolás  Núñez, 
de  D.  Luis  de  Vivero,  del  comendador  Escrivá,  del  vizconde  de  Alta- 
mira,  y  el  natural  decir  de  todos  ellos,  suelto,  castizo  y  agradable. 

No  hemos  terminado  aún  el  examen  de  la  abundante  producción 
poética  del  tiempo  de  los  Reyes  Católicos.  Todavía  nos  falta  estudiar 
al  mayor  poeta  de  este  período,  es  decir,  á  Juan  del  Enzina,  y  fijar 
luego  la  consideración  en  los  ingenios  aragoneses,  entre  los  cuales  so- 
bresale D.  Pedro  Manuel  de  Urrea,  y  en  los  portugueses  del  Cancio- 
nero de  Resende,  que  escribieron  en  lengua  castellana.  V,  finalmente, 
diremos  algo  del  autor  de  la  Propaladla,  considerado  como  lírico,  y 
de  los  numerosos  autores  de  pliegos  sueltos  que  conocida  ó  verisí- 
milmente son  anteriores  á  Cristóbal  de  Castillejo,  en  quien  comienza 
un  nuevo  período  para  esta  escuela,  remozada  y  transfigurada  ente- 
ramente por  él.  Pero  todo  esto  será  materia  del  capítulo  (i)  siguien- 
te, ya  que  éste  se  ha  dilatado  más  de  lo  que  pensábamos,  y  quizá 
mis  de  lo  que  puede  tolerar  la  paciencia  de  nuestros  lectores. 

El  original:  *  volumen».   .1  II.  . 


CAPÍTULO    XXV 


[JUAN  DEL  ENZINA:  SU  BIOGRAFÍA;  SUS  OBRAS  MUSICALES;  SUS  PRODUC- 
CIONES literarias:  su  Cancionero; ¿sv  doctrina  literaria,  según  su 
Arte  de  la  Poesía  Castellana;  dirección  de  juan  del  enzina  en  las 
vías  del  renacimiento  clásico:  su  adaptación  de  las  Bucólicas  de 

VIRGILIO    AL    METRO    CASTELLANO;    SUS    DONES    POÉTICOS;    LAS    obras    á    lo 

divino;  poesías   alegóricas   y  profanas;   villancicos   y   glosasj7su 

VERDADERO    PUESTO    EN    LA    HISTORIA    DE    LOS    ORÍGENES    DEL    DRAMA    NA- 
CIONAL;   OBRAS     DRAMÁTICAS     DE    JUAN     DEL     ENZINA  \     SU     INFLUENCIA     EN 
LA    ESCENA    NACIONAL.] 


Por  el  número  y  variedad  de  sus  producciones;  por  el  feliz  con- 
sorcio que  en  muchas  de  ellas  hicieron  la  musa  popular  y  la  erudi- 
ta: por  su  doble  carácter  de  poeta  y  preceptista;  por  su  importan- 
cia en  la  historia  del  arte  lírico-musical,  y,  finalmente,  por  su 
venerable  representación  en  los  orígenes  de  nuestra  escena,  es  Juan 
del  Enzina  el  ingenio  más  digno  de  estudio  entre  cuantos  florecie- 
ron en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos.  No  pretendemos  abarcar  en 
este  bosquejo  los  múltiples  aspectos  de  tan  interesante  figura.  Sólo 
á  título  de  poeta  lírico  figura  en  este  libro  (i)  Juan  del  Enzina,  y 
á  tal  consideración  habremos  de  subordinar  nuestro  trabajo,  donde 
sólo  incidentalmente  pueden  entrar  los  demás  merecimientos  artís- 
ticos que  hacen  el  nombre  de  Enzina  tan  recomendable. 

La  biografía  de  este  preclaro  varón,  casi  ignorada  hasta  nuestros 
días,  á  pesar  de  los  loables  conatos  de  D,  Gregorio  Mayans,  en  su 
Noticia  de  los  traductores  de  Virgilio;  de  D.  Leandro  Fernández  de 

El  original:  «esta  antología».  [A.  B.'i 

■snr.z  y  Pelaío. — Poesía  catttllama.    III.  13 


226  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Moratín,  en  su  obra  clásica  sobre  los  Orígenes  de  nuestro  teatro;  de 
Gallardo,  en  sus  inestimables  cédulas  bibliográficas,  y  de  Fernando 
Wolf,  en  un  breve  artículo  de  la  Enciclopedia  de  Grüber,  va  reci- 
biendo en  estos  últimos  años  inesperada  claridad,  por  virtud  de  los 
felices  hallazgos  y  de  las  doctas  inducciones  de  varios  eruditos  y 
aficionados  (l).  Quedan,  sin  embargo,  muchos  vacíos  y  no  pocos 
puntos  opinables,  que  sólo  en  una  monografía  podrían  tratarse  á 
fondo. 

Ateniéndonos  á  lo  más  cierto  y  averiguado,  comenzaremos  por 
decir  que  no  hay  duda  en  cuanto  al  año  del  nacimiento  del  poeta, 
aunque  pueda  haber  alguna  en  cuanto  á  su  patria.  Nació  en  1469, 
puesto  que  tenía  cincuenta  años  cumplidos  al  emprender  su  pere- 
grinación á  Jerusalén,  en  1519»  según  él  mismo  declara,  en  pésimos 
metros,  en  su  Trivagia  (2).  Fué  hijo  de  la  ciudad  de  Salamanca,  ó 
de  un  lugar  cercano  llamado  Encina,  según  opinaba  D.  Bartolomé 
Gallardo,  fundándose  en  estos  versos  de  un  villancico  suyo: 

¿Es  quizá  vecina 
De  allá,  de  tu  tierra? 
— Yo  soy  del  Encina, 
Y  ella  es  de  la  sierra... 


(1)  Cañete  (D.  Manuel):  Teatro  completo  de  Juan  del  Enema,  publicado  por 
la  Academia  Española  en  1893,  con  adiciones  del  Sr.  Barbieri. 

Asenjo  Barbieri  (D.  Francisco):  Cancionero  musical  español  de  los  siglos  XV 
y  XVI,  publicado  por  la  Academia  de  San  Fernando  en  1890. 

Cotarelo  (D.  Emilio):  Juan  del  Encina  y  los  orígenes  del  Teatro  español  (ar- 
tículos publicados  en  La  España  Moderna,  1894). 

Mitjana  (D.  Rafael):  Sobre  Juan  del  Encina,  músico  y  poeta.  Nuevos  datos 
para  su  biografía.  Málaga,  1895. 

[Díaz -Jiménez  y  Molleda  (D.  Eloy):  Juan  del  Encina  en  León;  Madrid, 
1909.  fAZ?,)] 

(2)  Los  años  cincuenta  de  mi  edad  cumplidos, 


Terciado  ya  el  año  de  los  diez  y  nueve; 
Después  de  los  mil  y  quinijiitos  encima, 
Y  el  fin  ya  llegado  de  la  vera  prima, 
Que  el  día  es  prolijo,  la  noche  muy  breve, 
Mi  cuerpo  y  mi  alma  de  Roma  se  mueve. 
Tomando  la  vía  del  sanio  viaje... 


CAPITULO    XXV  227 

A  lo  cual  puede  añadirse  este  paso,  todavía  más  significativo,  en 
que  el  poeta  parece  distinguir  entre  su  nacimiento  en  la  aldea  y  su 
crianza  en  la  Universidad  salmantina: 

Aunque  sos  destos  casares 
De  aquesta  silvestre  encina, 
Tú  sabrás  dar  melecina 
A  mis  cuitas  y  pesares, 
Pues  allá  con  escolares 
Ha  sido  siempre  tu  crio... 

De  los  alegres  tiempos  de  su  vida  estudiantil  queda  memoria 
en  el  Aucto  del  Repelón,  primero  aunque  rudísimo  esbozo  del 
entremés  castellano.  Puede  conjeturarse  que  fué  en  Humanida- 
des uno  de  los  primeros  discípulos  del  maestro  Nebrija,  puesto 
que  la  doctrina  métrica  que  en  su  Arte  de  la  poesía  castellana 
expone,  está  substancialmente  conforme  con  la  que  aquél  había 
enseñado  en  su  Gramática  Castellana.  Es  sabido  que  Nebrija  vol- 
vió de  Italia  en  1 47 3,  y  que  la  primera  edición  de  su  Arte  latino 
se  hizo  en  1481,  que  es  aproximadamente  la  fecha  en  que  Juan 
del  Enzina  debía  contarse  entre  la  regocijada  turba  escolar  de  Sala- 
manca, que  bebía  de  los  labios  del  ilustre  filólogo  andaluz  la  ense- 
ñanza y  el  espíritu  del  Renacimiento.  Entonces  adquirió  Enzina 
ia  cultura  clásica  de  que  da  muestra  en  su  elegante  paráfrasis  de 
las  Bucólicas  virgilianas,  y  que  le  fué  útil  hasta  para  sus  ensayos 
dramáticos,  donde  se  mezclan  las  reminiscencias  de  la  antigua  poesía 
pastoril  con  la  tradición  del  drama  litúrgico  y  popular  de  los  tiem- 
pos medios. 

La  vocación  poética,  así  como  la  musical,  se  desarrolló  muy  pron- 
to en  Juan  del  Enzina.  La  mayor  parte  de  las  obras  de  su  Cancio- 
nero, según  él  afirma  en  la  dedicatoria  á  los  Reyes  Católicos,  *fue- 
ron  hechas  desde  los  catorce  anos  hasta  los  veinte  y  cinco»,  por  lo 
cual  invoca  en  su  favor  el  privilegio  de  menor  edad.  Probable- 
mente como  músico,  más  bien  que  como  poeta,  entró  muy  joven 
al  servicio  del  duque  de  Alba  D.  Eadrique  Álvarez  de  Toledo,  aca- 
so por  recomendación  de  su  hermano  D.  Gutierre,  cancelario  de 
la  Universidad  de  Salamanca  en  los  mismos  años  en  que  Enzina 
estudiaba. 


228  HISTORIA   DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

La  época  de  mayor  actividad  literaria  de  nuestro  poeta  puede 
fijarse  entre  I492,  fecha  de  su  imitación  de  las  églogas  de  Virgilio, 
y  1496,  en  que  por  primera  vez  aparecieron  sus  obras  recopiladas 
en  un  Cancionero,  que,  además  de  la  parte  lírica  (poco  aumentada, 
y  aun  mermada,  en  las  ediciones  sucesivas),  contiene  ya  ocho  de 
sus  piezas  dramáticas,  cuyas  rúbricas  nos  informan  de  las  circuns- 
tancias de  la  representación,  que  fué  puramente  doméstica,  toman- 
do parte  en  ella  el  autor  mismo,  que  hace  frecuentes  alusiones  á  los 
sucesos  de  su  tiempo,  por  lo  cual  es  fácil  casi  siempre  ia  determi- 
nación de  las  fechas.  Aderezábanse  estas  sencillas  representaciones, 
ora  sagradas,  ora  profanas,  con  la  música  y  letra  de  los  villancicos 
que  el  mismo  Juan  del  Enzina  componía  para  solaz  de  sus  nobles 
patronos,  y  que  en  gran  parte  se  encuentran  asonados  en  el  Can- 
cionero musical  de  la  biblioteca  de  Palacio,  que  descifró  é  ilustró 
Barbieri. 

La  más  antigua  de  estas  composiciones  escénicas,  que  es  una 
égloga  de  noche  de  Navidad  representada  en  I492,  nos  permite 
fijar  la  fecha  en  que  Juan  del  Enzina  entró  como  familiar  en 
el  castillo  de  Alba  de  Tormes,  puesto  que  en  ella  se  muestra 
muy  alegre  é  ufano.,  porque  sus  señorías  le  habían  ya  recebido  por 
suyo.  Fué  sin  duda  el  director  de  espectáculos,  el  arbiter  elegan- 
tiarum  de  su  palacio,  lo  mismo  en  las  regocijadas  noches  de  antruejo 
ó  Carnestolendas,  que  en  aquellos  días  en  que  devotamente  se 
conmemoraban  la  Pasión  ó  la  Resurrección  de  Nuestro  Señor 
Jesucristo. 

De  una  de  las  églogas  de  Juan  del  Enzina,  consta  que  fué  repre- 
sentada en  presencia  del  príncipe  D.  Juan,  que  debe  contarse  entre 
los  Mecenas  de  nuestro  poeta,  puesto  que  á  él  está  dedicada  la  tra- 
ducción de  las  bucólicas  virgilianas.  La  inesperada  muerte  de  aquel 
príncipe  en  1497,  inspiró  al  vate  salmantino  una  que  llamó  Tragedia 
trovada,  sin  duda  por  lo  doloroso  del'  asunto;  pero  que  nada  tiene 
de  dramática,  siendo  meramente  un  poema  en  coplas  de  arte  mayor, 
conforme  al  estilo  de  Juan  de  Mena. 

De  1498  es  una  égloga,  comúnmente  llamada  la  de  las  grandes 
lluvias,  por  aludirse  en  ella  á  las  copiosísimas  que  cayeron  en  di- 
cho año.  De  ella  se  infiere  que  Juan  del  Enzina  pretendió  inútilmen- 


CAPITULO    XXV  22g 

te  por  aquellos  días  una  plaza  de  cantor,  vacante  en  la  catedral  de 
Salamanca  (i). 

Quizá  el  fracaso  de  esta  pretensión  suya  fué  lo  que  le  indujo   á 


(0 


Juan. 
Y  acuntió  que  en  aquel  día 
Era  muerto  un  sacristán. 

RODRIGACHO. 

¿Qué  sacristán  era,  di? 

Juan. 
Un  huerte  canticador. 

Antón. 
¿El  de  la  igreja  mayor? 

Joan. 

Ese  mesmo. 

RODRIGACHO. 
¿Aquese? 

Juan. 

Si. 

RODRIGACHO. 

¡Juro  á  mi 

Que  canticaba  muy  bien! 

MlGUELLEJO. 

¡Oh,  Dios  lo  perdone,  amén! 

Antón. 
Hágante  cantor  á  ti. 

RODRIGACHO. 

El  diabro  te  lo  dará, 
Que  buenos  amos  te  tienes; 
Que  cada  que  vas  é  vienes, 
Con  ellos  muy  bien  te  va. 

MlGUELLEJO. 
No  están  ya 

Sino  en  la  color  del  paño; 
Más  querrán  cualquier  extraño 
Que  no  á  ti  que  sos  d'allá. 

RODRIGACHO. 

Dártelo  han,  si  son  sesudos.  <  Sigue  U  nata.) 


23O  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

buscar  fortuna  en  Italia  como  profesor  de  su  divino  arte.  Del  largo 
período  en  que  residió  en  Roma,  y  que  fué  sin  duda  capital  para  el 
desarrollo  de  su  talento  artístico  en  el  doble  concepto  de  la  música 
y  de  la  poesía,  tenemos  muy  obscuras,  vagas  y  contradictorias  no- 
ticias, algunas  de  las  cuales  deben  rechazarse  en  absoluto,  como  la 
de  haber  sido  Juan  del  Enzina,  en  tiempo  de  León  X,  maestro  de  la 
Capilla  Pontificia;  cargo  honorífico  que  entonces,  y  aun  mucho  des- 
pués, no  se  concedía  más  que  á  obispos  y  altos  personajes  eclesiás- 
ticos, como  oportunamente  recuerda  Barbieri.  Pudo  ser  y  es  verisí- 
mil que  fuese  cantor  de  la  capilla  del  Papa;  pero  ni  aun  eso  se  ha 
probado  hasta  ahora  con  documento  fehaciente. 

Muy  natural  parece  que  influyesen  en  el  gusto  de  Juan  del  Enzi- 
na los  primeros  conatos  de  la  Talía  italiana,  como  influyeron  poco 
después  en  Forres  Naharro;  pero  lo  cierto  es  que  la  única  pieza  de 
nuestro  salmantino  que  con  certeza  conste  haber  sido  compuesta  en 
Roma,  la  Égloga  de  Plácida  y  Victoriano  (que  el  autor  del  Diálogo 
de  la  lengua  prefería  á  todo  lo  restante  de  sus  obras),  aunque  más 

Juan. 
Sesudos  é  muy  devotos; 
Mas  hanlo  de  dar  por  votos. 

RODRIGACHO. 

Por  votos  no,  por  agudos. 
Aun  los  mudos 
Habrarán  que  te  lo  den. 

Juan. 
Mia  fe,  no  lo  sabes  bien; 
Muchos  hay  de  mí  sañudos. 


Los  unos  no  sé  por  qué, 
É  los  otros  no  sé  cómo, 
Ningún  percundio  les  tomo, 
Que  nunca  lie  lo  pequé. 

Miguellejo. 
Á  la  fe, 

Unos  dirán  que  eres  lloco, 
Los  otros  que  vales  poco. 

Juan. 
Lo  que  dicen  bien  lo  sé. 


CAPITULO    XXV  23I 

larga  que  cualquiera  otra  de  sus  farsas,  sagradas  ó  profanas,  nada 
presenta  en  su  artificio  que  substancialmente  la  distinga  de  las  an- 
teriores; y  si  alguna  influencia  coetánea  puede  reconocerse  en  ella, 
es  la  de  la  famosa  novela  de  Diego  de  San  Pedro,  Cárcel  de  amor, 
en  lo  que  toca  al  suicidio  del  héroe;  y  la  de  las  irreverentes  paro- 
dias de  Garci  Sánchez  de  Badajoz  en  la  Vigilia  de  la  enamorada 
muerta,  que  fué  probablemente  la  principal  razón  que  tuvo  el  San- 
to Oficio  para  poner  esta  égloga  en  su  índice . 

Lo  que  no  puede  dudarse  es  que  algunas  de  las  piezas  de  Juan 
del  Enzina  fueron  representadas  en  Roma,  y  ante  un  auditorio,  si 
por  una  parte  muy  aristocrático,  por  otra  nada  ejemplar  en  sus  cos- 
tumbres y  diversiones.  Asi  lo  prueba  un  curiosísimo  documento  no 
citado  todavía  por  los  eruditos  españoles,  aunque  divulgado  ya  en- 
tre los  italianos.  Stazio  Gadio,  escribiendo  al  Marqués  de  Mantua 
desde  Roma,  le  describe  una  cena  que  en  la  noche  del  IO  de  Agos- 
to de  1 5 13  había  dado  el  Cardenal  su  primo,  á  la  cual  había  asistido 
el  marquesito  Federico  Gonzaga,  que  á  la  sazón  no  pasaba  de  los 
diez  años;  siendo  los  demás  comensales  el  Cardenal  de  Aragón,  el 
Cardenal  Sauli,  el  Cardenal  Cornaro,  algunos  obispos  y  caballeros,  y 
la  cortesana  Albina.  El  jueves  anterior  la  recreación  había  sido  en 
casa  del  Cardenal  de  Arbórea,  donde  se  había  recitado  en  español  una 
comedia  de  Juan  de  la  Enzina,  asistiendo  á  ella  piü  puttane  spagnuole 
che  uamini  italiani  (1).  Ambas  fiestas  fueron  verdaderas  orgías,  y 
todavía  se  refieren  otras  más  escandalosas  en  la  correspondencia 
del  mismo  agente  mantuano  (2). 

(1)  A.  Graí,  Attraverso  i!.  Cinquecento  ,Torino,  i88S*,  páginas  264-265,  refi- 
riéndose á  la  carta  publicada  por  Luzio,  en  su  Memoria  sobre  Federico  Gonza- 
ga ostagio  alia  corte  di  Giulio  //.en  el  Are.  della  R.  Societa  Romana  di  Sioria 
patria). 

(2)  Por  ejemplo,  la  cena  de  1  1  de  Enero  del  mismo  año  1513,  también  en 
casa  del  Cardenal  de  M.-ntua,  y  en  la  cual,  además  de  los  comensales  ya  cita- 
dos éntrelos  cuales  no  falta,  por  supuesto,  la  famosa  Albina),  estuvieron  el 
Arzobispo  de  Salerno,  el  de  Spalatro,  el  Obispo  de  Ficarico,  Bernardo  da 
Bibbiena  (que  fué  después  cardenal,  autor  de  la  desvergonzadísima  comedia 
Calandria,  una  de  las  más  antiguas  del  teatro  italiano)  y  el  bufón  de  León  X 
Fr.  Mariano,  que  hizo  á  la  mesa  sus  acostumbrados  caprichos.  Por  final,  dice 
candorosamente  el  narrador:  Dopo  cena,  iasso  judicar  a   V.  Ex.  che  si  fece. 


232  HISTORIA    DE    LA   POESÍA    CASTELLANA 

Puede  afirmarse  casi  con  seguridad  que  la  comedia  representada 
en  el  banquete  del  Cardenal  de  Arbórea  fué  la  de  Plácida  y  Vito- 
ria/io,  que  Juan  del  Enzina  compuso  en  Roma,  según  terminante- 
mente afirma  Juan  de  Valdés,  y  de  la  cual  Moratín  cita  una  edición 
romana  de  I5I4>  que  no  ha  sido  descubierta  hasta  ahora,  pero  que 
debe  de  existir,  puesto  que  su  fecha  concuerda  admirablemente  con 
los  datos  transcritos.  Y  corno  no  es  de  suponer  que  á  tan  ilustres 
personajes  como  los  que  realzaron  el  esplendor  de  aquel  fastuoso 
sarao,  se  les  fuesen  á  servir  manjares  fiambres,  creemos  sin  escrú- 
pulo que  la  égloga  fué  escrita  ad  hoc  y  representada  por  primera 
(y  acaso  única  vez)  en  los  primeros  días  de  Agosto  de  1 5 1 3- 

Y  aquí  la  imaginación  puede  darse  libre  camino,  reconstruyendo 
á  su  placer  aquella  pagana  fiesta,  con  cuyo  tono  cuadraban  á  mara- 
villa los  chistes  más  que  deshonestos  de  Eritea  y  Fulgencia,  que 
debieron  de  hacer  morir  de  risa  al  Cardenal  Cornaro,  no  menos  que 
á  la  sigi/ora  Albina. 

Para  entonces  la  fortuna  mostraba  mejor  semblante  á  Juan  del 
Enzina,  acaso  por  influjo  de  algún  Mecenas  desconocido,  que  bien 
pudo  ser  el  Cardenal  de  Aragón.  Obtuvo,  pues,  sucesivamente,  aun 
antes  de  ser  clérigo  de  misa,  varios  beneficios  y  prebendas  eclesiás- 
ticas que,  según  era  frecuente  en  la  relajada  disciplina  de  aquellos 
tiempos,  tuvieron  más  de  nominales  que  de  efectivos,  salvo  en  lo  de 
cobrar  las  rentas,  puesto  que  de  la  residencia  se  curó  poco  ó  nada, 
pasando  la  mayor  parte  del  tiempo  in  curia. 

Según  noticias  que  un  curioso  del  siglo  pasado  extractó  en  el  ar- 
chivo de  la  Santa  Iglesia  de  Salamanca,  y  que  desde  aquella  ciudad 
fueron  comunicadas  en  1867  á  D.  Manuel  Cañete,  cuando  se  ocu- 
paba en  preparar  su  edición  del  teatro  de  Enzina  (i),  el  Papa  Ale- 
jandro VI,  en  15  de  Septiembre  de  1 502,  hizo  merced  á  nuestro 
poeta  de  una  ración  de  la  catedral  de  Salamanca,  vacante  por  muer- 
te de  Antonio  del  Castillo.  En   la  Bula  se  llama  á  Enzina  Clérigo 

(1)  El  documento  original  no  ha  sido  encontrado  aún,  por  haber  cambiado 
de  numeración  los  legajos  de  aquel  archivo,  pero  no  parece  que  puede  du- 
darse de  su  existencia,  puesto  que  lo  que  se  cita  de  su  contenido  nada  afirma 
qae  sea  inverisímil,  y  que  no  encaje  perfectamente  con  todo  lo  demás  que 
sabemos  de  la  vida  de  Enzina. 


CAPÍTULO    XXV  233 

salmantino ,  Bachiller,  familiar  de  S.  S.  y  residente  en  la  curia 
romana. 

Seis  años  después,  había  ascendido  de  la  categoría  de  racionero  á 
la  dignidad  de  arcediano  de  Málaga.  El  archivo  capitular  de  aquella 
iglesia,  explorado  en  buena  hora  por  el  inteligente  aficionado  musi- 
cal D.  Rafael  Mitjana,  nos  ofrece  interesantes  y  copiosos  datos  so- 
bre esta  época  de  su  vida.  Extractaremos  lo  más  esencial. 

En  el  acia  del  cabildo  celebrado  el  día  1 1  de  Abril  de  1 509,  cons- 
ta: que  el  honrado  Pedro  Hermosilla,  vecino  desta  dicha  cibdad,  ex 
hibió  una  presentación  firmada  del  Rey  D.  Fernando,  dando  cono- 
cimiento al  cabildo  de  que  el  Nuncio  de  S.  S.,  con  asentimiento  de. 
obispo  de  Málaga  D.  Diego  Ramírez  de  Villaescusa,  había  hecho  co- 
lación y  canónica  institución  al  licenciado  D.  (sic)  Juan  del  Enzina. 
clérigo  de  la  diócesis  de  Salamanca,  del  Arcedianazgo  Mayor  «y  ca- 
longía  á  él  anexa,  desta  dicha  iglesia  y  cibdad  de  Málaga»,  por  re- 
nuncia que  había  hecho  en  sus  manos  el  licenciado  D.  Rodrigo  de 
Enciso,  maestro  en  Sagrada  Teología  y  último  poseedor  de  aquella 
dignidad.  Tomóse  juramento  y  dióse  posesión  al  mencionado  Pedro 
de  Hermosilla,  como  procurador  de  Juan  del  Enzina,  firmando  el 
acta  Gonzalo  Pérez,  notario  apostólico  y  secretario  del  Cabildo. 

Hasta  el  2  de  Enero  de  1 5 IO  no  consta  que  Juan  del  Enzina  resi- 
diese en  Málaga,  ni  se  lee  su  nombre  en  ninguna  acta  capitular.  En 
Marzo  de  dicho  año,  fué  comisionado  por  su  Cabildo  para  ir  á  la 
corte,  juntamente  con  el  canónigo  D.  Gonzalo  Pérez,  para  que 
«paresciesen  ante  SS.  MM.  el  Rey  y  ¡a  Reina,  y  ante  su  Consejo  é 
Contadores  mayores,  y  practicasen  cuantas  diligencias  fuesen  con- 
ducentes sobre  la  Dotación  y  Privilegio  desta  Santa  Iglesia  y  de  su 
mesa  capitular».  Acompaña  á  esta  acta  una  «Nómina  é  Instrucción 
de  los  documentos  que  se  entregaron  á  los  dichos  señores  y  de  lo 
que  habrán  de  solicitar,  y  particulares  que  habrán  de  tener  presen- 
te», documento  de  gran  valor,  porque  al  pie  de  él  se  conserva  el 
único  autógrafo  hasta  ahora  conocido  de  la  firma  y  rúbrica  de  Juan 
del  Enzina,  archidiaconus  malacitanus.  En  14  de  Octubre  fué  lla- 
mado por  los  señores  del  Cabildo,  y  en  20  de  Noviembre  daba 
cuenta  del  feliz  resultado  de  su  comisión. 

A  todo  esto,  el  arcediano  poeta  continuaba  sin  ordenarse,  de  lo 


234  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

cual  sus  émulos  se  valieron  para  excluirle  del  Cabildo,  á  lo  menos 
por  algún  tiempo,  y  reducir  á  la  mitad  los  emolumentos  de  su  pre- 
benda. En  14  de  Julio  de  1 51 1,  «se  expuso  por  el  señor  Arcediano 
Don  Juan  del  Enzina,  que  había  llegado  á  su  conocimiento  que  el 
Cabildo  había  ordenado  ciertos  estatutos  en  que  se  mandaba  que  el 
presidente  que  por  derecho  fuese  en  la  dicha  iglesia,  no  pudiese 
convocar  á  Cabildo  sin  expreso  mandato  de  todo  él.  Que  dicho  se- 
ñor, como  presidente,  derogaba  y  contradecía  el  citado  estatuto, 
por  quanto  era  en  perjuicio  de  los  demás  presidentes  y  le  quitaba 
su  libertad  de  presidencia.  Se  acordó  que  se  le  oía  y  que  se  le  daría 
respuesta,  y  se  le  mandó  salir  fuera  del  Cabildo.  Luego  se  trató  y 
platicó  por  el  Cabildo  que  ningún  canónigo  ni  dignidad  que  no  fuese 
ordenado  in  sacris,  no  debe  ser  admitido  á  Cabildo  ni  ser  recibido 
su  voto,  así  por  lo  que  disponen  los  cánones,  como  por  el  estatuto 
de  esta  Santa  Iglesia.  Y  así  se  acordó  que  se  notificase  al  dicho  se- 
ñor Arcediano  de  Málaga,  y  al  licenciado  Pedro  Pizarro,  canónigo, 
que,  mientras  aquéllos  no  eran  ordenados  in  sacris.,  se  abstengan 
del  ingreso  en  dicho  Cabildo  si  no  fuese  por  su  mandado».  Y  en  el 
acta  de  21  de  Agosto  se  previno  que  «al  señor  Arcediano  se  le  diese 
la  mitad  del  pan  que  le  cabía  por  el  repartimiento,  por  quanto,  por 
no  estar  ordenado  de  sacerdote  según  derecho,  no  debía  percibir 
más  de  la  mitad  de  su  prebenda». 

Así  y  todo,  Juan  del  Enzina  debía  de  ser  personaje  de  mucha 
cuenta  en  su  iglesia.  Lo  prueba  el  haber  llevado  su  representación 
en  el  Concilio  Provincial  de  Sevilla.  Consta  en  el  acta  de  l.°  de  Ene- 
ro de  1 5 12,  que  se  le  concedió  «poder  para  que  pareciese  ante  el 
Reverendo  Sr.  Arzobispo  de  Sevilla  en  el  Concilio  Provincial  que 
se  hacía,  en  nombre  de  este  ilustrísimo  Cabildo,  y  su  mesa  capitular, 
para  que  solicite  las  cosas  que  le  convengan  y  fueren  en  pro  y  uti- 
lidad deste  Cabildo,  y  apele  de  las  que  contra  éste  se  dieren».  Y 
del  cumplimiento  de  la  comisión  testifican  varios  libramientos  á  fa- 
vor de  Enzina,  por  cuenta  de  los  gastos  de  su  viaje  á  Sevilla. 

Pero  como  siempre  tenía  puestos  los  ojos  en  Roma,  centro  de  sus 
aficiones  artísticas,  pronto  halló  medio  de  volver  á  visitarla,  aunque 
sin  abandonar  el  cuidado  de  los  negocios  de  su  Cabildo.  En  7  de 
Mayo  de  I  5 12,  solicitó  y  obtuvo  que  los  capitulares  le  concedieran 


CAPITULO    XXV  235 

todos  los  días  que  le  cupiesen  de  recles,  para  ir  á  Roma  y  otras  par 
tes  donde  dijo  tener  necesidad  de  ir.  En  1 5   de  Noviembre  seguía 
allí,  puesto  que  se  le  encomendó  la  diligencia  de  traer  el  privilegio 
de  confirmación  de  su  iglesia,  «por  cuanto  era  persona  hábil  y  en- 
tendida, y  se  hallaba  al  presente  en  aquella  ciudad  •>. 

Allí  compuso  la  Égloga  de  Plácida  y  Vitoriano,  pero  no  creo  que 
pudiese  dirigir  la  representación  ni  saborear  los  vítores  con  que  Ín- 
ter pocula  la  celebrarían  los  alegres  comensales  del  Cardenal  de  Ar- 
bórea, porque  en  13  de  Agosto  (el  mismo  mes  en  que  se  represen- 
tó) estaba  ya  de  vuelta  y  asistía  á  un  cabildo  en  Málaga.  Su  residen- 
cia fué  cortísima,  como  siempre.  Primero  la  eludió  con  una  comisión 
en  la  corte  de  Castilla  sobre  cierto  pleito  (acta  de  7  de  Octubre),  y 
luego  no  pensó  más  que  en  volver  á  Roma,  donde  tenía  altos  pro- 
tectores, granjeados  sin  duda  con  su  talento  de  músico  y  poeta.  En 
31  de  Marzo  de  1 5 14>  anunció  á  sus  compañeros  de  coro  que  esta- 
ba ya  de  camino,  y  les  requirió  formalmente  para  que  se  le  abona- 
ran todos  los  días  de  recles.  Esta  vez,  el  Cabildo  no  quiso  pasar  por 
ello,  y  le  castigó  privándole  de  parte  de  su  beneficio.  Pero  los  tiem- 
pos eran  de  tal  laxitud  canónica,  y  tan  bien  quisto  andaba  en  la  cu- 
ria romana  el  castigado  Arcediano,  que  no  le  fué  difícil  obtener  an- 
tes del  14  de  Octubre  «ciertas  bulas»  del  Papa  León  X,  «sobre  la 
diligencia  de  su  ausencia,  para  que  estando  fuera  de  su  iglesia,  en 
corte  de  Roma,  por  suya  propria  cabsa  ó  ajena,  no  pudiese  ser  pri- 
vado, molestado  ny  perturbado,  no  obstante  la  institución,  erección 
ó  estatutos  de  la  dicha  iglesia». 

Y  en  efecto,  todo  el  año  de  1 51 5  permaneció  en  la  alma  ciudad, 
á  la  sombra  del  gran  Mecenas  de  los  literatos  y  artistas  del  Renaci- 
miento. Pero  apenas  había  vuelto  á  poner  el  pie  en  tierra  española, 
el  21  de  Mayo  de  1 5 16,  recibió  una  carta  en  que  el  Obispo  de  Má- 
laga, D.  Diego  Ramírez  de  Villaescusa,  Presidente  que  había  sido  de 
la  Cnancillería  de  Valladolid,  y  á  la  sazón  Capellán  Mayor  de  la  Rei- 
na Doña  Juana,  le  intimaba,  bajo  pena  de  excomunión  y  de  privación 
del  beneficio,  comparecer  en  la  dicha  villa  de  Valladolid,  donde  en- 
tonces se  hallaba  la  Corte,  para  tratar  con  él  de  ciertos  negocios, 
que  ignoramos  cuáles  fuesen,  pero  que  seguramente  no  le  pararon 
perjuicio,  quizá  porque  continuaba  escudándole  la  protección   del 


236  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLA>"A 

Papa  Médicis,  á  quien  debió  por  aquellos  días  el  nombramiento  de 
«Sub  Colector  de  Espolios  de  la  Cámara  Apostólica»,  cargo  lucra- 
tivo y  holgado,  que  le  permitió  continuar  faltando  á  la  residencia 
todo  aquel  año  y  el  siguiente,  y  librarse  finalmente  de  ella,  median- 
te permuta  que  hizo  con  D.  Juan  de  Zea,  del  Arcedianazgo  Mayor 
de  Málaga,  por  un  beneficio  simple  de  la  iglesia  de  Morón.  Así  se 
notificó  al  Cabildo  en  21  de  Febrero  de  1519,  con  presentación  de 
una  carta  real  de  Doña  Juana  y  D.  Carlos,  autorizando  la  permuta, 
y  una  bula  del  Papa  León  X  confirmándola. 

Resignó  Juan  del  Enzina  el  Arcedianazgo  en  manos  de  S.  S.,  perú 
no  consta  que  tomase  posesión  del  beneficio  de  Morón,  ni  apenas 
hubiera  tenido  tiempo  para  ello,  puesto  que  en  Marzo  del  último 
año  había  sido  ya  agraciado  por  el  Papa  con  el  Priorato  mayor  de 
la  iglesia  de  León,  del  cual  se  posesionó  por  procurador  el  día  14 
del  expresado  mes,  constando  en  el  acta  capitular  que  seguía  resi- 
diendo en  Roma  (i).  ■ 

Por  entonces  se  había  verificado  una  mutación  radical  en  su  espí- 
ritu, frivolo  y  mundano  hasta  aquella  hora,  entregado  no  sólo  á  los 
deleites  artísticos,  sino  á  otros  menos  espirituales.  Su  edad,  que  ya 
pasaba  de  los  cincuenta  años,  y  sin  duda  desengaños  y  pesadum- 
bres que  la  vida  no  perdona  á  nadie,  habían  abierto  su  ánimo  á  ideas 
de  devoción  y  de  reforma  moral,  y  empezaban  á  labrar  en  su  inte- 

(1)     Dice  así  esta  acta,  descubierta  por  D.  Juan  López  Castrillón  y  comuni- 
cada por  él  á  Barbieri,  que.  la  dio  á  luz  en  su  Canciotiero  Musical  (pág.  29): 

«En  el  cabildo  alto  de  la  iglesia  de  León,  lunes,  catorce  días  del  mes  de 
•  marzo  de  mil  ó  quinientos  é  diez  é  nueve  años,  estando  los  señores  en  su  ca- 
bildo, seyendo  primieiero  el  reverendo  señor  D.  Felipe  Lista,  chantre  de  la 
» dicha  iglesia,  estando  el  señor  Antonio  de  Obregón,  canónigo,  en  nombre  é 
-.  como  procurador  del  señor  Juan  del  Enzina,  residente  en  la  corte  de  Roma, 
»presentó  ante  los  dichos  señores  una  bulla  é  presentación  del  Priorazgo  de 
>la  dicha  iglesia,  fecha  al  dicho  Juan  de  la  Enzina  por  nuestro  muy  santo  pa- 
»dre  por  resignación  de  mi  señor  García  de  Gibraleón,  é  por  virtud  de  la  cual 
»é  del  juramento  fulminado,  pidió  ó  requirió  á  los  dichos  señores  que  le  die- 
»sen  la  possesión,  c  luego  los  dichos  señores  le  dieron  la  dicha  possesión  é  le 
»asignaron  locación  in  capitulo  et  choro,  é  juró  en  forma  de  ánima  de  su  parte 
»de  observar  sus  estatutos  et  consuetudines.  Testigos  los  señores  Francisco  de 
>  Robles,  é  Matheo  de  Arguello,  ó  Alonso  García,  canónigos.» 


CAPITULO    XXV  237 

rior  un  hombre  nuevo.  Quería  ser  verdadero  sacerdote,  y  prepararse 
á  tan  sublime  ministerio  con  ayunos,  limosnas,  romerías  y  peregrina- 
ciones. Así  lo  anuncia,  en  versos  más  píos  que  elegantes,  al  princi- 
pio cié  la  Trivagia: 

Los  años  cincuenta  de  mi  edad  cumplidos, 
Habiendo  en  el  Mundo  yo  ya  jubilado, 
Por  ver  todo  el  resto  muy  bien  empleado. 
Retraje  en  mí  mesmo  mis  cinco  sentidos, 
Que  andaban  muy  sueltos,  vagando  perdido-. 
Sin  freno  siguiendo  la  sensualidad. 
Por  darles  la  vida  conforme  á  la  edad, 
Procuro  que  sean  mejor  ya  regidos. 

Agora  que  el  vicio  ya  pierde  su  fuerza, 
La  fuerza  perdiendo  por  fuerza  su  vicio, 
Conviene  á  la  vida  buscar  ejercicio, 
Que  vaya  muy  recto,  y  acierte,  y  no  tuerza. 
El  libre  albedrío,  que  á  vicio  se  esfuerza, 
Al  tiempo  que  tiene  su  flor  juventud, 
Gran  yerro  sería,  si  á  la  senectud, 
Que  le  es  necesario,  virtud  no  le  fuerza. 


Con  fe  protestando  mudar  de  costumbre, 
Dexando  de  darme  á  cosas  livianas, 

Y  á  componer  obras  del  Mundo  ya  vanas: 
Mas  tales  que  puedan  al  ciego  dar  lumbre. 

¡Oh  voluntad  mía!  ;Qué  quieres  obrar 
Agora  en  tal  tiempo,  sino  romerajes, 
Ayunos,  limosnas  y  peregrinajes, 
Que  á  tal  tiempo  debes  orar  y  velar? 

¡Oh  Sol  de  Justicia!  Alúmbrame  el  alma, 

Y  el  cuerpo  y  la  vida  me  limpia  de  escoria: 
No  puedo  sin  gracia  entrar  en  la  Gloria, 
Ni  haber  la  Corona  de  Triunfo  y  de  Palma. 

A->í  que  ya  venga  la  Gracia,  y  no  tarde, 
NTi  tarde  la  vicia  de  se  convertir, 

Agora  no  es  hora  que  yo  más  aguarde, 
Habiendo  cumplido  los  años  cincuenta, 
A  me  preparar,  á  dar  á  Dios  cuenta, 
Mostrándome  pigro  al  bien  y  cobarde. 


238  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Entonces  resolvió  ir  en  peregrinación  á  los  Santos  Lugares,  y 
decir  allí  su  primera  misa: 

Tomemos  la  vía  de  Jerusalem, 

Do  fué  todo  el  precio  de  tu  Redempción. 

Las  jornadas  pueden  seguirse  una  á  una  en  el  itinerario  poético 
que  á  su  vuelta  publicó  en  Roma  en  1 521  con  el  título  de  Trivagia, 
obra  de  devoción  más  que  de  literatura,  pero  que  ofrece  algún  inte- 
rés como  viaje  y  se  recomienda  por  lo  candoroso  y  sencillo  del 
relato. 

Eran  los  fines  de  la  primavera  de  1 5  19  cuando  Juan  del  Enzina 

salió  de  Roma  por  la  puerta  del  Pópulo  y  tomó  ¡a  vía  de  Ancona, 

visitando  en  el  tránsito  la  Santa  Casa  de  Loreto  en  compañía  de  tres 

Dálmatas 

Disformes  de  traje,  mas  no  de  persona, 

De  honestas  costumbres,  según  lo  que  vía; 

Hiciéronme,  cierto,  buena  compañía, 

Maguer  yo  pensase  ser  gente  ladrona. 

En  Ancona  se  embarcó  para  Venecia  con  tres  frailes  flamencos; 
pero  «los  vientos  contrarios  y  perversos  aires»  les  hicieron  desem- 
barcar á  media  navegación  y  tomar  postas  hasta  Chiozza,  de  donde 
pasaron  por  agua  á  la  ciudad  reina  del  Adriático. 

Mucho  le  deleitó  el  maravilloso  espectáculo  de  Venecia,  aunque 
la  encontró  algo  lastimada  ó  decaída  en  su  comercio  á  consecuencia 
de  los  descubrimientos  y  navegaciones  de  los  portugueses,  á  cuyas 
manos  comenzaba  á  pasar  el  tráfico  de  la  especería.  El  trozo  en  que 
canta  las  grandezas  de  la  ciudad  de  las  lagunas,  es  uno  de  los  más 
felices  que  tiene  el  poema: 

Ciudad  excelente,  del  Mar  rodeada, 
En  agua  zanjada,  de  zanja  tan  fina, 
Tan  única  al  mundo,  y  tan  peregrina, 
Que  ciertu  parece  ser  cosa  soñada. 

No  sé  quién  la  puede  saber  comparar, 
Según  el  extremo  que  en  ella  se  encierra, 
Que  estáis  en  la  mar,  y  andáis  por  la  tierra, 
Y  estáis  en  la  tierra,  y  andáis  por  la  mar: 
Las  más  de  las  calles  se  pueden  andar 


CAPITULO   XXV  '¿39 


Por  mar  y  por  tierra,  por  suelo  y  por  agua: 

De  Palas  es  trono,  de  Marte  gran  fragua, 

Que  bien  cien  galeras,  y  aun  más  puede  armar. 

Aquel  mesmo  día,  no  harto  y  cansado 
De  ver  y  rever  tan  gran  maravilla, 
Topé  con  personas  de  nuestra  Castilla, 
Que  cierto  me  hobieron  muy  mucho  alegrado... 


Estos  castellanos  le  dieron  nuevas  de  la  llegada,  pocos  días  an- 
tes, de  un  ilustre  peregrino  que  también  se  encaminaba  á  Jerusalén, 
D.  Fadrique  Enríquez,  Marqués  de  Ribera  y  Adelantado  Mayor  de 

Andalucía, 

De  sangre  muy  noble,  de  ilustre  linaje, 
De  quatro  costados  de  generaciones, 
Enriquez,  Riberas,  Mendozas,  Quiñones: 
Señor  muy  humano,  muy  llano  en  su  traje, 
Muy  gran  justiciero,  verídico  y  saje, 
Más  hombre  de  hecho  que  no  de  apariencia... 

Este  gran  señor,  pues,  que  se  hallaba  rico  de  muebles  y  herencia 
y  que  á  su  vuelta  á  Sevilla  había  de  eternizar  su  nombre,  juntando 
las  lindezas  del  arte  mudejar  y  los  primores  del  Renacimiento  en  el 
maravilloso  edificio  vulgarmente  conocido  con  el  nombre  de  Casa 
de  Pi/atos,  había  salido  de  la  suya  de  Bornos  en  24  de  Noviembre 
de  1 5 18  con  poco  acompañamiento  de  criados;  y,  uniéndose  á  él 
los  demás  romeros,  fletaron  pasaje  en  dos  naves,  que  se  hicieron  á 
la  vela  para  Levante  el  l.°  de  julio  de  1519.  En  las  dos  mil  millas 
de  navegación  que  hay  de  Venecia  á  Jaffa,  no  tuvieron  accidente 
alguno  de  tormenta,  viento  contrario  ni  asalto  de  corsarios.  Pasaron 
de  largo  las  costas  de  Istria,  Esclavonia,  Dalmacia  y  Albania:  se  de- 
tuvieron dos  días  en  la  isla  de  Rodas,  ocupados  principalmente  en 
la  contemplación  de  las  devotas  reliquias  que  allí  había;  y  sin  hacer 
gran  caso  de  las  poéticas  islas  del  Archipiélago, 

Con  fábulas  falsas  muy  mucho  estimadas, 

atravesaron  pacíficamente  el  golfo  de  Setelías  y  surgieron  en  Joppe 
ó  Jaffa,  donde  tuvieron  que  esperar  en  los  barcos  cinco  ó  seis  días 
hasta  que  se  les  diera  salvoconducto  y  una  escolta  de  guardas  y 


24O  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

o-uías  moros  y  turcos.  Hicieron  el  viaje  en  asnos,  muías  y  camellos, 
y  el  4  de  Agosto  llegaron  á  Jerusalén,  donde  fueron  recibidos  y  aun 
agasajados,  en  lo  que  consentía  su  pobreza,  por  el  guardián  y  los 
franciscanos  del  Monte  Sión.  Más  de  doscientos  peregrinos  habían 
salido  de  Venecia,  pero  antes  de  llegar  al  término  del  viaje  habían 
perecido  catorce.  Dos  ó  tres  de  ellos  habían  muerto  de  sed  y  calor 
en  la  terrible  siesta  que  pasaron  en  el  desierto  de  Ramah. 

El  aspecto  físico  de  la  Tierra  Santa,  no  menos  que  el  abandono  en 
que  yacían  iglesias  y  santuarios,  impresionó  dolorosamente  al  poeta: 

La  tierra  es  estéril  y  muy  pedregosa... 


Yo,  cierto,  lo  tengo  por  admiración, 
Que  aquella  haya  sido  la  de  Promisión: 
Con  todo  la  estimo  por  más  que  preciosa. 
¡Oh  tierra  bendita,  do  Christo  nació, 

Do  grandes  injurias  por  nos  padeció, 
Pasiones,  tormentos,  y  al  fin  cruda  muerte, 
Mis  ojos  indignos  ya  llegan  á  verte, 
Y  á  do  resurgiendo  al  Cielo  subió! 

A  esta  cristiana  efusión  no  corresponden  desgraciadamente  las 
fuerzas  de  nuestro  ingenioso  autor,  que  había  nacido  para  la  poesía 
ligera  y  no  para  la  sublime,  y  que  se  encuentra  como  anonadado 
bajo  el  peso  de  la  terrible  majestad  del  argumento.  Su  descripción 
es  un  puro  inventario  sin  ningún  color  poético,  en  versos  que  apenas 
lo  parecen,  y  que  allá  se  van  con  la  prosa  rudísima  de  su  compañero 
de  viaje  el  Marques  de  Tarifa.  Tres  noches  oró  y  meditó  en  el  San- 
to Sepulcro  Juan  del  Enzina,  con  pío  y  contrito  corazón,  pero  sin 
que  una  centella  de  poesía  bajase  á  su  alma.  El  carbón  de  Isaías  no 
encendió  sus  labios:  quizá  fuera  éste  el  mayor  castigo  de  sus  deva- 
neos anteriores. 

En  el  Monte  Sión  dijo  su  primera  misa  dos  días  después  de  lle- 
gar: véase  de  que  modo  tan  pedestre  nos  noticia  del  mayor  acon- 
tecimento  de  su  vida  espiritual: 

Dios  sea  loado,  que  gracia  me  dio, 
Que  el  día  primero,  que  allí  dentro  en, re, 
Con  el  Marqués  mesmo  me  comunique, 


CAPITULO    XXV  241 

Que  un  Capellán  suyo  nos  comunicó  (i): 
Y  aquel  fue  Padrino,  que  me  administró 
En  mi  primer  Misa,  que  allá  fui  á  decilla 
Al  Monte  Sión,  dentro  en  la  Capilla, 
A  do  el  Sacramento  Christo  instituyó... 

En  el  mismo  tono  están  hechas  todas  sus  descripciones,  hasta  la 
de  Belén,  hasta  la  del  Calvario.  Tanto  prosaísmo  aflige,  sobre  todo 
cuando  se  recuerdan  los  versos  profanos  del  poeta.  Acaso  la  edad, 
madurándole  el  seso,  le  había  agostado  la  lozanía  del  ingenio,  con- 
jetura que  se  fortalece  teniendo  en  cuenta  que  la  Trivagia  es  la 
última  producción  suya  que  conocemos.  Por  maravilla  se  registra 
en  sus  versos  alguna  impresión  pintoresca,  como  el  recuerdo  de  la 
vega  de  Granada  en  presencia  del  valle  de  Jericó: 

Que  propio  semeja,  si  buen  viso  tengo, 
La  vega  en  España,  que  vi  de  Granada. 

Sobre  la  vuelta  no  da  pormenor  alguno,  salvo  que  se  embarcaron 
en  Jafa  el  19  de  Agosto,  y  que  emplearon  más  de  dos  meses  en  la 
travesía,  con  veintidós  días  de  escala  en  la  isla  de  Chipre,  pasando 
en  todo  el  viaje  mil  penalidades,  en  que  el  Marqués  de  Tarifa  dio 
continuo  ejemplo  de  humildad,  resignación  y  fortaleza. 

En  Venecia  fué  la  despedida  y  dispersión  de  los  viajeros,  enca- 
minándose el  Marqués  á  Sevilla,  donde  entró  en  20  de  'Octubre,  y 

(i)     Es  decir,  nos  dio  la  comunión. 

Este  capellán  del  Marques  de  Tarifa,  á  quien  algunos  han  confundido  con 
Juan  del  Enzina,  se  llamaba  Juan  de  Tamayo,  según  consta  en  un  documento 
del  Archivo  de  la  casa  de  Alcalá  (hoy  de  Medinaceli),  dado  á  luz  por  Cañete 
y  Barbieri: 

«Yo  Gil  de  Galdiano,  canónigo  de  Tudela,  doy  fe  que  confesé  al  Sr.  D.  Fa- 
drique  Enríquez  de  Ribera,  Marqués  de  Tarifa,  en  Jerusalén,  dentro  en  la 
Iglesia  del  Santo  Sepulcro,  sábado  en  la  noche  seis  días  del  mes  de  Agosto  de 
quinientos  é  diez  é  nueve  años,  é  yo  Jvan  de  Tamayo,  clérigo  español,  doy 
fee  como  otro  día  siguiente,  domingo  siete  del  dicho  mes  de  Agosto  en  la 
mañana,  comulgué  al  dicho  señor  Marqués  dentro  en  la  capilla  del  Santo  Se- 
pulcro, diciendo  misa  encima  del  con  su  hábito  blanco  vestido  y  con  la  cruz 
de  la  orden  de  Santiago,  puesta  en  61,  y  porque  es  verdad  firmamos  aquí 
nuestros  nombres.  Fecho  en  Jerusalén,  etc.,  etc.» 

Mbnkkdez  y  Pki.ato.  —  Poesía  castellana.   III.  id 


242  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

dirigiéndose  Juan  del  Enzina  á  Roma,  donde  le  placía  vivir,  y  donde 
imprimió  al  año  siguente  la  tantas  veces  citada  relación  de  su  viajo 
en  213  coplas  de  arte  mayor  (i),  la  cual,  á  pesar  de  su  exiguo  mé- 
rito literario,  logró,  por  su  doble  carácter  de  libro  de  viajes  y  libro 
de  devoción,  más  popularidad  que  ninguna  otra  de  las  obras  de  En- 
zina, llegando  sus  impresiones  hasta  fines  del  siglo  pasado. 

En  el  preludio  de  la  Trivagia  anunciaba  el  poeta  una  nueva  edi- 
ción de  todas  sus  obras,  delante  de  las  cuales  iba  como  batidor 
aquel  poema,  cuyo  número  de  estancias  no  había  querido  que  lle- 
gasen á  trescientas,  por  no  entrar  en  competencia  con  Juan  de  Mena: 

Y  porque  ya  el  pueblo  de  mí  nuevas  haya, 
Viaje  ¡sus!  andar:  tú  sé  precursor 
Del  advenimiento  de  aquella  labor 
De  todas  mis  obras,  que  ya  están  á  raya, 
Labor  que  es  en  Lacio  nacida  y  en  Roma, 
Por  dar  cuenta  á  todos,  y  á  gloria  de  Dios. 


Jamás  tan  gran  causa,  tan  justa  y  tan  buena 
Yo  tuve  de  obrar,  como  hora  me  sobra; 
Por  tanto  yo  quiero  que  vaya  mi  obra 

(1)  Esta  primera  edición  de  la  Trivagia  está  citada  por  Nicolás  Antonio, 
pero  no  sé  que  ninguno  de  los  bibliógrafos  modernos  haya  llegado  á  verla. 
Hay  muchas  posteriores,  entre  ellas  las  de  Lisboa,  1580;  Sevilla,  por  Fran- 
cisco Pérez,  1606;  Lisboa,  por  Antonio  Alvarez,  1008;  Madrid,  1733,  por  Fran- 
cisco Martínez  Abad,  y  1786,  por  Pantaleón  Aznar  (que  es  la  más  común),  con 
el  título  de  Viaje  y  Peregrinación  que  hizo  y  escribió  en  verso  castellano  el  fa- 
moso poeta  Juan  del  Enzina \  en  compañía  del  Marqués  de  Tarifa,  en  que  refiere 
lo  ?nás  particular  de  lo  sucedido  en  su  Viaje  y  Santos  Lugares  de  Jerusalem.  Al- 
gunas de  estas  ediciones  llevan  unida  la  relación  en  prosa  del  Marqués  de 
Tarifa,  así  encabezada:  «  Este  es  el  libto  de  el  viaje  que  hize  a  Jerusalem,  é  de 
todas  las  cosas  que  en  él  me  pasaron,  desde  que  salí  de  mi  casa  de  Hornos,  miér- 
coles 24  de  Noviembre  de  1518,  hasta  20  de  Octubre  de  1520,  que  entré  en  Sevilla, 
yo  Don  Fadrique  Enrriquezde  Ribera,  Marqués  de  Tarifa.  No  puedo  decir  si 
en  las  más  antiguas  se  halla  el  Romance  y  sania  de  todo  el  viaje  de  Joan  del  En- 
cina, que  comienza: 

Yo  me  partiera  de  Roma 

Para  Jerusalén  ir... 

romance  pedestre  y  de  ciego,  de  cuya  autenticidad  dudan  algunos,  no  sé  con 
qué  fundamento. 


CAPITULO    XXV  2J.J 

En  arte  mayor  que  más  alto  suena: 
Mas  no  que  traspase  mi  cálamo  y  pena, 
Poco  más  ó  menos,  de  coplas  docientas, 
Pues  llevan  en  todo  la  flor  las  trecientas, 
Ninguno  se  iguale  con  su  Joan  de  ¡Mena. 

Tai  compilación  quedó  en  proyecto,  y  ninguna  obra  de  Enzina 
posterior  á  la  Trivagia  ha  llegado  á  nosotros.  Es  más;  tampoco  te- 
nemos noticias  seguras  de  lo  restante  de  su  vida.  No  consta  que 
llegase  á  residir  en  su  priorato  de  León  (i),  ni  siquiera  se  sabe  cuánto 
tiempo  le  conservó.  Algunos  dicen  que  fué  canónigo  de  la  catedral 
de  Salamanca  y  catedrático  de  música  en  su  Universidad,  pero  nin- 
guna de  estas  especies  tiene  comprobación  hasta  ahora.  También 
es  incierta  la  fecha  de  su  muerte,  que  el  cronista  de  Salamanca  Gil 
González  Dávila  (2)  pone  en  1534,  añadiendo  que  fué  enterrado  en 
la  catedral  y  que  allí  se  le  erigió  un  monumento,  de  todo  lo  cual  no 
queda  ningún  otro  vestigio. 

Afortunadamente,  la  riqueza  de  las  obras  de  Juan  del  Enzina 
compensa  con  creces  esta  penuria  de  datos  acerca  de  su  vida.  Son 
estas  obras  de  dos  géneros:  musicales  y  literarias.  El  hallazgo 
de  las  primeras,  ignoradas  hasta  nuestros  días,  y  que  han  venido 
á  derramar  inesperada  luz  sobre  uno  de  los  períodos  más  obs- 
curos é  importantes  de  nuestra  evolución  artística,  se  debe  exclu- 
sivamente á  la  pasmosa  y  feliz  diligencia  del  castizo  é  inolvidable 
compositor  español  D.  Francisco  Asenjo  Barbieri,  que  juntó  á  los 
lauros  de  la  inspiración  creadora  los  del  estudio  razonado  y  eru- 
dito de  la  historia  de  su  arte.  Barbieri  tuvo  la  suerte  de  descu- 
brir en  la  Biblioteca  del  Palacio  de  nuestros  reyes  un  inapreciable 
Cancionero  musical  de  los  siglos  xv  y  xvi,  le  transcribió  en  nota- 
ción moderna,  y  le  ilustró  con  abundantes  comentarios  y  notas 
biográficas  de  los  poetas  y  de  los  compositores.  Entre  unos  y 
otros  descuella  indudablemente  Juan  del  Enzina,  hasta  por  el  nú- 

(1)  Hay  noticias  de  la  permanencia  eje  Encina  en  León  desde  el  2  de 
Octubre  de  1536,  hasta  el  27  de  Enero  de  1529.  Es  seguro  que  había  muerto 
á  fines  de  (529  ó  principios  del  año  siguiente.  (A.  B.). 

(2)  Historia  de  las  antigüedades  de  la  ciudad  de  Salamanca,  1602,  pá- 
gina 576. 


244.  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

mero  de  sus  obras,  que  llega  á  sesenta  y  ocho,  contándose  entre 
ellas  la  mayor  parte  de  los  villancicos  con  que  terminan  sus  pie- 
zas dramáticas,  lo  cual  permitiría  hoy  mismo  ejecutarlas  acompa- 
ñadas de  la  música  que  les  puso  su  autor;  y  es  dato  que  puede 
servir  á  los  inteligentes  para  penetrar  más  á  fondo  el  peculiar  carác- 
ter de  este  embrión  de  drama  lírico-musical,  en  el  que  se  hallan 
los  más  remotos  orígenes  del  espectáculo  conocido  entre  nosotros 
con  el  nombre  de  zarzuela. 

En  nuestra  incompetencia  para  juzgar  á  Juan  del  Enzina  como 
artista  musical,  nos  remitimos  al  juicio  de  quien  lo  fué  tan  eminente. 
«Cuando  todos  los  compositores  de  Europa  (dice)  procuraban  en 
sus  obras  hacer  gala  de  los  primores  del  contrapunto,  con  desprecio 
casi  absoluto  del  sentido  de  la  letra,  hallamos  en  el  Cancionero  mu- 
chas composiciones  en  las  cuales  la  música  se  subordina  de  una  ma- 
nera muy  notable  á  la  poesía.  En  esto  Juan  del  Enzina  se  muestra  a 
gran  altura,  siendo  sus  obras  dignas  de  particular  estudio;  alguna  de 
ellas  se  adelanta  de  tal  modo  á  su  siglo,  que  parece  escrita  en  el 
presente»  (i). 

Esta  eficacia  expresiva,  esta  subordinación  de  la  música  á  la  le- 
tra, que  jueces  tan  competentes  como  Barbieri  y  Pedrell  estiman 
como  el  carácter  más  visible  de  la  individualidad  artística  de  Juan 
del  Enzina,  se  explica  muy  naturalmente  por  su  educación  literaria 
y  por  su  doble  condición  de  músico  y  poeta.  Por  este  inseparable 
maridaje  que  en  su  mente  se  establecía  entre  las  dos  artes  del  so- 
nido, se  comprende  también  que  como  poeta  brillase  sobre  todo  en 
los  villancicos  y  otras  composiciones  ligeras  destinadas  á  ser  pues- 
tas en  música;  y  que  sean  musicales  y  no  pintorescas  las  condicio- 
nes que  principalmente  realzan  sus  versos. 

Hemos  dicho  que  el  mismo  poeta,  siendo  todavía  muy  joven, 
recogió  los  que  hasta  entonces  tenía  hechos,  en  un  copioso  Cando  - 
ñero,  impreso  en  Salamanca  en  1496,  y  reimpreso  en  Sevilla,  1501; 

(i)  Véase  el  Cancionero  musical  de  los  siglos  XV  y  XVI,  transcrito  y  co- 
mentado por  Francisco  Asenjo  Barbieri,  individuo  de  número  de  la  Real  Aca- 
demia'de  Bellas  Artes  de  San  Fernando  Publícalo  la  misma  Academia,  iSgo. 
El  número  tota]  de  composiciones  del  Cancionero  (todas  con  letra  y  música) 
son  460. 


CAriTULO  xxv  243 

Burgos,  1505;  Salamanca,  1507  y  1509;  Zaragoza,  1512  y  1516  (i). 
Todas  estas  ediciones  se  cuentan  entre  los  libros  más  peregrinos  de 
la  bibliografía  española,  y  probablemente  hubo  otras  que  no  han 
llegado  á  nuestros  tiempos.  No  es  igual  el  contenido  de  todas  ellas, 
siendo  muy  notables  las  añadiduras  que  en  la  parte  dramática  con- 
tienen las  de  Salamanca,  1 507  y  1 509;  esta  última,  la  más  com- 
pleta, ó  digámoslo  con  más  propiedad,  la  menos  incompleta  de  to- 
das. Fuera  de  la  colección  quedaron  siempre  otras  obras  de  Enzina, 
como  el  poema  de  la  Trivagia,  no  compuesto  ni  impreso  hasta  1 52 1, 
y  las  églogas  de  Plácida  y  Vitoriano  y  Cristi  tío  y  Febea.  De  varias 

( 1       Cancionero  de  las  obras  de  Juan  del  Enzina. 

Colofón:  t.Deo  gracias.  Fue'  impreso  en  Salamanca  d  veynte  días  del  mes  de 
Junio  de  Mill.CCCC.  e  XCV1  años.*  Fol.,  let.  gótica,  196  hojas,  sin  incluir  el 
título.  (Biblioteca  de  la  Real  Academia  Española.  Hay  otro  en  la  del  Escoria!. 

— Sevilla,  1501,  por  Juanes  de  Pegnicer  y  Magno  Herbst,  16  de  Enero 
de  1501.  (Biblioteca  ducal  de  Wolfembüttel.) 

—  Cancionero  de  todas  las  obras  de  Juan  del  Enzina,  con  otras  añadidas. 

«  Fué  empreñada  esta  presente  obra  en  la  muy  noble  e  muy  leal  cibdad  de  Bur- 
gos por  Andrés  de  Burgos,  por  mandado  de  los  honrrados  mercaderes  francisco 
aada  e  Juan  Thomds  Aavario:  la  qual  se  acabó  a  xiii  di  as  de  Febrero  en  el  año 
del  Señor  Mili  y  quinientos  y  cinco.*  Fol.,  let.  gót.,  101  hojas.  (Biblioteca  Nacio- 
nal; procedente  de  la  de  Bólh  de  Faber.) 

—  Cancionero  de  todas  las  obras  de  Juan  del  Enzina. 

«  Fué  esta  presente  obra  empr-imida  por  Hans  Gysser  alemán  de  Silgenstat  en 
la  muy  noble  e  leal  cibdad  de  Salamanca:  la  qual  acabóse  a  V.  de  enero  del  año 
de  mili  quinientos  e  siete.*  (Biblioteca  de  Palacio.) 

—  Cancionero  de  todas  las  obras  de  Juan  del  Enzina,  con  las  coplas  de  Zam- 
bardo e  con  el  Auto  del  Repelón  ..  e  con  todas  otras  cosas  nuevamente  añadidas. 

« Fué  esta  presente  obra  emprimida  por  Hans  Gysser,  alemán  de  Silgenstat, 
en  la  muy  noble  e  leal  cibdad  de  Salamanca:  la  qual  dicha  obra  se  acabó  a  J  del 
mes  de  Agosto  del  año  de  1^0^  años.*  Fol.,  let.  gót.,  104  hojas.  (Biblioteca  Im- 
perial de  Viena  y  Biblioteca  particular  que  fué  de  D.  Pascual  de  Gayangos. 

— Zaragoza,  1512.  (Mayans  es  el  único  que  cita  esta  edición.) 

—  Cancionero  de  todas  las  obras  de  Juan  del  Fuzi/ia. 

*J'ué  imprimido  el  presente  libro  lia/nado  Cancionero,  por  Jorje  Coci,  en  Cl¡- 
ragoca.  Acabóse  a  xv  dias  del  mes  de  deziembre.  Año  de  mili  e  quinientos  e  dezi- 
seys  años.*  Fol.  let.  gót.,  98  hs.  dobles.  (Biblioteca  Nacional.  Magnífico  ejemplar 
que  perteneció  á  D.  Agustín  Duran.  Salva  tuvo  otro.) 

Gallardo  (tomo  11  de  su  Ensayo,  art.  Enzina)  es  quien  más  detalladamente 
describe  la  mayor  parte  de  estas  adiciones. 


246  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

poesías  insertas  en  una  ú  otra  de  las  ediciones  del  Cancionero,  como 
los  famosos  Disparates  trovados,  la  Justa  de  Amores,  y  la  Tragedia  á 
la  muerte  del  Príncipe  Don  Juan,  se  conocen  ediciones  sueltas;  y  de 
seguro  hubo  más,  en  esa  forma  de  pliegos  sueltos,  que  fué  durante 
el  primer  tercio  del  siglo  xvi  el  vehículo  principal  de  nuestra  poesía 
popular  y  popularizada.  Ya  antes  de  1496  corrían  mucho,  no  sabe- 
mos si  de  molde  ó  de  mano,  las  composiciones  de  Juan  del  Enzina, 
y  había  quienes  se  las  usurpaban  y  corrompían,  y  otros  que  se  bur- 
laban de  ellas  y  de  su  autor.  De  estos  detractores  y  maldicientes  se 
queja  él  bajo  su  acostumbrado  disfraz  de  pastor,  en  una  de  sus  Re- 
presentaciones, prometiendo  sacar  para  Mayo  (de  1 496)  la  copiiación 
de  todas  sus  obras...  por  que  no  pensasen  que  toda  su  obra  era  pasto- 
ril, más  antes  conociesen  que  á  más  se  extendía  su  saber: 


Déjate  desas  barajas. 
Que  poca  ganancia  cobras: 
Yo  conozco  bien  tus  obras: 
Todas  no  valen  dos  pajas. 

JUAN 

No  has  tú  visto  las  alhajas 
Que  tengo  só  mi  pellón; 
Esas  obras  que  sobajas. 
Son  regojos  e  migajas 
Que  se  escuelan  del  zurrón. 


Aunque  agora  yo  no  travo 
Sino  hato  de  pastorea. 
Deja  tú  venir  el  Mayo, 
Y  verás  si  saco  un  sayo 
Que  relumbren  sus  colores. 

Sacaré  con  mi  eslabón 
Tanta  lumbre  en  chico  rato, 
Que  vengan  de  cualquier  hato 
Cada  cual  por  su  tizón. 
Darles  he  de  mi  montón 
Bellotas  para  comer; 
Mas  algunas  tales  son, 
Qu'en  roer  el  cascarón 
Habrán  harto  que  hacer. 


CAPITULO    XXV      .  247 

MATEO 

Pues  yo  te  prometo,  Juan, 
Por  más  ufano  que  estés, 
Que  te  dé  yo  más  de  tres 
Que  lo  contrario  dirán; 
Que  bien  sé  que  mofarán 
De  tus  obras  é  de  ti... 

Los  contemporáneos  sabrían  muy  bien  quiénes  eran  estos  ému- 
los literarios  de  Juan  del  Enzina,  pero  nosotros  mal  podemos  adivi- 
narlos á  través  de  los  disfraces  de  Juan  el  Sacristán,  de  Pravos  el 
Gaitero,  del  Carillo  de  Sorbajos,  del  Sobrino  del  Herrero  y  otros  ta- 
les con  que  el  poeta  los  apoda,  retándolos  con  singular  arrogancia 
y  satisfacción  de'  sí  propio  ante  sus  señores  los  Duques  de  Alba: 

Delante  de  esos  señores 
Quien  me  quisiere  tachar, 
Yo  me  obrigo  de  le  dar 
Por  un  error  mil  errores. 
Tenme  por  de  los  mejores; 
Cata  que  estás  engañado; 
Que  si  quieres  de  pastores 
O  si  de  trobas  mayores, 
De  todo  sé,  ¡Dios  loado! 

Y  no  dudo  haber  errada 
En  algún  mi  viejo  escrito; 
Que  cuando  era  zagalito 
Non  sabía  cuasi  nada; 
Mas  agora  va  labrad;; 
Tan  por  arte  mi  labor, 
Que,  aunque  sea  remirada, 
No  habrá. cosa  mal  trobada, 
Si  no  miente  el  escritor... 

En  el  prólogo  del  Cancionero  repite  estas  quejas,  tanto  por  lo 
que  toca  á  la  depravación  que  sufrían  los  partos  de  su  ingenio,  como 
respecto  de  la  censura  agria  y  descomedida  que  algunos  hacían  de 
ellos: 

«Andaban  ya  tan  corrompidas  y  usurpadas  algunas  obrecillaa 
t  mías  que  como  mensajeras  había  enviado  adelant--,  que  ya  no  mías, 
3- mas  ajenas  se  podían  llamar;  que  de  otra  manera  no  me  pusiera 


248  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

»tan  presto  á  sumar  la  cuenta  de  mi  labor  é  trabajo.  Mas  no  me 
»pude  sufrir  viéndolas  tan  mal  tratadas,  levantándoles  falso  testimo- 
h  nio,  poniendo  en  ellas  lo  que  yo  nunca  dije  ni  me  pasó  por  pen- 
»  Sarniento.  Forzáronme  también  los  detractores  y  maldicientes,  que 
» publicaban  no  se  extender  mi  saber  sino  á  cosas  pastoriles  é  de 
»poca  autoridad;  pues  si  bien  os  mirado,  no  menos  ingenio  requie- 
bren las  cosas  pastoriles  que  otras;  mas  antes  yo  creía  que  más.  Mo- 
»vime  también  á  la  copilación  destas  obras,  por  verme  ya  llegar  á 
sperfeta  edad  y  perfeto  estado  de  ser  vuestro  siervo.» 

Antes  de  entrar  en  la  vasta  selva  de  las  poesías  de  Juan  del  En- 
zina,  conviene  decir  algo  de  su  doctrina  literaria,  expuesta  en  un 
breve,  pero  muy  curioso  tratado,  que  con  el  título  de  Arte  de  la 
Poesía  Castellana  encabeza  su  Cancionero,  y  es  la  principal,  aunque 
no  muy  lucida  muestra,  de  la  preceptiva  de  fines  del  siglo  xv.  Juan 
del  Enzina  pertenecía  á  la  escuela  de  los  trovadores  cortesanos,  y 
su  opúsculo  está,  como  no  podía  menos,  en  la  tradición  de  las  artes 
poéticas  provenzales,  que  se  remonta  hasta  el  siglo  xm  con  la 
Dreita  maniera  de  trotar  de  Ramón  Vidal  de  Besalú;  adquiere  á 
mediados  del  xiv  proporciones  de  farragosa  enciclopedia  en  las  Leys 
d'amors  de  Guillermo  Molinier,  y  pedantesca  sanción  en  el  malhada- 
do Consistorio  de  Tolosa;  recibe  aplicación  á  la  lengua  catalana  en 
los  diccionarios  rítmicos  de  Jaime  March  y  Luis  de  Aversó,  que  en 
tiempo  de  D.  Juan  I  trasplantan  á  Barcelona  aquella  institución  ya 
entonces  anacrónica  y  funesta  á  los  progresos  de  la  legítima  poesía; 
y  logra  eco  en  Castilla  merced  al  candido  diletantismo  de  D.  Enri- 
que de  Villena  en  sus  fragmentos  del  Arte  de  la  Gaya  Scimcia,  y  á 
la  varia  y  curiosa  erudición  del  Marqués  de  Santillana  en  su  célebn' 
Proemio  al  condestable  de  Portugal.  Pero  si  Villena  es  un  mero  re- 
petidor de  las  artes  métricas  de  los  tolosanos,  Santillana,  hombre  de 
mucho  más  entendimiento  y  de  más  selecta  y  digerida  cultura,  lec- 
tor asiduo  de  los  clásicos  italianos  en  su  original  y  de  los  latinos  si- 
quiera fuese  en  traducciones,  se  eleva  á  ciertos  conceptos  generales 
acerca  de  la  poesía,  no  reduciéndola  al  mero  artificio  de  los  versos, 
y  presenta  ya,  aunque  en  embrión,  algunas  ideas  estéticas. 

Juan  del  Enzina,  venido  rn  edad  más  adelantada,  cuando  ya 
había   triunfado  en   nuestras  escuelas  la  pura  noción  del  Renací- 


CAPITULO   XXV  249 

miento,  por  el  esfuerzo  de  aquel  gran  varón  <zel  dotíssimo  maestro 
» Antonio  de  Lebrixa,  el  que  desterró  de  nuestra  España  los  barbarís- 
imos que  en  la  lengua  latina  se  habían  criado»,  tomó  por  modelo  su 
Arte  de  romance,  según  él  mismo  confiesa.  Y  así  como  el  Nebrisense 
había  creído,  algo  prematuramente,  que  nuestra  lengua  estaba  tan 
empinada  é  polida,  que  más  se  podía  temer  el  descendimiento  que  la 
subida,  así  su  discípulo  salmantino,  creyendo  con  toda  ingenuidad 
que  «nunca  había  estado  tan  puesta  en  la  cumbre  nuestra  poesía  é 
amanera  de  trobar»,  entendió  ser  cosa  muy  provechosa  «ponerla 
»en  arte  é  encerrarla  debajo  de  ciertas  leyes  é  reglas».  El  Renaci- 
miento penetra  de  varios  modos  en, esta  Poética;  y  ante  todo  real- 
zando el  concepto  del  arte  por  sus  orígenes  semidi vinos  (puesto 
que  en  verso  se  dieron  los  oráculos  y  vaticinios),  por  su  mayor  an- 
tigüedad sobre  la  oratoria,  por  su  maravilloso  efecto  para  excitar  y 
aquietar  los  ánimos  é  inducirlos  y  arrastrarlos  á  la  guerra  ó  á  la  paz, 
como  lo  prueban  los  clásicos  ejemplos  de  Tirteo  y  de  Solón,  alega- 
dos á  este  propósito  por  Enzina;  y,  finalmente,  por  el  prestigio  y  la 
veneración  de  que  le  rodearon  los  antiguos  como  parte  esencial  de 
la  cosa  pública.  «Que  cierto  si  no  fuera  la  poesía  facultad  honesta, 
ano  creo  que  Sófocles  alcanzara  magistrados,  preturas  y  capitanías 
»en  Atenas,  madre  de  las  ciencias  de  humanidad.»  A  los  ojos  de 
Juan  del  Enzina,  el  título  clásico  de  poeta  vale  mucho  más  que  el  de 
trovador,  con  toda  la  diferencia  que  hay  de  señor  á  esclavo,  de  capi- 
tán á  hombre  de  armas  subjeto  á  su  capitán,  de  músico  á  cantor,  de  geó- 
metra á  pedrero.  No  cita  poeta  alguno  español  anterior  á  Juan  de 
Mena,  y  declara  paladinamente  que  los  grandes  modelos  están  en 
la  Italia  antigua  y  moderna:  «De  aquí  creo  haber  venido  nuestra 
amanera  de  trobar,  aunque  no  dudo  que  en  Italia  floreciese  primero 
»que  en  nuestra  España  é  de  allí  decendiesse  á  nosotros,  porque  si 
»bien  queremos  considerar  según  sentencia  de  Virgilio,  allí  fué  el 
»solar  del  linaje  latino,  é  quando  Roma  se  enseñoreó  de  aquella 
atierra,  no  solamente  recebimos  sus  leyes  é  constituciones:  más  aún 
»el  romance,  según  su  nombre  da  testimonio:  que  no  es  otra  cosa 
»nuestra  lengua  sino  latín  corrompido...  Cuanto  más  que  claramente 
aparece  en  la  lengua  italiana  haber  habido  muy  más  antiguos  poe- 
sías que  en  la  nuestra:  así  como  d  Dante,  é  Francisco  Petrarca,  é 


2  c  HISTORIA    DE    LA   POESÍA    CASTELLANA 

»otros  notables  varones  que  fueron  antes,  é  después,  de  donde  mu- 
»chos  de  los  nuestros  hurtaron  gran  copia  de  singulares  sentencias, 
»el  cual  hurto,  como  dice  Virgilio,  no  debe  ser  vituperado,  mas  diño 
»de  mucho  loor  cuando  de  una  lengua  en  otra  se  sabe  galanamente 
acometer.  Y  si  queremos  argüir  de  la  etimología  del  vocablo,  si  bien 
^mirarnos,  trovar,  vocablo  italiano  es,  que  no  quiere  decir  otra  cosa 
■ytrovar  en  lengua  italiana,  sino  hallar.  ¿Pues  qué  cosa  es  trovar  en 
»nuestra  lengua,  sino  hallar  sentencias  é  razones  é  consonantes  é 
»pies  de  cierta  medida  adonde  las  incluir  é  encerrar?  Así  que  con- 
.->cluyamos  luego  el  trovar  haber  cobrado  sus  fuerzas  en  Italia  é  de 
'allí  esparcídolas  por  nuestra  España,  adonde  creo  que  ya  florece 
>más  que  en  ninguna  otra  parte.» 

Olvida,  pues,  Juan  del  Enzina,  no  solamente  la  antigua  poesía 
narrativa  y  juglaresca,  la  cual  no  creemos,  sin  embargo,  que  mirase 
con  tanto  desdén  como  el  Marqués  de  Santillana,  relegándola  á  la. 
¿entes  de  baja  y  servil  condición,  puesto  que  él  mismo  hizo  roman- 
ces, si  bien  puramente  líricos,  y  glosó  felizmente  algunos  temas  de 
la  canción  popular;  sino  la  misma  escuela  del  Mediodía  de  Erancia, 
la  que  fué  madre  de  todas  en  el  lirismo  cortesano,  la  que  inició  a 
españoles  y  á  italianos  en  las  artes  de  trovar.  ¡Fenómeno  por  cierto 
digno  de  consideración!  En  esta  Poética,  que  si  se  atiende  sólo  á  lo 
que  enseña  sobre  el  mecanismo  de  la  versificación,  parece  un  iruto 
tardío  de  la  escuela  tolosana,  como  que  desciende  todavía  á  expli- 
car las  galas  del  encadenado,  del  retrocado,  del  redoblado,  del  multi- 
pilcado  y  del  reiterado,  ni  una  vez  suena  el  nombre  de  los  pro- 
venzales,  inventores  de  tan  revesada  técnica.  No  solamente  se 
habían  olvidado  ya  sus  versos,  sino  que  tampoco  se  leían  sus  poé- 
ticas. El  artificio  de  su  prosodia  se  había  incorporado  ya  en  la 
métrica  de  nuestros  poetas  palaciegos,  y  nadie  se  cuidaba  de  su 
origen. 

Reaparecen  también  en  el  Arte  de  trabar  ciertos  conceptos  gene- 
rales de  la  preceptiva  clásica:  la  distinción  aristotélica  entre  la 
ciencia  y  el  arte,  definido  como  conjunto  de  observaciones  sacadas 
de  la  flor  de l  uso  de  varones  doctísimos,  é  reducidas  en  reglas  e  pre- 
ceptos; la  alianza  del  ingenio  y  del  estudio,  tal  como  en  la  Epístola 
á  los  Pisones  se  recomienda:  «Pien  sé  que  muchos  contenderán  para 


CAPITULO    XXV  25I 

»esta  facultad  ninguna  otra  cosa  requerirse  salvo  el  buen  natural,  y 
^concedo  ser  esto  lo  principal  y  el  fundamento;  mas  también  afirmo 
»polirse  y  alindarse  mucho  con  las  observaciones  del  arte,  que  si  al 
»buen  ingenio  no  se  juntase  el  arte,  sería  como  una  tierra  frutífera 
»y  no  bien  labrada.»  Pero,  de  los  críticos  antiguos,  á  quien  con  más 
frecuencia  cita  es  á  Quintiliano,  y  en  su  doctrina  sobre  la  educación 
del  orador  se  apoya  para  inculcar  al  poeta  la  observancia  de  los 
preceptos  de  la  elocución  pura,  elegante  y  alta,  y  el  continuo  ejer- 
cicio de  la  lectura  en  los  mejores  autores  latinos  y  vulgares,  para 
formar  el  estilo  y  adquirir  copias  de  sentencias.  Y  aun  en  la  parte 
métrica  procede  con  ciertas  aspiraciones  clásicas,  solicitando  en  el 
poeta  entendimiento,  no  ya  sólo  de  los  géneros  de  versos,  sino  de 
los  pies  y  de  las  sílabas  y  de  la  cuantidad  de  ellas,  si  bien  en  esta 
parte  no  va  tan  lejos  como  el  maestro  Nebrija,  que,  asimilando 
nuestros  metros  á  los  latinos,  encontraba  en  los  romances  tetráme- 
tros yámbicos,  y  en  los  versos  de  arte  mayor  adónicos  doblados. 
Juan  del  Enzina  no  entra  en  tan  eruditas  disquisiciones,  para  las 
cuales  se  reconoce  falto  de  saber;  y  traza  un  brevísimo  arte  de  ver- 
sificación enteramente  práctico,  reduciéndose  lo  demás  del  tratado 
á  algunas  observaciones  de  puntuación  y  lectura  y  á  otras  bastante 
sensatas  sobre  las  licencias  y  los  colores  poéticos,  de  los  cuales  dice 
que  no  se  deben  usar  muy  á  menudo,  porque  «el  guisado  de  mucha 
miel  no  es  bueno  sin  algún  sabor  de  vinagre»  (i). 

Más  claramente  todavía  que  su  Poética  (en  la  cual  luchan  dos  in- 
fluencias contrarias  y  quedan  muchos  vestigios  del  gusto  de  la 
Edad  Media)  marca  la  dirección  de  Juan  del  Enzina  en  las  vías  del 
Renacimiento  clásico,  muchos  años  antes  de  su  ida  á  Italia,  su  tra- 
ducción libre,  ó  más  bien  adaptación,  de  las  Bucólicas  de  Virgilio  al 
metro  castellano:  la  más  antigua  que  yo  sepa  que  de  ningún  poeta  la- 
tino se  intentase  en  esta  forma.  Las  traducciones  de  la  Eneida,  de  las 
Metamorfosis,  de  las  Heroídas,  de  la  Farsalia  y  de  las  Tragedias  de 

(i)  He  reimpreso  dos  veces  este  tratarlito,  primero  en  los  apéndices  al 
tomo  n  de  la  Historia  de  las  ideas  estéticas  en  España,  y  después  en  el  tomo  v 
de  mi  *  Antología. 

*     Kl  original  ¡i.) 


252  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Séneca,  hechas  en  el  siglo  xv,  habían  sido  en  prosa,  generalmente  ru- 
dísima, calcando  groseramente  el  texto  al  modo  de  las  versiones  in- 
terlineales, sin  ninguna  atención  al  sentido  poético,  y  con  un  hipér- 
baton tan  estrafalario  y  pedantesco,  que  para  entender  la  versión  es 
preciso  recurrir  continuamente  al  original.  Juan  del  Enzina,  que  en: 
poeta,  procedió  con  las  Bucólicas  muy  de  otra  manera  que  D.  En 
rique  de  Yillena  con  la  Eneida,  y  en  vez  de  prosa  crespa,  dislocada 
y  rimbombante,  hizo  hablar  al  mantuano  en  coplas  de  arte  menor, 
muy  anacrónicas  ciertamente,  pero  fáciles  y  graciosas.  Interpretó 
libremente  á  Virgilio  con  un  desenfado  que  ya  degenera  en  irreve- 
rencia y  parodia,  cambiando  los  asuntos  de  las  églogas,  aplicándolas 
á  las  circunstancias  históricas  de  su  tiempo,  haciendo  hablar  á  los 
pastores  arcádicos  la  lengua  de  los  labriegos  del  campo  de  Sala- 
manca: todo  esto  con  brío,  con  desenvoltura,  sin  romper  los  odres 
bastante  estrechos  de  la  versificación  cortesana,  pero  derramando 
en  ellos,  aunque  á  pequeñas  gotas,  un  licor  mucho  más  suave  y 
exquisito  que  el  que  antes  solían  contener. 

No  se  le  ocultaban  las  dificultades  de  su  empresa:  lo  poco  traba- 
jada que  estaba  todavía  nuestra  lengua  poética  para  tales  ensayos, 
lo  que  él  llama:  «el  gran  defecto  de  vocablos  que  hay  en  la  lengua 
^castellana  en  comparación  de  la  latina;  de  donde  se  causa  en  mu- 
chos lugares  no  poderles  dar  la  propia  significación,  cuanto  más  que 
»por  razón  del  metro  é  consonantes  seré  forzado  algunas  veces  de 
^impropiar  las  palabras,  é  acrecentar  é  menguar,  según  hiciese  ñ 
ími  caso,  é  aún  muchas  veces  habrá  que  no  se  pueda  traer  al  pro- 
opósito...  Mas  en  cuanto  yo  pudiere  é  mi  saber  alcanzare,  siempre 
í>procuraré  seguir  la  letra,  aplicándola  á  vuestras  más  que  reales 
»personas,  y  enderezando  parte  dellas  al  vuestro  muy  esclarecido 
» príncipe  D.  Juan.  Por  no  engendrar  fastidio  á  los  lectores  desta  obra 
>( añade  en  la  dedicatoria  al  Príncipe)  acordé  de  la  trobar  en  diver- 
»sos  géneros  de  metro  y  en  estilo  rústico,  por  armonizar  con  el 
»  poeta,  que  introduce  personas  pastoriles.» 

Indicaremos  algunas  de  estas  aplicaciones  á  la  historia  contem- 
poránea. En  la  égloga  primera:  Melibeo...  «habla  en  persona  de  los 
^caballeros  que  fueron  despojados  de  sus  haciendas,  por  ser  rebel- 
»des,  conjurando  con  el  Rey  de  Portugal  que  de  ("astilla  fué  alzado»; 


CAPITULO    XXV  253 

v  Títiro,  en  nombre  de  los  arrepentidos,  que  no  perseveraron  en  su 
rebeldía  y  contumacia  contra  la  Reina  Católica. 

Aún  es  más  singular  la  transformación  de  la  égloga  segunda,  don- 
de el  hermoso  Alexis,  por  quien  suspiraba  el  pastor  Coridón,  está 
'.ransformado  en  Fernando  el  Católico,  á  cuyo  favor  aspira  el  poeta: 

Condón,  siendo  pastor 

Trovador, 
Muy  aficionado  al  Rey, 
Espejo  de  nuestra  ley, 

Con  amor 
Deseaba  su  favor; 
Mas  con  mucha  cobardía 

No  creía 
De  lo  poder  alcanzar. 
Por  los  montes  se  salía 

Cada  día 
Entre  sí  solo  á  pensar... 

La  égloga  tercera  está  aplicada  «á  los  privados  del  señor  Rey 
»D.  Enrique,  y  á  muchos  grandes  que  con  envidia  dellos,  é  aun 
»ellos  mesmos  entre  sí,  sembraron  gran  discordia  en  nuestra  Casti- 
lla, é  algunos  dellos  tentaron  alzar  por  Rey  al  Príncipe  D.  Alfonso 
»su  hermano...  E  con  esto  las  maldades  tanto  se  multiplicaron  y 
»enjambraron  en  este  reino,  que  no  solamente  10  de  la  corona  real, 
»más  aun  las  propias  haciendas  unos  á  otros  se  robaban,  é  como 
» malos  pastores  ordeñaban  ajenas  ovejas». 

La  pintura  de  la  nueva  edad  de  oro,  del  restaurado  imperio  de 
Saturno  y  Rea,  que  se  profetiza  en  la  égloga  cuarta,  el  poeta,  pres- 
cindiendo de  la  interpretación  que  era  tradicional  en  las  escuelas 
cristianas,  la  trae  al  tiempo  de  los  Reyes  Católicos,  en  que  «ya  los 
»  menores  no  saben  qué  cosa  es  temer  las  sinrazones  é  demasías  que 
»en  otro  tiempo  los  mayores  les  hacían»,  y  en  que  «la  Santa  Inqui- 
sición va  acendrando  é  cada  día  esclareciendo  nuestra  fe:  ya  no  se 
»sabe  en  estos  reinos  qué  cosa  sean  judíos;  ya  los  hipócritas  son  co- 
nocidos, é  cada  uno  es  tractado  según  vive...» 

El  pastor  Dafnis  de  la  égloga  quinta  es  «el  muy  desdichado  prín- 
cipe de  Portugal»,  esposo  de  la  infanta  Doña  Isabel,  hija  de  los 
K^ycs  Católicos. 


2j4  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

En  la  égloga  séptima,  el  pastor  Coriclón  (bajo  cuyo  disfraz  se  encu- 
bre el  mismo  Juan  del  Enzina)  canta  ó  llora  'da  soledad  que  Castilki 
>sentía  cuando  los  reyes  iban  á  Aragón...» 

En  la  octava  (cosa  que  el  más  lince  no  pudiera  sospechar),  los 
amores  y  hechicerías  de  la  pharmaceutria  sirven  para  alusiones  á  la 
derrota  de  la  Ajarquía  ó  de  las  lomas  de  Málaga,  y  al  «crecido  amor 
j>que  nuestro  cristianísimo  rey  D.  Hernando  tenía  en  la  conquista 
>>del  reino  de  Granada». 

Esta  colección  de  trovas  ó  parodias  está  generalmente  versificada 
en  octosílabos  de  pie  quebrado,  combinados  en  estrofas  de  ocho, 
nueve,  diez,  once  y  doce  versos.  Por  excepción,  el  Sicelides  Muses,  á 
causa  de  la  solemnidad  de  su  argumento  y  estilo,  y  como  si  el  intér- 
prete obedeciese  á  la  intimación  del  Paulo  maiora  canamus,  está 
traducido,  con  mucha  valentía,  en  diez  y  seis  coplas  de  arte 
mayor. 

El  estudio  que  empleó  en  esta  versión  libre  y  parafrástica  de  las 
églogas  de  Virgilio,  debió  de  adiestrar  á  Juan  del  Enzina  en  el  manejo 
del  diálogo,  que  luego  aplicó  á  sus  propias  églogas  y  representacio- 
nes, muchas  de  las  cuales  no  tienen  más  acción  dramática  que  las 
Bucólicas  antiguas,  y  sólo  se  distinguen  de  ellas  en  su  carácter  rea- 
lista y  á  las  veces  prosaico  y  de  actualidad,  y  en  la  menor  presen- 
cia de  elementos  descriptivos.  Leyendo  á  Juan  del  Enzina,  no  es 
aventurado  decir  que  la  égloga  de  Virgilio  tuvo  alguna  influencia 
en  los  primeros  vagidos  del  drama  español,  cuando  todavía  estaba 
en  mantillas.  Para  el  humanista  significa  poco  la  traducción  de  En- 
zina; mucho  para  el  historiador  de  la  literatura  española. 

Entrando  ya  en  el  examen  de  las  poesías  originales  de  Juan  del 
Enzina,  que  realmente  escribió  demasiado,  según  la  opinión  de  Juan 
de  Valdés,  y  es,  sin  duda,  uno  de  los  ingenios  más  desiguales  que 
pueden  encontrarse,  empezaremos  por  advertir  que  en  su  Canelo 
ñero  las  poesías  sagradas  valen  menos  cjue  las  profanas,  y  las  com- 
posiciones largas  menos  que  las  cortas,  y  los  versos  de  arte  mayor 
mucho  menos  que  los  villancicos  y  las  glosas.  Juan  del  Enzina  había 
recibido  de  la  naturaleza  algunos  de  los  dones  poéticos  más  esencia- 
les: oído  musical  muy  fino,  y  ejercitado  con  el  cultivo  simultáneo 
de  las  dos  artes;  imaginación  fresca  y  viva,  que  reproduce  con  ame- 


CAPITULO    XXV 


^55 


nidad,  aunque  de  un  modo  superficial,  ciertos  aspectos  de  la  natu- 
raleza y  de  la  vida  rústica;  vena  cómica,  fácil  é  inofensiva;  ingenui- 
dad de  sentimiento;  alma  de  poeta  popular,  á  veces.  Pero  le  falta- 
ron otros  dones  aún  más  excelsos,  y  por  eso,  más  que  por  falta  de 
pulimento  y  ele  estudios  (puesto  que  los  tuvo  desde  su  mocedad, 
como  hemos  visto),  y  también  por  haber  nacido  en  una  época  de 
transición  á  la  cual  sólo  un  ingenio  de  primer  orden  hubiera  podido 
sobreponerse,  no  llegó  nunca  á  las  alturas  de  la  gran  poesía,  rara 
vez  mostró  verdadera  pasión,  se  contentó  con  ser  un  poeta  agra- 
dable, gastó  la  mejor  parte  de  su  talento  en  devaneos  y  jugue- 
tes sin  consistencia,  y,  á  pesar  de  sus  inconstantes  aspiraciones 
clásicas,  continuó  perteneciendo  á  la  Edad  Media.  No  fué  ver- 
daderamente innovador  más  que  en  el  teatro,  que  es  su  principal 
gloria. 

Las  obras  á  lo  divino  son  siempre  la  parte  más  endeble  en  los 
Cancioneros  del  siglo  xv:  parecen  escritas  sin  devoción  y  como  de 
compromiso,  para  hacer  pasar  la  libertad  de  las  coplas  profanas  que 
vienen  después.  No  hace  excepción  á  esta  regla  Juan  del  Enzina,  en 
las  composiciones,  algunas  de  ellas  de  formidable  extensión,  que 
dedicó  á  su  señora  la  Duquesa  de  Alba  (Doña  Isabel  Pimentel)  so- 
bre la  Natividad  de  Nuestro  Señor,  sobre  la  fiesta  de  los  tres  Reyes 
magos,  sobre  la  Resurrección  de  Cristo,  sobre  la  Asunción  de  Nues- 
tra Señora  y  otros  temas  piadosos.  Su  cristiana  musa  se  ejercitó 
también  en  loor  de  algunas  iglesias  nuevamente  edificadas  en  las 
diócesis  de  Salamanca  y  Zamora;  y  ensayó  la  versión  de  algunos 
salmos,  como  el  Miserere^  de  algunos  cánticos  de  la  Sagrada  Escri- 
tura, como  el  Magníficat  y  el  Nunc  dimittis;  de  algunos  himnos, 
como  el  Ave  Maris  Stella,  el  Qiiem  térra  pontits,  el  Vexilla  regis,  y 
el  Te  Deum  ¿audamus;  y,  finalmente,  puso  en  verso  el  Pater  Nos- 
ter,  el  Ave  María,  el  Credo  y  la  Salve.  Son  notables  algunas  de 
estas  traducciones  por  su  fidelidad  casi  literal;  pero  ni  en  ellas  ni 
en  las  poesías  originales  hay  nada  que  recuerde  la  ternura  y  la 
suave  efusión  de  Fray  Iñigo  de  Mendoza  y  de  Fray  Ambrosio 
Montesino,  ni  menos  la  robusta  entonación  del  cartujano  Padilla. 
Algunos  villancicos  agradan,  no  obstante,  por  su  misma  sencillez 
inafectada;  verbigracia,  los  que  principian: 


256  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Quien  tuviere  por  señora 
La  Virgen  Reina  del  Cielo, 
No  tenga  ningún  recelo. 


¿A  quién  debo  yo  llamar 
Vida  mía, 
Sino  á  ti,  Virgen  María?... 


La  música  que  acompaña  á  este  último  es  de  las  más  lindas  y  ex- 
presivas, según  dictamen  de  Barbieri.  Pero  poéticamente  son  muy 
inferiores  estas  coplas  á  los  villancicos  profanos,  siendo  digno  de 
notarse  que  el  mismo  Juan  del  Enzina  trovó  á  lo  divino  algunos  de 
los  que  antes  había  compuesto  á  lo  humano.  Sirva  de  ejemplo  el 
villancico  dialogado  que  empieza: 

¿Quién  te  trajo,  caballero, 
Por  esta  montaña  escura?— 
¡Ay,  pastor,  que  mi  ventura!... 

Cuya  trova  ó  parodia  á  lo  divino  es  ésta: 

¿Quién  te  trajo,  Criador, 
Por  esta  montaña  oscura?  — 
Ay  que  tú,  mi  criatura... 

Y  tan  popular  debió  de  hacerse,  que  sirvió  de  tema  para  otras 
poesías  espirituales,  entre  ellas  dos  de  Fray  Ambrosio  Montesino: 

¿Quién  te  trajo,  Rey  de  gloria, 
Por  este  valle  tan  triste? — 
¡Ay  hombre!  tú  me  trajiste... 


¿Quién  te  dio,  Rey,  la  fatiga 
Deste  sudor  extremado? — 
¡Ay  hombre!  que  tu  pecado... 


Siendo  de  notar  que  esta  última  fué  escrita  por  mandado  de  la 
Reina  Católica. 

La  visión  alegórica,  en  el  estilo  de  los  imitadores  de  Dante  y  Pe- 
trarca, y  en  las  formas  métricas  consagradas  por  Juan  de  Mena  y 
y  el  Marqués  de  Santillana,  contó  entre  sus  más  asiduos  cultivado- 
res á  Juan  del  Enzina;  pero  tampoco  en  este  género,  que  por  lo 
artificial   y  pomposo  cuadraba  mal  con   su   índole,   puede  decirse 


CAPÍTULO    XXV  2Í57 

que  brillara  mucho,  quedando  por  de  contado  inferior,  no  sólo  á 
Juan  de  Padilla,  que  á  trechos  muestra  condiciones  de  gran  poeta, 
sino  al  mismo  Diego  Guillen  de  Ávila;  que  no  pasaba  de  versifica- 
dor lozano  y  abundante.  Estas  obras  del  vate  salmantino  son,  entre 
otras,  el  Triunfo  de  Amor,  dedicado  al  primogénito  de  los  Duques 
de  Alba,  D.  García  de  Toledo,  á  quien  sus  malos  hados  destinaban 
á  recibir  en  I5IO>  desventurada,  aunque  gloriosa  muerte,  en  los 
Gelves;  el  Triunfo  de  la  Fama,  compuesto  en  1492  para  celebrar 
la  rendición  de  Granada;  y  la  Tragedia  trovada  á  la  do  loros  a  muer- 
te del  príncipe  Don  Juan,  en  1497  (i).  Este  funesto  suceso,  que 
también  lloraron  con  acentos  de  verdadero  y  patriótico  dolor  el 
Comendador  Román  y  otros  poetas  de  entonces,  dio  pretexto  á 
Juan  del  Enzina  para  setenta  y  seis  octavas  de  arte  mayor,  que 
empiezan  de  esta  pedantesca  manera,  tan  impropia  de  una  la- 
mentación: 

Despierta,  despierta  tus  fuerzas,  Pegaso, 

Tú  que  llevabas  á  Beleroionte; 

Llévame  á  ver  aquel  alto  monte, 

Muéstrame  el  agua  mejor  del  Parnaso, 

Do  cobre  el  aliento  de  Homero  y  de  Naso, 

Y  el  flato  de  Maro,  y  estilo  de  Aneo; 

Y  pueda  alcanzar  favor  sofocléo, 
Cantando  en  España  muy  mísero  caso... 

Algo  más  vale  el  'Triunfo  de  la  Fama  (escrito  poco  después  de 
haber  terminado  la  versión  de  las  Églogas  de  Virgilio).  Y  en  efecto, 
era  casi  imposible  que  tan  magno  acontecimiento  como  la  consu- 
mación de  la  Reconquista  dejase  de  tener  algún  eco  sonoro  en  la 
lira  de  un  poeta  tan  nacional,  aun  cuando  usase  las  formas  de  la 
poesía  cortesana.  Pero  el  maldito  artificio  alegórico,  reforzado  con 
una  erudición  indigesta  y  de  mala  ley,  lo  estropea  todo.  Pisando 
servilmente  las  huellas  de  sus  predecesores,  y  repitiendo  visiones 

(1  Por  ser  posterior  en  un  año  á  la  primera  edición  del  Cancionero,  no 
pudo  entrar  en  él;  pero  se  imprimió  aparte,  en  un  pliego  rarísimo,  de  letra 
gótica,  cuatro  hojas  en  folio,  de  papel  y  tipos  idénticos  á  los  del  Cancio- 
nero, al  fin  del  cual  se  halla  encuadernado  en  el  ejemplar  de  la  Academia 
Española. 

XlKNÍNPLa  y  PkiATO.— Poesía  castellana     III.  17 


258  HISTORIA   DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

que  cada  vez  iban  siendo  más  empalagosas,  Juan  del  Enzina  se  su- 
pone transportado  á  la  fuente  Castalia,  «á  do  vio  á  muchos  poetas 
?beber  por  cobrar  aliento  de  gran  estilo».  Es  curiosa  la  enumera- 
ción de  los  españoles: 

Allí  también  vi  de  nuestra  nación 
Muy  claros  varones,  personas  discretas, 
Acá  en  nuestra  lengua  muy  grandes  poetas, 
Prudentes,  muy  dotos,  de  gran  perfección: 
Los  nombres  de  algunos  me  acuerdo  que  son 
Aquel  excelente  varón  Juan  de  Mena, 

Y  el  lindo  Guevara,  también  Cartagena, 

Y  el  buen  Juan  Rodríguez,  que  fué  del  Padrón... 
Don  Iñigo  López  Mendoza  llamado, 

Muy  noble  Marqués  que  fué  en  Santillana, 
Aquel  que  dejó  doctrina  muy  sana, 
También  con  los  otros  allí  fué  llegado: 

Y  el  sabio  Hernán  Pérez  de  Guzmán  nombrado 
E  Gómez  Manrique  también  allí  vino, 

E  el  claro  Don  Jorge,  su  noble  sobrino, 
E  más  otros  muchos  que  tengo  olvidado. 

Así  que  después  que  todos  vinieron, 
Cercaron  la  fuente  con  gran  procesión, 
Tañendo  é  cantando  con  mucha  afición, 
E  todos  en  orden  del  agua  bebieron: 
Aquesto  pasado,  de  allí  se  partieron, 
'   E  fuéronse  luego  por  esas  montañas, 
Adonde  tenían  los  unos  cabanas, 
Los  otros  sus  cuevas  en  que  se  metieron. 

Yo  que  me  estaba  muy  bien  ascondido, 
Metido  en  la  mata  ya  había  gran  rato, 
Pasó  Juan  de  Mena,  cuando  no  me  cato, 
Tan  cerca  de  mí  que  luego  me  vido: 
Después  que  me  tuvo  muy  bien  conocido 
E  supo  la  causa  de  mi  caminar, 
Mandóme  en  la  fuente  beber  ó  hartar, 
Porque  gozase  descanso  complido. 

Juan  de  Mena,  pues,  cuyo  Labyrintho  va  remedando  Enzina  en 
lo  que  tiene  de  menos  loable,  es  el  guía  que  encamina  los  pasos 
del  poeta  al  templo  de  la  Fama,  en  cuyas  varias  estancias  ve  figu- 


CAPITULO   XXV  259 

radas  y  entalladas  las  historias  de  griegos  y  romanos  y  las  de  su 
propia  nación,  entre  las  cuales  atraen  principalmente  sus  ojos  las 
glorias  de  Isabel  y  de  Fernando,  que  enumera  en  versos  no  entera- 
mente malos,  pero  de  más  entusiasmo  patriótico  que  fuerza  poética: 

Estaban  encima  de  su  real  silla 
Pintadas  las  guerras,  batallas  venciendo, 
A  los  portugueses  matando  y  prendiendo, 
Lanzándolos  fuera  de  nuestra  Castilla: 
La  fuerte  batalla  que  puso  mancilla 
En  sus  corazones  cubiertos  de  lloro: 
Del  todo  vencidos  allá  cabe  Toro, 
Y  en  Cantalapiedra  dejaron  la  villa. 

Allí  vi  también  que  estaban  pintados 
Dos  mil  robadores,  ladrones,  traidores, 
E  de  otras  maneras  otros  malhechores 
Por  modos  diversos  allí  justiciados: 
Al  un  cabo  estaban  herejes  quemados, 
E  al  otro  la  Fe  muy  mucho  ensalzada; 
Por  un  cabo  estaba  la  Santa  Cruzada, 
Por  otro  salían  judíos  malvados. 

Vi  luego  pintada  después  de  estas  cosas 
La  guerra  de  moros  muy  bien  guerreada 
De  todo  aquel  reino  que  llaman  Granada, 
Con  sus  serranías  muy  mucho  graciosas. 


Lo  flaco  y  lo  fuerte,  por  fuerza  ó  por  grado, 
Vasallos  ó  siervos  sujetos  quedaban; 
Los  unos  vencidos,  los  otros  se  daban, 

Y  allí  vi  también  su  Rey  cativado. 

Y  en  cabo  de  todo  vi  grandes  torneos, 

Y  justas  reales,  y  cañas  y  toros, 
Ganada  Granada,  llorando  los  moros, 
Que  vían  cumplidos  ya  nuestros  deseos: 

Y  al  Rey  y  á  la  Reina  con  rostros  febeos 
Regir  Occidente  con  buenas  fortunas, 
Desde  las  viejas  hercúleas  colunas 
Hasta  los  altos  montes  Pirineos... 

En  esta  última  estancia,  el  autor  se  levanta  un  poco  en  alas  de  !a 
grandeza  de  la  materia;  y  es  también  un  rasgo  poético  y  feliz  el 
presentar  por  remate  del  cuadro  histórico  á  los  más  famosos  maes- 


2ÓÜ  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

tros  de  la  estatuaria  griega,  a  los  Lisipos,  Praxiteles  y  Fidias,  la- 
brando el  trono  del  príncipe  D.  Juan, 

Gran  principe  nuestro,  de  principes  flor... 

trono  que  el  destino,  encarnizado  siempre  con  España  aun  en  la 
cumbre  de  su  poderío,  no  había  de  permitirle  ocupar;  trocando  en 
paños  de  dolor  las  vestiduras  de  regocijo,  y  en  elegías  los  cantos 
triunfales. 

Si  por  su  interés  histórico  puede  soportarse  la  lectura  del  Triunfo 
de  la  Fama,  no  sucede  lo  mismo  con  el  Triiiufo  de  Amor,  que  quizá 
supera  en  pesadez  á  todos  los  innumerables  Triunfos  y  Triunfetes 
que  compusieron  los  malos  imitadores  del  Petrarca.  En  esta  insulsa 
visión,  que  consta  nada  menos  que  de  1 .3 50  versos,  no  falta  nin- 
guno de  los  ornamentos  propios  del  género:  el  obligado  sueño  del 
poeta  («sueño  con  caídas  de  modorra»,  que  hubiera  dicho  Gallardo), 
la  aparición  del  Dios  Cupido,  la  descripción  de  los  palacios  de  la 
Libertad,  de  la  Razón  y  de  la  Ventura;  las  fiestas  que  se  celebraron 
en  el  alcázar  de  Venus,  que  era  un  castillo  de  cuatro  torres,  donde 
estaba  la  Sensualidad  de  portera;  el  gran  banquete  á  que  asistieron 
la  Hermosura  y  la  Prudencia]  con  otras  invenciones  no  menos  nue- 
vas y  divertidas  que  éstas,  y  por  supuesto  con  una  interminable  re- 
tahila de  nombres  históricos  y  mitológicos,  puestos .  unos  tras  de 
otros,  como  en  un  padrón  de  vecindad.  Lo  único  curioso  que  este 
poema  contiene,  es  una  enumeración  de  los  instrumentos  musicales 
usados  en  tiempo  del  autor. 

Pertenecen  igualmente  al  género  más  trivial  de  la  poesía  de  los 
Cancioneros,  como  ya  sus  títulos  lo  indican,  el  Testamento  de  Amo- 
res, la  Confesión  de  Amores,  la  Justa  de  Amores:  argumentos,  si 
tal  nombre  merecen,  tratados  antes  de  él  por  innumerables  tro- 
vadores. 

]uan  del  Enzina,  que  á  juzgar  por  las  confesiones  que  hace  en 
sus  obras,  debía  de  ser  muy  enamoradizo,  no  acertó,  como  tampoco 
ningún  otro  de  su  escuela,  con  la  sincera  expresión  del  sentimiento 
amoroso,  como  no  fuese  en  alguna  de  sus  églogas  dramáticas;  pero 
se  lució  mucho  en  el  discreteo  galante,  compitiendo  con  el  mismo 
Alvarez  Gato,  á  quien  se  parece  hasta  en  la  irreverente  mezcolanza 


CAPÍTULO    XXV  26l 

de  lo  sagrado  y  lo  profano.  En  este  género  un  tanto  pecaminoso,  son 
una  delicia  las  coplas  á  su  amiga  en  tiempo  de  Cuaresma. 

Para  la  poesía  frivola,  vulgarmente  llamada  de  sociedad,  tenía  Juan 
del  Enzina  especial  aptitud.  Con  amenidad  y  sin  esfuerzo  la  hacía  bro- 
tar de  las  circunstancias  mis  triviales  de  la  vida:  coplas  á  tres  genti- 
les mujeres,  la  una  dueña,  la  otra  beata  y  la  otra  doncella,  que  le 
demandaron  colación,  y  á  las  cuales  envía  por  burla  un  cuarto  de  car- 
nero, enseñándoles  el  modo  de  guisarle:  coplas,  más  ideales  y  delica- 
das, á  una  señora  que,  paseando  por  el  campo,  le  dio  un  manojo  de 
alhelíes  blancos  y  morados,  con  otras  flores  que  se  llaman  maravillas: 
coplas  á  otra  dama  que  le  pidió  un  gallo  para  correr  en  su  nombre. 

Su  genio  blando  é  inofensivo,  rara  vez  muestra  una  punta  satí- 
rica, como  en  las  «coplas  hechas  en  nombre  de  una  dueña  á  su  ma- 
jado, porque  siendo  ya  viejo  tenía  amores  con  una  criada  suya». 
Sus  versos  de  burlas,  que  más  bien  pudieran  llamarse  de  recreación 
y  pasatiempo,  son  de  todo  punto  inofensivos,  y  parecen  la  expan- 
sión de  un  ánimo  regocijado,  que  sólo  se  propone  hacer  reír  acumu- 
lando desatinos  é  incongruencias.  Tiene  en  este  género  tres  com- 
posiciones bastante  chistosas,  la  Almoneda,  el  Juicio  sacado  de  lo  más 
cierto  de  toda  la  astrología,  y  los  llamados  por  antonomasia  Dispa- 
rates de  Juan  del  Enzina.  La  Almoneda  es  el  inventario  del  pobre 
ajuar  de  un  estudiante  perdido,  que  le  malbarata  para  ir  á  Bolonia: 

Los  que  quisieren  mercar 
Aquestas  cosas  siguientes, 
Mírenlas  é  paren  mientes, 
Que  no  se  deben  tardar: 
Porque  despulís  de  cenar 
'.  El  bachiller  Babilonia 

Las  quiere  malbaratar, 
Que  se  quiere  ir  á  estudiar 
Al  estudio  de  Bolonia. 


Primeramente  un  Tobías, 
E  un  Catón  c  un  Doctrinal, 
Con  un  Arte  manual, 
E  unas  viejas  Homelías: 
E  un  libro  de  cetrerías 
Para  cazar  quien  pudiere, 


2Ó2  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

E  unas  nuevas  profecías 
Que  dicen  que  en  nuestros  días 
Será  lo  que  Dios  quisiere  (i). 
E  un  libro  de  las  Consejas 
Del  buen  Pedro  de  Urdemalas  (2), 
Con  sus  verdades  muy  ralas 
E  sus  hazañas  bermejas: 
E  unos  Refranes  de  viejas. 
E  un  libro  de  sanar  potras; 
E  un  arte  de  pelar  cejas. 
E  de  tresquilar  ovejas, 
E  mas  muchas  obras  otras... 


E  unas  muy  buenas  escalas 
De  maroma  no  muy  gorda, 
E  una  buena  lima  sorda 
Para  excusar  alcabalas: 
E  un  azadón  é  dos  palas, 
E  un  par  de  ganzúas  buenas 
Para  poder  hacer  salas 
E  mantener  grandes  galas 
Con  las  haciendas  ajenas... 

E  dos  ollas  con  un  jarro, 
E  tres  cántaros  quebrados, 
E  cuatro  platos  mellados, 
Cubiertos  todos  de  sarro: 
E  un  buen  salero  de  barro 
Con  media  blanca  de  sal, 
E  una  escudilla,  é  un  tarro, 
E  por  mesa  un  gran  guijarro, 
Por  manteles  un  costal... 


Por  este  estilo  prosigue  una  larguísima  enumeración,  en  la  cual 
figuran,  entre  otras  cosas, 

Un  silbato  ó  cornezuelo 
Para  llamar  las  vecinas, 


(1)  Estos  dos  versos  puso  Quevedo  en  la  Visita  de  los  chistes  en  boca  de 
Pero  Grullo. 

(2)  Creo  que  es  la  primera  vez  que  se  nombra  en  nuestra  literatura  á 
este  personaje  legendario.  ¿Habría  ya  algún  libro  de  cuentos  relativo  á  él? 


CAPITULO   XXV  263 

Unos  dados  ú  un  tablero 
Para  sacudir  el  cobre, 
Una  vihuela  sin  son... 
Unos  naipes  sevillanos, 
Rotos  ya  de  mil  reniegos... 

Es  imposible  leer  esta  f  aceda  sin  que  venga  inmediatamente  á 
la  memoria  el  Petit  Testament  de  Francisco  Villon,  compuesto  en 
1456.  La  semejanza  es  visible,  pero  no  puede  sospecharse  relación 
directa  entre  ambos  poetas,  que  trataron,  cada  uno  á  su  manera,  y 
con  la  libertad  propia  de  su  humor  respectivo,  un  lugar  común  de 
la  poesía  de  la  Edad  Media,  cuya  forma  mas  antigua  de  autor  espa- 
ñol creo  que  ha  de  encontrarse  en  los  versos  provenzales  inéditos 
del  trovador  Serveri  de  Gerona,  contemporáneo  del  rey  Don  Pe- 
dro III. 

El  Juicio  sacado  por  Juan  del  Enzina  de  lo  más  cierto  de  toda  la 
astrología,  es  la  primera  muestra  que  yo  he  visto  de  esas  composi- 
ciones burlescas  que  con  título  de  Juicio  del  año  suelen  estamparse 
en  los  almanaques.  Paréceme  que  en  esta  donosa  burla  de  las  pre- 
dicciones astrológicas  y  meteorológicas  de  los  zaragozanos  '  de  en- 
tonces, tiró  Juan  del  Enzina  á  tejado  conocido  y  muy  cerca  de  su 
casa,  poniendo  en  solfa,  como  vulgarmente  se  dice,  los  pronósticos 
de  un  cierto  maestro  Diego  de  Torres,  que,  por  rara  coincidencia,  á 
través  de  más  de  doscientos  años,  con  su  homónimo  el  festivo  es- 
critor salmantino  de  principios  del  siglo  xvm,  era  como  él  catedrá- 
tico de  Matemáticas  en  la  Universidad,  y  hacía  también  almanaques 
y  predicciones,  según  lo  indica  el  rarísimo  libro  que  dio  á  luz  con  el 
rótulo  de  Medicinas  preservativas  y  curativas  de  la  pestilencia  que 
significa  el  eclipse  de  sol  del  año  1485.  Fuera  éste  ú  otro  el  astrólogo 
satirizado  por  Juan  del  Enzina,  cuando  dice; 

E  por  no  perder  el  tino 
No  me  meto  en  los  planetas. 
En  estrellas  ni  cometas, 
Ni  quiero  tratar  de  signo... 

•10  ae  puede  negar  cierta  gracia  á  esta  parodia,  en  que  el  poeta  va 
ensartando  todo  género  de  perogrulladas: 


264  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Mas  quiero,  como  supiere, 
Declarar  las  profecías 
Que  dicen  que  en  nuestros  días 
Será  lo  que  Dios  quisiere: 
Porque  nadie  desespere, 
Hasta  el  año  de  quinientos 
Vivirá  quien  no  muriere. 
Será  cierto  lo  que  fuere, 
Por  más  que  corran  los  vientos. 


E  serán  tiempos  tan  sanos, 
Quel  placer  será  deporte; 

Y  estará  el  rey  en  la  corte, 

Y  en  la  corte  cortesanos. 
Serán  los  hombres  humanos, 
Por  humanos  que  los  veas: 
Habrá  tantos  ciudadanos, 
Que  todos  los  aldeanos 
Morirán  por  las  aldeas. 

El  que  no  se  baptizare, 
No  será  de  nuestra  lev: 
Reinará  cualquiera  rey 
En  el  reino  que  reinare: 

Y  el  cardenal  que  papare, 
Si  por  dicha  no  se  escapa, 
Si  á  Padre  Santo  llegare, 
Aunque  pese  á  quien  pesare, 
No  podrá  escapar  de  Papa. 

Según  los  Evangelistas, 
Los  que  estudian  por  saber 
Estudiantes  han  de  ser, 
Juristas  ó  no  juristas: 
Los  filósofos  é  artistas, 
Los  teólogos  sagrados, 
Los  honrados  canonistas, 
Los  médicos  é  legistas 
Serán,  si  fueren,  letrados. 

En  las  partes  de  oriente 
Tanta  luz  el  sol  dará, 
Que  nascerá  por  allá 
Primero  que  por  Poniente... 


CAPÍTULO    XXV  265 

Cuando  el  tiempo  demudare 

En  Avila  y  en  Segovia, 

La  mujer  que  fuere  novia 

Parirá  desque  empreñare, 

Y  en  Madrid,  quien  madrugare, 

Levantarse  ha  de  mañana; 

Y,  el  que  en  Toledo  morare, 

Hallará,  si  bien  contare, 

Que  el  que  pierde  poco  gana... 

Lo  que  principalmente  nos  hace  recordar  composición  tan  baladí, 
es  que,  andando  los  tiempos,  tuvo  el  honor  de  ser  imitada  y  comen- 
tada con  soberana  chispa  é  incomparable  socarronería  por  D.  Fran- 
cisco de  Quevedo,  cuando  en  la  Visita  de  los  chistes  hace  profetizar 
á  Pero  Grullo  «cosas  que  tienen  mas  veras  de  las  que  parecen». 

Muchas  cosis  nos  dijeron 
Las  antiguas  profecías: 
Dijeron  que  en  nuestros  días 
Será  lo  que  Dios  quisiere. 


Las  mujeres  parirán 
Si  se  empreñan  y  parieren, 
Y  los  hijos  que  tuvieren 
De  quienes  fueren  serán... 

Volaráse  con  las  plumas, 
Andaráse  con  los  pie~, 
Serán  seis  dos  veces  tres.".. 

También  Juan  del  Enzina  figura  entre  los  personajes  populares  y 
emblemáticos  de  este  admirable  Sueño,  gracias  á  otra  festiva  com- 
posición suya  que  logró,  sin  saberse  por  qué,  tanta  notoriedad,  que 
su  título  vino  á  ser  inseparable  del  nombre  de  su  autor,  aun  en 
tiempos  en  que  el  Cancionero  de  éste  yacía  en  el  olvido  más  pro- 
fundo. «Vivos  de  Satanás  (dice  la  sombra  del  poeta  evocada  por 
sjuan  del  Enzina),  ¿qué  me  queréis  que  me  dejáis  muerto  y  consu- 
j>mido?...  Soy  yo  el  malaventurado  Juan  de  la  Enzina,  el  que 
^habiendo  muchos  años  que  estoy  aquí  (en  el  otro  mundo),  toda  la 
»vida  andáis,  en  haciéndose  un  disparate  ó  en  diciéndole  vosotros: 
«No  hiciera  más  Juan  de  la  Encina;  daca  los  disparates  de  Juan  de 
»la  Encina.»   Habéis  de  saber  que,  para  hacer  y  decir  disparates, 


266  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

» todos  los  hombres  sois  Juan  de  la  Encina;  y  que  este  apellido  de 

»Encina  es  muy  largo  en  cuanto  á  disparates...  Y  si  por  hacer  una 

«necedad  anda  Juan  de  la  Encina  por  todos  esos  pulpitos  y  cate- 

»dras,  con  votos,  gobiernos  y  estados,   enhoramala  para  ellos,  que 

»todo  el  mundo  es  monte  y  todos  son  Encinas.» 

Los  tales  disparates,  que  justifican  plenamente  su  nombre,  y  que 

sólo  por  su  rara  fortuna  tradicional  pueden  recordarse,  comienzan 

de  esta  suerte: 

Anoche  de  madrugada, 

Ya  después  de  medio  día,     . 

Vi  venir  en  romería 

Una  nube  muy  cargada, 

Y  un  broquel  con  una  espada 

En  figura  de  ermitaño, 

Caballero  en  un  escaño... 

De  estas  desaforadas  coplas,  que  tuvieron  la  virtud  de  convertir 
á  su  autor  en  un  personaje  de  folk-lore,  borrando  casi  en  la  fantasía 
de  las  gentes  su  personalidad  histórica,  no  se  desdeñó  de  hacer  imi- 
taciones (que  el  malo  y  casero  gusto  del  siglo  xvm  celebró  más  que 
otras  cosas  muy  amenas  y  sensatas  de  su  autor)  un  ingenio  tan  culto 
como  D.  Tomás  de  Iriarte.  Recuérdense  aquellas  tan  sabidas  décimas 

con  su  glosa: 

Vino  un  díaMenelao, 

Sobrino  de  Faraón, 

Conducido  en  un  simón 

Hasta  el  puerto  de  Bilbao... 

y  las  no  menos  famosas  quintillas,  que  tienen   más  gracia  porque 

parece  que  envuelven  una  burla  de  la  pedantería  de  cierta  casta  de 

eruditos: 

En  la  Historia  de  Mariana 

Refiere  Virgilio  un  cuento 

De  una  ninfa  de  Diana, 

Que,  por  ser  mala  cristiana, 

Fué  metida  en  un  convento... 

Sería  injusto  quien,  fijándose  únicamente  en  composiciones  de 
la  ínfima  laya  de  los  Disparates  trobados,  confundiese  á  Juan  del 
Enzina  en  el  grupo  de  los  copleros  chabacanos  y  adocenados.  Mu- 
cho tuvo  de  coplero,  como  todos  los  poetas  de  su  tiempo  y  de  su 


CAPÍTULO   XXV  267 

escuela;  pero  también  tuvo  relámpagos  de  noble  y  delicada  poesía. 
[Con  qué  tierna  sencillez  dice  en  la  Consolatoria  á  un  amigo  en  la 
miterte  de  su  madre,  recordando  los  pensamientos  de  Jorge  Manrique: 

¿Qué  es  la  vida  sino  flores 
Nacidas  en  poco  rato, 
Que  ya  cuando  no  me  cato 
Tienen  muertas  las  colores? 
¡Oh  qué  dulzor  de  dulzores 
Morir  una  vez  no  más, 
Por  cobrar  sin  más  dolores 
Vida  de  grandes  primores, 
Donde  no  mueren  jamás! 

¡Con  qué  gentileza  caballeresca  sale  á  la  defensa  de  las  mujeres, 
contradiciendo  á  los  maldicientes  trovadores  de  la  escuela  de  To- 
rrellas!  (i).  Rasgos  hay  en  estas  coplas  que  parecen  dignos  de  la 
suave  musa  que  dictó  El  Premio  del  bien  hablar: 

Si  á  mujeres  ultrajamos, 
Miremos  que  deshonramos 
Las  canas  de  nuestras  madres. 

(1)  No  sabemos  qué  interpretación  racional  puede  darse  á  la  extraña  alu- 
sión que  contienen  estos  versos  del  poema  obsceno  Pleito  del  Manió,  incluido 
por  primera  vez  en  el  Cancionero  General  de  1514: 

Ante  Torrellas  apelo, 
Que  merece  mil  renombres, 
Porque  sostuvo  sin  velo, 
Mientras  estuvo  en  el  suelo, 
El  partido  de  los  hombres; 
E  si  dijeren  que  es  muerto, 
Por  ser  del  siglo  pasado, 
En  Salamanca,  por  cierto, 
Un  hijo  suyo  encubierto, 
Tiene  su  poder  cumplido. 

El  cual  es  aquel  varón 
Que  muy  justo  determina, 
Sabidor  con  discreción 
Que  llaman  Juan  del  Encina... 

Si  se  trata  de  paternidad  física,  tal  especie  necesitaría  apoyo  en  algún  do- 
cumento más  serio.  Y  si  se  trata  de  paternidad  intelectual,  en  el  sentido  de 
que  Juan  del  Enzina  hubiese  adoptado  ó  heredado  las  ideas  del  caballero  ca- 


268  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Pero  hay  que  reconocer  que  en  sus  composiciones  de  más  empe- 
ño, si  Juan  del  Enzina  acierta  en  ocasiones,  rara  vez  se  sostiene 
mucho.  Su  misma  facilidad  le  hace  verboso  y  prosaico:  le  falta  aliño, 
le  falta  arte,  y  á  pesar  de  sus  aspiraciones  dogmáticas,  le  falta  tam- 
bién un  elevado  concepto  de  la  poesía.  Si  no  hubiera  hecho  más  que 
triunfos  de  la  Fama  y  justas  de  amores,  su  nombre  yacería  tan  olvi- 
dado como  los  de  otros  innumerables  poetas  del  siglo  xv.  Lo  que  le 
salva  son  los  elementos  musicales  y  populares  de  su  poesía,  sus  vi- 
llancicos y  sus  glosas.  Sus  composiciones  mayores  yacen  como  in- 
formes y  pesados  cuadrúpedos  en  el  fondo  dé  su  Cancionero,  mien- 
tras zumba  en  torno  de  ellos  un  enjambre  de  espíritus  alados.  Aque! 
germen  bienhechor  y  misterioso  de  la  canción  popular,  que  salvó 
del  amaneramiento  cortesano  una  porción,  no  grande,  pero  sí  selec- 
ta, de  la  poesía  de  los  trovadores  gallegos,  y  que  luego  en  Castilla 
ciñó  las  sienes  del  docto  Marqués  de  Santillana  con  una  guirnalda 
de  flores  campesinas,  más  lozanas  y  vivideras  que  todas  las  que 
artificialmente  había  cultivado  en  los  jardines  de  su  erudición:  la 
musa  de  las  pastorelas,  de  las  vaqueras,  de  las  serranillas  y  de  las 
villanescas,  fué  también  la  que  sacó  de  la  medianía  á  Juan  del  Enzi- 
na, marcándole  el  rumbo  propio  de  su  ingenio,  y  poniendo  en  sus 
labios  un  raudal  de  poesía  dulce  y  sabrosa,  natural  y  ligera,  que  tra- 
duce sin  esfuerzo  las  impresiones  de  la  juventud,  de  la  primavera 
sonriente,  del  amor  fácil.  El  estudio  de  estas  canciones  será  siempre 
incompleto  para  el  que  no  puede  apreciar  el  mérito  de  las  sencillas 

talán  y  especialmente  su  aversión  á  las  mujeres,  que  tan  cara  le  costó,  se- 
gún la  leyenda;  nada  hay  más  contrario  á  lo  que  resulta  de  estos  versos,  y  es- 
pecialmente del  final  de  ellos,  que  no  sería  gran  muestra  de  ternura  filial,  si 
hubiera  de  tomarse  al  pie  de  la  letra  lo  que  dice  el  Pleito: 

¡Bendito  quien  las  sirviere 

Y  ensalzare  su  corona! 
I  Viva,  viva  la  persona 

Del  que  más  suyo  se  vierel 
Muera  quien  mal  las  desea 
Peor  muerte  que  Torellas: 
En  placer  nunca  se  v 

Y  de  Dios  maldito  sea 

El  que  dijere  nial  de  ellas 


CAPÍTULO    XXV  26g 

melodías  que  las  acompañan,  y  que  no  son  extrañas  al  tema,  como 
sucede,  por  ejemplo,  en  las  canciones  de  Béranger,  sino  que  fueron 
compuestas  ad  hoc  por  el  mismo  poeta.  Diga  quien  sepa  y  pueda  si 
en  esta  música  de  palacio  había,  como  yo  sospecho,  elementos  po- 
pulares, que  con  el  tiempo  habían  de  prevalecer  y  de  emanciparse. 
En  las  letras  no  cabe  duda  que  los  hay,  si  bien  incorporados  en  una 
tradición  lírica  de  carácter  artístico.  Algunas  de  estas  letras,  que  el- 
poeta  mismo  califica  de  ajenas,  parecen  más  antiguas  que  él,  y  tie- 
nen sabor  de  fragmentos  de  romance  viejo: 

¡Oh  castillo  de  Montanges, 
Por  mi  mal  te  conocí! 
¡Cuitada  de  la  mi  madre 
Que  no  tiene  más  de  á  mí!... 

El  mismo  Juan  del  Enzina  había  hecho  romances,  no  solamente 
amorosos,  sino  también  históricos  y  de  asunto  contemporáneo,  como 
el  de  la  toma  de  Granada: 

¿Qué  es  de  ti,  desconsolado? 
¿Qué  es  de  ti,  rey  de  Granada?... 

menos  inspirado  á  la  verdad  que  el  brioso  villancico,  en  forma  de 
diálogo,  que  compuso  sobre  el  mismo  argumento: 

Levanta,  Pascual,  levantaj 
Aballemos  á  Granada, 
Que  se  suena  que  es  tomada... 

— Pues  el  ganado  se  extiende, 
Déjalo  bien  extender; 
Porque  ya  puede  pacer 
Seguramente  hasta  allende. 
Anda  acá;  no  te  estés  ende, 
Mira  cuánta  llamarada; 
¡Que  se  suena  que  es  tomada! 

— ¡Oh  qué  Reyes  tan  benditos! 
Vamonos,  vamonos  yendo, 
Que  ya  te  voy  percreyendo 
Según  oyó  grandes  gritos. 
Llevemos  estos  cabritos, 
Porque  habrá  venta  chapada; 
Que  se  suena  que  es  tomada. 


270  HISTORIA    DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

— Aballa,  toma  tu  hato, 
Contaréte  á  maravilla 
Cómo  se  entregó  la  villa, 
Según  dicen  no  ha  gran  rato. 
¡Oh  quién  viera  tan  gran  trato 
Al  tiempo  que  fué  entregada! 
Que  se  suena  que  es  tomada. 


Ya  luego  allá  estarán  todos 
Metidos  en  la  ciudad 
Con  muy  gran  solenidad, 
Con  dulces  cantos  é  modos. 
¡Oh  claridad  de  los  godos, 
Reyes  de  gloria  nombrada! 
Que  se  suena  que  es  tomada. 

¡Qué  consuelo  é  qué  conorte 
Ver  por  torres  é  garitas 
Alzar  las  cruces  benditas! 
¡Oh  qué  placer  é  deporte! 
Y  entraba  toda  la  corte 
A  milagro  ataviada, 
Que  se  suena  que  es  tomada... 


Por  otra  parte,  es  muy  de  notar  que  Juan  del  Enzina  aplicó  mú- 
sica nueva  y  de  su  composición  (i)  al  romance  viejo  del  Conde 
Claros:  «Pésame  de  vos,  el  Conde»,  y  quizá  á  algún  otro;  lo  cual 
probaría,  si  menester  fuese,  su  trato  y  comercio  continuo  con  la 
musa  vulgar.  Sin  ella  no  hubiera  atinado  nunca  con  estribillos  tan 

felices  como  éstos: 

Montesina  era  la  garza 

E  de  muy  alto  volar: 

No  hay  quien  la  pueda  tomar... 


Decidme,  pues,  sospirastes, 
Caballero,  ques  gocéis, 
¿Quién  es  la  que  más  queréis?... 

Romerito,  tú  que  vienes 
De  donde  mi  vida  está, 
Las  nuevas  della  me  da.., 

(1)     Número  329  del  Cancioiitro  musical  de  Barbieri 


capitulo  xxv  27 r 

Muchos  de  estos  villancicos  son  dialogados,  y  anuncian  ya  en  em- 
brión al  poeta  dramático  que  con  poco  más  desarrollo  hizo  sus 
églogas.  Los  más  y  los  mejoras  son  pastoriles,  y  los  hay  sacros  y 
profanos.  Los  del  Nacimiento  tienen  una  gracia  casi  infantil.  En  los 
de  amores  villanescos  suele  haber  una  punta  de  candorosa  malicia, 
que  fué  siempre  la  salsa  del  género,  y  que  en  las  parodias  realistas 
del  Arcipreste  de  Hita  había  pasado  algunas  veces  de  la  raya.  Den- 
tro de  ella  se  contiene  casi  siempre  Juan  del  Enzina,  en  los  delicio- 
sos villancicos  que  principian: 

Daca,  bailemos,  carillo, 
Al  son  deste  caramillo... 

Una  amiga  tengo,  hermano, 
Galana  de  gran  valía, 
Juro  á  Dios!  más  es  la  mía... 

Pedro,  bien  te  quiero, 
Maguera  vaquero... 

Ya  soy  desposado, 
Nuestramo, 
Ya  soy  desposado... 

y  otros  muchos  que  pudiéramos  citar,  tan  ricos  de  vocabulario  rús- 
tico, tan  suelta  y  limpiamente  versificados,  que  parecen  que  respi- 
ran olor  de  trébol  y  de  retama.  En  la  poesía  bucólica  española,  que 
es  género  muy  distinto  de  la  égloga  clásica,  Juan  del  Enzina  es  un 
encantador  maestro,  y  bien  puede  decirse  que  sólo  fué  superado 
por  los  grandes  dramaturgos  del  siglo  xvn,  por  Lope  y  Tirso. 

Algunos  de  estos  villancicos  de  Enzina,  aunque  no  por  cierto  los 
mejores  ni  los  que  más  conservan  el  sabor  del  terruño  de  Salamanca, 
han  logrado  favor  hasta  entre  los  versificadores  cultos  y  los  críticos 
de  la  escuela  clásica.  Y  no  es  raro  encontrar  en  antologías  y  Poéti- 
cas tan  rígidas  como  la  de  Martínez  de  la  Rosa,  citados  con  elogio 
versos  como  éstos: 

¡Ay  triste  que  veng  > 

Vencida  de  amor, 

Maguera  pastor'. 
Más  sano  me  fuera 

No  ir  al  mercado, 

Que  no  que  viniera 


272  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Tan  aquerenciado; 
Que  vengo  cuitado, 
Vencido  de  amor, 
Maguera  pastor... 

Con  vista  halaguera 
Miréla,  é  miróme: 
Yo  no  sé  quién  era, 
Mas  ella  agradóme, 
E  fuese,  é  dejóme 
Vencido  de  amor, 
Maguera  pastor... 

De  ver  su  presencia 
Quedé  cariñoso, 
Quedé  sin  hemencia, 
Quedé  sin  reposo, 
Quedé  muy  cuidoso, 
Vencido  de  amor, 
Maguera  pastor... 

Más  vale  trocar 
Placer  por  dolores, 
Que  estar  sin  amores. 

Donde  es  gradecido, 
Es  dulce  morir; 
Vivir  en  olvido, 
Aquel  no  es  vivir; 
Mejor  es  sufrir 
Pasión  y  dolores, 
Que  estar  sin  amores... 

En  la  estructura  de  los  versos  cortos,  ningún  trovador  del  siglo  xv 
excedió  á  Juan  del  Enzina,  porque  nadie  probablemente  le  igualaba  en 
talento  musical.  ¡Con  qué  fluidez  corren  loshexasílabos  de  sus  idilios! 

Tan  buen  ganadico, 

Y  más  en  tal  valle, 
Placer  es  guardalle. 

Ganado  d'altura, 

Y  más  de  tal  casta, 
Muy  presto  se  gasta 
Su  mala  postura; 

Y  en  buena  verdura, 

Y  más  t-n  tal  valle, 
Placer  es  guardalle. 


CAPITULO    XXV  273 

Ansí  que  yo  quiero 
Guardar  mi  ganado 
Por  todo  este  prado 
De  muy  buen  apero: 
Con  este  tempero, 
Y  más  en  tal  valle, 
Placel  es  guar dalle...  (1) 

¡Con  qué  3uave  languidez  y  pausado  timbre  suenan  las  coplas  de 

pie  quebrado! 

Ya  cerradas  son  las  puertas 

De  mi  vida, 
Y  la  llave  es  ya  perdida... 
Hermitaño  quiero  ser 

Por  ver, 
Hermitaño  quiero  ser... 

Crescerán  mis  barbas  tanto 
Cuanto  cresciere  mi  pena; 
Pediré  con  triste  llanto: 
«Dad  para  la  Magdalena.» 
Si  me  quisieren  valer, 

Por  ver, 
Hermitaño  quiero  ser... 

Quizá  que  por  mi  ventura 
Andando  de  puerta  en  puerta, 
Veré  la  gentil  figura 
De  quien  tien  mi  vida  muerta; 
Si  saliesse  á  responder, 

Por  ver, 
Hermitaño  quiero  ser... 

Los  sospiros  encubiertos 
Que  he  callado  por  mi  daño, 
Hora  serán  descubiertos 
En  hábito  de  hermitaño, 
Hora  ganar  ó  perder; 

Por  ver, 
Hermitaño  quiero  ser... 

F.ste  villancico  no  se  halla  en  el  Cancionero  de  Juan  del  Enzina,  pero 
sí  en  el  Cancionero  musical  de  la  biblioteca  de  Palacio.  Otra  variante 
de  él,  ó  más  bien  otra  composición  ;mónima  sobre  el  mismo  tema,  se  lee 
en  un  pliego  suelto  gótico  que  empieza  con  las  Cofias  de  Anión  Vaquerizo 
de  Morana. 

ÍHDBZ  t  Pela  yo.—  Poesía  castellana.   III.  ^ 


27+  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Aun  ia  relativa  inferioridad  de  Juan  del  Enzina  en  la  poesía  reli- 
giosa, tiene,  en  esta  parte  de  su  Cancionero,  brillantes  excepciones, 
sin  duda  porque  le  ayudaban  la  música  y  el  metro,  como  lo  prueban 
los  dos  lindos,  devotos  y  afectuosos  villancicos  que  comienzan: 

¿A  quién  debo  yo  llamar 
Vida  mía, 
Sino  á  ti,  Virgen  María?... 

Pues  que  tú,  Reina  del  Cielo, 
Tanto  vale?, 
Da  remedio  á  nuestros  males... 

Dicho  queda  que  Juan  del  Enzina  hizo  romances,  y  aun  hemos 
tenido  ocasión  de  mencionar  alguno.  Y  aunque  todos  ellos  vayan  en 
consonantes  perfectos,  según  el  uso  de  los  trovadores  de  aquel  tiem- 
po, y  pertenezcan  de  lleno  á  la  escuela  cortesana,  aun  en  ellos  se 
revela  el  alma  popular  del  poeta;  y  á  veces  lo  narrativo  y  caballe- 
resco se  infiltra  á  través  de  lo  sentimental: 

Por  unos  puertos  arriba 
De  montaña  muy  escura, 
Caminaba  el  Caballero 
Lastimado  de  tristura. 
El  caballo  deja  muerto 
Y  él  á  pie  por  su  ventura, 
Andando  de  sierra  en  sierr  , 
De  camino  no  se  curn, 
Huyendo  de  las  florestas, 
Huyendo  déla  frescura...  (i) 

Pero  no  fué  en  la  lírica  propiamente  dicha  donde  Enzina  dio  ma- 
yores pruebas  de  talento  poético.  Hay  otra  región  vastísima  del  arto 
en  que  nadie  puede  negarle  la  gloria  de  iniciador,  y  de  maestro  de 

(i)  De  estos  romances  aconsonantados  era.  fácil  el  tránsito  á  las  redondi- 
llas, trabando  los  versos  impares,  como  alguna  vez  hizo  Juan  del  Enzina: 

Yo  me  estaba  reposando, 
Durmiendo  como  solía, 
Recordé  triste  llorando 
La  gran  pena  que  sentía... 

Es  exactamente  el  metro  en  que  está  compuesto  el  antiguo  Poema  de  Al- 
fonso O/iceno. 


CAPÍTULO    XXV  275 

una  escuela  cuya  vida  se  prolongó  por  más  de  medio  siglo,  sin  alte- 
rar substancialmente  el  tipo  de  representación  dramática  que  él  fijó. 
Y  aunque  la  apreciación  detenida  de  tales  obras  incumbe  más  par- 
ticularmente á  la  historia  del  teatro,  es  imposible  dejar  de  hacer 
aquí  alguna  mención  de  ellas,  tanto  porque  su  conocimiento  es  in- 
dispensable para  estimar  toda  la  importancia  del  poeta  salmantino, 
cuanto  por  el  número  y  valor  de  los  elementos  líricos  que  en  este 
primitivo  teatro  se  mezclaron. 

Y  ante  todo,  ¿cuál  es  el  verdadero  puesto  que  Juan  del  Enzina 
debe  ocupar  en  la  historia  de  los  orígenes  del  drama  nacional?  ¿En 
qué  consistieron  realmente  sus  innovaciones? 

Casi  sin  salvedad  alguna  se  le  puede  clasificar  como  nuestro  mas 
antiguo  poeta  dramático  de  nombre  conocido.  Y  digo  casi,  porque 
el  descubrimiento  del  Cancionero  de  Gómez  Manrique  nos  ha  ofre- 
cido el  texto  de  dos  brevísimas  Representaciones  del  Nacimiento  y  de 
la  Pasión,  que  seguramente  son  anteriores  á  las  suyas.  Pero  el  nin- 
gún artificio  escénico  y  la  extraordinaria  sencillez  de  dichas  piezas, 
destinadas  á  un  convento  de  monjas,  no  permiten  ponerlas  en  com- 
paración con  un  teatro  tan  copioso,  tan  vario  y  relativamente  tan 
desarrollado  como  el  de  Enzina.  Gómez  Manrique,  y  seguramente 
otros  trovadores  del  siglo  xv,  pudieron  ser  ocasionalmente  poetas 
dramáticos,  pero  sólo  Juan  del  Enzina  lo  fué  de  un  modo  intencio- 
nal, con  vocación,  con  perseverancia,  y  con  una  marcha  ascendente 
desde  sus  primeras  obras  hasta  las  últimas;  siempre  en  demanda  de 
formas  nuevas  y  más  complicadas. 

No  se  equivocó,  pues,  la  voz  popular  cuando  llamó  a  Enzina  «padre 
de  la  comedia  española».  Pero  como  quiera  que  los  primeros  escrito- 
res que  le  dieron  tal  dictado  vivieron  en  tiempos  en  que  su  Cancione- 
ro estaba  muy  olvidado,  no  es  maravilla  que  mezclasen  con  un  hecho 
cierto  tradiciones  fabulosas.  Así  el  discreto  representante  Agustín  de 
Rojas,  en  su  famosa  Loa  de  la  Comedia  (1603),  que  se  cita  siempre 
al  tratar  de  este  asunto,  no  sólo  restringe  á  tres  el  número  de  las 
églogas  de  hnzina,  sino  que  equivoca  los  nombres  de  sus  Mecenas: 

Y  donde  más  ha  subido 
De  quilates  la  comedia, 
Ha  sido  donde  más  tarde 


276  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Se  ha  alcanzado  el  uso  della; 
Que  es  en  nuestra  madre  España. 
Porque  en  la  dichosa  era 
Que  aquellos  gloriosos  reyes, 
Dignos  de  memoria  eterna, 
Don  Fernando  é  Isabel 
(Que  ya  con  los  santos  reinan), 
De  echar  de  España  acababan 
Todos  los  moriscos  que  eran 
De  aquel  reino  de  Granada, 

Y  entonces  se  daba  en  ella 
Principio  á  la  Inquisición, 
Se  le  dio  á  nuestra  comedia 
Juan  déla  Enzina  el  primero, 
Aquel  insigne  poeta, 

Que  tanto  bien  empezó; 
De  quien  tenemos  tres  églogas 
Que  él  mismo  representó 
Al  Almirante  y  duquesa 
De  Castilla  y  de  Infantado, 
Que  éstas  fueron  las  primeras; 

Y  para  más  honra  suya 

Y  de  la  comedia  nuestra, 
En  los  días  que  Colón 
Descubrió  la  gran  riqueza 
De  Indias  y  Nuevo  Mundo, 

Y  el  Gran  Capitán  empieza 
A  sujetar  aquel  reino 

De  Ñapóles  y  su  tierra, 

A  descubrirse  empezó 

El  uso  de  la  comedia, 

I'orque  todos  se  animasen 

A  emprender  cosas  tan  buenas... 

Sin  más  apoyo  que  estas  noticias  del  Viaje  entretenido,  pero  co- 
metiendo nuevos  errores,  quizá  por  no  haberlas  entendido  bien,  el 
cronista  Rodrigo  Méndez  Silva,  en  su  Catálogo  real  y  cronológico,  tan 
atropellado  como  todas  sus  obras,  dio  por  sentado  que  «.en  el  año 
de  1492  comenzaron  en  Castilla  las  compañías  á  representar  pública- 
mente comedias  por  Juan  del  Enzina,  poeta  de  gran  donaire,  gracio- 
sidad y  entretenimiento»,  siendo  así  que  Rojas  no  habla  de  repre- 


CAPITULO   XXV  277 

sentaciones  públicas  ni  menos  de  compañías  de  cómicos:  término 
•enteramente  impropio  y  absurdo  cuando  se  trata  del  siglo  xv.  \ 
finalmente,  puso  el  colmo  al  disparate  D.  Blas  Antonio  Nasarre,  es- 
tampando, en  su  prólogo  á  las  Comedias  de  Cervantes,  la  estupenda 
noticia  de  una  pieza  cómica  de  Juan  del  Enzina,  representada  en  casa 
del  Conde  de  Ureña  para  festejar  á  los  Reyes  Católicos  en  sus  bo- 
das celebradas  en  1 469;  fecha  en  que  el  supuesto  autor  de  esta  pie- 
za cómica,  ó  ingeniosa  pastoral,  como  la  llama  Jovellanos,  no  había 
cumplido  todavía  un  año. 

Dejando  aparte  tales  desvarios,  lo  que  importa  advertir  es  que  en 
ninguna  de  las  piezas  sacras  ó  profanas  de  Enzina  se  encuentra  el 
más  leve  indicio  de  haber  sido  objeto  de  representación  popular,  y 
menos  por  compañías  de  cómicos  asalariados.  Las  más  antiguas  fue- 
ron representadas  en  casa  de  los  Duques  de  Alba:  de  otra  consta 
que  lo  fué  ante  el  Príncipe  D.  Juan:  la  Farsa  de  Plácida  y  Vitoria- 
no,  ó  quizá  alguna  otra  comedia  que  no  conocemos,  lo  fué  en  Roma, 
en  casa  del  Cardenal  de  Arbórea.  De  las  restantes  nada  puede  afir- 
marse. 

Por  consiguiente,  cuando  se  dice  que  Juan  del  Enzina  emancipó  y 
secularizó  nuestro  drama,  se  dice  algo  que  en  el  fondo  es  verdade- 
ro, no  sólo  porque  ninguna  de  sus  piezas  tuvo  por  escenario  la  igle- 
sia, sino  porque  sus  representaciones  profanas  son  notablemente  su- 
periores á  las  devotas  en  número,  en  extensión  y  en  mérito.  Pero  se 
olvida  por  una  parte,  que  el  drama  de  la  Edad  Media  no  era  exclu- 
sivamente hierático,  puesto  que  al  lado  de  ¡os  misterios  existían  los 
juegos  de  escarnio,  y  otros  rudimentos  de  farsa  profana;  y  por  otra, 
que  el  tránsito  del  teatro  de  la  iglesia  al  de  la  plaza  pública  no  en 
todas  partes  fué  inmediato,  sino  que  apareció  muchas  veces  como 
forma  intermedia  el  teatro  aristocrático  y  cortesano,  al  cual,  por  las 
circunstancias  externas  y  materiales  de  su  representación,  pertene- 
cen las  obras  de  Enzina,  aunque  sean  profundamente  populares  su 
inspiración  y  su  estilo. 

Nace  este  teatro,  en  su  parte  religiosa,  de  un  fondo  común  á  to- 
das las  literaturas  de  la  Edad  Media:  del  drama  que  en  su  forma  la- 
tina, y  aun  en  sus  más  antiguas  formas  vulgares,  bien  puede  ser  ca- 
lificado de  litúrgico,  puesto  que  de  la  liturgia  nació,  siendo  como 


278  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

una  ampliación  popular  de  ella.  Recuérdese,  por  ejemplo,  que  urt 
sermón  de  San  Agustín,  el  Vos,  inquam,  convenio,  ó  Judaei,  que 
se  leía  en  la  vigilia  de  la  Natividad  del  Señor,  dio  nacimiento  á 
todo  el  ciclo  de  los  Profetas  de  Cristo,  de  que  forma  parte  el  céle- 
bre canto  de  la  Sibila,  varias  veces  romanceado  en  los  dialectos  de 
la  lengua  de  Oc.  La  más  antigua  muestra  de  drama  litúrgico  latino 
es  el  Misterio  de  los  Reyes  Magos  de  la  catedral  de  Nevers,  copiado 
en  un  códice  del  año  1060;  y  por  notable  coincidencia  es  también  el 
Misterio  de  los  Reyes  Magos  la  más  antigua  muestra  conocida  hasta 
ahora  del  drama  religioso  en  nuestra  lengua;  Misterio  que  por  otra 
parte  compite  en  antigüedad  con  los  de  más  remota  fecha  en  cual- 
quiera de  las  lenguas  vulgares,  y  quizá  cede  sólo  al  Misterio  de  las 
vírgenes  fatuas,  mixto  de  latín  y  provenzal. 

Pero  por  un  fenómeno,  á  primera  vista  inexplicable,  España,  que 
puede  presentar  uno  de  los  primeros  ensayos  de  representación  pia- 
dosa, ya  completamente  romanceada,  y  que  fué  de  todas  las  nacio- 
nes modernas  la  que  más  tiempo  retuvo  el  género,  la  que  le  perfec- 
cionó y  amplificó  y  le  dio  sus  formas  definitivas  en  la  comedia  de  san- 
tos y  en  el  auto  sacramental,  es  la  que  menor  número  de  misterios  de 
la  Edad  Media  posee,  pues  en  castellano  no  vuelve  á  haber  otro  hasta 
Gómez  Manrique,  que  es  de  las  postrimerías  del  siglo  xv;  y  en  cata- 
lán, aunque  las  noticias  de  representaciones  abundan  más  (i),  los 
ejemplos  se  reducen  á  un  fragmento  de  misterio  de  la  Magdalena, 
del  siglo  xiv  (que  contiene  por  cierto  la  historia  legendaria  de  Judas, 
análoga  á  la  de  Edipo),  y  á  los  textos,  vivos  todavía  en  la  represen- 
tación popular,  pero  seguramente  muy  modernizados  en  la  lengua» 
de  los  tres  misterios  que  se  recitan  en  los  carros  ó  rocas  del  día  del 
Corpus  en  Valencia;  y  del  famosísimo  de  la  villa  de  Elche  (Tránsito 
y  Asunción  de  Nuestra  Señora),  que  es  hoy  entre  nosotros  la  única 
supervivencia  que  sepamos  del  primitivo  drama  religioso  con  sus 
peculiares  caracteres,  esto  es,  dentro  de  la  iglesia  y  con  el  concurso 
del  clero  y  del  pueblo. 

Tan  extraordinaria  laguna  en  nuestros  riquísimos  anales  dramá- 

(1 \  Véase  el  c  uñosísimo  estudio  del  Dr.  Milá  y  Fontanals,  Orígenes  del  tea- 
tro catalán,  qut  he  publicado  en  el  tomo  sexto  de  sus  Obras  (1895). 


CAPITULO    XXV  '279 

ticos,  contrasta  de  tal  modo  con  la  prodigiosa  abundancia  de  dramas 
litúrgicos  latinos,  de  misterios  franceses,  de  sacre  rappresentazioni 
italianas,  de  viiracle-plays  ingleses,  que  verdaderamente  no  sabe  uno 
á  qué  atribuirla.  Y  aunque  nuestros  archivos  eclesiásticos,  todavía 
vírgenes  en  gran  parte,  quizá  nos  guarden  sobre  este  punto  alguna 
agradable  sorpresa,  y  nos  sea  dado  leer  algún  nuevo  misterio  de  los 
siglos  xiv  y  xv,  no  creemos  que  tan  hipotéticos  hallazgos  lleguen 
á  modificar  mucho  la  impresión  de  pobreza  que  en  este  ramo  ofre- 
ce nuestra  literatura  anterior  al  Renacimiento,  formando  pasmoso 
contraste  con  la  enérgica  vitalidad  que  desde  entonces  cobra  el  dra- 
ma nacional,  sacro  y  profano,  hasta  que  en  tiempo  de  Lope  sus  ra- 
mas llegan  á  cobijar  a  toda  Europa. 

Varias  causas  pueden  señalarse  de  tal  penuria  de  documentos:  la 
poca  importancia  que  se  daba  á  la  labor  literaria  en  obras  que  gira- 
ban siempre  sobre  los  mismos  tópicos  desarrollados  de  la  misma 
manera,  y  en  que  la  parte  del  poeta  era  seguramente  menos  esti- 
mada que  la  del  músico  y  el  maquinista:  y  el  no  haber  existido  aquí, 
como  en  otras  partes,  cofradías  dramáticas,  verdaderos  gremios  de 
aficionados  á  este  género  de  representaciones,  y  en  cuyas  manos  el 
drama  religioso,  secularizándose  cada  vez  más,  llegó  á  aquella  pro- 
¡ífica  vegetación  de  las  Moralidades  y  de  los  Misterios  franceses  del 
siglo  xv:  poemas  de  enorme  extensión  algunos  de  ellos,  y  ligados  a 
veces  formando  ciclo.  Si  en  España  son  raros  los  misterios,  de  las 
moralidades  (piezas  de  carácter  alegórico,  con  mezcla  y  aun  predo- 
minio de  elementos  satíricos)  no  se  halla  ni  el  nombre  siquiera  (i), 
lo  cual  no  es  decir  que  fuesen  enteramente  desconocidas,  puesto  que 
en  el  teatro  del  siglo  xvi  encontramos  algunas  piezas  calificadas  de 
representaciones  morales,  que  seguramente  no  venían  de  Francia.  Los 
destinos  de  este  género  han  sido  muy  varios:  en  Francia,  y  aun  en 
Inglaterra  (cuya  primitiva  literatura  dramática  es  una  secuela  de  la 
francesa),  siguió  una  tendencia  decididamente  realista  y  prosaica,  y 
de  las  abstracciones  éticas  fué  pasando  por  grados  á  ser  rudo  esbo- 
zo de  comedia  de  carácter,  confundiéndose  á  veces  con  las  j arces  y 
las  sotties.  En  España,  donde  el  teatro  religioso  persistió  cuando  en 

(1       [Cítalo,  sin  embargo,  el  marqués  de  Santularia.  (A.  H.) 


200  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

todas  partes  había  muerto,  y  nunca  degeneró  enteramente  de  su 
primitivo  espíritu,  la  parte  alegórica  de  las  moralidades  se  combinó 
con  el  elemento  histórico  y  dramático  de  los  misterios,  engendrando 
la  nueva  y  más  depurada  forma  del  auto  sacramental,  en  que  apa- 
recieron compenetrados  los  dos  principios  generadores  del  drama 
teológico,  la  Biblia  y  la  Escolástica. 

Y,  si  bien  se  mira,  una  moralidad  sería  aquella  comedia  alegórica 
que  en  1414  compuso  D.  Enrique  de  Villena  para  las  fiestas  de  la 
coronación  de  D.  Fernando  el  Honesto,  en  Zaragoza,  puesto  que  en 
ella  intervenían  como  personajes  la  Justicia,  la  Verdad,  la  Paz  y  la 
Misericordia,  conforme  al  versículo  1 1  del  salmo  84:  «.Misericordia 
et  Vertías  obviaverunt  sibi:  Justitia  et  Pax  osculatae  sunt.-» 

El  teatro  del  siglo  xvi  (único  teatro  que  tenemos  anterior  al  de 
Lope  de  Vega)  recogió  las  tradiciones  del  perdido  drama  religio- 
so de  los  siglos  medios,  y  sirve  indirectamente  para  confirmar  su 
existencia.  Es  cierto  que  no  se  habla  ya  de  misterios  ni  de  morali- 
dades, prefiriéndose  los  nombres  de  égloga,  farsa,  representación, 
auto,  y  aun  tragicomedia  alegórica;  pero  ¿quién  duda  que  la  Victoria 
Christi  del  bachiller  Bartolomé  Palau,  por  ejemplo,  en  que  se  des- 
arrolla toda  la  economía  del  Antiguo  y  Nuevo  Testamento,  es  un 
inmenso  misterio  cíclico;  y  que,  por  el  contrario,  la  Farsa  moral,  de 
Diego  Sánchez  de  Badajoz,  «en  que  se  representa  cómo  las  cuatro 
^virtudes  cardinales  enderezan  los  actos  humanos»,  ó  su  Farsa  ra- 
cional del  libre  albedrío,  «en  que  se  representa  la  batalla  que  hay 
»entre  el  Espíritu  y  la  Carne»,  ó  su  Farsa  de  la  Iglesia,  ó  la  del 
Juego  de  cañas  espiritual  de  virtudes  contra  vicios,  ó  la  Danza  de  los 
pecados,  son  moralidades  hechas  y  derechas;  sin  que  falte  entre  otras 
muchas  de  su  autor,  especialmente  en  la  Farsa  militar  y  en  la  Farsa 
de  la  Muerte,  ni  siquiera  una  desvergonzadísima  parte  satírica  que  las 
acerca  más  y  más  á  sus  congéneres  del  otro  lado  de  los  Pirineos?  ¿Qué 
es  sino  una  moralidad  inmensa,  una  sátira  general  de  las  costumbres 
y  de  los  estados  humanos,  el  Auto  de  las  Cortes  de  la  Muerte,  que 
comenzó  Micael  de  Carvajal,  y  terminó  Luis  Hurtado  de  Toledo? 

La  persistencia  de  estas  formas  del  teatro  medioeval,  cuando  ya 
en  todas  partes  iban  desapareciendo,  es  quizá  la  principal  razón  que 
explica  la  pérdida  de  los  textos  anteriores:  razón  análoga  á  la  que 


CAPÍTULO    XXV  28  r 

trajo  la  pérdida  casi  completa  de  nuestra  primitiva  poesía  épica  en 
su  forma  de  cantares  de  gesta.  Cuanto  más  popular  y  vivo  es  un  gé- 
nero, más  sujetas  están  á  continua  mutación  sus  formas.  Lo  que 
ayer  fué  versos  de  gesta,  mañana  se  ingiere  en  la  prosa  historial,  ó 
se  desmenuza  en  fragmentos  épico-líricos,  ó  invade  el  teatro,  y  de 
poesía  narrativa  se  convierte  en  activa.  Del  mismo  modo  el  drama 
popular,  al  secularizarse,  recibe  la  herencia  del  teatro  litúrgico  y  se- 
militúrgico,  le  combina  con  todo  género  de  elementos  profanos,  y 
entierra  las  toscas  formas  antiguas  bajo  el  prestigio  de  las  nuevas. 
Esta  segunda  era  comienza,  sin  disputa,  en  Juan  del  Enzina.  La 
obra  anterior  á  él  era  anónima  y  colectiva:  la  suya  tiene  ya  el  sello 
de  la  individualidad,  hasta  en  aquellas  primeras  composiciones  su- 
yas que  parecen  más  ajustadas  al  canon  hierático.  Cinco  de  estas 
piezas  pertenecen  á  aquel  género  de  representaciones  que  los  cléri- 
gos pueden  facer,  según  las  palabras  de  la  ley  de  Partida  (1.a,  títu- 
lo VI,  ley  34):  «assi  como  de  la  nacencia  de  nuestro  señor  Jesucristo 
-»en  que  muestra  cómo  el  ángel  vino  á  los  pastores,  é  como  les  dijo 
acarno  era  Jesucristo  nacido...  c  de  su  resurrección,  que  muestra  qiu 
•»fué  crucificado  é  resucitó  al  tercero  día:  tales  cosas  como  estas  que 
amueven  al  orne  d  facer  bien  ¿  a  haber  devoción  en  la  fe.-»  Cumplen 
enteramente  con  estos  preceptos  las  representaciones  de  Pasión  y 
de  Resurrección  que  compuso  Enzina  para  el  oratorio  de  los  Duques 
de  Alba:  diálogos  sobremanera  sencillos,  algo  fríos  quizá  en  la  ex- 
presión de  afectos,  por  la  índole  poco  ascética  del  poeta  (que  en 
esta  parte  queda  muy  inferior  á  su  coetáneo  Lucas  Eernández),  pero 
decorosos,  intachables  en  la  ortodoxia  y  hasta  en  el  respeto  con  que 
se  trata  el  tema  evangélico,  buscando  siempre  la  forma  indirecta  (i). 

(1)  Representación  á  la  muy  bendita  pasión  y  muerte  de  Nuestro  precioso  Re- 
demptor:  adonde  se  introducen  dos  ermitaños,  el  uno  viejo  y  el  otro  mozo,  razonán- 
dose como  entre  padre  y  hijo,  camino  del  Sanio  Sepulcro;  y  estando  ya  delante  de  ' 
monumento,  alIe°ós-.>  d  razonar  con  ellos  una  mujer  llamada  í  'crónica,  d  quien  Cris- 
to, cuando  le  1 1 era  han  á  crucificar,  dejó  imprimida  la  figura  de  su  glorioso  rostro 
en  un  paño  que  ella  le  dio  para  se  alimpiar  del  sudor  y  sangre  que  iba  corriendo. 
Va  esto  tnesmo  introducido  un  Ángel  que  7j/'no  á  contemplar  en  el  monumento,  y  les 
trajo  consuelo  y  esperanza  de  la  santa  resurrección. 

Representación  d  la  santísima  resurrección  de  Cristo:  adonde  se  introducen  Jo- 


282  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Pero  las  tres  églogas  de  Navidad  son  cosa  muy  diversa,  porque  en 
ellas  el  elemento  profano  alterna  con  el  devoto,  y  á  veces  se  sobre- 
pone á  él.  El  júbilo  de  la  fiesta  convidaba  á  usar  de  menos  severi- 
dad, y  autor  y  espectadores  podían  entregarse  sin  remilgos  á  una 
alegría  infantil,  franca  y  sana.  La  intervención  de  los  pastores  cua- 
draba maravillosamente  á  esto,  y  ya  hemos  dicho  que  otros  poetas 
coetáneos  de  Enzina  ó  poco  anteriores  á  él,  como  el  franciscano  Fray 
Iñigo  de  Mendoza  en  su  Vita  Christi,  habían  desarrollado  el  cuadro 
de  la  Adoración  con  los  mismos  toques  de  bucólica  realista.  Pero  en 
Juan  del  Enzina  el  mismo  nombre  clásico  de  égloga  (i),  no  usado 
hasta  entonces  en  nuestra  literatura,  que  yo  recuerde,  y  que  luego 
siguió  nuestro  poeta  aplicando  á  la  mayor  parte  de  sus  farsas  profa- 

sefy  la  Mada/e?ia,y  los  dos  discípulos  que  iban  al  castillo  de  Emaús;  los  cuales 
eran  Cleofds  y  San  Lucas,  y  cada  uno  cuenta  de  qué  manera  le  apareció  nuestro 
Redentor.  Y  primero  Josef  comienza  contemplando  el  sepulcro  en  que  á  Cristo  se- 
pultó; y  después  entró  la  Madalena,  y  estándose  razonando  con  él,  entraron  los 
otros  dos  discípulos;  y  en  fin,  vino  un  Ángel  á  ellos  por  les  acrescentar  el  alegría 
y  la  fe  de  la  resurrección. 

( 1 )  Égloga  representada  en  la  noche  de  la  Navidad  de  nuestro  Salvador,  adon- 
de se  introducen  dos  pastores,  uno  llamado  Juan,  é  otro  Mateo;  é  aquel  que  Juan 
se  llamaba,  entró  primero  en  la  sala  adonde  el  duque  é  duquesa  estaban,  é  en  nom- 
bre de  Juan  del  Enzina  llegó  á  presentar  cient  coplas  de  aquesta  fiesta  á  la  seño- 
ra duquesa;  é  el  otro  pastor  llamado  Maleo,  entró  después  desto,  é  en  -nombre  de 
los  detractores  é  maldicientes  comenzóse  á  razonar  con  él,  é  Juan  estando  muy 
alegre  é  ufano,  porque  sus  señorías  le  habían  ya  recebido  por  suyo,  venció  la  me- 
tida del  otro.  Ado?ide  prometió  que  vertido  el  mayo  sacaría  la  compilación  de  todas 
sus  obras,  porque  se  las  usurpaban  é  corrompía?:,  é porque  no  pensase?!  que  toda 
su  obra  era  pastoril,  segú?t  algunos  decían,  mas  antes  co?iosciesen  que  ó  más  se 
extendía  su  saber. 

— Égloga  representada  en  la  misma  noche  de  Navidad,  adonde  se  introduce?i 
los  mesmos  pastores  de  arriba:  é  estando  éstos  e?i  la  sala  adonde  los  maitines  se  de- 
cían, entrara??  otros  dos  pastores,  que  Lucas  é  Marco  se  llamaban,  é  todos  cuatro 
en  nombre  de  los  cuatro  evangelistas,  de  la  nal  ¡vi dad  de  Cristo  se  comenzaron  d 
razonar. 

— Égloga  trovada  por  Juan  del  Enzina,  representada  ta  noche  de  Navidad,  e?i 
¿a  cual  á  cuatro  pastores,  Miguellejo,  Juan,  Rodrigo  é  Antón  llamados,  que  sobre 
los  i?ifortu?iios  de  las  grandes  lluvias  é  la  muerte  de  un  sacristán  se  razonaban 
un  ángel  aparesce,  é  elnascimiento  del  Salvador  les  anunciando,  ellos  con  diversos 
dones  á  su  visitación  se  apare/an. 


CAPITULO    XXV  283 

ñas,  indica  un  propósito  deliberado  de  dar  importancia  á  lo  pastoril, 
en  que  él  sobresalía,  según  confesión  de  sus  propios  émulos.  El 
nombre  le  tomó  de  Virgilio,  cuando  tradujo  sus  Bucálicas;  y  algo 
más  que  el  nombre  tomó,  según  creo:  cierto  concepto  ideal  y  poé- 
tico de  la  vida  rústica,  que  en  él  se  va  desenvolviendo  lentamente, 
no  en  contraposición,  sino  en  combinación  con  el  remedo,  á  veces 
tosco  y  zafio,  de  los  hábitos  y  lenguaje  de  los  villanos  de  su  tiempo. 
En  alguna  obra  de  su  última  manera  pecó  por  el  extremo  contrario, 
haciendo  pastores  sentimentales,  como  los  de  la  égloga  de  Fileno, 
Zambardo  y  Cardonio.  Obedecía  entonces  á  otras  influencias  que 
luego  notaremos.  Pero  es  profundamente  virgiliano,  á  pesar  de  la 
llaneza  de  expresión,  el  sentimiento  de  este  delicioso  pasaje  de  una 
de  las  églogas,  de  Mingo  y  Pascuala: 

Cata,  Gil,  que  las  mañanas 
En  el  campo  hay  gran  frescor; 
E  tiene  muy  gran  sabor 
La  sombra  de  las  cabanas. 

Quien  es  duecho  de  dormir 
Con  el  ganado  de  noche, 
No  creas  que  no  reproche 
El  palaciego  vivir. 
¡Oh  qué  gasajo  es  oir 
El  sonido  de  los  grillos 
Y  el  tañer  los  caramillos! 
No  hay  quien  lo  pueda  decir. 

Ya  sabes  qué  gozo  siente 
El  Pastor  muy  caluroso 
En  beber  con  gran  reposo 
De  bruzas  agua  en  la  fuente; 
O  de  la  que  va  corriente 
Por  el  cascajal  bullendo, 
Que  se  va  toda  riendo. 
¡Oh  qué  pracer  tan  valiente!... 

Se  ve  que  el  humilde  poeta  que  escribió  esto,  había  traducido 
antes  el  Fortúnate  senex,  y  guardaba  algún  eco  de  él  en  lo  m«1s  re- 
cóndito de  su  alma. 

Ya  antes  de  Juan  del  Enzi/ia,  y  antes  que  influyese  en  España  la 
égloga  clásica,   los  pastores,  además  del  papel  que  desempeñaban 


284  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

en  los  autos  de  Navidad,  habían  servido  para  otros  fines  artísticos. 
Las  famosas  coplas  de  Mingo  Revulgo,  que  son  un  diálogo,  aunque 
sin  acción,  presentan  ya  el  mismo  tipo  de  lenguaje  villanesco  que 
predomina  en  el  teatro  de  nuestro  autor,  con  la  diferencia  de  ser  en 
Juan  del  Enzina  poéticamente  desinteresada  la  imitación  de  los  afec- 
tos y  costumbres  de  los  serranos,  al  paso  que  en  Mingo  Revulgo  sir- 
ve de  disfraz  alegórico  á  una  sátira  política.  Este  peculiar  dialecto, 
en  que  mucha  parte  de  las  primitivas  farsas  y  églogas  están  com- 
puestas, ha  sido  calificado  por  algunos  de  sayagués,  entendiendo 
por  tal  el  de  la  pequeña  comarca  de  Sayago,  en  la  provincia  de  Za- 
mora; pero  aunque  carezco  de  datos  para  afirmar  ni  negar  nada,  por 
falta  de  conocimiento  personal  del  habla  popular  de  aquella  región, 
cuyo  estudio  está  tan  virgen  como  el  de  los  demás  dialectos  leone- 
ses y  castellanos  (i),  me  parece  algo  circunscrita  dicha  denomina- 
ción, pues  no  creo  que  Enzina,  ni  Lucas  Fernández,  ni  ninguno  de  sus 
imitadores  se  sujetasen  con  estricta  fidelidad  a  la  reproducción  de 
un  determinado  tipo  dialectal,  sino  que  tomaron  palabras  é  inflexio- 
nes de  varias  partes,  y  forjaron  ellos  otras  muchas,  creando  así,  con 
elementos  de  origen  popular,  pero  exagerados  hasta  la  caricatura, 
una  jerigonza  literaria  convencional,  que  Rodrigo  de  Reinosa  llama- 
ba lengua  pastoril.  Tal  es  el  procedimiento  con  que  los  poetas  cul- 
tos han  tratado  siempre  los  dialectos,  y  no  hay  razón  para  creer 
que  aquí  sucediese  otra  cosa.  El  Auto  del  Repelón,  que  en  algunos 
pasajes  es  obscurísimo,  parece,  no  ya  imitación,  sino  grotesca  pa- 
rodia del  lenguaje  de  los  aldeanos  que  acudían  al  mercado  de  Sala- 
manca. No  creemos  que  muchos  de  los  barba rismos  que  el  autor 
pone  en  su  boca  se  hayan  dicho  jamás,  aun  por  la  gente  más  ruda. 
De  todos  modos,  el  filólogo  tiene  mucho  que  espigar  allí. 

El  diálogo  en  Juan  del  Enzina  es  casi  siempre  fácil,  vivo  y  gra- 
cioso. En  esta  parte  esencial  del  arte  dramático,  se  mostró  muy  aven- 
tajado desde  el  principio.  Hemos  visto  que  algunos  de  sus  villancicos 
estaban  ya  dialogados,  y  de  ellos  á  la  égloga,  el  paso  no  era  difícil. 
Pero  además  de  su  buen  instinto,  tenia  ya  modelos  en  los  (  ancio- 

(1)  [Véase:  J.  de  Lamano  y  Beneite:  Bl  dialecto  vulgar  salmantino;  Sala- 
manca, 1915.  (A.  / 


CAPÍTULO    XXV  285. 

ñeros.  Una  serie  de  trovadores,  que  quizá  se  remonta  á  D.  Pedro 
González  de  Mendoza,  abuelo  del  Marqués  de  Santillana,  se  habían 
valido  de  este  artificio,  ya  para  expresar  graves  y  filosóficos  pensa- 
mientos, como  en  el  Blas  contra  fortuna;  ya  para  el  discreteo  amo- 
roso, en  que  sobresalió  el  rey  de  armas  Fernán  Mojica.  Y  en  uno 
de  estos  diálogos,  en  el  de  Rodrigo  de  Cota,  que  no  sabemos  si  fué 
representado,  pero  que  tiene  todas  las  trazas  de  haberlo  sido,  había 
ya  algún  contraste  de  afectos  y  una  pequeña  fábula  con  nudo  y  des- 
enlace. Juan  del  Enzina,  que  manifiestamente  le  imitó  en  ¡a  Égloga 
de  Cristino  v  Febea,  debe  ser  contado  también  entre  los  herederos 
de  estas  tradiciones  de  la  poesía  cortesana. 

El  aparato  escénico  en  las  églogas  y  farsas  de  Juan  del  Enzina  es 
tan  sencillo,  que  no  induce  á  creer  que  en  su  elemental  teatro  in- 
fluyesen mucho  aquellas  pomposas  representaciones  palaciegas  co- 
nocidas con  el  nombre  de  momos,  de  que  tantas  veces  se  hace  men- 
ción en  las  crónicas  (especialmente  en  la  del  Condestable  Miguel 
Lucas  de  Iranzo),  y  que  á  veces  tenían  palabras,  como  es  de  ver  en 
una  de  Gómez  Manrique;  aunque  sólo  en  lo  exterior  participasen  del 
carácter  dramático.  Pero  seguramente  influyó  en  el  arte  protano  de 
Enzina,  el  teatro  popular  de  los  tiempos  medios,  cuya  existencia  es 
indudable,  por  rudo,  por  tosco,  por  embrionario  que  le  supongamos. 
Este  teatro  era  independiente  del  litúrgico,  aunque  á  veces  llegara 
á  invadir  sus  dominios,  profanándole.  Debió  de  nacer  espontánea- 
mente, por  tendencias  imitativas  y  satíricas  que  están  en  el  fondo 
mismo  de  la  naturaleza  humana,  sin  necesidad  de  tradición  literaria. 
La  de  la  comedia  clásica  es  de  todo  punto  inverisímil,  porque  no 
fué  popularnunca,  y  en  los  últimos  tiempos  del  Imperio  vivía  sólo 
en  los  libros.  Las  pantomimas  burlescas  y  obscenas,  últimos  espec- 
táculos de  la  Roma  degenerada,  habían  sucumbido  en  todas  partes 
bajo  los  anatemas  de  la  Iglesia,  y  nada  restaba  de  ellas,  como  no 
fuese  en  el  fondo  obscuro  de  ciertos  regocijos  y  fiestas  populares, 
como  las  de  Antruejo  ó  Carnestolendas.  El  teatro  satírico  de  la 
Edad  Media  tenía  su  nombre  propio,  que  consta  en  una  ley  de  Par- 
tida: «Los  clérigos  non  deben  ser  facedores  de  juegos  de  escarnio 
aporque  los  vengan  á  ver  gentes  cómo  se  facen:  é  si  otros  ornes  los 
uncieren,  non  deben  los  clérigos  hi  venir,  porque  facen  hi  muchas 


286  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

^villanías  é  desaposturas:  nin  deben  otrosí  estas  cosas  facer  en  las 
»eglesias,  antes  decimos  que  los  deben  echar  de  ellas  deshonrada- 
»mente  a  los  que  lo  ficieren:  cá  la  eglesia  de  Dios  es  fecha  para  orar, 
»é  non  para  facer  escarnios  en  ella.»  Otra  ley  declara  viles  á  este 
género  de  histriones:  «Otrosí  los  que  son  juglares,  é  los  remedadores, 
»/  los  facedores  de  los  zaharrones,  que  públicamente  andan  por  el 
>pueblo  ó  cantan  ó  facen  juegos  por.  precio»  (i). 

Creemos  que  se  enlazan  por  remota  derivación  con  los  juegos  de 
escarnio  (naturalmente,  muy  modificados. por  el  progreso  de  la  cul- 
tura) algunas  representaciones  de  Juan  del  Enzina,  especialmente  el 
Auto  del  Repelón  (2),  que  en  dos  ó  tres  pasajes  frisa  con  la  obsceni- 
dad (si  no  es  demasiado  maliciosa  la  interpretación  que  les  damos), 
y  que  por  lo  rudo  y  plebeyo  del  estilo,  por  la  enérgica  grosería  de 
las  burlas,  anuncia,  aunque  toscamente,  los  futuros  entremeses,  á  los 
cuales  hasta  se  parece  en  acabar  á  palos. 

Mucho  más  comedidas  son  las  dos  églogas  representadas  en  noche 
de  Antruejo;  en  la  primera  de  las  cuales,  así  como  en  otras  piezas 
suyas,  se  valió  oportunamente  Enzina  de  las  circunstancias  históricas 
del  momento  para  dar  algún  interés  al  diálogo.  Pero  la  segunda  (3) 

(1)  Partidas  1.a,  tít.  VI,  ley  34,  y  7.a,  tít.  VI,  ley  4. 

(2)  Anclo  del  Repelón.  En  el  cual  se  introducen  dos  pastores,  Pier?iicuerlo  e 
Johan  Paramas,  los  cuales,  estando  vendiendo  su  mercadería  en  la  plaza,  llega- 
ron ciertos  estudiantes  que  los  repelaron,  faciéndoles  otras  burlas  peores.  Los  al- 
deanos, partidos  el  uno  del  otro  por  escaparse  dellos,  el  Johan  Paramas  se  fué  á 
casa  de  u?i  caballero:  é  entrando  e?i  la  sala,  fallándose  fuera  del.peligro,  comenzó 
á  contar  lo  que  le  acaesció.  Sobreviene  Piernicuerto  en  la  rezaga,  que  le  dice  cómo 
todo  el  hato  se  ha  perdido;  é  entró  un  Estudiante,  estando  ellos  f ablando,  á  refa- 
cer la  chanza,  al  cual  como  le  vieron  solo,  echaron  de  la  sala.  Sobrevierten  otros 
dos  pastores,  é  levanta  Johan  Paramas  7i?i  villancico. 

(3)  Égloga  representada  en  la  noche  postrera  de  Carnal,  que  dicen  de  Antruejo 
ó  Carnestollendas:  adonde  se  introducen  cuatro  pastores,  llamados  Beneitoy  Bras, 
Pedruelo  y  Lloriente.  Y  primero  Benciio  entró  en  la  sala  adonde  el  Duque  y 
Duquesa  estaban,  y  comenzó  mucho  d  dolerse  y  acuitarse  porque  se  sonaba  que  ei 
Duque,  su  señor,  se  había  de  partir  d  la  guerra  de  Francia;  y  luego  tras  él  entró  el 
que  llamaban  Bras,  preguntándole  la  causa  de  su  dolor;  y  después  llamaron  á  Pe- 
druelo, el  cual  le  dio  nuevas  de  paz,  y  en  fin,  vino  Lloriente  que  les  ayudó  d  cantar. 

Écloga  representada  la  mesma  noche  de  Antruejo  ó  Carnestollendas:  adonde  se 
introducen  Los  mesmos  pastores  de  arriba,  llamados  Beneilo  y  Bras,  Lloriente  y 


CAPÍTULO    XXV  287 

es  verdadera  égloga  de  Carnestolendas,  en  que  se  dramatiza  el  anti- 
guo tema  poético  de  la  batalla  de  D.  Carnaval  con  Doña  Cua- 
resma,  terminando  con   un    himno   b.áquico  y    epicúreo:   nunc  ¿st 

bibendum: 

Hoy  comamos  y  bebamos 

Y  cantemos  y  holguemos, 
Que  mañana  ayunaremos. 

Por  honra  de  Sant  Antruejo 
Parémonos  hoy  bien  anchos, 
Embutamos  estos  panchos, 
Recalquemos  el  pellejo. 
Que  costumbre  es  de  concejo 
Que  todos  hoy  nos  hartemos, 
Que  mañana  ayunaremos... 

Tomemos  hoy  gasajado, 
Que  mañan3  vien  la  muerte; 
Bebamos,  comamos  huerte; 
Vamonos  cara  el  ganado. 
No  perderemos  bocado, 
Que  comiendo  nos  iremos 

Y  mañana  ayunaremos. 

Enzina  dio  un  gran  paso  hacia  la  verdadera  comedia  en  las  dos 
églogas  que,  por  los  nombres  de  sus  interlocutores,  pudiéramos  lla- 
mar de  Mingo,  Gil  y  Pascuala,  las  cuales,  en  realidad,  pueden  con- 
siderarse como  dos  actos  de  un  mismo  pequeño  drama,  por  más  que 
fueron  escritas  y  representadas  en  años  distintos.  Por  la  frescura  del 
estilo  y  por  la  lindeza  de  la  versificación,  son,  sin  disputa,  lo  mejor 
de  la  que  podemos  llamar  su  primera  manera.  Pero  hay  también  en 
ellas  un  artificio,  aunque  candoroso,  superior  al  de  las  restantes.  El 
contraste  entre  la  vida  cortesana  y  la  campesina,  con  los  efectos  que 
causa  el  rápido  tránsito  de  la  una  á  la  otra  en  personas  criadas 
en  en  uno  ú  otro  de  estos  medios,  está  representado   en  esta  gra- 

Pedruclo.  Y  primero  Beneito  e?ilro  en  la  Sala  adonde  el  Duque  y  Duquesa  esta- 
ban, y  tendido  en  el  suelo,  de  gran  reposo  comenzó  á  cenar;  y  luego  liras,  que  ya 
había  cenado,  entro'  diciendo  *  Carnal  fuera*,  mas  importunado  de  Beneito,  tornó 
otra  vez  á  cenar  con  él,  y  estando  cenando  y  razonándose  sobre  la  venida  de  Cua- 
resma, entraron  LLr  lente  y  Pedrudo,  y  lodos  cuatro  juntamente,  comiendo  y  can- 
tando con  mucho  placer ,  di. ron  fin  d  su  festejar. 


288  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

ciosa  miniatura  por  el  escudero  á  quien  el  amor  de  una  zagala 
hace  tornarse  pastor,  y  por  dos  pastores  transformados  súbita- 
mente en  palaciegos.  El  diálogo  es  más  vivo  y  más  constante- 
mente feliz  que  en  obra  alguna  del  poeta.  Quizá  el  gran  Lope  no 
desdeñó  acordarse  de  estos  infantiles  balbuceos  del  drama  cuando 
en  Los  prados  de  León  y  en  otras  comedias  suyas  presentó  análo- 
gas situaciones,  humanas  y  simpáticas  siempre,  y  que  abrían  ancho 
camino  á  su  raro  talento  de  pintor  de  la  naturaleza  y  de  la  vida  de 
los  campos. 

Aun  los  villancicos  de  estas  dos  piezas  son  de  los  mejores  de  Juan 
del  Enzina,  y  en  uno  de  ellos  la  poesía  lírica  va  acompañada  del  baile; 
innovación  que  también  había  de  ser  fecunda  en  resultados  para 

el  arte  escénico: 

GasajémoDOs  de  hucia: 

Que  el  pesar 
Viénese  sin  le  buscar. 
Gasajemos  esta  vida, 
Descruciemos  del  trabajo; 
Quien  pudiera  haber  gasajo, 
Del  córdojo  se  despida. 
Déle,  déle  despedida; 

Que  el  pesar 
Viénese  sin  le  buscar. 


De  los  enojos  huyamos 
Con  todos  nuestros  poderes; 
Andemos  tras  los  placeres, 
Los  pesares  aburramos. 
Tras  los  placeres  corramos; 

Qu'el  pesar 
Viénese  sin  le  buscar... 


Xo  exageraba  Barbieri  cuando  consideraba  á  Juan  del  Enzina 
como  patriarca  del  género  dramático- musical,  conocido  entre  nos- 
otros con  el  nombre  de  zarzuela.  Es  cierto  que  el  elemento  musical 
se  concreta  á  los  villancicos  con  que  las  piezas  terminan;  y  que  al- 
gunos de  ellos  han  de  considerarse  como  meros  accesorios  líricos  que 
podrían  eliminarse  de  la  fábula  sin  perjuicio  de  su  integridad,  aun- 
qu  e  siempre  guardan  alguna  relación  con  el  fondo  de  ella.  Pero  otros 


CAPÍTULO    XXV  289 

son  intensamente  dramáticos,  como  éste,  que  tiene  todo  el  carácter 
de  un  coro,  en  que  parece  que  se  siente  el  ruido  de  las  esquilas  del 
ganado,  y  el  chasquido  de  la  honda  del  pastor: 

Repastemos  el  ganado. 

¡Hurriallá! 
Queda,  queda,  que  se  va. 

Ya  no  es  tiempo  de  majada 
Ni  de  estar  en  zancadillas; 
Salen  las  Siete  Cabrillas, 
La  media  noche  es  pasada, 
Viénese  la  madrugada. 

¡Hurriallá! 
Queda,  queda,  que  se  va. 

Queda,  queda  acá  el  vezado. 
Helo  va  por  aquel  cerro; 
Arremete  con  el  perro 
Y  arrójale  su  cayado, 
Que  anda  todo  desmandado. 

¡Hurriallá! 
Queda,  queda,  que  se  va...  (1). 

(1)  Égloga  representada  en  requesta  de  unos  amores:  adonde  se  introduce  una 
pastor  cica,  llamada  Pascuala,  que  yendo  cantando  con  su  ganado,  entro'  en  la  sala 
adonde  el  Duque  y  Duquesa  estaban.  Y  luego  después  della  entró  un  pastor  llama- 
do Mingo,  y  comenzó  d  requerilla;  y  estando  en  su  requesta,  llígó  un  escudero,  que 
también  preso  de  sus  amores,  requesidndola  y  altercando  el  uno  con  el  otro,  se  la 
sosacó  y  se  tornó  pastor  por  ella. 

Égloga  representada  por  las  mesmas  personas  que  en  la  de  arriba  van  introdu- 
cidas, que  son  un  pastor  que  de  ajiles  era  escudero,  llamado  Gil,  y  Pascuala,  y  Min- 
go, y  su  esposa  Menga,  que  de  nuevo  agora  aquí  se  introduce.  Y  primero  Gil  entró 
en  la  sala  adonde  el  Duque  y  Duquesa  estaban;  y  Mingo,  que  iba  con  él,  quedóse  á  la 
puerta  espantado,  que  no  osó  entrar;  y  después,  importunado  de  Gil,  entró  y  en 
nombre  de  Juan  del  Enzina  llegó  á  presentar  al  Duque  y  Duquesa,  su?  señores,  la 
copilacióti  de  todas  sus  obras,  y  allí  prometió  de  fio  trovar  más,  salvo  lo  que  sus 
señorías  le  mandasen.  Y  después  llamaron  á  Pascuala  y  d  Menga,  y  cantaron  y 
bailaron  con  ellas.  Y  otra  vez  tornándose  á  razonar  allí,  dejó  Gil  el  hábito  de  Pas- 
tor, que  ya  había  traído  un  año,  y  tornóse  del  palacio,  y  con  él  juntamente  la  su 
Pascuala.  Y  en  fin,  Mingo  y  su  esposa  Menga,  viéndolos  mudados  del  palacio,  cre- 
cióles envidia,y  aunque  recibieron  pena  de  dejar  los  hábitos  pastoriles,  también  ellos 
quisieron  tornarse  del  palacio  y  probar  la  vida  a"  él.  Así  que  lodos  cuatro  juntos, 
muy  bien  ataviados,  dieron  fin  á  la  representación  cantando  el  villancico  del  cabo. 

Menlndez  y  Pelayo. — Poesía  castellana.   III.  iq 


2gO  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Cierra  dignamente  este  primer  grupo  del  teatro  de  Juan  del  En- 
zina,  una  primorosa  representación  sin  título,  hecha  ante  el  príncipe 
D.  Juan,  y  que  se  distingue  de  todas  las  demás  por  la  intervención 
de  un  personaje  alegórico,  el  Amor,  que  abre  la  escena  con  un  so- 
liloquio (como  más  tarde  había  de  hacerlo  en  el  Aminta  del  Tasso), 
encareciendo  en  pulidos  y  acicalados  versos  su  incontrastable  pode- 
río (i).  Hay  en  estos  versos  claras  reminiscencias  del  Diálogo  de 
Rodrigo  de  Cota,  pero  la  imitación  sostiene  la  competencia  con  el 

original: 

Prende  mi  yerba  do  llega; 

Y  en  llegando  al  corazón, 

La  vista  de  la  razón 

Luego  ciega, 
Mi  guerra  nunca  sosiega; 
Mis  artes,  fuerzas  é  mañas, 

E  mis  sañas, 
Mis  bravezas,  mis  enojos, 
Cuando  encaran  á  los  ojos, 
Luego  enclavan  las  entrañas. 

Mis  saetas  lastimeras 
Hacen  siempre  tiros  francos 
En  los  hitos  y  en  los  blancos 

Muy  certeras, 
Muy  penosas,  muy  ligeras. 
Soy  muy  certero  en  tirar 

Y  en  volar, 
Más  que  nunca  nadie  fué; 
Afición,  querer  y  fe 
Ponerlo  puedo  ó  quitar. 


Doy  dichosa  6  triste  suerte: 
Doy  trabajo  é  doy  descanso; 


( i )  Representación  por  Juan  del  Enzina,  ante  el  muy  esclarescido  é  muy  i/las- 
tre Príncipe  don  Juan,  nues/ro  soberano  señor,  lnirodúccnse  dos  pastores,  Bras  é 
7ua?iillo,  é  con  ellos  un  Escudero,  que  d  las  voces  de  otro  pastor,  Pelayo  llamado, 
sobrevinieron;  el  cual,  de  las  doradas  f rechas  del  Amor  mal  herido  se  quejaba;  al 
cual,  andando  por  dehesa  vedada  con  sus  f rechas  é  arco,  de  su  gran  pode 
nándose,  el  sobredicho  pastor  había  querido  prendar. 

Gallardo,   il  reimprimir  esta  pieza  en  el  número  5.0  de  El  Criticón,  la  llamó 
El  triunfo  de  amor. 


CAPITULO    XXV  291 

Yo  soy  fiero,  yo  soy  manso, 

Yo  soy  fuerte, 
Yo  doy  vida,  yo  doy  muerte, 
E  cebo  los  corazones 

De  pasiones, 
De  sospiros  6  cuidados. 
Yo  sostengo  los  penados, 
Esperando  gualardones. 

Hago  de  mis  serviciales 
Los  groseros  ser  polidos, 
Los  polidos  más  locidos 

Y  especiales; 
Los  escasos  liberales. 
Hago  de  los  aldeanos 

Cortesanos, 
E  á  los  simples  ser  discretos, 
E  los  discretos  perfetos, 
E  á  los  grandes  muy  humanos. 
E  á  los  más  é  más  potentes 
Hago  ser  más  sojuzgados; 
E  á  los  más  acobardados 

Ser  valientes; 
E  á  los  mudos  elocuentes; 
E  á  los  más  botos  é  rudos 

Ser  agudos. 
Mi  poder  haze  é  deshaze. 
Hago  más  cuando  me  place: 
Los  elocuentes  ser  mudos. 
Hago  de  dos  voluntades 
Una  mesma  voluntad: 
Renuevo  con  novedad 

Las  edades, 
E  ajeno  las  libertades. 
Si  quiero,  pongo  en  concordir. 

Y  en  discordia. 
Mando  lo  bueno  é  lo  malo. 
Yo  tengo  el  mando  y  el  palo, 
Crueldad,  misericordia. 


Puedo  tanto  cuanto  quiero, 
No  tengo  par  ni  segundo. 
Tengo  casi  todo  el  mundo 
Por  entero, 


2g2  HISTORIA   DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Por  vasallo  é  prisionero: 
Príncipes  y  Emperadores 

E  señores, 
Perlados  é  no  perlados; 
Tengo  de  todos  estados, 
Hasta  los  brutos  pastores. 

No  diré,  como  Gallardo,  que  todo  esto  sea  ático;  pero  sí  que  es 
una  poesía  muy  lozana,  que  halaga  apaciblemente  el  oído,  y  que  bro- 
ta con  espontaneidad  suma  de  un  ingenio  verdaderamente  poético, 
aunque  no  muy  profundo. 

¿Marcó  nuevos  rumbos  a  este  ingenio  su  larga  residencia  en  Ita- 
lia? ¿Ha  de  atribuirse  á  ella  el  mayor  adelanto  artístico  que  mues- 
tran bajo  ciertos  respectos  las  tres  únicas  piezas  conocidas  hoy  de 
su  segunda  manera:  la  Égloga  de  Fileno  y  Zambardo^  la  Farsa  de 
Plácida  y,  Viloriano,  la  Égloga  de  Cristino y  Febea?  Esta  suposición, 
que  á  primera  vista  parece  fundada  cuando  sólo  se  atiende  á  los 
datos  biográficos  de  Enzina,  y  al  hecho  de  haberse  representado  é 
impreso  en  Roma  una,  por  lo  menos,  de  estas  farsas,  no  resulta  con- 
firmada por  el  examen  de  las  piezas  mismas,  en  las  cuales,  con  la 
mejor  voluntad  del  mundo,  nada  hemos  podido  encontrar  que  di- 
rectamente recuerde  el  teatro  italiano,  salvo  en  una  de  ellas  el  uso 
del  prólogo  ó  introito  (i).  Lo  único  que  puede  admitirse  es  que  el  es- 
pectáculo de  comedias  más  desarrolladas  y  más  ricas  de  elementos 
dramáticos  que  las  suyas,  le  hiciesen  ampliar  su  cuadro  y  dar  más 
realce  á  los  personajes,  más  intensidad,  viveza  y  nervio  á  la  expre- 
sión. Pero  aun  esto  no  puede  afirmarse  sin  cautela.  En  primer  lu- 
gar, en  tiempo  de  Juan  del  Enzina  había  muy  pocas  comedias  italia- 
nas, reduciéndose  en  rigor  á  cuatro:  la  Cassaria  y  los  Sappositi  del 
Ariosto,  que  son  de  1 508  y  1 509;  la  Calandria,  del  Cardenal  Bibbie- 

(1)  [Sin  embargo,  según  ha  demostrado  el  Sr.  J.  P.  Wickersham  Crawíord 
(The  Spanish  Pastoral  Drama;  Philadelphia,  191 5;  y  The  Source  of  Juan  del 
Encina 's  Égloga  de  Fileno  y  Zambardo,  en  Revue  Hispanique,  xxx,  año  19141, 
la  Égloga  de  Fileno  y  Zambardo  procede  de  la  segunda  égloga  de  Antonio 
Tebaldi  o  Tebaldeo  (1463- 1537),  escrita  en  terza  rima  y  cuyos  interlocutores 
son  Tirsi  y  Damón.  El  Sr.  Wickersham  Crawíord  encuentra  también  elemen- 
tos italianos  en  las  églogas  de  Cristino  y  Febea  y  de  Plácida  y  Vitoriano.  (A.  B.)] 


CAPITULO    XXV  293 

na,  representada  en  la  corte  de  Urbino  el  6  de  Febrero  de  1 5 13,  y 
la  Mandrágola  de  Maquiavelo,  cuya  fecha  precisa  no  se  sabe,  pero 
sí  que  no  puede  ser  anterior  á  1 5 12.  Léanse  estas  cuatro  produc- 
ciones: cotéjense  luego  con  las  farsas  de  Enzina,  y  la  cuestión  que- 
dará resuelta  por  sí  misma.  Esas  piezas  son  verdaderas  comedias:  las 
de  Enzina  no  lo  son.  Ariosto  y  Bibbiena  reproducen  fielmente  el 
tipo  de  la  comedia  latina:  la  Calandria  es  una  licenciosa  repetición 
de  la  intriga  de  los  Meneemos;  I  suppositi  es  una  combinación  (ó 
como  se  decía  en  tiempo  de  Terencio),  contaminación  del  Eu- 
nuco y  de  los  Cautivos.  Sólo  Maquiavelo  había  hecho  una  comedia 
original,  genuinamente  italiana,  que  sería  admirable  si  pudiera  pres- 
cindirse  de  la  profunda  inmoralidad  del  argumento.  ¿Qué  tiene  que 
ver  nada  de  esto  con  los  pastores  y  los  ermitaños  del  pobre  Juan 
del  Enzina,  que  con  haber  pasado  en  Roma  la  mitad  de  su  vida, 
nunca  perdió  el  hábito  charro  ni  el  dejo  salamanquino? 

Los  modelos  que  influyeron  en  él,  los  que  modificaron  su  gusto 
después  de  la  publicación  de  su  Cancionero,  fueron  dos  libros  caste- 
llanos en  prosa,  de  muy  desigual  mérito,  pero  igualmente  leídos  por 
sus  contemporáneos:  la  Cárcel  de  amor,  de  Diego  de  San  Pedro,  y  la 
Celestina.  La  primera  había  puesto  de  moda  la  casuística  sentimen- 
tal, los  devaneos  de  la  pasión,  la  apoteosis  del  suicidio  por  amor:  la 
segunda  había  abierto  las  fuentes  del  realismo  más  amplio,  y  que- 
daba como  un  tipo  dramático  posible  para  lo  porvenir,  aunque  su 
misma  perfección  le  relegase  á  la  lectura  y  le  privase  de  influencia 
directa  sobre  el  arte  de  su  tiempo. 

Enzina  se  asimiló  de  uno  y  otro  libro  algunos  elementos,  y  los  in- 
corporó bien  ó  mal  en  su  incipiente  dramaturgia;  si  bien  de  la  Celes- 
tina no  acertó  á  imitar  sino  la  parte  más  trivial,  las  escenas  de  bajo 
cómico,  las  que  por  su  grosería  misma  habían  de  tentar  más  á  los 
lectores  vulgares  y  á  los  imitadores  de  corto  vuelo.  Una  escena  epi- 
sódica, ya  citada,  de  la  égloga  de  Plácida  y  Vitoriano,  basta  y  so- 
bra para  comprender  lo  que  Enzina  podía  hacer  en  este  género. 

Mucho  más  se  inspiró  en  la  Cárcel  de  Amor,  porque  no  era  tan 
inaccesible  el  modelo,  y  además  porque  su  educación  de  trovador 
le  ayudaba.  Puso  en  buenas  coplas  aquellas  eternas  lamentaciones 
de  esquiveces  y  desdenes;  trató  con  bastante  habilidad  todos  los  lu- 


2g4  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

gares  comunes  del  romanticismo  erótico;  y  buscó  el  efecto  trágico 
haciendo  que  sus  enamorados  se  diesen  cruda  muerte  por  sus  pro- 
pias manos;  si  bien  en  la  Farsa  de  Plácida  y  Vitoriano,  condolido 
de  la  mala  suerte  de  la  protagonista,  hizo  que  la  propia  diosa  Venus 
bajase  á  resucitarla  por  ministerio  de  Mercurio.  Los  escrúpulos  de 
ortodoxia  le  detuvieron  todavía  menos  que  al  autor  de  la  Cárcel.  En 
el  primitivo  final  de  la  égloga  de  Fileno  y  Zambardo,  tal  como  se  lee 
en  la  edición  suelta  gótica,  aunque  luego  se  suprimió  en  el  Cancio- 
nero de  1509,  se  canoniza  con  la  mayor  frescura  al  suicida  pastor 
Zambardo  (i ).  En  la  Farsa  de  Plácida  y  Vitoriano,  la  irreverencia  y 
la  profanación  van  todavía  más  lejos,  y  nadie  se  asombrará  de  que 
el  Santo  Oficio  la  pusiera  en  sus  índices,  cuando  lea  la  Vigilia  de 
la  enamorada  muerta,  que  es  una  monstruosa  parodia  de  las  preces 
por  los  difuntos,  en  el  estilo  de  las  Liciones  de  Job,  de  Garci  Sánchez 
de  Badajoz,  ó  de  la  Misa  de  Amor,  de  Suero  de  Ribera,  y  con  invoca- 
ciones de  esta  guisa: 

Cupido,  Kirieleisón; 

Diva  Venus,  Christeleison; 

Cupido,  Kirieleisón; 

ó  cuando  llegue  á  la  oración,  no  menos  estrambótica  y  malsonante, 
que  Vitoriano  hace  á  la  diosa  Venus,  encomendándole  su  alma  para 
que  la  ponga  con  las  de  Piramo  y  Tisbe  y  Hero  y  Leandro. 

La  égloga  de  Fileno  y  Zambardo  (que  Juan  de  Valdés  llama  co- 
media ó  farsa)  difiere  de  todas  las  demás  de  su  autor  por  la  conti- 


(0 


ZAMBARDO 

No  rueguen  por  él,  Cardonio,  que  es  sancto, 
Y  así  lo  debemos  nos  de  tener. 
Pues  vamos  llamar  los  dos  sin  carcoma 
Al  muy  santo  crego  que  lo  canonice; 
Aquel  que  en  vulgar  romance  se  dice 
Allá  entre  groseros  el  Papa  de  Roma. 

GIL 

¿Qué  es  lo  que  queréis,  oh  nobres  pastores? 

ZAMBARDO 

Queremos  rogar  queráis  entonar 

Un  triste  réquiem  que  diga  de  amores. 


CAPITULO    XXV  295 

nua  gravedad  del  estilo,  sin  mezcla  alguna  de  gracejos,  y  por  la  en- 
tonación y  énfasis  de  la  versificación,  que  es  siempre  en  coplas  de 
arte  mayor;  metro  nada  propio  del  teatro,  lo  cual  acrecienta  el  mé- 
rito de  Juan  del  Enzina  en  algunos  trozos  en  que  la  expresión  de  los 
afectos  es  viva  y  elegante,  sin  menoscabo  de  la  sencillez: 

La  sierpe  y  el  tigre,  el  oso,  el  león, 
A  quien  la  natura  produjo  feroces, 
Por  curso  de  tiempo  conoscen  las  voces 
De  quien  los  gobierna,  y  humildes  le  son. 
Mas  ésta,  do  nunca  moró  compasión, 
Aunque  la  sigo  después  que  soy  hombre 
Y  soy  hecho  ronco  llamando  su  nombre, 
Ni  me  oye,  ni  muestra  sentir  mi  pasión  (1  1. 

Otros  lugares  de  esta  pequeña  tragedia  caen  en  lo  declamatorio, 
y  adolecen  de  languidez  y  monotonía;  pero  el  conjunto  satisface  por 
la  templada  armonía  de  sentimiento  y  estilo,  y  no  carece  de  cierta 
poesía  melancólica,  siendo  además  digna  de  notarse  la  semejanza 
que  tiene  este  cuadrito  dramático  con  el  episodio  de  Grisóstomo  en 
el  Quixote,  y  con  la  canción  del  desesperado  pastor. 

Menos  me  contenta  la  égloga  ó  farsa  de  Plácida  y  Vitoriano  (2), 

(1)  Égloga  trovada  por  Juan  del  Enzina,  en  la  cual  se  introducen  tres  pasto- 
res, Fileno,  Zambardo  é  Cardonio.  Donde  se  recuerda  cómo  este  Fileno,  freso  de 
amor  de  tina  mujer  llamada  Cefira,  de  cuyos  amores  viéndose  muy  desfavorecido, 
cuenta  sus  penas  á  Zambardo  y  Cardonio.  El  cual,  no  fallando  en  ellos  remedio, 
por  sus  propias  manos  se  mata. 

(2)  Égloga  nuevamente  trovada  por  Juan  del  Enzina,  en  la  cual  se  introdu- 
cen dos  enamorados,  llamada  ella  Plácido  y  él  Vitoriano:  agora  nuevamente  emen- 
dada, y  añadido  un  argumento,  siquier  introducían  de  toda  la  obra,  en  coplas,  y 
mks  otras  doce  coplas  que  fallaban  en  las  otras  que  de  antes  eran  impresas.  Con 
el  *Nunc  dimittis*  trovado  por  el  bachiller  Fernando  de  Yanguas.  (Con  un  largo 
argumento  en  prosa,  distinto  del  Introito  en  verso,  puesto  en  boca  de  Gil 
Cestero,  que  también  cuenta  de  antemano  la  fábula  de  la  pieza:) 

Por  daros  algún  solacio 

Y  gasajo  y  alegría, 

Ahora  que  estoy  de  espacio, 
Me  vengo  acá  por  palacio. 

Y  aun  verná  más  compafiía. 

¿Sabéis  quién? 


2g6  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

no  obstante  que  tan  buen  crítico  como  Juan  de  Valdés  la  puso  sobre 
todas  las  restantes.  Es  más  larga  que  ninguna,  y  tiene  más  compli- 
cación de  elementos  dramáticos,  ya  sentimentales,  ya  naturalistas, 

Gente  que  sabrá  muy  bien 
Mostraros  su  fantasía. 

Verná  primero  una  dama 
Desesperada  de  amor; 
La  cual  Plácida  se  llama, 
Encendida  en  viva  llama, 
Que  se  va  con  gran  dolor 

Y  querella 
Viendo  que  se  aparta  della 
Un  galán  su  servidor. 

Entrará  luego  un  galán, 
El  cual  es  Vitoriano, 
Lleno  de  pena  y  afán 
Que  sus  amores  le  dan, 
Sin  poder  jamás  ser  sano: 

Porque  halla 
Que  l'es  forzado  y  dejalla 
No  es  posible  ni  en  su  mano. 

Y  él  mismo  lidia  consigo, 
Y  con  él  su  pensamiento, 
Mas  con  Suplicio,  su  amigo, 
Eslinda  su  pensamiento, 

Por  hallar 
Remedio  para  aplacar 
El  dolor  de  su  tormento. 

Y  aconséjale  Suplicio 
Que  siga  nuevos  amores 
De  Flugencia  y  su  servicio, 
Porque  con  tal  ejercicio 
Se  quitan  viejos  dolores. 

Mas  aqueste 
Hirióle  de  mortal  peste; 
Que  las  curas  son  peores, 

Y  no  se  puede  sufrir 
Sin  á  Plácida  tornarse 
Aunque  se  fuerza  á  partir; 
Tornando  por  la  servir, 
Halla  que  fué  á  emboscarse. 

Un  pastor 
Le  da  nuevas  de  dolor, 
Diciendo  que  fué  á  matarse. 

Y  con  él  en  busca  della 


CAPITULO   XXV  297 

ya  fantásticos  y  mitológicos,  pero  no  están  combinados,  sino  me- 
ramente yuxtapuestos,  con  tan  poco  artificio,  que  más  de  la  mitad 
de  las  escenas  (si  tal  nombre  merecen)  podrían  disgregarse,  sin  que 
se  cercenara  en  un  ápice  el  pobrísimo  argumento.  Se  ve  que  esta 
pieza  tiene  más  pretensiones  literarias  que  ninguna  de  las  otras, 
acaso  en  consideración  al  auditorio  romano,  para  quien  fué  escrita 
y  representada  (i).  El  autor,  en  algunos  versos  del  Introito,  la  llamó 
comedia,  y  este  mismo  Introito,  cuyo  uso  generalizó  después  el  inge- 
nioso autor  de  la  Propaladia,  es  remedo  clarísimo  de  los  pró- 
logos del  teatro  latino  é  italiano:  quizá  la  única  cosa  que  Juan 
del  Enzina  tomó  de  ellos.  La  versificación  es  excelente,  sobre 
todo  en  los  monólogos  de  Plácida,  que  expresan  con  ardor  y 
vehemencia  la  rabiosa  pasión  de  los  celos.  En  esta  parte  afectiva, 
nunca  Enzina  había  rayado  tan  alto,  y  á  esto  atendería  principal- 
mente Juan  de  Valdés  en  su* elogio: 

¡Que  se  vaya!...  Yo  estoy  loca, 
Que  digo  tal  herejía... 
Lástima  que  tanto  toca, 
¿Cómo  salió  por  mi  boca? 
¡Oh  qué  loca  fantasía! 
Fuera,  fuera, 

Va  Suplicio  juntamente. 
Yendo  razonando  della, 
Hallan  qu'esta  dama  bella 
Se  mató  cabe  una  fuente. 

Y  él  así 
Se  quiere  matar  allí, 

Y  Venus  no  lo  consiente. 
Mas  antes  hace  venir 

A  Mercurio  desd'el  cielo, 
Que  la  venga  á  resurgir 

Y  le  dé  nuevo  vivir, 

De  modo  que  su  gran  duelo 
Se  remedia, 

Y  así  acaba  esta  comedia 
Con  gran  placer  y  consuelo. 

(1)  [En  casa  del  Cardenal  Arbórea  (el  valenciano  Jaime  Serra),  como 
antes  se  ha  dicho;  pero  no  en  Agosto,  según  apunta  erróneamente  Graf,  y, 
siguiéndole,  Menéndez  y  Pelayo,  sino  en  Enero  de  1513.  (A.  B.)\ 


298  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Nunca  Dios  tal  cosa  quiera; 
Que  en  su  vida  está  la  mía. 


Cúmplase  lo  que  Dios  quiera; 
Venga  ya  la  muerte  mía, 
Si  le  place  que  yo  muera. 
¡Oh  quién  le  viera  é  oyera 
Los  juramentos  que  hacía 

Por  me  haber! 
¡Oh  maldita  la  mujer 
Que  en  juras  de  hombres  confía! 

Do  esta  el  corazón  abierto, 
Las  puertas  se  abren  de  suyo. 
No  verná,  yo  lo  sé  cierto; 
Con  otra  tiene  concierto; 
Cuitada,  ¿por  qué  no  huyo? 

«¿Dónde  estoy? 
No  sé  por  qué  no  me  voy. 
Que  esperando  me  destruyo... 

Contra  tal  apartamiento 
No  prestan  hechicerías, 
Ni  aprovecha  encantamento; 
Echo  palabras  al  viento, 
Penando  noches  é  días. 

¿Dónde  estás? 
Di,  Vitoriano,  ¿do  vas? 
Di,  ¿no  son  tus  penas  mías? 

Di,  mi  dulce  enamorado, 
¿No  me  escuchas  ni  me  sientes? 
¿Dónde  estás,  desamorado? 
¿No  te  duele  mi  cuidado, 
Ni  me  traes  á  tus  mientes! 

¿Do  la  fe? 
Di,  Vitoriano,  ¿por  que 
Me  dejas  y  te  arrepientes? 

¡Oh  fortuna  dolorosa! 
¡Oh  triste  desfortunada, 
Que  no  tengo  dicha  en  cosa, 
Siendo  rica  y  poderosa, 


CAPITULO    XXV  2gg 

Y  de  tal  emparentada! 

FadOvS  son: 
En  el  viernes  de  Pasión 
Creo  que  soy  baptizada. 

Quiero  sin  duda  ninguna 
Procurar  de  aborrecello, 
Mas  ¡niña!  desde  la  cuna 
Creo  que  Dios  ó  fortuna 
Me  predestinó  en  querello. 

¡Qué  lindeza, 
Qué  saber  y  qué  firmeza, 
Qué  gentil  hombre  y  qué  bello! 

No  le  puedo  querer  mal, 
Aunque  á  mí  peor  me  trate. 
No  veo  ninguno  tal, 
Ni  á  sus  gracias  nadie  igual, 
Por  más  que  entre  mil  lo  cate. 

Mas  con  todo, 
Vivir  quiero  de  este  modo, 
Por  más  que  siempre  me  mate. 

Por  las  ásperas  montañas 

Y  los  bosques  más  sombríos, 
Mostrar  quiero  mis  entrañas 
A  las  fiera»  alimañas, 

Y  á  las  fuentes  y  á  los  ríos; 
Que,  aunque  crudos, 
Aunque  sin  razón  y  mudos, 
Sentirán  los  males  míos... 

Esto  es  pasión  de  mujer  enamorada  y  celosa.  Las  quejas  é 
imprecaciones  de  la  pharmaceutria  de  Teócrito  y  de  Virgilio 
(que  quizá  recordaba  Juan  del  Enzina,  puesto  que  las  había  tra- 
ducido en  las  Bucólicas  del  mantuano)  son  más  artísticas,  pero 
no  más  sinceras  ni  más  humanas  que  éstas.  ¿Quién  sabe  á  dónde 
hubiera  podido  llegar,  en  época  más  adelantada  para  el  arte  dra- 
mático, el  poeta  que  de  tal  modo  hacía  sentir  y  hablar  a  sus  per- 
s'.najes?  Tales  aciertos,  y  no  son  los  únicos,  compensan  con  usu- 
ra todos  los  rasgos  de  mal  gusto  que  hay  en  esta  farsa;  la  ya  citada 
Vigilia  de  la  enamorada  muerta,  y  una  pueril  é  insufrible  escena 
en  ecos,  sin  contar  con  la  obligada  intervención  de  los  pastores, 


300  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

que  en  esta  pieza  no   tienen  gracia  ninguna  ni  sirven  más  que  de 
estorbo. 

En  conjunto,  sin  embargo,  Plácida  y  Vítor  ¿ano  me  parece  infe- 
rior á  otra  égloga  mucho  más  breve  de  Juan  del  Enzina,  la  de  Cris- 
tino  y  Febea,  si  ya  no  me  engaña  la  vanidad  de  ser  poseedor  del 
único  ejemplar  conocido  de  ella.  Se  imprimió  suelta  en  letra  gótica, 
pero  no  fué  incluida  en  ninguna  de  las  ediciones  del  Cancionero,  y 
apenas  nos  explicamos  cómo  pudo  salvarse  de  la  censura  inquisito- 
rial, puesto  que  por  el  fondo  lo  merecía  tanto  ó  más  que  la  de  Plá- 
cida y  Vitoriano,  aunque  fuese  mucho  más  delicada  la  forma.  Un 
ermitaño,  á  quien  el  dios  de  Amor  hace  ahorcar  los  hábitos,  tentán- 
dole con  la  hermosura  de  una  ninfa,  es  el  protagonista  de  esta  sencilla 
fábula,  muy  lindamente  escrita  y  versificada,  pero  que  no  respira 
más  que  alegría  sensual  y  epicúreo  contentamiento  de  la  vida.  Xo 
creemos  que  el  autor  tuviese  en  mientes  disuadir  á  nadie  de  la  vida 
ascética  y  contemplativa,  pero  lo  cierto  es  que  de  su  obra  no  resul- 
ta otra  moraleja: 

Las  vidas  de  las  hermitas 

Son  benditas, 
Mas  nunca  son  hermitaños 
Sino  viejos  de  cient  años, 
Personas  que  son  prescritas, 
Que  no  sienten  poderío 

Ni  arnorio, 

Ni  les  viene  cachondez; 

Porque,  mía  fe,  la  vejez 

Es  de  terruño  muy  frío. 

Y  es  la  vida  del  pastor 

Muy  mejor, 
De  más  gozo  y  alegría; 
La  tuya  de  día  en  día 
Irá  de  mal  en  peor. 


¿Cómo  podrás  olvidar 
Y  dejar 
Nada  destas  cosas  todas, 
De4bailar,  danzar  en  bodas, 
Correr,  luchar  y  saltar? 
Yo  lo  tengo  por  muy  duro 
Te  lo  juro, 


CAPITULO   XXV  301 

Dejar  zurrón  é  cayado, 

Y  de  silbar  el  ganado; 
No  podrás,  yo  te  seguro. 

¡Oh,  qué  gasajo  y  placer 
Es  de  ver 
Topetarse  los  carneros, 

Y  retozar  los  corderos, 

Y  estar  á  verlos  nacer! 
Gran  placer  es  sorber  leche 

Que  aproveche, 
E  ordeñar  la  cabra  mocha 
E  comer  la  miga  cocha; 
Yo  no  sé  quién  lo  deseche. 
Pues  si  digo  el  gasajar 

Del  cantar, 

Y  el  tañer  de  caramillos, 

Y  el  sonido  de  los  grillos, 
Es  para  nunca  acabar... 

Con  la  misma  hechicera  ingenuidad  está  escrita  toda  la  pieza,  en 
que  probablemente  su  autor  no  vería  mal  ninguno.  La  intervención 
del  Amor,  y  otras  circunstancias  bien  obvias,  recuerdan,  como  ya 
hemos  advertido,  el  Diálogo  de  Rodrigo  de  Cota,  aunque  éste  de 
Enzina  es  mucho  más  teatral  (i). 

Tal  es,  examinado  muy  á  la  ligera,  el  teatro  de  Juan  del  Enzina, 
del  cual  sólo  hemos  dicho  lo  preciso  para  no  dejar  incompleta,  en 
parte  tan  esencial,  su  semblanza.  El  estudio  analítico  de  estas  pie- 
zas ha  sido  hecho  ya,  y  bien  hecho,  por  Moratín,  Martínez  de  la 
Rosa,  Schack,  Cañete  y  otros,  y  últimamente,  y  con  más  extensión, 
por  Cotarelo;  y  no  hay  para  qué  rehacerle  en  un  trabajo  como  el 
nuestro,  consagrado  principalmente  á  la  historia  de  la  lírica. 

En  torno  de  Juan  del  Enzina  (2)  se  agrupa  una  falange  bastante 

(1)  Égloga  nuevamente  trobada  por  Juan  del  Enzina,  adonde  se  introduce  un 
pastor  que  con  otro  se  aco?iseja,  queriendo  dejar  este  mundo  é  sus  vanidades  por 
servir  d  Dios;  el  cual  después  de  haberse  retraído  d  ser  /¿ermitaño,  el  dios  de 
Amor,  muy  enojado  porque  sin  su  licencia  lo  había  fecho,  una  ninfa  envia  d  le 
tentar,  de  tal  suerte  que,  forzado  del  amor,  deja  ios  hábitos  y  la  religión. 

(2)  Las  obras  dramáticas  de  Juan  del  Enzina,  de  las  cuales  sólo  unas  po- 
cas habían  sido  incluidas  en  las  colecciones  de  Moratín  y  Bóhl  de  Faber  (y  é  - 


302  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

numerosa  de  poetas,  que  constituyen  nuestra  primera  escuela  dra- 
mática. Alguno  de  ellos,  como  Francisco  de  Madrid,  apenas  puede 
ñamarse  discípulo  suyo,  puesto  que  la  única  égloga  que  conocemos 
de  él  es  de  1 494.  Pero  la  mayor  parte  de  los  restantes  sí  lo  son, 
descollando,  entre  ellos,  como  el  más  próximo  al  maestro,  Lucas 
Fernández,  salmantino  como  él,  y  como  él  músico  y  poeta  (según 
toda  apariencia),  menos  fecundo  que  Enzina,  y  quizá  menos  espon- 
táneo que  él,  pero  más  reflexivo,  más  artista,  no  inferior  en  los  do- 
naires cómicos  y  en  las  escenas  pastoriles,  y  mucho  más  viril,  más 
austero  en  las  representaciones  sagradas,  hasta  llegar  á  la  elocuen- 
cia trágica  que  rebosa  en  el  Auto  de  la  Pasión. 

Pero  ni  Lucas  Fernández,  ni  Diego  de  Ávila,  ni  el  clásico  y  co- 
rrecto Hernán  López  de  Yanguas,  á  quien  bien  se  le  mostraba  ser 
latino,  según  la  expresión  de  Juan  de  Valdés;  ni  el  pedantesco  Ba- 
chiller de  la  Pradilla,  ni  Martín  de  Herrera,  ni  otros  de  los  cuales 
todavía  nos  queda  alguna  obra,  prescindiendo  de  todos  aquellos  de 
quienes  sólo  restan  nombres  y  títulos  de  farsas,  desgraciadamente 
perdidas  ó  no  descubiertas  hasta  ahora,  innovaron  cosa  alguna  subs- 
tancial en  la  fórmula  dramática  dada  por  Juan  del  Enzina.  Las  ver- 
tas  con  muchas  supresiones  y  enmiendas  arbitrarias),  han  sido  publicadas 
recientemente  por  la  Academia  Española,  en  un  tomo  que  comenzó  á  impri- 
mir Cañete  en  1868,  y  terminó  Barbieri  en  1893.  Este  tomo  se  titula  Teatro 
completo  de  Juan  del  Enzina;  pero  acaso  con  el  tiempo  podrá  añadirse  á  él  otra 
égloga  de  Navidad  que  Salva  dice  haber  visto  impresa  anónima,  y  que,  á  juz- 
gar por  su  encabezamiento,  apenas  puede  dudarse  de  que  pertenezca  á  nues- 
tro poeta: 

Égloga  inlerlocutoria:  en  la  qual  se  introduzen  tres  pastores  y  vna  zagala:  lla- 
mados Pascual  y  Benito  y  Gilverto  y  Pascuala.  Eti  la  qual  recuenta  cómo  Pas- 
cual estaua  en  la  sala  del  Duque  y  la  Duquesa  recontando  cómo  ya  la  seta  de  Ma- 
homa  se  auia  de  apocar;  y  otras  muchas  cosas;  y  entra  Benito  y  le  traua  de  la 
capa,  y  él  dice  cómo  quiere  dejar  el  ganado  y  entrar  al  Palacio:  y  Benito  le  em- 
pieza de  contar  cómo  Dios  era  nacido:  y  Pascual,  por  el  gran  gasajo  que  siente,  le 
manda  una  borreca  en  albricias:  y  estándolo  tanto  alabando,  dizc  Pascual  que 
nazca  quien  quisiere,  que  le  dexen  lo  suyo,  y  oyendo  esto  Gilverto,  cómo  tomó  vn  ca- 
yado para  darle  con  el;  y  Benito  los  puso  en  paz;  hasta  que  ya  vienen  d  jugar  á 
pares  y  d  ?wnes.  E  acabando  de  jugar  empicfan  de  alabar  sus  amos:  y  assi  se 
salen  cantando  su  villancico.  [Ha  sido  reimpresa  en  la  Revue  Hispanique, 
t.  xxxvi,  núm.  90.  (A.  B )] 


CAPtTULO   XXV  303 

daderas  innovaciones  las  hicieron  á  un  tiempo  mismo  Gil  Vicente  en 
Lisboa,  y  Torres  Naharro  en  Roma.  Así  el  portugués  como  el  ex- 
tremeño eran  ingenios  muy  superiores  á  Enzina,  y  el  paso  que  hicie- 
ron dar  á  nuestra  dramática  fué  mucho  más  avanzado.  Crearon  la 
verdadera  comedia,  que  Enzina  no  había  hecho  más  que  vislumbrar, 
pero  salieron  de  su  escuela,  comenzaron  por  seguir  sus  huellas,  fe- 
cundaron los  gérmenes  que  él  había  sembrado,  y  una  parte  de  su 
gloria  debe  reflejar  sobre  el  iniciador  y  el  patriarca  de  nuestra  esce- 
na. La  posteridad  así  lo  reconoce,  le  hace  plena  justicia,  y  estudia 
amorosamente  sus  candidos  bocetos,  encontrando  quizá  en  ellos  algo 
que  falta  en  las  producciones  más  brillantes  de  las  épocas  de  deca- 
dencia, porque,  como  dijo  bellamente  un  sabio  artista  nuestro  del 
siglo  xvi,  «con  más  brío  comienza  á  salir  una  planta  del  suelo,  aun- 
»  que  sea  una  hojita  sola,  que  cuando  se  va  secando,  aunque  esté 
»cargada  de  hojas».  Estamos  ya  muy  lejos  de  los  días  en  que  el  nom- 
bre de  Juan  del  Enzina  sólo  servía  para  canonizar  disparates  ó  para 
encarecer  antiguallas  (i);  en  que  el  gran  Quevedo  hablaba  de  él 
como  de  una  persona  semifabulosa;  y  en  que  el  P.  Isla,  jugando  del 
vocablo,  le  hacía  escribir  cartas  desde  Fresnal  del  Palo  contra  los 
cirujanos  romancistas  de  su  tiempo.  Ni  tampoco  es  posible  asentir 
ahora  á  la  especie  de  desdén  con  que  le  trataron  los  clásicos  del  si- 
glo xvi,  especialmente  Hernando  de  Herrera,  que  en  obsequio  á  un 
ideal  artístico  sin  duda  más  elevado,  pero  no  sin  mezcla  de  intole- 
rante dogmatismo,  le  tachó  de  rudo,  bárbaro,  rústico  (2),  calificacio- 
nes que,  tratándose  de  lengua  y  estilo,  son  siempre  muy  relativas, 
y  que  de  ningún  modo  cuadran  al  discípulo  de  Nebrija,  al  traductor 

(1)  «Es  más  viejo  que  las  coplas  del  Repelón»,  era  dicho  vulgar.  Y  sin 
duda  le  recordaba  D.  Francisco  de  Quevedo,  cuando  escribía  en  un  soneto  a 
una  vieja  preciada  de  moza: 

Antes  del  Repelón,  eso  fué  hogaño, 
Ras  con  ras  de  Caín  ó  cuando  menos... 

(2)  <Tocó  esta  fábula  (la  de  Tántalo)  aquel  poeta  Juan  de  l'Enzina,  con  la 
>rudeza  y  poco  ornamento  que  se  permitía  en  su  tiempo.*  (P.  255  de  las  Ano- 
taciones á  Garcilaso.) 

«Juan  de  l'Enzina  siguió  este  mismo  lugar  en  su  égloga  V;  pero  tan  bárbara 
»y  rústicamente,  que  ecedió  á  toda  la  ignorancia  de  su  tiempo.» 


304  HISTORIA    DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

de  Virgilio,  al  familiar  de  León  X,  al  que  fué  á  su  modo,  y  con  el 
estilo  de  su  tiempo,  un  hombre  del  Renacimiento.  La  estética  de 
nuestros  días,  más  hospitalaria  que  la  antigua  preceptiva,  comienza 
á  rehabilitar  á  Juan  del  Enzina  en  su  doble  calidad  de  poeta  y  de 
músico.  ¡Ojalá  que  el  presente  estudio  pueda  contribuir  en  algo  á 
tan  justa  reparación,  porque  si  Juan  del  Enzina  no  fué  gran  poeta, 
fué  á  lo  menos  un  poeta  muy  simpático,  y  que  dejó  la  semilla  de 
cosas  grandes!    . 

Gil  Vicente  y  Torres  Naharro  cultivaron  también  la  lírica  á  par 
de  la  dramática,  y  en  tal  concepto  solicitan  ahora  nuestra  atención. 
Pero  antes  de  hablar  del  primero,  aunque  muy  rápidamente,  es  pre- 
ciso conocer  el  círculo  literario  en  que  vivió,  la  legión  de  poetas  bi- 
lingües nacidos  en  Portugal,  cuyas  obras  están  recogidas  en  el  Can- 
cionero de  Resendc. 


CAPÍTULO  XXVI 

[LA  LÍRICA  PORTUGUESA. EL  INFANTE  DON  PEDRO,  DUQUE  DE  COIM- 
ERA.  EL     CONDESTABLE     DON    PEDRO     DE     PORTUGAL     (I429-I466);     LA 

Sátyra  de  felice  é  infelice  vida;  la  Tragedia  de  la  insigne  reina  dona 
Isabel;  otras  obras;  últimos  días  del  condestable. — los  poetas  del 
Cancionero  de  resende:  don  juan  de  meneses;  fernán  de  silveira; 

ALVARO    DE    BRITO    PESTAÑA;    DUARTE    DE    BRITO;    DON    JUAN   MANUELJ    LUIS 

enríquez;   garcía  de  resende:   su  Cancionero.  —  bernaldim  ribeiro 

Y    LA    ESCUELA    BUCÓLICA.! 


La  escuela  lírica  galaico-portuguesa,  cuya  dominación  en  las  co- 
marcas occidentales  y  centrales  de  la  Península  duró  hasta  fines 
del  siglo  xiv,  extiende  sus  últimas  ramificaciones  por  el  Cancionero 
de  Baena,  y  se  pierde  en  la  caudalosa  corriente  de  la  literatura  cas- 
tellana, abandonándose,  aun  en  Galicia,  el  uso  de  aquella  lengua 
trovadoresca,  si  bien  se  conserva  vagamente  su  recuerdo  literario, 
como  lo  testifica,  el  Prohemio  del  Marqués  de  Santillana.  El  mayor 
poeta  gallego  del  siglo  xv,  Juan  Rodríguez  del  Padrón,  ni  una  sola 
vez  emplea  su  dialecto  natal,  y  lo  mismo  se  observa  en  el  Vizconde 
de  Altamira,  en  Luis  de  Vivero  y  otros  paisanos  suyos  de  quienes 
hay  versos  en  el  Cancionero  general. 

En  Portugal,  que  tenía  conciencia  de  reino  independiente,  y  que 
después  del  triunfo  de  Aljubarrota  había  entrado  en  su  edad  heroica 
con  los  primeros  descubrimientos  marítimos  y  la  primera  expan- 
sión por  el  litoral  africano,  no  podía  ser  tan  completo  el  abandono 
de  la  lengua,  que  se  honraba  ya  con  algunos  monumentos  en  prosa, 
como  las  crónicas  de  Fernán  Lopes  y  sus  continuadores,  los  libros 
didácticos  del  Rey  D.  Duarte  (0  Leal  Conselheiro),  y  probablemente 
la  primera  redacción  del  Amadis  de  Gaula.  Nada  de  esto  impidió, 

Mi  r.KNDEZ  T  Pelato. — Poesía  castellana.   III .  20 


306  HISTORIA   DE    LA   POESÍA    CASTELLANA 

sin  embargo,  que  los  portugueses  durante  todo  el  siglo  xv  se  some- 
tiesen dócilmente  á  la  influencia  castellana,  y  que,  vencedores  en  el 
terreno  de  las  armas,  como  lo  fueron  casi  siempre  hasta  que  la  for- 
tuna los  abandonó  en  los  campos  de  Toro,  gustasen,  no  obstante, 
de  poetizar  en  la  lengua  de  sus  odiados  rivales,  y  los  imitasen  ade- 
más, harto  servilmente,  en  los  versos  que  componían  en  su  lengua 
propia.  Abrase  la  enorme  colección  de  García  de  Resende,  y  se 
verá,  no  sólo  que  muchos  de  aquellos  ingenios  son  bilingües,  sino 
que  toda  la  materia  poética  allí  archivada  no  pertenece  al  lirismo 
provenzal  de  la  antigua  escuela  gallega,  sino  á  la  nueva  escuela 
cortesana  del  tiempo  de  D.  Juan  II,  la  cual  algunos  rastros  conser- 
vaba de  la  vetusta  tradición  lírica  peninsular,  pero  que  no  sólo 
había  olvidado  á  sus  precursores,  sino  que  manifiestamente  difería 
de  ellos  en  muchas  cosas  y  se  movía  bajo  otros  impulsos,  entre  los 
cuales  era  el  más  notable  ia  imitación  italiana,  á  través  de  la  cual 
algo  del  clasicismo  antiguo  comenzaba  á  insinuarse. 

Tal  fenómeno  no  tendría  satisfactoria  explicación,  puesto  que 
abiertamente  pugna  con  las  vicisitudes  de  la  historia  política,  si  no 
se  tuviese  en  cuenta  que  Portugal  carecía  aún  de  tradiciones  lite- 
rarias propias,  excepto  en  la  lírica,  donde  su  actividad  se  había  con- 
fundido con  la  de  los  trovadores  gallegos  y  con  la  de  los  muchos 
castellanos  de  los  siglos  xm  y  xiv  que  habían  empleado  el  gallego 
como  lengua  poética.  Y  la  lírica  por  sí  sola,  como  el  ejemplo  de  los 
provenzales  lo  confirma,  no  basta  para  dar  perpetuidad  y  funda- 
mento sólido  á  una  lengua  y  á  una  literatura.  Portugal  no  alcanzó 
la  epopeya  hasta  el  siglo  xvi,  y  esto  por  vía  erudita,  aunque  de 
maravillosa  manera,  coincidiendo  el  genio  de  un  gran  poeta  con  el 
punto  de  mayor  apogeo  en  la  historia  de  su  pueblo.  Pero  en  la 
épica  popular  de  los  tiempos  medios,  puede  decirse  que  Portugal 
no  interviene  para  nacía:  su  romancero,  por  otra  parte  muy  bello  y 
muy  rico,  es  un  suplemento  del  romancero  castellano,  del  cual  sólo 
difiere  por  la  lengua  y  por  la  carencia  casi  absoluta  de  temas  his- 
tóricos, que  son  los  que  infunden  propia  y  genuina  vitalidad  al 
nuestro  y  Le  dan  conocida  superioridad  sobre  las  canciones  popula- 
res de  cualquier  otra  parte  de  Europa.  Del  mismo  modo  la  primi- 
tiva prosa  portuguesa  crece  á  los  pechos  de  la  prosa  castellana:  la 


CAPITULO    XXVI  307 

corte  literaria  de  D.  Diniz  es  un  trasunto  de  la  de  su  abuelo  Al- 
fonso el  Sabio:  se  traducen  primero  y  se  imitan  luego  nuestras 
grandes  compilaciones  legales  é  históricas  del  siglo  xm,  las  Parti- 
das, la  Crónica  General;  se  imita  el  mester  de  clerecía,  y  se  tradu- 
cen los  versos  del  Archipreste  de  Hita.  Libros  franceses  como  el 
Román  de  Troie  pasan  por  el  castellano  antes  de  llegar  al  gallego,  y, 
finalmente,  el  más  antiguo,  y  bien  tardío,  cronista  portugués  Fer- 
nán Lopes,  aparece  muy  directamente  influido  en  la  materia  y  en  el 
estilo  por  las  obras  históricas  del  canciller  Avala. 

Todo  inclinaba,  pues,  á  los  portugueses  á  recibir  de  buen  grado 
la  heguemonía  castellana  en  este  orden,  al  paso  que  con  tanto  em- 
peño la  combatían  en  el  campo  de  la  guerra  y  de  la  política.  Ni 
para  contrabalancearla  era  suficiente  la  afición,  más  difundida  allí 
que  en  el  centro  de  España  (fenómeno  que  también  se  explica  por 
la  ausencia  de  toda  otra  poesía  narrativa  en  Portugal  y  Galicia),  á  la 
lectura  de  los  devaneos  y  ficciones  caballerescas  del  ciclo  bretón, 
que  quizá  por  misteriosa  comunidad  de  orígenes  célticos,  si  no  en- 
teramente probados,  muy  probables,  comenzaban  á  echar  hondas 
raíces  en  la  fantasía  tanto  del  pueblo  como  de  las  clases  aristocrá- 
ticas, penetraban  á  título  de  historia  hasta  en  los  libros  de  lina- 
jes (i),  y  se  reflejaban  en  las  costumbres  palaciegas,  en  los  saraos, 
en  las  divisas  y  en  los  motes,  siendo  punto  de  moda  en  los  tiempos 
de  D.  Juan  I  y  sus  inmediatos  sucesores,  tomar  los  caballeros  y  las 
damas  los  nombres  de  los  héroes  de  la  Tabla  Redonda,  y  propo- 
nérselos como  ideal  ó  dechado  en  sus  acciones.  El  Lanzar  ote  del 
Lago,  el  Baladro  de  Merlín,  la  Historia  de  Tristán,  y  otros  libros 
capitales  de  este  ciclo,  corrían  ya  traducidos  en  prosa  portuguesa 
y  es  muy  natural  que  en  tal  medio  fuese  engendrado  antes  ó  des- 
pués el  Amadís  peninsular,  ingeniosa  y  original  imitación,  que  á  su 
vez  había  de  tener  prole  tan  dilatada,  pero  no  en  su  primitiva  for- 

(1)  En  el  Nobiliario  del  conde  D.  Pedro  de  Barcellos,  que  es  el  más  anti- 
guo, no  sólo  de  Portugal,  sino  de  toda  España,  se  ponen  ya  la  genealogía  del 
rey  Artús,  la  leyenda  del  rey  Lear  y  la  del  encantador  Merlín. 

(2)  Del  Lanzarote  portugués  existe  un  códice  en  la  Biblioteca  Imperial  de 
Viena.  El  Merliny  el  Tristón  constan  en  el  catálogo  de  libros  que  poseyó  el 
rey  D.  Duarte. 


308  historia  de  la  poesía  castellana 

ma,  la  cual  fué  olvidada  y  perdida  muy  luego,  sino  en  su  metamor- 
fosis castellana;  lengua  que  fué  también  la  de  casi  todas  sus  imita- 
ciones, excepto  el  Palmerin  de  Inglaterra;  mostrándose  aun  en  esto 
el  predominio  y  soberanía  que  el  habla  de  la  España  central  asu- 
mió por  tres  centurias  sobre  sus  vecinas. 

Pero  en  el  siglo  xvi  y  aun  en  el  xvn,  la  vitalidad  del  genio 
portugués  fué  tanta,  que  sin  menoscabo  de  su  sello  peculiar  tole- 
ró el  empleo  promiscuo  de  dos  lenguas  literarias:  ley  de  que 
no  se  eximió  el  mayor  poeta  de  la  raza,  si  bien  sus  versos  cas- 
tellanos sean  parte  muy  secundaria  de  sus  obras.  Pero  no  acontece 
lo  mismo  con  otros  poetas  y  prosistas  de  los  más  insignes:  Gil 
Vicente,  Sá  de  [Miranda,  D.  Francisco  Manuel,  de  quienes  es  muy 
difícil  decidir  si  importan  más  como  escritores  portugueses  ó  como 
castellanos:  tan  compensados  están  los  méritos  de  su  labor  en 
ambas  lenguas. 

Xo  alcanzan  tan  alto  nivel  los  poetas  cortesanos  del  siglo  xv,  si 
bien  el  más  antiguo  de  los  que  acabamos  de  nombrar  pertenece  á 
esa  centuria  por  su  nacimiento  y  sus  orígenes  literarios.  Antes  de 
llegar  á  él,  la  poesía  portuguesa  de  aquel  siglo  no  es  más  que  un  re- 
flejo ó  trasunto  bastante  pálido  de  la  poesía  castellana  de  las  cortes 
literarias  de  D.  Juan  II  y  de  los  Reyes  Católicos,  con  la  gran  des- 
ventaja de  no  ofrecer  entre  sus  innumerables  cultivadores  ninguno 
que  remotamente  pueda  compararse  con  Juan  de  Mena,  Santillana, 
los  dos  Manriques,  y  aun  con  otros  ingenios  de  orden  muy  inferior. 
Parece  que  los  trovadores  portugueses  ponen  servil  empeño  en  imi- 
tar lo  más  trivial,  lo  más  insulso,  lo  más  empalagoso  de  sus  mode- 
los. El  Cancionero  de  Resende  contiene  todavía  mayor  número  de 
poetas  que  el  de  Castillo:  llegan  á  ciento  cincuenta  los  que  incluye. 
Nunca  se  vio  tan  estéril  abundancia  de  versificadores  y  tanta  penu- 
ria de  poesía.  El  lector  de  buen  gusto  camina  por  aquel  intermina- 
ble arenal,  sin  encontrar  apenas  un  hilo  de  agua  con  que  mitigar  la 
sed.  Afortunadamente  sólo  nos  incumbe  el  estudio  de  la  parte  cas- 
tellana del  libro,  y  aun  así  no  podrá  dejar  de  ser  árida  la  materia, 
que  procuraremos  hacer  más  llevadera  con  las  noticias  biográficas 
de  algunos  de  estos  poetas,  más  interesantes  en  su  vida  que  en  sus 
versos,  pero  á  quienes  alguna  buena  memoria  debemos,  siquiera 


CAPITULO    XXVI  309 

por  la  cortesía  y  solicitud  que  mostraron  en  honrar  nuestra  lengua 
tanto  como  la  suya  propia  (i). 

Grato  me  fuera  colocar  al  frente  de  esta  galería  poética  la  noble 
y  simpática  figura  del  segundo  de  los  hijos  del  Maestre  de  Avis,  del 
infatigable  viajero  que,  según  el  decir  de  nuestro  vulgo,  anduvo  las 
siete  partidas  del  mundo,  y  cuya  memoria  se  perpetúa  aún,  lo  mis- 
mo en  Portugal  que  en  Castilla,  gracias  á  un  libro  popular,  de  los 
llamados  de  cordel,  que  todavía  se  reimprime,  aunque  cada  vez  más 
alterado  y  modernizado,  y  suele  encontrarse  de  venta  en  los  merca- 
dos de  los  pueblos  y  en  los  barrios  extremos  de  nuestras  ciudades, 
formando  parte  esencial  de  la  biblioteca  folklórica  (2).  La  veracidad 
de  esta  relación  de  viajes  allá  se  va  con  la  de  Juan  de  Mandeville,  y 
aun  con  la  de  Simbad  el  Marino,  pero  es  indudable  que  el  Infante 
en  su  mocedad  viajó  mucho  por  Europa,  Asia  y  África;  que  asistió 
al  emperador  Segismundo  de  Hungría  en  su  campaña  contra  los 
hussitas  (1419);  que  hizo  la  romería  de  Tierra  Santa,  visitando  en 
el  camino  Chipre,  Constantinopla  y  el  Cairo,  y  adquiriendo  noticias 
de  las  tierras  del  Preste  Juan;  y,  finalmente,'  que  recorrió  las  cortes 
de  casi  todos  los  príncipes  cristianos  de  su  tiempo,  invirtiendo  en 
estas  peregrinaciones  más  de  diez  años,  y  volviendo  á  Portugal,  en- 
riquecido con  un  tesoro  de  experiencia  y  saber  práctico,  cual  otro 
Oses  qui  mores  multorum  hominum  vidit  et  urbes.  Pero  él,  tan  afor- 

(1)  Intentó  ya  el  estudio  de  estos  poetas,  con  su  habitual  amenidad  é  iu- 
genio,  D.  Juan  Valera,  en  un  artículo  publicado  en  la  Revistarle  España,  tomo  1, 
1868.  A  haberle  dado  más  extensión,  hubiera  hecho  de  lodo  punto  inútil 
el  mío. 

(2)  La  última  edición  que  hemos  visto  es  de  1873,  con  el  título  de  Histo- 
ria del  infante  D.  Pedro  de  Portugal,  en  la  cual  se  refiere  lo  q?¿e  le  sucedió'  en  el 
viaje  que  hizo  alrededor  del  mundo  (sic).  Escrita  por  Gomes  de  Santisteban,  1010 
de  los  que  llevó  en  su  compañia.  Las  antiguas,  así  en  portugués  como  en  caste- 
llano, se  titulan:  Historia  del  Infante  D.  Pedro...  el  qual  anduvo  las  siete  parti- 
das del?m¿7ido.  Las  hay  de  1564  (Burgos,  por  Felipe  de  Junta),  1570  (Zaragoza, 
por  Juan  Millán),  1595  (Sevilla,  por  Domingo  de  Robertis),  etc.  El  texto  por- 
tugués actual  parece  traducido  del  castellano,  pero  éste  puede  ser  abrevia- 
ción ó  refundición  de  otro  más  antiguo,  que  estarí.i  probablemente  en  aquella 
lengua.  Oliveira  Martins  se  esfuerza  por  vindicar  el  carácter  histórico  de  al- 
gunas partes  de  esta  relación,  tenida  comúnmente  por  fabulosa. 


3IO  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

tunado  como  viajero,  tan  sabio  como  legislador,  tan  prudente  y  se- 
sudo como  regente  de  la  monarquía  durante  la  menor  edad  de  su 
sobrino  D.  Alfonso  V  (1438-1446),  fué  infelicísimo  en  el  final  de 
su  vida,  sucumbiendo  víctima  de  la  perfidia  en  la  sorpresa  de  Alfa- 
rrobeira,  el  año  1449.  El  interés  de  sus  viajes,  la  cordura  de  su  ad- 
ministración, en  que  tuvo  que  luchar  á  brazo  partido,  como  D.  Al- 
varo de  Luna,  con  la  anarquía  señorial,  que  se  levantó  prepotente 
sobre  su  cadáver  para  caer  luego  herida  de  muerte  por  el  puñal  de 
D.  Juan  II,  apellidado  el  Principe  Perfecto;  y,  finalmente,  la  gran- 
deza trágica  de  su  destino,  rodean  su  nombre  de  una  aureola  de 
gloria,  á  la  cual  no  podía  faltar  el  prestigio  de  la  cultura  literaria  de 
que  noblemente  se  ufanaban  los  más  ilustres  monarcas  y  proceres 
de  aquel  siglo  de  Renacimiento.  Cultivando  con  predilección  la  lec- 
tura de  los  moralistas  y  de  los  políticos,  tradujo  á  su  lengua  los 
Oficios  de  Cicerón  y  los  libros  De  Beneficiis  de  Séneca,  que  tituló 
Virtuosa  Bemfeiloria,  el  De  Regimine  Principum  de  Egidio  Roma- 
no, y  el  De  re  militari  de  Vegecio.  Y  en  conformidad  con  sus  afi- 
ciones de  viajero,  trasladó  también  el  libro  de  Marco  Polo,  con  que 
le  había  obsequiado  la  señoría  de  Venecia,  cuando  le  recibió  triun- 
falmente  en  1428.  En  las  Horas  de  Confesión  exhaló  los  afectos  as- 
céticos de  su  alma,  y  en  la  carta  de  consejos  á  su  hermano  D.  Duar- 
te  desarrolló  su  pensamiento  político. 

El  Cancioneiro  Gt ral  incluye  algunos  versos  suyos;  pero  los  que 
trae  en  castellano  no  son  auténticos.  El  largo  poema  del  contempto 
del  mundo  que  el  colector  Resende  le  atribuyó,  propagándose  el 
yerro  hasta  los  más  modernos  y  eruditos  historiadores  literarios  de 
Portugal  y  Castilla,  no  puede  ser  suyo,  puesto  que  en  él  se  alude  á 
la  caída  y  suplicio  de  D.  Alvaro  de  Luna,  cuya  muerte  fué  poste- 
rior en  cuatro  años  á  la  del  Infante: 

Mirad  al  Maestre  si  vivió  penando, 
Mirad  luego  juncto  su  acabamiento. 

Pertenece,  por  consiguiente,  no  al  Infante  D.  Pedro,  duque  de 
Coimbra,  sino  á  su  hijo  el  Condestable  de  Portugal,  llamado  también 
don  Pedro,  de  cuya  vida  y  escritos  trataremos  inmediatamente. 

Lo  que  da  al  Infante  un  puesto  en  la  historia  de  nuestra  poesía, 


CAPITULO    XXVI  311 

siendo  al  mismo  tiempo  una  de  las  más  curiosas  muestras  de  la 
avasalladora  influencia  castellana,  son  sus  relaciones  con  Juan  de 
Mena,  á  quien  dirigía  encomiásticos  versos,  pidiéndole  que  le  envia- 
ra todas  sus  obras,  y  proclamándole  príncipe  de  los  poetas  de  su 

tiempo: 

Sabedor  et  bem  falante, 

Gracyoso  em  dizer, 

Coronysta  abastante 

Em  poesyas  trazer... 

En  su  respuesta,  el  poeta  cordobés  alude  á  los  famosos  viajes 
del  Regente  de  Portugal : 

Príncipe  todo  valiente. 
En  los  fechos  muy  medido, 
El  sol  que  nasce  en  Oriente 
Se  tiene  por  ofendido 
De  vuestro  nombre  temido: 
Tanto  luze  en  Occidente. 

Sois  de  quien  nunca  os  vido 
Amado  públicamente, 
Tan  prefeto  esclarecido, 
Que  por  serdes  bien  regido, 
Dios  vos  fizo  su  regente. 


ica  fué  después,  ni  ante, 
Quien  viesse  los  atavíos 
E  secretos  de  Levante, 
Sus  montes,  ínsulas,  ríos, 
Como  vos,  Señor  Infante. 
Entre  Moros  y  Judíos 
Esta  gran  virtud  se  cante; 
Entre  todos  tres  gentíos 
Cantarán  los  metros  míos 
Vuestra  perfeción  delante  (1). 


No  me  detengo  más  en  tratar  del  Infante,  porque  no  quiero  retocar  la 
magistral  semblanza  que  de  él  trazó  el  mayor  artista  histórico  que  la  Penín- 
sula ha  producido  en  nuestros  días,  mi  inolvidable  amigo  Oliveira  Martins,  en 
su  libro  Os  Filhos  de  D.  Jodo  /  Lisboa,  '891),  que  es  quizá  el  más  excelente 
de  todos  los  suyos.  Sospecho,  sin  embargo,  que  obedeciendo  el  grande  escri- 
tor á  las  tendencias  habituales  de  su   espíritu,  pinta   al    Duque   de  Coim- 


312  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Si  el  Infante  D.  Pedro  apenas  puede  en  rigor  ser  considerado 
como  poeta,  no  acontece  lo  mismo  con  su  hijo  el  Condestable 
(1429-1466),  tan  parecido  á  él  en  su  carácter  y  en  sus  desventuras, 
del  cual  tenemos  importantes  composiciones,  casi  todas  en  castella- 
no; y  cuyo  nombre,  por  varias  razones,  está  honrosamente  vincu- 
lado en  la  historia  de  nuestra  literatura,  al  paso  que  su  acción  polí- 
tica se  desenvolvió  principalmente  dentro  de  Cataluña,  donde  fué 
rey  intruso  después  de  la  muerte  del  Príncipe  de  Viana. 

Llevóle  á  tan  alto  y,  finalmente,  trágico  destino,  la  herencia  de 
las  pretensiones  de  su  madre,  la  duquesa  doña  Isabel,  hija  del  conde 
de  Urgel,  Jaime  el  Desdichado,  viniendo  á  juntarse  de  este  modo  en 
su  cabeza  doá  fatalidades  históricas,  la  de  Alfarrobeira  y  la  del 
Castillo  de  Játiva.  A  los  quince  años  era,  según  expresión  del  cro- 
nista de  Alfonso  V,  Ruy  de  Pina,  «la  más  hermosa  y  más  propor- 
»cionada  criatura  que  en  su  tiempo  se  podía  ver»;  y  armado  caba- 
llero por  el  infante  D.  Enrique  en  el  monasterio  de  San  Jorge  de 
Coimbra,  empezaba  á  tomar  parte  en  bélicas  empresas,  marchando 
á  Castilla  por  orden  de  su  padre,  grande  amigo  de  D.  Alvaro  de 
Luna  y  partidario  de  su  política,  para  ayudar  al  Condestable  contra 
los  infantes  de  Aragón,  con  un  cuerpo  de  dos  mil  hombres  de  á 
caballo  y  cuatro  mil  peones,  que  llegaron  cuando  ya  la  contienda 
estaba  decidida  en  los  campos  de  Olmedo.  Los  vencedores  recibie- 
ron en  palmas  al  joven  Condestable  portugués,  aunque  ya  fuese 
inútil  su  refuerzo,  y  le  festejaron  de  mil  modos,  señalándose  en  ello 
el  Marqués  de  Santillana,  que  con  ocasión  de  remitirle  el  cancio- 
nero de  sus  obras,  que  D.  Pedro  le  había  pedido  por  medio  de  su 
familiar  Alvaro  González  de  Alcántara,  le  dedicó  en  forma  de  carta 
aquel  inestimable  proemio,  que  es  el  más  antiguo  conato  de  historia 
de  nuestra  poesía. 

No  bastó  el  desastre  de  Alfarrobeira  á  saciar  los  odios  del  conde 
de  Barcellos  (luego  duque  de  Braganza),  del  conde  de  Ourem,  del 
Arzobispo  de  Lisboa  y  de  los  demás  émulos  del  sacrificado  Re- 

bra  más  idealista  y  más  pesimista  de  lo  que  realmente  fué  y  de  lo  que  cua- 
draba á  la  psicología  de  su  tiempo,  menos  compleja  y  retinada  que  la  nuestra. 
De  todos  modos,  en  ese  maravilloso  estudio  está  reunido  cuanto  se  sabe  y 
cuanto  se  puede  adivinar  acerca  del  Infante  y  sus  hermanos. 


CAPITULO    XXVI  313 

gente,  sino  que,  extendiéndose  la  persecución  á  todos  los  miembros 
de  su  familia,  el  Condestable  se  vio  despojado  de  su  dignidad,  así 
como  también  del  Maestrazgo  de  Avís:  sus  bienes  fueron  confisca- 
dos, y  él,  finalmente,  tuvo  que  refugiarse  en  Castilla,  donde  arrastró 
mísera  y  errante  vida  desde  1449  á  1457-  Entonces,  más  constre- 
ñido de  la  necesidad  que  de  la  voluntad,  según  dice,  abandonó  su 
nativa  lengua  por  la  castellana,  y  compuso  el  extraño  libro,  mezcla 
de  verso  y  prosa,  que  lleva  el  título  de  Sátyra  de  felice  é  infelice 
vida  (i).  De  él  hizo  presente  á  su  hermana  la  reina  de  Portugal  doña 
Isabel,  no  menos  desdichada  que  él,  puesto  que  murió  en  edad  muy 
temprana,  no  sin  sospechas  de  envenenamiento.  De  la  dedicatoria 
se  infiere  que  había  comenzado  á  escribir  la  obra  en  portugués,  pero 
que  «traído  el  texto  á  la  deseada  fin,  é  parte  de  las  glosas  en  lengua 
^portuguesa  acabadas»,  determinó  traducirlo  todo  «é  lo  que  restaba 
>< acabar  en  este  castellano  idioma:  porque  segund  antiguamente  es 
»dicho,  é  la  experiencia  lo  demuestra,  todas  las  cosas  nuevas  apla- 
»zen;  é  aunque  esta  lengua  non  sea  muy  nueva  delante  la  vuestra 
»Real  é  muy  virtuosa  Majestad,  á  lo  menos  será  menos  usada  que 
»la  que  continuamente  fiere  en  los  oídos  de  aquélla».  Haciendo 
alarde  de  su  infantil  erudición,  y  para  que  su  obra  no  parcsciese  des- 
nuda y  sola,  llenó  las  márgenes  de  copiosas  é  impertinentísimas 
glosas,  que  con  muy  buen  acuerdo  ha  suprimido  en  gran  parte  el 
editor  moderno,  porque  no  contienen  más  que  triviales  especies  de 
mitología  é  historia  antigua,  salvo  algunas  de  excepcional  valor,  por 

(i)  Ha  sido  publicada  por  D.  A.  Paz  y  Melia,  en  el  tomo  de  Opúsculos  li- 
terarios de  los  siglos  XIV  á  XVI,  dado  á  luz  por  la  Sociedad  de  Bibliófilos  es- 
pañoles en  1892.  Esta  edición  va  ajustada  al  único  códice  de  la  Sal  ira  que  se 
conoce,  y  es  el  de  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid,  copiado  en  Cataluña  dos 
años  después  de  la  muerte  del  Condestable,  según  consta  en  la  suscripción 
final:  «Fbu  acabad  lo  preseni  libre  a  x  de  may  any  1 468,  de  ma  den  Cristofol 
Bosch  librater.»  Amador  de  los  Ríos  fué  el  primero  que  estudió  atentamente 
esta  composición,  en  el  tomo  vn  de  su  Historia  de  la  Literatura  española. 

La  dedicatoria  ti^ne  este  encabezamiento:  «Sigúese  la  epístola  d  la  muy 
famosa,  muy  excellcute  Princesa,  muy  devota,  muy  virtuosa  ¿perfecta  Señora, 
Doña  Isabel,  por  la  deifica  mano  Rey  na  de  Portugal,  grand  Señora  en  las  Li  - 
bianas  partes,  embiada  por  el  su  en  obediencia  menor  hermano,  c  en  desseo  perpe- 
tuo mayor  servidor.» 


314  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

referirse  á  personajes  españoles,  como  la  interesante  y  larga  nota 
en  que  se  describen  las  virtudes  de  Santa  Isabel  de  Portugal,  y  el 
curiosísimo  pasaje  relativo  al  enamorado  Macías,  «grande  é  virtuoso 
»mártir  de  Cupido»,  cuya  pasión  y  trágico  fin  están  contados  de  un 
modo  mucho  más  romántico  que  en  las  versiones  ordinarias,  si  bien 
el  Condestable  no  le  concede  más  que  la  segunda  silla  ó  cadira  en 
la  corte  de  Cupido,  reservándose  para  sí  propio  la  primera,  como 
prototipo  de  leales  amadoros  (i). 

(1)  Aunque  ya  mencioné  esta  glosa  al  tratar  de  Alacias,  creo  hacer  cosa 
grata  á  mis  lectores  transcribiéndola  aquí  en  su  integridad,  tal  como  la  publicó 
el  Sr.  Paz  y  Melia  en  las  notas  á  su  edición  de  las  Obras  de  Juan  Rodríguez  del 
Padrón.  «Macías.  Natural  fué  de  Galicia,  grande  é  virtuoso  mártir  de  Cupi- 
do, el  qual  teniendo  robado  su  corazón  de  una  gentil  fermosa  dama,  assaz  de 
servicios  le  fizo,  assaz  de  méritos  le  meresció,  entre  los  quales,  como  un  día 
se  acaesciesen  amos  yr  á  cauallo  por  una  puente,  assy  quiso  la  varia  ventura, 
que,  por  mal  sosiego  de  la  muía  en  que  caualgaua  la  gentil  dama,  volco  aqué- 
lla en  las  profundas  aguas.  E  como  aquel  constante  amador,  no  menos  bien 
acordado  que  encendido  en  el  venéreo  fuego,  nin  menos  triste  que  menospre- 
ciador  de  la  muerte,  lo  viesse,  aceleradamente  saltó  en  la  fonda  agua,  é  aquel 
que  la  grand  altura  de  la  puente  no  tornaba  su  infinito  querer,  ni  por  ser  me- 
tido debaxo  de  la  negra  é  pesada  agua  no  era  olvidado  de  aquella  cuyo  pri- 
sionero vivía,  la  tomo  á  do  andaba  medio  muerta,  é  guió  é  endereszó  su  eos- 
ser  (corcel)  á  las  blancas  arenas,  á  do  sana  é  salva  puso  la  salud  de  su  vida.  E 
después  el  desesperado  gualardón,  que  al  fin  ele  mucho  amor  á  los  servidores 
non  se  niega,  por  bien  amar  é  sennaladamente  servir  ouo,  ca  fizieron  casar 
aquella  su  sola  señora  con  otro.  Mas  el  no  movible  é  gentil  ánimo  en  cuyo 
poder  no  es  amar  é  desamar,  amó  casada  aquella  que  donzella  amara.  E  como 
un  día  caminasse  el  piadoso  amante,  falló  la  causa  de  su  fin,  ca  le  sallió  en 
encuentro  aquella  su  sennora,  é  por  salario  ó  paga  de  sus  señalados  servicios 
le  demandó  que  descendiesse.  La  qual  con  piadosos  oydos  oyó  la  demanda  é 
la  cumplió,  é  descendida,  Macías  le  dixo  que  farta  merced  le  hauia  fecho,  é 
que  caualgasse  é  se  íuesse,  porque  su  marido  allí  non  la  fallase.  E  luego  ella 
partida,  llegó  su  marido,  é  visto  así  estar  apeado  en  la  mytad  de  la  vía  á  aquel 
que  non  mucho  amaba,  le  preguntó  qué  allí  fazía.  El  qual  respuso:  «Mi  seño- 
ra puso  aquí  sus  pies,  en  cuyas  pisadas  yo  entiendo  uevir  é  fenescer  mi  tris- 
te vida.»  E  él,  sin  todo  conoscimiento  de  gentileza  é  cortesía,  lleno  de  sce- 
los  más  que  de  clemencia,  con  una  lanza  le  dio  una  mortal  ferida.  E  tendido 
en  el  suelo,  con  voz  flaca  é  oios  revueltos  á  la  parte  do  su  sennora  iba,  dixo 
las  siguientes  palabras:  <¡0  mi  sola  é  perpetua  sennora!  A  do  quiera  que  tu 
>seas,  ave  memoria,  te  suplico,  de  mí,  indigno  siervo  tuyo!     E  dichas  estas 


CAPITULO    XXVI  315 

Xacla  menos  satírico  que  esta  llamada  Sátira,  como  nada  menos 
dramático  que  la  Comedieta  de  Poma.  Estos  caprichosos  títulos  co- 
rresponden á  una  preceptiva  convencional,  en  que  los  géneros  litera- 
rios tenían  distintos  nombres  qu¿  ahora.  El  Condestable  dice  que  lla- 
mó á  su  obra  «Sátira,  que  quiere  decir  reprehensión  con  ánimo  ami- 
»gable  de  corregir:  é  aun  este  nombre  sátira  viene  de  satura,  que  es 
¿loor».  Y  como  en  la  obra  se  loa  el  femíneo  linaje,  y  el  autor  se  re- 
prende á  sí  mismo,  va  mezclada  de  alabanza  y  de  corrección,  enten- 
diéndose por  vida  infeliz  la  del  poeta,  y  por  feliz  la  de  su  dama.  Esto 
en  cuanto  al  título,  pues  en  cuanto  á  la  materia,  este  fastidiosísimo 
libro,  que  su  autor  tuvo  más  de  una  vez  propósito  de  sacrificar  al  dios 
Vulcano,  con  lo  cual  ciertamente  no  se  hubiera  perdido  mucho,  es 
una  especie  de  novela  alegórica  del  género  sentimental,  en  que,  apar- 
te-de las  reminiscencias  de  Dante,  de  Petrarca  y  de  la  Fiammeta  de 
Boccaccio,  se  advierte,  más  declarada  que  ninguna,  la  imitación  de 
un  libro  español  del  siglo  xv,  el  Siervo  libre  de  amor  ó  Historia  de  Ar- 
danlier  y  Liessa,  de  Juan  Rodríguez  del  Padrón,  cuyo  argumento 
compendia  el  Condestable  en  una  de  sus  glosas,  y  cuyo  estilo  revesa- 
do é  hiperbólico  manifiestamente  imita  lo  mismo  en  la  prosa  que  en 
los  versos.  Pero  el  libro  de  Juan  Rodríguez,  en  medio  de  su  imperfec- 
ción, tiene  valor  autobiográfico  y  un  cierto  género  de  poesía  román- 
tica y  caballeresca,  de  que  la  Sátyra  de  felice  é  infelice  vida  entera- 
mente carece,  reduciéndose  á  una  serie  de  insulsas  lamentaciones, 
atestadas  de  todos  los  lugares  comunes  de  la  poesía  erótica  de  enton- 
ces, sin  que  tal  monotonía  se  interrumpa,  antes  bien  se  refuerza,  con 
el  obligado  cortejo  de  figuras  alegóricas,  tales  como  la  Discreción,  la 
Piedad  y  la  Prudencia.  Si  á  esto  se  añade  el  consabido  catálogo  de 
enamorados  antiguos  y  modernos,  cuyos  nombres  no  parecen  traí- 
dos más  que  para  justificar  la  pedantería  de  las  glosas,  se  tendrá  idea 
de  este  tardío  y  desabrido  fruto  de  aquella  escuela  seudo  dantesca, 
que  por  tanto  tiempo  torció  el  curso  de  nuestra  literatura,  calum- 

palabras,  con  grand  gemido  dio  la  bienaventurada  ánima.  E  assy  fenesció  aquel 
cuya  lealtad,  íe  é  espeiado  é  limpio  querer  le  fizieron  digno,  segund  se  cree, 
de  ser  posado  c  asentado  en  la  corte  del  inflamado  fijo  de  Vulcan,  en  la  se- 
cunda cadira  ó  silla  más  propinca  á  él,  dexando  la  primera  para  mis  altos  mú- 

ri  te '-. 


316  HISTORIA   DE    LA    POESÍA   CASTELLANA 

niando  al  gran  poeta  á  quien  decía  imitar.  Sólo  la  curiosidad  erudita 
puede  encontrar  incentivo  en  tales  engendros,  donde  siempre  hay 
algo  útil  para  el  gramático  ó  para  el  historiador;  pero  al  crítico  lite- 
rario bástale  dar  razón  de  su  existencia,  y  pasar  de  largo  por  ellos. 
Expresamente  declaró  el  Condestable  que  era  éste  el  primer  fru- 
to de  sus  estudios,  á  la  par  que  la  historia  de  sus  primeros  amores, 
entre  los  catorce  y  los  diez  y  ocho  años.  Tal  circunstancia  desarma 
mucho  la  severidad  del  lector,  á  la  vez  que  explica  la  confusa  mez- 
cla de  imitaciones  sagradas  (i)  y  profanas,  la  fácil  erudición  traída 
por  los  cabellos,  y  el  continuo  recuerdo  de  otros  libros  contempo- 
ráneos, como  el  de  las  claras  y  -virtuosas  mujeres,  de  D.  Alvaro  de 
Luna,  que  explotó  mucho  para  las  glosas.  Creemos  que  fué  el  Con- 
destable el  primer  portugués  que  escribió  en  prosa  castellana,  y  no  se 
puede  decir  que  íuesen  infructuosos  sus  esfuerzos.  Siguió  la  corriente 
latinista,  abusando  del  hipérbaton,  á  veces  en  términos  ridículos  (2) 

(1)  Para  encarecer  su  desesperación  amatoria,  se  vale  de  palabras  del  Li- 
bro de  Job: 

<¡Maldito  sea  el  día  en  que  primero  amé,  la  noche  que  velando,  sin  rece- 
»lar  la  temedera  muerte,  puse  el  firme  sello  á  mi  infinito  querer  é  iuré  mi 
«servidumbre  ser  fasta  el  fin  de  mis  días!  No  se  recuerde  Dios  del,  é  quede  en- 
ofuscado  é  escuro  syn  toda  lumbre.  Sea  lleno  de  muerte,  é  de  mal  andanza. 
¡Aquella  noche  tenebrosa,  turbiones,  relámpagos,  lluvias  con  terrible  tem- 
»pestad  acompañen.  Aquel  día  no  sea  contado  en  los  días  del  año,  no  se 
morabre  en  los  meses.  Sea  aquella  noche  sola  é  de  toda  maldición  digna... 
»¿Para  qué  fué  á  hombre  tan  infortunado  luz  dada,  sino  escuridat  é  tinieblas? 
y  ¿Para  qué  al  que  vive  en  toda  pena  é  tormento  vida  le  fué  dada,  sino  que 
»fuera  como  que  no  íuera,  del  vientre  salido,  metido  en  la  tumba?» 

(2)  Véase,  por  ejemplo,  la  jerigonza  con  que  acaba  el  libro: 
«Fenescida  (la  Sátira)  quando  Deifico  declinaba  del  cerco  meridiano  á  la 

»cauda  del  dragón  llegado,  é  la  muy  esclarescida  Virgen  Latona  en  aquel 
¡►mismo  punto  sin  ladeza  al  encuentro  venida,  la  serenidad  de  su  fermoso 
»hermano  sufuscaba;  la  volante  águila  con  el  tornado  pico  rasgaba  las  propias 
i  carnes,  é  la  corneia  muy  alto  gridaba  fuera  fiel  usado  son:  gotas  de  pluvia 
^sangrientas  moiaban  las  verdes  yerbas:Euro  é  Zéfiro,  entrados  en  las  concavi- 
dades de  nuestra  madre,  queriendo  sortir,  sin  fallar  salida,  la  fazian  temblar; 
>  é  yo,  sin  ventura,  padesciente,  la  desnuda  e  bicortante  espada  en  la  mi  dies- 
tra miraba,  titubando  con  dudoso  pensamiento  é  demudada  cara  si  era 
»mejor  prestamente  morir,  ó  asperar  la  dubdosa  respuesta  me  dar  con- 
»  suelo.» 


CAPITULO   XXVI  317 

que  sólo  admiten  comparación  con  el  hórrido  galimatías  de  D.  Enri- 
que de  Villena;  pero  otras  veces,  como  por  instinto,  ó  imitando  bue- 
nos modelos  italianos,  como  la  Vita  Nuova,  que  seguramente  tenía 
delante,  acertó  á  dar  á  la  prosa  un  grado  notable  de  viveza  y  elegan- 
cia, mostrando  ciertas  condiciones  pintorescas  y  algún  sentido  de  la 
armonía  del  período  (i).  En  el  cultivo  de  la  prosa  sentimental  fué 
ciertamente  discípulo  de  Juan  Rodríguez  del  Padrón,  pero  su  mane- 
ra, en  los  buenos  trozos,  parece  más  próxima  al  tipo  que  muy  pronto 
iban  á  fijar,  en  Castilla,  el  autor  de  la  Cárcel  de  amor,  y  en  Portugal 
el  de  Menina  é  moga. 

No  es  fácil  conjeturar  quién  fué  la  hermosa  Princesa  (así  la  nombra) 
que  inspiró  al  Condestable  esta  juvenil  pasión,  puesto  que,  á  despecho 
de  las  afectaciones  del  estilo,  creemos  que  se  trata  de  amores  verda- 
deros. En  las  ponderaciones  de  su  belleza,  discreción  y  honestidad,  no 
pone  tasa,  llegando  á  aplicarla  aquel  mismo  encarecimiento,  poco 

(1)     Trozo  agradable,  por  ejemplo,  es  el  siguiente: 

«Assí  caminaba,  semblando  á  aquellos  que,  pasando  los  Alpes,  el  terrible 
»frío  de  la  nieve  é  agudo  viento  dan  fin  á  sus  dolorosas  vidas;  que  así  pegados 
»en  las  sillas,  helados  del  frío,  siguen  su  viaje  fasta  que  de  aquéllas,  no  con 
»querer  ó  desquerer  suyo,  son  apartados  é  dados  á  la  fría  tierra.  Tal  parecía 
»como  los  navegantes  por  la  mar  de  las  Serenas,  que  oindo  el  dulce  é  meló- 
»dioso  canto  de  aquéllas,  desamparado  todo  el  gobierno  de  sus  naos,  embria- 
»gados  é  adormescidos,  allí  fallan  la  su  postrimería... 

«Afanado  mi  espíritu,  enoiado  ya  mi  entendimiento,  mis  oios  á  la  orien- 
tal parte  levanté;  mas  aunque  mucho  mirase  en  torno  de  mí,  jamás  en 
»conoscimiento  do  era  pude  venir...  Ya  los  menudos  é  lumbrosos  rayos 
»(del  sol)  ferian  los  altos  montes,  é  veyéndome  tan  lejos  do  partiera,  moví 
»contra  un  arboledo  bien  poblado  de  fermosos  é  fructuosos  árboles...  E 
"llegando  al  solitario  monte,  descendí,  é  descendido,  acostéme  en  las  ver- 
»des  yerbas,  é  las  que  tañía  non  padescían  la  verde  color.  Allí  los  gridos, 
>allí  los  alaridos,  allí  los  suaves  cantos  de  las  silvestres  aves  facían  gran  soni- 
do: allí  conoscí  que  alguna  cosa  non  cubría  el  estrellado  cielo,  ahondado 
»de  tanta  mala  dicha  como  yo,  pues  todas  en  gozo,  placer  é  deportes  pasa- 
ban  sus  vidas;  yo  en  tristeza  muy  amarga  plañiendo  mi  mala  vida,  é  me- 
nospreciando todo  mi  bien  continuamente  vivía:  todas  poseyendo  libre 
»albedrío  para  facer  lo  que  deseaban;  yo  solamente  pensar  en  lo  que  deseaba 
>no  era  osado.» 

El  retrato  de  la  dama  tiene  también  algunos  toques  graciosos,  mezclados 
con  otros  de  muy  mal  gusto. 


318  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

ortodoxo,  que  Cartagena  hizo  de  la  Reina  Católica.  Salvo  la  Madre 
de  Dios,  «no  nasció,  desde  aquella  que  fué  formada  de  la  costilla... 
>quien  á  sus  pies  por  méritos  de  gloriosa  virtud  asentar  se  debiese». 
Y  en  verso  todavía  pasa  más  la  raya,  según  necio  estilo  de  trovadores: 

Oid  tan  gran  culpa  vos, 
Cumbre  de  la  gentileza, 
Mi  gozo,  mi  solo  Dios, 
Mi  placer  é  mi  tristeza 
De  mi  vida. 

Estas  poesías  con  que  la  Sátyra  acaba,  son  en  extremo  concep- 
tuosas y  alambicadas,  pero  están  escritas  con  soltura  muy  digna  de 
notarse  en  un  poeta  que  no  tenía  el  castellano  por  lengua  nativa : 

Discreta,  linda,  fermosa, 
Templo  de  moral  virtud, 
Honestad  muy  graciosa, 
Luzero  de  iuveutud 
Y  de  beldad. 
A  mis  preces  acatad, 
Oyd  las  plegarias  mías, 
No  fenezcan  los  mis  días 
Con  sobra  de  lealtad. 

No  fenezca  vuestra  fama 
Que  vuela  por  toda  parte; 
No  fenezca  quien  vos  ama: 
Desechad,  echad  á  parte 
La  crueldad. 
Seguid  virtud  y  bondad, 
Seguid  la  muy  alta  gloria, 
E  no  Heve  la  victoria 
La  dañada  voluntad. 


No  creáis  que  porque  muero 
Con  desigualada  pena. 
Que  por  esso  yo  requiero 
Para  vos  cosa  tan  buena 
En  extremo. 

Ni  porque  más  males  temo, 
Ni  porque  la  muerte  llamo, 
Mas  sólo  porque  vos  amo 
En  grado  mucho  supremo. 


CAPITULO    XXVI  319 

Ni  por  ál  yo  no  me  curo 
De  vuestro  bien  soberano, 
Ni  por  ál  yo  no  procuro 
Que  creáis  aquesta  mano 
Toda  vuestra. 
E  la  mi  parte  siniestra 
Ferida  de  mortal  llaga, 
Sanéis,  é  mi  triste  plaga 
Curévs  con  la  gentil  diestra. 


Doledvos  de  mi  pasión 
E  de  mi  grand  perdimento; 
Quered  vuestra  perfección, 
No  queriendo  mi  tormento 
Desigual; 

Mi  firme  querer  leal, 
Vuestro  muy  más  que  debía, 
Libran  vos,  ídola  mía, 
De  dolor  pestilencia!. 


La  fecha  de  la  Sátvra  de  felice  é  infelice  vida  no  puede  traerse 
más  acá  de  1455,  puesto  que  aquel  año  pasó  de  esta  vida  la  Reina 
doña  Isabel  de  Portugal,  á  quien  está  dedicada.  Es  singular  que  ni 
Teófilo  Braga,  en  sus  numerosas  publicaciones  (i),  ni  los  biógrafos 
catalanes  del  Condestable  (2),  ni  el  mismo  diligentísimo  autor  del 
Catálogo  de  los  autores  portugueses  que  han  escrito  en  castellano  (3), 
se   hagan   cargo   de   una   importante   noticia   que   Bellermann    dio 

(1)  Véase  principalmente,  para  el  caso,  Poetas  palacianos  do  seculo  XV 
(Porto,  1872).  Cap.  iv. 

(2)  Coroleu  é  Iuglada  (D.  José),  El  Condestable  de  Portugal,  rey  intruso  Je 
Catalana.  (En  la  Revista  de  Gerona,  tomo  11,  1878.) 

Balaguer  y  Merino  (D.  Andrés),  Pon  Pedio  el  Condestable  de  Portugal,  con- 
siderado como  escritor,  erudito  v  anticuario.  Estudio  kisto'rico-bibliográjico.  (Ge- 
rona, 1881.) 

Curioso  trabajo,  lleno  de  datos  nuevos  y  de  documentos  importantísimos, 
que  me  han  sido  muy  útiles  en  esta  parte  de  mi  estudio.  E!  malogrado  Bala- 
guer y  Merino  era  un  investigador  tan  sólido  como  modesto,  y  su  muerte  fué 
una  gran  perdida  para  la  erudición  catalana.  Era  además  hombre  tan  sencillo 
y  bueno,  que  no  puedo  renovar  siu  dolor  su  memoria. 

(3)  García  Peres  (D.  Domingo),  Catálogo  razonado,  biográfico  y  bibliográ- 
fico de  los  autores  portugueses  que  escribieron  en  castellano.  (Madrid,  1SS0.) 


320  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

en  184O  de  otra  obra  inédita  del  Condestable,  en  prosa  y  verso, 
inspirada  por  el  fallecimiento  de  su  hermana,  y  que  debe  de  ser 
muy  semejante  en  su  traza  y  disposición  á  la  Sátyra  de  felice  é  in- 
felice  vida.  «Poseo  (dice  Bellermann)  una  serie  de  composiciones 
poéticas  de  este  D.  Pedro,  copiadas  de  un  antiguo  manuscrito  iné- 
dito que  se  baila  en  una  biblioteca  particular  de  Lisboa.  Toda  la 
obra  consta  de  80  hojas  en  pergamino:  se  titula  al  fin  Tragedia  de 
la  insigne  Reyna  Doña  Isabel.  Está  en  verso  y  en  prosa,  alectando 
cierta  forma  dramática.  Al  principio,  en  vez  de  título,  lleva  las  pala- 
bras francesas  Paine  ponr  joie  (que  eran  el  lema  del  Condestable) 
y  un  prólogo  del  autor  dedicándola  á  su  hermano  menor,  D.  Jaime, 
que  fué  Cardenal  de  San  Eustaquio  y  Arzobispo  de  Lisboa.» 

A  juzgar  por  el  brevísimo  análisis  que  Bellermann  (i)  hace  de  esta 
Tragedia,  escrita  en  castellano  como  todas  las  obras  del  Condestable, 
su'contenido  debe  de  ofrecer  más  interés  que  el  de  la  Sátyra,  puesto 
que  el  autor,  partiendo  de  la  consideración  de  su  propio  infortunio,  se 
eleva  á  consideraciones  de  filosofía  religiosa  sobre  la  instabilidad  de 
los  bienes  y  prosperidades  del  mundo,  acabando  por  resignarse  su- 
misamente á  la  voluntad  de  Dios.  Idéntico  pesimismo  cristiano,  si  es 
que  esto  puede  llamarse  pesimismo,  campea  en  las  Coplas  del  con- 
tempto  del  mundo,  y  tales  debían  de  ser  las  habituales  meditaciones 
de  aquel  príncipe,  cuya  vida  fué  tan  contrastada  y  tan  amarga. 

L'n  error  de  García  de  Resende,  que  todos  hemos  repetido  hasta 
estos  últimos  años  (2),  ha  venido  atribuyendo  este  notable  poema, 
quizá  el  mejor  que  en  aquel  Cancionero  se  encuentra,  al  «infante 
•¡>dom  Pedro,  filho  del  rrey  dom  Joam  da  gloriosa  memoria*.  Tal 
error  procedía  acaso  de  la  primera  y  rarísima  edición  gótica  que 

( 1 )  Die  alten  Liederbücher  der  Poriugiesen  oder  Beitráge  zur  geschichte  der 
portugiesische?i  Poesie  vom  dreizehnten  bis  zum  A?ifang  des  scchzclinten  Jahr- 
iiunderts...  Berlín;  bei  Ferdinand  Dümmler,  1840.  PP.  29-31. 

[La  Tragedia  ha  sido  publicada,  con  un  precioso  estudio  preliminar,  por 
D.a  Carolina  Michaülis  de  Vasconcellos,  en  el  tomo  1  del  Homenaje  a  Menéndez 
y  Pelayo  (Madrid,  1899).  Entiende  la  Sra.  Michaülis  que  la  obra  del  Condes- 
table estaba  escrita  en  Mayo  de  1457.  (A.  B.)] 

(2)  Creo  que  el  primero  que  le  corrigió  fue  el  difunto  bibliotecario  D.José 
Mana  Octavio  de  Toledo,  en  un  artículo  publicado  en  la  Revista  Occidental, 
de  Lisboa,  que  cita  Th.  Braga. 


CAPITULO   XXVI  321 

de  estas  coplas,  acompañadas  de  una  glosa  del  aragonés  Antón  de 
Urrea,  se  hizo  en  Zaragoza  ó  en  Lisboa,  donde  también  se  da  á  don 
Pedro  el  título  de  Infante,  aunque  sin  decirle  hijo  de  D.  Juan  I  (i). 

( 1 )  Coplas  fechas  por  el  muy  illustre  Señor  Infante  Don  Pedro  de  Portugal:  en 
las  guales  hay  Mil  versos  con  sus  glosas  contenientes  del  menosprecio:  e  contemp- 
to  de  las  cosas  fermosas  del  mundo:  e  demostrando  la  su  vana  e  feble  beldad  (Bi- 
blioteca Nacional  de  Lisboa).  El  P.  Méndez  (Tipografía  Española)  describe 
otro  ejemplar  que  vio  en  poder  de  D.  Santiago  Sáiz,  34  hojas  en  folio,  sin  nu- 
meración y  con  letras  de  registro.  En  papel  grueso  como  de  protocolos.  Cree 
que  se  imprimió  en  Lisboa,  por  ser  igual  en  papel  y  tipos  á  la  Glosa  famosí- 
sima sobre  las  coplas  de  Don  Jorge  Manrique,  impresa  en  la  capital  de  Portugal 
por  Valentín  Fernández,  en  1501.  Oliveira  Martins,  no  sé  con  qué  fundamen- 
to, la  supone  de  Zaragoza,  1478.  Acaso  sean  distintas  la  edición  de  la  Biblio- 
teca Lisbonense  y  la  que  manejó  el  P.  Méndez. 

Poseyó  éste  un  códice  de  la  misma  obra,  escrito  en  el  siglo  xv,  papel 
grueso  y  letra  clara  y  hermosa,  con  152  folios  útiles;  comprendía  126  octavas 
(en  todo  mil  y  ocho  versos),  muchas  de  ellas  con  su  glosa  como  en  el  impre- 
so, aunque  con  variantes.  A  las  octavas  antecedía,  en  seis  hojas,  un  proemio 
en  prosa,  que  las  ediciones  no  traen,  y  cuyo  principio  era  este:  «Comienza  el 
»prohemio  dirigido  al  muy  excelente  e  muy  católico  príncipe  temido  e  muy 
»amado  señor  Alfonso  el  quinto  deste  nombre:  rey  de  los  portugueses  e  señor 
»de  la  insigne  e  muy  guerrera  africana  cibdad...» 

Finalizadas  las  octavas,  proseguía  en  el  manuscrito  un  razonamiento  de 
despedida  y  amonestaciones  cristianas,  que  se  suponían  hechas  por  el  rey 
Alfonso  V  á  la  Infanta  de  Portugal  Doña  Juana,  cuando  vino  á  Castilla  á  casar- 
se con  el  rey  Enrique  IV.  Esta  pieza  retórica  que,  á  juzgar  por  el  estilo,  bien 
puede  ser  del  Condestable  más  bien  que  del  monarca  en  cuyos  labios  se 
pone,  comenzaba  así:  «Venido  es  el  tiempo,  o  dulce  fija  mia,  en  que  yo  ca- 
nsarte debo:  llegada  es  tu  edat,  como  yo  pienso,  á  los  convenibles  años  de  los 
rmaritales  tálamos... >  Y  acababa:  «Dame  ya,  my  cara  fija,  los  postrimeros  e 
»amorosos  abrazos:  recuérdate  de  mis  amonestamientos:  recuérdate  del  nues- 
tro deseoso  despido:  recuérdate  desta  nuestra  postrimera  vista,  que  es 
»quando...  las  secas  tierras  se  aparejaban  regar,  fenecido  según  los  romanos  el 
«■día  de  Saturno,  comenzado  el  día  de  Delio,  cuya  festividat  honor  de  la  re- 
«surreccion  del  todo  poderoso  e  misericordioso  iesu  celebramos,  en  el  año 
»de  la  venida  de  nuestro  redemptor  en  canne,  milésimo  quadragentesimo 
»quinquagesimo  quinto,  pasada  la  primera  guerra  contra  losagarenos  de  don 
»Enrique,  el  quarto  de  este  nombre  rey  de  Castilla,  adonde  en  los  rreales 
»cerca  de  las  cibdades  morismas  tu  fuiste,  y  en  hedat  creciente  como  tu 
»sabes,  e  las  mis  manos,  que  dexadas  las  armas  con  intenso  c  intimo  amor 
iscrvian  a  ti,  c.  te  administraban  los  dulces  manjares.» 

Mixi-ni.kz   v  I'ki.ato.  —  Poesía  castellana.  III.  ai 


322  HISTORIA   DE   LA    POESÍA   CASTELLANA 

Pero  la  mención  del  acabamiento  de  D.  Alvaro  de  Luna  (145  3) 
basta  para  demostrar  la  imposibilidad  de  tal  atribución,  y  para  res- 
tituir el  poema  á  su  verdadero  autor,  que  es  el  hijo  y  no  el  padre, 
el  Condestable  y  no  el  Infante. 

Con  razón  ha  dicho  Oliveira  Martins  que  estas  coplas  son  el  do- 
cumento poético  más  notable  de  la  literatura  portuguesa  de  su 
tiempo.  Adolecen,  es  cierto,  de  la  frialdad  inherente  á  la  poesía  di- 
dáctica, y  no  son  en  gran  parte  más  que  repetición  de  lugares  co- 
munes bebidos  en  la  lectura  entonces  frecuentísima  de  los  mora- 
listas antiguos,  especialmente  de  Séneca,  perpetuo  oráculo  del 
estoicismo  español  en  todos  los  siglos.  Los  ejemplos  históricos 
con  que  el  autor  corrobora  su  doctrina,  pertenecen  también  al 
fondo  más  vulgar  de  la  cultura  de  su  siglo;  y,  en  suma,  apenas 
hay  nada  que  por  novedad  de  pensamiento  llame  la  atención 
ni  se  fije  indeleblemente  en  la  memoria.  Pero  en  medio  de  la  ari- 
dez que  tales  sermones  poéticos  tienen,  cuando  no  es  un  Juvenal 
quien  los  escribe,  hay  en  este  poemita  no  sólo  un  nobilísimo  sen- 
timiento de  la  justicia  y  un  ideal  muy  noble  de  la  vida,  sino  un 
tono  de  melancólica  resignación,  que  es  indicio  de  ánimo  sincero, 
y  nota  personal  introducida  á  tiempo  para  concretar  un  poco  la 
vaguedad  de  los  preceptos.  Cierto  pudor  ó  altivez  aristocrática 
impide  al  Condestable  insistir  en  sus  propios  casos  ni  en  los 
infortunios  de  su  familia,  pero  la  honda  tribulación  de  su  espí- 
ritu tiñe  de  lúgubre  color  los  rasgos  de  su  pluma,  dejándonos 
percibir,  á  través  del  moralista  severo,  al  hombre  de  corazón, 
inicuamente  perseguido  por  la  desgracia.  Añádase  á  esto  que  en 
muchos  casos  logra  dar  forma  saliente  y  expresiva  á  ciertos  aforis- 
mos éticos.  Así  dice,  por  ejemplo,  hablando  de  la  nativa  igualdad 
del  género  humano: 

Todos  somos  fijos  del  primero  padre; 
Todos  trayemos  igual  nascimiento; 
Todos  habernos  á  Eva  por  madre, 
Todos  faremos  un  acabamiento. 
Todos  tenemos  bien  flaco  cimiento; 
Todos  seremos  en  breve  so  tierra, 
El  propio  noblesce  merescimiento, 
E  quien  al  se  piensa,  yo  pienso  que  yerra. 


CAPITULO    XXVI  323 

De  la  real  é  imperial  dignidad  habla  con  ánimo  desengañado: 

Menospreciad  aquell'  alta  cumbre 
De  los  imperios  et  de  los  reynados,  , 

Pues  non  contiene  en  si  clara  lumbre, 
Nin  face  los  hombres  bienaventurados. 
Son  siempre  los  reys  llenos  de  cuidados 

Y  temen  aquellos  de  que  son  temidos, 
Son  con  amor  vero  de  pocos  amados, 
Nin  las  mas  veces  salen  de  gemidos. 

Los  malos  reyes,  aborrecidos  de  Dios  y  del  mundo,  los  privados 
infieles  y  mentirosos,  no  son  en  sus  versos  meras  abstracciones: 
son  los  causadores  de  la  ruina  de  su  padre,  quizá  los  asesinos  de  su 
hermana,  los  que  á  él  mismo  le  traían  proscrito  y  mendigando  el 
pan  del  destierro.  Si  en  los  palacios  le  persiguen  las  ensangrentadas 
sombras  de  los  suyos,  tan  poco  espera  nada  del  pueblo  ni  de  su 
vano  amor.  Le  llama  ingrato,  crudo  y  nefando,  ensalzador  de  los 
malos,  opresor  de  los  buenos,  que  no  sabe  amar  ni  desamar,  ni  hon- 
ra la  virtud  ni  se  cura  de  ella. 

V  su  pesimismo  no  es  meramente  político:  á  veces  se  mueve  en 
una  esfera  más  trascendental: 

Desear  los  fijos  parescen  engaños, 
Porque  sus  dolores  son  nuestro  dolor... 

Y  de  la  ingratitud  de  los  hijos  traza  este  cuadro  espantoso: 

Son  causa  los  fijos  de  males  muy  fuertes, 
A.  los  tristes  padres  que  Jos  engendraron, 

Y  lo  que  es  más  feo,  buscan  las  sus  muertes. 
Ya  muchas  veces  los  fijos  tentaron 

De  matar  sus  padres,  et  los  desterraron 
De  sus  altos  tronos  et  de  sus  reynados; 

Y  en  las  tinieblas  los  encarcelaron, 
De  su  mesmo  ser  muy  mal  recordados. 

Enérgicamente  condena  el  deseo  sobrado  de  largo  vivir;  y  la 
última  mitad  del  poema  no  es  ya  filosófica,  sino  ascética,  empezan- 
do el  poeta  por  rechazar  el  auxilio  de  las  musas  profanas,  que  su 
maestro  Juan  de  Mena  había  invocado  en  el  Laberinto: 


324  HISTORIA   DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

Id-vos  d'aquí,  Musas,  vos  que  en  Parnaso, 
Según,  los  poetas,  fecistes  morada; 
Id-vos  muy  allende  del  monte  Caucáso, 
Pues  no  sodes  dignos  d'aquesta  jornada, 
Nin  vuestra  ponzoña  será  derramada 
Con  la  su  dulceza  en  las  venas  mías; 
Ca  ser  no  me  plaze  de  vuestra  mesnada, 
Ni  soy  Omerista,  nin  sigo  sus  vías. 

Publicadas  casi  íntegras  estas  Coplas  en  nuestra  Antología,  no 
procede  aquí  dar  más  extractos  de  ellas,  bastando  decir  que  á  pesar 
de  la  flojedad  del  estilo  en  muchos  trozos,  y  de  las  incorrecciones 
de  lengua  y  versificación,  tolerables  al  cabo  en  pluma  forastera  (y 
algunas  de  las  cuales  quizá  puedan  achacarse  á  la  incuria  ortográ- 
fica de  Resende,  que  llenó  de  lusitanismos  las  poesías  castellanas  de 
su  colección),  ninguno  de  los  poetas  portugueses  que  en  el  siglo  xv 
escribieron  en  nuestra  lengua  hizo  cosa  mejor,  ni  quizá  se  encuen- 
tre en  todo  el  Cancioneiro  Geral  poesía  de  más  alto  sentido  y  de 
más  grave  entonación,  aun  prescindiendo  de  la  curiosidad  que  la 
da  el  nombre  de  su  autor. 

No  sabemos  fijamente  á  qué  año  corresponde  esta  exposición 
poética  de  las  máximas  de  Séneca,  coronadas  con  las  del  venerable 
Tomás  de  Kempis;  ni  si  precedió  ó  siguió  á  la  vuelta  del  Condesta- 
ble á  Portugal,  en  1457,  cuando  Alfonso  V,  apiadado  de  él  ó  quizá 
por  impulso  de  un  remordimiento,  consintió  en  levantarle  el  des- 
tierro. Narra  el  hecho  así  Ruy  de  Pina,  en  el  capítulo  138  de  su 
Crónica  de  D.  Alfonso  V:  «En  este  tiempo,  y  en  el  fervor  de  esta 
cruzada  (contra  los  moros  de  África)  andaba  aún  desterrado  en 
Castilla  el  señor  D.  Pedro,  que  con  mucha  paciencia  de  grandes  ne- 
cesidades y  desventuras,  que  en  su  destierro  soportaba,  y  con  una 
loable  templanza  que  en  sus  palabras  y  en  sus  obras  mostró  siem- 
pre para  el  reino  y  para  el  Rey,  obligó  y  conmovió  á  éste  para  que 
le  dejase  retornar  á  sus  reinos,  y  le  hiciese  aquella  honra  y  merced 
que  él  por  muchas  causas  merecía,  especialmente  porque  el  duque 
de  Braganza,  así  que  vio  la  muerte  de  la  Reina,  no  contradijo  la 
vuelta  del  Infante  con  tanta  insistencia  y  tanto  recelo  como  en  vida 
do  ella  hacía;  y  aunque  tenía  promesa  del   Rey  de  que  el  dicho 


CAPITULO   XXVI  325 

D.  Pedro,  en  vida  del  Duque,  no  viniese  sin  su  beneplácito  á  estos 
reinos,  desistió  de  ella.» 

Acompañó  el  Condestable  á  su  primo  y  cuñado  en  la  empresa 
de  Tánger,  y  se  hallaba  en  el  campamento  de  Ceuta  cuando  reci- 
bió una  inesperada  y  honrosísima  embajada,  que  parecía  torcer  el 
curso  de  sus  destinos,  hasta  entonces  tan  infaustos. 

Es  sabido  que,  después  de  la  muerte  del  Príncipe  de  Viana,  los 
catalanes  declararon  roto  el  juramento  de  fidelidad  que  habían 
prestado  á  D.  Juan  II  de  Aragón,  y  ofrecieron  la  corona  á  varios 
príncipes,  entre  ellos  á  Enrique  IV  de  Castilla,  ninguno  de  los  cua- 
les tuvo  resolución  para  aceptarla.  Entonces  se  acordaron  de  que 
en  Portugal  quedaba  sangre  de  sus  reyes,  y  determinaron  hacer  la 
misma  oferta  al  Condestable,  cuya  fama  de  valeroso  y  cumplido 
caballero  se  extendía  por  toda  España.  En  30  de  Octubre  de  1463 
zarparon  del  puerto  de  Barcelona  dos  galeras,  mandadas  por  el  hono- 
rable Rafael  Julia,  conduciendo  á  los  representantes  de  la  ciudad 
condal,  á  quienes  presidía  Mosén  Francisco  Ramis,  como  embaja- 
dor de  los  diputados  de  la  generalidad  y  Consejo  del  Principado. 
Era  portador  de  una  carta  en  que  los  catalanes  proclamaban  por  su 
rey  y  señor  al  Condestable:  <¡.ab  integritat  de  leys  e  libertáis,  com 
aquell  al  qual  justicia  acompanye  devant  tots  altres  per  esser  la  pro- 
pria  carn  devallant  de  la  recta  linea  del  excellent  rey  Nanfós  lo  bc- 
nigne  axi  en  les  croniques  intitúlate,  y  le  exhortaban  á  tomar  pose- 
sión del  Reino. 

No  titubeó  ni  un  momento  el  caballeresco  espíritu  del  príncipe  en 
arrojarse  á  una  empresa  tan  erizada  de  peligros  y  dificultades,  pues- 
to que  tenía  que  conquistar  por  fuerza  de  armas  el  reino  que  se  le 
ofrecía,  luchando  con  uno  de  los  más  astutos  políticos  y  más  exce- 
lentes soldados  que  en  su  tiempo  había.  Se  embarcó,  pues,  para 
Cataluña,  y  después  de  una  trabajosa  navegación  de  cerca  de  tres 
meses,  arribó  á  la  playa  de  Barcelona  el  21  de  Enero  de  1464.  La 
pompa  de  su  entrada  está  largamente  descrita  en  el  Dietario  de  la 
Diputación,  y  en  el  segundo  de  los  libros  de  solemnitats  que  guarda 
el  Archivo  Municipal  de  Barcelona,  y  que  ha  dado  á  conocer  (con 
tantos  otros  preciosos  documentos  relativos  á  nuestro  poeta)  el  se- 
ñor Balaguer  y  Merino. 


326  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

El  domingo  13  de  Enero  juró  el  Condestable  los  fueros  y  privi- 
legios del  Reino,  y'no  fué  tardío  ni  remiso  en  cumplir  su  juramento 
de  defenderlos,  á  pesar  de  la  traidora  enfermedad  que  iba  minando 
su  existencia.  Poco  más  de  dos  años  duró  su  efímero  reinado,  pero 
en  ellos  desplegó  grande  actividad  como  gobernante,  del  modo  que 
lo  testifican  los  copiosos  registros  de  su  cancillería;  y  probó  una  vez 
y  otra  el  trance  de  las  armas,  con  varia  fortuna,  pero  siempre  con 
créditos  de  bizarro  y  animoso,  hasta  que  la  suerte  se  le  declaró  de 
todo  punto  adversa  ante  las  puertas  de  la  villa  de  Calaf,  donde  fué 
completamente  derrotado  en  batalla  campal  el  1 8  de  Febrero  de 
1465  por  el  Conde  de  Prades,  con  quien  hacía  sus  primeras  armas 
el  infante  que  fué  luego  Fernando  el  Católico.  En  esta  terrible  de- 
rrota cayeron  prisioneros  los  más  notables  partidarios  del  rey  intru- 
so, tales  como  el  vizconde  de  Rocaberti,  el  de  Roda,  un  D.  Pedro 
de  Portugal,  primo  hermano  del  Condestable,  el  gobernador  de  Ca- 
taluña mosén  Garau  de  Servelló,  Bernardo  Gilabert  de  Cruylles,  y 
otros  muchos. 

Derrotado  el  Condestable,  se  replegó  á  Manresa,  y  de  allí  pasó 
sucesivamente  á  Granollers,  Hostalrich,  Castellón  de  Ampurias  y 
Torroella  de  Montgrí,  dirigiéndose  por  fin  al  Ampurdán,  donde 
puso  sitio  á  La  Bisbal,  rindiéndola  por  fuerza  de  armas  en  7  de 
Junio. 

Este  fué  su  último  triunfo:  la  fortuna  le  había  vuelto  resuelta- 
mente la  espalda:  su  candidez  diplomática  contrastaba  con  la  pro- 
funda sagacidad  de  D.  Juan  II,  que  cada  día  le  iba  robando  partida- 
rios y  sembrando  la  división  en  su  campo.  Su  ánimo  estaba  pos- 
trado, y  además  las  fatigas  de  la  campaña  habían  desarrollado 
rápidamente  el  germen  de  la  tisis  que  le  consumía.  Sus  días  estaban 
contados,  pero  todavía  soñaba  con  buscar  nuevos  auxiliares  á  su 
causa,  contrayendo  matrimonio  con  una  hermana  del  rey  de  Ingla- 
terra, parienta  suya  por  parte  de  su  abuela  paterna  doña  Felipa  de 
Lancastre:  y  hasta  llegó  á  enviar  en  arras  á  su  futura  un  diamante 
engarzado  en  un  anillo  de  oro,  según  de  documentos  del  Archivo 
de  la  Corona  de  Aragón  resulta,  constando  asimismo  el  precio  en 
que  fué  comprada  tan  rica  joya. 

Ruy  de  Pina,  que  escribía  lejos  y  estaba  mal  informado,  echó  á 


CAPITULO    XXVI  327 

correr  la  especie,  entonces  inevitable  cuando  se  trataba  de  la  muerte 
de  algún  soberano,  de  que  ,el  Condestable  había  sido  envenenado. 
No  hay  para  qué  detenerse  en  refutar  semejante  calumnia:  el  Con- 
destable sucumbió  á  la  mortal  consunción  que  le  aquejaba,  el  29  de 
Junio  de  1466,  en  la  villa  de  Granollers,  á  los  35  años  de  su  edad, 
otorgando  el  mismo  día  de  su  fallecimiento  un  muy  prolijo  y  mi- 
nucioso testamento,  que  ya  Zurita  extractó  en  sus  Anales,  y  que  ín- 
tegro puede  leerse  en  la  monografía  que  principalmente  nos  sirve 
de  apoyo.  Conforme  á  esta  postrera  voluntad  suya,  fué  enterrado 
en  la  iglesia  de  Santa  Alaría  del  Mar  de  Barcelona,  con  funerales 
verdaderamente  regios;  y  allí  descansa,  aunque  no  en  el  altar  mayor 
como  él  dispuso,  por  haber  sufrido  renovación  en  épocas  de  mal 
gusto  el  pavimento  de  aquel  hermosísimo  templo.  El  sepulcro  del 
Condestable  no  tiene  inscripción  alguna,  pero  sí  una  notable  esta- 
tua yacente,  obra  del  escultor  Juan  Claperós,  que  representa  á  don 
Pedro  con  las  manos  cruzadas  sobre  el  pecho  y  un  libro  entre  ellas, 
que  si  no  es  símbolo  del  libro  de  la  vida,  puede  ser  testimonio  de 
los  gustos  literarios  del  Infante. 

El  cual  no  fué  solamente  poeta,  sino  también  erudito,  bibliófilo 
y  numismático.  Poseyó  una  biblioteca  de  96  códices,  número  muy 
respetable  para  su  tiempo;  á  los  cuales  se  refiere  en  un  documento 
dirigido  al  Obispo  de  Vich:  libros  nostros  tam  de  theologia,  strologia, 
pliilosophia  et  poesía,  quam  de  istoriis  vulgaribus  in  cathalana,  fran- 
cigena  aut  portugalensi  vel  latina  ant  aliis  quibusvis  liuguis  descrip- 
tos  et  continuatos.  Tuvo  además  un  monetario  bastante  copioso,  te- 
catium  illud  de  monetis  sive  de  medallis  antiqnis:  generosa  y  culta 
afición  que  habían  tenido  también  el  magnánimo  Alfonso  V  y  su 
sobrino  el  Príncipe  de  Viana,  y  quizá  antes  que  ellos  el  Conde  de 
Urgel  D.  Pedro,  bisabuelo  del  Condestable;  si  bien  de  éste  parece, 
por  lo  que  cuenta  Lorenzo  Valla,  que  aunque  tenía  en  su  tesoro 
monedas  de  diversas  regiones  y  tierras,  y  en  tanta  cantidad  que 
admiraba  á  los  que  las  veían,  y  entre  ellas  más  de  cuarenta  ma- 
neras y  especies  de  monedas  de  oro,  no  eran  antiguas,  sino  moder- 
nas y  corrientes,  y  no  las  reunía  por  honesto  estudio  arqueoló- 
gico, sino  por  desenfrenada  codicia,  «metiéndolas  por  fuerza  en 
»sus  escritorios,  de  canto  y  de  ringlera,  apretándolas  y  éntreme- 


328  HISTORIA    DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

»tiéndolas  con  martillo»,  según  dice  Monfar,  el  cronista  de  la  casa 
de  Urgel  (1) 

El  inventario  de  los  libros  del  Condestable  existe,  por  fortuna, 
entre  los  protocolos  del  Archivo  Municipal  de  Barcelona  (2),  y  si 
bien  inferior  en  número  de  volúmenes  á  otras  bibliotecas  de  su 
tiempo,  tales  como  la  de  la  Reina  Doña  María  de  Aragón,  la  del 
Príncipe  de  Viana  y  la  del  Rey  de  Portugal  D.  Duarte,  es  notable 
por  la  variedad  de  materias  y  aun  de  lenguas,  habiendo  códices  la- 
tinos, franceses,  toscanos,  portugueses,  catalanes  y  castellanos,  en- 
tre los  cuales  figuran  algunas  obras  al  parecer  desconocidas,  tales 
como  una  traducción  portuguesa  de  Suetonio,  un  libro  en  vulgar 
catalán  titulado  La  contemplada  de  la  Reyna,  otro  también  en  cata- 
lán, aunque  con  título  latino,  Speculum  ecclesiae  mnndi,  unos  Meta- 
inorf óseos  de  Ovidio  en  castellano,  al  parecer  más  antiguos  que  nin- 
guno de  los  que  tenemos,  un  Valerio  Máximo  castellano,  también 
anterior  al  de  Urríes,  y  otras  curiosidades;  observándose  que,  á  pe- 
sar de  las  aficiones  poéticas  del  Príncipe,  predominaban  en  su  co- 
lección las  obras  históricas  (rasgo  común,  por  otra  parte,  á  todas 
las  grandes  bibliotecas  de  este  tiempo),  sin  que  aparezcan  más  li- 
bros de  poesía  que  uno  en  francés  de  las  Cien  baladas,  el  original 
de  la  Sátira  del  contemplo  del  mundo  del  mismo  Príncipe  con  su 
glosa,  y  el  Cancionero  que  le  había  regalado  el  Marqués  de  Santi- 
llana.  Desgraciadamente,  el  notario  que  hizo  el  catálogo  anduvo  tan 
cuidadoso  en  describirlas  encuademaciones  de  los  libros,  como  ne- 
gligente en  indicar  sus  títulos,  y  hay  algunos  de  ellos  de  que  no  da 
más  señas  que  las  primeras  y  las  últimas  palabras. 

La  noble  personalidad  de  este  Príncipe  tan  culto  y  humano,  obs- 
curece bastante  á  los  demás  poetas  portugueses  del  Cancionero  de 
Resende  que  compusieron  algunos  versos  castellanos.  Por  otra  par- 
te, ninguna  de  sus  obras  tiene  la  importancia  del  poema  del  Menos- 
precio del  mundo  ó  de  la  Sátyra  de  felice  é  infelice  vida,  por  lo  cual 
procederemos  mucho  más  rápidamente  en  su  enumeración  y  estu- 

(1)  Tomo  n  CX  de  los  Documentos  del  Archivo  de  la  Corona  de  Aragón),  pá- 
gina 249. 

(2)  Le  ha  publicado  el  Sr.  Balaguer  y  Merino,  en  la  Memoria  tantas  veces 
citada. 


CAPITULO    XXVI  329 

dio.  Prescindiré  de  algunas  poesías  que  también  el  Cancionero  con- 
tiene, escritas  por  trovadores  castellanos,  tales  como  Juan  Rodrí- 
guez de  la  Cámara  y  Juan  de  Mena,  que  quizá  no  han  sido  recogi- 
das en  sus  obras,  pero  que  de  todos  modos  valen  muy  poco,  y  sólo 
sirven  para  comprobar  la  íntima  fraternidad  literaria  entre  los  poe- 
tas de  ambos  reinos.  Vemos,  por  ejemplo,  que  Mena  y  Rodríguez 
del  Padrón  terciaron  en  la  interminable  contienda  sobre  el  cuy  dar 
y  el  suspirar,  promovida  entre  Jorge  de  Silveira  y  Ñuño  Pereyra, 
servidores  uno  y  otro  de  la  señora  Doña  Leonor  de  Silva.  En  este 
torneo  poético  tomaron  parte  casi  todos  los  ingenios  del  Cancio- 
nero, y  sus  insípidas  sutilezas  sobre  este  problema  de  Casuística 
amorosa,  llenan  totalmente  los  i  5  primeros  folios  del  Cancionero. 
Abre  la  serie  de  los  poetas  bilingües  coleccionados  por  Resende, 
D.  Juan  de  Meneses,  caballero  de  noble  prosapia,  mayordomo  ma- 
yor de  los  Reyes  D.  Juan  lí  y  D.  Manuel,  primer  conde  de  Tarou- 
ca,  séptimo  gobernador  y  capitán  general  de  Tánger,  donde  se  se- 
ñaló bizarramente  por  sus  empresas  contra  los  moros  fronterizos. 
Costa  é  Silva  (i)  le  concede  grandes  ventajas,  como  poeta,  sobre  sus 
contemporáneos,  por  lo  bien  torneado  de  los  versos,  la  agudeza  de 
los  pensamientos,  la  belleza  de  las  rimas  y  la  gracia  de  la  expresión. 
Tengo  por  muy  exagerados  tales  elogios,  y  ni  en  castellano  ni  en 
portugués  hallo  que  saliese  de  la  rutina  cortesana  que  en  su  tiempo 
pasaba  por  poesía.  Los  motes  que  glosó  para  varias  damas  de  pala- 
cio (Doña  Felipa  de  Villena,  Doña  Juana  de  Sousa,  Doña  Leonor 
Mascarenhas,  Doña  Guiomar  de  Castro,  Doña  María  de  Mello,  etc.) 
son  un  nuevo  dato  que  confirma  el  predominio  creciente  de  la  ¡n- 
fluencia  castellana  entre  las  clases  aristocráticas  de  Portugal,  puesto 
que  los  motes  están  en  nuestra  lengua  y  las  glosas  también.  En  ciertas 
coplas  de  D.  Juan  de  Meneses,  se  halla  un  verso  que  luego  adquirió 
gran  celebridad,  por  haberle  glosado  á  lo  divino  Santa  Teresa  de  Jesús: 

Porque  es  tormento  tan  fiero 
La  vida  de  mí,  cativo, 
Que  no  vivo  porque  vivo, 
Y  muero  porque  no  muero. 

(1)     Ensato  biogiaphico-crilico  sobre  os  melhores  poetas  portugueses,  por  José 
María  da  Costa  ¿Silva.  (Lisboa,  1850.)  Tomo  i,  pág.  194. 


330  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Por  la  rúbrica  de  una  de  sus  canciones,  consta  que  D.  Juan  de  Me- 
neses  estuvo  en  Castilla,  donde  trabó  amistad  con  el  Conde  de  Fuen- 
salida. 

Poeta  mucho  más  importante,  sobre  todo  por  la  luz  que  dan  sus 
versos  sobre  algunos  sucesos  y  costumbres  de  su  tiempo,  es  Fernán 
de  Silveira,  más  conocido  por  su  título  palatino  de  Condell-Moor, 
que  sirve  además  para  distinguirle  de  otros  poetas  de  su  familia, 
pues  son  nada  menos  que  trece  los  que  llevan  este  apellido  en  el 
Cancionero  de  Resende.  Pero  la  mayor  y  mejor  parte  de  las  com- 
posiciones de  este  feliz  ingenio,  que  fué  además  íntegro  magistrado 
y  mereció  de  la  severidad  de  D.  Juan  II  el  honroso  apodo  de  el 
Bueno,  están  en  su  nativa  lengua  portuguesa,  descollando  por  su 
valor  histórico  las  coplas  que  dirigió  á  su  sobrino  García  de  Mello 
dándole  reglas  para  el  trato  de  palacio:  especie  de  manual  de  cor- 
tesía en  el  estilo  del  ensenhamen  provenzal  de  Amaneo  des  Escás,  ó 
del  Doctrinal  de  gentileza  que  entre  nosotros  compuso  el  Comenda- 
dor Ludeña.  En  castellano  apenas  tiene  más  que  una  glosa  sobre 
este  mote  ajeno:  «.mis  querellas  he  vencido.-» 

Curiosas  por  su  extravagancia  son  las  pocas  composiciones  cas- 
tellanas de  Alvaro  de  Brito  Pestaña,  que  en  la  sátira  portuguesa 
aventajó  á  todos  los  poetas  del  Caucioneiro,  como  lo  prueban  las 
notabilísimas  coplas  al  regidor  Luis  Fogaca  sobre  los  malos  aires  de 
Lisboa  y  el  modo  de  sanearla.  Su  nombre  va  tristemente  unido  á  la 
celada  de  Alfarrobeira,  en  que  dio  la  señal  del  combate  como  capi- 
tán de  los  arcabuceros  del  Rey.  Disfrutó  desde  entonces  de  gran 
favor  en  Palacio,  y  fué  uno  de  los  caballeros  que  en  145 1  acompa- 
ñaron á  la  Infanta  Doña  Leonor,  hermana  de  Alfonso  Y,  cuando  fué 
á  casarse  con  Federico  III,  Emperador  de  Alemania.  Pero  su  estre- 
lla declinó  en  tiempo  de  D.  Juan  II,  que  siempre  miró  con  malos 
ojos  á  cuantos  habían  tomado  parte  en  la  ruina  del  Infante  su  abue- 
lo. Entonces  buscó,  según  parece,  la  protección  de  los  Reyes  Cató 
lieos,  en  loor  de  los  cuales  compuso  unas  disparatadas  coplas  que 
se  pueden  leer  de  sesenta  y  cuatro  maneras,  con  la  gracia  especial 
de  que  todas  las  palabras  do  cada  estrofa  empiezan  con  la  misma 
letra:  artificio  métrico  sumamente  ingrato  al  oído,  como  puede  juz- 
garse por  esta  muestra: 


CAPITULO   XXVI  33I 

Esclareces,  ensalzada, 
En  Europa,  elegida, 
Esperante,  esperada, 
Estrella  esclarecida. 
Esplendor  espiritual, 
Electa,  espectativa, 
Especta,  executiva, 
Extrema,  esencial. 

Alarde  de  mal  gusto,  sólo  comparable  con  el  del  humanista  que 
llamándose  Publio  Porcio  compuso  el  poema  latino  Pugna  porcorum, 
en  que  todas  las  palabras  empiezan  con  P,  semejando  toda  la  obra 
un  perpetuo  gruñido. 

Aunque  tan  apasionado  de  nuestra  gran  Reina,  cuando  el  Ropero 
Antón  de  Montoro  salió  con  aquellas  coplas  de  sacrilega  adulación: 

Alta  Reina  soberana, 
Si  fuéssedes  antes  vos 
Que  la  hija  de  Santa  Ana, 
De  vos  el  fijo  de  Dios 
Recibiera  carne  humana; 

Alvaro  de  Brito  lanzó  contra  él  una  formidable  sátira,  en  que  le  de- 
nuncia como  hereje  y  judaizante,  y  le  amenaza  con  el  fuego  del 
Santo  Oficio,  que  ya  le  hubiera  abrasado  (dice)  si  hubiese  osado  es- 
cribir tales  cosas  en  Portugal.  No  sabemos  si  fué  sólo  el  celo  reli- 
gioso el  que  dictó  esta  invectiva,  ó  si  tuvo  más  parte  en  ella  el 
humor  cáustico  y  maldiciente  del  autor,  cuya  genialidad  literaria 
era  muy  parecida  ala  del  Conde  de  Villamediana,  reduciéndose  la 
mayor  parte  de  sus  versos  á  injurias  y  dicterios  personales,  que  no 
dicen  mucho  en  pro  de  los  buenos  sentimientos  de  su  autor. 

Más  simpático  es  otro  poeta  del  mismo  apellido,  Duarte  de  Brito, 
en  quien  la  nota  elegiaca  predomina,  siendo  además  uno  de  los  ra- 
rísimos poetas  del  Cancionero  que  cultivan  la  visión  dantesca,  aun- 
que su  imitación  es  de  segunda  mano,  pues  más  bien  que  en  la  Di- 
vina Comedia,  se  inspira  en  sus  imitadores  castellanos.  Su  principal 
composición  portuguesa  es  un  Infierno  de  los  Enamorados,  en  que 
sigue  las  huellas  de  Juan  Rodríguez  del  Padrón  y  del  Marqués  de 
Santillana,  imitados  á  su  vez  en  Castilla  por  Guevara  y  Garci  San- 


332  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

chez  de  Badajoz,  contemporáneos  de  Duarte  Brito.  Teófilo  Braga  (i) 
le  califica  de  poeta  platónico,  casuista  sentimental,  melancólico,  y 
amante  de  personificaciones  y  alegorías.  Hay  en  este  poemita  ame- 
nas descripciones  y  versos  muy  agradables;  el  diálogo  del  ruiseñor 
con  el  poeta,  parece  un  eco  lejano  de  la  musa  provenzal: 

Dois  tristes  afortunados, 
Debaixo  das  verdes  ramas, 
Estando  muito  penados, 
De  prazer  desesperados, 
Falando  em  nossas  damas, 
Ouvimos  cantar  urna  ave, 
Qu'em  seu  canto  parecía 
Roussinol, 

Manso,  doce,  muí  soave, 
Per  muí  alta  melodía, 
Per  bemol. 

La  lengua,  en  éste  y  en  otros  poetas  del  Cancionero,  está  tan  pe  - 
netrada  de  castellanismos,  que  muchas  veces  duda  uno  si  lee  por- 
tugués ó  castellano.  Pero,  además,  tiene  una  docena  de  poesías  en- 
teramente castellanas,  todas  ellas  eróticas:  bien  versificadas,  aunque 
poco  correctas  en  la  dicción,  y  de  tono  muy  apasionado: 

|Oh  vida  de  mis  dolores, 
Oh  dolor  de  mis  cuidados, 
Cuidados  de  mis  amores, 
De  tormentos  matadores 
Y  males  desesperados! 

¡Oh  cuánto  mejor  me  íueía 
No  ver  vuestra  fermosura! 
Ni  por  vos  no  me  perdiera, 
Ni  pesar  no  me  metiera 
En  poder  de  tal  tristura. 

¡Oh  vida  tan  dolorida, 
De  vida  muerte  tornada, 
Oh  muerte  tanto  querida, 
De  esperanza  convertida 
En  vida  desesperada! 

(i)     En  el  ya  citado  libro  de  los  Poetas  palacianos,  pág.  336. 


CAPITULO   XXVI  333 

¡Oh  muerte,  cómo  no  vienes 
Á  dar  cabo  á  vida  tal! 
Que  la  vida  en  que  me  tienes 
Es  la  muerte  de  mis  bienes, 
Vida  de  todo  mi  mal... 

Con  tantos  males  guerreo, 
Señora,  por  te  servir, 
Que  la  muerte  del  vevir 
Es  la  vida  del  deseo. 


De  ti  siempre  fui  ferido 
Con  tormento, 

Mas  nunca  del  mal  que  siento 
Socorrido. 

Mi  daño  sin  compasión, 
Con  dolor  nunca  se  mengua: 
No  sabe  decir  mi  lengua 
Lo  que  siente  el  corazón... 

¡Oh  fuente  de  crueldad, 
De  lloros  y  sentimientos, 
Robo  de  mi  libertad, 

Y  soledad 

De  mis  tristes  pensamientos! 
¡Fuego  mortal  encendido, 
Que  en  mí  todo  te  derramas, 

Y  penetras  con  gemido!... 


lín  una  de  estas  poesías,  encontramos  también  el  famoso  verso 
de  la  glosa  de  Santa  Teresa: 

♦ 
Y  con  tanto  mal  crecido 

Como  son  vuestras  cruezas, 

Que  por  vos  triste  cativo, 

Ya  no  vivo  porque  vivo, 

Y  muero  porque  no  tunero. 

Se  trata  evidentemente  de  un  lugar  común  de  la  poesía  trovado- 
resca del  siglo  xv,  y  no  creo  que  ni  D.  Juan  de  Metieses  ni  Duarte 
Brito  le  inventasen. 

Todas  estas  amorosas  quejas  iban  dirigidas  á  una  doncella  de  San- 
tarem,  llamada  Doña  Elena,  en  obsequio  de  la  cual  compuso  el  poeta 


334  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

los  versos  portugueses  de  más  sentimiento  que  hay  en  este  Can- 
cionero: bastante  análogos  á  otros  del  trovador  castellano  Guevara: 

¡Oh  campos  de  Santarem, 
Lembrangas  tristes  de  mym... 

Después  del  Condestable  de  Portugal,  el  más  notable  de  los  in- 
genios cuyos  versos  castellanos  nos  da  á  conocer  Resende,  es  Don 
Juan  Manuel,  cuyas  trovas,  por  un  error  inexplicable,  y  que  arguye 
la  más  profunda  ignorancia  de  nuestra  historia  poética,  han  sido  ci- 
tadas alguna  vez  como  del  infante  castellano  del  siglo  xiv.  Tampo- 
co debe  confundírsele  con  otro  caballero  contemporáneo  y  homó- 
nimo suyo,  que  fué  gran  privado  de  Felipe  el  Hermoso.  El  D.  Juan 
Manuel  portugués  era  hijo  natural  del  obispo  de  Guarda,  y  nieto 
del  rey  D.  Duarte.  Fué  alcaide  de  Santarem,  Camarero  mayor  de 
Palacio  en  tiempo  del  rey  D.  Manuel,  y  vino  de  embajador  á  Cas- 
tilla para  negociar  el  matrimonio  de  aquel  soberano  con  la  Prince- 
sa Isabel,  hija  de  los  Reyes  Católicos.  Sus  mejores  poesías  están  en 
nuestra  lengua,  y  hay  entre  ellas  una  de  interés  histórico,  á  la 
muerte  del  Príncipe  D.  Alfonso, 

que  cayó  de  un  mal  caballo, 
corriendo  en  un  arenal, 

y  en  quien  se  frustraron  las  esperanzas  de  la  próxima  unión  de  los 
dos  reinos,  retardada  una  y  otra  vez  por  el  hado  adverso.  Pierden 
mucho  las  estancias  de  arte  mayor  de  D.  Juan  Manuel  cotejadas 
con  el  romance  verdaderamente  inspirado  que  esta  catástrofe  dictó 
r¡  Fr.  Ambrosio  Montesino,  ó  como  quieren  otros,  á  un  incógnito 
poeta  popular,  pero  aventaja  sin  duda  á  la  de  Alvaro  de  Brito  a! 
mismo  asunto  (i)  y  á  la  más  tardía  de  Jorge  Ferreira  de  Vasconce- 

(i)  Hállase  también  en  el  Cancionero  de  Resende,  y  tiene  forma  métrica 
bastante  parecida  á  la  del  romance: 

Morto  he  o  bem  d'Espanha, 
Nosso  príncipe  rreaL 
Chora,  chora  Portugal, 
Choremos  per  3a  tamanha... 


capitulo  xxvi  335 

líos  (i).  La  imitación  de  Juan  de  Mena  es  patente,  en  fondo  y  forma, 
en  las  estancias  del  Comendador  Mayor,  y  aun  hay  algún  detalle 
evidentemente  tomado  del  episodio  de  la  muerte  de  Lorenzo  Dá- 
valos,  aquel  que  con  tanto  recelo  criaba  su  madre: 

¡Guay  de  la  madre,  que  vio  tan  aina 
El  bien  de  su  vida  assí  fenecer, 
A  quien  solorgía  (2),  saber,  medicina, 
Poder  nin  riquezas  pudieron  valer- 


La  sinceridad  del  sentimiento  por  la  muerte  de  su  señor,  sin  mez- 
cla de  adulación  palaciega,  inspira  á  veces  felizmente  al  poeta,  y  le 
hace  exclamar  con  apasionado  acento: 

;Oué  fué  de  la  vuestra  tan  linda  estatura, 
Que  tanto  excedía  las  otras  del  mundo, 
La  frente  serena  del  rostro  jocundo? 
¿Que  fué  de  la  vuestra  hermosa  figura? 
¿A  dó  fallaremos  á  la  fermosura 
De  los  vuestros  ojos  tan  mucho  estremados? 
Vayamos,  seguidme,  ¡oh  desventurados! 
Rompamos,  rompamos,  la  su  sepultura. 


Á  ver  si  hallaremos  las  sus  lindas  manos, 
Por  muchas  mercedes  de  todos  besadas. 
¡Oh  fiestas  malditas,  desaventuradas, 
Que  luego  tan  presto  vos  habéis  tornado 

(1)  Hállase  en  su  Memorial  das  proezas  dos  -^avalleiros  da  Tavola  Redon- 
da, especie  de  libro  de  caballerías,  en  que  intercala  varios  romances.  Es 
«imposición  erudita  y  prosaica.  Lleva  por  título  Romance  cantado  d  ¿res 
vozes,  (¡ne  se  refere  d  mor  te  do  principe  Don  Alfonso,  fillio  de  El  rei  Don  Jado  [I 
e  seu  único  successor.  T.  Braga  lo  reprodujo  en  su  Floresta  de  varios  romances. 
(Porto,  1869.) 

En  la  poesía  popular  de  las  Islas  Azores,  quedan  vestigios  del  romance  de 
Montesino,  que,  aunque  intercalados  hoy  en  canciones  de  otro  asunto,  prue- 
ban la  honda  impresión  que  en  los  contemporáneos  debió  de  hacer  aquella 

catástrofe: 

Vosso  marido  lie  raorto — odiu  no  areal. 

RebenLou  o  fcl  no  corpo— en  duvida  de  escapar, 

(2)  Cirugía. 


336  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

En  lloro  el  placer,  en  xerga  el  brocado, 
Las  danzas  en  otras  muy  desatinadas. 

¡Oh  alta  princesa,  la  más  virtuosa 
Que  vieren  ni  vieron  jamás  los  humanos, 
Del  vuestro  marido  sin  fin  deseosa, 
Sin  fin  deseada  de  los  Lusitanos! 
Nefanda  fortuna  y  casos  mundanos 
Por  nuestros  pecados  han  deliberado 
De  los  vuestros  brazos  ser  arrebatado, 

Y  puesto  de  donde  le  coman  gusanos. 

¡Cuan  próspero  fuera  quien  fuera  delante, 
Por  no  ver  la  cumbre  de  tanta  tristura, 

Y  participara  de  su  sepultura 
Quien  fué  de  su  cámara  participante! 


Hay  en  esta  composición  una  admirable  sentencia,  digna  de  ser 
más  conocida  de  lo  que  es,  porque  puede  decirse  que  cifra  en  dos 
palabras  toda  la  psicología  del  amor: 

Que  el  ánima  nuestra  allí  suele  estar 
Más  donde  ama  que  no  donde  anima. 

Compuso  D.  Juan  Manuel  muchos  versos  de  amores,  en  que  no 
sólo  hay  ingenio  y  sutileza,  sino  de  vez  en  cuando  lumbres  y  mati- 
ces poéticos  dignos  de  mejor  escuela,  y  que  compiten  con  lo  más 
selecto  de  Guevara  y  Garci-Sánchez  de  Badajoz,  príncipes  de  la 
musa  erótica  en  aquel  fin  de  siglo: 

La  vuestra  forma  excelente, 
Que  mi  memoria  retiene, 
Ante  mis  ojos  se  viene 
Como  si  fuese  presente: 
Y  con  esto  mi  sentido 
A  mi  triste  entendimiento 
Deja  triste  y  afligido, 
Tan  cercano  de  tormento, 
Como  apartado  de  olvido. 


Aquellos  lugares  todos 
Do  vos  vi  y  ya  no  os  veo, 


CAPITULO    XXVI  337 

Por  cien  mil  vías  y  modos 
Cada  hora  los  rodeo... 

Las  sierras  por  donde  andamos, 
Ahora  sin  vos  las  ando; 
Allí  donde  descansamos, 
Allí  muero  sospirando. 
Los  verdes  prados  y  ríos 
Es  forzado  que  acrecienten 
Tanto  los  dolores  míos, 
Que  no  sé  cómo  se  cuenten 
Que  no  diga  desvarios. 

No  sé  quién  padecerá 
En  infierno  más  tormento, 
Ni  qué  fuego  quemará 
Más  que  aqueste  pensamiento. 
¡Oh  memoria  de  mi  bien, 
Llorada  noches  y  días! 
¡Oh  vos,  señora,  por  quien 
No  creo  que  Jeremías 
Más  lloró  Jerusalén! 

La  música  que  solía 
Mis  cuidados  amansar, 
Agora  multiplicar 
Los  ha  fecho  en  demasía. 
Si  digo  alguna  canción 
Que  dije  naquellos  días, 
Soy  en  tanta  alteración, 
Que  no  las  lágrimas  mías 
Sufren  disimulación. 

Imitador  declarado  de  Juan  de  Mena  en  las  composiciones  de  más 
grave  argumento,  le  superó,  á  mi  ver,  en  el  poemita  de  Los  siete 
pecados  mortales,  menos  didáctico  y  menos  árido  que  su  modelo,  y 
amenizado  en  lo  posible  con  ingeniosas  alegorías  y  elegantes  des- 
cripciones. 

No  creo  necesario  hacer  particular  estudio  de  los  versos  del 
Conde  de  Vimioso,  de  Antonio  Méndez  de  Portalegre,  de  un  cierto 
Ferreira  (no  el  clásico  Dr.  Antonio),  que  tuvo  la  honra  de  que  Sá 
de  Miranda  glosase  una  cantiga  suya,  de  Fernán  Brandam,  de  Jorge 
Resende,  del  estribero  mayor  del  Rey,  Francisco  Ornen,  de  Duarte 

Meskkdez  t  PjttAYO. — Ponía  cotidiana    III. 


33^  HISTORIA   DE  LA   POESÍA   CASTELLANA 

de  Resende,  y  otros  muchos;  porque  nada  hay  en  ellos  de  particular 
y  característico.  Pero  no  sucede  lo  mismo  con  los  de  Luis  Enríquez, 
hidalgo  servidor  de  la  casa  de  Braganza,  el  cual  en  castellano  y  en 
portugués  tuvo  aspiraciones  épicas,  y  apartándose  de  los  lugares 
comunes  de  la  frivolidad  cortesana,  cantó  con  noble  aliento  la  con- 
quista de  Azamor  (1513),  en  estancias  de  Juan  de  Mena,  y  lloró  en 
coplas  de  Jorge  Manrique  la  desastrada  muerte  del  príncipe  D.  Al- 
fonso. Esta  elegía,  aunque  muy  incorrecta  en  el  lenguaje,  y  afeada 
por  falsas  rimas  (vicio  frecuente  en  el  Cancionero,  por  no  haber 
atendido  estos  poetas  como  debían  á  la  diferencia  de  pronunciación 
entre  las  dos  lenguas  que  simultáneamente  manejaban),  no  carece 
de  fuerza  patética  en  algunos  lugares,  y  se  ve  que  el  autor  busca 
cierto  efecto  dramático,  poniendo  doloridos  plantos  en  boca  del 
Rey,  de  la  Reina  y  de  la  Princesa;  pero  á  pesar  de  todo  este  apa- 
rato y  de  las  sentencias  que  oportunamente  saca  de  Job  y  de  los 
Profetas,  resulta  declamador  y  lánguido  si  se  le  compara  con  don 
Juan  Manuel,  y  sobre  todo  con  la  trágica  concisión  del  romance 
castellano.  Luis  Enríquez  parece  haber  vivido  algún  tiempo  en  Va- 
lencia, y  en  obsequio  de  una  señora  de  aquel  reino  compuso  un 
devoto  poemita  sobre  la  oración  del  huerto. 

Las  relaciones  de  los  portugueses  con  la  corona  de  Aragón,  tenían 
que  ser  menos  íntimas  y  frecuentes  que  con  Castilla,  pero  el  Can- 
cionero de  Resende  prueba  que  también  las  había,  como  lo  indica  el 
curioso  pleito  burlesco  sostenido  en  Zaragoza  entre  varios  trovado- 
tes  de  ambos  reinos  sobre  ciertas  calzas  de  chamelote  que  sacó  por 
invención  y  gala  Manuel  de  Noronha. 

Muy  rara  vez  emplean  los  poetas  del  Cancioneiro  el  verso  de  arte 

mayor.  Como  la  mayor  parte  de  sus  composiciones  pertenecen  al 

género  llamado  de  sociedad,  y  son   más  bien  galanterías  rimadas 

que  obras  seriamente  poéticas,  prefieren  en  ellas  los  metros  cortos, 

que  generalmente  manejan  con  facilidad.  Véanse  estas  endechas  del 

Prior  de  Santa  Cruz: 

Lloran  mis  ojos 

Y  mi  corazón 

Con  mucha  razón. 

Lloran  mi  pena, 

Mi  mal  no  fingido, 


capitulo  xxvr.  339 

Mi  dicha  no  buena, 
Tan  lexos  d'olvido. 
Murió  mi  sentido 
De  viva  pasión 
Con  mucha  razón... 

Casi  todas  las  secciones  del  Cancionero  de  Hernando  del  Castillo 
tienen  representación  en  el  de  Resende,  que  es,  por  decirlo  así,  una 
duplicación,  ó  más  bien  un  suplemento  de  aquél.  Las  letras  de  jus- 
tadores (i),  los  porqués  rimados,  y  por  supuesto  los  versos  de  bur- 
las, que  aquí  generalmente  no  son  más  que  insulsos:  rara  vez  sucios 
ni  deshonestos.  El  gracejo  consiste  principalmente  en  los  apodos, 
para  lo  cual  Enrique  da  Motta  descubre  un  ingenio  satírico  muy 
análogo  al  de  Antón  de  Montoro.  Todas  las  poesías  de  esta  clase 
están  en  portugués,  y  abundan  en  felices  idiotismos  populares;  pero 
aún  hay  en  ellas  visible  imitación  castellana,  siendo  muchos  los  tro- 
vadores que  repiten  hasta  la  saciedad  las  quejas  de  Juan  de  Mena 
sobre  el  macho  que  compró  de  un  Arcipreste,  y  el  diálogo  del  Ro- 
pero con  su  caballo. 

Cierran  tan  copioso  centón  las  poesías  del  propio  colector  García 
de  Resende;  que  fué  en  rigor  el  último  y  uno  de  los  mejores  poetas 
de  esta  escuela,  puesto  que  sus  trovas,  en  forma  de  monólogo,  á  la 
muerte  de  Doña  Inés  de  Castro  (2)  deben  contarse  entre  las  raras 
piezas  líricas  de  este  tiempo  que  tienen  algún  valor  positivo,  aparte 
del  mérito  de  haber  tratado  por  primera  vez  este  asunto  tan  patéti- 
co y  tan  nacional,  abriendo  el  camino  á  la  clásica  musa  de  Ferreira, 
y  de  Camoens.  Resende,  cuya  vida  se  prolongó  más  allá  del  primer 

(t)  A  vynle  et  nove  dias  de  Dezembro  de  mil  e  quairogenios  e  noven/a,  fez 
el  rrey  dom  Joam  em  Evora  humas  justas  rreaes  no  casamento  do  pringepc 
dotn  Affonso  seu  filho,  com  a  princesa  dona  Isabel  de  Castela;  et  foy  o  dia 
daa  mostra  huuma  quinta  feyra,  et  aa  sesta  se  comefaran,  e  duraran  lee  o  do- 
minguo  seguynle;  é  el  rrey  com  oylo  mantedores  manteve  a  tea  em  huma  forta- 
leza de  madeyra  sengularmenle  feyta,  onde  todos  estauan  de  dya  e  de  noyle,  que 
tambem  justavam;  e  as  letras  e  cimeyras  que  se  liram  sam  estas  (casi  todas  son 
castellanas). 

(2)  Trovas  á  mor  le  de  D.  fgnez  de  Castro,  que  el  Rei  Don  Affonso  quarlo 
de  Portugal  matou  em  Coimbra,  por  o  Principe  D.  Pedio  seu  filho  a  ter  como 
mulher,  e  pelo  bem  que  llie  qu:ria  nao  quería  casar 


340  HISTORIA   DE   LA    POESÍA   CASTELLANA 

tercio  del  siglo  xvi,  fué  uno  de  los  espíritus  más  cultos  y  más  enci- 
clopédicos de  su  tiempo;  y  aunque  le  faltaba  la  instrucción  clásica, 
fundamento  entonces  de  todo  saber,  la  suplió  en  parte  con  su  buen 
instinto  y  grandes  facultades  de  asimilación.  Fué,  además  de  poeta, 
músico,  dibujante,  historiador,  hombre  político  y  discreto  cortesa- 
no. Su  extraordinaria  obesidad,  nacida  acaso  de  sus  gustos  epicú- 
reos, fué  manantial  inagotable  de  chistes  para  sus  hermanos  en 
Apolo,  de  cuyas  burlas  no  se  ofendió  nunca;  antes  las  reproduce 
con  toda  conciencia  en  la  vasta  antología  que  compiló  de  las  pro- 
ducciones poéticas  de  su  siglo.  Formó  parte  de  aquella  célebre  y 
magnífica  embajada  que  llevó  á  Roma  Tristán  de  Acuña  en  1514» 
con  las  primicias  del  encantado  Oriente;  y  de  tal  modo  penetraron 
en  su  espíritu  las  maravillas  del  Renacimiento,  la  alegría  de  la  vida, 
el  espectáculo  de  Italia  y  el  entusiasmo  por  la  grandeza  de  su  pue- 
blo, que  acertó  á  compendiarlo  todo  en  algunos  versos  de  su  Mis- 
celánea, los  cuales,  en  medio  de  su  sencillo  estilo,  tienen  más  poesía 
que  todo  su  Cancionero: 

E  vimos  em  nossos  días 
A  letra  de  forma  achada, 
Com  que  a  cada  passada 
Crescem  tantas  livrarías. 
D'  Allemanha  he  o  louvor 
Por  d"  ella  ser  o  Author 
D'  aquella  cousa  tao  dina! 
Outros  afirman  da  China 
Ser  o  primeiro  inventor. 

Outro  mundo  novo  vimos 
Por  nossa  gente  se  achar, 
E  o  nosso  navegar 
Tao  grande  que  descobrimos 
Cinco  mil  leguas  por  mar. 
E  vimos  minas  reaes 
D'  ouro  e  dos  outros  metaes 
No  Reyno  se  descobrir: 
Más  que  nunca  vi  sahir 
Engenhos  de  officiaes. 

Vimos  rir,  vimos  folgar, 
Vimos  cousas  de  prazer, 
Vimos  zombar  e  apodar, 


CAPITULO   XXVI  34I 

Motejar,  vimos  trovar 
Trovas  que  eran  para  1er. 
Vimos  homens  estimados 
Por  manhas  aventajados: 
Vimos  damas  mui  fermosas, 
Muí  discretas  e  manhosas, 
E  galantes  afamados. 

Música  vimos  chegar 
A  mui  alta  perfeic5o, 
Sarzedas,  Fontes  cantar, 
Francisquinho  assim  junctar 
Tánger,  cantar  sem  racao! 
Arriaga,  que  tanger! 
O  Cegó,  que  grao  saber 
Nos  orgSos!  e  o  Vaena! 
Badajoz!  e  outros  que  a  penna 
Deixa  agora  de  escrever  (1). 

Pintores,  luminadores, 
Agora  no  cume  estam, 
Orivisis,  Esculptores 
Sam  muy  subtís  e  melhores... 
Vimos  o  gran  Michael, 
E  Alberto,  e  Raphael; 
E  ha  em  Portugal  taes 
Tao  grandes  e  naturaes, 
Que  vem  quasi  ao  olivel. 

E  vimos  singularmente         ■ 
Fazer  representacoes 
De  estilo  mui  eloquente, 
De  mui  novas  invengoes, 
E  feitas  por  Gil  Vicente: 
Elle  foi  o  que  inventou 
Isto  cá  e  que  o  usou 
Con  mais  gra^a  e  mais  doutrina, 
Posto  que  Juan  del  Enzina 
O  Pastoril  comegou. 

Lisboa  vimos  crescer 
Em  povos,  e  em  grandeza, 
E  muito  se  ennobrecer 

(1)     Sobre  estos  y  otros  artistas  de  aquel  siglo,  véase  el  importante  libro 
de  Joaquín  de  Vasconcellos,  Os  Músicos  Portuguezes  (1870). 


342  HISTORIA    DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Em  edificios,  riqueza, 
Em  armas,  e  em  poder... 

E  vimos  comunicar 
El  Rei  con  o  Preste  Io3o, 
Embaixadas  se  mandar, 
Cousa  que  nella  fallar 
Parecía  admirado: 
Vimos  cá  vir  Elefantes, 
E  outras  Bestias  semelhantes 
Trazer  da  India  por  mar... 

Este  hombre,  cuyo  talento  era  muy  superior  á  la  adocenada  es- 
cuela cuyos  insípidos  frutos  nos  ha  conservado,  tuvo  entre  otras  co- 
sas el  instinto  de  la  poesía  popular.  Es  casi  el  único  de  los  trovado- 
res portugueses  que  parece  haber  conocido  y  estimado  los  roman- 
ces. Lo  testifica  el  estilo  de  sus  coplas  castellanas: 

Tiempo  bueno,  tiempo  bueno, 
¿Quién  te  me  llevó  de  mí? 
Qu'en  acordarme  de  ti 
Todo  placer  m'es  ajeno. 
Fué  tiempo  y  horas  ufanas, 
En  que  mis  días  gozaron; 
Mas  en  ellas  se  sembraron 
La  simiente  de  mis  canas. 

¿Quién  no  llora  lo  pasado 
Viendo  cuál  va  lo  presente? 
¿Quién  busca  más  accidente 
De  lo  que  el  tiempo  le  ha  dado? 
Yo  me  vi  ser  bien  amado, 
Mi  deseo  en  alta  cima: 
Contemplar  en  tal  estado 
La  memoria  me  lastima. 

Y  pues  todo  m'es  ausente, 
No  sé  cuál  extremo  escoja, 
Bien  y  mal,  todo  m'enoja; 
¡Mezquino  de  quien  lo  siente! 

Y  lo  que  es  más  significativo  todavía:  los  rasgos  más  poéticos  de 
las  trovas  puestas  en  boca  de  Doña  Inés  de  Castro,  son  eco  de 
un  romance  viejo,  de  distinto,  aunque  no  muy  desemejante  argu- 
mento: 


CAPITULO  xxvi  343 

Estaua  muy  acatada, 
Como  princesa  servida, 
Em  meus  pagos  muy  honrrada, 
De  todo  muy  abastada, 
De  meu  senhor  muy  querida. 
Estando  muy  de  vaguar, 
Bem  fora  de  tal  cuidar, 
Em  Coymbra  d'aseseguo, 
Polos  campos  de  Mondeguo 
Cavaleyros  vy  asomar... 

Compárese  el  principio  de  uno  de  los  romances  de  Isabel  de  Liar 
(núm.  104  de  la  Primavera  de  Wolf): 

Yo  me  estando  en  Giromena 
A  mi  placer  y  holgar, 
Subiérame  á  un  mirador 
Por  más  descanso  tomar: 
Por  los  campos  de  Monvela 
Caballeros  vi  asomar... 

Acaso  este  romance  fué  compuesto  á  imitación  de  otro  que  ver- 
sase sobre  la  catástrofe  de  Doña  Inés  de  Castro,  y  en  él  probable- 
mente se  inspiraría  Resende,  como  se  inspiró  más  tarde  Luis  Vélez 
de  Guevara  en  su  comedia  Reinar  después  de  morir: 

Por  los  campos  de  Mondego — caballeros  veo  asomar: 
Armada  gente  les  sigue — ¡válgame  Dios!  ¿Qué  será? 

El  Cancionero  de  Resende  apareció  en  1516  (í),  cinco  años  des- 
pués del  de  Castillo,  al  cual  imita  en  todo,  hasta  en  su  aspecto  ti- 
pográfico. Pero  destinado  á  un  público  menos  numeroso,  nunca  ob- 
tuvo tanta  difusión  como  el  castellano,  y  no  fué  reimpreso  ni  una 
sola  vez  en  el  transcurso  de  más  de  tres  siglos,  por  lo  cual  llegó  a 

(1)     Cando  ¡  nelro,  geral:  [  Com  preuilegio. 

Colofón)  <íAcabousse  de  empremir  o  cancyo-  ¡  neyro  geerall.  Com  preuilegio  do  ¡ 
muyto  alto  e  muyto  poderoso  Rey  /  dom  Manuell  nosso  senhor.  Que  ¡  nenhúa  pes- 
soa  o  posa  empremir...  I'oy  ordenado  e  emendado  por  García  de  ¡  Reesende  fidal- 
guo  da  casa  del  Rey  nosso  sennhor  ¡  c  escrivam  da  fazenda  do  principe.  Comen- 
fouse  em  Almeyrim  e  acabousse  na  muy  lo  nobre  e  semprc  leall  cidade  de  Lis- 
boa. Por  Herma  de  copos  ¡  alema  bóbardeyro  del  rey  nosso  senhor  e  empre-  ¡ 


344  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

ser  libro  rarísimo,  contribuyendo  á  ello  el  rigor  inusitado  con  que 
le  trató  en  su  índice  expurgatorio  de  1624  la  Inquisición  de  Portu- 
gal (que  en  estas  materias  fué  siempre  mucho  más  rígida  y  meticu- 
losa que  la  nuestra),  ordenando  tachar  una  porción  de  pasajes.  Sólo 
en  1846,  y  no  por  iniciativa  de  los  portugueses,  todavía  menos  so- 
lícitos de  sus  tesoros  literarios  que  nosotros  (y  es  cuanto  hay  que 
decir),  sino  de  una  sociedad  de  bibliófilos  alemanes,  la  de  Stuttgart, 
que  ha  prestado  tantos  servicios  á  la  ciencia  desenterrando  obras 
rarísimas  de  todas  las  literaturas,  se  vio  nuevamente  de  molde  la 
compilación  de  Resende,  ilustrada  con  un  breve  prefacio  del  Doc- 
tor Kausler.  Esta  edición,  dividida  en  tres  tomos,  es  copia  literalí- 
sima  de  la  primera,  y  reproduce  por  consiguiente  todas  sus  erratas, 
que  son  innumerables.  El  texto  de  las  composiciones  castellanas 
está  horriblemente  desfigurado  (i). 

Resende  encabezó  su  colección  con  un  elegante  prólogo  ó  dedi- 
catoria al  rey  D.  Manuel,  cuya  parte  más  esencial  voy  á  transcribir, 
excusándome  el  trabajo  de  traducirla,  puesto  que  ya  lo  está  primo- 
rosamente por  D.  Juan  Valera:  «Porque  la  natural  condición  de  los 
portugueses  es  no  escribir  nunca  cosas  que  hagan,  aun  siendo  dig- 
nas de  grande  memoria;  muchos  y  muy  altos  hechos  de  guerra,  paz 
y  virtudes,  de  ciencias,  mañas  y  gentilezas  están  olvidados,  que  si 
los  escritores  se  quisiesen  ocupar  en  escribirlos,  en  las  historias  de 
Roma  y  de  Troya,  y  en  todas  las  otras  crónicas  antiguas  no  halla- 
rían memoria  de  mayores  hazañas  ni  más  notables  casos  que  los  que 
de  nuestros  naturales  podrían  escribirse,  así  de  los  tiempos  pasados 
como  de  ahora.  Tantos  reinos,  señoríos,  ciudades  y  villas,  á  miles 
de  leguas,  tomados  por  mar  ó  por  tierra  á  fuerza  de  armas,  siendo 

midor.  Aos  XX  VIII  dias  de  setémbro  da  era  de  nosso  senhor  Jesu  cristo  de 
mil  e  quinhentos  e  X  VI  anuos.  Fol.  232  hojas  á  dos  y  tres  columnas. 

Hay  ejemplares  en  la  Biblioteca  Nacional  y  en  la  de  Palacio.  Otro  tiene  en 
Sevilla  el  Marqués  de  Jerez,  en  su  incomparable  colección  de  libros  de  poesí;i 
española.  [Colección  que  se  halla  hoy  en  poder  de  la  Hispanic  Society  of 
América   de  New  York.  (A.  B.J\ 

( 1 )  Cancioneiro  geral.  Altportugiesische  Liedersammlung  des  Edeln  García 
de  Ressende...  Stuttgart.  Gedruckl  auf  Rosten  des  litlerarischen  Vereins,  3  vol. 
4.0,  1846-1848-1852.  (Tomos  xv,  xvn  y  xxvi  de  la  Biblioteca  publicada  por 
dicha  Sociedad  Literaria.) 


CAPITULO  xxvi  345 

tal  la  multitud  de  los  contrarios  y  tan  pocos  los  nuestros;  sosteni- 
dos con  tantos  trabajos,  guerras,  hambres  y  cercos,  y  con  tan  re- 
mota esperanza  de  ser  socorridos;  señoreando  por  las  armas  gran 
parte  de  África;  teniendo  tantas  fortalezas  tomadas,  y  de  continuo 
guerra  sin  cesar.  Así  Guinea,  donde  grandes  Reyes  son  nuestros  va- 
sallos y  tributarios,  mucha  parte  de  Etiopía,  Arabia,  Persia  é  India, 
donde  tantos  Reyes  moros  y  gentiles,  y  tantos  grandes  señores  son 
por  fuerza  hechos  subditos  y  servidores,  y  pagan  parias  ó  tributos, 
y  no  pocos  pelean  por  nosotros  bajo  la  bandera  de  Cristo  y  siguen 
á  nuestros  capitanes  contra  los  suyos.  También  hemos  conquistado 
4.000  leguas  por  mar,  que  ningunas  armadas  del  Soldán  ni  otro 
gran  Rey  ni  Señor  osan  navegar  por  miedo  de  las  nuestras,  y  pier- 
den sus  tratos,  rentas  y  vidas,  y  se  convierten  reinos  y  señoríos  con 
innumerables  gentes  á  la  fe  cristiana,  recibiendo  el  agua  del  santo 
bautismo;  y  otras  cosas  que  no  pueden  reducirse  á  breve  escritura. 
Todos  estos  hechos  y  otros  de  tal  substancia  no  son  divulgados 
como  lo  serían  si  gente  de  otra  nación  los  hiciese.  Y  por  esta  mis- 
ma causa,  muy  alto  y  poderoso  Príncipe,  muchas  cosas  de  folgar  y 
de  gentileza  se  pierden  sin  quedar  de  ellas  noticia.  En  la  cual  cuen- 
ta entra  el  arte  de  trovar,  que  en  todo  tiempo  fué  muy  estimado, 
y  con  él  alabado  Nuestro  Señor,  como  se  advierte  en  los  himnos 
que  se  cantan  en  la  Santa  Iglesia.  Y  así  de  muchos  Emperadores, 
Reyes  y  personas  memorables,  por  los  romances  y  trovas  sabemos 
las  historias.  El  arte  de  trovar  es  además  necesario  en  las  cortes  de 
los  grandes  Príncipes  para  gentileza,  amores,  justas  y  juegos,  y  para 
castigar  y  poner  enmienda  en  los  malos  trajes  é  invenciones,  como 
en  el  libro  más  adelante  se  verá.  Y  como,  Señor,  los  otros  asuntos 
son  muy  grandes,  y  por  su  grandeza  y  mi  corto  entender,  no  debo 
tocar  en  ellos,  para  satisfacer  en  parte  el  deseo  que  siempre  tuve  de 
hacer  algo  en  que  Vuestra  Alteza  fuese  servido  y  tomase  desenfada- 
mento,  determiné  juntar  algunas  obras  que  pude  haber  de  pasados 
y  presentes,  y  ordenarlas  en  este  libro.* 

Lo  primero  que  llama  la  atención  en  este  Cancionero,  prescindien- 
do de  la  diferencia  de  lenguas,  que  es  meramente  accidental  y  no 
afecta  al  contenido  poético,  es  la  penuria  de  inspiración  histórica,  el 
divorcio  en  que  estos  trovadores  cortesanos  parecen  vivir  de  toda 


346  HISTORIA   DE   LA.   POESÍA    CASTELLANA 

la  grandiosa  vida  de  su  pueblo,  que  se  desarrollaba  á  sus  ojos,  y  en 
la  que  algunos  de  ellos  tomaron  parte  muy  honrosa  y  calificada.  Ni 
las  empresas  de  África,  ni  las  portentosas  navegaciones  de  Oriente, 
tienen  eco  apenas  en  esta  retórica  convencional  y  enfadosa.  Aun 
los  asuntos  interiores  del  reino  parecen  preocupar  de  un  modo  muy 
superficial  á  estos  ingenios.  Las  pocas  excepciones  que  pueden  ale- 
garse, de  Luis  Enríquez,  de  D.  Juan  Manuel,  de  Alvaro  de  Brito  y 
de  algún  otro,  sólo  sirven,  por  su  rareza  y  por  su  medianía,  para 
confirmar  la  regla. 

Si  estos  versificadores  parecen  vivir  aislados  de  la  realidad  pre- 
sente y  luminosa,  de  la  cual  sólo  aciertan  á  reproducir  algún  aspec- 
to exterior  y  fugitivo,  todavía  están  más  distantes  de  la  poesía  tra- 
dicional, que  no  dan  muestras  de  estimar,  ni  siquiera  de  conocer. 
Ya  hemos  visto  que  las  trovas  de  García  de  Resende  sobre  la  muer- 
te de  doña  Inés  de  Castro,  son  un  ejemplo  solitario  que  ni  tenía  pre- 
cedentes ni  tuvo  imitadores  por  entonces. 

¿Qué  más?  la  fuente  fresca  y  saludable  del  lirismo  gallego  perma- 
nece sellada  para  estos  pedantescos  é  insulsos  vates,  que,  salvo  la 
lengua,  no  parecen  ni  prójimos  de  los  juglares  que  cantaron  tan  sua- 
ve y  delicadamente  en  las  cortes  del  rey  D.  Diniz  y  de  Alfonso  IV. 

Aun  en  la  poesía  castellana  de  la  corte  de  D.  Juan  II  y  de  sus  su- 
cesores inmediatos,  que  distaba  mucho  de  ser  un  modelo,  pero  que 
tuvo  á  veces  elevadas  aspiraciones  y  relativos  aciertos,  se  imitó  lo 
que  era  menos  digno  de  estimación,  lo  más  frivolo,  lo  más  efímero, 
lo  más  incoloro.  Juan  de  Mena  fué  el  maestro  acatado  por  todos, 
pero  no  hubo  quien  emulase  los  grandiosos  cuadros  históricos  y  el 
sentido  patriótico  del  Labyrintho.  El  Cancionero  del  Marqués  de 
Santillana  fué  buscado  por  aquellos  proceres  como  joya  de  mucho 
precio,  pero  nadie  se  asimiló  la  gravedad  sentenciosa  del  diálogo 
de  Blas  contra  fortuna,  ni  menos  la  gentileza  y  frescura  de  las  serra- 
nillas, aunque  su  tipo  estuviese  tomado  de  la  antigua  poesía  galaico- 
portuguesa.  E  inútil  es  añadir- que  nada  hubo  comparable  con  las 
coplas  de  Jorge  Manrique  ó  con  el  Diálogo  del  amor  y  un  viejo, 
porque  también  estas  piezas  están  muy  solitarias  en  el  Parnaso  de 
Castilla. 

La  imitación  de  los  italianos  es  puramente  de  retlejo  en  el  Can- 


CAPITULO  xxvi  347 

cionero  de  Resende.  La  imitación  clásica  pura  se  reduce  á  algu- 
nas heroídas  de  Ovidio  traducidas  por  Juan  Roiz  de  Sá  y  Juan 
Roiz  de  Lucena:  composiciones  que,  después  de  todo,  son  de  las 
más  amenas  que  hay  en  el  Cancioneiro,  hasta  por  el  gracioso 
contraste  entre  el  metro  nacional  y  el  fondo  tomado  de  la  poesía 
latina. 

En  suma,  no  parece  que  la  lengua  castellana,  en  el  siglo  xv,  pa- 
gase dignamente  á  su  hermana  la  portuguesa,  lo  que  de  ella  había 
recibido  en  los  orígenes  de  la  lírica.  No  sucedió  lo  mismo  después 
de  la  triunfal  aparición  de  Gil  Vicente. 

Pero  á  pesar  del  poco  valor  intrínseco  de  casi  toda  la  producción 
poética  de  los  reinados  de  D.  Alfonso  V,  el  Africano,  y  de  Don 
Juan  II,  el  Príncipe  Perjecto,  y  aun  de  los  primeros  años  del  felicí- 
simo reinado  de  D.  Manuel,  siempre  ofrecerá  gran  interés  el  Can- 
cionero de  Resende  como  monumento  de  una  época  gloriosa  para 
ambos  pueblos  peninsulares  y  como  símbolo  de  fraternidad  entre 
ellos.  Nunca  estuvieron  más  estrechamente  unidos  en  espíritu,  por 
lo  mismo  que  nunca  habían  realizado  tan  grandes  cosas,  ni  habían 
sentido  tal  plenitud  en  su  conciencia  nacional,  tanto  brío  y  esfuerzo 
en  su  brazo,  tanta  luz  en  su  espíritu,  tanta  alegría  en  su  vida.  Ese 
rancio  y  voluminoso  libro,  medio  portugués,  medio  castellano,  ates- 
tado de  versos  malos  ó  medianos,  cobra,  si  se  le  mira  de  este  modo, 
precio  inusitado,  y  se  convierte  en  una  venerable  reliquia.  D.  Juan 
Valera  ha  expresado  todo  esto  en  frases  elengantísimas,  como  suyas, 
y  que  me  place  reproducir  aquí,  porque  el  notable  estudio  en  que 
se  hallan  no  figura  todavía  en  la  colección  de  sus  obras: 

«Aunque  todas  las  poesías  del  Cancionero  son  de  sociedad:  bur- 
las, sátiras,  cousas  de  folgar,  declaraciones  de  amor,  louvores  ó  en- 
comios de  la  hermosura  de  las  damas,  invenciones  y  letras  de  jus- 
tadores, quejas  y  encarecimientos  enamorados,  y  preguntas  y  res- 
puestas para  manifestar  prontitud  y  agudeza  de  ingenio,  improvi- 
sando en  una  reunión  elegante:  todavía  son  de  grandísimo  interés 
por  ser  obra  de  aquellos  mismos  varones  que  pasaban  más  allá  de 
Trapobana,  que  iban  dilatando  el  imperio  de  la  fe  por  el  África  y 
por  el  Asia,  que  domeñaban  remotísimos  pueblos  y  regiones  y  el 
poder  del  Samorí,  y  que  visitaban  islas  y  continentes  misteriosos, 


348  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

apenas  explorados  antes  por  ningún  europeo:  el  imperio  de  Abexim, 
la  corte  del  Preste  Juan,  los  alcázares  de  la  Aurora,  la  cuna  donde 
nace  el  día,  los  países  de  la  canela,  del  clavo  y  del  incienso,  la  isla 
de  los  Amores  y  las  costas  de  Pancaya,  donde  se  crían  los  precio- 
sos aromas.  Estas  grandes  novedades  traían  á  la  elegante  corte  del 
rey  D.  Manuel  cierta  luz  y  cierto  perfume  del  extremo  Oriente.  En 
suma,  el  Cancionero  es  un  monumento  de  los  ocios  magnánimos, 
de  los  galanteos  y  de  la  vida  de  una  nobleza  heroica  y  aventurera, 
en  quien  tan  preciso  ornato  era  el  arte  de  poetría,  cuanto  el  mon- 
tar á  caballo  en  toda  silla  y  saber  revolver  con  gracia,  y  alancear 
un  toro,  y  correr  cañas,  y  tirar  la  barra:  en  quien  resplandecía  la 
sutileza  del  ingenio,  lo  quintaesenciado  y  metafórico  de  los  senti- 
mientos amorosos  y  la  blandura  del  corazón,  lo  mismo  que  la  des- 
treza en  las  armas  y  las  extraordinarias  fuerzas  corporales:  porque  era 
natural  y  propio  en  individuos  de  ella,  como  Aires  Telles  de  Mene- 
zes,  derribar  en  la  lucha  á  los  más  duros  y  fornidos  ganapanes,  ó  mo- 
rir de  amor  por  alguna  Princesa.  El  Cancionero  encierra  en  sí  el  es- 
píritu, la  índole  y  la  condición  de  estos  nobles  portugueses,  los 
cuales,  en  obras  grandes  y  en  pensamientos  atrevidos,  se  adelan- 
taban entonces  á  los  demás  hombres,  salvo  á  sus  vecinos  los  cas- 
tellanos.» 

«El  Cancionero,  por  lo  tanto,  no  pudo  menos  de  excitar  el  inte- 
rés más  vivo  y  de  ser  leído  con  avidez,  apenas  apareció.  Todo  barco 
que  iba  á  la  India  Oriental  llevaba  ejemplares,  y  en  las  más  distan- 
tes comarcas  leían  los  guerreros  portugueses  aquellos  versos,  cuan- 
do no  los  componían,  recordando,  en  medio  de  sus  aventuras  y  pe- 
ligros, la  corte  de  Lisboa,  los  alcázares  de  Cintra,  sus  bosques  y 
jardines,  y  las  hermosas  y  discretas  damas  de  quien  vivían  enamo- 
rados y  ausentes.  Castanheda  y  Juan  de  Barros  dan  testimonio  de 
ello,  y  refieren  además  un  uso  extraño  que  del  Cancionero  se  hizo. 
En  1 5 18,  dos  años  después  de  su  publicación,  fué  Antonio  Correa 
con  una  embajada  á  los  reinos  del  Pegú,  á  fin  de  hacer  un  tratado 
de  paz  y  alianza  con  los  Príncipes  allí  reinantes.  Para  prestar  el  de- 
bido juramento  no  había  Evangelios,  y  el  libro  de  oraciones  ó  Bre- 
viario del  Capellán  pareció  pobre  y  mezquino  al  lado  del  magnífico 
Libro  Santo  de  aquellos  indios.  Entonces  tomaron  los  portugueses 


CAPITULO   XXVI  349 

el  Cancioneiro ,  que  era  un  hermoso  in-folio,  y  sobre  él  juraron  todo 
lo  que  convenía.» 

El  tránsito  de  la  poesía  cortesana  del  siglo  xv  á  la  ítalo  clásica 
del  siglo  xvi,  cuyo  patriarca  es  en  Portugal  Sá  de  Miranda,  como 
entre  nosotros  lo  son  Boscán  y  Garcilaso,  no  fué  violento  ni  se  hizo 
en  un  día.  Sirvieron  de  lazo  entre  ambas  escuelas  ciertos  poetas 
inspirados  y  sentimentales,  que  conservando  la  medida  vieja,  es 
decir,  la  forma  métrica  del  octosílabo  peninsular,  la  adaptaron  á  un 
contenido  diferente  y  mucho  más  poético  que  el  de  los  versos  de 
Cancionero,  creando  una  escuela  bucólica,  en  que  parece  que  reto- 
ñó la  planta  de  la  antigua  pastoral  gallega,  no  por  imitación  directa, 
según  creemos,  sino  por  condiciones  íntimas  del  genio  nacional. 
Pero  es  cierto  que  tanto  en  Bernaldim  Ribeiro  como  en  Cristóbal 
Falcáo,  que  son  los  dos  representantes  de  este  grupo,  influyó  el  re- 
nacimiento de  la  égloga  clásica,  influyó  la  égloga  dramática  de  Juan 
del  Knzina  y  Gil  Vicente,  é  influyó  grandemente  la  novela  senti- 
mental del  siglo  xv,  El  siervo  Ubre  de  amor,  de  Juan  Rodríguez  del 
Padrón,  la  Cárcel  de  amor,  de  Diego  de  San  Pedro;  género  influido 
á  su  vez  por  los  libros  de  caballerías  que  en  toda  la  Península  pulu- 
laban, y  á  cuya  lección  se  entregaba  con  delirio  la  juventud  corte- 
sana. Bernaldim  Ribeiro,  que  no  era  gran  poeta,  pero  sí  un  alma 
muy  poética,  de  sensibilidad  casi  femenina,  sea  cualquiera  el  valor 
de  las  leyendas  que  hacen  de  él  una  especie  de  Macías  portugués  y 
que  van  cediendo  una  tras  otra  al  disolvente  de  la  crítica  moderna  (i), 

(i)  Ademas  de  su  novela,  compuso  Bernaldim  Ribeiro  cinco  églogas  en 
verso,  que  contienen  como  en  cifra  la  historia  de  sus  amores.  Fué  opinión 
con  iente  entre  los  poetas  románticos,  que  la  dama  objeto  de  la  pasión  de 
Bernaldim  Ribeiro  había  sido  !a  Infanta  Doña  Beatriz,  hija  del  Rey  Don  Ma- 
nuel, la  cual  casó  con  el  Duque  de  Saboya.  Esta  leyenda,  que  sirvió  <i 
Almeiila  Garret  para  su  celebrado  drama  Uní  auto  de  Gil  Vicente,  ha  >.ido  im- 
pugnada por  Th.  Braga  en  su  libro  Bernaldim  Ribeiro  e  es  Bucolistas  (Porto, 
1 87 2),  en  su  Curso  da  liisloria  da  Litteraiura  Portuguesa  (Lisboa,  1 8S-'>),  y  en 
otras  publicaciones  suyas,  donde  quiere  probar  que  la  amada  de  Bernaldim 
Ribeiro  (que  el  designa  con  el  nombre  poético  de  Aonia)  fue  Doña  luana  de 
Villiena,  prima  del  Rey  D.  Manuel  é  hija  del  Conde  de  Vimioso.  También  el 
ingenioso  novelista  Camilo  Castello  B raneo,  en  un  artículo  inserto  en  sus 
Noiles  de   imomnio   (núm.    10,   pág.   29-36),  sostiene   con   buenos  arguir.cn- 


35°  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

atinó  con  la  forma  que  convenía  á  todas  estas  vagas  aspiraciones  de 
sus  contemporáneos,  y  poetizando  libremente  los  casos  de  su  vida, 
con  relativa  sencillez  de  estilo  (no  libre,  sin  embargo,  de  tiquis-mi- 
quis  metafísicos),  y  con  una  armonía  desconocida  hasta  entonces 
en  la  prosa,  dio  en  el  libro  de  sus  Saudades  (más  generalmente  lla- 
mado Menina  e  moga,  por  ser  éstas  las  palabras  con  que  comienza) 
el  primer  ensayo  de  la  novela  pastoril  de  nuestra  Península,  casi  al 
mismo  tiempo  que  Sanazaro  creaba  la  pastoral  italiana,  pero  con 
entera  independencia  de  él  y  siguiendo  otro  rumbo.  El  poeta  napo- 
litano imita,  ó  por  mejor  decir,  traduce  y  calca,  á  Virgilio,  á  Teó- 
crito,  á  todos  los  bucólicos  antiguos.  Bernaldim  Ribeiro,  hijo  de  la 
Edad  Media,  combina  el  elemento  caballeresco  con  el  pastoril,  ó 
más  bien  subordina  el  segundo  al  primero,  y  además,  valiéndose, 
como  el  autor  de  la  Cuestión  de  Amor,  del  sistema  de  los  anagra- 
mas, expone  bajo  el  disfraz  de  la  fábula  hechos  realmente  aconteci- 
dos, si  bien  sobre  la  identificación  de  cada  personaje  haya  larga 
controversia  entre  los  eruditos.  Pero  del  verdadero  carácter  de  la 
novela  de  Bernaldim  Ribeiro  tendremos  ocasión  de  volver  á  hablar 
cuando  tratemos  de  la  Diana  de  Jorge  de  Montemayor,  entre  cuyos 
precursores  más  inmediatos  debe  contársele. 

No  quedan  versos  castellanos  de  Bernaldim  Ribeiro,  aunque  es 
de  presumir  que  los  hiciese  como  todos  los  poetas  de  su  tiempo. 
Se  le  han  atribuido,  no  obstante,  algunos,  sin  más  razón  que  hallarse 
al  fin  de  una  de  sus  églogas,  en  un  pliego  suelto  de  1536.  Una  de 
estas  composiciones  es  aquel  tan  sabido  soneto  de  Garcilaso,  pará- 
frasis de  un  epigrama  de  Marcial, 

Pasando  el  mar  Leandro  el  animoso... 

tos  que  Bernardim  Ribeiro  no  fue  Gobernador  de  San  Jorge  de  Mina,  ni  amó  á 
ia  Infanta  Doña  Beatriz,  ni  salió  de  su  tierra  sino  después  que  aquella  señe- 
ra había  partido  paraSaboya  (5  de  Agosto  de  1 52 1).  Afirma  igualmente  C.  Cas- 
tello  Branco  que  Bernaldim  Ribeiro,  poeta,  es  persona  diversa,  no  sólo  del 
Gobernador  de  San  Jorge,  sino  también  de  otro  Bernaldim  Ribeiro  Pacheco, 
Comendador  de  Villa  Civa,  de  la  Orden  de  Christo  y  Capitán  mayor  de  las 
Naos  de  la  India. 

[Véanse,  acerca  de  Bernardim  Ribeiro,  los  Orígenes  de  la  Nove'a  de  Mc- 
néndez  y  Pelayo.  (A.  B.)] 


CAPITULO    XXVI  35I 

Las  otras  son  dos  glosas  de  romances,  uno  de  ellos  el  de  Duran- 
darte  y  Belerma  (i).  Pero  si  no  puede  afirmarse  que  glosase  roman- 
ces castellanos,  hay  que  reconocer  que  su  poesía,  cuando  es  mejor, 
más  honda  y  más  sentida,  tiene  el  sabor  y  aun  el  metro  de  romance. 
Nada  hay  en  sus  cinco  églogas,  nada  en  la  de  Chrisfal  de  Cristóbal 
Falcáo,  nada  en  la  lírica  portuguesa  de  entonces,  que  tenga  el  ex- 
traño hechizo,  la  misteriosa  vaguedad  del  romance  de  Avalor,  in- 
serto en  la  segunda  parte  de  Menina  e  Moca: 

Pola  ribeira  de  um  río, 
Que  leva  as  agoas  ao  mar, 
Vai  o  triste  de  Avalor, 
Nao  sabe  se  ha  de  tornar. 
As  agoas  levam  seu  bem, 
Elle  leva  o  seu  pesar, 
E  só  vai  sem  companhia, 
Que  os  seus  fora  elle  leixar. 
Cá  quem  nao  leva  descanso, 
Descansa  en  só  caminhar. 
Descontra  donde  ia  a  barca 
Se  ia  o  Sol  a  baxar. 
Indo-se  abaxando  o  Sol, 
Escurecia-se  o  ar: 
Tudo  se  fazía  triste 
Quanto  havia  de  ficar. 
Da  barca  levantam  remo, 
E  ao  som  de  remar 
Comeqaran  os  remeiros 
Do  barco  este  cantar: 
¡Qué  frías  eram  as  agoas! 
¡Quem  as  havrá  de  passar! 
Dos  autros  barcos  respondem: 
¡Quem  as  havrá  de  passar! 
SenaQ  quem  a  vontade  póz 
Onde  a  n5o  pode  tirar. 
Traía  barca  levam  olhos, 
Quanto  o  dia  dá  logar. 
Nao  durou  muito;  que  o  bem 
Nao  pode  muito  durar. 
Vendo  o  Sol  posto  contr'elle, 

(')  _.  Trovas  de  dous  pastores,  Silvano  y  Amador,  /citas  por  Bernaldim  Ri- 
beiro,  1536.  (Vid.  la  ed.  de  las  obras  de  B.  Ribeiro  de  1852,  en  la  Bibliotheca 
Portugueza.) 


352  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Soltou  redeas  ao  cavallo 
Da  beira  do  rio  andar. 
A  noite  era  callada 
Pera  mais  o  magoar, 
Que  ao  compasso  dos  remos 
Era  o  seu  suspirar. 
Querer  contar  suas  magoas 
Sería  aréas  contar. 
Quanto  mais  se  alongando 
Se  ia  alongando  o  soar. 
Dos  seus  ouvidos  aos  olhos 
A  tristeza  foi  egualar; 
Assim  como  ia  a  cavallo 
Foi  pela  agua  dentro  entrar. 
E  dando  un  longo  suspiro, 
Ouvía  longe  falar; 
Onde  magoas  levam  alma 
Vao  tambem  corpo  levar. 
Mas  indo  assi,  per  acertó, 
Foi  c'um  barco  n'agua  dar, 
Que  estava  amarrado  á  tena, 
E  seu  dono  era  a  folgar. 
Saltou,  assim  como  ia,  dentro, 
E  foi  a  amarra  cortar: 
A  corrente  e  a  maré 
Acertaram-no  a  ajudar. 
Nao  sabem  mais  que  foi  d'elle, 
Nem  novas  se  podem  achar; 
Suspeitouse  que  era  morto, 
Mas  nao  é  para  affirmar, 
Que  o  embarcou  ventura 
Para  só  isso  guardar. 
?«Iais  sao  as  magoas  do  mar 
Do  que  se  podem  curar  (ij. 

(i)     Para  mí  no  es  cosa  probada  que  el  Don  Bernaldino  del  romance  viejo 

(núm.  293  de  Duran) 

Ya  piensa  Don  Bernaldino 

Ir  su  amiga  visitar... 

sea  Bernaldim  Ribeiro,  pero  así  lo  han  creído  graves  autores,  entre  ellos  el 
mismo  D.  Agustín  Duran,  y  es  cierto  que  el  romance,  más  bien  que  popular, 
parece  del  género  de  los  amatorios  que  componían  los  últimos  trovadores. 


CAPITULO   XXVII 

[gil  Vicente;  su  carácter  é  importancia  histórica;  datos  biográ- 
ficos;   SUS    PRIMERAS    OERAS,    IMITACIÓN    DE    LAS    DE    JUAN    DEL    ENZINAJ 

el  Auto  de  la  sibila  Casandra;  el  de  la  Fe;  el  de  los  cuatro  tiempos; 
el  Breve  summario  da  historia  de  Deus,  y  su  imitación  por  Barto- 
lomé PALAU;  OTRAS  ALEGORÍAS  SATÍRICO-MORALES  DE  GIL  VICENTE;  LIBER- 
TAD   DE    PENSAMIENTO  DE   ESTE   ESCRITOR;    SUS  moralidades',    LA   TRILOGÍA 

de  las  Barcas;  las  comedias  de  gil  vicente;  influencias  que  en 
ellas  se  advierten;  la  comedia  de  rubena  y  su  material  folk- 
lórico;   APARICIÓN    DE    LA    FIGURA    DEL    BOBO  \    OTRAS    COMEDIAS    DE    GIL 

vicente;  sus  composiciones  sueltas;  mérito  extraordinario  de  gil 

vicente  en  la  historia  del  teatro  de  su  país;  la  familia  del  poeta; 

ediciones  de  sus  obras.] 


La  escuela  portuguesa  del  siglo  xv,  legó  al  xvi  su  mayor  poeta: 
la  primera  obra  dramática  de  Gil  Vicente  fué  representada  en  1502. 
Para  hablar  dignamente  de  este  soberano  ingenio,  necesitaríamos  un 
cuadro  más  amplio,  en  que  su  figura  se  destacase  sobre  las  tablas 
del  teatro  primitivo,  en  vez  de  asomarse  tímidamente  al  coro  de  las 
escuelas  líricas.  Gil  Vicente  es  uno  de  los  grandes  poetas  de  la  Pe- 
nínsula, y  entre  los  nacidos  en  Portugal  nadie  le  lleva  ventaja,  ex- 
cepto el  épico  Camoens,  que  vino  después,  que  es  mucho  más  imi- 
tador, y  que  abarca  un  círculo  de  representaciones  poéticas  menos 
extenso.  El  alma  del  pueblo  portugués  no  respira  íntegra  más  que 
en  Gil  Vicente,  y  gran  número  de  los  elementos  más  populares  del 
genio  peninsular,  en  romances  y  cantares,  supersticiones  y  refranes, 
están  admirablemente  engarzados  en  sus  obras,  que  son  lo  más  na- 
cional del  teatro  anterior  á  Lope  de  Vega.  A  diferencia  de  los  in- 
sulsos trovadores  cortesanos  del  siglo  xv,  y  á  diferencia  de  la  ma- 
yor parte  de  los  poetas  humanistas  del  siglo  xvi,  Gil  Vicente  vivió 

MxxfaDKZ  t  Pbi-ayo. — Poesía  castellana.  III.  23 


354  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

en  comunión  íntima  con  la  tradición  de  su  raza,  y  acertó  á  sacar  de 
ella  un  nuevo  y  rico  venero  de  poesía.  Tuvo,  además,  el  genio,  de 
la  creación  dramática  en  términos  tales,  que  rompiendo  las  ligadu- 
ras de  un  teatro  infantil,  se  levantó  por  su  propio  y  solitario  esfuerzo 
hasta  la  comedia  de  costumbres  y  el  melodrama  romántico,  refle- 
jando además  en  grandes  alegorías  satíricas  todo  el  espectáculo  de 
la  vida  de  su  tiempo,  y  dando  forma  cómico- fantástica  á  las  gran- 
des luchas  de  ideas  del  Renacimiento  y  de  la  Reforma.  Admirable 
á  veces  por  el  vigor  sintético  de  las  concepciones,  franco  y  osado 
en  la  ejecución,  gran  maestro  de  lengua  familiar  picante  y  expresi- 
va; amargo  y  cínico  en  las  burlas  y  muy  sazonado  en  las  veras; 
poeta  y  pensador  de  doble  fondo,  en  quien  siempre  se  adivina  algo 
más  de  lo  que  la  corteza  muestra;  devoto  á  ratos,  á  ratos  cínico  y 
libertino;  pesimista  lírico,  con  un  concepto  personal  del-  mundo 
como  todos  los  grandes  humoristas  le  han  tenido:  su  obra,  por  la 
tendencia  demoledora,  se  da  la  mano  con  los  Coloquios  de  Erasmo, 
con  el  Elogio  de  la  locura,  con  el  Diálogo  de  Mercurio  y  Carón ,  con 
las  más  valientes  imitaciones  lucianescas,  que  en  gran  copia  produjo 
la  primera  mitad  del  siglo  xvi;  pero  por  el  vuelo  de  la  fantasía,  por 
la  mezcla  de  lo  más  trivial  y  bajo  con  las  más  altas  idealidades,  por 
la  plasticidad  que  cobran  al  salir  de  sus  manos  las  más  extrañas 
figuras  alegóricas,  por  la  fuerza  de  los  contrastes,  por  la  férvida  ani- 
mación del  conjunto,  por  la  vena  poética,  tanto  más  eficaz  cuanto 
más  silenciosa  corre  entre  el  tumulto  de  chistes  y  bufonadas,  Gil 
Vicente  renueva,  sin  pretenderlo,  la  comedia  aristofánica,  que  no 
conocía;  y  anuncia  lo  que  habían  de  ser,  andando  el  tiempo,  los  in- 
mortales Sueños  de  Quevedo.  Es  fama  que  Erasmo,  tan  digno  de 
comprender  á  Gil  Vicente,  tenía  en  grande  estimación  sus  obras 
(las  cuales  quizá  le  había  dado  á  conocer  su  amigo  Damián  de 
Goes);  y  que  aprendió  el  portugués  para  mejor  saborear  los  donai- 
res é  idiotismos  de  su  estilo.  Sea  lo  que  fuere  del  valor  de  esta  anéc- 
dota, no  tan  comprobada  como  quisiéramos,  el  parentesco  de  ideas 
entre  estos  dos  hombres  es  innegable.  Gil  Vicente  no  fué  protes- 
tante, como  sin  fundamento  se  ha  pretendido,  ni  podía  haber  cosa 
más  contraria  á  su  índole;  pero  fué  de  pies  á  cabeza  un  trasmisia, 
un  espíritu  libre,  mordaz  y  agudo,  como  otros  muchos  doctos  espa- 


capitulo  xxvii  355 

ñoles  de  su  tiempo,  que  con  alguna  rara  excepción  permanecieron 
dentro  de  la  Iglesia  ortodoxa,  ejercitando  su  tendencia  crítica  sin 
grandes  escrúpulos  ni  respetos,  y  no  sin  daño  de  barras. 

Como  artista  dramático,  Gil  Vicente  no  tiene  quien  le  aventaje 
en  la  Europa  de  su  tiempo.  Quizá  Torres  Xaharro  tenía  más  condi- 
ciones técnicas,  era  más  hombre  de  teatro,  pero  menos  poeta  que 
él;  se  acerca  más  al  tipo  de  la  comedia  moderna:  sus  piezas  tienen 
estructura  más  regular,  pero  menos  alma.  Gil  Vicente  hace  pensar 
y  soñar:  Torres  Xaharro  nunca.  En  el  concepto  ideal,  el  triunfo  es 
siempre  de  Gil  Vicente:  en  el  concepto  realista,  la  farsa  de  Inés 
Pereira,  para  no  citar  otras,  prueba  lo  que  hubiera  podido  hacer  si 
las  condiciones  de  su  auditorio  no  se  hubiesen  opuesto  al  total  des- 
arrollo de  su  arte.  Las  primeras  comedias  italianas  (exceptuada  la 
Mandragora) ,  parecen  pálidas  copias  de  una  forma  muerta  cuando 
se  las  compara  con  estas  obras  de  apariencia  tosca  é  informe,  pero 
de  tanta  vida  interior,  de  tanta  filosofía  práctica,  de  tan  sabroso 
contenido. 

Poco  es  lo  que  con  certeza  se  sabe  de  la  vida  de  Gil  Vicente,  ex- 
ceptuando lo  que  consta  en  las  rúbricas  de  sus  propias  obras  dra- 
máticas. Todos  los  esfuerzos  de  Teófilo  Braga  (i)  no  han  llegado  á 
convencernos  de  la  identidad  del  poeta  con  el  orífice  Gil  Vicente, 
autor  de  la  custodia  de  Belem  y  de  otras  piezas  artísticas  memora- 
bles. Si  Gil  Vicente  hubiese  tenido  tal  oficio,  y  tal  maestría,  sería  im- 
posible que  no  hubiese  dejado  rastro  de  ello  en  alguna  alusión  de  sus 
obras  dramáticas,  y  que  hubiesen  guardado  profundo  silencio  sobre 
su  talento  de  artista  todos  los  contemporáneos  que  hablan  de  él  (2). 

Xo  está  fuera  de  duda  la  patria  de  Gil  Vicente:  Lisboa,  Barcellos 


(i)  En  su  libro  Bernaldim  Ribeiro  e  Os  Bucolistas  (233-265)  y  en  otras  pu- 
blicaciones posteriores,  especialmente  en  las  Questdes  de  Lüteraiura  e  Arte 
Poriugueza  (Lisboa,  1881). 

(2)  Sólo  un  genealogista  muy  posterior  y  no  muy  acreditado,  Cristóbal 
Alao  de  Moraes,  en  un  nobiliario  manuscrito  de  1667,  dice  que  Gil  Vicente, 
el  poeta,  era  hijo  de  Martín  Vicente,  orífice  de  plata  en  Guimaraens,  pero  al 
hijo  no  le  atribuye  tal  oficio,  sino  el  de  compositor  de  Autos.  Otro  genealo- 
gista,  Cabedo  de  Vasconcellos,  dice  que  Gil  Vicente  fué  maestro  de  retórica 
del  rey  D.  Manuel. 


356  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

y  Guimaraens  contienden  sobre  ella  (i).  Tampoco  se  sabe  la  fecha 
de  su  nacimiento,  y  sólo  por  conjeturas  se  la  fija  en  1469  ó  1 470; 
lo  cual  le  hace  exactamente  contemporáneo  de  Juan  del  Enzina  (2). 
Una  rúbrica  del  Cancionero  de  Resende  le  llama  Mestre  Gil,  y  esto 
indica  que  fué  graduado  en  Universidad,  probablemente  en  la  facul- 
tad de  Leyes.  Desde  muy  joven  frecuentó  el  palacio,  y  tomó  parte  en 
los  solaces  poéticos.  En  1482,  un  Gil  Vicente,  que  no  sabemos  á  pun- 
to fijo  si  es  el  nuestro,  aparece  designado  ya  como  criado  y  escudero 
de  D.  Juan  II,  y  en  1492  escribía  versos  para  el  proceso  satírico  de 
Vasco  Abul,  que  puede  verse  en  el  Cancionero  tantas  veces  citado. 
Una  circunstancia  casual  vino  á  revelarle  su  vocación  dramática. 
Fué  en  8  de  Junio  de  1502,  como  queda  dicho.  Acababa  de  nacer 
el  príncipe  que  se  llamó  después  D.  Juan  III,  y  para  festejar  á  la 
recién  parida  reina  Doña  María  (hija  de  los  Reyes  Católicos),  recitó 

(1)  Son  enteramente  de  broma  estos  versos  del  Auto  da  Lusitania,  en  que 
no  ha  faltado  quien  creyese  leer  preciosas  noticias  biográficas  del  poeta: 

Gil  Vicente  o  autor 
Me  fez  seu  embaixador, 
Mas  eu  tenho  na  memoria 
Que  para  tao  alta  historia 
Nasceo  mui  baixo  doutor. 
Creio  que  he  de  Pederneira, 
Neto  de  um  tamborileiro; 
Suarcga  era  parteira, 
E  seu  pae  era  albardeiro... 

Los  que  han  inferido  de  este  pasaje  que  Gil  Vicente  era  hijo  de  una  par- 
tera y  nieto  de  un  tamborilero,  podían  haber  añadido,  con  la  misma  autori- 
dad, que  se  encontró  al  diablo  en  figura  de  doncella,  de  la  cual  se  enamoró; 
y  que  le  llevó  á  una  cueva  donde  estuvo  siete  años  aprendiendo  las  artes  má- 
gicas: todo  lo  cual  continúa  relatando  de  sí  propio  Gil  Vicente,  por  boca  del 
Licenciado  que  hace  el  prólogo  del  Auto. 

(2)  En  la  Floresta  de  Engaños,  compuesta  en  1536,  dice  el  poeta  que  tenía 
sesenta  y  seis  años.  No  parece,  por  consiguiente,  que  pueda  ser  la  misma  per- 
sona un  Gil  Vicente  que  ya  en  1475  era  moí°  d£  estribeira  del  príncipe  don 
Juan,  en  j 482  porteiro  dos  Coutos  do  Almoxarifado  de  Be/a,  en  cuya  ciudad  le 
hizo  merced  de  algunos  bienes  D,  Juan  II  en  1485,  y  finalmente,  en  1491/vr- 
tciro  dos  Contos  de  A/estrado  de  Aviz  (documentos  de  la  Torre  do  Tombo,  pu- 
blicados por  Teófilo  Braga),  que  sostiene  la  identidad  de  éste  y  de  todos  los 
Gil  Vicentes  posibles. 


capitulo  xxvii  357 

■en  su  cámara  Gil  Vicente  el  monólogo  del  Vaquero,  del  cual  dice 
expresamente  que  «fué  la  primera  cosa  que  en  Portugal  se  repre- 
sentó». Asistieron  el  rey  D.  Manuel,  la  reina  Doña  Beatriz  su  ma- 
dre, y  la  duquesa  de  Braganza  su  hija.  El  monólogo  fué  en  castella- 
no, circunstancia  que  no  ha  de  atribuirse  sólo  al  deseo  de  lisonjear 
á  la  Reina  hablándola  en  su  lengua,  puesto  que  ya  sabemos  que 
todos  los  poetas  portugueses  de  aquel  tiempo  eran  bilingües,  y  Gil 
Vicente  lo  fué  con  más  ahinco  y  fortuna  que  ningún  otro,  puesto 
que  de  las  cuarenta  y  dos  piezas  que  componen  su  repertorio,  sólo 
siete  son  puramente  portuguesas:  las  otras  treinta  y  cinco,  castella- 
nas en  todo  ó  en  parte. 

Corrían  ya  para  entonces  dos  ediciones,  por  ló  menos,  del  Can- 
cionero de  Juan  del  Enzina  (1496  y  I50í)>  en  que  están  todas  las 
églogas  de  su  primera  manera.  Gil  Vicente  escribió  á  su  imitación 
el  monólogo  del  Vaquero,  de  cuyo  estilo  puede  juzgarse  por  estos 

versos: 

Todo  el  ganado  retoza, 

Toda  laceria  se  quita; 

Con  esta  nueva  bendita, 

Todo  el  mundo  se  alboroza. 

¡Oh  que  alegría  tamaña! 

La  montaña 

Y  los  prados  florecieron, 

Porque  ahora  se  complieron 

En  esta  misma  cabana 

Todas  las  glorias  de  España... 

Agradó  en  la  corte  este  nuevo  género  de  entretenimiento,  y  la 
reina  vieja  Doña  Leonor,  viuda  de  D.  Juan  II,  la  cual  parece  haber 
protegido  de  un  modo  señalado  á  Gil  Vicente,  estimulándole  á  la 
composición  de  muchas  de  sus  obras  dramáticas,  quiso  que  se  re- 
pitiese el  monólogo  en  los  maitines  de  Navidad,  pero  como  no  tenía 
ninguna  conexión  con  aquella  fiesta,  prefirió  el  poeta  hacer  un  auto 
pastoril  castellano.  Quedó  la  Reina  tan  satisfecha,  que  para  el  día 
de  Reyes  le  encargó  otro  Auto  de  los  Reyes  Magos. 

Estas  primeras  obras  son  puras  y  netas  imitaciones  de  Juan  del 
Enzina,  sin  ningún  cambio  ni  progreso.  En  vano  algunos  autores 
portugueses,  con  desacordado  recelo  patriótico,  han  querido  negar 


358  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

hecho  tan  evidente.  Basta  leer  unas  y  otras  piezas,  para  comprender 
que  son  de  la  misma  familia.  Los  contemporáneos  lo  sabían  perfec- 
tamente, y  García  de  Resende  lo  dijo  en  su  Miscelánea'. 

Postoque  que  Juan  del  Enzina 
O  pastoril  comegou. 

No  implica  esto,  ni  mucho  menos,  que  en  Portugal  durante  la 
Edad  Media  no  hubiera  existido  el  teatro  litúrgico.  Existió,  como 
en  todas  partes,  aunque  no  haya  quedado  ningún  monumento  de  él. 
Unas  Constituciones  del  Obispado  de  Evora,  bastante  tardías  (i534)> 
pero  que  suponen  otras  más  antiguas,  y  sobre  todo  costumbres  ya 
arraigadas  y  abusos  que  había  que  extirpar,  prohiben  que  «en  las 
iglesias  ni  en  los  atrios  de  ellas  se  hagan  juegos  (Indi)  ni  representa- 
ciones, aunque  sean  de  la  Pasión  de  Nuestro  Señor  ó  de  su  Resurrec- 
ción ó  de  su  Nacimiento,  ni  de  día  ni  de  noche,  sin  especial  licencia 
del  Obispo,  porque  de  tales  autos  se  siguen  muchos  inconvenientes, 
y  muchas  veces  producen  escándalo  en  el  corazón  de  aquellos  que 
no  están  muy  firmes  en  nuestra  santa  fe  católica,  viendo  los  desór- 
denes y  excesos  que  en  esto  se  cometen».  Puede  suponerse  también 
que  habría  algún  género  de  representaciones  profanas,  algún  juego 
de  escarnio.  Y  por  otra  parte,  la  poesía  popular,  tan  conocida  y  tan 
amada  de  Gil  Vicente,  presenta  rudimentos  dramáticos  en  los  jue- 
gos infantiles,  en  los  bailes,  y  en  otras  diversas  manifestaciones  su- 
yas. Finalmente,  existían  los  grandes  espectáculos  palaciegos,  los 
Momos  y  Entremeses,  las  cabalgatas  y  moriscadas,  danzas  y  panto- 
minas,  acompañadas  de  disfraces.  Pero  el  primitivo  teatro  de  Gil 
Vicente  no  es  nada  de  esto,  aunque  todo  con  el  tiempo  llegó  á  in- 
corporárselo. Es  un  género  literario,  imitado  de  obras  contempo- 
ráneas, que  se  llamaban  églogas  en  vez  de  llamarse  autos,  como  los 
llamó  Gil  Vicente:  á  esto  se  reduce  la  diferencia.  En  nada  amengua 
esto  la  gloria  del  poeta  lisbonense,  que  no  está  cifrada  en  estos  pri- 
meros tanteos  de  su  ingenio.  Gil  Vicente  vale  más,  mucho  más  que 
Juan  del  Enzina,  y  en  sus  últimas  obras  apenas  conserva  nada  de  él, 
pero  es'cierto  que  empezó  imitándole  en  lo  sagrado  y  en  lo  profano, 
y  que  tardó  mucho  en  abandonar  esta  imitación.  Hasta  el  empleo 
de  la  lengua  castellana,  que  en  estas  primeras  piezas  no  es  la  domi- 


capitulo  xxvii  359 

nante,  sino  la  única,  debía  haber  abierto  los  ojos  á  los  críticos  más 
preocupados,  haciéndoles  ver  que  era  muy  natural  que  Gil  Vicente 
encontrase  sus  modelos  en  la  lengua  que  escribía,  en  vez  de  andar- 
se á  buscar  pan  de  trastrigo  en  los  misterios  y  moralidades  francesas. 
Semejante  imitación  en  un  autor  portugués  de  principios  del  si- 
glo xvi,  cuando  Francia  no  ejercía  ya  ningún  género  de  acción  lite- 
raria sobre  nuestra  Península,  es  altamente  inverisímil,  aunque  otra 
cosa  parezca  á  los  portugueses  de  ahora,  afrancesados  hasta  la  mé- 
dula. Nada  hay  en  las  piezas  de  la  primera  manera  de  Gil  Vicente 
que  no  se  halle  también  en  Juan  del  Enzina  y  en  Lucas  Fernández: 
ni  el  empleo  de  los  villancicos  finales,  ni  siquiera  las  escenas  satíri- 
cas de  ermitaños,  que  parecen  tan  geniales  del  poeta  lusitano. 

Donde  éste  comenzó  á  emanciparse,  es  en  el  extraño  Auto  de  la 
sibila  Casandra,  representado  ante  la  dicha  reina  Doña  Leonor,  en 
el  monasterio  de  Enxobregas.  «Trátase  en  él  (dice  la  rúbrica)  de  la 
»presunción  de  la  sibila  Casandra,  que,  como  por  espíritu  profético 
»supiese  el  misterio  de  la  Encarnación,  presumió  que  ella  era  la  vir- 
»gen  de  quien  el  Señor  había  de  nacer,  y  con  esta  opinión  nunca 
»más  quiso  casarse.»  La  intervención  de  la  Sibila  en  los  Misterios 
de  Natividad  era  muy  antigua  en  el  teatro  litúrgico,  y  procedía  de 
aquel  famoso  sermón  atribuido  á  San  Agustín,  en  que  varios  perso- 
najes del  Antiguo  y  Nuevo  Testamento  son  llamados  á  dar  testi- 
monio del  advenimiento  del  Mesías,  y  después  de  ellos,  en  repre- 
sentación de  los  gentiles,  Virgilio,  Nabucodonosor  y  la  Sibila.  El 
texto  más  largo  es  el  que  se  pone  en  boca  de  ésta,  y  consiste  en 
veintisiete  exámetros,  que  comprenden  la  descripción  de  las  señales 
del  juicio  final.  Este  trozo  fué  romanceado  muy  pronto,  especial- 
mente en  los  dialectos  de  la  lengua  de  oc,  y  siguió  cantándose  en 
algunas  iglesias  hasta  días  muy  próximos  á  los  nuestros.  Milá  y  Fonta- 
nals  llegó  á  reunir  bastantes  versiones  de  él,  que  ilustró  doctamente 
en  un  trabajo  especial  (i).  Es  de  suponer  que  también  las  hubiese 
en  otras  lenguas  y  dialectos  de  la  Península  y  de  fuera  de  ella. 

Tal  fué,  según  creemos,  el  informe  rudimento  del  cual  Gil  Viccn- 

* 

(i)  Véase  Orígenes  del  teatro  catalán.  En  el  tomo  vi  de  sus  Obras,  pági- 
nas, 294-311. 


360  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

te,  dando  por  primera  vez  muestra  de  su  potencia  creadora,  sacó  la 
singular  y  fantástica  poesía  de  su  Auto;  en  que  no  figura  una  Sibila 
sola,  sino  las  cuatro  de  que  la  antigüedad  tuvo  noticia,  y  con  ellas 
Isaías,  Moisés  y  Abraham,  calificados  de  tíos  de  Casandra,  y  Salomón 
como  pretendiente  á  su  mano.  Nada,  á  primera  vista,  más  extrava- 
gante que  este  ensueño  ó  devaneo  dramático,  en  que  aparecen  re- 
vueltos la  Mitología  y  la  Ley  Antigua,  lo  historial  y  lo  alegóricOj  lo 
sacro  y  lo  profano,  agitándose  todas  las  figuras  en  una  especie  de 
danza  fantasmagórica.  Salvo  el  contenido  teológico,  que  en  esta  pie- 
za de  Gil  Vicente  es  muy  exiguo,  allí  está,  si  no  me  engaño,  el  pri- 
mer germen  del  auto  simbólico,  que  por  excelencia  llamamos  cal- 
deroniano. Pero  lo  que  hace  más  apreciable  esta  rara  composición, 
envolviéndola  en  un  ambiente  poético,  es  aquel  género  de  lirismo 
popular  en  que  Gil  Vicente  alcanza  la  perfección  sobre  todos  sus 
contemporáneos,  y  llega  á  confundirse  con  el  pueblo  mismo.  Así  en 
las  coplas  que  canta  Casandra: 

Dicen  que  me  case  yo; 
No  quiero  marido,  no. 
Más  quiero  vivir  segura 
Nesta  sierra  á  mi  soltura, 
Que  no  estar  en  aventura 
Si  casaré  bien  ó  no. 
Dicen  que  me  case  yo; 
No  quiero  marido,  no... 

así  en  la  folia  que  bailan  los  tres  viejos: 

¡Qué  sañosa  está  la  niña! 
¡Ay  Dios,  quién  la  hablaría! 
En  la  sierra  anda  la  niña 
Su  ganado  á  repastar; 
Hermosa  como  las  flores, 
Sañosa  como  la  mar... 

y  en  el  ingenuo  canto  de  cuna  con  que  los  ángeles  arrullan  al  niño  Dios: 

Ro,  ro,  ro, 

Nuestro  Dios  y  Redentor, 
No  lloréis,  que  dais  dolor 
A  la  virgen  que  os  parió. 
Ro,  ro,  ro... 


CAPÍTULO   XXVII  361 

Pero  la  perla  del  auto  es  sin  duda  esta  cantiga,  hecha  y  asonada 

por  el  mismo  autor,  que  era,  lo  mismo  que  Enzina,  poeta  y  músico 

á  la  vez: 

¡Muy  graciosa  es  la  doncella! 

Digas  tú  el  marinero 

Que  en  las  naves  vivías, 

Si  la  nave,  ó  la  vela,  ó  la  estrella 

Es  tan  bella. 
Digas  tú  el  caballero 
Que  las  armas  vestías, 
Si  el  caballo,  ó  las  armas,  ó  la  guerra 

Es  tan  bella. 
Digas  tú  el  pastorcico 
Que  el  ganadico  guardas, 
Si  el  ganado,  ó  los  valles,  ó  la  sierra 

Es  tan  bella. 

Esto  se  bailaba,  según  indica  el  autor,  de  terreiro  de  tres  por  tres, 
cantándose,  por  despedida,  como  contraste,  el  siguiente  belicoso  vi- 
llancico, que  probablemente  alude  á  las  empresas  de  África: 

¡A  la  guerra, 
Caballeros  esforzados; 
Pues  los  ángeles  sagrados 
A  socorro  son  en  tierra, 
A  la  guerra! 

Con  armas  resplandecientes 
Vienen  del  cielo  volando, 
Dios  y  hombre  apellidando 
En  socorro  de  las  gentes. 
¡A  la  guerra, 
Caballeros  esmerados, 
Pues  los  ángeles  sagrados 
A  socorro  son  en  tierra, 
A  la  guerra! 

Todo,  pues,  hasta  la  inspiración  patriótica  del  momento,  contribu- 
yó á  realzar  el  prestigio  de  este  bellísimo  auto,  que  por  otra  parte 
conserva  el  dato  tradicional  de  las  señales  del  juicio  relatadas  por 
la  Sibila  Erytrea;  indicio  manifiesto  del  nexo  que  le  liga  con  el  tea- 
tro litúrgico,  á*  pesar  de  sus  apariencias  profanas.  La  versificación 


362  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

es  de  una  gracia  incomparable,  y  todo  el  poema,  en  medio  de  su 
caprichosa  estructura,  respira  unción  religiosa  y  piedad  sencilla,  por 
lo  cual  nunca  degenera  en  farsa  irreverente. 

No  tiene  particular  mérito  el  sencillísimo  Auto  de  la  Fe,  representa- 
do en  Almeirim  delante  del  rey  D.  Manuel;  pero  debemos  citarle,  por 
ser  la  primera  composición  en  que  Gil  Vicente  hizo  algún  empleo  de 
la  lengua  portuguesa,  mezclándola  con  la  castellana,  y  por  terminar 
cantándose  á  cuatro  voces  una  ensalada  que  vino  de  Fra?icia:  de  don- 
de muy  gratuita  y  temerariamente  han  querido  inferir  algunos  imita- 
ción francesa,  siendo  así  que  no  trae  la  letra  de  dicha  ensalada,  y  con 
decir  que  había  venido  de  Francia,  es  claro  que  la  da  por  ajena,  y 
como  un  accesorio  en  que  no  intervino  ni  como  poeta,  ni  como  músico. 

Mucho  más  vale  el  Auto  de  los  cuatro  tiempos,  en  que  ya  el  géne- 
ro aparece  enteramente  secularizado,  hasta  con  la  intervención  de 
una  divinidad  mitológica.  Sólo  el  principio  y  el  fin  de  esta  pieza 
puede  decirse  que  tengan  conexión  con  la  fiesta  de  Navidad.  Lo 
restante  es  un  diálogo  lírico-descriptivo,  en  que  la  lozana  imagina- 
ción del  autor  se  explaya  en  deliciosas  pinturas  de  la  naturaleza,  pi- 
diendo como  siempre  sus  alas  á  la  poesía  popular,  y  reanudando  la 
tradición  del  primitivo  cancionero  galaico: 

«En  la  huerta  nace  la.  rosa: 
Quiérome  ir  allá, 
Por  mirar  al  ruiseñor 
Cómo  cantaba.» 

Afuera,  afuera,  nublados, 
Neblinas  y  ventisqueros! 
Reverdecen  los  oteros, 
Los  valles,  sierras  y  prados! 
Reventado  sea  el  frío, 
Y  su  natío: 

Salgan  los  nuevos  vapores, 
Píntese  el  campo  de  flores 
Hasta  que  venga  el  estío. 

«Por  las  riberas  del  río 
Limones  coge  la  virgo: 
Quiérome  ir  allá, 
Por  mirar  al  ruiseñor 
Cómo  cantaba.» 


CAPÍTULO  XXVII  363 

Suso,  suso,  los  garzones 
Anden  todos  repicados, 
Namorados,  requebrados: 
Renovad  los  corazones! 
Agora  reina  Cupido, 
Desque  vido 
La  nueva  sangre  venida: 
Agora  da  nueva  vida 
Al  namorado  perdido. 

«Limones  cogía  la  virgo 
Para  dar  al  su  amigo. 
Quiérome  ir  allá, 
Para  ver  al  ruiseñor 
Cómo  cantaba.» 


«Para  dar  al  su  amigo 
En  un  sombrero  de  sirgo. 
Quiérome  ir  allá, 
Por  mirar  al  ruiseñor 
Cómo  cantaba.» 

Las  abejas  colmeneras 
Ya  me  zuñen  los  oídos, 
Paciendo  por  los  floridos 
Las  flores  más  placenteras. 

El  tomillo  por  los  montes 
Huele  de  dos  mil  maneras... 

¡Cuan  granado  viene  el  trigo!.. 


Gracias  á  Dios,  quedaba  vencida  y  enterrada  la  picara  poesía  del 
Cancionero  de  Resende.  Nada  más  gracioso  y  más  profundamente 
tradicional  que  el  simbolismo  erótico  de  los  limones-.  Nueva  sangre 
y  nueva  vida  es,  en  efecto,  la  que  corre  á  oleadas  por  este  fragmen- 
to de  poesía  naturalista,  que  recuerda  los  mejores  días  de  la  bucó- 
lica siciliana. 

Gil  Vicente,  cuya  alma  de  artista  era  eco  sonoro  de  todas  las 
vibraciones  de  la  conciencia  de  su  siglo,  pasaba,  sin  esfuerzo, 
de  este  paganismo  ingenuo  y  desbordante,  de  esta  embriaguez 
y  plenitud  de  la  vida,  á  la  grave  inspiración  religiosa,  al  profundo 
y  moral  sentido  de  otros  autos  suyos,  entre  los  cuales  sobresale 


364  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

el  que  compuso  en  portugués  con  el  título  de  Breve  Summario 
da  historia  de  Deus,  y  fué  representado  en  presencia  del  rey 
D.  Juan  III  y  de  la  reina  D.a  Catalina,  en  1527:  obra  vigorosamen- 
te concebida  y  compuesta,  donde  se  desarrolla  el  cuadro  inmenso 
de  los  destinos  del  linaje  humano,  desde  la  Creación  hasta  la 
Redención,  poniéndose  en  escena  los  hechos  más  culminantes  que 
se  narran  en  las  páginas  sagradas:  todo  ello  en  estilo  noble  y  robus- 
to, y  en  un  nuevo  género  de  versificación  más  solemne  y  apropia- 
do á  la  materia  que  el  que  hasta  entonces  había  empleado,  pues 
en  vez  de  los  metros  cortos  usa  el  verso  dodecasílabo,  pero  no  en 
estancias  líricas,  impropias  del  teatro,  como  lo  había  hecho  Juan 
del  Enzina,  sino  combinado  con  su  hemistiquio,  lo  cual  le  da  un 
movimiento  ágil  y  variado,  y  constituye  en  realidad  un  nuevo  ritmo 
aptum  rebus  agendis  (1). 

Trasunto  de  este  auto  de  Gil  Vicente,  así  en  el  plan  como  en  los 
personajes,  pero  muy  amplificado,  y  no  ciertamente  con  ventaja 
poética,  es  la  famosa  Victoria  Christi  del  bachiller  aragonés  Barto- 
lomé Palau,  que  su  autor  calificó  de  allegorica  representación  de  la 
captividad  espiritual  en  que  el  linaje  humano  estuvo  por  la  culpa 
original  debajo  del  poder  del  demonio,  hasta  que  Cristo  Nuestro  Re- 
dentor con  su  muerte  redimió  nuestra  libertad,  y  con  su  Resurrec- 
ción reparó  nuestra  vida.  Ignórase  la  fecha  precisa  de  este  poema, 
pero  no  cabe  duda  que  fué  escrito  después  de  1539  y  antes 
de  15/7,  año  en  que  dejó  de  existir  el  arzobispo  de  Zaragoza 
D.  Hernando  de  Aragón,  á  quien  la  pieza  está  dedicada.  Su  popu- 
laridad fué  grandísima,  y  hoy  mismo  sigue  representándose  en 
algunos  pueblos  de  la  montaña  de  Aragón  y  de  la  de  Cataluña: 

(:)  Esta  combinación  se  encuentra  por  primera  vez  en  una  de  las  Canti- 
gas de  Alfonso  el  Sabio,  en  la  79,  que  es,  por  cierto,  deliciosa: 

E  esto  facendo,  a  mui  Gloriosa 
Paregeu  le  en  sonnos  sobeio  fremosa, 
Con  muitas  meninas  de  maravillosa 

Beldad;  e  porén 
Quisera  se  Musa  ir  con  elas  logo; 
Mas  Santa  Maria  Ihe  dis:  Eu  te  rogo 
Que  sse  mig1  ir  queres,  leixes  ris'  e  iogo 

Orgull'  e  desden. 


CAPITULO   XXVII  365 

supervivencia  que  no  alcanza  ninguna  otra  obra  de  nuestra  primi- 
tiva escena. 

Para  mí  es  cosa  clara  que  el  bachiller  Palau  imitó  á  Gil  Vicente; 
pero  no  creo  que  ni  uno  ni  otro  conociesen  los  Misterios  cíclicos 
franceses,  á  pesar  de  la  analogía  que  con  ellos  tienen  sus  composi- 
ciones. Téngase  presente  que  hemos  perdido  todo  nuestro  teatro 
hierático  de  la  Edad  Media,  salvo  dos  ó  tres  fragmentos;  y  es  más 
verisímil  suponer  que  en  ese  teatro  estaban  iniciados  ya  todos  los 
tipos  de  la  dramaturgia  religiosa,  que  no  recurrir  á  la  hipótesis  de 
una  influencia  tardía  é  inverisímil.  Lo  primero  es  más  conforme 
á  las  leyes  de  la  evolución  literaria.  No  se  niega  con  esto  el  influjo 
de  Francia,  antes  bien  se  le  reconoce  y  afirma  en  su  momento  pro- 
pio, es  decir,  desde  el  siglo  xn  al  xiv. 

Originalísimo  se  mostró  Gil  Vicente  en  otras  alegorías  satírico 
morales  que  poco  tienen  que  ver  con  el  drama  litúrgico,  y  mucho 
con  las  agitaciones  religiosas  de  su  tiempo.  Ya  hemos  dicho  que 
sus  ideas  eran  las  del  grupo  llamado  erasmista,  que,  aunque  coloca- 
do en  las  fronteras  de  la  Reforma,  no  las  traspasó  casi  nunca.  En 
ese  mismo  año  1527,  en  el  año  fatídico  del  saco  de  Roma,  hacía  re- 
presentar Gil  Vicente,  meses  antes  de  aquel  gran  escándalo  de  la 
cristiandad,  el  Auto  da  Feira,  cuyo  sentido  es  muy  análogo  al  de 
la  formidable  invectiva  que,  en  son  de  vindicar  al  Emperador,  com- 
puso el  Secretario  Alfonso  de  Valdés  con  el  título  de  Diálogo  de 
Lactancio  y  un  arcediano.  El  Tiempo  abre  su  tienda  de  mercader, 
y  convida  á  la  feria  del  mundo  á  todos  estados  de  gentes: 

En  nome  daquelle  que  rege  ñas  pracas 
D'  Anvers  e  Medina  as  feiras  que  tem, 
Comega-se  a  feira  chamada  das  Gracas, 
A'  honra  da  Virgem  parida  em  Belem... 


A  feira,  á  feira,  igrojas,  mosteiros, 
Pastores  das  alma?,  Papas  adormidos; 
Comprai  aquí  pannos,  mudae  os  vestidos, 
Buscae  as  camarras  dos  outros  primeiros 
Os  antecessores... 
O  presidentes  do  Crucificado, 
Lembrae  vos  da  vida  dos  sanctos  pastores 
Do  tempo  passado. 


366  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Roma  viene  á  la  feria,  y  el  diablo  exclama: 

Quero-me  eu  concertar, 
Porque  lhe  sei  a  maneira 
De  seu  vender  e  comprar. 

Todo  el  auto  está  salpicado  de  rasgos  por  el  mismo  estilo,  y  aun 
más  cáusticos  é  irreverentes,  llegando  á  tocar  algunos  en  la  materia 
de  indulgencias  y  jubileos,  tan  debatida  entonces,  y  que  dio  oca- 
sionalmente el  primer  impulso  á  la  Reforma: 


Oh!  vendei-me  a  paz  dos  ceos, 
Pois  tenho  o  poder  na  térra 


O  Roma,  sempre  vi  lá 
Que  matas  pecados  cá 
E  leixas  viver  os  teus. 

E  nao  te  corras  de  mi, 
Mas  com  teu  poder  facundo 
Assolves  a  todo  o  mundo, 
E  nao  te  lembras  de  ti, 
Nem  ves  que  te  vas  ao  fundo... 


E  nao  digas  mal  da  feira, 
Porque  tu  serás  perdida 
Se  nao  mudas  a  carreira... 


Gran  temeridad  parece  á  primera  vista  haber  puesto  en  auto 
de  Navidad  tan  resbaladizos  conceptos  teológicos;  pero  cesa  de 
todo  punto  el  asombro,  cuando  se  repara  que  tales  ideas  esta- 
ban en  la  atmósfera  de  aquel  principio  de  siglo,  y  que  no  se 
hallan  sólo  en  poetas  y  novelistas,  á  quienes  los  ensanches  de  la 
libertad  satírica  pudieran  hacer  sospechosos  de  ensañamiento  ó 
hipérbole;  pues  todo  lo  que  en  Gil  Vicente,  en  Torres  Naharro, 
ó  en  Cristóbal  de  Castillejo  se  lee,  es  nada  en  comparación  de  lo 
que  dijeron  los  ascéticos  y  moralistas  del  tiempo  de  Carlos  V, 
exagerando  también,  no  me  cabe  duda,  y  generalizando  con  exce- 
so, arrebatados  de  su  celo   por  el  bien  de  las  almas  y  del  calor 


CAPÍTULO  XXVII  367 

declamatorio  que  la  indignación,  musa  de  Juvenal,  comunicaba  á 
su  estilo  (i).  La  misma  audacia  y  desenvoltura  con  que  tales 
cosas  se  escribían,  ya  por  fines  de  edificación,  ya  por  mero  des- 
ahogo satírico,  prueban  la  robusta  fe  de  aquellos  varones,  y  el  nin- 
gún recelo  que  tenían  del  inminente  peligro  que  iba  á  atribular  á 
la  Cristiandad. 

En  cuanto  á  Gil  Vicente,  nunca  su  libertad  de  pensamiento  pasó 
más  allá  del  límite  que  señalan  los  versos  transcritos.  No  niega  á  la 
Iglesia  de  Roma  el  poder  de  absolver  los  pecados  y  de  conceder  in- 
dulgencias; pero  es  iracundo  censor  de  la  simonía,  plaga  del  siglo  xv 
más  que  de  otro  alguno,  de  la  cual,  seis  años  antes,  había  dicho 
enérgicamente  otro  poeta  nuestro,  el  cartujano  Juan  de  Padilla, 
cuya  pureza  de  doctrina  para  nadie  puede  ser  sospechosa: 

Que  por  la  pecunia  lo  justo  barata... 

Haciendo  terreno  lo  espiritual, 

Y  más  temporales  los  célicos  dones. 

De  esta  emponzoñada  fuente,  nacía  una  espantosa  relajación 
en  la  disciplina  y  en  las  costumbres.  Gil  Vicente,  á  quien  tam- 
poco tenemos  por  un  espíritu  muy  austero,  y  que  de  todas  suer- 
tes era  enemigo  nato  de  toda  hipocresía,  encontró  aquí  una  vena 

(1)  Baste,  por  muchos,  aquel  terrible  texto  del  dominico  Fray  Pablo  de 
León,  en  su  Guia  del  Cielo  (1553):  «¡Oh,  Señor  Dios!  ¡Cuántos  beneficios  hay 
»hoy  en  la  Iglesia  de  Dios  que  no  tienen  más  perlados  ó  curas,  sino  unos 
»idiotas  mercenarios,  que  no  saben  leer,  ni  saben  qué  cosa  es  Sacramento,  y 
»de  todos  casos  asuelven!...  De  Roma  viene  toda  maldad,  que  ansí  como  las 
«iglesias  catedrales  habían  de  ser  espejo  de  los  clérigos  del  obispado  y  tomar 
»de  allí  exemplo  de  perfección,  ansí  Roma  había  de  ser  espejo  de  todo  el  mun- 
»do,  y  los  clérigos  allá  habían  de  ir,  no  por  beneficios,  sino  por  deprender 
«perfección,  como  los  de  los  estudios  y  escuelas  particulares  van  á  se  per- 
jfeccionar  alas  Universidades.  Pero  por  nuestros  pecados,  en  Roma  es  abis- 
»mo  destos  males  y  otros  semejantes...  ¡Tales  rigen  la  Iglesia  de  Dios:  tales  la 
«mandan!  Y  así...  está  toda  la  Iglesia  llena  de  ignorancia...  necedad,  malicia, 
«luxuria  y  soberbia... Y  así  hay  canónigos  ó  arcedianos  que  tienen  diez  ó 
«veinte  beneficios,  y  ninguno  sirven.  Ved  qué  cuenta  darán  estos  á  Dios  de 
>las  ánimas,  y  de  la  renta  tan  mal  llevada.» 

Otras  muchas  cosas,  no  menos  tremendas,  dice  el  bueno  de  Fray  Pablo,  las 
cuales  pueden  leerse  en  mi  Historia  de  los  heterodoxos  españoles,  11,  28. 


368  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

inagotable  de  chistes  y  de  cuadros  picarescos,  ora  nos  presente 
en  la  Farsa  dos  Almocreves  (1526)  el  tipo  bonachón  pero  gro- 
tesco del  capellán  de  un  hidalgo  pobre,  que  en  servicio  de  su 
señor  desciende  hasta  tener  cuidado  de  los  gatos  de  la  cocina, 
é  ir  á  hacer  compras  á  la  plaza;  ora  en  la  Romagem  de  Aggrava- 
dos  (1533)  traiga  á  la  escena  á  un  Fray  Pago,  fraile  cortesano, 
con  espada,  guantes  y  gorra  de  velludo;  ora  pinte  al  clérigo  de 
Beira  (1526),  que  anda  de  caza  rezando  maitines  con  su  hijo;  ora 
en  la  Tragicomedia  pastoril  da  Serra  da  Estrella  (1527)  haga 
decir  á  un  ermitaño  epicúreo: 

Eu  desejo  de  habitar, 
N'  hua  ermida  a  meu  prazer, 
Onde  podesse  folgar... 
E  que  podesse  eu  dancar  nella: 
E  que  fosse  n'  hum  deserto 
D'  intuido  vinho  e  pao, 
E  a  fonte  muito  perto, 
E  longe  a  contemplacüo. 

Muita  caga  e  pescarin, 
Que  podesse  eu  ter  coutada 
E  a  casa  temperada: 
No  verao  que  fosse  fria, 
E  quente  na  invernada.  . 

Las  obras  de  Gil  Vicente  fueron  duramente  castradas  por  el 
Santo  Oficio  en  la  segunda  edición  de  1585,  tiempos  harto  diver- 
sos de  aquellos  en  que  escribió  el  poeta;  porque  enmendados  ó  mi- 
tigados muchos  de  los  vicios  y  abusos,  era  ya  materia  de  escándalo 
lo  que  en  otro  tiempo  pudo  ser  hasta  útil.  Pero  basta  fijarse  en  lo 
que  se  suprimió,  para  no  exagerar  el  alcance  de  las  sátiras  anticleri- 
cales de  Gil  Vicente.  Por  ejemplo,  el  Auto  da  Mofina  Mendes  (1534), 
en  el  cual,  por  cierto,  está  deliciosamente  intercalada  y  puesta  en 
acción  la  fábula  de  la  lechera,  empieza  con  un  sermón  jocoso  pre- 
dicado por  un  fraile:  mandóse  quitar,  por  la  irreverencia  del  título 
de  sermón,  y  en  lo  demás  se  reduce  á  ligeras  burlas  sobre  las  dis- 
tinciones escolásticas  y  las  citas  impertinentes  que  hacían  los  pre- 
dicadores; no  sin  alguna  puntada  contra  las  barraganías  de  los 
clrrigos: 


CAPÍTULO   XXVII  369 

Estes  dizem  junctamente 
Nos  livros  aqui  allegados: 
Se  filhos  haver  nao  podes, 
Cria  desses  engeitados  (1) 
Filhos  de  clérigos  pobres... 

En  la  comedia  Rubena  (1521),  los  protagonistas  de  aquella  acción 
nada  limpia  son  un  abad  de  tierra  de  Campos,  una  doncella  y  un 
clérigo  mozo;  pero  no  se  prohibió  por  esto,  sino  por  contener  gran 
número  de  hechicerías  y  oraciones  supersticiosas.  Nada  de  cuanto 
en  la  Nao  d'  amores  (1527),  en  la  Fragoa  d'  amor  (1525),  en  el 
Templo  d'  Apollo  (1526)  y  en  otras  piezas  se  dice  de  frailes,  cléri- 
gos y  ermitaños,  tiene  novedad  ni  trascendencia  alguna.  Las  mismas 
pullas  ú  otras  más  mordaces  se  encuentran  á  cada  paso  en  Lucas 
Fernández,  en  Torres  Naharro,  en  Diego  Sánchez  de  Badajoz,  y  en 
todos  los  autores  de  nuestras  primitivas  comedias,  farsas  y  églogas. 
El  ermitaño,  sobre  todo,  hipócrita  y  embustero,  había  llegado  á  ser 
un  tipo  cómico  de  los  más  socorridos. 

Quien  escribiese  hoy  como  Gil  Vicente,  pasaría  por  un  detractor 
encarnizado  del  estado  monástico;  pero  en  su  tiempo,  nadie  le  tenía 
por  tal.  Todo  ese  repertorio,  en  que  la  sátira  es  tan  cruda  y  el  len- 
guaje tan  libre  y  desvergonzado,  sirvió  de  pasatiempo  y  regocijo, 
no  á  un  populacho  tabernario,  sino  á  una  de  las  cortes  más  elegantes 
y  fastuosas  del  Renacimiento,  á  la  corte  portuguesa  de  D.  Manuel  y 
de  D.  Juan  III,  espléndida  y  rica  con  los  tesoros  del  vencido  Oriente. 
Los  príncipes,  magnates,  damas  y  prelados  que  eran  ornamento  de 
tales  fiestas,  reían  los  chistes  de  Gil  Vicente,  y  no  veían  en  ellos  ca- 
lumnia, ni  aun  malicia  grave,  porque  desgraciadamente  los  origina- 
les de  aquellos  retratos  estaban  á  la  vista  de  todos.  No  había  nacido 
de  la  caprichosa  fantasía  del  poeta  aquel  fraile  aseglarado  y  licencioso 
fie  la  Fragoa  d'  amor,  que  hace  alarde  de  «aborrecer  la  capilla,  y  el 
»cordón,  las  vísperas  y  las  completas,  y  el  sermón  y  la  misa,  y  el  silen- 
cio y  la  disciplina: 

Pareze-me  bem  bailar 
E  andar  n'  hüa  folia... 
Píireze-me  bem  jogar, 

(1)    Expósitos. 

1    l't.  .,■'.         !'. ,  i. 1  castellana.  III.  e* 


370  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Pareze-me  bem  dizer: 
— Vai  chamar  rainha  mulher, 
»  Que  ™e  la?a  de  jantar. 

Isto,  eramá,  he  viver. 

Tales  frailes  como  éstos  son  los  que  tuvo  que  reformar  el  gran 
Cisneros,  los  que  en  número  de  más  de  mil  emigraron  á  Marruecos 
en  1496  para  vivir  á  sus  anchas,  huyendo  de  su  reforma.  Y  de  tales 
frailes,  bien  podía  decir  Gil  Vicente  que  convenía  secularizar,  por 
lo  menos,  las  dos  terceras  partes  de  ellos,  y  hacerlos  cargar  con  los 
arneses  y  pelear    contra  los  moros  de  África  (i). 

Pero  dejando  aparte  esta  digresión,  á  la  cual  sólo  me  ha  condu- 
cido el  tenaz  empeño  que  muestran  algunos  críticos  (2)  en  presen- 
tar á  Gil  Vicente  con  los  falsos  colores  de  precursor  d¿  la  Reforma, 
de  eco  de  las  doctrinas  de  Juan  de  Huss,  y  hasta  de  mártir  de  la  li- 
bertad de  pensamiento,  continuaremos  la  breve  reseña  que  veníamos 
haciendo  de  su  curiosísimo  repertorio.  Abundan  en  él  las  que  pudié- 
ramos llamar  moralidades:  composiciones  ya  estrictamente  alegóri- 
cas, como  el  Auto  da  alma,  ó  más  bien  «de  la  hospedería  del  alma» 
(1508);  ya  alternando  lo  alegórico  con  lo  real,  y  lo  más  cómico  con 
los  más  devoto,  como  sucede  en  el  Auto  de  Mofina  Mendes,  en  que 
la  Prudencia,  la  Pobreza,  la  Humanidad  y  la  Fe,  departen,  no 
sólo  con  ángeles  y  patriarcas,  sino  con  los  rústicos  Bras  Carrasco 
y  Payo  Vaz.  En  el  Auto  da  Cananca,  uno  de  los  últimos  que  com- 

(0 

Somos  mais  frades  que  a  térra, 
Sem  contó  na  christiandade, 
Sem  servirnos  nunca  en  guerra, 
E  haviam  mister  refundidos 
Ao  menos  tres  partes  delles 
Em  leigos,  e  araezes  n'  elles, 
E  assi  bem  apercebidos, 
E  entSo  a  Mouros  com  elles. 

(2)  Véase,  entre  otros,  á  Teófilo  Braga,  en  su  Historia  do  theatro  portu- 
gués... Vida  de  Gil  Vicente  é sua  eschola,  seculo  XVI (Porto  1870); passim. 

Nada  nuevo  enseña  el  libro  del  Vizconde  de  Ougella:  Gil  Vicente  (Lis- 
boa, 1890). 

[Cons.  también  a  Arthur  Ludwig  Stiefel:  Zu  Gi.  Vicente,  en  el  Archiv  für 
das  Studiion  der  neueren  Sprachen  und  Literaturen,  cxix,  págs.  192-193.  (A.  B.) } 


CAPITULO   XXVII  371 

puso  nuestro  poeta  (1534),  las  tres  figuras  de  Silvestra,  Hebrea  y 
Veredina,  personifican  la  ley  de  Naturaleza,  la  de  Escritura  y  la  de 
Gracia. 

Pero  la  obra  maestra  de  Gil  Vicente  bajo  este  respecto,  y  quizá  la 
más  digna  de  consideración  del  primitivo  teatro  peninsular,  es  la 
notabilísima  trilogía  de  las  tres  Barcas,  del  Infierno,  del  Purgatorio 
y  de  la  Gloria,  en  portugués  las  dos  primeras,  y  la  tercera  en  cas- 
tellano, representadas  sucesivamente  delante  de  los  Reyes  de  Por- 
tugal Doña  María  y  D.  Manuel,  en  los  años  1 5 1/,  1518  y  1 5 19;  la 
primera  en  la  cámara  regia,  la  segunda  en  el  Hospital  de  Todos 
Santos  de  la  ciudad  de  Lisboa,  durante  los  maitines  de  Navidad,  la 
tercera  en  Almeirim,  y  sin  duda  como  complemento  de  alguna  fies- 
ta litúrgica,  de  lo  cual  conserva  indicios  en  las  lecciones  y  los  íes- 
ponsos  que  en  ella  se  intercalan. 

Estas  Barcas  son  una  especie  de  transformación  clásica  de  las 
antiguas  Danzas  de  la  muerte,  no  en  lo  que  tenían  de  lúgubre  y  ate- 
rrador, sino  en  lo  que  tenían  de  sátira  general  de  los  vicios,  esta- 
dos, clases  y  condiciones  de  la  Sociedad  Humana.  El  cuadro  general 
era  idéntico,  pero  el  simbolismo  había  variado,  haciéndose  más  ri- 
sueño y  enlazándose  con  los  recuerdos  artísticos  de  una  mitología 
nunca  muerta  del  todo  en  el  espíritu  de  las  razas  greco-latinas,  y 
más  vivaz  que  nunca  en  los  días  del  segundo  Renacimiento.  Ahu- 
yentada la  horrible  pesadilla  de  la  danza  de  espectros  que  había 
asediado  la  imaginación  de  la  Edad  Media,  volvía  el  barquero 
Carón  á  surcar  las  aguas  de  la  infernal  laguna,  ejerciendo  como 
en  los  diálogos  del  satírico  de  Samosata,  no  sólo  el  oficio  de  con- 
ductor, sino  el  de  censor  agridulce  de  la  tragicomedia  humana,  al 
modo  de  Menipo  el  cínico  y  otros  filósofos  populares  de  la  antigua 
Grecia.  Erasmo  y  Pontano  cultivaron  en  latín  este  género,  y  de 
ellos  pasó  á  las  lenguas  vulgares,  siendo  el  tipo  más  excelente  entre 
nosotros  el  Diálogo  de  Mercurio  y  Carón  de  Juan  de  Yaldés:  mo- 
numento clarísimo  del  habla  castellana  del  tiempo  del  Emperador, 
no  sólo  por  el  argénteo  estilo,  inafectada  elegancia  y  ática  pureza 
de  su  autor,  digno  á  veces  de  ser  comparado  con  el  mismo  Lucia- 
no, sino  por  la  profunda  observación  moral  y  los  graves  docu- 
mentos de  sabiduría  práctica  que  contiene,  sin  que  se  vislumbren 


372  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

apenas  los  errores  teológicos  en  que  vino  á  caer  aquel  ilustre  hijo- 
de  Cuenca  durante  el  segundo  período,  enteramente  místico,  de 
su  vida. 

Este  diálogo  se  escribió  é  imprimió  en  1528,  y,  por  consi- 
guiente, no  pudo  influir  en  las  primitivas  Barcas  de  Gil  Vicente^ 
pero  influyó  de  seguro  en  una  refundición  castellana  mucho  más 
extensa,  acabada  de  imprimir  en  Burgos,  en  casa  de  Juan  de  Junta,, 
á  25  días  del  mes  de  Enero  de  1539,  con  el  título  de:  Tragico- 
media alegórica  d  El  Paraíso  y  d'  El  Infierno:  Moral  representa- 
ción del  diverso  camino  que  hacen  las  ánimas  partiendo  de  esta 
presente  vida,  figurada  por  los  dos  navios  que  aquí  parescen:  el  uno 
del  Cielo  y  el  otro  del  Infierno,  cuya  subtil  invención  y  mateiia  en 
el  argumento  de  la  obra  se  puede  ver.  Son  interlocutores  un  ángel, 
un  diablo,  un  hidalgo,  un  logrero,  un  inocente  llamado  Juan,  un 
fraile,  una  moza  llamada  Floriana,  un  zapatero,  una  alcahueta, 
un  judío,  un  corregidor,  un  abogado,  un  ahorcado  por  ladrón,  cua- 
tro caballeros  que  murieron  en  la  guerra  contra  moros,  el  barquero 
Carón. 

Hay  en  esta  refundición  mucho  nuevo  y  bueno:  la  fuerza  satíri- 
ca es  mayor,  el  diálogo  tiene  más  viveza,  la  versificación  corre  más 
limpia  y  suelta,  algunos  trozos  no  tienen  precio  por  lo  acre  y  pi- 
cante de  los  donaires.  «Tiene  cosas  de  las  cosquillas  (hubiera  dicho 
Quevedo),  porque  hace  reir  con  enfado  y  desesperación.»  Pero  esta 
tragicomedia  castellana  ¿es  en  realidad  de  Gil  Vicente?  Yo  no  acabo 
de  persuadírmelo:  la  edición  de  Burgos,  de  la  cual  poseo  copia  fide- 
lísima, no  dice  el  nombre  del  autor.  En  otro  manuscrito,  copia  sin 
duda  de  diversa  edición,  que  cita  Aribau  en  sus  notas  á  los  Orígenes 
de  Moratín,  parece  que  se  leía  la  siguiente  nota:  «Compúsolo  en 
» lengua  portuguesa,  y  luego  el  mesmo  autor  lo  trasladó  á  la  lengua 
■¿castellana,  aumentándolo.»  Si  así  fué,  hay  que  reconocer  que  en 
esta  ocasión  se  excedió  notablemente  á  sí  mismo  como  artífice  de 
versos  castellanos.  Y  esto  es  precisamente  lo  que  me  hace  descon- 
fiar de  que  él  fuese  el  traductor.  En  sus  coplas  castellanas,  Gil  Vi- 
cente tiene  cosas  hermosísimas,  pero  está  lleno  de  incorrecciones, 
de  versos  cojos,  de  rimas  falsas,  de  vocablos  enteramente  portugue- 
ses, propios  de  quien  nunca  había  estado  en  Castilla.  Nada  ó  muy 


capitulo  xxvii  373 

poco  de  esto  hay  en  la  tragicomedia,  que  es  una  de  las  piezas  mejor 
escritas  de  aquel  tiempo  (i). 

Ticknor  tiene  el  mérito  de  haber  indicado  por  primera  vez  la 
semejanza  entre  estas  alegorías  de  Gil  Vicente  y  una  de  las  más  an- 
tiguas piezas  dramáticas  de  Lope  de  Vega,  el  auto  sacramental  del 
Viaje  del  alma,  que,  si  hemos  de  atenernos  á  las  indicaciones  de  El 
Peregrino  en  su  patria  (novela  que  es  en  parte  autobiográfica),  fué 
representado  en  una  plaza  de  Barcelona  hacia  el  año  de  1599.  Pero 
aunque  el  historiador  norteamericano  afirma  caprichosamente  que 
la  idea  y  el  orden  de  la  fábula  son  casi  los  mismos  en  uno  y  otro 
autor,  lo  cual  dista  mucho  de  ser  verdad,  no  apunta  más  semejanzas 
de  detalle  que  la  de  los  preparativos  de  viaje  que  el  demonio,  arráez 
de  la  barca  del  Infierno,  hace  en  una  y  otra  pieza. 

Teófilo  Braga,  que  acepta  y  amplía  la  indicación  de  Ticknor  en 
su  Historia  do  theatro  portugués  (2),  nota  con  mejor  acuerdo  la  di- 
ferencia entre  ambas  concepciones  dramáticas.  Pláceme  transcribir 
las  palabras  del  erudito  profesor,  inspiradas  por  la  más  ferviente  ad- 
miración al  genio  de  Lope,  á  quien  llama  el  mayor  escritor  dramáti- 
co de  los  tiempos  modernos: 

«Lope  de  Vega,  como  ingenio  profundo  y  creador,  aprovechó- 
se simplemente  de  la  idea,  dándole  una  forma  original  y  más  per- 
fecta: las  diversas  ánimas  de  Gil  Vicente  fueron  reducidas  por  él  á 
una  sola,  el  Alma;  y  el  Diablo,  que  en  las  Barcas  trabaja  solo,  es 
aquí  ayudado  por  la  Memoria,  por  el  Apetito,  por  los  Vicios.  El  es- 
tribillo que  cantan  para  darse  ala  vela, recuerda  la  forma  lírica  usa- 
da por  Gil  Vicente,  la  decoración  indica  también  que  Lope  de  Vega 
conoció  los  viejos  autos  portugueses.  En  el  auto  da  Barca  da  Glo- 
ria, trae  Gil  Vicente  esta  rúbrica:  «os  Anjos  desferrem  a  vela  em  que 
»estd  o  Crorifixo pintado».  En  el  final  del  auto  de  Lope  «descúbre- 
le la  nave  de  la  Penitencia,  cuyo  árbol  y  entena  eran  una  cruz, 
»que  por  jarcias,  desde  los  clavos  y  rótulo,  tenía  la  esponja,  la  lan- 
»za,  la  escalera  y  los  azotes,  con  muchas  flámulas,  estandarte  y  ga- 

(1)  ¿Hay  ejemplar  de  la  Tragicomedia  en  la  Biblioteca  Real  de  Munich,  y 
ha  sido  reproducido  por  U.  Cronan  en  el  tomo  1  de  su    Teatro  español  ti* 
glo  AT7(Madrid,  1913;  Sociedad  de  Bibliófilos  Madrileños).  (A.  B, 

(2)  Págs.  194-198. 


374  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

sllardetes  bordados  de  cálices  de  oro».  En  el  auto  de  Gil  Vicente 
aparece  un  Papa;  en  el  auto  de  Lope  va  al  timón  el  Papa  que  enton- 
ces regía  la  Iglesia.  En  el  auto  portugués,  Cristo  resucitado  es  quien 
viene  á  gobernar  la  barca  de  la  Gloria.  En  el  auto  de  Lope  aconte- 
ce lo  mismo,  como  lo  prueba  la  siguiente  acotación:  «Cristo  en  per- 
»sona  del  maestro  de  la  nave,  con  algunos  ángeles  como  oficiales 
»de  ella.»  Finalmente,  la  impresión  general  que  deja  el  Viaje  del 
Alma,  es  que  Lope  conocía  aquel  modelo,  aunque,  por  otra  parte,, 
la  invención  tampoco  pertenezca  á  Gil  Vicente,  puesto  que  los  sím- 
bolos cristianos  sacados  de  la  nave  se  remontan  á  los  primeros  si- 
glos de  la  Iglesia.» 

A  estas   tan  oportunas  observaciones   de  Braga,  sólo  hay  que 
añadir  que  el  tipo  de  la  barcarola  lírica  llevada  al  teatro  por  Gil  Vi- . 
cente  y  Lope  de  Vega  en  los  cantos  intercalados  en  estas  piezas,  es 
de  indisputable   origen    galaico-portugués,    encontrándose   á   cada 
paso  bellísimas  muestras,  en  el  Cancionero  Vaticano: 

Per  ribeira  do  río 
Vi  remar  o  navio, 
E  sabor  ey  da  ribeira! 

Per  ribeira  do  alto 
Vi  remar  o  barco; 
Sabor  ey  da  ribeira... 

As  troles  do  meu  amado 
Briosas  vam  no  barco; 
E  vam-se  as  flores 
D'aquel  bem  com  meus  amores. 

As  froles  do  meu  amigo 
Briosas  vam  no  navio; 
E  vam-se  as  flores 
D'  aquel  bem  com  meus  amores... 

Cotéjense  estas  letras  con  la  que  cantan  al  fin  del  primer  auto 
de  Gil  Vicente  los  cuatro  fida/gos,  caballeros  de  la  Orden  de  Cristo > 
que  murieron  en  las  parles  de  África: 

A  barca,  á  barca  segura: 
Guardar  da  barca  perdida; 
A  barca,  á  barca  da  vida. 


capitulo  xxvn  375 

A  barca,  á  barca,  mortaes; 
Porém  na  vida  perdida 
Se  perde  á  barca  da  vida... 

ó  el  bello  romance  con  que  da  principio  el  Auto  da  Barca  do  Pur- 
gatorio: 

Remando  van  remadores 

Barco  de  grande  alegría... 

Así  las  formas  líricas  y  tradicionales  persisten  por  misterioso  ata- 
vismo en  el  arte  de  las  edades  cultas;  y  de  esta  manera,  en  el  in- 
menso mundo  poético  que  llamamos  teatro  de  Lope,  se  reducen  á 
unidad  armónica  todos  los  elementos  del  genio  peninsular. 

Los  autos  hasta  aquí  citados,  con  otros  de  menor  importancia  (i), 
constituyen  el  primer  libro  del  cuerpo  de  las  obras  de  Gil  Vicente, 
llamado  por  sus  editores  obras  de  devoción,  aunque  algunos  pasos 
poco  tengan  de  devotos.  El  libro  segundo  comprende  las  comedias, 
y  el  tercero  las  tragicomedias:  división  arbitraria,  puesto  que  nin- 
guna diferencia  substancial  separa  en  Gil  Vicente  los  dos  géneros, 
pudiéndose  llamar  indiferentemente  comedias  ó  tragicomedias  la  de 
Rubena  y  la  del  Viudo,  la  de  D.  Duardos  y  la  de  Amadís  de  Gaula. 
En  cambio,  bajo  la  rúbrica  de  tragicomedias,  se  confunden  con  pie- 
zas como  las  dos  últimamente  mencionadas,  una  serie  de  represen- 
taciones alegóricas  y  de  circunstancias,  que  constituyen  un  género 
enteramente  distinto.  Y,  por  el  contrario,  en  la  sección  cuarta  se 
agrupan,  bajo  el  título  de  farsas,  verdaderas  comedias,  aunque  en 
miniatura;  escritas  en  portugués  las  más  de  ellas.  Prescindiendo, 
pues,  de  esta  división  tradicional,  que  tampoco  responde  al  orden 
cronológico,  examinaremos  rápidamente  las  principales  formas  que 
tiene  la  comedia  de  Gil  Vicente. 


(i)  Auto  pastoril,  portugués  (1523). — Diálogo  sobre  a  resurreifáo  entre  osju- 
deus  (no  fija  la  fecha:  está  todo  él  en  portugués,  y  es  muy  curioso  por  la  pin- 
tura satírica  de  las  costumbres  de  los  judíos). — Auto  de  San  Martinho  (en 
castellano,  1504;  representado  ante  la  Reina  Doña  Leonor,  en  la  iglesia  de 
Caldas,  durante  la  procesión  del  Corpus  Christi.  Es,  por  consiguiente,  el  más 
antiguo  de  los  autos  sacramentales  conocidos  hasta  ahora,  pero  no  tiene  rela- 
ción alguna  con  aquella  festividad,  reduciéndose  á  la  sabida  leyenda  de  par- 
tir San  Martín  su  capa  con  un  pobre  . 


376  HISTORIA    DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Y  ante  todo  conviene  advertir  que  ni  el  teatro  latino,  ni  el  teatro 
italiano  del  Renacimiento,  influyeron  en  él  para  nada.  Se  le  ha  lla- 
mado el  Plauto  portugués,  y  á  la  verdad,  el  género  de  sus  gracias 
cómicas,  sobre  todo  en  las  farsas,  es  más  plautino  que  terenciano, 
pero  lo  es  por  semejanza  de  índole,  no  por  disciplina  literaria.  Gil 
Vicente,  que  era  humanista,  habría  leído  de  seguro  á  Plauto  y  Te- 
rencio,  pero  no  les  imita  nunca.  Por  el  desorden  fantástico  de  las 
concepciones,  por  el  tránsito  continuo  de  lo  elevado  á  lo  grotesco, 
por  lo  brusco  é  inesperado  de  las  alusiones  y  de  las  invectivas,  y 
también  por  la  riqueza  y  pompa  lírica,  recuerda  mucho  más  las  co- 
medias de  Aristófanes,  á  quien  probablemente  no  conocía,  y  cuya 
influencia  en  el  teatro  moderno  nunca  ha  sido  directa.  En  algunas 
de  sus  alegorías,  por  ejemplo,  en  la  Exhortación  á  la  guerra,  Gil  Vi- 
cente es  un  poeta  aristofánico,  hasta  por  el  sentido  político  y  pa- 
triótico de  sus  advertencias  y  profecías,  que  se  levantan  majestuosas 
en  medio  del  fuego  graneado  de  los  conjuros  del  hechicero  y  de 
las  bufonadas  del  coro  de  diablos. 

En  cuanto  á  los  poetas  cómicos  italianos,  Gil  Vicente  no  da  mues- 
tras ni  siquiera  de  haberlos  leído.  Nunca  se  inspira  en  las  fábulas 
dramáticas  del  Ariosto,  ni  de  Bibbiena,  ni  de  Machiavelli,  y  eso  que 
el  espíritu  del  secretario  de  Florencia  tenía  más  de  un  punto  de  afi- 
nidad con  el  suyo;  para  hacer  la  sátira  de  los  frailes  y  de  los  hipó- 
critas, Gil  Vicente  no  tenía  que  aprender  nada  de  nadie,  puesto  que 
nunca  pudo  contener  esta  ingénita  propensión  suya.  Gil  Vicente  es 
originalísimo  en  su  teatro  profano,  pero  creemos  que  también  en 
esta  parte  debe  alguna,  aunque  pequeña,  obligación  á  Juan  del  En- 
zina.  En  la  Comedia  de  Rubena  (15-21),  que  están  desconcertada  en 
su  plan,  tan  irregular  y  tan  llena  de  fárrago  como  la  Farsa  de  Plá- 
cida y  Vitoriano,  hay  una  escena  en  ecos,  y  otras  evidentes  remi- 
niscencias de  aquella  pieza.  Además,  como  todos  los  autores  de  su 
tiempo,  pudo  aprender  lo  más  profundo  del  arte  de  la  comedia  en  La 
(  destina,  de  la  cual  tomó,  entre  otras  cosas,  el  tipo  de  la  alcah;. 
Brígida  Vaz,  que  tan  desvergonzadamente  anuncia  sus  baratijas  en  la 
Barca  del  Infierno,  pieza  que  (dicho  sea  entre  paréntesis)  fué  repre- 
sentada en  la  cámara  regia,  «para  consolación  de  la  muy  católica  y 
»santa  reina  Doña  María,  estando  enferma  del  mal  deque  falleció». 


y 


capitulo  xxvii  377 

¿Debe  contarse  entre  los  libros  que  estudió  Gil  Vicente  la  Propa- 
líadia  de  Torres  Naharro?  Muy  verisímil  parece,  puesto  que  la  pri- 
mera edición  de  este  famoso  libro  es  de  15 I",  y  ya  antes  corrían  de 
molde  algunas  de  las  piezas  que  comprende;  por  ejemplo,  la  Tinela- 
ria.  Además,  el  poeta  extremeño  debía  de  ser  muy  conocido  en  Por- 
tugal por  la  comedia  Trofea,  que  en  1 5 14  había  escrito  y  hecho  re- 
presentar ante  la  Santidad  de  León  X,  loando  y  magnificando  las 
glorias  de  aquel  reino,  con  motivo  de  la  famosa  embajada  que  llevó 
Tristán  de  Acuña.  Pero  da  la  casualidad  de  que  precisamente  la  co- 
media de  Gil  Vicente  que  más  se  parece  á  otra  de  Torres  Naharro, 
la  Comedia  del  Viudo,  cuya  intriga  es  algo  semejante  á  la  de  la  Co- 
media Aquilana,  tiene  que  ser  anterior,  puesto  que  lleva  la  fecha 
de  1 5 14,  al  paso  que  la  Aquilana  ni  siquiera  figura  en  la  primera 
edición  de  la  Propalladia.  Queda,  pues,  la  graciosa  miniatura  de  Gil 
Vicente  como  primer  ensayo  del  tema  romántico,  luego  tan  repetido, 
del  príncipe  disfrazado  por  amor:  interesante  situación  que  el  autor 
complica  haciendo  que  el  corazón  de  Don  Rosvel  fluctúe  entre  las 
dos  hijas  del  viudo,  hasta  que  afortunadamente  viene  otro  príncipe 
hermano  suyo  á  resolver  el  conflicto,  casándose  con  la  menor: 

Estánse  dos  hermanas 
Doliéndose  de  sí; 
Hermosas  son  entrambas 
Lo  más  que  nunca  vi. 
¡Hufa,  hufa! 
A  la  fiesta,  á  la  fiesta, 
Que  las  bodas  son  aquí. 

Namorado  se  había  dellas 
Don  Rosvel  Tenorí; 
Nunca  tan  lindos  amores 
Yo  jamás  cantar  oí. 
¡Hufa,  hufa! 
A  la  fiesta,  á  la  fiesta, 
Que  las  bodas  son  aquí. 

Todo  es  comedido  y  decoroso,  todo  gentil  y  caballeresco  en  esta 
pieza,  escrita  íntegramente  en  castellano:  hasta  el  fraile  que  viene  á 
consolar  al  viudo,  es,  por  caso  único  en  Gil  Vicente,  un  buen  fraile; 
el  contraste  entre  el  viudo  desconsolado  y  un  compadre  suyo  que  se 


378  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

queja  de  la  inaguantable  mujer  que  tiene,  es  muy  cómico  y  de  la  me- 
jor ley.  Todas  las  escenas  están  tocadas  con  una  ligereza  y  una  ele- 
gancia que  sorprenden  en  autor  tan  primitivo. 

Nada,  por  el  contrario,  más  grosero,  más  incongruente  y  peor 
combinado  que  la  comedia  bilingüe  de  Rubetia  (1521),  que  tiene,  sin 
embargo,  cierta  fantástica  poesía,  y  es  la  más  antigua  comedia  de 
magia  de  nuestro  teatro,  ó  á  lo  menos  la  primera  en  que  intervie- 
nen hadas  y  hechiceras.  Es  también  la  única  pieza  de  Gil  Vicente 
que  presenta  división  en  escenas,  las  cuales,  en  realidad,  son  tres 
actos  pequeños,  precedidos  de  un  argumento  que  recita  un  Licen- 
ciado. El  uso  de  estos  introitos  explicativos,  que  Juan  del  Enzina 
había  renovado  en  Plácida  y  Vitoriauo,  y  que  Torres  Naharro  usó 
constantemente,  no  es  exclusivo  de  la  comedia  clásica:  recuérdese 
el  praecentor  de  los  dramas  litúrgicos,  y  el  prólogo  ó  protocolo  de  los 
misterios  franceses. 

En  la  primera  de  estas  scenas,  se  presenta  con  la  mayor  brutali- 
dad una  situación  repugnantísima:  el  parto  de  una  muchacha  sedu- 
cida y  abandonada  por  un  clérigo.  Pero  Gil  Vicente  era  tan  poetar 
que,  en  medio  del  bárbaro  gusto  de  su  tiempo,  nunca  deja  de  hacer 
pasar  por  lo  más  abyecto  y  horripilante  un  rayo  de  la  luz  de  lo 
ideal.  Así  se  lamenta  en  un  monólogo  la  desventurada  Rubena: 

¡Oh,  tristes  nubes  escuras, 
Que  tan  recias  camináis; 
Sacadme  destas  tristuras, 

Y  llevadme  á  las  honduras 
De  la  mar,  adonde  vais! 
Duélanvos  mis  tristes  hadas, 

Y  llevadme  apresuradas 
A  aquel  valle  de  tristura, 
Donde  están  las  mal  hadadas, 
Donde  están  las  sin  ventura 
Sepultadas... 

Riquísimo  es  el  material  folk-lórico  que  puede  sacarse  de  esta 
comedia.  Con  ella,  con  el  Auto  das  fados,  y  con  muchos  rasgos 
sueltos  de  todas  las  obras  del  poeta,  sería  hacedero  un  inventario 
de  oraciones  supersticiosas,  de  ensalmos  y  conjuros,  de  prácticas 


capitulo  xxvii  379 

misteriosas  y  vitandas,  de  todas  las  formas  y  manifestaciones  de  lo 
sobrenatural  diabólico  en  la  mitología  del  pueblo  peninsular.  Es 
claro  que  un  espíritu  tan  culto,  tan  maligno  y  aun  escéptico  como 
el  de  Gil  Vicente,  no  había  de  participar  de  la  credulidad  del  vulgo, 
pero  se  complace  en  las  supersticiones  como  curioso  y  como  artis- 
ta, las  recoge  con  pasión  de  coleccionador,  las  explota  como  un 
elemento  poético-fantástico,  y  parece  que  su  poderoso  instinto  le 
hace  penetrar  hasta  el  fondo  de  esas  reliquias  del  paganismo  ibéri- 
co, y  sentir  cómo  hierven  confusamente  en  el  alma  popular.  Nin- 
gún otro  poeta  nuestro  le  ha  aventajado  en  esta  rara  erudición,  que 
á  veces  traspasa  las  rayas  del  lícito  conocimiento  é  invade  las  del 
dilettantismo  ocasionado  y  pecaminoso.  Es  tal  lo  concreto  y  preciso 
de  los  detalles,  que  hace  sospechar  en  Gil  Vicente  procedimientos 
análogos  á  los  que  en  nuestros  días  empleó  Jorge  Borrow  para 
hacerse  dueño  de  la  lengua  de  los  gitanos  y  tan  consumado  en  la 
noticia  de  sus  costumbres.  No  se  llega  á  saber  tanto  sin  mucha 
familiaridad  con  el  objeto  conocido. 

Pero  otro  más  apacible  género  de  poesía  popular  que  el  de  las 
brujas  y  las  comadres  esmalta  la  Rubina:  así  los  cantares  del  ama 
de  cría,  que  recuerda,  entre  otros  viejos  romances,  el  de  En  París 
estaba  Doña  Alda,  y  el  de  Vamonos  dijo  mi  tío — á  París  esa  ciudad; 
así  el  coro  de  las  mozas  de  labor,  que  alivian  su  trabajo  con  esta 
cantiga  en  el  gusto  de  Juan  del  Enzina: 

«Halcón  que  se  atreve 
Con  garza  guerrera, 
Peligros  espera.» 


La  caza  de  amor 
Es  de  altanería; 
Trabajos  de  día, 
De  noche  dolor: 
Halcón  cazador, 
Con  garza  tan  fiera, 
Peligros  espera... 


Finalmente,  notaremos  la  primera  aparición  de  la  figura  del  bobo, 
llamado  en  Portugués  «parvo». 

La  Rubena  es  comedia  novelesca  de  pura  invención,  lo  cual  ex- 


380  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

plica  su  tosquedad  y  desaliño,  bien  perdonables  en  época  tan  infan- 
til del  arte.  Don  Duardos  y  Amadís  de  Gaula  son  tragicomedias  fun- 
dadas en  libros  de  caballerías,  y,  por  tanto,  ofrecen  un  conjunto 
más  regular  y  agradable.  La  ficción  novelesca  estaba  más  adelan- 
tada que  la  teatral,  y  ésta  tenía  que  dar  sus  primeros  pasos  como 
con  andadores,  ó  asida  á  las  faldas  de  la  primera.  Así  lo  comprendió 
Juan  del  Enzina,  buscando  en  las  novelas  sentimentales  del  corte  de 
la  Cárcel  de  Amor  inspiración  para  sus  últimas  églogas.  Gil  Vicente, 
cuyo  sentido  poético  era  tan  superior,  entendió  que  en  los  libros  de 
caballerías,  más  gustados  en  Portugal  que  en  ninguna  parte,  había 
una  brava  mina  que  explotar,  y  se  internó  por  ella,  abriendo  este 
sendero,  como  otros  varios,  al  teatro  español  definitivo,  al  teatro 
de  Lope,  y  aun  pudiéramos  decir  al  de  Calderón,  que  todavía  trató 
algunos  temas  caballerescos  como  brillantes  libretos  de  ópera.  Los 
libros  de  que  se  valió  Gil  Vicente  para  estas  dos  piezas,  compues- 
tas totalmente  en  castellano,  fueron  el  Amadís  de  Gaula,  el  primero 
y  más  excelente  de  todos  los  de  su  género,  el  padre  y  dogmatiza- 
dor  de  toda  la  andante  caballería  (libro  nacido,  según  la  opinión 
más  probable,  en  Portugal,  pero  que  ya  no  se  conocía  allí  más  que 
en  la  refundición  castellana  del  Regidor  de  Medina  del  Campo  Garci 
Ordóñez  de  Montalvo)  y  el  Prima-león,  así  comúnmente  llamado, 
aunque  su  primitivo  título  fuese  Libro  segundo  de  Palmerín,  que 
trata  de  los  grandes  fechos  de  Primalcón  y  Polendos  sus  fijos:  y  assi 
mismo  de  los  de  don  Duardos,  principe  de  ynglaterra  (1524),  obra 
de  autor  desconocido,  pero  que  en  el  siglo  xvi  se  atribuía,  lo  mismo 
que  el  Palmer Ui.  de  Oliva,  á  una  dama  de  Ciudad  Rodrigo  (la  señora 
Augustobriga),  tradición  ya  consignada  por  Francisco  Delicado  en 
la  magnífica  y  correcta  edición  que  del  Primaleón  publicó  en  Ye- 
necia  en  1534:  «la  que  lo  compuso  era  mujer,  y  filando  al  torno,  se 
pensaba  cosas  fermosas  que  decía  á  la  postre». 

En  pocas  cosas  se  advierte  tanto  el  genio  dramático  de  Gil  Vi- 
cente, como  en  no  haberse  perdido  en  la  enmarañada  selva  de  aven- 
turas que  contienen  estos  libros,  ni  haber  caído  en  la  tentación  de 
dialogar  una  tras  otra  sus  escenas.  Se  atuvo  con  sobriedad  á  una 
sola  situación  interesante,  que  en  el  Amadís  de  Gaula  son  los  amo- 
res de  Oriana,  y  especialmente  el  episodio  de  la  penitencia  de  Bel- 


CAPITULO   XXVII  38 X 

tenebrós  en  la  Peña  Pobre;  y,  en  el  Don  Duardos,  los  amores  del  pro- 
tagonista con  la  infanta  Flérida,  hija  del  Emperador  de  Constanti- 
nopla.  Dramatizó,  pues,  algunos  incidentes  novelescos,  pero  no  es- 
cribió la  comedia  á  manera  de  novela.  De  fábulas  tan  embrolladas 
acertó  á  sacar  un  cuadro  escénico,  sencillo  é  interesante,  prescin- 
diendo de  la  desaforada  máquina  de  gigantes,  vestiglos  y  endriagos, 
de  la  monótona  repetición  de  mandobles,  tajos  y  reveses,  desafíos 
y  pasos  de  armas;  insistiendo  en  la  parte  humana,  y  especialmente 
en  aquella  pasión  que  es  el  alma  del  teatro;  y  dando  á  veces  muy 
viva  y  delicada  expresión  á  los  afectos  y  á  las  cuitas  amorosas  del 
doncel  de  la  mar  y  de  Don  Duardos,  en  pulidas  y  gentiles  coplas  de 
pie  quebrado;  v.  gr.:  estas  que  canta  el  príncipe  de  Inglaterra,  disfra- 
zado de  hortelano: 

¡Oh  palacio  consagrado, 
Pues  que  tienes  en  tu  mano 

Tal  tesoro, 
Debieras  de  ser  labrado 
De  otro  metal  más  ufano 

Que  no  el  oro! 
Hubieron  de  ser  rubines, 
Esmeraldas  muy  polidas 

Tus  ventanas, 
Pues  que  pueblan  serafines 
Tus  entradas  y  salidas 

Soberanas. 
Yo  adoro,  diosa  mía, 
Más  que  á  los  dioses  sagrados 

La  tu  alteza, 
Que  eres  dios  de  mi  alegría, 
Criador  de  mis  cuidarlos 

Y  tristeza. 
A  ti  adoro,  causadora 
De  este  vil  oficio  triste 

Que  escogí. 
A  ti  adoro,  mi  señora, 
Que  mi  ánima  quisiste 

Para  ti. 
Por  los  ojos  piadosos 
Que  te  vi  n'este  lugar, 

Tan  sentidos, 


382  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Claríficos  y  lumbrosos, 
Dos  soles  para  cegar 

Los  nacidos; 
Que  alumbres  mi  corazón, 
¡Oh  Flérida,  diosa  mía, 

De  tal  suerte 
Que  mires  la  devoción 
Con  que  vengo  en  romería 

Por  la  muerte! 
Tú  duermes,  yo  me  desvelo, 
Y  también  está  dormida 

Mi  esperanza: 
Yo  solo,  señora,  velo 
Sin  dios,  sin  alma,  sin  vida, 

Y  sin  mudanza. 
Si  el  consuelo  viene  á  mí, 
Como  á  mortal  enemigo 

Le  requiero: 
Consuelo,  vete  de  ahí, 
No  pierdas  tiempo  conmigo, 

No  te  quiero. 


¡Oh  floresta  de  dolores, 
Árboles  dulces,  floridos, 

Inmortales, 
Secárades  vuestras  flores, 
Si  tuviérades  sentidos 

Humanales! 
Que  partiéndose  de  aquí 
Quien  hace  tan  soberana 

Mi  tristura. 
Vos,  de  mancilla  de  mí, 
Estuviérades  mañana 

Sin  verdura. 
Pues  acuérdesete,  Amor, 
Que  recuerdes  mi  señora 

Que  se  acuerde, 
Que  no  duerme  mi  dolor, 
Ni  soledad  sola  un  hora 

Se  me  pierde. 
Amor,  Amor,  más  te  pido; 
Que  cuando  ya  bien  despierta 

La  verás, 


CAPITULO   XXVII  383 

Que  le  digas  al  oído: 
«¡Señora,  la  vuestra  huerta!» 

¡Y  no  más! 
Porque,  Amor,  yo  quiero  ver, 
Pues  que  Dios  eres  llamado 

Celestial, 
Si  tu  divinal  poder 
Hará  subir  en  brocado 

Este  sayal; 
Que  para  ser  tú  loado, 
A  milagros  te  esperamos; 

Que  lo  igual 
Ya  sin  ti  se  está  acabado, 
Y  por  lo  imposible  andamos, 

No  por  ál... 

Toda  esta  tragicomedia  es  un  delioso  idilio;  pero,  como  si  al  fin 
-de  ella  hubiese  querido  Gil  Vicente  dar  una  muestra  de  lo  más  ex- 
quisito de  su  poesía  lírica,  hizo  cantar  al  coro  un  romance  incom- 
parable, como  no  se  hallará  otro  compuesto  por  trovador  ó  poeta 
de  cancionero:  tan  próximo  está  á  la  inspiración  popular,  y  de  tal 
modo  la  remeda,  que  se  confunde  con  ella: 

En  el  mes  era  de  Abril, 
De  Mayo  antes  un  día, 
Cuando  los  lirios  y  rosas 
Muestran  más  su  alegría, 
En  la  noche  más  serena 
Que  el  cielo  hacer  podía,  ' 
Cuando  la  hermosa  Infanta 
Flérida  ya  se  partía: 
En  la  huerta  de  su  padre 
A  los  árboles  decía: 
— Quedaos  á  Dios,  mis  flores, 
Mi  gloria  que  ser  solía; 
Voyme  á  tierras  extranjeras, 
Pues  ventura  allá  me  guía. 
Si  mi  padre  me  buscare, 
Que  grande  bien  me  quería, 
Digan  que  el  Amor  me  lleva, 
Que  no  fué  la  culpa  mía: 
Tal  tema  tomó  conmigo, 


3B4  HISTORIA   DE   LA    POESÍA   CASTELLANA 

Que  me  venció  su  porfía: 

Triste,  no  sé  á  dó  vo, 

Ni  nadie  me  lo  decía. 

Allí  hablara  don  Duardos: 

— No  lloréis,  mi  alegría, 

Que  en  los  reinos  de  Inglaterra 

Más  claras  aguas  había, 

Y  más  hermosos  jardines, 

Y  vuestros,  señora  mía. 
Teméis  trescientas  doncellas 
De  alta  genealogía: 

De  plata  son  los  palacios 
Para  vuestra  señoría, 
De  esmeraldas  y  jacintos, 
De  oro  fino  de  Turquía, 
Con  letreros  esmaltados 
Que  cuentan  la  vida  mia, 
Cuentan  los  vivos  dolores 
Que  me  distes  aquel  día 
Cuando  con  Primaléón 
Fuertemente  combatía: 
Señora,  vos  me  matastes, 
Que  yo  á  él  no  lo  temía. — 
Sus  lágrimas  consolaba 
Flérida,  que  aquesto  oía; 
Fuéronse  á  las  galeras 
Que  don  Duardos  tenía. 
Cincuenta  eran  por  cuenta, 
Todas  van  en  compañía: 
Al  son  de  sus  dulces  remos 
La  Princesa  se  adormía 
En  brazos  de  don  Duardos, 
Que  bien  le  pertenecía. 
Sepan  cuantos  son  nacidos 
Aquesta  sentencia  mía: 
-  Que  coutra  muerte  y  amor 
Nadie  no  tiene  valía»  (1). 

(i)  La  versión  portuguesa  de  este  romance  que  trae  Almei  da-Garrett,  su- 
poniéndola copiada  de  los  manuscritos  del  caballero  Oliveira,  no  ha  existido 
nunca,  como  tampoco  esos  fantásticos  manuscritos.  Es  el  mismo  romance 
castellano  traducido  libremente,  ó  más  bien  arreglado,  por  Garrett, 


CAPÍTULO    XXVII  385 

Otra  vena  dramática  abrió  Gii  Vicente,  que  en  el  teatro  español, 
especialmente  en  el  de  Lope,  había  de  ser  caudalosísima.  Su  Come- 
dia sobre  la  divisa  de  la  Ciudad  de  Coimbra  (1527),  es  el  primero, 
aunque  rudísimo  ensayo,  de  aquellas  leyendas  locales,  heráldicas  y 
genealógicas,  que  de  las  historias  de  pueblos  pasaron  al  teatro.  No 
es  de  aplaudir  el  absurdo  embrollo  que  inventó  Gil  Vicente  para 
explicar  los  símbolos  de  la  Princesa,  del  León,  de  la  Serpiente  y  el 
Cáliz  que  aquella  ciudad  tiene  por  armas,  y  las  tradiciones  de  su 
río,  y  otras  antigüedades;  pero  ha  de  tenerse  en  cuenta  lo  que  his- 
tóricamente significa  este  conato  de  drama  arqueológico,  no  ensa- 
yado hasta  entonces  en  ninguna  parte  de  Europa. 

Comedias  novelescas  son,  aunque  con  matices  varios,  las  que  hasta 
ahora  llevamos  citadas.  Pero  Gil  Vicente  cultivó  además  la  comedia 
de  costumbres,  y  aun  pudiéramos  decir  que  aspiró  á  la  comedia  de 
carácter.  Debe  advertirse,  ante  todo,  que  lo  cómico  se  manifiesta  en 
su  teatro  de  dos  diversas  maneras.  Está  como  difuso  por  todas  sus 
composiciones  sagradas  y  profanas,  penetra  en  todas  sus  alegorías, 
hace  resonar  sus  cascabeles  en  las  situaciones  más  solemnes,  y  otras 
veces  se  insinúa  con  blanda  ironía,  mucho  más  eficaz  que  la  carcajada 
estrepitosa.  Entran  en  él  por  partes  iguales  el  humor  satírico  y  lo 
cómico  de  imaginación,  elevado  á  veces  hasta  el  humorismo  román- 
tico. Esta  es  quizá  la  forma  más  elevada  de  su  original  talento,  la  ca- 
tegoría superior  de  su  arte.  Pero  posee  también  lo  cómico  de  obser- 
vación, y  le  manifiesta  de  un  modo  concreto  en  sus  farsas,  escritas 
comúnmente  en  portugués,  y  algunas  de  las  cuales,  bajo  el  aspecto 
técnico,  son  lo  mejor  de  sus  obras.  listas  piezas,  de  breve  y  sencillí- 
sima composición,  no  tenían  precedente  alguno  (á  no  ser  que  quiera 
contarse  por  tal  la  comedia  francesa  del  Avocat  Pathe/in),  y  no  tuvie- 
ron quien  las  superase  hasta  que  Lope  de  Rueda  compuso  sus  pasos 
sabrosísimos.  En  ésta,  como  en  tantas  otras  cosas,  Gil  Vicente  tuvo 
que  ser  maestro  de  sí  mismo  y  sacarlo  todo  de  su  propio  fondo,  ó  más 
bien  del  asombroso  poder  que  tenía  para  ver  la  realidad  con  ojos 
libres  de  telarañas.  Estas  farsas  no  son  propiamente  comedias,  sino 
cuadros  de  costumbres  dialogados:  algo  parecido  á  lo  que  son  lot- 
entremeses  de  Cervantes,  los  saínetes  de  I  >.  Ramón  de  la  Cruz,  y 
otras  joyas  del  antiguo  género  chico.  Una  sola  situación  cómica,  uno  6 

\iKNK,\i>i  /   1   Ikui  '.-  Pettia  ttuUllana.   111.  a? 


386  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

dos  personajes  grotescos,  bastan  para  el  cuadro  de  Gil  Vicente.  Sólo 
en  0  Velho  da  Jwrta  y  en  la  Farsa  de  Inés  Pereira  hay  verdadera 
acción:  en  las  restantes,  el  nudo  es  flojísimo.  Pero  ¡qué  tesoro  de  len- 
guaje popular!  ¡qué  animación  picaresca!  ¡cuánta  espontaneidad  y 
cuánta  fuerza  de  sentido  común!  ¡qué  galería  de  figuras  risibles!,  si 
bien  el  poeta  abusa  demasiadamente  de  los  tipos,  ya  convencionales 
y  monótonos,  de  frailes  escandalosos,  de  clérigos  amancebados,  y  de 
celestinas  con  puntas  y  collares  de  hechicería.  El  amaneramiento  es 
escollo  de  que  rara  vez  se  salva  el  poeta  dramático,  por  lo  mismo  que 
es  en  él  muy  fuerte  la  tentación  de  repetir  lo  que  mejor  sabe  hacer  y 
lo  que  más  se  le  ha  aplaudido.  Ni  Moliere  se  libró  de  ello  con  sus  mé- 
dicos y  sus  maridos  pacientes,  ni  Moratín  con  sus  viejos  y  sus  niñas. 
;Qué  de  particular  tiene  que  no  alcanzase  á  evitarlo  Gil  Vicente, 
escribiendo  en  época  tan  ruda,  en  que  el  más  sencillo  perfil  cómico 
implicaba  un  esfuerzo  de  creación  tan  arduo,  acaso,  como  las  inven- 
ciones más  complejas  de  los  poetas  de  las  edades  cultas?  Aun  así 
es  admirable  el  número  de  tipos  que  esbozó,  y  que  presentan  como 
en  compendio  la  sociedad  portuguesa  del  gran  siglo,  tomada  por  su 
aspecto  menos  heroico.  El  galancete  enamorado  ridículo,  asiduo 
lector  de  cancioneros  manuscritos,  que  tañe  la  viola  á  las  puertas  de 
su  dama,  con  acompañamiento  de  todos  los  gatos  y  perros  de  la  ve- 
cindad (i):  la  infiel  esposa  sobresaltada  por  la  inesperada  aparición 
del  marido  que  torna  de  la  India,  mientras  ella  trae  al  retortero  á  dos 
galanes,  uno  en  casa  y  otro  en  la  calle  (2);  el  labrador  viejo  y  tenta- 
do de  la  risa,  perseguidor  de  las  doncellas  que  vienen  á  su  huerta  (3); 

(1)  Furga  de  iquem  tem  f árelos» ,  representada  en  los  Palacios  de  la  Ribera, 
•ante  el  rey  D.  Manuel  (1505):  uno  de  los  criados  habla  en  castellano. 

(2)  Auto  da  India,  representado  á  la  reina  Doña  Leonor  (15 19):  hay  un 
castellano  que  habla  en  su  lengua. 

(3)  O  velho  da  Horta  (1512).  No  hay  en  castellano  mis  que  un  cantarcillo: 

¿Cuál  es  la  niña 
Que  coge  las  flores 
Si  no  tiene  amores? 

Cogía  la  niña 
La  rosa  florida, 
El  horlclanico 
Prendas  le  pedia, 
Si  no  tiene  amorío 


CAPÍTULO   XXVII  387 

-el  judío  casamentero  (i);  los  negros  (2)  y  las  gitanas  (3);  el  juez  de 
Beira,  juzgador  á  lo  Sancho  Panza  (4);  el  hinchado  hidalgo  de  poca 
renta,  que  mata  de  hambre  á  sus  servidores,  empeñándose  en  tener 
capellán  y  orífice  propio  y  gran  número  de  pajes  (5);  el  físico  pedan- 
te, maestre  Enrique,  precursor  de  los  médicos  de  Moliere  (6)...  Para 
encontrar  caricaturas  semejantes,  hay  que  llegar  hasta  El  Lazarillo 
de  Tormes,  6  más  bien  ni  unas  ni  otras  son  caricaturas,  sino  tra- 
suntos fidelísimos  de  la  vida  peninsular,  interpretada  por  artistas 
•de  genio. 

(1)  Interviene  en  la  Farfa  de  Inés  Pereira,  donde  sólo  el  ermitaño  habla 
-en  castellano. 

(2)  En  la  Farfa  do  Clérigo  da  Beira,  representada  á  D.  Juan  III  ea  Almei- 
rín  (1 526),  se  remeda  con  gracia  la  jerga  de  los  negros  de  Guinea  traídos  como 
•esclavos  á  Portugal. 

(3)  Farfa  das  Ciganas,  representada  en  Évora  (1 52 1).  Toda  ella  en  la 
jerigonza  castellana  que  hablaban  los  gitanos,  pero  sin  mezcla  de  calo'.  Es 
el  primer  documento  de  nuestra  literatura  que  se  refiere  exclusivamente 
á  ellos. 

(4)  Farfa  do  Juiz  de.  Beira,  representada  en  Almeirín  (1525).  Un  zapatero 
habla  en  castellano. 

(5)  Farfa  dos  Ahnocreves  (de  los  arrieros),  representada  en  Coimbra  ( 1 526). 

(6)  Farfa  dos  Físicos.  No  se  expresan  el  año  ni  el  lugar  de  la  representa- 
ción. Es  una  de  las  piezas  más  libres  y  más  francamente  inmorales  de  Gil  Vi- 
cente, pero  no  de  las  menos  ingeniosas.  Si  algo  hay  en  su  teatro  que  recuerde 
el  cinismo  de  la  Mandragora  de  Maquiavelo  es,  sin  duda,  este  auto.  La  ma- 
yor parte  de  él  está  en  castellano,  lengua  que  hablan  los  tres  principales  in- 
terlocutores: el  clérigo  enamorado,  el  padre  confesor  de  ancha  manga  que  le 
absuelve,  y  el  físico  ó  médico.  Esta  farsa,  que  bien  merece  su  nombre,  ter- 
mina cantándose  á  voces  una  ensalada  tan  estrambótica  como  el  argumento. 
Todo  ello  parece  una  bufonada  de  Carnaval,  y  puede  darnos  idea  de  lo  que 
eran  los  juegos  de  escarnio. 

Aunque  calificada  de  comedia,  tiene  mucha  relación  con  las  farsas  la  Flores- 
ta  de  engaños,  última  obra  de  Gil  Vicente,  representada  en  Évora  en  1536, 
sino  que  es  una  farsa  implexa,  puesto  que  combina  dos  ó  tres  en  una,  á  la  ver- 
dad con  poco  arte.  Es  pieza  bilingüe,  predominando  el  castellano.  Los  chascos 
<le  que  son  víctimas  un  logrero  y  un  juez  prevaricador,  alternan  confusamen- 
te con  una  intriga  amatoria  y  mitológica,  y  con  los  diálogos  episódicos  de 
un  filósofo  y  su  criado,  el  bobo  ó  parvo,  que  aparecen  sujetos  á  una  misma 
■cadena. 

Por  el  contrario,  aunque  se  califican  de  farsas  el  Auto  da  fiama  (1510)  y  e-1 


3^s  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

El  lenguaje,  en  la  parte  castellana  (que  aquí  es  la  menor),  adole- 
ce de  muchos  lusitanismos,  que  no  pueden  pasar  por  arcaísmos,  y 
de  verdaderas  infracciones  gramaticales.  Pero  el  portugués  es  tal 
como  no  ha  vuelto  á  escribirse  después  ni  para  el  teatro  ni  fuera  de- 
él:  riquísimo,  pintoresco,  expresivo,  matizado  de  proloquios,  satura- 
do de  gravedad  zumbona,  de  picante  ironía,  de  maliciosa  sencillez. 
Si  nuestros  hermanos  no  han  vuelto  á  acertar  con  el  verdadero  estilo 
cómico,  si  en  nuestro  siglo,  por  ejemplo,  no  han  tenido  un  Bretón 
y  se  han  dado  á  remedar  pobremente  los  sofísticos  problemas  de  la 
alta  comedia  francesa,  tan  exótica  en  Lisboa  como  aquí,  la  principal 
causa  está  en  el  olvido  en  que  han  dejado  caer  la  herencia  de  glo- 
ria que  les  legó  Gil  Vicente,  el  tesoro  inagotable  de  sus  castizos  do- 

Auto  da  Lusitania  [1532),  son  realmente  piezas  alegóricas  de  circuuslandas- 
La  segunda  termina  con  e<ta  bella  cantiga: 

Vanse  mis  amores,  madre, 
Luengas  tierras  van  morar, 

Y  no  los  puedo  olvidar. 
¿Quién  me  los  hará  tornar, 
Quién  me  los  hará  tornar? 

Yo  soñara,  madre,  un  sueño, 
Que  me  dio  n!  el  corazón. 
Que  se  iban  los  mis  amoref 
A  las  islas  de  la  mar, 

Y  no  los  puedo  olvidar. 
¿Quién  me  los  hará  tornar, 
Quién  me  los  hará  tornar? 

Yo  soñara,  madre,  un  sueño. 
Que  me  dio  n'  el  corazón, 
Que  se  iban  los  mis  amores 
A  las  tierras  de  Aragón: 
Allá  se  van  á  morar, 

Y  no  los  puedo  olvidar. 
¿Quién  me  los  hará  tornar, 
Quién  me  los  hará  tornar: 

El  Auto  das  J'adas,  que  ya  hemos  tenido  ocasión  de  citar,  no  es  un  cuadro 
de  costumbres,  sino  una  representación  cómico-fantástica. 

La  Romagcm  de  Aggravados  (1533),  que  figura  indebidamente  entre  las  tra- 
gicomedias, fué  calificada  pqr  su  autor  de  sátira,  pero  sin  duda  fué  impresa- 
<ntre  las  piezas  de  circunstancias,  por  haber  sido  escrita  para  festejar  el  naci- 
miento del  Infante  IX  Felipe. 


CAPÍTULO   XXVII  389 

naires,  del  cual  todavía  algunas  reliquias  quedaron  en  los  autos  de 
Antonio  Prestes  y  Antonio  Ribeiro  Ciliado,  en  las  óperas  del  infor- 
tunado judío  Antonio  José  da  Silva,  y  aun  en  la  insolente  y  des- 
garrada prosa  de  los  folletos  políticos  del  P.  José  Agustín  de 
Macedo. 

Hay  entre  las  farsas  de  Gil  Vicente  una  que  no  sin  fundamento 
puede  reivindicar  el  título  de  comedia,  ó,  á  lo  menos,  el  de  prover- 
bio dramático.  Hízola  nuestro  poeta  como  en  son  de  desafío  á  los 
detractores  de  las  obras  de  su  ingenio,  á  los  que  llegaban  hasta  ne- 
garle la  paternidad  de  ellas,  y  la  hizo  sobre  un  refrán  que  ellos  mis- 
mos le  dieron;  «más  quiero  asno  que  me  lleve,  que  caballo  que  me 
derribe-.  Así  nació  la  Farsa  de  Inés  Pereira.  representada  ante  don 
Juan  III.  en  el  convento  de  Thomar,  el  año  1 523.  Nunca  mostró  Gil 
Vicente  más  habilidad  técnica;  nunca  tocó  tan  finamente  los  caracte- 
res; nunca  movió  con  tanta  gracia  los  títeres  de  su  pequeño  escena- 
rio, como  en  aquel  faceto  enredo,  cuya  situación  final  es  de  la  mayor 
fuerza  cómica,  aunque  más  en  el  género  de  los  cuentos  de  Boccaccio 
que  en  el  de  las  célebres  parábolas  matrimoniales  de  Shakespeare  y 
de  Fletcher  (Taming  of  tke  Shreti\  Rule  a  wife  and  have  a  zvife), 
puesto  que  aquí  es  el  segundo  marido  el  gobernado  y  domado,  has- 
ta el  punto  de  servir  como  asnal  cabalgadura  á  su  mujer  cuando  va 
en  romería  á  ver  al  ermitaño. 

Aunque  sea  cierto  que  Gil  Vicente,  en  esta  farsa  y  en  alguna  otra, 
se  acercó  más  que  en  el  resto  de  sus  poemas  escénicos  al  tipo  de 
comedia  que  los  preceptistas  clásicos  llamaban  menandrina,  no  lo 
es  menos  que  guardó  las  más  brillantes  galas  de  su  poesía  para 
aquel  género  de  tragicomedias  alegóricas  de  grande  espectáculo  con 
que  ennobleció  las  fiestas  palaciegas  de  dos  reinados  sucesivos,  ha- 
ciendo oficio,  no  de  adulador  ni  de  truhán,  sino  de  entusiasmado 
espectador  de  las  grandezas  de  su  pueblo  y  de  la  magnífica  expan- 
sión de  la  vida  portuguesa  del  Renacimiento,  <-n  la  cual,  sin  em- 
bargo, no  dejaban  de  apuntar  síntomas  de  decadencia,  que  él  fué 
de  los  primeros  en  advertir  y  denunciar  con  libre  espíritu  y  con 
aquel  género  de  adivinación  profética,  que  es  don  rara  vez  nega- 
do á  los  poetas  excelsos.  Hasta  qué  punto  ardía  la  llama  patriótica 
en  el  viril  espíritu  de  Gil  Vicente,  lo  muestra  la  Exkortac&o  da 


39°  HISTORIA   DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

guerra  (i)  donde  la  poesía  corre  como  un  surco  de  fuego,  para  levan- 
tar el  espíritu  de  los  conquistadores  de  Azamor  (1513).  Gil  Vicente 
tenía  en  su  lira  todas  las  cuerdas  del  alma  portuguesa;  pero  sobre  Ios- 
rasgos  del  gallego  melancólico  y  soledoso,  predominan  en  su  acentua- 
da fisonomía  los  del  duro  lusitano,  del  extremeño  seco  y  cetrino,  raza 
de  los  Alburquerques  y  Pizarros,  que  tan  fieramente  estampó  su  hue- 
lla en  las  pagodas  indostánicas  y  en  los  templos  de  los  hijos  del  Sol. 

Es  notable,  además,  la  Exhortagao  da  guerra,  por  el  extraño  brío 
y  novedad  de  la  parte  fantástica.  A  la  manera  que  el  doctor  Faus- 
to evocó  de  entre  los  muertos  á  la  bella  Elena,  símbolo  de  la  her- 
mosura clásica,  el  clérigo  nigromante  que  Gil  Vicente  pone  en  es- 
cena, con  acompañamiento  de  dos  espíritus  diabólicos  que  tiene  por 
familiares,  hace  que  se  levanten,  obedeciendo  á  sus  conjuros,  Aqui- 
les  y  Polixena,  Héctor  y  la  Reina  Pantasilea,  y  otras  sombras  clási- 
cas, que  al  volver  á  la  luz  y  mezclarse  entre  los  vivos,  reaparecen 
bañadas  en  una  atmósfera  de  paganismo  romántico. 

Sin  llegar  á  este  grado  de  fuerza  poética  y  taumatúrgica,  valen 
mucho,  por  lo  ingenioso  de  las  alegorías  y  de  las  invenciones,  la 
Fragoa  d'amor  (1525),  puesta  en  escena  en  los  desposorios  del  Rey 
D.  Juan  III  y  de  la  Reina  Doña  Catalina;  el  Templo  de  Apolo,  escrito 
con  ocasión  de  la  partida  de  la  Emperatriz  Doña  Isabel  para  Castilla 
(1526);  la  Nao  d'amores,  que  sirvió  para  festejar  la  entrada  de  Doña 
Catalina  en  Lisboa  (i  527 ),  y  el  auto  de  las  Cortes  de  Júpiter,  célebre 
más  que  ningún  otro  por  la  pompa  con  que  fué  representado  en  las 
fiestas  del  casamiento  de  la  Infanta  Doña  Beatriz,  Duquesa  de  Sa- 
boya  (1 5 19),  y  por  la  novelesca  interpretación  que  en  nuestros  días 

(1)  Hállanse  en  esta  pieza  unos  versos,  no  ya  imitados,  sino  literalmente 
traducidos,  de  Gómez  Manrique,  en   las  coplas  sobre  el  mal  gobierno   de 

Toledo:  Cuando  Roma  á  todas  velas 

Conquistava  toda  a  térra, 
Todas  donas  e  donzellas 
Davflo  suas  joias  bellas 
Pera  manter  os  da  guerra... 

Es  una  de  tantas  pruebas  como  pueden  alegarse  de  lo  familiares  que  eran» 
á  Gil  Vicente  las  obras  de  los  trovadores  castellanos  de  su  tiempo  ó  poco  an- 
teriores (\  él.  El  Templo  ¿Apollo  empieza  con  una  imitación  de  los  Disparates- 
de  Juan  del  Enziua. 


CAPITULO   XXVII  3QI 

le  dio  Almeida-Garrett,  enlazándole  con  la  leyenda  de  los  amores  de 
Bernaldim  Ribeiro,  y  edificando  sobre  esta  base  su  drama  Un  auto 
de  Gil  Vicente,  primera  obra  del  gusto  romántico  que  apareció  en 
la  escena  portuguesa  (1538)  (i).  La  Fragua  es  una  de  las  rarísimas 
piezas  en  que  Gil  Vicente  tiene  imitaciones  directas  de  algún  poeta 
clásico.  Venus  aparece  buscando  á  su  hijo  el  Amor,  y  se  queja  de 
su  pérdida  en  términos  análogos  á  los  del  primer  idilio  de  Mosco, 
atribuido  por  algunos  á  Teócrito. 

Pero  ni  á  Teócrito,  ni  á  Mosco,  ni  á  ninguno  de  los  maestros  del 
culto  idilio  alejandrino  ó  siciliano,  ni  á  Virgilio  su  imitador,  debe  Gil 
Vicente  su  propio  y  encantador  bucolismo,  que  ya  apunta  en  alguno 
de  los  autos  sagrados,  y  que  luego  más  libremente  se  manifiesta  en 
la  Tragicomedia  pastoril  da  Serra  da  Estrella  (1527)  y  en  los  dos 
bellísimos  Triunfos,  del  Invierno  y  del  Verano.  Es  evidente  que  tam- 
bién en  esta  parte  tuvo  por  precursor  á  Juan  del  Enzina,  pero  deján- 
dole á  tal  distancia,  que  apenas  se  advierte  el  remedo.  La  égloga  en 
Juan  del  Enzina  es  muy  realista  y  algo  prosaica:  en  Gil  Vicente  es 
lírica,  es  un  impetuoso  ditirambo,  un  himno  á  las  fuerzas  vivas  de 
la  naturaleza  prolífica  y  serena,  eterna  desposada  que  resurge  al 
tibio  aliento  de  cada  primavera,  vencedora  de  las  brumas  y  de  los 
hielos  del  Invierno.  En  vano  hace  éste  ostentación  y  alarde  de  su 
poderío  en  valientes  versos: 

Sepan  todos  abarrisco 
Que  yo  soy  Juan  de  la  Greña. 
Estragador  de  la  leña, 

Y  sembrador  del  pedrisco... 
Ojeador  de  las  cigüeñas, 

Destierro  de  golondrinas, 
Voz  de  las  aguas  marinas, 
Agravio  de  viejas  dueñas. 
Dios  de  los  fríos  vapores 

Y  señor  de  los  nublados, 

(1)  Interviene  el  viejo  dramaturgo  en  otras  obras  de  poetas  portugueses 
modernos.  Julio  de  Castilho  (hijo  de  Antonio  Feliciano)  funda  en  el  auto.de 
Exhoriagao  da  guerra  su  poesía  Gil  Vicente  (O  Ermilerio,  1876).— La  represen- 
tación de  la  Farga  de  Inez  Pereira  sirve  de  máquina  en  un  poema  dramático 
de  Teófilo  Braga,  Auto  por  desaffro?i/a  (Torrentes,  j86q). 


392  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Peligro  de  les  ganados, 
Tormento  de  los  pastores... 

Aunque  veáis  mi  figura 
Como  de  salvaje  bruto, 
Yo  cubro  el  aire  de  luto, 

Y  ias  sierras  de  blancura. 
Quito  las  sombras  graci«¡sn^ 

Debajo  de  los  castaños, 

Y  hago  á  los  ermitaños 
Encorvar  como  raposas. 

Hago  mustios  los  perales, 
Los  bosques  frescos,  medoños, 
Hago  alegres  los  madroños 

Y  llorosos  los  rosales. 
Hago  sonar  las  campanas 

Muy  lejos  con  mis  primores, 

Y  callar  los  ruiseñores, 

Y  los  grillos  y  las  ranas. 
Hago  á  buenos  y  á  ruines 

Cerrar  ventanas  y  puertas, 

Y  hago  llorar  las  huertas 
La  muerte  de  los  jardines. 

Las  viñas  hago  marchitas 

Y  los  arroyos  riberas; 
Hago  lagunas  las  eras 

Y  cisternas  las  ermitas- 
Afuera,  afuera,  calores, 

Y  locuras  del  verano, 

Y  traiga  el  viento  solano 
Otros  misterios  mayores... 

Yo  quiero  sobre  la  mar 
Demostrar  mi  poderío: 
Pues  la  tierra  gusta  el  trío, 
Tormentas  quiero  ordenar. 

Haré  cantar  las  sirenas, 

Y  peligrar  á  las  naves, 

Y  haré  gritar  á  las  aves 

Y  volar  á  las  arenas... 

No  debía  de  faltar  aparato  de  máquinas  y  decoraciones  cuando 
estas  alegorías  se  representaban  en  los  saraos  de  palacio.  Gil  Vicente 
llega  <1  poner  en  escena  el  espectáculo  de  !a  mar  en  tormenta,  las 


capitulo  xxvii  393 

naos  que  vuelven  de  la  India,  y  la  fantástica  aparición  de  las  Sire- 
nas (i),  que  cantan  en  castellano  las  glorias  de  la  navegación  por- 
tuguesa: 

Recuérdate,  Portugal, 

Cuánto  Dios  te  tiene  honrado; 
Dióte  las  tierras  del  sol 
Por  comercio  á  tu  mandado; 
Los  jardines  de  la  tierra 
Tienes  bien  señoreado, 
Los  pomares  de  Oriente 
Te  dan  su  fruto  preciado; 
Sus  paraisos  terrenales 
Cerraste  con  tu  candado. 
Loa  al  que  te  dio  la  llave 
De  lo  mejor  que  ha  criado; 
Todas  las  islas  ignotas 
A  ti  solo  ha  revelado... 

Pero  el  Triunfo  del  Invierno  sólo  sirve  para  preparar  el  espléndido 
triunfo  del  Verano,  que  pone  su  tálamo  nupcial  en  la  sierra  de  Cintra: 

«Del  rosal  vengo,  mi  madre, 
Veugo  del  rósale.» 
Afuera,  afuera  nublados, 
Neblinas  y  ventisqueros, 
Reverdecen  los  oteros, 
Los  valles,  priscos  y  prados: 

Sea  el  frío  reventado, 
Salgan  los  frescos  vapores, 
Píntese  el  campo  de  flores, 
Alégrese  lo  sembrado. 

«A  riberas  de  aquel  vado 

(i)  La  alegoría  náutica  había  sido  empleada  ya  en  festejos  portugueses, 
no  sabemos  si  dramáticos  ó  enteramente  mudos,  antes  de  Gil  Vicente.  Ruy 
de  Pina,  en  la  Crónica  de  D.  Juan  II  (bieditos  da  Academia  Poriugueza,  pá- 
gina 126  de  la  C.  de  D.  J.  //),  describe  un  momo  que  se  representó  ante  aquel 
monarca,  en  que  figuraba  «una  gran  flota  de  grandes  navios,  metidos  en  paños 
«pintados  de  bravas  y  naturales  ondas  de  mar,  con  grande  estruendo  de  arti- 
llería que  jugaba,  y  trompetas  y  atabales  y  ministriles  que  tañían,  con  desv.t- 
«riados  gritos  y  alborotos  de  pitos  de  fingidos  maestres,  pilotos  y  mareante, 
«vestidos  de  brocados  y  sedas,  de  verdaderos  y  ricos  trajes  alemanes». 


394  HISTORIA    DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Viera  estar  rosal  granado. 
Vengo  del  rósale.» 
Vuélvase  la  hermosura 
A  cada  cosa  en  su  grado; 
A  las  ñores  su  blancura. 
A  la  tierra  su  verdura, 
Que  el  bravo  tiempo  ha  robado. 
¡Bendito  el  triunfo  mío, 
Que  da  claridad  al  cielo!... 
«A  riberas  de  aquel  río 
Viera  estar  rosal  florido: 
Vengo  del  rósale.» 

El  Dios  de  los  amadores 
Me  dio  su  poder  y  llaves, 
Que  mande  cantar  las  aves 
Los  salmos  de  sus  amores... 

«Viera  estar  rosal  florido, 
Cogí  rosas  con  suspiro. 

Vengo  del  rosal, 
Del  rosal  vengo,  mi  madre, 
Vengo  del  rósale.» 

La  Sierra  de  Cintra  viene, 
Que  estaba  triste  del  frío, 
A  gozar  dei  triunfo  mío, 
Que  á  su  gracia  conviene. 

Es  la  Sierra  más  hermosa 
Que  yo  siento  en  esta  vida: 
Es  como  dama  polida, 
Brava,  dulce  y  graciosa, 
Namorada,  engrandescida. 

Bosque  de  casas  reales, 
Marinera  y  pescadora, 
Montera  y  gran  cazadora, 
Reina  de  los  animales, 

Muy  esquiva,  y  alterosa, 
Bausa  de  navegantes, 
Sierra  que  á  sus  caminantes 
No  cansa  ninguna  cosa, 

Refrigerio  en  los  calores, 
llr.  saludades  minero, 
La  señora  á  quien  más  quiero 
Y  con  quien  ando  de  amores... 


capitulo  xxvn  395 

Así  á  los  ojos  de  este  gran  poeta  hasta  la  geografía  se  anima,  y 
cobran  habla  los  montes  familiares  y  sagrados  de  la  tierra  patria. 

Con  el  rótulo  de  obras  menudas,  y  como  última  sección  do  las 
poesías  de  Gil  Vicente,  se  incluyen  algunas  composiciones  sueltas 
que,  en  general,  no  pasan  de  medianas.  Todas  elias  pertenecen  á  la 
escuela  del  Cancionero  de  Resende,  y  están  escritas  en  los  metros 
del  siglo  xv,  sin  mezcla  alguna  del  gusto  italiano.  Gil  Vicente  per- 
maneció extraño  á  las  innovaciones  de  Sá  de  Miranda,  introductor 
del  endecasílabo  en  Portugal,  aunque  no  las  combatió  directamente, 
como  hizo  Cristóbal  de  Castillejo  con  las  de  Boscán  y  Garcilaso.  En- 
tre las  poesías  portuguesas  merecen  la  preferencia,  en  lo  sagrado, 
la  paráfrasis  del  Salmo  50,  hecha  con  mucha  gravedad  y  unción;  y 
en  lo  profano  y  jocoso,  el  Pranto  y  el  Testamento  de  María  Parda, 
vieja  bebedora  de  Lisboa.  Esta  composición,  que  está  dialogada  en 
parte,  llegó  á  ser  tan  popular  como  las  mejores  farsas  dramáticas, 
con  las  cuales  se  confunde  por  su  tono  y  estilo.  Hay  también  dos 
romances  históricos,  uno  á  la  muerte  del  Rey  D.  Manuel,  y  otro  á 
la  aclamación  de  D.  Juan  III. 

De  las  composiciones  castellanas,  la  más  extensa  es  un  Sermón 
en  octavas  de  arte  mayor,  predicado  en  Abrantes  al  Rey  D.  Ma- 
nuel en  la  noche  del  nacimiento  del  Infante  D.  Luis,  año  de  I  $06. 
No  á  todos  pareció  bien  que  predicase  un  hombre  lego,  por  lo  cual 
el  autor,  antes  de  entrar  en  materia,  anuncia  que  no  va  á  meterse 
en  honduras  teológicas;  y  realmente  se  limita  á  una  exhortación 
moral  con  puntas  de  sátira.  Las  trovas  á  Felipe  Guillen  merecen 
recordarse  por  la  rúbrica  que  las  precede,  y  que  da  curiosas  noti- 
cias de  aquel  extraño  personaje,  boticario,  arbitrista  y  astrólogo, 
cuyo  nombre  suena,  aunque  con  poca  gloria,  en  la  historia  cientí- 
fica del  siglo  xvi  (i). 

(ij  «El  año  de  1519  (dice  Gil  Vicente)  vino  á  esta  corte  de  Portugal  un 
» Felipe  Guillen,  castellano,  que  se  dice  que  había  sido  boticario  en  el  Puer- 
»to  de  Santa  María:  el  cual  era  gran  lógico  y  muy  elocuente  y  de  muy  buena 
»  plática,  por  lo  cual  muchas  personas  sabidoras  gustaban  de  oirle.  Tenía  algo 
i  de  matemático:  dijo  al  Rey  que  le  quería  dar  el  artf  (de  navegan  «le  Este 
»á  Oeste,  que  había  inventado.  Para  demostración  de  este  arte,  hizo  muchos 
»  instrumentos,  entre  ellos  un  astrolabio  para  tomar  el  sol  á  toda  hora.  Expli- 


396  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

•  Pero  ya  hemos  dicho  que  el  verdadero  lirismo  de  Gil  Vicente  está 
en  sus  obras  dramáticas,  y  este  es  el  aspecto  que  principalmente 
hemos  hecho  resaltar  en  ellas.  Entre  los  ingenios  que  en  las  postri- 
merías de  la  Edad  Media  y  en  los  albores  del  Renacimiento  rejuve- 
necieron la  exangüe  poesía  cortesana  con  el  filtro  generoso  de  la 
canción  popular,  Gil  Vicente  es,  sin  disputa,  el  mayor  de  todos. 
Este  mérito,  á  falta  de  tantos  otros,  bastaría  para  hacer  glorioso  é 
imperecedero  su  nombre. 

Pero  su  labor  dramática  de  treinta  y  cuatro  años  significa  mucho 
más:  es  la  historia  entera  del  teatro  de  su  país,  que  sin  gran  hipér- 
bole puede  decirse  que  nació  y  murió  con  él.  Es  cierto  que  siguie- 
ron componiéndose  autos  portugueses  y  bilingües,  interesantes  to- 
dos para  la  historia  del  lenguaje  y  de  las  costumbres:  graciosos  al- 
gunos y  dignos  hoy  mismo  de  leerse,  aunque  sólo  sea  por  vía  de 
pasatiempo.  Pero  aun  los  mejores,  los  que  en  algo  recuerdan  la  ma- 
nera del  maestro,  los  de  Antonio  Prestes,  los  del  poeta  Chiado,  los 
del  mismo  Luis  de  Camoens,  á  quien  no  llamaba  Dios  por  este  ca- 
mino, sólo  sirven  para  echar  de  menos  á  Gil  Vicente,  y  para  conven- 
cerse de  que  en  su  línea  fué  único.  Otros  quisieron  imitar  la  come- 
dia del  Renacimiento  italiano,  trasunto  á  su  vez  del  teatro  latino.  Sá 
de  Miranda  y  Antonio  Ferreira,  egregios  líricos,  doctos  humanistas, 
fracasaron  en  este  intento:  sus  comedias,  rodeadas  de  justa  venera  - 

có  este  arte  en  presencia  de  Francisco  de  Mello,  que  era  el  mejor  rnatemá- 

-  tico  que  entonces  había  en  el  reino,  y  de  otros  muchos  que  para  esto  se  jun- 

•  taron  por  mandado  de  Su  Alteza.  Todos  aprobaron  el  arte  por  buena:  hízole 
*el  Rev  por  esto  merced  de  cien  mil  reales  de  pensión  y  el  hábito  y  corretaje 
>de  la  casa  de  la  India,  que  valía  mucho.  En  este  tiempo  mandó  Su  Alteza  11a- 
»mar  al  Aígarve  á  un  Simón  Fernández,  gran  matemático  y  astrólogo:  y  así 
» que  el  castellano  habló  con  él,  vio  que  le  entendía  y  que  convencía  de  false- 
dad sus  argumentos,  por  lo  cual  quiso  huir  para  Castilla:  descubrióse  á  un 
«Juan  Rodríguez,   portugués,  que  se  lo  fué  á  decir  a]  Rey,  y  le  mandaron 

-  prender  en   Aldea   Gallega,  estando  ya  montado  en  un  caballo  de  posta. 
Siendo  preso,  como  era  gran  trovador,  le  mandó  Gil  Vicente  estas  trovas.» 

Las  trovas  son  una  zumba  sangrienta  contra  el  asendereado  astrónomo, 

Que,  sin  ver  astrolomía, 
Kl  toma  el  sol  por  el  rabo 
F.ncualquier  hora  del  día... 


capitulo  xxvii  397 

ción  corno  textos  clásicos  de  la  lengua  portuguesa  en  su  mejor  tiem- 
po, son  frías  y  académicas:  no  deleitan  ni  interesan  á  nadie.  Algo 
mas  valen,  y  más  utilidad  tienen  como  documentos  para  la  historia 
de  aquella  sociedad,  las  de  Jorge  Ferreira  de  Vasconcellos,  que  com- 
binó la  imitación  de  los  italianos  con  la  de  la  Celestina.  La  Castro 
de  Antonio  Ferreira,  el  primero  que  dignamente  emuló  entre  los 
modernos  la  fuerza  patética  de  Furípides,  se  levanta  en  el  campo  de 
la  tragedia  como  un  mármol  clásico,  bello  y  solitario.  Vino  después 
la  tragicomedia  latina  de  colegio,  y  vino  la  irrupción  triunfante  del 
teatro  castellano,  y  por  dos  siglos  continuó  desierta  la  escena  por-: 
tuguesa,  ó  entregada  á  la  ínfima  farsa.  Sólo  las  carcajadas  históricas 
del  pobre  judío  Antonio  da  Silva  resonaron,  aunque  por  un  momen- 
to, en  medio  de  aquella  lobreguez.  Los  eruditos  del  siglo  xvín  vol- 
vieron á  hacer  comedias  y  tragedias  según  los  patrones  clásicos,  que 
ahora  no  venían  de  Italia,  sino  de  Francia,  pero  el  pueblo  les  vol- 
vió la  espalda,  y  a  falta  de  teatro  nacional  siguió  atenida  al  nuestro, 
único  que  se  oía  con  aplauso,  y  único  que  se  leía  en  la  plebeya  for- 
ma de  los  pliegos  de  cordel.  Fl  movimiento  romántico  produjo  una 
creación  artificial,  aunque  de  gran  precio:  el  breve,  pero  exquisito 
teatro,  de  Almeida  Garrett.  Un  drama  tan  vecino  á  la  perfección 
como  br.  Luis  de  Sonsa,  basta  para  honrar  á  un  poeta  y  á  una  li- 
teratura; pero  tales  prodigios  no  se  repiten  cuando  falta  la  indis- 
pensable colaboración  del  público  en  la  obra  del  artista  dramático. 
Fr.  Luis  de  Sousa  quedó  tan  solitario  como  la  Castro.  Garrett  mu- 
rió sin  posteridad  literaria,  como  Gil  Vicente.  Lo  que  vino  después 
de  aquél  apenas  merece  citarse:  es  de  ayer,  y  ya  está  más  olvidado 
que  las  farsas  del  siglo  xvi. 

La  legítima  descendencia  de  Gil  Vicente  quedó  en  Castilla,  don- 
de acaso  llegó  á  representarse  alguna  de  sus  obras,  y  donde  se  hicie- 
ron muy  pronto  imitaciones  de  ellas,  como  la  Tragicomedia  alegó- 
rica del  Paraíso  y  del  Infierno  y  'a  \rictoria  Christi.  Pero  continuán- 
dola evolución  del  teatro  español,  y  sobre  todo  después  de  alcanzada 
y  fijada  por  Lope  su  forma  definitiva,  Gil  Vicente,  cuya  dramatur- 
gia parecía  ya  obscura  y  anticuada,  fué  tan  olvidado  como  todos 
los  demás  precursores,  perjudicándole  además  su  condición  de  es- 
critor bilingüe,  errante  entre  dos  literaturas,  á  ninguna  de  las  cua- 


39^  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

les  pertenece  por  entero.  Digamos  más  bien  que  pertenece  á  la 
grande  y  universal  literatura  hispánica,  dentro  de  la  cual  son  meros 
accidentes  las  divisiones  políticas  y  aun  las  diferencias  dialectales. 
No  colocándose  en  este  punto  de  vista,  es  imposible  entender  á  au- 
tores como  Gil  Vicente,  cuya  obra  protestará  eternamente  contra 
el  separatismo  de  una  crítica  infecunda. 

Hemos  hablado  extensamente  del  poeta,  y  poco  ó  nada  hemos 
dicho  del  hombre,  porque  en  realidad  apenas  puede  decirse  nada 
con  certeza:  tal  es  la  penuria  de  datos;  pero  afortunadamente  nos 
quedan  sus  obras,  y  en  ellas  de  seguro  lo  mejor  de  su  espíritu.  Su 
misma  condición  social  es  un  enigma.  Fué  músico  y  poeta,  y  á  un 
tiempo  autor  y  actor  en  sus  piezas,  según  resulta  de  unos  elegantes 
versos  latinos  de  su  contemporáneo  Andrés  Resende  (i).  Pero  se 
engañaría  mucho  quien  le  tuviese  por  histrión  de  oficio  ó  por  un 
chocarrero  vulgar.  Nunca  representó  más  que  en  los  saraos  de  pa- 
lacio, ni  hizo  autos  más  que  para  los  Reyes,  de  cuya  casa  era  cria- 
do, y  cuya  protección  no  le  faltó  en  ningún  tiempo  de  su  vida,  aun- 
que es  cierto  que  no  le  sacó  de  pobre.  Por  eso  decía  en  1523: 

E  um  Gil...  um  Gil...  um  Gil... 
Hum  que  n5o  tem  nem  ceitil, 
Que  faz  os  aitos  á  El  Rei... 

Y  servía  para  algo  más  que  para  hacer  autos.  Cuando  en  1 531  un 
violento  terremoto,  que  se  sintió  en  varias  partes  del  Reino,   exaltó 

(l)  Cunctorum  hinc  acta  est  Comoedia  plausu, 

Quam  Lusitana  Gillo  audorct  actor  in  aula, 
Egerat  ante,  dicax  atque  inter  vera  facetus: 
Gillo  jocis  levibus  doctus  prestringere  mores; 
Qui  si  non  lingua  componeret  omnia  vulgi, 
Sed  potius  latía,  non  Graecia  docta  Menandrum 
Ante  suum  ferret:  nec  tam  Romana  theatra, 
Plautinasve  sales,  lepidi  vel  scripta  Terenti, 
Jactarent:  tanto  nam  Gillo  praeiret  utrisque, 
Quanto  illi,  reliquos  inter,  qui  pulpita  rore 
Oblita  Coryceo  digito  meruere  faventein. 

La  comedia  á  que  Resende  alude,  es  la  Tragicomedia  de  Lusitatiia,  que  fué 
repetida  en  Bruselas,  en  1532,  en  casa  del  Embajador  portugués  D.  Pedro  de 

Masca  renhas. 


CAPITULO  xxvii  399 

y  perturbó  los  ánimos  hasta  el  punto  de  mirarle  muchos  como  pro- 
videncial castigo  de  la  tolerancia  que  se  tenía  con  los  judíos  y  con 
los  conversos,  llegando  á  predicarse  en  los  pulpitos  el  exterminio 
de  aquella  raza  infeliz,  Gil  Vicente,  que  se  hallaba  en  Santarem, 
reunió  á  los  frailes  en  el  claustro  de  San  Francisco,  y  les  hizo  una 
discreta  y  caritativa  plática,  explicando  por  razones  naturales  el  te- 
rremoto, y  exhortándoles  á  que  se  opusiesen  á  la  desvariada  opinión 
del  vulgo,  y  restableciesen  la  paz  entre  judíos  y  cristianos,  y  entre 
cristianos  viejos  y  nuevos.  Sus  razones  fueron  tan  eficaces,  y  de  tal 
modo  le  secundaron  aquellos  religiosos,  que  á  los  pocos  días  cesó 
toda  ocasión  de  tumulto,  volviendo  á  sus  casas  los  cristianos  nue- 
vos, que  andaban  fugitivos  y  llenos  de  terror.  Todo  esto  consta 
en  una  carta  de  Gil  Vicente  al  rey  D.  Juan  III,  inserta  en  la  co- 
lección de  sus  obras  (i),  y  á  la  vez  que  honra  el  carácter  del  poeta, 
prueba  el  respeto  y  la  autoridad  de  que  gozaba  entre  sus  contem- 
poráneos. 

Sabemos  el  nombre  de  su  mujer,  Blanca  Becerra  (2),  y  el  de  dos 
hijos  suyos,  Luis  y  Paula  Vicente.  Uno  y  otro  cuidaron  de  la  edi- 
ción postuma  de  las  obras  de  su  padre,  hecha  en  1 562,  y  ellos  son 
los  únicos  cuyos  nombres  figuran  en  los  preliminares  del  libro:  Pau- 
la, á  cuyo  favor  está  dado  el  Privilegio,  y  Luis,  que  suscribe  la  de- 
dicatoria al  rey  D.  Sebastián.  Es  muy  dudosa  la  existencia  de  un 
tercer  hijo  llamado  Gil,  de  quien  Manuel  de  Faria  y  Sousa  (indiges- 
to y  crédulo  compilador  de  todo  género  de  rumores  y  patrañas)  re  - 
fiere  que  su  padre,  celoso  del  talento  poético  que  empezaba  á  mos- 
trar, le  envió  á  morir  desterrado  á  la  India.  Tan  odiosa  anécdota, 
sin  más  apoyo  que  el  de  Faria,  puede  rechazarse  desde  luego. 

A  Paula  se  la  llama  en  el  Privilegio  de  D.  Sebastián  «.moca  da  cá- 
mara da  milito  minha  amada  e preziada  tia%.  lista  tía  era  la  Infan- 

(i)     Tomo  ni,  págs.  385  á  389  de  la  edición  de  Hamburgo. 
(2)     Está  enterrada  en  el  monasterio  de  San  Francisco  de  Evora,  con  esto 
epitafio  que  dicen  ser  de  nuestro  poeto: 

Aqui  jaz  a  mui  prudente 
Senhora  Branca  Becerra, 
Mulherde  Gil  Vicente, 

Keila  tjrra.  


400  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

ta  Doña  María,  hija  del  rey  D.  Manue!,  princesa  cultísima  que  tuvo 
en  torno  suyo  una  academia  de  mujeres  sabias,  entre  las  cuales  des- 
collaba nuestra  toledana  Luisa  Sigca.  De  Paula  Vicente  (á  quien  en 
otro  documento  se  califica  de  tañedora),  se  dice  que  compuso  co- 
medias, y  es  tradición,  no  muy  segura,  que  ayudaba  á  su  padre  en 
la  composición  de  sus  obras,  por  lo  cual  el  P.  Antonio  dos  Reis,  en 
su  Enthusiasmus  Poeticus,  la  compara  con  Pola  Argentaría,  la  mujer 
de  I.ucano,  que  corrigió  y  publicó  la  Farsalia  de  su  marido: 

...  Paula  paren tem 
Oegidium  sociat  nunc  celso  in  vértice  montis. 
Quem  juvisse  ferunt,  sicut  olim  Pola  maritura 
Scribentem  juvit  Lucanum... 

Ignórase  cuándo  murió  Gil  Vicente,  pero  no  debió  de  ser  mucho 
después  de  I  536,  puesto  que  de  este  año  es  su  última  composición 
dramática.  Dejó  preparada  la  colección  de  sus  obras,  y  escrita  la 
dedicatoria  al  rey  D.  Juan  III,  que  le  había  mandado  imprimirla; 
pero,  como  queda  dicho,  la  edición  se  retrasó  hasta  IS'^1,  y  fué  el 
infeliz  D.  Sebastián  quien  recibió  las  primicias  de  ella. 

Esta  primera  edición  es  uno  de  los  libros  más  raros  del  mundo. 
La  segunda,  de  1587,  que  tampoco  abunda,  está  mutilada  por  el 
Santo  Oficio.  El  texto  primitivo  y  auténtico  de  Gil  Vicente  no  ha 
sido  reproducido  hasta  nuestro  siglo,  gracias  al  patriótico  celo  de 
dos  caballeros  portugueses,  Barreto  Feio  y  Gomes  Monteiro,  que 
le  imprimieron  en  Hamburgo,  en  1 834,  valiéndose  del  ejemplar  de 
la  Biblioteca  de  la  Universidad  de  Goettingen,  que  ya  había  servido 
a  Bouterweck  para  el  primer  estudio  formal  que  se  hizo  soore  el 
poeta  (l). 

(1)  Copilacam  de  todas  las  obras  de  Gil  Vicente,  a  qual  se  reparte  em  ático  li- 
bros. O  primeiro  he  de  todas  sitas  obras  de  dcvacaiii .  O  segundo  as  Comedias.  O 
Urceiro  as  Tragicomedias.  O  quarto  as  Par  (as.  No  quinto  as  obras  mendos  (Lis- 
boa), na  imprensa  de  Jo&o  Alvares.  1562.  Letra  gótica,  á  excepción  de  los  ar- 
gumentos, que  van  impresos  en  letra  romana.  Tiene  algunos  grabados  en  ma- 
dera. Fol  gót.  4  hs.  prls.  y  262  foliadas. 

—  Copiiafam...  Vam  enmendados  polo  Santo  Üfjkio,  como  se  f  tanda  tío  Catha- 
¡u£ú  deste  Regno.  Fox  impresso  en  a  muy  nobre  et  sempre  leal  cidade  de  Lisboa, 


CAPITULO    XXV11  4OI 

Falta  una  edición  crítica  de  Gil  Vicente:  falta  fijar  su  texto,  in- 
terpretar sus  alusiones,  hacer  su  gramática  y  su  vocabulario,  estu- 
diar su  métrica.  Fuera  del  Arcipreste  de  Hita,  con  quien  tantas  ana- 

por  Andrés  Lobato.  Anuo  de  M.D.LXXXVJ.  Foy  visto  polos  Deputados  da  San- 
ta Inquisicam... 

4.0  Cada  una  de  las  cuatro  partes  principales  del  libro,  tiene  distinto  fronr 
tis  grabado,  y  á  cada  una  de  las  piezas  dramáticas  precede  un  grabadito. 

—  Obras  de  Gil  Vicente,  correctas  e  enmendadas  pelo  cuidado  e  diligencia  de 
I.  V.  Bar  reto  Feio  e  J.  G.  Afonteiro,  Hamburgo,  Langhoff,    1834,  3  1001054.". 

Esta  edición  empieza  ya  á  escasear,  y  Salva  dice,  no  sé  con  qué  íundamenr 
to,  que  gran  parte  de  ella  pereció  en  un  incendio.  Todos  los  ejemplares  que 
he  visto  presentan,  en  efecto,  manchas  que  parecen  quemaduras,  pero,  bien 
examinadas,  se  ve  que  proceden  sólo  de  la  mala  calidad  del  papel. 

Hay  otra  reimpresión  posterior,  económica  y  poco  apreciada,  que  forma 
■  >arte  de  la  serie  titulada  Classicos  Portugueses.  En  ella  se  suplió,  con  presen- 
cia de  otro  ejemplar  de  la  1  ,a  edición,  una  hoja  que  falta  en  el  ejemplar  de 
Goettingen,  y,  por  tanto,  en  la  reproducción  de  Hamburgo. 

Bóhl  de  Faber  reimprimió,  muy  infielmente,  según  su  costumbre,  ocho  de 
las  piezas  castellanas  de  Gil  Vicente,  en  su  Teatro  Español  anterior  á  Lope  de 
Vega  (1832  1. 

Fuera  de  la  primera  edición  y  de  todas  las  posteriores,  queda  un  Auto,  que 
con  razón  ó  sin  ella  se  publicó  á  nombre  de  Gil  Vicente  en  ediciones  sueltas. 
La  que  hemos  visto  lleva  este  título: 

«Avto  da  Donzela  da  Torre  chamado  do  Fidalgo  Portugucz...  Auto  f cito  por  Gil 
Vicente,  da  Torre,  no  qual  se  representa  que  andando  hü  Fidalgo  perdido  num  de- 
serlo,  acfiou  /if/a  Donzella  fechada  mima  torre,  a  qual  iirou  có  hüa  corda  que  to- 
món á  um  Pastor,  e  despois  vem  hunt  Caslelhano,  que  a  tinha  fechada,  e  foy  a 
poz  o  Fidalgo,  e  fícou  o  Caslelhano  vencido.  Em  Lisboa,  por  Antonio  Aluarez. 
Auno  1652,  4.0,  8  hojas. 

Todos  los  personajes  hablan  en  castellano,  menos  el  fidalgo,  que  habla  en 
portugués. 

El  mismo  Antonio  Alvarez  reimprimió,  con  notables  variantes  y  adiciones, 
que  todavía  no  han  sido  estudiadas,  varias  obras  dramáticas  de  Gil  Vicente, 
tales  como  la  Barca  Primeira  ó  Auto  de  Moralidade,  el  Juiz  da  Beira  (1643), 
el  Don  Duardos  1 1647).  Todas  estas  ediciones  populares  existen  en  la  biblio- 
teca que  fué  de  D.  Pascual  de  Gayangos.  En  la  misma  forma  fué  reimpreso 
el  Pranto  de  Alaria  Parda,  porque  vio  as  Rúas  de  Lisboa  com  iam  poneos  ramos 
;;as  tabernas,  e  o  vinho  tam  caro  (1643). 

Estas  ediciones  continuaron  hasta  el  siglo  pasado,  puesto  que  todavía  hay 
una  del  Don  Duardos,  1720.  (Lisboa  (accidental,  na  officina  de  Bernardo  da  Cos- 
ta Carvalho.)  Y  probablemente  se  derivan  de  antiguos  pliegos  sueltos  góti- 

MKBÍBDZ2    \    PXLATO. — Portia  castellana,    lll.  ¿t 


402  HISTORIA    DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

logias  de  espíritu,  ya  que  no  de  forma,  tiene,  pocos  autores  de  nues- 
tra antigua  literatura  son  de  tan  difícil  acceso:  pocos  reclaman  y 
merecen  tanto  comentario  gramatical  é  histórico.  Mientras  no  esté 
hecho,  cuantos  juicios  se  formulen  sobre  este  genial  poeta  serán  tan 
vagos  y  superficiales,  como  lo  son,  dicho  sea  sin  ofensa  de  nadie, 
todos  los  publicados  hasta  ahora  dentro  y  fuera  de  Portugal,  entre 
los  cuales,  por  supuesto,  incluyo  este  deficientísimo  ensayo  mío,  que 
no  es  más  que  una  impresión  de  lector  aficionado  y  atento,  pero  en 
quien  predomina,  yo  lo  confieso,  el  dilettantismo  estético.  ¡Ojalá 
que  esa  edición  nos  la  dé  pronto  quien  puede  y  debe  hacerla:  quie- 
ro decir,  el  hada  benéfica  que  Alemania  enyió  á  Oporto  para  ilus- 
trar gloriosamente  las  letras  peninsulares!  (i). 

eos,  cuyo  texto  era  diverso  del  que  imprimieron  los  hijos  del  poeta.  En  el 
Don  Duardos  hay  un  prólogo  muy  curioso,  que  falta  en  la  edición  de  \<^>2\ 

«Como  quiera  (Excelente  Príncipe,  y  Rey  muy  poderoso)  que  las  comedias, 
«farsas  y  moralidades  que  he  compuesto  en  servicio  de  la  Reina  vuestra  tía, 
»,quanto  en  caso  de  amores,  fueron  figuras  baxas  en  las  quales  no  había  con- 
teniente rhetórica  que  pudiesse  satisfazer  al  delicado  espirito  de  Vuestra 
»Alteza,  conocí  que  me  cumplía  meter  más  velas  á  mi  pobre  fusta.  Y  assí,  con 
»deseo  de  ganar  su  contentamiento,  hallé  lo  que  en  extremo  deseaba,  que  fué 
»Don  Duardos  y  F/e'rida,  que  son  tan  altas  figuras  como  su  historia  recuenta 
»con  tan  dulce  Rhetórica  y  escogido  estilo,  cuanto  se  puede  alcanzar  en  la 
•humana  inteligencia...» 

(i)  Alusión  á  la  eminente  escritora  D.a  Carolina  Michaelis  de  Vasconce- 
los. (A.  B.) 


CAPITULO   XXVIII 

{difusión  de  la  poesía  castellana  en  la  región  de  lengua  catalana 
de  la  corona  de  aragón  (cataluña,  valencia  y  mallorca). con- 
centración del  movimiento  poético  en  valencia. poetas  valencia- 
nos: mosén  juan  tallante;  el  conde  de  oliva,  don  serafín  de  cente- 
lles; el  comendador  escrivá;  mosén  crespi  de  valldaura;  el  comen- 
dador don  luis  de  castellví;  don  alonso  de  cardona,"  don  francés 
carros  pardo?  mosén  jerónimo  de  artésj  trillas,  autor  de  las  prime- 
ras sextinas  castellanas;  don  francisco  fenolletj  mosén  narcís  vi- 
nyoles;  mosén  bernardo  fenollar,  el  mejor  poeta  valenciano  de  su 
tiempo;  jaime  gazullj  otros  poetas. la  corte  de  los  duques  de  ca- 
labria-—  poetas  catalanes:  pedro  moner  y  su  noche.—  poetas  ma- 
llorquines.  don  pedro   manuel   de   urrea;  datos  biográficos;   su 

Cancionero  (logroño,  1 5 !  3)í  imitaciones  que  se  observan  en  este  úl- 
timo; los  Villancicos  de  urrea;  la  Égloga  de  Calisto  y  Melibea;  otras 
obras;  de  cómo  en  urrea  se  manifiesta  y  afirma  por  vez  primera  el 
genio  poético  aragonés.] 


Coincidió  con  la  triunfante  difusión  de  la  poesía  castellana  en 
Portugal,  un  movimiento  análogo,  aunque  menos  intenso,  en  aquella 
parte  de  la  corona  de  Aragón  cuya  lengua  nativa  era  la  catalana, 
es  decir,  en  Cataluña  misma,  en  Valencia  y  en  Mallorca.  Pudiera 
creerse  á  primera  vista  que  la  unión  de  estos  reinos  con  el  de  Cas- 
tilla debió  de  hacer  más  activa  allí  la  propaganda  de  nuestra  lengua 
y  literatura,  puesto  que  tanto  lo  era  en  el  reino  occidental  de  la 
Península,  no  sólo  independiente,  sino  inveterado  enemigo  de  los 
castellanos  y  leoneses.  Pero  precisamente  sucedió  lo  contrario,  de- 
biendo atribuirse  este  fenómeno  á  la  diferencia  mucho  más  profun- 
da que  media  entre  el  habla  catalana  y  la  castellana  que  entre  la  cas- 


,404  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

te! lana  y  la  portuguesa,  la  cual  hacía  mucho  más  difícil  el  uso  pro- 
miscuo de  ambas;  y  á  la  circunstancia  de  haber  poseído  Cataluña  en 
la  Edad  Media  una  literatura  mucho  más  adulta  y  vanada  que  la  de 
Portugal,  siendo  precisamente  el  siglo  xv  el  de  su  apogeo,  a  lo  me- 
nos en  el  campo  de  la  poesía,  puesto  que  el  de  la  prosa  más  bien 
corresponde  al  xiv,  en  que  florecieron  sus  principales  cronistas,  Des- 
clot  y  Muntaner,  y  sus  grandes  escritores  enciclopédicos,  Ramón 
Lull  y  Eximenis.  Pero  á  la  centuria  siguiente  pertenecen  el  princi- 
pal monumento  de  la  prosa  novelesca  (Tirant  lo  Rlanch):  el  mayor 
poeta  lírico,  Ausias  March,  superior  al  Petrarca  en  profundidad 
de  sentimiento,  aunque  no  en  la  forma,  que  es  muchas  veces  árida 
y  escolástica,  el  mayor  satírico,  Jaime  Roig,  cuyo  Uibre  de  les 
dones  puede  considerarse  como  eslabón  intermedio  entre  el  Arci- 
preste de  Hita  y  la  novela  picaresca;  y  el  iniciador  resuelto  del' 
gusto  clásico,  y  precursor  inmediato  de  Boscán,  Mosén  Ruiz  de 
Corella. 

Claro  es  que  una  literatura  tan  robusta,  no  podía  ceder  de  un 
golpe  á  ninguna  invasión  extraña,  si  bien  comenzaban  á  notarse  en 
ella  síntomas  de  decadencia.  El  movimiento  poético,  que  nunca  fué 
muy  grande  en  la  antigua  Barcelona,  y  que  siempre  arrastró  allí  la 
vida  artificial  de  los  certámenes,  había  cesado  casi  del  todo  á  fines 
del  siglo  xv,  sin  que  dejasen  de  contribuir  á  ello  las  largas  turbulen- 
cias civiles  del  reinado  de  D.  Juan  II,  y  la  decadencia  social  y  mer- 
cantil de  la  ciudad,  que  notaron  viajeros  contemporáneos,  entre 
ellos  Alonso  de  Palencia.  El  movimiento  poético  se  había  concen- 
trado en  Valencia,  que  era  la  Atenas  de  la  corona  de  Aragón. 
Valencianos  son  todos  los  poetas  dignos  de  mayor  renombre  en 
esa  centuria. 

Pero  precisamente  Valencia  estaba  mucho  más  abierta  que  Bar- 
celona á  la  influencia  del  castellano,  que  penetraba  por  las  tres  fron- 
teras de  Aragón,  de  Cuenca  y  de  Murcia,  invadiendo  (as  vegas  del 
Segura  y  del  Jíícar  (I).  Además,  antiguos  lazos  históricos,  nunca  ol- 

i  Ha  de  tenerse  en  cuenta,  también,  que,  aunque  en  el  reino  de  Valen- 
cia predominó  el  elemento  catalán,  y  por  tanto  la  lengua,  DO  fueron  pocos  ni 
<1<-  pequeña  consideración  los  lugares  poblados  por  aragoneses,  y  en  ellos 
siempre  se  ha  hablado  el  castellano:  así  Aspe,  Elda,  Monforte  y  Callosa  de 


CAPITULO    XXVIII  405 

viciados  del  todo,  establecían  cierto  género  de  fraternidad  entre  los 
castellanos  y  los  hijos  de  la  alegre  ciudad  que  se  gloriaba  de  haber 
sido  reconquistada  por  el  Cid  antes  de  serlo  por  D.  Jaime.  Los 
vínculos  con  Cataluña  no  eran  tan  estrechos  como  pudiera  creerse 
por  la  comunidad  de  raza  y  de  lengua,  y  en  los  últimos  tiempos  se 
habían  aflojado  no  poco^á  causa  de  ser  Valencia  reino  aparte  y  re- 
gido por  diversas  instituciones.  Pero  más  que  todas  estas  causas,  in- 
fluyó una  puramente  fonética.  El  catalán  sonaba  en  aquellas  risue- 
ñas playas  de  un  modo  muy  diverso  que  en  las  ásperas  gargantas 
pirenaicas,  y  los  labios  que  le  modulaban  podían  sin  grande  esfuerzo 
adaptarse  á  la  emisión  de  los  sonidos  castellanos.  Valencia  estaba 
predestinada  para  ser  bilingüe,  y  lo  fué  muy  pronto,  y  con  mucha 
gloria  suya  y  de  la  patria  común.  No  abandonó  la  lengua  nativa, 
pero  cultivó  amorosamente  la  castellana,  y  durante  todo  el  siglo  de 
oro  fué  uno  de  los  centros  más  activos  de  la  literatura  nacional, 
compartiendo  las  glorias  de  Salamanca  y  de  Sevilla.  Sus  poetas  líri- 
cos rivalizaron  con  los  mejores:  sus  poetas  dramáticos,  más  bien  que 
discípulos  de  Lope,  fueron  colaboradores  en  su  obra,  y  acaso  pre- 
cursores suyos. 

Ya  á  principios  del  siglo  xvi  era  muy  cultivada  la  poesía  caste- 
llana en  Valencia.  Basta  abrir  la  primera  edición  del  Cancionero  Ge- 
neral, hecha  en  aquella  ciudad  en  1 51 1,  para  cerciorarse  de  ello.  El 
primer  ingenio  cuyos  versos  aparecen  allí,  es  un  valenciano,  Mosén 
Juan  Tallante,  de  quien  hay  diez  y  seis  composiciones,  todas  de  ín- 
dole religiosa,  siendo  las  más  extensas  una  Obra  en  loor  de  las  XX 
Excellencias  de  Nuestra  Señora,  en  coplas  de  arte  mayor,  muy  se- 
mejantes en  el  estilo  á  las  del  cartujano  Juan  de  Padilla;  y  otra  So- 
bre la  libertad  de  Nuestra  Señora  del  pecado  origina!,  también  en 
dodecasílabos,  pero  combinados  en  un  nuevo  género  de  estancias 
de  doce  versos,  que  no  deja  de  tener  amplitud  y  solemnidad.  Pero 
lo  mejor  de  Tallante  son  los  versos  cortos,  especialmente  el  bello  y 
sentido  romance  de  la  Pasión: 

Segura  (en  la  actual  provincia  de  Alicante;,  Cheste,  Chive  y  Huñol  (en  la  de 
Valencia),  Segorbe,  Albocacer  y  Lucena  (en  la  de  Castellón).  Prescindimos  de 
Orihuela  y  Villena,  que  aunque  pertenecen  hoy  al  reino  de  Valencia,  geográ- 
ficamente y  por  otras  razones  corresponden  más  bien  al  de  Murcia. 


406  HISTORIA    DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

En  los  más  altos  confines 
D'  aquel  acerbo  madero... 

y  esta  invocación  mirando  á  un  crucifijo,  la  cual  agrada  por  su  mis- 
ma sencillez  y  ausencia  de  arte-: 

¡Inmenso  Dios  perdurable, 
Qu'  e]  mundo  todo  criaste 

Verdadero, 
Y  con  amor  entrañable 
Por  nosotros  expiraste 

En  el  madero! 
Pues  te  plugo  tal  passión 
Por  nuestras  culpas  sofrir 

;  O  Agnus  Dei! 
Llévanos  do  está  el  ladrón 
Que  salvaste  por  decir 

¡Memento  meil 

Otros  versos  suyos  al  triunfo  de  la  Cruz  son  notables  porque  con- 
tienen la  misma  leyenda  que  sirvió  de  base  á  Calderón  para  su  gran- 
dioso drama  simbólico  La  Sibila  del  Oriente.  La  lengua  en  Mosén 
Tallante  no  es  enteramente  pura;  pero  más  bien  que  catalanismos  ó 
valencianismos  (aunque  hay  algunos,  como  vincle,  cangre)  lo  que  se 
nota  en  él  son  latinismos  y  neologismos  pedantescos,  y  aun  á  veces 
bastante  impropiedad  y  torpeza  de  expresión. 

El  Conde  de  Oliva,  Mecenas  del  colector  Hernando  del  Castillo, 
sigue  las  huellas  de  Mosén  Tallante,  en  unas  coplas  de  arte  mayor 
sobre  el  Ecce  homo,  dispuestas  también  en  estancias  de  á  diez  ver- 
sos, pero  con  la  novedad  de  ser  pareados  los  finales:  disposición  que 
encontramos  también  en  un  Loor  de  San  Llojy,  compuesto  por  Ni- 
colás Núñez,  el  continuador  de  la  Cárcel  de  Amor,  que,  si  no  era 
valenciano,  por  lo  menos  residía  en  Valencia  (i).  Hay  también  del 
Conde  tres  canciones  amorosas,  una  ficción  alegórica  en  forma  de 
diálogo  con  un  ermitaño,  dos  respuestas  á  otras  tantas  preguntas  de 
los  trovadores  Quirós  y  Mosén  Crespí  de  Valldaura,  y  otros  jugue- 
tes de  poca  monta.  Llamóse  este  personaje  D.  Seraphin  de  Cente- 

(i)     Véase  lo  que  hemos  dicho  de  él  en  este  tomo.  * 
*     El  original:  «en  el  tomo  anterior.  (A.  B.) 


CAPITULO    XXVIII  407 

lies  (j*  1536),  y  aunque  hubo  otros  poetas  en  su  familia,  parece,  por 
el  tiempo  en  que  floreció,  que  á  éste  ha  de  referirse  el  elogio  de  Gil 
Polo  en  el  Canto  del  Turia: 

Paréceme  que  veo  un  excelente 
Conde,  que  el  claro  nombre  de  su  oliva 
Hará  que  entre  la  extraña  y  patria  gente, 
Mientras  que  mundo  habrá,  florezca  y  viva: 
Su  hermoso  verso  irá  resplandeciente 
Con  la  perfecta  lumbre,  que  deriva 
Del  encendido  ardor  de  sus  Centellas, 
Que  en  luz  competirán  con  las  estrellas. 

Entre  sus  contemporáneos  tuvo  mucho  crédito,  así  de  armas  como 
de  letras.  Según  refiere  Juan  Bautista  Agnesio  (i),  se  le  llamaba  en- 
tre los  magnates  de  su  tiempo  «el  conde  letrado»  (comes  litteratus)<. 
Militó  en  la  guerra  del  Rosellón  y  en  la  resistencia  contra  los  tumul- 
tos de  la  Germanía;  y  á  sus  campañas  alude  Nicolás  de  Espinosa, 
continuador  del  Orlando  (canto  5.0). 

Su  brazo  contra  Salses  diamantinos 
Con  gran  valor  y  fuerzas  señalaba. 

Fué  generoso  protector  de  los  ingenios  de  su  tiempo,  si  bien  no 
se  mostró  muy  espléndido  con  el  cordobés  Luis  de  Narváez,  que 
en  desagravio  escribió  su  libro  de  las  valencianas  lamentaciones.  En 
cambio,  el  excelente  versificador  latino  D.  Jaime  Juan  Falcó,  le  de- 
dicó un  bello  epitafio  (2). 

( 1 )  En  su  Apología  in  defensionem  virorum  Ulustriiim  cquestrium:  bonorumque 
civiitm  Valentinorum  in  civilem  Valeniini populi  seditionem,  quam  vulgo  *germa- 
niam*  olim  appellarunt.  (Valencia,  1543,  fol.  18.)  Estas  y  otras  noticias  de  D.  Se- 
rafín constan  en  las  notas  de  Cerda  y  Rico  al  Canto  del  Turia  de  Gil  Polo. 

(2)  Es  el  ep.  37  del  libro  I  de  sus  obras: 

Hunc  tumulum  quicumquc  vidct,  vestigia  sistat, 

Inclinctque  suum  terque  quaterque  caput. 
Purpureas  posthec  violas  et  lilia  fundat, 

Spargat  odoríferas  et  super  ossa  rosas. 
Sciliccl  hac  parva  tegitur  Serapkinus  in  urna, 

Quae  quamvis  auro  sardonicisque  caret, 
Non  foret  aethereis  pretiosior  urna  sub  astris, 

Si  tegeret  mores  marmor,  ut  ossa  tegit. 


408  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Mejor  poeta  que  Tallante  y  Oliva  fué  el  comendador  Escrivá,  de 
quien  en  este  tomo  (i)  dimos  larga  noticia.  Omitió  su  nombre 
Gil  Polo  en  el  Canto  del  Ttiria,  acaso  por  considerarle  catalán;  pero 
se  acordó  con  mucho  encarecimiento  de  Mosén  Crespí  de  Valldau- 
ra,  otro  de  los  ingenios  del  Cancionero,  diciendo  de  él  con  la  hipér- 
bole propia  de  tales  panegíricos  poéticos: 

Que  el  verso  subirá  á  la  excelsa  cima, 
Y  ha  de.  igualar  al  amador  de  Laura. 

No  justifican  tales  predicciones  los  insignificantes  versos  suyos 
que  nos  conservó  Castillo,  y  son  en  general  preguntas  y  glosas.  Sólo 
merece  citarse,  porque  realmente  es  muy  linda,  esta  esparsa,  «con- 
fortando una  dama,  que  estaba  muy  triste,  porque  un  galán  que 
»la  servía  se  era  casado»: 

Las  aguas  terribles  y  nieblas  escuras 
Muy  presto  se  vuelven  en  muy  claros  días; 
Las  guerras  crueles  é  malas  venturas 
Por  tiempos  se  mudan  en  paz  y  alegría: 
El  ave  que  mata  la  garza  en  el  cielo, 
A  su  seno  vemos  muy  mansa  volver: 
Pues,  dama  discreta,  vivid  sin  recelo; 
Que  presto  veréis  tornar  el  placer. 

Aunque  escribiendo  casi  siempre  en  castellano,  conocía  y  aprecia- 
ba Mosén  Crespí  á  los  poetas  de  su  lengua  nativa,  como  lo  prueba  el 
hecho  de  haber  glosado  una  canción  de  Mosén  Jordi  de  Sent  Jordi  (2). 

Descendía  este  D.  Luis  de  la  nobilísima  familia  de  su  apellido,  á 
quien  pertenecía  el  señorío  de  Sumacárcer  y  Alcudia  en  la  ribera 
del  Júcar.  En  1 502  era  catedrático  de  Cánones  en  la  Universidad  de 
Valencia,  y  fué  electo  rector  en  1506. 

(i)     El  original:  «en  el  tomo  anterior*.  (A  B.) 

(2)  Imitó  también  poesías  castellanas  de  su  tiempo,  como  el  precioso  vi- 
llancico de  Juan  del  Enzina,  ^Montesina  era  la  garza*.  La  trova  de  Crespí  de 
Valldaura,  que  es  muy  inferior,  comienza  así: 

Tan  subida  va  la  garza 
Y  tan  alta  en  desamar, 
¡Quién  la  pudiesse  olvidar! 


CAPITULO    XXVIII  409 

Figuran  también  como  poetas  castellanos  el  comendador  D.  Luis 
de  Castellví,  D.  Francisco  Castellví,  D.  Francisco  Fenollete,  Don 
Francés  Carroz,  Mosén  Jerónimo  Artes,  Mosén  Cabanillas,  y  un  Don 
Alonso  de  Cardona,  de  cuya  ilustre  prosapia  catalana  no  puede  du- 
darse. Algunos  de  estos  trovadores  manejan  con  bastante  soltura  la 
castiza  forma  del  romance,  y  aun  D.  Alonso  de  Cardona  se  atrevió 
3  acabar  á  su  manera,  esto  es,  en  el  gusto  cortesano  y  sentimental, 
uno  que  califica  de  viejo: 

Triste  estaba  el  caballero, 
Triste  está  sin  alegría... 

En  el  mismo  género  tiene  otro,  enteramente  de  su  composición, 
más  afectuoso  y  menos  alambicado  de  lo  que  suelen  ser  estos  ro- 
mances alegórico-amatorios,  que  tan  en  boga  estuvieron  en  tiempo-de 

ios  Reyes  Católicos: 

Con  mucha  desesperanza, 

Que  es  mi  cierta  compañía, 

Iba  por  un  valle  escuro 

Donde  nunca  amanescía... 

Del  comendador  Castellví  tenemos  otro  muy  semejante: 

Caminando  sin  placer 
Un  día,  casi  nublado, 
El  pesar  iba  conmigo 
Que  me  tiene  acompañado... 
Por  los  campos  de  Tristura 
Hacia  el  monte  del  Cuidado; 
Que  allá  tengo  mi  morada 
Y  allá  vivo  aposentado. 

Nada  más  difícil  que  caracterizar  á  estos  poetas,  tanto  por  el  pe- 
queño número  de  muestras  que  de  cada  uno  poseemos,  como  por  lo 
amanerado  y  monótono  de  la  escuela  á  que  todos  ellos  pertenecen. 
D.  Alonso  de  Cardona  (i)  maneja  con  soltura  el  discreteo  galante, 
por  ejemplo: 

Vi  j  De  otro  Cardona  (D.Juan)  hay  unas  coplas  en  loor  de  doña  Isabel,  doña 
Brianda  y  doña  Ana  Mazas  ínúm.  027  del  Cancionero). 


4-TO  HISTORIA    DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

Mi  alma  dé  mi  está  ausente, 
Mis  nuevas  no  las  sé  yo, 
Que  después  que  me  dexó, 
Allá  está  con  vos  presente; 
Vos  veres  lo  que  ella  siente. 

Lo  mejor  que  tiene  en  este  género,  es  una  glosa  á  cierta  canción 
que  hizo  Jerónimo  Vich  en  loor  de  la  Condesa  de  Concentaina.  A 
veces  extrema  la  hipérbole  amorosa,  comparando,  por  ejemplo,  el 
desconsuelo  en  que  le  dejó  la  partida  de  su  dama: 

Con  aquel  propio  dolor 
Que  tienen  los  condenados 
En  no  ver  su  Hacedor. 

Aunque  calificados  por  Amador  de  los  Ríos  de  aragoneses  Don 
Francés  Carros  Pardo  y  Mosén  Jerónimo  de  Artes,  no  encuentro  sus 
nombres  en  la  Biblioteca  de  Latassa,  y  todos  los  indicios  me  mue- 
ven á  tenerlos  por  valencianos. 

La  principal  composición  de  D.  Francés  es  una  visión  del  género 
dantesco,  que  puede  titularse  Consuelo  de  Amor,  en  la  cual  «finge 
»que,  paseándose  por  descansar  de  sus  trabajos,  halió  gran  número 
»de  personas  de  estado,  en  los  gestos  de  las  quales  conosció  altera- 
ación  grande  que  denotaba  en  las  entrañas  ser  cruelmente  heridos; 
»y  deseoso  de  saber  lo  que  no  sabía,  comenzóles  de  hablar  en  esta 
amanera,  y  ellos  le  respondieron  de  la  forma  que  aquí  parescerá», 
y  de  la  cual  hago  gracia  al  lector,  que  estará  tan  empalagado  como 
yo  de  semejantes  visiones,  que  sólo  el  incansable  Amador  era  capaz 
de  compendiar  y  exponer  en  su  atildado  estilo. 

Glosó  D.  Francés  una  canción  de  Juan  Rodríguez  del  Padrón,  y 
escribió  lindos  versos  á  una  dama  con  el  motivo  que  en  esta  rúbri- 
ca se  expresa:  «Estando  en  una  sala  delante  de  una  señora,  arrima- 
ndo á  un  paño  de  ras,  mirándole  la  señora,  y  conosciendo  en  su 
» rostro  que  debiera  estar  apasionado,  le  dixo:  «¿Soys  vos  la  pintura 
»del  paño,  ó  soys  vos  el  que  yo  veo?»  El,  con  una  sonrisa,  disimu- 
ló la  respuesta;  entonces  ella,  sabiendo  que  había  servido  á  una 
»muy  hermosa  dama,  le  dixo:  «Decidme,  ¿puédese  bien  amar  más 
j>del  primer  amor?»   A  la  cual  respondió  que  no,  si  ella  era  la  pri- 


CAPITULO   XXVIII  411 

»mera,  y  porque  ella  mostró  enojarse  de  la  respuesta,  él  haze  esta 
sobras  (núm.  910  del  Cancionero).  Una  sola  composición  tiene  en 
octavas  de  arte  mayor,  por  cierto  bien  construidas: 

El  túrbido  cielo  de  nubes  gravoso, 
Se  haze  muy  claro,  sereno,  estrellado; 
Son  hechas  las  iras  de  mortal  desgrado, 
Segura  amistad  y  paz  con  reposo: 
El  árbol  sin  hojas  rloresce  hermoso, 
Los  campos  desiertos  las  gentes  poblaron, 
Las  cosas  caídas  en  alto  se  alzaron. 
Mis  cuitas  por  siempre  me  tienen  quexoso. 

En  el  mismo  metro,  pero  con  la  nueva  combinación  de  estancias 
de  diez  versos  (que  pudiéramos  llamar  valenciana,  puesto  que  no  la 
he  visto  usada  antes  de  estos  poetas),  está  compuesto  otro  poema 
alegórico  dantesco  de  Jerónimo  de  Artes,  intitulado  Gracia  Dei.  Per- 
dido el  poeta  por  obscuro  valle,  se  encuentra  con  siete  bestias  fero- 
císimas, que  eran  los  siete  pecados  capitales,  de  cuyas  embestidas 
le  libra  un  mancebo  en  hábito  blanco.  Lo  que  hay  de  trivial  en  este 
artificio,  está  compensado  en  parte  con  el  mérito  del  estilo  y  de  la 
versificación,  que  son  vigorosos  y  entonados. 

Un  cierto  Trillas,  de  quien  nada  más  que  el  nombre  sabemos,  se 
asoció  á  Mosén  Crespi  de  Valldaura,  para  llorar  con  poco  numen  la 
muerte  de  la  Reina  Católica  en  unas  enfadosas  sextinas,  las  prime- 
ras castellanas  que  he  visto  en  esta  ingrata  combinación  que  de  los 
provenzales  pasó  al  Petrarca.  Los  seis  finales  se  repiten  en  cada  es- 
trofa, pero  los  versos  no  son  de  once,  sino  de  doce  sílabas,  como 
todos  los  metros  largos  del  Cancionero  de  1 5 1 1 . 

De  D.  Francisco  Fenollete  ó  Fenollet  (seguramente  deudo  del 
traductor  catalán  de  Quinto  Curcio)  y  del  jurado  de  Valencia  Mo- 
sén Narcís  Vinyoles,  más  conocido  por  su  traducción  de  la  célebre 
compilación  historial  de  Fray  Felipe  de  Bérgamo,  Snpplemcntum 
Chronicorum  (i  5 10),  hay  algunas  glosas,  canciones  y  preguntas.  Mo- 
sén Vinyoles  hizo  también  versos  italianos  (i),  y  como  trovador  en 

(1)  De  las  tres  poesías  suyas  que  hay  en  el  famoso  certamen  de  Les  obra 
e/robes,  les  quals  tracten  de  lahors  de  la  Sacratissima  Verge  María  (1474),  pri- 
mer libro  impreso  en  Valencia  y  en  España,  una  de  ellas  está  en  toscano. 


412  HISTORIA    DE    LA    POESÍA   CASTELLANA 

su  nativa  lengua  intervino  en  el  famoso  Procés  de  les  Olives,  dejan- 
do también  poesías  de  más  grave  y  honesto  argumento,  como  las 
Cobles  en  laor  de  la  gloriosa  sánela  Catalina  de  Sena,  publicadas  con 
la  vida  de  la  Santa  que  escribió  Miguel  Peres  (1494).  Mereció  de 
Gil  Polo  esta  mención  en  el  Canto  del  Tnria: 

Y  al  gran  Narcís  Vínoles,  que  pregona 
Su  gran  valor  con  levantada  rima, 
Texed  de  verde  lauro  una  corona...  (1^ 

Mejor  la  hubiera  merecido  Mosén  Bernardo  Fenollar,  á  quien  el 
mismo  Gil  Polo  compara  nada  menos  que  con  Virgilio,  y  de  quien 
sin  disputa  puede  afirmarse  que  fué  el  mejor  poeta  valenciano  de 

su  tiempo, 

eclesiastich 
molt  graciós  y  molt  fantastich 

y  molt  sabut, 
y  entre  la  gent  molt  conegut 

per  excellent, 
de  molt  gentil  enteniment 

y  singular, 
Mossen  Bernart  de  Fenollar... 

como  escribió  de  él  su  amigo  Gazull.  Nada  importan  sus  versos  cas- 
tellanos (que  se  reducen  á  una  canción  y  á  dos  preguntas),  pero  no 
es  indiferente  saber  que  los  hizo.  Su  verdadera  gloria  consiste  en 

(1)  Glosó  Narciso  Vínoles  una  canción  que  en  todo  el  siglo  xvi  tuvo  mu- 
cha fama,  y  que  todavía  alcanzó  la  honra  de  ser  imitada  por  Baltasar  del  Al- 
cázar: 

No  soy  mío,  ¿cuyo  só? 
Tuyo  soy ,  señora,  tuyo, 
Y  si  no  tuyo,  di  cuyo, 
Señora,  puedo  ser  yo; 
¿Tu  merced  á  quien  me  dio? 

(Núni.  20S  <ic¡  Canción  ■  ■ 

Las  redondillas  del  donoso  poeta  sevillano,  comienzan  así: 

Esclavo  soy,  pero  cuyo 
Eso  no  lo  diré  yo; 
Que  cuyo  soy  me  mandó 
Que  no  diga  que  soy  suyo. 


CAPITULO    XXVIII  413 

los  que  escribió  en  su  dialecto  natal,  ya  de  materia  piadosa,  como 
el  diálogo  sobre  la  pasión  que  compuso  con  Pedro  Martínez  (i), 
poema  casi  dramático,  y  que  tiene  algunos  pasajes  de  gran  fuerza 
patética,  dignos  de  ser  comparados  con  los  mejores  del  auto  caste- 
llano de  Lucas  Fernández  sobre  el  mismo  argumento;  ya  de  profa- 
nos y  aun  picarescos  asuntos,  como  el  ya  citado  pleito  ó  procés  de 
les  olives,  cuyo  tema  es  si  son  más  á  propósito  para  el  matrimonio 
los  jóvenes  ó  los  viejos.  Uno  de  los  que  terciaron  en  esta  contienda. 
fué  el  ingeniosísimo  Jaime  Gazull,  a  quien  debamos  Lo  Somplli  de 
Joan  'Joan,  que  es  lo  más  agudo  y  chistoso  del  libro,  y  la  Brama 
deis  llauradors  del  Orta  de  Valencia  contra  Mosén  Fenollar,  por- 
que les  reprendía  algunos  vocablos  como  impropios  ó  menos  pu- 
ros (2).  Gracias  á  estos  amenos  poetas,  cuyo  donaire  se  perdió  las 
más  veces  en  cosas  fútiles,  persistió  durante  todo  el  siglo  xvi  la  tra- 
dición de  la  festiva  musa  de  Jaime  Roig,  siendo  quizá  Gaspar  Gue- 
rau  de  Montmajor  el  último  de  sus  imitadores,  cada  vez  más  caste- 
llanizados. 

Es  de  notar  que  tanto  Fenollar  como  Gazull  y  otros  poetas  bi- 
lingües, jamás  hacen  uso  del  verso  de  once  sílabas  en  sus  composi- 
ciones castellanas,  aunque  estuviesen  tan  habituados  á  emplearle  en 
su  propia  lengua;  y  esto  no  sólo  en  la  poesía  elevada,  donde  era  casi 
exclusivo,  sino  hasta  en  la  familiar  y  festiva,  puesto  que  vemos,  por 
ejemplo,  que  en  Lo  Sompní  de  Joan  Joan  se  interpolan  con  las  coplas 
de  pie  quebrado  estancias  de  diez  endecasílabos  con  el  obligado 
acento  y  pausa  en  cuarta  sílaba,  conforme  al  uso  de  la  métrica  cata- 
lana. Cualquiera  de  estos  poetas  hubiera  podido  dar  el  paso  que  dio 

(1)  Historie  de  la  Passió  de  nos  ¿re  Senyor  Deu  Jesuchrisi,  ab  algunes  al  tres 
piadoses  contemplacions,  segons  lo  Evangeliste  Sant  Joan  (Valencia,  por  Jaime 
<le  Vila,  1493).  Al  fin  va  otro  poemita  piadoso,  intitulado  Contemplada  d  Jesús 
Crudficai,  Jeta  per  Mossen  Joan  Escrivá.  meslre  racional,  é  per  Mossen  Fe- 
nollar. 

(2)  Reunió  estas  tres  obrillas  Onofre  Almudcvar  en  un  tomito  publicado 
en  1561.  La  primera  edición  del  Procés  es  de  1497.  Tuvo  varias  imitaciones, 
tales  como  el  Procés  de  viudes y  doncelles.  La  sátira  de  Gaspar  Guerau  contra 
los  catedráticos  de  la  Universidad  de  Valencia,  en  el  metro  de  Roig,  impro- 
piamente llamado  codolada,  es  de  1586.  Este  poeta  llevó  la  admiración  por  mi 
modelo,  hasta  el  punto  de  traducir  en  verso  latino  el  Llibre  de  les  dones. 


414  HISTORIA    DE    LA.   POESÍA    CASTELLANA 

Boscán,  y,  sin  embargo,  ninguno  de  ellos  lo  intentó;  yes  que,  cuando 
escribían  en  castellano,  procedían  como  imitadores  tímidos,  procu- 
rando no  desviarse  en  nada  de  la  pauta  de  sus  modelos.  Así  Gazull 
glosa  una  copla  amatoria  de  Jorge  Manrique: 

No  sé  por  qué  rae  fatigo, 
Pues  con  razón  me  vencí, 
No  siendo  nadie  conmigo 
Y  vos  y  yo  contra  mí... 

Y  sigue  el  pésimo  ejemplo  de  Garci-Sánchez  de  Badajoz,  aplican- 
do el  Salmo  De  profanáis  á  sus  pasiones  de  amor. 

En  un  poemita  del  bachiller  Ximénez  (que,  si  no  era  valenciano, 
no  debía  de  vivir  muy  lejos  de  Valencia),  titulado  Purgatorio  de 
amor  (núm.  964  del  Cancionero),  se  enumeran,  entre  los  leales  ama- 
dores, algunos  de  los  poetas  citados  hasta  aquí,  y  otros  nobles  se- 
ñores de  aquel  reino,  que  probablemente  lo  fueron  también,  aun- 
que no  hemos  visto  coplas  suyas:  tales  son:  el  Conde  de  Concentay- 
na,  el  de  Albaida,  D.  Rodrigo  de  Borja,  D.  Rodrigo  Corella,  D.  Mi- 
guel de  Vilanova,  D.  Juan  y  D.  Pedro  Buyl,  D.  Luis  de  Calatayud, 
D.  Ramón  Carroz.  Todos  estos  apellidos,  que  son  de  los  más  ilus- 
tres de  Valencia,  prueban  el  carácter  esencialmente  aristocrático 
que  tuvo  allí,  como  en  Portugal,  la  imitación  de  los  trovadores  cas- 
tellanos. 

Foco  y  centro  de  esta  rezagada  escuela  trovadoresca,  que  con- 
servó sus  prácticas  hasta  muy  entrado  y  aun  mediado  el  siglo  xvi, 
fué  la  corte  de  los  Duques  de  Calabria,  retratada  tan  al  vivo  en  B( 
Cortesano  de  Luis  Milán,  que,  como  poeta  y  como  músico,  fué  uno 
de  los  principales  ornamentos  de  ella,  juntamente  con  su  émulo 
Juan  Fernández  de  Heredia.  Éste  figura  ya  en  el  Cancionero  del  5 1 1; 
pero  sus  obras  más  importantes  y  la  colección  de  todas  ellas  perte- 
necen á  tiempos  muy  posteriores,  para  los  cuales  reservamos  el  aná- 
lisis de  este  curioso  grupo  artístico  y  social. 

Hemos  dicho  que  en  Barcelona  fué  menos  activa  que  en  Valen- 
cia la  propaganda  de  la  poesía  castellana.  Sin  embargo,  ya  en  el 
Cancionero  de  Stiiñiga,  cuyo  contenido  pertenece  casi  por  completo 
al  reinado  de  Alfonso  V,  hay  versos  castellanos  de  trovadores  cata- 


capitulo  xxvin  415 

lañes,  como  Mosén  Juan  Ribelles,  y  el  famoso  detractor  de  las  mu- 
jeres Pedro  Torrellas  (i).  No  son  de  poeta  catalán,  como  creyó  su 
editor,  sino  aragonés,  las  notables  estancias  de  arte  mayor  (2)  con 

(1)  Véase  el  tomo  11,  pág.  268  y  siguientes.  * 

(2)  Este  poema,  de  225  versos,  fué  publicado  y  doctamente  ilustrado  por 
A.  Morel-Fatio  en  la  Romanía,  Abril  de  1S88,  con  el  título  de  Souhaits  de  bien 
venue  addresse's  a  Ferdinand  le  Catholique  par  un  poete  barce/onais,  en  1473. 
Rectificó  la  fecha  y  ocasión  del  poema,  y  también  la  patria  del  autor,  S.  Sam- 
pere  y  Miquel,  en  la  Revista  de  Ciencias  históricas  de  Barcelona  (iv,  188  y  si- 
guientes). 

Ya  Morel-Fatio,  en  el  delicado  análisis  lingüístico  que  hizo  de  la  pieza, 
había  notado  que  la  mayor  parte  de  los  catalanismos  que  contiene  pueden  ser 
también  formas  del  castellano  dialectal  de  Aragón.  Sería  inverisímil,  además, 
que  un  escritor  barcelonés,  y  más  en  aquella  hora  en  que  predicaba  la  con- 
cordia, hubiese  prorrumpido  contra  su  ciudad  natal  en  una  serie  de  invecti- 
vas, que  recuerdan  las  más  vehementes  de  Ezequiel  y  otros  profetas  de  la 

Ley  Antigua: 

¿Pues  qué  diré  yo  de  ti,  Barcelona, 
Ciudat  más  perdida  de  cuantas  lo  son? 
Sino  que  trocaste  tu  noble  corona 
Por  otra  muy  negra  de  gran  confusión; 
Cruel,  deshonesta,  que  por  tus  maldades 
Kiciste  peccado  de  gran  adulterio, 
Seguiendo  pasiones  de  tus  voluntades, 
Buscando  franquezas  de  más  libertades, 
Tú  mesma  ganaste  mayor  cautiverio. 


La  dueña  casada,  muy  rica,  potente, 
Donosa,  graciosa,  de  mucho  valer, 
Que  ser  namorada  de  alguno  consiente, 
La  llaman  la  sucia,  la  mala  mujer; 
Dexando  su  casa,  después  de  salida, 
La  ponen  de  dentro  del  sucio  bordel, 
Do  muchos  rufianes,  gastando  su  vida, 
La  facen  con  pena  vivir  dolorida 

Y  darle  dineros  en  son  del  broquer. 

Mas  no  le  provecha,  que  mil  bufetadas 

V  palos  y  coces  le  dan  por  los  ojos, 
También  otras  veces  asaz  sofrenadas, 
Azotes  y  colpes  con  otros  enojos. 
Sus  incomparables,  terribles  dolores, 


El  original:  «Véase  el  prólogo  del  tomo  v  de  esta  Antología  (págs.  2853288).»  (A.  B.) 


416  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

que  en  1 472  el  cronista  del  príncipe  D.  Fernando  exhortaba  á  la  ren- 
dición á  la  ciudad  de  Barcelona,  después  de  la  sangrienta  y  porfiada 
guerra  civil  de  los  diez  años,  formulando  en  noble  estilo  una  espe- 
cie de  programa  de  política  monárquica: 

Con  armas  en  guerra,  en  paz  con  las  leyes 
Se  quieren  los  reynos,  Señor,  conservar; 
Mas  ¡guay  de  la  tierra  do  todos  son  reyes, 
Do  todos  presumen  regir  e  mandar! 
Un  Dios  en  el  cielo,  un  Rey  en  la  tierra 
Se  debe  por  todas  las  gentes  temer. 
Quien  esto  no  teme,  comete  gran  yerra; 
Por  cuanto  do  tanta  malicia  se  encierra, 
No  pueden  lo~  reynos,  Señor,  florescer. 

Pero  al  tiempo  de  los  Reyes  Católicos  pertenece  un  poeta  indis- 
putablemente catalán,  y  por  añadidura  catalán  del  Rosellón,  que 
escribió  en  nuestra  lengua  la  mayor  parte  de  su  Cancionero,  y  es  el 
más  digno  de  ser  citado  antes  de  Boscán.  Llamóse  Pedro  Moner:  su 
libro  es  de  los  mas  raros  de  la  poesía  española.  Las  noticias  biográ- 
ficas del  autor  constan  en  una  carta,  á  modo  de  dedicatoria,  escrita 
por  Miguel  Berenguer  de  Baturell,  primo  hermano  del  autor  ya  di- 
funto en  1529,  á  D.  Hernando  Folch,  duque  de  Cardona: 

«Las  obras  de  Moner,  primo  hermano  que  fué  mío,  como  yo  me- 
jor las  he  podido  haber  á  mis  manos,  he  acordado,  muy  ilustre 
Señor,  de  poner  por  orden  y  enmendallas  y  hacer  que  se  imprimie- 
sen. Hame  movido  á  esto  la  obligación  de  deudo  que  con  él  tuve. 
De  quienquiera  hubiera  lástima  que  se  perdieran,  cuanto  más  de  un 
pariente  tan  cercano,  que  la  honra  de  un  ingenio  que  en  la  vida  tanto 
floreció  no  era  razón  que  en  la  muerte  donde  había  de  crecer  se 
perdiese...  Él  en  todas  sus  cosas  vivió  ganando  honra,  y  así  es  razón 
que  agora  después  de  muerto  no  se  la  quitemos  siendo  tan  suya... 

Su  runcha  fortuna,  su  poca  ganancia, 
Le  causan  que  busque  diez  mil  amadores. 
Y  andar  la  modorra,  buscando  señores 
De  Portogaleses,  Castilla,  do  Francia... 

Hállase  tan  desaforada  composición  en  el  manuscrito  305  del  fondo  español 
de  la  Biblioteca  Nacional  de  París. 


CAPITULO    XXVIII  4I7 

^Nacido  en  tiempo  que  enemigos  tenían  cercado  el  castillo  de 
Perpiñán,  y  su  padre  dentro  y  todos  los  suyos  sufriendo  los  tra- 
bajos y  peligros  del  cerco  por  servicio  del  Rey  don  Johan  de 
Aragón,  padre  del  Rey  Católico,  de  edad  de  diez  años  le  reci- 
bió el  Rey  por  paje,  al  cual  no  sirvió  más  de  seis  años,  porque 
el  Rey  se  murió;  fuese  luego  después  desto  á  Francia,  y  sirvió 
allí  dos  años  á  un  gran  señor  de  aquel  Reino,  adonde  aprendió 
la  lengua  francesa,  y  vuelto,  anduvo  en  las  galeras  del  Conde  de 
Prades  cerca  de  año  y  medio  para  probar  su  fortuna,  porque 
había  perdido  su  patria  y  sus  bienes  por  servicio  de  su  Rey:  suce- 
dió después  la  guerra  de  Granada,  y  fuese  allá,  porque  vio  cuan 
buena  obra  era  servir  en  tal  necesidad  á  Dios  y  á  su  príncipe. 
Después,  recebida  alguna  merced  del  Rey  Católico,  vino  á  Bar- 
celona y  asentó  con  el  Duque  de  Cardona,  padre  de  Vuestra  Seño- 
ría. En  este  tiempo  amó  una  señora  de  su  tierra  con  tanta  verdad, 
que  basta  para  descargo  de  las  liviandades  que  suelen  traer  los 
amores.  Después  de  haber  andado  en  esto  mucho  tiempo,  proba- 
da su  persona  así  en  hechos  de  esfuerzo  como  en  otras  obras  de 
virtud  y  de  honra,  y  en  fin,  menospreciando  el  mundo,  de  edad  de 
veintiocho  años  se  metió  fraile  en  la  religión  de  San  Francisco  en 
el  Monasterio  de  Jesús  en  Lérida,  á  donde  con  mucha  constancia  y 
alegría  hizo  penitencia.  Murió  en  esta  casa  de  Barcelona  de  la  misma 
Orden,  á  do  vino  por  serle  más  natural,  y  parece  que  no  sin  miste- 
rio, porque  murió  al  cabo  del  año  ó  poco  más  el  día  mismo  que  le 
hicieron  profeso,  en  tiempo  que  el  hervor  de  su  devoción  se  mostra- 
ba en  mayor  grado  y  le  tenía  más  ocupado  su  juicio...  De  hombre 
que  así  vivió  y  murió  no  me  ha  parecido  que  su  fama  se  callase,  y 
así,  como  arriba  dije,  he  querido  publicar  sus  obras  y  agora  ende- 
rezallas  á  Vuestra  Señoría...  Sus  obras,  aunque  en  algunas  cosas 
traten  materias  livianas,  son  tratadas  con  tan  gentil  ingenio,  con  tan 
próspera  invención,  con  tan  graves  sentencias,  con  tan  derecho  jui- 
cio, y  en  fin,  con  tan  buen  estilo,  que  la  liviandad  cesa  y  todas 
estas  cosas  quedan:  cuanto  más  que  no  ha  sido  poca  dificultad  lo  livia- 
no tratallo  gravemente  sin  pesadumbre.  Dígolo  de  lo  que  menos  él 
ha  escrito:  que  de  lo  más  que  él  compuso,  y  quizá  todo,  si  bien  se 
considerase,  podráse  muy  bien  ver  que  al  cabo  se  reduce  en  cosas 

Mi-.KKNDiz   v    Pki.ATO  —  Poesía  casttllutia.    III.  27 


418  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

graves,  y  de  donde  se  puede  sacar  mucho  provecho,  si  en  manos  del 
que  lo  leyere  no  se  pierde»  (i). 

Empieza  este  volumen  con  una  visión  ó  fantasía  moral  en  prosa: 
Obra  intitulada  «.La  noche  de  Moner»,  más  propiamente  llamada 
Vida  Humana]  la  cual  el  autor  dedicó  á  la  Duquesa  de  Nájera  Doña 
juana  de  Cardona.  En  este  castillo  alegórico,  que  sigue  la  traza  y 
pauta  de  las  composiciones  de  su  género,  aparecen  personificados 
el  odio,  el  deseo,  la  pasión,  el  deleite,  la  tristeza,  la  esperanza,  la 
desesperación,  el  temor,  el  descuido,  la  ira,  la  mentira,  la  pobreza, 
y  todo  género  de  vicios  y  virtudes. 

Las  poesías  castellanas,  que  son  en  bastante  número,  pertenecen 
todas  á  la  escuela  de  fines  del  siglo  xv,  entre  cuyos  autores  el  pre- 
dilecto de  Moner  parece  haber  sido  Juan  del  Enzina,  á  quien  mani- 
fiestamente imita,  sobre  todo  en  los  versos  cortos,  que  son  en  uno 
y  otro  poeta  mejores  que  los  largos.  Ni  la  versificación  ni  la  lengua 
de  Moner  son  intachables,  y  con  frecuencia  se  conoce  que  no  había 
vivido  en  Castilla,  por  lo  cual  claudica  á  veces  en  el  legítimo  acento 
no  menos  que  en  la  propiedad  de  las  palabras,  pero  tenía  oído  mu- 
sical, y  remeda  con  bastante  soltura  la  manera  de  las  canciones  y 
los  villancicos  de  Enzina.  Citaré  dos  ejemplos,  uno  profano  y  otro 
sagrado.  Sea  el  primero  parte  de  un  diálogo  bastante  fácil  y  gracio- 
so entre  un  cazador  y  una  águila,  símbolo  de  la  egregia  señora  á 
quien  el  poeta  amaba  y  servía  con  poca  fortuna: 

(i)  Obras  ?iueuamele  imprimidas  assi  en  prosa  como  en  metro  de  Moner,  las 
más  deltas  en  lengua  castellana  y  algunas  en  su  lengua  natural  catalana,  compues- 
tas en  diversos  tiempos  y  por  diversos  y  nobles  molinos:  las  guales  son  más  para 
conoscer  y  aborrescer  el  mundo  q.para  seguir  sus  lisonjas  y  engaños. 

(Colofón:)  Aquí  acaba  las  obras  q.  se  han  podido  hallar  de  Moner  en  prosa  y 
en  metro...  emedadas  có  harto  trabajo  por  ser  en  los  traslados  q.  se  ha  halladc 
deltas  corruptas  y  muy  mal  escritas.  Imprimidas  en  la  insigne  ciutat  de  Barcelóa 
por  Caries  A?noros  a  gastos  de  quien  hoy  más  ama  y  deue  al  auctor  deltas.  Laño 
de  la  nativitai  de  nuestro  Redemptor.  M.D.XX  Viij. 

Fol.  Letra  gót.  52  hs.  Con  un  grabado  en  madera  alusivo  á  La  Noche  de  Moner. 

No  he  visto  más  que  dos  ejemplares  de  este  rarísimo  libro:  uno  que  perte- 
neció á  la  Biblioteca  de  Salva,  y  otro  que  poseía  D.  Manuel  de  Bofarull.  To- 
rres Amat  (Diccio?iario  de  escritores  catala?ies)  cita  otros  dos:  uno  de  la  Bi- 
blioteca del  Cabildo  de  Toledo,  y  otro  de  la  Episcopal  de  Barcelona. 


CAPITULO    XXVIII  419 

(Donde  irás  á  posar, 
Aguililla  caudal? 

Polla  zahareña, 
¿Quién  detrás  te  corre? 
Deja  la  cigüeña 
Del  nido  en  la  torre; 
Mas  por  (1)  tu  volar 
Que  las  nubes  pasa, 
Mi  vista  es  escasa, 
No  puedo  alcanzar 
Dónde  irás  posar. 

Las  alas  al  cielo, 
No  temes  pihuelas: 
Es  gran  desconsuelo 
Que  siempre  más  vuelas. 
Por  ver  dónde  tiras 
Yo  me  fago  mal, 
Tú  muy  bien  lo  miras, 
Aguililla  caudal. 


¿Qué  gloria  sería 
Poderte  cebar, 
Dotide  irás  posar?... 

Reina  de  las  aves 
En  todas  maneras, 
Mis  pasos  son  graves, 
Tus  alas  ligeras... 

Aguililla  ajena, 
Que  en  las  nubes  luces, 
No  hay  carne  tan  buena 
Que  no  la  rehuses; 
No  espere  ninguno 
Que  quieras  bajar, 
Pues  si  vas  de  ayuno, 
¿Quién  puede  acertar 
Dónde  irás  posar? 

Entre  las  hermosas 
Tú  sola  hermosa, 
Si  en  cumbre  te  pones, 

(i)    Incorrección  catalana:  por  en  vez  de  para. 


42&  HISTORIA   DE   LA    POESÍA   CASTELLANA 

No  sea  fragosa: 
Pósate  donde  era 
El  verde  pradal, 
Si  fuere  ribera, 
No  sea  arena], 
Aguililla  caudal. 

Aguililla  esquiva, 
Pósate  en  poblado. 
Mientras- que  yo  viva, 
Terne  este  cuidado; 
No  espero  que  vea 
Cuál  querrás  tomar, 
Mas  cualquier  que  sea. 
Bendito  el  lugar 
Donde  irás  posar. 


Contesta  el  ave: 


De'fame  volar, 
Cazador  de  mal, 

En  balde  te  quejas 
Por  cosas  que  sueñas, 
Ni  es  mucho  si  dejas 
Por  mí  las  cigüeñas; 
Mas  de  mi  vida 
No  cures  pensar, 
Que  llevo  por  guía 
Mi  vista  sin  par, 
Déjame  volar. 

Encubre  rodeos 
De  tantos  amaños, 
Que  vuestros  deseos 
Son  todos  engaños; 
Soy  suelta  aguililla, 
No  me  he  de  trabar, 
Ni  tengo  mancilla, 
Pues  vas  á  engañar: 
Déjame  volar. 

Cetrero  dudoso, 
Que  mal  fantaseas, 
Tú  estás  peligroso 
Si  más  me  deseas. 
Según  vas  á  tranco 


CAPITULO    XXVIII  421 

Y  á  más  más  andar, 
El  llano  es  barranco, 
Podrás  tropezar: 
Déjame  volar. 

El  cuitado  amador  responde: 

No  puedo  olvidarte 
Después  que  te  vi; 
Caer  por  mirarte 
Es  bien  para  mí; 
Si  estás  enojada 
De  mi  porfiar, 
No  pierdes  tú  nada, 
Déjame  mirar 
Dónde  irás  posar. 

ELLA 

Si  tú  ves  tan  poco 

Y  yo  voy  tan  alta, 
Dirán  que  eres  loco, 
Que  miras  en  falta; 
En  tal  cetrería 

No  hay  buena  señal: 
Deja  la  porfía, 
Que  es  negro  caudal, 
Cazador  de  mal. 

KL 

Aguililla  ufana, 
Cuant  más  alta  vas, 
Me  pone  más  gana 
De  irte  detrás: 
Qu'  en  sola  fianza 
D'  en  ti  contemplar, 
Mayor  bien  se  alcanza 
Que  de  otra  gozar: 
^ Dónde  irás  volar? 

Paréceme  que  el  trovador  rosellonés  se  acordaba  de  aquel  lindo 
-villancico  de  Juan  del  Enzina: 

Montesina  era  la  garza 
V  de  muy  alto  volar, 
¡Quién  la  pudiera  alcauzar! 


422  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

La  imitación  del  poeta  salmantino  es  todavía  más  visible  en  estas- 
Coplas  á  Nuestra  Señora: 

Tú  ?ne  guía,  reina  mía, 
Tú  me  euia. 


Tarde  me  vuelvo,  señora, 
Pero  más  vale  algún  hora 

Que  jamás; 
Porque  eres  dulce  é  muy  pía, 

Todavía, 
Til  me  guia,  reina  mía, 

Tú  me  guía. 
Tú  no  eres  desconocida 

A  ninguno, 
Ni  es  cualquiera  que  te  pida 

Importuno: 
Quien  te  sirve,  no  desvía 

De  alegría; 
Tú  me  guia,  reina  mía, 

Tú  me  guia. 
Tú  nunca  juzgas  con  ira 

Las  personas; 
A  aquel  que  por  tí  sospira 

Gualardonas; 
Tú  no  sigues  fantasía 

Ni  porfía; 
Tú  me  guia,  reina  mía, 

Tú  ?ne  guia. 

Sin  zelos  son  tus  amores 

Escogidos; 
Por  ser  tus  altos  valores 

Infinidos; 
Cuantos  siguen  esta  vía 

Van  de  día; 
Tú  me  guia,  reina  mía, 

Tú  me  guía. 

Entre  Dios  y  mí  te  pone, 
Reina  pura, 
Haz  que  tu  hijo  perdone 
Mi  locura, 


CAPÍTULO   XXVIII  423 

Porque  si  más  la  seguía, 

Hundirme  hia; 
Tú  me  guia,  reina  mia, 

Tú  me  guía. 


Sácame,  Virgen,  d'  aquí 

D'  esta  selva, 
Haz  que  el  que  murió  por  mí 

Que  me  absuelva, 
Destruye  la  idolatría 

Que  tenía; 
Tú  me  guia,  reina  mia, 

Tú  me  guia. 
Hoy  comienzo,  te  sirviendo, 

Libro  nuevo, 
En  tus  manos  encomiendo 

Lo  que  llevo; 
Mi  alma  que  se  perdía 

Tú  la  guía, 
Tú  me  guia,  reina  mia, 

Tú  me  "uia. 


Basta  con  los  trozos  transcritos,  para  estimar  que  Aloner,  aunque 
bastante  incorrecto  (en  lo  cual  tiene  disculpa),  no  es  un  poeta  in- 
digno de  memoria,  siquiera  por  haber  sido  el  primer  catalán  que 
hizo  versos  castellanos  tolerables. 

Entre  las  pocas  obras  que  compuso  en  su  lengua  nativa,  merece 
especial  atención  L'  anima  de  Otiver,  que  es  una  imitación  del  fa- 
moso Sompni  de  Berna t  Metge.  Supone  el  autor  que  se  le  aparece 
el  alma  de  un  caballero  amigo  suyo  ya  difunto,  y  que  disputa  con 
él  copiosamente  sobre  el  libre  albedrío. 

En  Mallorca,  cuyo  aislamiento  geográfico  hacía  más  lentas  las 
evoluciones  literarias  que  en  Cataluña  y  Valencia,  no  hubo  poe- 
tas castellanos  hasta  muy  mediado  el  siglo  xvi,  y  después  del 
triunfo  definitivo  del  endecasílabo  y  de  la  escuela  italiana,  siendo 
Jaime  de  <  )leza  el  primero  digno  de  mención,  como  á  su  tiempo 
veremos. 

La  influencia  de  la  poesía  castellana  en  las  regiones  orientales  de 
la  Península  á  fines  de  la  centuria  décimaquinta,  se  manifiesta  no 
sólo  por  la  existencia  de  poetas  bilingües,  sino  por  la  introducción 


424.  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

y  el  empleo  cada  vez  más  frecuente  del  verso  castellano  de  arte 
mayor,  que  Mosén  Ruiz  de  Corella  usó  por  lo  menos  una  vez: 
Ma  gran  caritat,  amor  é  larguesa... 

y  que  sirvió  á  Fenoller  y  á  Escrivá  para  su  famoso  diálogo  sobre  la 
Pasión,  compuesto  todo  en  estrofas  como  ésta: 

Qui,  Deu,  vos  contemple  ¡  de  la  creu  en  l'arbre 
Penjat  entre  ladres,  |  per  nostra  salut, 
Tanchats  te  los  ulls  |  e  lo  cor  de  marbre 
Ab  ingratitut, 

Si  tostemps  no  plore  |  d'amor  gran  ven^ut, 
Pensant  quina  mort  |  volgués  humil  pendre 
Per  sois  a  nosaltreá  |  la  vida  donar, 
Ab  cap  inclinat  |  los  brassos  estendre 

Mostrant-nos  amar; 
Perque-us  desijam  |  en  creu  abrassar. 

Hasta  en  Mallorca  había  penetrado  el  verso  de  doce  sílabas,  como 
lo  prueba  el  Menyspreu  del  mon  de  Francisco  Oleza: 

*  Ab  manto  de  plors  |  el  cel  se  cobría 
Y  tota  la  térra  |  mostrava  gran  dol... 

contestado  en  el  mismo  metro  por  Benito  Espanyol. 

Había  una  razón  más  para  que  la  poesía  castellana  fuera  infiltrán- 
dose rápidamente  en  la  cultura  del  Levante  de  la  Península.  La  Coro  - 
na  de  Aragón  era  una  monarquía  federativa,  que  comprendía  cuatro 
estados  autónomos:  tres  de  ellos  de  lengua  catalana  (el  condado  de 
Barcelona,  el  reino  de  Valencia,  y  el  do  Mallorca),  y  otro  de  lengua 
castellana,  hablada  con  variantes  de  dialecto,  que  era  el  reino  de 
Aragón  propiamente  dicho,  destinado  por  su  posición  intermedia  .1 
servir  de  lazo  entre  ambas  lenguas  y  literaturas.  Este  dialecto,  que 
suele  calificarse  como  de  transición  (aunque  en  rigor  filológico  sea 
muy  dudoso  que  tal  género  de  dialectos  existan),  tuvo  en  la  Edad 
Media  uso  no  solamente  jurídico  y  diplomático,  sino  literario,  como 
lo  acreditan  las  numerosas  traducciones  y  compilaciones  historiales 
mandadas  hacer  por  el  famoso  Maestre  de  San  Juan,  Fernández  de 
Heredia.  Pero  parece  que  este  cultivo  se  limitó  á  la  prosa,  puesto 
que  los  poetas  aragoneses,  ya  bastante  numerosos  en  el  Cancionero 
de  Stúñiga,  en  el  llamado  de  Herberay,  y  en  otros  de  la  segunda 


CAPITULO    XXVIII  425 

mitad  del  siglo  xv,  si  bien  atentamente  examinados  pueden  ofrecer 
algún  provincialismo,  en  general  se  sujetan  á  la  norma  de  los  tro- 
vadores castellanos  y  escriben  en  la  lengua  común  y  corriente,  es 
decir,  en  la  insípida  lengua  de  los  cancioneros,  que  debía  de  ser  muy 
fácil  de  manejar  cuando  con  tanta  presteza  se  la  asimilaba  todo  el 
mundo  ( i  i.  Hemos  dado  á  conocer,  en  capítulos  *  anteriores,  á  al- 
gunos de  estos  ingenios,  tales  como  Pedro  de  Santafé,  Mosén  Hugo 
de  Urríes,  D.  Juan  Sessé,  Pedro  de  Moncayo.  Pero  bien  puede  de- 
cirse que  antes  de  la  aparición  del  notabilísimo  Cancionero  de  don 
Pedro  Manuel  de  Lrrea  (1513),  aunque  hubiese  versificadores  en 
Aragón,  no  hubo  propiamente  poesía.  La  de  Urrea  lo  es  algunas 
veces,  y  con  una  sinceridad  de  sentimiento  á  que  no  nos  tienen  muy 
acostumbrados  los  líricos  de  la  Edad  Media. 

Era  este  poeta  hijo  segundo  del  Conde  de  Aranda,  D.  Lope  (pri- 
mero de  este  título),  y  su  nacimiento  puede  fijarse  aproximadamen- 
te en  1468,  puesto  que  él  mismo  dice  que  contrajo  matrimonio  álos 
diez  y  nueve  años  de   edad,   y  la  fecha   de  las   capitulaciones  es 

(i)  Esta  misma  facilidad  existía  respecto  de  la  lengua  trovadoresca  catala- 
na, no  menos  monótona  y  convencional  que  la  nuestra.  Por  eso  vemos  figurar, 
entre  sus  poetas  del  siglo  xv,  algún  que  otro  aragonés,  como  el  escudero  Martín 
García,  Mosén  Rodrigo  Díaz  (amigo  de  Ausias  March),  Mosén  Navarro  y  pocos 
más,  notándose  en  ellos  que  tienen  predilección  por  losgéneros  musicales  como 
la  dansa  y  el  lay.  (Véase  la  Resenya  deis  antichs poetas  caíalans  de  Milá  y  Fonta- 
nals,  en  el  tomo  3.0  de  sus  Obras  completas).  En  la  poesía  á  modo  de  centón  d<- 
Francesch  Ferrer.  titulada  Conort,  se  encuentran  algunos  versos  castellanos 
muy  estropeados  de  poetas  aragoneses.  Pero  es  singular  que,  á  pesar  de  haber 
vivido  en  unión  pacífica  y  gloriosa  Aragón  y  Cataluña  durante  toda  la  edad 
heroica  de  su  historia,  jamás  los  dos  pueblos  se  identificaron,  ni  siquiera  se  asi- 
milaron f\  uno  al  otro,  continuando  cada  cual  su  desarrollo  propio,  y  toman- 
do muy  poco  de  casa  del  vecino.  La  verdadera  afinidad  de  los  aragoneses  era 
con  los  navarros  de  la  Ribera,  y  con  los  castellanos,  especialmente  de  la  Rioja. 

Dióse  también  el  caso  rarísimo  de  uno  ó  dos  trovadores  navarros  (proba- 
blemente del  séquito  del  Príncipe  de  Viana),  que  usaron  el  catalán  como  len- 
gua poética:  un  Valtierra  y  un  Francisco  de  Amescua.  Creemos  que  este  he- 
cho puramente  accidental  nada  tiene  que  ver  con  el  uso  mucho  más  antiguo 
del  provenzal  en  el  Burgo  de  Pamplona,  de  que  el  poema  de  Aneliers  (si- 
glo xni)  da  testimonio. 

*     El  original:  «Prólogos».  (A.  B.) 


426  HISTORIA   DE    LA   POESÍA    CASTELLANA 

de  1505.  Era  muy  niño  cuando  murió  su  padre,  circunstancia  á  que 
alude  en  una  notable  composición  que  citaremos  después,  en  la  cual 
finge  que  en  sueños  se  le  aparece  su  sombra: 

Díxome:  «;No  me  conoces, 
D.  Pedro  Manuel  de  Urrea? 
A  quien  gran  bien  te  desea, 
Óyele  y  no  te  alboroces. 
Soy  aquel  que  te  engendró, 
Que  mi  sangre  en  ti  se  encierra 

Según  vi; 
Soy  aquel  que  se  partió; 
Cuando  veniste  á  la  tierra 
Me  parti. » 

Oyendo  yo  estos  antojos, 
Con  esfuerzo  no  liviano, 
Llegué  y  bésele  la  mano 
Con  lágrimas  en  los  ojos... 

Viendo  lo  que  hubo  hablado, 
De  rodillas  á  él  llegué 
Y  las  manos  le  besé 
Con  el  corazón  quebrado; 
Díxele:  «Señor,  señor, 
En  mi  desdicha  partiste 

Tú  dichoso: 
Fuiste  á  ver  al  Salvador; 
Yo,  triste,  quedé  en  lo  triste 
Sin  reposo. 

Un  dolor  me  veo  tener: 
Entrando  tú  en  blancos  paños, 
Por  710  pasar  de  cuatro  años 
No  te  puedo  conocer... 

Mas  cuando  sin  ti  me  vi 
Que  tan  triste  yo  quedé, 
;Por  qué  yo  no  te  alcancé 
O  tú  no  alcanzaste  á  mí? 
Que  en  quitar  lo  que  baldona, 
Excusado  es  ya  que  ande 

Mí  porfía; 
Que  en  perder  yo  tu  persona, 
¡Oh  qué  pérdida  tan  grande 
Fué  la  mía!... 


CAPÍTULO   XXVIII  427 

Al  tiempo  de  tu  subida 
Comenzaba  yo  á  subir: 
Comenzaba  mi  vivir 
Cuando  se  acabó  tu  vida. ..3 

Su  padre  no  le  había  dejado  más  señorío  que  el  de  Trasmoz,  por 
lo  cual  su  fortuna  nunca  fué  muy  holgada,  contristando  además  su 
generoso  ánimo,  cuando  llegó  á  la  edad  de  la  razón,  las  disidencias 
de  su  familia,  y  sobre  todo  el  largo  y  empeñado  pleito  que  su  her- 
mano mayor  sostuvo  contra  su  madre  Doña  Catalina  de  Urrea, 
pleito  escandaloso  que  fué  para  nuestro  poeta  una  pesadilla,  como 
lo  declara  á  cada  momento  en  sus  versos,  y  hasta  en  la  dedicatoria 
que  de  ellos  hizo  á  la  misma  señora,  á  quien  profesaba  filial  ternu- 
ra: «Siendo  el  señor  Conde  tan  cuerdo  y  sabio  caballero  como  en 

>  nuestro  linaje  lo  haya  habido,  enajenarse  de  sí  en  tal  manera,  mu- 
»  cho  se  debe  hombre  de  maravillar.  Tal  madre  Vuestra  Señoría  nos 
»ha  sido,  que  erraríamos  nosotros  en  ser  desobedientes,  por  haber 
»sido  madre  con  Dios,  y  por  ser  tal  para  con  el  mundo.  Los  bienes 
¿que  Vuestra  Señoría  nos  ha  procurado,  aunque  la  memoria  de  mí 
»no  los  quita,  no  debría  decirlos,  porque  se  tiene  por  yerro  y  por 
x>  propias  alabanzas  las  de  los  padres  y  madres.  Después  que  Vues- 
» tra  Señoría  ha  levantado  nuestro  linaje  de  Urrea,  ;de  quién  otri 

>  nos  ha  venido  consejo  para  los  negocios  y  fuerza  para  las  obras? 
¿Quién  otri  nos  ha  dado  la  honra,  hermana  del  alma?...  Estos  eno- 
josos negocios  de  Vuestra  Señoría,  por  haber  sido  por  pleyto,  se 
í  conoce  claramente  ser  más  procurados  por  puntos  de  letrados, 
»que  por  voluntad  de  las  partes,  porque  ellos  no  pueden  perder  y 
«olvidan  la  ganancia  de  los  otros.» 

Xada  menos  que  una  larga  composición  en  coplas  de  pie  que- 
brado, imitando  el  estilo  y  la  filosofía  de  Jorge  Manrique,  escribió 
sobre  este  pleito,  desahogando  en  el  pecho  de  su  tío,  D.  Luis  de 
Hijar,  ( 'onde  de  Belchite,  el  desconsuelo  que  aquella  guerra  domés- 
tica le  causaba,  y  rogándole  que  interviniera  como  medianero  y 
reparador  en  aquel  litigio.  Con  esta  ocasión  discurre  largamente, 
mostrando  más  seso  y  madurez  de  lo  que  de  sus  verdes  años  podía 
esperarse,  sobre  la  vanidad  de  los  bienes  de  este  mundo  y  sobre  lo 
incierto  y  variable  de  la  fortuna,  con  aquel  mismo  género  de  estoi- 


428  HISTORIA    DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

cismo  senequista  que  hemos  reconocido  en  el  diálogo  de  Bías  con- 
tra Fortuna  del  Marqués  de  Santularia,  y  en  otros  poemas  análo- 
gos, con  los  cuales,  este  de  Urrea,  á  pesar  de  ser  obra  de  princi- 
piante, puede  ser  sin  gran  desventaja  comparado,  á  lo  menos  en 
algunos  lugares  y  sentencias,  expresados  con  mucho  brío: 

El  que  conocer  desea 
El  varón  que  vive  fuerte, 

Mírelo 
Cuando  le  viere  en  pelea, 
Porque  vea  si  su  suerte 

Teme,  ó  no. 
¿Quién  será  flaco  varón, 
Si  la  fortuna  le  dexa 

Sosegar? 
Mas  el  recio  corazón 
Huelga  que  fortuna  texa 

Su  telar. 


Los  corazones  mayores 
Nunca  suelen  desmayar 

Viendo  la  muerte; 
Que  los  buenos  luchadores 
Siempre  huelgan  de  luchar 

Con  lo  más  fuerte. 
Estas  cosas  van  en  rueda; 
Dan,  pues  no  están  en  un  ser, 

De  bien  en  males: 
La  rueda  nunca  está  queda, 
Siempre  la  vemos  mover 

En  los  mortales. 
Cuándo  abaxo,  cuándo  arriba, 
Siempre  va  dando  sus  vueltas, 

Muy  redondas; 
Uno  sube,  otro  derriba, 
Sus  cosas  van  desenvueltas, 

Van  en  ondas... 


No  sabemos  á  punto  fijo  cuáles  fueron  los  estudios  de  Urrea,  pero 
no  hay  duda  que  su  educación  fué  más  caballeresca  que  literaria. 
Tuvo  algunos  principios  de  la  lengua  latina,  pero  nunca  llegó  á 
dominarla,  según  él  mismo  confiesa  con  la  simpática  ingenuidad  de 


CAPITULO    XXVIII  429 

que  no  se  aparta  nunca.  Sus  obras  maniñestan  que  le  eran  familia- 
res los  poetas  italianos,  especialmente  el  Petrarca,  cuyos  Triunfos 
imita  y  aun  traduce  en  su  poema  de  las  Fiestas  de  amor.  Su  voca- 
ción poética  y  musical  fué  nativa,  y  aun  puede  decirse  que  heredita- 
ria. Su  padre  había  sido  trovador,  y  su  hermano  lo  era  también,  pero 
como  solían  serlo  los  grandes  señores  de  entonces,  es  decir,  como 
meros  aficionados,  y  en  composiciones  breves  y  efímeras.  Nuestro 
D.  Pedro,  por  oculta  é  irresistible  inclinación  de  su  estrella,  tributó 
á  las  musas  culto  mucho  más  formal  y  asiduo;  y  eso  que  tenía  que 
luchar,  de  una  parte,  con  su  grandísima  y  no  afectada  modestia,  y  de 
otra  con  cierto  género  de  altivez  aristocrática,  que  le  hacía  considerar 
como  de  menos  valer  el  ejercicio  de  hacer  coplas,  aterrándose  sobre 
todo  ante  la  idea  de  que  llegaran  á  andar  en  manos  de  la  plebe  y  á 
ser  pasto  de  las  venenosas  lenguas  de  los  maldicientes.  Todo  esto 
se  halla  expresado  con  el  más  delicioso  candor  en  sus  prólogos: 

«Yo  siempre,  de  muy  pequeño,  he  sido  muy  codicioso  de  la  len- 
»gua  latina,  y  aunque  carezca  della,  que  no  haya  alcanzado  tanto 
scomo  quisiera  y  para  esto  me  fuera  necesario,  con  lo  poco  que 
» della  he  oído,  la  doblada  afición  ha  consentido  una  poca  obra  al 
»  mucho  deseo:  no  que  sea  cosa  merecedora  de  alabanza.  Y  cier- 
»to,  señora,  hoy  va  tan  abaldonado  el  dezir,  y  más  en  metro,  que 
»  ninguna  cosa  s'estima,  considerando  se  halla  en  poder  de  hombres 
»soezes.  Yo  debría  callar,  lo  uno  por  mi  dezir  no  ser  bien  dicho, 
»lo  otro  porque  el  Conde  mi  señor,  que  santa  gloria  possea,  ha  di- 
»cho  tan  bien,  que  ha  dexado  tanta  memoria  de  sí  por  aquello  para 
»  entre  trovadores,  como  por  lo  otro  para  entre  caballeros.  Pues  si 
s>digo  del  señor  Conde  mi  hermano,  no  menos  dezir  se  puede.  Lo 
s>  que  yo  hasta  aquí  he  hecho,  no  ha  sido  otra  cosa  sino  una  espe- 
ranza de  ser  algo...  ¿Cómo  pensaré  yo  que  mi  trabajo  está  bien  em- 
tpleado,  viendo  que  por  la  emprenta  ande  yo  en  bodegones  y  cozinas, 
~¡>y  en  poder  de  rapaces,  que  me  juzguen  maldicientes.,  y  que  cuantos 
»lo  quisieren  saber  lo  sepan  y  que  venga  yo  á  ser  vendido?» 

No  es  difícil  adivinar  cuál  seríala  principal  materia  de  sus  versos 
juveniles.  Fueron  de  amor  casi  todos,  y  como  el  poeta  contrajo 
matrimonio  en  edad  temprana,  y  parece  haber  sido  apasionadísimo 
galán  de  su  legítima  mujer  Doña  María  de  Sessé,  debemos  pensar 


43°  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

piadosamente  que  son  anteriores  otros  devaneos  suyos,  de  que  su 
Cancionero  nos' da  testimonio.  Urrea  es  un  poeta  tan  absolutamente 
sincero,  tan  incapaz  de  fingir  lo  que  no  siente,  que  erraría  mucho 
el  que  creyese  que  son  mero  tributo  pagado  á  la  moda  literaria  los 
versos  que  dedica  á  sus  amigas.  Pero  si  tales  versos  hubiesen  sido 
escritos  después  de  su  casamiento,  nunca  un  hombre  de  tanta  rec- 
titud moral  se  hubiese  atrevido  á  incluirlos  en  un  Cancionero  que 
formó  principalmente  para  obsequiar  á  su  madre.  La  soltura  de  las 
costumbres  de  aquel  siglo  toleraba  muchas  cosas,  pero  no  tanto. 

Que  no  eran  del  todo  platónicas  estas  pasiones,  ni  quiméricos  los 
objetos  de  ellas,  lo  prueban  los  singularísimos  versos  que  Urrea 
compuso  á  una  gentil  mora  que  se  llamada  la  Moragas.  En  un  villan- 
cico exclama: 

Mahoma,  cuéntame  nuevas 

De  la  mora  tan  nombrada. 

— Juro  á  Alá  qu'es  desposada. 
Desposaron  la  una  aljoma 

Con  un  morillo  extranjero; 

Llámase  también  Mahoma, 

Tan  manso  como  cordero. 

Bayló  con  mi  compañero 

Con  una  saya  pintada, 

Dichosa  más  que  entallada. 

Cuando  murió  la  linda  mora,  el  poeta  se  afligió  mucho,  no  sólo 
por  el  amor  que  la  tenía,  sino  por  el  desconsuelo  de  que  se  hubiese 
ido  al  otro  mundo  sin  bautizar.  Entonces  compuso  estas  coplas, 
donde  expresa  con  ingenuidad  una  pasión  muy  verdadera: 

¡Oh  que  mal  tan  fatigoso 
Para  mí, 
Que  tu  cuerpo  tan  gracioso 
Esté  en  lugar  tan  dañoso 
Para  tí! 


No  se  alegrarán  jamás 

Ya  mis  días, 
Cuando  pienso  que  do  estás 
Ya  levar  no  me  podrás 

Como  podías. 


CAPITULO    XXVIII  431 

No  holgabas  con  mis  canciones 

De  tormento, 
Ni  agora  mis  oraciones 
No  quitarán  tus  prisiones 

Que  yo  siento. 
¡Qué  tan  triste  y  cuan  en  calma 

Fué  tu  ida! 
Mis  ojos  limpia  mi  palma, 
Que  lo  que  siente  tu  alma 

Siente  mi  vida. 
Mi  amor  no  pudo  crecer, 

Mas  creció 
Cuando  no  te  pudo  ver; 
Mi  mal  con  tu  fenescer 

Se  dobló. 


El  mismo  poder  llevaste 

Que  tuviste; 
En  vida  me  cativaste, 
Y  con  muerte  me  dexaste 

Muy  más  triste; 

Y  aunque  el  daño  que  he  tenido 

Tú  consientes, 
El  fuego  que  te  ha  venido 
Sentiré,  siento,  he  sentido 

Lo  que  sientes. 
¡Oh!  ¡Si  yo  fuera  Orfeo, 

Cómo  entrara 
Con  este  fuerte  deseo 
A  sacarte  do  te  veo 

Cuerpo  y  cara! 

Y  las  furias  infernales 

Pararía; 
Si  entrase  yo  con  mis  males, 
Entre  todos  los  mortales 

Te  vería. 
Queda  tan  atribulada 

Mi  persona, 
Como  tu  triste  morada; 
Viéndote  tan  desdichada, 

Se  baldona 
Mi  vida,  con  el  pensar 

Donde  moni-. 


432  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Con  tu  gracia  singular 
¡Ay!  do  te  veo  estar, 
Me  enamoras. 


Mas  yo  de  tu  desventura 

Me  fatigo: 
¡Ver  que  dio  poder  natura 
En  tu  gracia  y  hermosura 

Al  enemigo! 


Y  luego  prorrumpe  en  invectivas  contra  el  falso  renegado  Maho- 
meto,  que  se  llevó  tal  mujer  á  las  llamas  donde  arden  sus  secuaces. 

No  era  la  primera  vez  que  un  trovador  español  se  confesaba  ena- 
morado de  una  mora.  Antes  que  Urrea  lo  habían  sido,  entre  otros, 
el  Arcipreste  de  Hita,  Alfonso  Alvarez  de  Villasandino  y  el  estra- 
falario Garci  Ferrandes  de  Jerena;  pero  lo  que  en  ellos  fué  pasajero 
capricho  (y  en  el  último  cálculo  interesado,  aunque  le  salió  fallido), 
parece  haber  sido  muy  otra  cosa  en  el  infantil  corazón  del  hijo  de 
la  Condesa  de  Aranda. 

Con  la  inconstancia,  sin  embargo,  propia  de  tal  edad  y  de  tales 

amores,  se  declara  prendado  de  otras  varias  bellezas,  ya  populares, 

ya  cortesanas,  y  canta  en  donosos  villancicos,  de  tono  muy  realista, 

.1  las  zagalas  de  Trasmoz  y  de  Illueca  y  á  las  gallardas  bailadoras  de 

Zaragoza: 

Con  gran  placer  y  alegría 

Tu  grande  gracia  retoza, 

Pues  en  toda  Zaragoza 

No  hay  tu  par  en  lozanía. 

Eres  linda  en  demasía; 

Ninguna  zaragozana 

No  puede  ser  más  lozana. 

Con  tu  saya  la  amarilla 

Y  tus  chapines  pintados, 
A  todos  das  mil  cuidados, 
De  nadi  tienes  mancilla; 
La  sortija  y  la  manilla 
Te  hacen  ir  muy  lozana, 
Hermosa  zaragozana. 

Vas,  estirada  la  zanca, 
Con  largo  y  justo  calzado, 

Y  tu  bailar  mesurado 


CAPITULO    XX VIII  433 

Gran  sobra  de  tierra  atranca. 
Tan  colorada  y  tan  blanca 
Como  una  linda  manzana, 
Hermosa  zaragozana. 

Sales  tan  chapa  dorada 
Cuando  sales  los  domingos, 
Haziendo  dos  mil  respingos, 
Que  turbas  la  garzonada. 
Hazes  tú  con  tu  bailada 
La  sonada  más  galana. 
Hermosa  zaragozana. 

La  gente  que  se  percata 
Lieva  palmadas  las  gestas, 
Porque  de  cara  y  de  cuestas 
Pareces  hecha  de  plata. 
Bailando,  alzas  la  pata 
Como  zagala  lozana, 
Hermosa  zaragozana. 


Bailas  con  tantos  antojos 
Cuando  en  el  mandil  te  tocas, 
Que  te  miran  con  las  bocas 
Abiertas  como  los  ojos. 
Tú  quitas  todos  enojos 
Con  tu  vuelta  tan  liviana. 
Hermosa  zaragozana. 


Hemos  escogido  de  intento  lo  que  tiene  más  color  y  brío,  lo  que 
más  se  aparta  de  la  trivialidad  ordinaria  de  los  Cancioneros;  pero 
.:un  en  aquellas  poesías  amatorias  que  más  participan  del  amanera- 
miento de  escuela,  tiene  á  veces  rasgos  felices,  como  éste: 

Vieja  os  vea  yo  esa  mata 
Crecida  como  mi  lloro, 
¡Mata  de  cabellos  de  oro, 
Hasta  ser  color  de  plata! 

Hemos  dicho  que  I).  Pedro  Manuel  de  Urrea  era  muy  joven,  casi 
niño,  cuando  hizo  todos  estos  versos.  Los  hombres  de  aquel  tiempo 
madrugaban  mucho  en  amores,  como  puede  inferirse  por  lo  que  de 
sí  propio  cuenta  Lope  García  de  Salazar  en  su  libro  de  las  Bienan- 
danzas ¿fortunas. 

MkMMji.z   i   PsiiAYO.      f'iiM.i  castellana,    m.  *>■ 


434  HISTORIA   DE   LA   POESÍA    CASTELLANA 

Por  lo  que  toca  á  Urrea,  parece  haberse  enmendado  de  todo 
punto  desde  que  en  Abril  de  1 505  caso  con  Doña  María  de  Sessé, 
á  quien  debió  la  felicidad  doméstica  y  á  quien  consagró  desde  en- 
tonces los  más  delicados  sones  de  su  lira: 

A  vos  que  sois  mi  alegría, 
Que  jamás  no  me  dejáis 

Ver  querella; 
Vos  que  hacéis  mi  fantasía 
Alegre,  sabiendo  estáis 

Vos  en  ella. 


A  vos,  cordura  y  razón 
Os  andan  siempre  llevando 

El  cuerpo  preso: 
Honestidad,  discreción 
Andan  siempre  acompañando 

A  vuestro  seso. 

Lo  que  agradezco  á  ventura, 
Es  que  me  dio  por  mujer 
La  hermosura  y  el  valer, 
La  riqueza  y  la  cordura. 

Y  el  que  con  esto  se  halla, 
Puede  decir  se  libró 

De  la  guerra 
D'  este  mundo  que  es  batalla, 

Y  que  Dios  más  bien  le  dio 
Que  há  en  la  tierra. 


Raros  son  los  poetas,  ni  de  nuestra  literatura  ni  de  las  extrañas, 
que  han  cantado  á  su  mujer  (salvo  después  de  muerta),  y  rarísimos 
los  que  han  expresado  este  puro  y  limpio  afecto  (tan  difícil  de  tocar 
sin  profanación)  con  la  plena  sinceridad,  con  el  noble  candor,  con 
!a  sana  alegría,  con  la  efusión  de  alma  con  que  lo  hace  el  aristocrá- 
tico trovador  aragonés.  Leyendo  tales  versos,  lo  mismo  que  los  que 
dirigió  á  su  madre,  es  imposible  dejar  de  estimar  á  tan  excelente 
y  honradísimo  caballero.  Sin  que  valgan  contra  esto,  por  ser  fruta 
del  tiempo,  algunos  desaguisados  que  cometió  como  banderizo,  se- 
gún vamos  á  ver. 

Hemos  dicho  que  su  padre  no  le  había  dejado  más  heredamiento 


capitulo  xxvin  435 

que  el  de  Trasmoz,  que,  tras  de  no  ser  muy  pingüe,  le  obligaba  á 
residir  en  la  aldea  la  mayor  parte  del  año,  lo  cual  en  su  mocedad 
debía  de  hacérsele  muy  cuesta  arriba,  según  se  infiere  de  una  desen- 
fadada composición  en  que  desahoga  cómicamente  su  aburrimiento 
•de  la  vida  monótona  de  lugar: 

Nunca  medréis  vos,  Aldea, 
Y  tan  bien  quien  os  fundó. 
;Por  qué  tengo  de  estar  yo 
Donde  nadi  estar  desea? 
Que  cualquiera  que  rae  vea, 
Dirá  estoy  más  retraydo 
Que  ninguno  nunca  ha  sido 
De  mi  linaje  de  Urrea. 

Ir  de  collado  en  collado 
Siempre  en  monte  como  zorro, 
Juzgadlo  vos,  aldeorro, 
Si  estaré  yo  descansado. 
Según  me  habéis  enojado 
En  ver  esta  cuesta  arriba, 
Si  fuérades  cosa  viva, 
Ya  os  hubiera  degollado. 

Pues  andar  siempre  en  la  huerta 
Tras  zarzales  con  el  arco, 
Bien  veis  que  tan  poco  abarco, 
Qu'  es  cosa  poco  despierta: 
Pues  tal  vida  desconcierta 
El  deleite  más  altivo, 
;Cómo  puedo  estar  yo  vivo, 
Estando  en  la  cosa  muerta? 

¡Y  que  por  tiempo  de  un  año 
Me  tengáis  vos  aquí  preso! 
¿Quién  dirá  que  tengo  seso 
Haciendo  yerro  tamaño, 
Donde,  ni  seda  ni  paño 
No  vestiré,  sino  cuero, 
Pues  que  no  soy  caballero 
Con  la  vida  de  ermitaño? 

¡Cazar  liebres  ni  conejos, 
Cuando  va  mucho  á  la  larga! 
¡Es  la  vida  muy  amarga 
Ir  tras  grajas  ni  vencejos! 


43(J  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Los  que  entienden  mis  arrejos 
Irán  por  alto  volando, 
Sin  holgar  d'  estar  hablando, 
En  la  plaza,  con  los  viejos... 

Sentíase  capaz  de  grandes  cosas,  aspiraba  á  una  vida  de  acción 
pero  los  tiempos  no  se  lo  consintieron: 

Yo  con  muy  gran  intención 
Me  muero  aquí  sepultado, 
Como  en  guerra  el  mal  armado 
Con  valiente  corazón. 


Pensarán  más  de  quinientos 
For  qué  estoy  yo  retraído: 
fSerá  baxo  mi  sentido? 
¿Pequeños  mis  pensamientos: 


Alguna  parte,  aunque  secundaria,  tomó  en  la  política  de  Ara- 
gón. Consta  su  asistencia  á  las  Cortes  de  1502,  en  que  fueron^ 
jurados  los  Archiduques  D.  Felipe  el  Hermoso  y  Doña  Juana;. 
Príncipes  de  Aragón  y  herederos  de  la  corona.  Los  bandos  de 
la  Edad  Media  vivían  aún,  aunque  menos  encarnizados  que  antesr. 
y  es  sabido  que  en  Aragón  tuvieron  un  retoñar  terrible  á  fines 
del  siglo  xvi  con  las  turbulencias  del  Condado  de  Ribagorza,  que- 
abrieron  camino  á  los  tumultos  de  Zaragoza  y  al  allanamiento 
según  unos,  reforma  según  otros,  que  Felipe  II  hizo  de  una  parte- 
de  la  antigua  constitución  del  reino.  Pero  mucho  antes  de  esta 
formidable  explosión  hubo  chispazos  de  anarquía,  así  en  tiem- 
pos del  Rey  Católico  como  en  los  del  Emperador.  En  una  de 
estas  contiendas  domésticas,  pequeña  por  su  origen,  pero  que 
llegó  á  degenerar  en  guerra  civil  entre  las  casas  de  Aranda  y 
de  Ribagorza,  intervino  nuestro  poeta,  y  no  ;í  la  verdad  con  la 
moderación  y  parsimonia  que  de  su  carácter  debiera  esperarse;  si 
bien  ha  de  tenerse  en  cuenta  que  la  relación  más  detallada  que 
tenemos  de  estos  acontecimientos,  escrita  por  un  monje  de  Vérue- 
la,  es  altamente  sospechosa  de  parcial,  por  proceder  de  una  comu- 
nidad notoriamente  interesada  en  el  litigio,  y  muy  apasionada  de 
los  Duques  de  Villahermosa  por  el  apoyo  que  entonces  la  presta- 


capitulo  xxvm  437 

ron.  De  todos  modos,  es  tan  curioso  lo  que  refiere,  que  conviene 
-extractarlo  (i). 

« Moviéronse  cuestiones  entre  Litago  y  Trasmoz  en  el  mes  de 
Marzo  del  año  1510,  sobre  el  derecho  de  regar  las  eras  los  de  Li- 
tago con  agua  de  Alara,  y,  usando  más  de  su  fortaleza  que  de  la 
razón,  D.  Tedro  de  Urrea,  señor  de  Trasmoz,  hizo  una  compañía 
de  gente  y  la  envió,  armada  á  Litago,  para  que  ofendiesen  á  los  que 
encontrasen;  los  cuales  hirieron  cinco  de  nuestros  vasallos,  que  no 
pudieron  guardarse  de  aquella  tan  intempestiva  resolución:  forma- 
ron éstos  queja  al  Monasterio,  y  temiendo  no  hiciese  algún  estrago 
el  de  Trasmoz,  se  hizo  levantamiento  de  hasta  quinientos  hombres 
por  nuestra  parte,  para  resistir  al  dicho  D.  Pedro  de  Urrea  y  de- 
fender nuestro  lugar. 

»Estando  en  esta  disposición  las  materias,  vino  por  parte  del 
rey  no  a  componerlas  y  asentar  treguas  el  Vizconde  de  Biota,  dipu- 
tado de  Nobles,  y  las  asentó  por  seis  meses,  y  aunque  vinieron  en 
ello  las  dos  partes,  las  quebrantó  el  de  Trasmoz,  enviando  su  gente 
á  Litago  una  noche,  y,  entrando  en  la  casa  de  Juan  Jaime,  mataron 
un  hijo  de  dicha  casa,  é  hirieron  á  otro,  el  cual  se  les  fué  de  entre 
Jas  manos,  y  por  temor  de  su  aviso  se  volvieron  á  su  lugar  los 
•agresores. 

»E1  Monasterio,  viendo  tal  alevosía  y  que  con  sus  fuerzas  no  lo 
podía  remediar,  por  ser  hombre  temerario  el  de  Trasmoz,  ordenó 
volverse  á  Dios,  nuestro  Señor,  y  maldecir  aquella  perversa  gente 
públicamente  en  la  iglesia,  cantando  el  salmo  de  la  maldición... 

íHecha  esta  diligencia,  se  dio  noticia  á  S.  M.,  y  viendo  que  tar- 
daba el  remedio  y  que  D.  Pedro  de  Urrea  siempre  proseguía  en 
■sus  temeridades,  se  tomó  resolución  de  valemos  del  patrimonio  del 
Sr.  I ).  Alonso  de  Aragón,  Conde  de  Ribagorza  y  señor  de  Pedrola, 
para  lo  cual  fué  allá  el  Sr.  Abad  (lo  era  D.  Fr.  Pedro  Ximénez  de 

(1)  Escribió  esta  relación  Fr.  Atilano  de  Espina;  y  tomándola  del  tumbo  ú 
Registro  universal  de  iodas  las  escrituras  que  se  hallan  en  el  Archivo  de  este  sanio 
y  Real  Monasterio  de  Venida,  la  ha  dado  á  conocer  D.  Martín  Villar,  distin- 
guido catedrático  de  la  Universidad  de  Zaragoza,  en  el  curioso  prólogo  que 
antecede  .i  la  reimpresión  del  Cancionero  de  Urrea  en  la  Biblioteca  de  Escri- 
tores Aragoneses. 


438  HISTORIA    DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Embún)  y  le  representó  lo  sucedido  y  el  temor  de  lo  que  había  de 
suceder;  y  obligado  este  caballero,  ofreció  su  vida  y  estado  en  de- 
fensa de  tan  justa  queja:  para  lo  cual  despachó  á  Pedro  de  Erla, 
ciudadano  de  Borja,  con  cartas  suyas  al  de  Trasmoz,  significándole 
estaban  el  Monasterio  y  todos  sus  lugares  y  vasallos  debajo  su  pro- 
tección, y  que  defendería  con  su  estado  y  vida  todas  las  vejaciones- 
que  les  fuesen  hechas.  Escribió  á  más  de  esto  á  todos  nuestros  lu- 
gares para  animarlos,  que  á  la  verdad  tenían  hartos  sobresaltos. 

íLos  efectos  de  esta  carta  fueron  el  enviar  á  Anón  quinientos 
hombres  armados,  acaso  porque  eran  de  nuestra  parte,  y  les  tala- 
ron las  viñas  porque  habían  regado  con  el  agua  sobrada,  y  Anón, 
viéndose  agraviado,  se  valió  de  nuestros  vasallos  y  de  los  de  To- 
rrellas  y  Los  Fayos  y  Santa  Cruz,  y  en  despique  talaron  todo  cuanto 
había  en  los  términos  de  Trasmoz... 

»A  13  de  Diciembre  del  mismo  año  vino  á  visitar  al  Sr.  Abad  y 
Convento  el  Sr.  D.  Alonso  de  Aragón,  el  cual  hizo  nuevos  ofreci- 
mientos en  defensa  del  Monasterio  y  Lugares,  tomando  por  su 
cuenta  los  agravios  hechos  y  los  que  se  podían  hacer;  de  lo  cual, 
teniendo  noticia  el  de  Trasmoz,  se  fué  á  Epila,  y  dio  cuenta  al 
Conde  de  Aranda,  el  cual  juntó  todos  sus  deudos...  Juntaron  éstos 
2.000  infantes  y  2 50  de  á  caballo,  los  cuales,  puestos  en  orden  y 
gobernándolos  el  de  Trasmoz,  tomaron  el  camino  de  Pedrola  á  19 
de  Febrero  del  año  1 5 12,  y  luego  que  llegaron  á  una  casa  de  re- 
creo que  tienen  los  señores  de  dicha  villa,  cortaron  dos  pinos  é  hi- 
cieron fuego  para  guisar  la  comida. 

sDieron  noticia  del  caso  á  nuestro  D.  Alonso,  el  cual  envió  un 
criado  á  saber  qué  es  lo  que  buscaba  aquella  gente;  el  cual,  llegan- 
do y  preguntando  quién  era  el  capitán  para  darle  la  embajada,  res- 
pondió D.  Pedro  de  Urrea:  Decid  que  soy  yo,  que  tomo  satisfacción 
de  la  tala  que  los  de  Anón,  Torrellas  y  Abadiado  de  Veruela  hicie- 
ron en  mi  lugar  de  Trasmoz;  y  con  esto  se  fueron. 

^Ofendido  el  Conde  D.  Alonso  de  este  agravio,  juntó  su  gente, 
al  cual  favoreció  D.  Francisco  de  Luna,  Conde  de  Riela  y  señor  de 
Muel  y  Villafeliz,  y  se  juntaron  3.000  infantes  y  450  caballos,  de, 
los  cuales  estaban  por  Veruela  330  hombres  armados  y  16  caba-  • 
líos:  los  120  envió  Anón,  y  los  otros  fueron  vasallos  del  Convento.- 


CAPÍTULO  xxvin  439 

2>Con  esta  prevención  salió  de  Pedrola  el  Conde  D.  Alonso  á  4 
de  Julio  de  1512,  y  á  título  de  haber  quebrantado  las  paces  y  tre- 
guas el  de  Aranda,  se  fué  á  Épila  á  desafiarlo,  y  pasando  por  Lum- 
piaque,  lugar  de  dicho  Conde  de  Aranda,  dieron  sobre  é\  y  lo  de- 
rrotaron: desde  allí  pasó  á  la  fuente  de  Épila,  y  le  envió  un  trom- 
peta con  recado  de  desafío,  al  cual  respondió  ei  de  Aranda  que  no 
estaba  dispuesto  para  salir,  con  lo  cual  se  hubo  de  volver  á  Pedro- 
la;  pero  D.  Francisco  de  Luna,  que  estaba  en  Calatorao  con  un 
trozo  de  gente,  viendo  que  no  había  salido,  por  despicarse  quemó 
el  lugar  de  Luceni  y  derrotó  á  Salillas,  ambos  lugares  del  de  Aran- 
da, y  dio  la  vuelta  con  el  resto  de  gente  á  Pedrola. 

»No  quedó  satisfecho  con  esto  nuestro  D.  Alonso,  y  así  estaba 
esperando  que  se  previniese  para  la  batalla  el  Conde  de  Aranda,  y 
habiendo  aguardado  hasta  8  de  Julio,  salió  segunda  vez  y  se  puso 
entre  Pedrola  y  Lumpiaque,  desde  donde  con  un  trompeta  envió 
segundo  desafío  al  de  Aranda,  el  cual  respondió  estaba  indispuesto, 
y  con  esta  respuesta  se  volvió  á  su  villa  de  Pedrola. 

j>  Corrían  estas  materias  tan  sangrientas,  que  fué  necesaria  la 
autoridad  del  Reyno  segunda  vez,  y  la  del  mismo  Rey,  con  lo  cual 
se  sosegaron  y  despidieron  la  gente  de  guerra  que  cada  uno  tenía 
prevenida. 

»  Llevaba  nuestro  D.  Alfonso  de  Aragón  un  estandarte  pequeño 
de  damasco  naranjado  y  morado,  en  el  cual  llevaba,  de  famosa  bor- 
dadura,  á  la  una  parte  la  imagen  de  Nuestra  Señora  de  Veruela,  y 
á  la  otra  al  glorioso  patriarca  San  Josef,  con  las  armas  de  su  real 
estirpe,  el  cual  se  puso  colgado  en  la  capilla  mayor  de  la  Iglesia,  y 
hoy  se  conserva,  y  se  debe  conservar  para  perpetua  memoria  de 
tan  generosa  acción. 

í Erigióle  el  Monasterio,  en  señal  de  agradecimiento  á  este 
esforzado  caballero,  un  suntuoso  sepulcro  de  alabastro  blanco, 
para  sí  y  para  toda  su  familia,  en  el  cual  están  grabadas  sus  armas, 
y  lo  puso  en  el  segundo  arco  del  presbiterio,  hacia  la  parte  de  la 
Fpístola.» 

A  pesar  de  lo  que  dice  el  cisterciense,  Fernando  el  Católico  dio 
la  razón  á  los  de  Urrea.  Zurita,  que  dedica  un  capítulo  entero  (X — 
80)  á  la  relación  de  estos  porfiados  bandos,  nos  informa  que  se  ter- 


44°  HISTORIA   DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

minaron  por  sentencia  del  Rey  Católico,  dada  en  Buengrado  á  6  de 
Octubre  de  1513,  declarándose  en  ella  que  el  Conde  de  Ribagorza 
había  sido  el  quebrantador  de  la  tregua,  por  lo  cual  se  le  condenó  á 
destierro  de  todo  el  reino  de  Aragón,  y  á  resarcir  los  daños  que 
había  causado. 

Aquel  mismo  año  apareció  de  molde  en  Logroño  el  Cancionero 
de  las  obras  de  D.  Pedro  Manuel  de  Urrea,  bien  contra  la  voluntad 
de  su  autor  (cu3'OS  escrúpulos  conocemos  ya),  y  sólo  por  maternal 
solicitud  de  la  Condesa  de  Aranda,  á  quien  debemos,  por  tanto,  la 
conservación  de  las  obras  de  uno  de  los  poetas  más  personales  y 
simpáticos  de  las  postrimerías  de  la  Edad  Media  (i).  Pero  es  cierto 
que  él  se  resistió  hasta  el  fin  á  la  divulgación  de  sus  versos,  presu- 
miendo más  de  caballero  que  de  trovador:  «Bien  conozco  á  mi  ma- 
nera no  ser  conforme  el  trovar  tanto  en  cantidad,  sino  en  calidad, 
porque  yo  necesidad  no  tengo  de  hacerme  nombrar  por  muchas 
coplas,  porque  no  es  cosa  que  se  allegue  á  las  cosas  de  galán,  sino 
una  copla  6  un  mote,  un  villancico,  una  caución  para  entre  caballeros 
ó  cuando  hombre  mucho  se  alarga,  un  romance,  y  esto  que  sea  tan 
bien  dicho,  que  ande  entre  caballeros,  porque  los  caballeros  han  de 
hacer  un  mote  ó  una  cosa  breve,  que  se  diga  no  hay  más  que  ser. 
Y  cierto  la  otra  prolijidad  no  conviene;  que  yo  más  debría  usar  de 
la  gala  del  Palacio  que  del  Arte  de  la  Poesía;  pues  que  de  todo 

(t)     Cancionero  \  de  ¡as  obras  de  |  do  Pedro  Mau  \  e!  de  Urrea. 

Colof.  r  ¡uié  la  presente  obra  emprentada  en  ¡a  muy  noble  y  muy  \  lea¡  ciudad 
de  Logroño  d  cosía  y  espesas  de  Arnao  Gui-  ¡  ¡lén  de  Broca r  maestro  de  ¡a  em- 
prenta en  ¡a  dicha  ciudad.  \  E  se  acabo'  en  alabanza  de  ¿a  Santissima  Trinida  t 
d  siete  di  I  as  del  mes  de  Julio.  Ano  del  nascimíéto  de  nuestro  Señor  \  Jesucristo 
Mil  y  quinientos  y  treze  años.*  Folio,  letra  gótica,  49  hojas  foliadas,  á  dos  y 
tres  columnas.  Hermosamente  impreso,  como  cuadraba  á  la  condición  aris- 
tocrática del  poeta. 

A  personas  entendidas  en  libros  he  oído  asegurar  que  existe  otra,  edición 
antigua  de  este  Caucionero;  pero  yo  nunca  he  visto  más  que  ésta,  que  es,  por 
cierto,  de  gran  rareza,  como  la  mayor  parte  de  los  libros  de  su  clase. 

Ha  sido  reimpreso  en  Zaragoza,  1878,  formando  parte  de  la  Biblioteca  de 
Escritores  Aragoneses  que,  con  grande  utilidad  de  las  letras  y  de  la  historia, 
publica  años  hace  la  Diputación  Provincial  de  Zaragoza.  Este  es  el  verdadero 
y  útil  regionalismo. 


CAPITULO   XXVIII  441 

junto  muy  pocos  pueden  usar.  Después  de  haber  acabado  el  Can- 
cionero... conocí  su  voluntad  (la  de  su  madre)  estar  deseosa  de  pu- 
blicar mis  bajas  obras  por  el  arte  de  emprenta:  y  como  á  mí  en  esta 
ocasión  acaeciese  un  voluntario  desastre  de  una.  obrecilla  que  di  á 
la  emprenta,  que  era  el  Credo  glosado,  el  cual  con  una  carta  ende- 
reza á  la  señora  Doña  Catalina  mi  hermana;  y  cierto,  señora,  la  obra 
no  tiene  tantas  letras,  cuantas  yo  veces  me  he  arrepentido,  aunque 
por  ser  cosa  de  Dios  me  queda  consuelo  dello.  Agora  mirando  que 
con  aquello  poco  debo  escarmentar  lo  mucho,  no  solamente  á  todos, 
pero  á  ninguno  querría  mostrar  nada.» 

1  lay  en  este  Cancionero  una  parte  considerable  que  es  labor  de 
imitación  y,  por  tanto,  de  muy  relativo  mérito»  El  autor,  como  mo- 
desto aficionado  que  era,  se  creyó  obligado  á  seguir  las  huellas  de 
los  trovadores  castellanos  que  tenían  más  crédito,  y  malgastó  gran 
parte  de  su  ingenio  en  composiciones  alegóricas  y  didácticas,  como 
el  Peligro  del  Mundo,. las  Fiestas  de  Amor,  la  Sepultura  de  Amor  y 
el  Testamento  de  amores.  Tampoco  tienen  mucho  espíritu  poético 
las  coplas  contra  la  seta  de  Mahometo,  y,  en  general,  todos  sus  ver- 
sos á  lo  divino,  tales  como  el  Credo  glosado  y  la  traducción  del 
Stabat  Mater.  Son  más  bien  ejercicios  de  piedad  que  de  litera- 
tura, y  lo  que  principalmente  resplandece  en  ellos  es  la  robusta  fe 

del  poeta: 

Pues  basta  sola  la  fe 

Oue  tuve,  tengo  y  tendré: 

Si  mis  días  mal  obraron, 

Como  sombras  se  pasaron, 

Yo,  como  Mor,  me.  seque. 

Pero  lo  que  da  originalidad  y  positivo  valor  al  Cancioneiv  de 
Urrea,  son  las  poesías,  casi  familiares,  pero  en  el  más  noble  sentido 
de  la  expresión,  en  que  se  deja  llevar  de  la  espontaneidad  de  su 
genio,  y  nos  muestra  sin  disfraz  ni  retórica  su  alma  entera,  sencilla 
y  buena,  desinteresada  y  noble.  Entonces  es  un  poeta  natural,  aun- 
que nunca  llegue  a  ser  un  gran  poeta.  Pero  es  tan  raro  encontrar 
en  la  fastidiosa  y  contrahecha  lírica  del  siglo  xv,  en  aquel  erial  de 
sentimientos  falsos  y  de  frases  hechas,  en  aquella  hueca  gimnasia  de 
rimas,  algún  acento  que  brote  del  alma,  que  sólo  por  haber  reinte- 


4\2  HISTORIA    DE   LA    POESÍA    CASTELLANA 

grado  algunas  veces  los  derechos  de  la  verdad  humana,  es  Urrea 
merecedor  de  grande  estima.  Ya  hemos  tenido  ocasión  de  citar  las 
mejores  entre  estas  composiciones,  porque  son  páginas  de  la  vida 
moral  de  su  autor:  los  versos  á  su  mujer,  los  del  pleito  de  su  her- 
mano, los  de  la  vida  de  la  aldea,  y  aun  pueden  añadirse  otros,  por 
ejemplo,  las  graves  y  sentenciosas  coplas  que  dedicó  á  su  madre 
con  motivo  del  incendio  de  su  castillo: 

Que  los  pintados  palacios 
Do  está  la  delectación, 
Do  todos  vicios  despiertan.., 
También  les  vendrá  sazón 
Que  en  no  nada  se  conviertan. 
Que  todo  acaba  en  tristura: 
¡Qué  placeres  y  dolores 
En  pintados  corredores! 
¿Qué  se  hará  aquella  pintura: 
¿Qué  ha  sido  de  los  pintores? 

Por  haber  herido  diestra  y  gentilmente  esta  cuerda  del  senti- 
miento humano,  D.  Pedro  de  Urrea  suscita  desde  luego  el  recuerdo 
de  Jorge  Manrique,  pero  es  claro  que  la  comparación  tiene  que  serle 
desfavorable.  Urrea  es  poeta  á  largos  intervalos,  escribe  con  difu- 
sión y  desaliño,  no  tiene  el  instinto  de  la  forma  perfecta:  nin- 
guna de  sus  composiciones  largas  está  inmune  de  caídas  y  prosaís- 
mos; y  carece,  además,  de  la  profunda  melancolía,  del  inefable 
hechizo  lírico  que  tienen  las  coplas  del  que  bien  podemos  llamar  su 
maestro. 

Lo  fué  también  Juan  del  Enzina  en  otros  géneros  de  poesía  lige- 
ra; y  es  evidente  que  Urrea  le  imita,  no  sólo  en  sus  disparates  (que 
bien  pudo  haber  puesto  á  un  lado),  sino  en  sus  canciones,  en  sus  vi- 
llancicos y  aun  en  sus  romances.  Estos  son  nueve,  y  á  excepción  de 
uno  de  asunto  histórico  (sobre  la  muerte  del  Condestable  de  Nava- 
rra), todos  pertenecen  al  género  erótico-sentimental,  según  estilo 
de  trovadores.  Pero  uno  de  ellos  se  abre  con  una  introducción  deli- 
ciosa (hasta  por  la  mezcla  de  algún  rasgo  realista),  introducción  que 
tiene  todo  el  sabor  del  buen  lirismo  popular,  que  cuando  describe 
lo  hace  de  un  modo  rápido  é  intenso: 


capitulo  xxviii  443 

En  el  placiente  verano, 
Do  son  los  días  mayores, 
Acabaron  mis  placeres, 
Comenzaron  mis  dolores. 
Cuando  la  tierra  da  yerba, 

Y  los  árboles  dan  flores; 
Cuando  aves  hacen  nidos 

Y  cantan  los  ruiseñores; 
Cuando  en  la  mar  sosegada 
Entran  los  navegadores; 
Cuando  los  lirios  y  rosas 
Nos  dan  los  buenos  olores; 

Y  cuando  toda  la  gente, 
Ocupados  de  calores, 
Van  aliviando  la  ropa 

Y  buscando  los  frescores; 
Do  son  las  mejores  horas, 
Las  noches  y  los  albores, 
En  este  tiempo  que  digo 
Comenzaron  mis  amores... 

Los  villancicos  son  lo  más  selecto  del  Cancionero  de  Urrea.  El 
poeta  aragonés,  que  era  á  la  par  músico,  parece  haberles  tenido  es- 
pecial predilección,  y  no  sólo  los  multiplicó  sin  medida,  sino  que 
hizo  de  ellos  especial  ramillete  para  obsequiar  á  su  hermana  Doña 
Beatriz,  condesa  de  Fuentes.  «Como  se  cantan  (dice),  parece  que 
» llevan  consigo  más  placer  y  bullicio  que  ninguna  de  las  otras 
» obras.»  Los  hay  exquisitos  de  gracia  y  soltura:  la  mayor  parte 
son  amatorios:  alguno  frisa  con  lo  picaresco,  como  el  de  las  viudas 
de  Zaragoza  (i).  Pero  el  más  digno  de  citarse,  por  haber  dado  mo- 
tivo á  una  célebre  imitación,  es  el  que  principia: 

( i  Aladre,  cuando  enviudare, 

A  Zaragoza  me  iré. 

Allí  las  viudas  holgadas, 
Macho  más  que  las  casadas, 
Allí  son  muy  visitadas 
De  los  que  les  tienen  fe... 

Viada  huelga  en  Zaragoza 
Más  que  casada  ni  moza, 
Cada  cual  dcllas  retoza 
Con  mil  cosillas  que  sé. . 


444  HISTORIA    DE    LA   POESÍA    CASTELLANA 

Ayer  vino  un  caballero, 
Mi  madre,  á  m  enamorar; 
No  lo  puedo  yo  olvidar. 

Soy  del  servida  y  amada, 
El  es  de  mí  muy  amado. 
Tan  cortés  y  bien  criado, 
One  me  tiene  sojuzgada. 
Juró  en  la  cruz  de  su  espada 
Nunca  jamás  me  dejar; 
No  lo  puedo  yo  olvidar. 

Su  vista  ya  me  consuela 
Tanto  cuanto  me  consuelo... 
Que  viene  con  su  vihuela 
Cada  noche  aquí  «i  cantar: 
No  lo  puedo  yo  olvidar. 

Es  sabido  que  nuestro  insigne  bibliógrafo  D.  Bartolomé  Gallardo, 
que,  sin  presumir  de  poeta,  hizo  á  veces  apreciables  versos,  hábil  re- 
medo de  lo  mejor  que  en  los  libros  antiguos  encontraba,  tuvo  la  suer- 
te de  acertar  un  día  á  componer  una  primorosa  canción  romántica  que 
tituló  Blanca-flor,  la  cual  no  podrá  sin  injusticia  ser  omitida  en  ningu- 
na colección  selecta  de  nuestro  Parnaso.  Pues  bien,  laplanta  (como  di- 
ría Gallardo)  de  esta  composición,  ó  á  lo  menos  la  primera  idea  de  ella, 
está  tomada  del  citado  villancico  de  Urrea,  aunque  el  autor  moderno 

le  mejorase  mucho: 

Y<>  me  levantara  un  día 
Cuando  canta  el  ruiseñor, 
El  mes  era  de  las  flores, 
A  regar  las  del  balcón. 
Un  caballero  pasara, 
Y  me  dijo:  «Blanca  FIor>, 
Y  ile  par  en  par  abrile 
Las  puertas  del  corazón. 


Otro  día  á  la  alborada, 
Me  cantara  esta  canción: 
«;Dónde  estás,  la  blanca  niña, 
lílanco  de  mi  corazón?> 
En  laúd  con  cuerdas  de  oro, 
Y  de  regalado  son, 
{Jue  de  par  en  par  abrióme. 
Las  puerlas  del  corazón... 


capitulo  xxviu  445 

Hay  finalmente  en  el  Cancionero  ds  Urrea,  y  no  es  la  menor  curio- 
sidad de  él,  una  versificado n  del  primer  acto  de  la  Celestina,  tan  fiel.. 
tan  ceñida  al  texto,  que  no  discrepa  de  él  en  lo  más  mínimo,  siendo- 
una  de  las  mas  relevantes  pruebas,  tanto  de  la  popularidad  que  ya  lo- 
graba aquel  insigne  monumento  de  nuestra  literatura  dramática,  como 
de  la  rara  pericia  y  destreza  de  versificador  que  tenía  Urrea.  Del  en- 
cabezamiento de  esta  pieza,  que  lleva  el  título  de  égloga,  introducidc- 
por  Juan  del  Enzina,  se  deduce  que  fué  escrita  para  ser  representada 
<n  dos  veces,  es  decir,  dividida  en  dos  escenas  ó  pequeños  actos  (i  |. 

,i)  Égloga  de  la  Tragicomedia  de  Calixto  y  Melibea,  de  prosa  trovada  en 
metro,  por  D.  Pedro  de  Lrrrea,  dirigida  d  la  Condesa  de  Aranda,  su  madre. 

'Esta  Égloga  ha  de  ser  hecha  en  dos  veces:  primeramente  entre  Melibea,. 
:  y  luego  después  Calixto,  y  pasan  allí  las  razones  que  aquí  parecen;  y  al  cabo 
»  despide  Melibea  á  Calixto  con  enojo,  y  sálese  01  primero,  y  después  luego 

-  se  va  Melibea,  y  torna  presto  Calixto  muy  desesperado  á  buscar  á  Sempro- 
i  nio  su  criado;  y  los  dos  quedan  hablando  hasta  que  Sempronio  va  á  buscar 
>  á  Celestina  para  dar  remedir)  á  su  amo  Calixto.  Y  allí  acaba:  y  por  no  que— 

-  dar  mal,  vanse  cantando  el  villancico  que  está  al  cabo.. 

Hubo  otros  que  intentaron  dar  forma  poética  á  la  Celestina.  En  el  Re^is- 
trum  de  D.  Fernando  Colón,  -e  menciona  una  Farsa  e/i  Coplas  sobre  la  come- 
dia de  Calixto  y  Melibea, por  Lope  Ortiz  de  Stúñiga.  Inc. 

Ili  de  sam,  y  qué  floresta 
V  quj  floridos  pradales... 

Yo  poseo  un  pliego  suelto  gótico,  que  contiene  un  compendio  en  verso  de 
toda  la  famosa  tragicomedia,  con  este  título: 

Romance  nueuamete  hecho  de  Calislo  y  Melibea  q  trata  de  lodos  sus  amores  y 
de  las  desastradas  muertes  .ruyas  y  de  la  muerte  de  aquella  desastrada  mujer  Ce- 
lestina, intercessora  en  sus  amores.  Está  en  forma  de  relación  de  ciego,  y  prin- 
cipia así: 

Un  caso  muy  señalado 

Ouiero,  señores,  contar, 
Como  se  iba  '"alistu 
Para  la  caza  cazar: 
En  huertas  de  Melibea 
Una  £;arza  vido  estar... 

El  grabado  que  precede  á  las  coplas  está  también  en  la  Celestina,  de  Sevi- 
lla, 1502,  lo  cual  puede  servir  para  lijar  aproximadamente  la  fecha  de  c-ste- 
püego,  que  está  encuadernado  con  la  Égloga  de  Crislino  y  Febea,  con  el  Ro- 
mance de  Gai/eros,  etc..  todos  del  mismo  aspecto  tipográfico. 

Finalmente,  existe  la  Tragicomedia  de  Calixto  y  Jfelibea:  nucuameute  iroba- 


446  HISTORIA    DE'  LA   POESÍA   CASTELLANA 

No  hemos  visto  más  obra  de  D.  Pedro  Urrea  que  su  Cancionero, 
pero  Brunet  cita  una  Penitencia  de  amor  (probablemente  en  verso), 
impresa  en  Burgos  en  1514»  á  la  cual  siguen  diversas  composicio- 
nes poéticas  (i).  ¿Será  ésta  una  segunda  edición,  ó  un  suplemento 
del  Cancionero?  En  el  primitivo  índice  de  la  Inquisición  se  registra 
como  prohibida  otra  obra  de  nuestro  autor:  Peregrinación  á  Iheru- 
salem  (Burgos,  1523).  Es  de  suponer  que  Urrea  hiciese  en  persona 
la  peregrinación  que  describe,  del  mismo  modo  que  Juan  del  En- 
cina hizo  su  Trivagia  antes  de  narrarla. 

No  se  sabe  la  fecha  precisa  de  la  muerte  de  nuestro  poeta,  pero 
seguramente  fué  anterior  á  1536,  puesto  que  en  1 7  de  Noviembre 
de  dicho  año  otorgó  testamento  su  viuda  Doña  María  de  Sessé. 

Breve  fué  la  vida  de  D.  Pedro  de  Urrea,  pero  de  ningún  modo 
estéril,  ni  para  la  gloria  de  su  linaje,  ni  para  la  de  las  letras.  Modes- 
tamente se  contentaba  con  que  su  Cancionero  fuese  una  esperanza 
de  ser  algo,  pero  en  verdad  fué  mucho  más  que  eso,  puesto  que  en 
él  se  manifestó  y  afirmó  por  vez  primera  el  genio  poético  aragonés 
con  algunos  de  sus  esenciales  caracteres.  La  patria  de  Marcial  y  de 
Prudencio  no  había  tenido  voz  hasta  entonces  en  el  coro  de  las  lite- 
raturas vulgares.  La  tuvo  por  primera  vez  con  Urrea,  que  por  la 
espontánea  gravedad  moral  sin  mezcla  de  dogmatismo  pedantesco, 
por  la  rectitud  de  sus  propósitos,  por  la  franca  y  sana  alegría,  por 
la  constante  y  honrada  llaneza  de  su  estilo,  por  el  predominio  de 
Ja  razón  sobre  la  fantasía,  fué  digno  intérprete  del  sentir  y  del  querer 
de  su  pueblo,  en  la  brillante  corte  literaria  de  los  Reyes  Católicos. 

da  y  sacada  de  prosa  en  metro  castellano \  por  Juan  Sedeño,  vezino  y  natural  de 
Arevalo  ("Salamanca,  1540),  toda  en  versos  octosílabos.  Rarísimo  libro. 

(1)  Penitencia  de  amor  ¡  copuesta  por  don  ¡  Pedro  Manuel  ¡  de  Vrrea...  Fue' 
la  presente  obra  empretada  en  Burgos,  á  costa  y  espensas  de  Fadrique  alemán  de 
Basilca...  a  viiij  días  del  mes  de  Junio,  ano  de...  mili  y  quintetos  y  quatorze  años. 
4.0  gótico,  38  hojas. 

[La  Penitencia  de  Amor  fué  reimpresa  por  el  Sr.  Foulché-Delbosc,  según  la 
edición  burgalesa  de  15 14,  en  la  Bibliotheca  hispánica  (Barcelona-Madrid, 
1902).  Está  en  pros3,  con  algunos  versos,  y  en  forma  dramática.  Véanse,  acer- 
ca de  ella,  los  Orígenes  de  la  Novela,  de  Menéndez  y  Pelayo.  (A.  B.)\ 


APÉNDICES 


i 

A  los  tomos  vi  y  vn  de  la  Antología  de  poetas  Úricos  castellanos,  desde  la  for- 
macidn  del  idioma  hasta  nuestros  días,  de  la  que  es  refundición  parcial  la  pre- 
sente Historia,  antepuso  Menéndez  y  Pelayo  las  siguientes  Advertencias  preli- 
minares: 

Tomo  vi,  página  5:  «Fué  mi  propósito  terminaren  este  volumen  la  expo- 
sición de  la  lírica  artística  en  la  Edad  Media.  Los  textos  están  publicados  en 
los  tomos  anteriores,  pero  el  estudio  crítico  se  ha  dilatado  más  de  lo  que  pen- 
sé, y  no  ha  podido  acabar  en  este  volumen.  Pido  perdón  á  mis  lectores  por 
haber  sustituido  en  este  caso  mi  humilde  prosa  á  los  versos  de  nuestros  in- 
genios del  siglo  xv,  y  suplico  la  misma  indulgencia  para  el  tomo  siguiente.» 

Tomo  vn,  página  5:  «Con  este  séptimo  volumen  termina  la  exposición  de 
la  lírica  erudita  y  artística  de  los  tiempos  medios.  Las  últimas  manifestacio- 
nes de  esta  escuela  den1:ro  de  la  literatura  del  siglo  xvi,  y  su  resistencia  con- 
tra la  invasión  del  gusto  italo-clásico,  serán  oportunamente  estudiadas  cuando 
lleguemos  á  tratar  de  la  edad  de  oro. — Como  las  poesías  selectas  de  los  auto- 
res á  quienes  nos  referimos  en  este  tomo,  han  sido  ya  impresas  en  los  ante- 
riores, uos  limitamos  á  añadir,  á  título  de  mera  curiosidad  bibliográfica,  la 
imitación  ó  paráfrasis  délas  Bucólicas  de  Virgilio  hecha  por  Juan  del  Enzina, 
la  cual  sólo  se  halla  en  las  primitivas  ediciones  de  su  Cancionero,  todas  ellas 
rarísimas.» 

II 

Sin  perjuicio  de  que  más  adelante,  en  uno  de  los  tomos  de  esta  colección 
de  Obras  completas  de  Menéndez  y  Pelayo,  se  incluyan  todos  los  textos  que  él 
escogió  para  formar  su  Antología,  reproducidos  conforme  á  los  originales  más 
dignos  de  fe,  daremos  aquí  el  índice  de  los  publicados  en  los  siete  primeros 
volúmenes  de  la  Antología,  á  los  cuales  corresponden  los  tres  de  la  presente 
Historia.  Transcribimos  el  primer  verso  de  cada  composición  o  fragmento. 


44^  HISTORIA   DE    LA   POEílÍA    CASTELLANA 


Tomo  I. 

Anónimo.  (Siglo  xm.)  Aventura  amorosa. 

«Oui  triste  tiene  su  coraron.» 

Gonzalo  de  Berceo.   (Siglo  xm.)   Introducción  de  los  Milagros  de   Nuestra 
Se  flora. 

«Amigos  e  vasallos  de  Dios  omnipotent.» 

Fragmentos  del  duelo  de  la  Virgen. 

«Ai  Fiio  querido,  sennor  de  los  sennores!» 

—  Cántica. 

«Eya  velar,  eya  velar,  eya  velar.» 

Anónimo.  (Fragmento  del  «Libro  de  Alexandre». — Siglo  xm.)  Descripción  de 
la  tienda  de  Alexandre. 

«Larga  era  la  tienda,  redonda  e  bien  taiada.» 
Cantares  det.  Arcipreste  de  Fita.  (Siglo  xiv.)  Gosos  de  Santa  María. 

«Santa  María, 
Lus  del  día...^ 

— -     (iosos  de  Santa  María. 

<Tu,  Virgen  del  cielo  Reyna», 

—  Trova  cazurra  o  de  burlas.  (De  lo  que  contesció  al  archipreste  con  Fernand 

García,  su  mensajero.) 

«Fis  con  el  grand  pesar  esta  trova  cazurra. i 

—  Ensiemplo  de  las  ranas,  en  como  demandaban  rey  a  don  Júpiter. 

«Las  ranas  en  un  lago  cantaban  et  jugaban.» 

—  Ensiemplo  de  la  propiedat  que  el  dinero  ka. 

«Mucho  fas  el  dinero,  et  mucho  es  de  amar.» 
Cántica  de  serrana. 

«Pasando  una  mannana  por  el  puerto  de  Malagosto.» 
Cántica  de  serrana. 

«Siempre  se  me  verná  miente.» 

—  Cántica  de  serrana. 

So  la  casa  del  Cornejo,  primer  dia  de  setmana.» 

—  Cántica  de  serrana. 

«Cerca  la  Tablada.'» 
Ensiemplo  del  mur  de  Man  ferrado  el  del  mur  de  Guadala.\ara. 
cMur  de  Guadalaxara  un  lunes  madrugaba.» 


APÉNDICES  449 

Cantares  del  Arcipreste  de  Fita.  (Siglo  xiv.)  Descripción  de  la  tienda  del 
Amor,  y  de  los  doce  meses  del  año  que  en  ella  estaban  figurados. 

«La  obra  de  la  tienda  Vos  querría  contar.» 

—  Cántica  de  loores  de  Santa  María. 

«Santa  Virgen  escogida.» 

—  Cántica  de  loores  de  Santa  Alaria. 

«Quiero  seguir  a  ti,  flor  de  las  flores.» 

—  Cantigas  de  los  escolares. 

I.  «Sennores,  dat  al  escolar.» 
II.  «Señores,  vos  dat  a  nos.» 

—  Cantiga  de  ciegos. 

«Varones  buenos  honrados.» 

—  De  las  propiedades  que  las  duennas  chicas  han. 

«Quiero  vos  abreviar  la  predicación.» 

—  Cántica  de  loores  de  Santa  Marta. 

«En  ti  es  mi  esperanza.» 

Gosos  de  Sa?ita  Mar  ¿a. 

«Todos  bendigamos.» 

—  Gosos  de  Santa  A/aria. 

«Madre  de  Dios  gloriosa.» 

Alfonso  Onceno. 

«En  un  tiempo  cogi  flores. 

El  Canciller  Pedro  López  de  Ayala.  (Siglo  xiv.)  Cantar. 
«Sennor,  si  tu  has  dada.» 

—  Deyiado. 

«Non  entres  en  juisio  con  el  tu  siervo,  Sennor.» 

Cantar. 

«Tristura  e  grant  cuidado.» 

Oragion. 

«Sennor,  tú  non  me  oluides,  ca  paso  muy  penado.? 

Cantar. 

«SenDora,  por  quanto  supe.» 

—  Deytado  sobre  el  cisma  de  Occidente. 

«La  nave  de  sant  Pedro  pasa  grande  tormenta.) 

—  Cantares  a  la  Virgen. 

«I.  Sennora,  estrella  lusiente.» 
«II.  Sennora,  con  humildat.» 

«III  Sennora  mia  muy  franc 

Mf.níxdüz  y  Pei.avo.-  Poesía  castellana.    III.  *>• 


45°  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Ei.  Almirante  D.  Diego  Furtado  de  Mendoza. 

«A  aquel  árbol  que  mueve  la  foxa.» 

Alfonso  Alvares  de  Villasandino. 

I.  «Generosa,  muy  fermosa.» 
II.  «Virgen  digna  de  alabanga.» 

III.  «Fablen  poetas  de  aquí  adelante.» 

IV.  «Mayor  goso  aventajado.» 
V.  ¿Hércoles  que  hedificó.» 

VI.  «De  grant  tenpo  fasta  agora.» 
VII.   «Lynda  syn  conparacion.» 
VIII.  «En  muy  esquivas  montañas.» 
IX.  «Vysso  enamoroso.» 
X.  «Noble  vista  angelical.» 
XI.  «Doledvos  de  mí,  señor  Condestable.  > 
XII.  «Amigos,  ya  veo  acercarse  la  fyp.» 
XIII.  «Salga  el  León  que  esta  va  encogido.* 

Micer  Francisco  Imperial. 

I.  «En  dos  setecientos  e  mas  doss  e  tres.» 
II.  «Non  fué  por  cjerto  mi  carrera  vana.» 
III.  «El  tiempo  poder  pesa  a  quien  más  .sabe. » 

Feruán  Manuel  de  Lando. 

«Señores,  miremos  el  noble  doctor.» 

Ruy  Páez  de  Ribera. 

I.  «Dizen  los  sabios:  «Fortuna  es  mudable. > 
II.  «En  un  espantable,  cruel,  temeroso.» 

Pedro  Ferrú.?. 

«Don  Enrrique  fue  mi  nonbre.» 

Gonzalo  Martínez  de  Medina. 

«Tú  que  te  vees  en  alta  coluna.» 

Anónimo  (¿Gonzalo  Martínez  de  Medina?\ 

«Commo  por  Dios  la  alta  justicia.» 

Maestro  Fr.  Diego  de  Valencia  de  León. 
I.  «Todos  tus  donseles.» 
II.  tEn  un  vergel  deleytoso.» 

Ferrán  Sánciies  Talavera. 

«Por  Dios,  señores,  quitemos  el  velo.» 

Oarci  Fekrandes  de  Gerrna. 

I.  «Vyrgen,  flor  d 'espina.» 
II.   «Quien  fase  mover  los  vientos.» 

Don  Juan  Segundo. 

«Amor,  yo  nunca  penssí'.» 


APÉNDICES  45 1 

El  condestable  don  Alvaro  de  Luna. 

I.   «Si  Dios,  nuestro  Salvador.» 
II.   «Porque  de  llorar.» 

III.  tMi  persona  siempre  fue.» 

IV.  «Senyor  Dios,  pues  me  causaste.» 

Fernán  Pérez  de  Guz.mán. 

I.  «El  gentil  niño  Narciso.» 
II.   «Abryl  ya  pasado  aquende.» 

Loores  de  los  claros  varones  de  España  (fragmentos). 

«Del  Poeta  es  regla  recta.» 

—     Coplas  que  hizo  á  la  muerte  del  obispo  de  Burgos  don  Alonso  de  Cartagena. 

«Aquel  Séneca  espiró.» 

Juan  de  Mena.  Extractos  de  El  Laberinto.  (Macías;  don  Enrique  de  Villena;  Ba- 
talla de  la  Higuera;  muerte  del  conde  de  Niebla;  muerte  de  Lorenzo 
de  Avalos;  muerte  del  Clavero.) 

«Tanto  anduvimos  el  cerco  mirando, 
a  que  nos  hallamos  con  nuestro  Macías. ¿ 

Sobre  un  macho  que  compró  de  un  archipreste. 

«¿QuáJ  diablo  me  topó?» 

Tomo  II. 

Anónimo.  La  danza  de  la  Muerte  (anotada). 

«Yo  so  la  muerte  cierta  a  todas  criaturas.» 
Anónimo.  Revelación  de  un  hermitanno. 

«Después  de  la  prima  la  ora  pasada.» 
Er.  Marqués  de  Santillana.  Extrado  de  los  Proverbios. 

«Fijo  mió  mucho  amado.» 
Extractos  de  la  Comedieta  de  Ponga. 

«¡Benditos  aquellos  que  con  el  agada!» 
B/as  contra  Fortuna. 

«¿Qué  es  lo  que  pieussas,  Fortuna?» 
Doctrinal  de  fritados. 

«Vi  thesoros  ayuntados.» 
Decir  contra  los  aragoneses. 

«Uno  pienssa  el  vayo.» 
Respuesta  de  Juan  de  Dueñas. 

«Aunque  visto  mal  argayo.» 


452  HISTORIA   DE   LA    POESÍA    CASTTLLANA 

El  Marqués  de  Santillana.  Sonetos  fechos  al  itálico  modo. 

I.  «Qual  se  mostrava  la  gentil  La  vina. » 
II.  «Quando  yo  só  delante  aquella  donna.; 

III.  «En  el  próspero  tiempo  las  serenas.» 

IV.  «Oy  qué  diré  de  tí,  triste  emispherio.» 

—  Coronación  de  Mossen  Jordi. 

«La  fermosa  compañera.» 

Querella  de  amor. 

«Ya  la  grand  noche  passava.» 

—  El  planto  que  figo  Pantasilea. 

«Yo  sola  membranga  sea.» 

—  Villattfico. 

«Por  una  gentil  floresta.» 

—  Serranillas. 

I.  «Serranillas  de  Moncayo.» 

II.  «En  toda  la  su  montanna.» 

III.  «Después  que  nasci.» 

IV.  «Por  todos  estos  pinares.- 
V.  «Entre  Torres  é  Cañería.» 

VI.  «Moca  tan  fermosa.» 
VII.  «Serrana,  tal  casamiento.» 
VIII.  «Madrugando  en  Robledülo.» 
IX.  «Mo^uela  de  Bores.» 
X.  «De  Vytoria  me  partía.» 

—  Oración.  (Inédita.) 

«Señor,  tú  me  libra  de  toda  fortuna.: 

Juan  de  Dueñas.  La  nao  de  amor. 

«En  altas  ondas  del  mar.» 

Fernán  Mojica.  Desir. 

«;Soys  vos,  desid,  amigo?» 

Juan  de  Tapia.  Canción  a  la  condesa  de  Buchanico. 
•'Fermosa,  gentil  deessa.» 

Canción  a  la  jija  del  Duque  de  Milán. 
«Muy  alta  et  muy  excellente.  > 

Lope  de  Estúñiga.  Coplas  de  estrenas. 

«Ve,  dormidera  cuytada.» 

—  Canción. 

«Gentil  dama  esquiva.» 


APÉNDICES  453 

Lope  de  Estúñiga.  Querella. 

«¡Oh  triste  partida  mía!» 

—  Otras  suyas,  esforgando  a  ssi  mismo  estando  preso. 

«Pues  vuestra  desauentura.» 

—  Dezir  sobre  la  gerca  de  Aliengia.  (Inédito.) 

«Sabet  de  nos,  margarida.» 

Suero  de  Quiñones.  Canción. 

«Dezidle  nuevas  de  mí.» 
Francisco  Bocanegra.  Serrana. 

«Llegando  á  Pineda.» 
Carvajal  ó  Carvajales.  Canción. 

«Pues  mi  vida  es  llanto  o  pena.» 

—  Villangeic. 

«Saliendo  de  un  olivar.» 

—  Romange  por  la  sennora  rey  na  de  Aragón. 

«Retraída  estaba  la  reyna.» 

—  A  la  princepsa  de  Rosario. 

«Entre  Sesa  et  Cintura.» 

Serranilla. 

¿Andando  perdido,  de  noche  ya  era.» 

—  Romange. 

«Terrible  duelo  fasia.» 

—  Serranilla. 

«Passando  por  la  Toscana.  > 

—  Acerca  Roma. 

VYniendo  de  la  Campanna.- 

—  Por  la  muerte  de  Iaumot  Tenes. 

«Las  trompas  sonaban  al  punto  del  dia.» 

—  Serranilla  burlesca. 

«Partiendo  de  Roma,  passando  ¡Marino.» 

Serranilla. 

«Desnuda  en  una  queqa.» 

i  >ibqo  del  Castillo.  Visión  sobre  la  muerte  del  rey  don  Alfonso. 
<  Auia  recosido  sus  crines  doradas.» 


454  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Juan  Alfonso  de  Baena.  Dezir.  (Inédito.) 

«Para  Rey  tan  excelente.» 
El  infante  don  Pedro  de  Portugal.  Cofias  de  coniempto  del  mundo.  (Fragmentos.) 

«Miremos  al  excelso  et  muy  grande  Dios.» 

Tomo  III. 

Juan  Rodríguez  del  Padrón.  Cancio'n. 

«Ham,  ham,  huyd  que  rauio.» 

—  Otra  suya. 

«Fuego  del  diuino  rayo.» 
Anónimo.  Coplas  de  Mitigo  Revulgo. 

«Ah  Mingo  Rebulgo,  Mingo.» 
Gómez  Manrique.  Inscripción  de  las  Casas  Consistoriales  de  Toledo. 

«Nobles,  discretos  varones.» 

—  Defunzion  del  noble  caballero  Garci-Lasso  de  la  Vega. 

«A  veynte  e  vn  dias  del  noueno  mes.» 

—  Cuando  se  tratava  la  paz  entre  los  señores  revés  de  Castilla  e  de  Aragón,  e 

se  desabinieron. 

«Del  Señor  es  fecho  esto.» 

—  Exclamación  e  querella  de  la  Gobernación. 

«Ouando  Roma  conquistaua.» 

—  Fragme?ito  del  debate  de  la  razón  contra  la  voluntad. 

<  ¡O  vos  otros  los  mundanos!» 

—  Coplas  a  Diego  Arias  de  Avila. 

«De  los  más  el  más  perfecto.» 
Regimiento  de  Principes. 

«Príncipe  de  cuyo  nombre.» 
A  una  dama  que  iba  cubierta. 

«El  coraron  se  me  fue.» 
/'echas  para  la  Semana  Santa. 
¡Ay  dolor,  dolor!» 
Jorge  Manrique.  Castillo  d'amor. 

♦Mame  tan  bien  defendido.» 
—     Otras  suyas. 

«Vos  cometistes  traycion.» 


APÉNDICES  455 

Jorge  Manrique.  Canción. 

«Quien  no'stuuiere  en  presencia.» 

—  A  la  muerte  del  Maestre  de  Santiago  don   Rodrigo  Manrique,  su  padre. 

(Con  variantes.) 

«Recuerde  el  alma  dormida.» 

Juan  Álvarez  Gato.  Porque  el  viernes  santo  vido  a  su  amiga  haxr  los  nudos  (te 
la  passiou  en  vn  cordón  de  seda. 
«Gran  belleza  poderosa. » 

Letra. 

«Venida  es,  venida.» 

—  Otra  suya. 

«Que  en  tí  só  yo  vivo. 

—  Coplas  al  mundo,  de  Hernán  Mejia  de  Jaén. 

«Mundo  ciego,  mundo  ciego.» 
Respuesta  de  Juan  Álvarez  Gato. 

«Tornar  del  mancebo  viejo.» 
Pero  Guillen  de  Segovia.  Los  siete  salmos  penitenciales  trovados. 

«Señor,  oye  mis  gemidos.» 
Antóm  de  Montoro,  el  «Ropero*.  Epigramas. 

I.   «Enfermó  Miguel  Duran.» 
II.   «¿Non  jugays,  buen  cavallero!"> 

III.  <Non  vos  vengo  con  querella-. 

IV.  «Nunca  vi  tal  en  mi  vida.» 
V.  «Desyd,  amigo,  -;soys  flor?» 

VI.  «Guardas  puestas  por  concejo. 
VIL  «La  viña  muda  su  foxa.i 
VIII.  «Pues  non  cresce  mi  caudal.» 

Anónimo.  Coplas  hechas  al  rey  D.  Hcnrique. 

«Abre,  abre  las  orejas.» 
Mosén  Juan  Tallante.  Mirando  a  un  crucifixo. 

«¡Inmenso  Dios  perdurable! 
Romance. 

«En  las  más  altas  confines.» 

Nicolás  Núñez.   Villancico  de  Navidad. 

«Decidnos,  reyna  del  ciclo. 
Canción  a  Nuestra  Señora. 

«¡Oh  Virgen  q".i  Dios  parisfc 
Don  I.uys  de  Vivero.  Guerra  de  Amor. 

«Quiero  contar  mis  dolores. 


45^  HISTORIA   DE   LA   POESÍA   CASTELLANA 

Don  Luys  de  Vivero.  Oirás  suyas,  que  hizo  a  ssu  tristeza. 

«Tristeza,  ¿por  qué  combates.» 
Costana.  Conjuros  de  Amor. 

«La  grandeza  de  mis  males.» 
Suárez.  Carta  a  ss?¿  amiga. 

«Anda,  vé  con  diligencia. » 
Cartagena.  Consejo  a  ssu  padre. 

«Si  el  nauegante  mirasse.» 

—  Otras  coplas. 

«La  fucrca  del  fuego  que  alumbra,  que  ciega.» 

—  Otras  coplas,  a  la  reina  doña  Isabel. 

«De  otras  Reynas  diferente.» 

—  Otra  obra  saya,  en  que  introduce  interlocutores  al  dios  del  amcr  y  un 

enamorado. 

«Si  algún  Dios  de  amor  auía.» 
Guevara. 

v¡0  desastrada  ventura!» 

Otras  suyas,  contra  Barua.  (Con  una  Esparsa.) 
«Bien  publican  vuestras  coplas.» 

Hernán  Mexía.  Obra  suya,  en  que  descubre  los  defectos  de  las  condiciones  de  las 
mujeres. 

«Porfiays,  damas,  que  diga.» 


Tomo  IV. 

Rodrigo  Cota.  Diálogo  cntr\cl  amor  y  vn  viejo. 

«Cerrada  estaua  mi  puerta.» 
Diego  de  San  Pedro.  Desprecio  de  la  fortuna. 

Mi  seso  lleno  de  canas.» 
Lope  de  Sosa.  Esparsa. 

«No  deués,  dama  real.» 
Garci  Sánchez  de  Badajoz.  Sueño  que  soñó. 

«La  mucha  tristeza  mía.» 
—      Coplas  a  los  galanes. 

«Caminando  en  las  honduras.» 
Garci  Sánchez  de  Badajoz.  Romance. 

«Caminando  por  mis  males.» 


APÉNDICES  457 

Florencia  Pinar.  Canción  d'vnas perdices  que  le  enviaron  biuas. 

<Bestas  aues  su  nación.» 
El  Comendador  Escrivá.  Canción. 

«Ven,  Muerte,  tan  escondida.; 
Puerto  Carrero.  Coplas. 

«¡Puerto  Carrero! 

¡Señora!» 

Anónimo.  Romance  de  un  caballero. 

«Durmiendo  yua  el  Señor.» 

El  Bachiller  Alonso  de  Proaza.   Villancico. 

«Lo  del  cielo  es  lo  seguro.» 

Don  Juan  Manuel.  Romance. 

«Gritando  ua  el  cauallero.» 

En  modo  de  lamentación.  (A  la  muerte  del  príncipe  don  Alfonso. 

«¡Ah  lágrimas  tristes,  ah  tristes  cuydados.» 

A  una  señora. 

«Que  yo  cyen  bocas  tuviese. > 

Trovas  sobre  los  siete  pecados  mortales. 

«Poderoso  rrey,  prudente.» 

Luis  Enrryquez.  A  la  muerte  del  príncipe  aon  Alfonso 

«¡O  pueblo  de  Portugal!» 

Juan  Roiz  de  Castell  Branco.    Vilangete. 

«¿A  donde  tienes  las  mientes?» 

Glosa  al  vilangete  anterior. 

«¿Adonde  tienes  las  mentes.» 

García  de  Resende. 

«Mira,  gentil  dama.» 

|uan  del  Enzina.  Contra  los  que  dicen  mal  ae  mujeres 

«Quien  dice  mal  de  mujeres.» 

A  las  damas. 

«Como  quien  entra  en  floresta.» 

A  su  amiga  en  tiempo  de  Cuaresma. 

«Bien  sufre  el  tiempo  lugar.» 

Villancicos. 

I.  «Decidme,  pues  sospirasU 
[I.  «Vencedores  son  tus  ojos.- 


458  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

III.  «Montesina  era  la  garza. > 

IV.  «Anda  acá,  pastor.» 

V.  «Levanta,  Pascual,  levanta.» 

VI.  «Nuevas  te  trayo,  carillo.» 
VII.   «¿Quién  te  trajo,  caballero.» 

VIII.  «Ya  soy  desposado.» 
IX.  «¡Ay  triste,  que  vengo.» 
X.   «Dime,  Juan,  por  tu  salud.» 

Joan  del  Enzina.  Romance. 

«Por  unos  puertos  arriba.» 

—  Villancicos. 

I.   «Ya  cerradas  son  las  puertas.» 
II.  «Más  vale  trocar.» 

III.  «Hermitaño  quiero  ser.» 

IV.  «Romerito,  tú  que  vienes.» 
V.    «Pues  amas,  triste  amador.»  * 

VI.  «¿A  quién  debo  yo  llamar.» 
VII.  «Ninguno  cierre  las  puertas.» 
VIII.   «Tan  buen  ganadico.» 

—  De  Nuestra  Señora. 

«Pues  que  tú,  Reina  del  Cielo.» 

—  Villanesca. 

«Pedro,  y  bien  te  quiero.» 

—  Villancico. 

«Una  amiga,  tengo,  hermano.» 
D.  Pedro  Manuel  de  Urrea.  Coplas  estando  triste. 
«Nunca  medreys  vos,  Aldea.» 

—  Carta  a  su  mujer. 

«Los  que  conocen  el  mal.» 

—  Romance. 

«En  el  plaziente  verano.» 

—  Villancicos. 

I.  ¿Qué  aprovecha,  Pascualejo», 
II.  «Tus  beldades  me  cautiuan.» 
III.  «Ayer  vino  un  cauallero.» 

Fray  Ambrosio  Montesino.   Tractado  del  Santísimo  Sacramento  de  la  Hostia 
consagrada. 

«He  visto  por  la  razón.» 

Coplas  a  reverencia  de  San  Juan  Baptista  y  del  misterio  de  la   Visitación 
que  la  reina  del  cielo  hizo  a  Santa  Isabel. 

«De  tus  virtudes,  Baptista.» 


APÉNDICES  459 

Fray  Ambrosio  Montesino.  Romance  en  honra  y  glofia  de  San  Francisco. 
<Andábase  San  Francisco.» 

—  Coplas  en  gloria  de  Nuestra  Señora. 

«Reina  del  Cielo.» 

—  In  naiivitate  Christi. 

«¿Si  dormís,  esposo?» 

—  Coplas  del  Nascimiento. 

¿Quién  te  ha,  niño,  tornado», 

—  Romance  del  nascimiento  de  Nuestro  Salvador. 

«Ya  son  vivos  nuestros  tiempos.» 

—  Romatice  heroico  sobre  la  muerte  del  principe  de  Portugal. 

«Hablando  estaba  la  Reina.» 

—  Coplas  al  destierro  de  Nuestro  Señor  para  Egipto. 

«Desterrado  parte  el  Niño.» 

—  Coplas  de  la  hora  en  que  Nuestro  Redentor  expiró  en  la  Cruz. 

«El  Rey  de  la  Gloria.» 

—  Coplas  de  los  Reyes  orientales. 

«¿De  quién  tomáis  lengua?» 

—  Villancico. 

«¿Quién  te  trajo,  rey  de  gloria.» 

Fray  Hernando  de  Talavera.  Obra  doctay  devota  sobre  la  salutación  angélica. 

«¡Oh  suma  de  nuestros  bienes.» 
Fray  Iñigo  de  Mendoza.  Coplas  en  vituperio  de  las  malas  hembras. 

«En  este  mundo  disforme.» 

—  Dechado  del  Regimiento  de  principes. 

«Alta  reyna  esclarecida.» 
Garci  Ordóñez  de  Montai.vo.  Canción  de  Amadís  de  Gaula  a  Leonorcta. 

«Leonoreta,  sin  (léase  fin)  roseta.» 
Bachiller  Fernando  de  Rojas.  Canción. 

«¡Oh  quién  fuese  la  hortelana.» 
Anónimos.  Romance. 

«Tierra  y  cielo  se  quejaba.» 

—  Coplas  de  Antón  vaquerizo  de  Morana. 

«En  toda  la  trasmontana.» 

—  Villancico. 

«Ojos  garzos  ha  la  niña.» 


460  HISTORIA    DE    LA    POESÍA    CASTELLANA 

Anónimos.  Coplas. 

«Tan  buen  ganadico.i 
Coplas  de  Magdalenica. 

«Abrasme,  Magdalenica.» 
Villancico. 

«No  te  tardes,  que  me  muero. » 
Canción. 

«Pásesme  por  Dios,  barquero.» 
Villancico. 

«Romerico,  tú  que  vienes.» 


Tomo  V, 

D.  Enrique  de  Villena.  El  Arte  de  Trobar.  (Extractos.) 

Marqués  de  Santillana.  Proemio  e  carta  que  envió  al  Condestable  de  Portugal 
con  las  obras  suyas. 

Joan  del  Enzina.  Arte  de  poesía  castellana. 

Antonio  de  Nebrija.  Gramática  castellana.  (Libro  II.) 

Gonzalo  de  Argote  y  de  Molina.  Discurso  sobre  la  poesía  castellana. 

Suero  de  Rivera.  Coplas  que  hizo  sobre  la  gala. 
<No  teniendo  qué  perder. » 

Diego  López  de  Haro.  Diálogo  entre  la  razón  y  el  pensamiento. 

«Pensamiento,  pues  mostrays.» 
Jorge  Manrique.  Estando  ausente  de  su  amiga. 

«Ve,  discreto  mensajero.» 

De  la  profesión  que  hizo  en  la  orden  de  amor. 

«Porq'el  tiempo  es  ya  passado.> 
Un  combite  que  hizo  a  su  madrastra. 

«Señora  muy  acabada.» 

Guevara.  De  un  llanto  que  hizo  en  Guadalupe . 
«¡O  desastrada  ventura!» 

Juan  Alvarez  Gato.  A  una  señora  que  vido  en  la  cama,  mal. 
«Buele,  vuele  vuestra  fama.> 

Otras  suyas. 

«Tu,  pobrezico  romero.» 


APÉNDICES  +5l 

Nicolás  Núñez.  Canción. 

«Si  os  pedí,  dama,  limón.» 

—  Romance. 

«Por  un  camino  muy  solo.» 

—  Otra  obra  suya,  respondiendo  a  Alosen  Fenollar. 

«Señor,  señor  Fenollar.» 
Quirós.  Canción. 

«Dos  enemigos  hallaron.  > 


Tapia. 


I.  «Estando  yo  descuydado.» 
II.   «Id,  mis  coplas  desdichadas.» 


Tomo  VI. 

(Sólo  contiene  el  Prólogo.) 

Tomo  VII. 


Juan  del  Enzina.  Imitación  de  las  Églogas  de  Virgilio. 
Tytiro,  quán  sin  cuydado. 


FIN 


ÍNDICE* 


Págs. 

Capítulo  XXI. — [España  en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos. — Refor- 
mas políticas  y  sociales. — La  expansión  española. — Desarrollo  de  la 
cultura;  la  Arquitectura;  la  Escultura;  la  Pintura;  la  Música.— In- 
fluencia triunfante  de  los  humanistas;  Los  Geraldinos;  Pedro  Mártir; 
Lucio  Marineo;  Alonso  de  Palencia;  Nebrija;  La  Universidad  de  Al- 
calá y  Cisneros. — Introducción  y  desarrollo  de  la  imprenta. — La 
Historia. — La  elocuencia  política. — La  novela] 7 

Capítulo  XXII. — [La  poesía  religiosa  en  tiempo  de  los  Reyes  Cató- 
licos.— Fray  íñigo  de  Mendoza:  Su  vida  y  sus  obras;  La  Vita  Christi; 
Romances  y  villancicos;  Escenas  dramáticas  del  poema;  Composi- 
ciones políticas  de  Fray  íñigo.  —  Fray  Ambrosio  Montesino:  Sus 
obras;  El  Cancionero  de  Montesino;  Influencia  en  él  de  la  tradición 
franciscana  y  especialmente  del  beato  Jacopone  de  Todi;  Transfu- 
sión de  la  poesía  popular  en  la  artística. — El  Cancionero  de  Juan  de 
Luzón. — Fray  Hernando  de  Talavera] 41 

Capítulo  XXIII. — [Los  poemas  dantescos  y  alegóricos  durante  el  rei- 
nado de  los  Reyes  Católicos. — Juan  de  Padilla  (n.  1468);  Sus  obras; 
El  Retablo  de  la  Vida  de  Cristo;  Los  doce  triunfos  de  los  doce  apósto- 
les; Complicada  urdimbre  de  este  poema;  La  imitación  de  Dante; 
Carácter  nacional  de  la  obra;  La  dicción  poética  de  Padilla;  Imita- 
dores de  éste  (el  autor  del  Libro  de  la  Celestial  Jerarquía). --Diego 
Guillen  de  Ávila. — Juan  de  Narváez. — La  Historia  Parthenopea  del 
sevillano  Alonso  Hernández;  Su  interés  histórico. — Otros  versifica- 
dores de  asuntos  históricos] 77 

Capítulo  XXIV. — [Los  poetas  del  Cancionero  general  de  Hernando  del 
Castillo. — Los  trovadores  aristocráticos:  El  Vizconde  de  Altamira; 
Don  Luis  de  Vivero;  Don  Diego  López  de  Haro;  Cartagena;  Proba- 
bilidad de  que  sea  este  último  el  llamado  «El  Caballero  de  Carta- 

*  En  beneficio  de  los  lectores,  al  final  de  la  serie  de  Obras  completas  de  Mcnéndez  y 
Pelayo,  se  dedicará  un  tomo  al  índice  alfabético  de  nombres  propios  de  todos  los  de  la 
colección.  Entiéndase  modificada  en  este  sentido  la  nota  de  la  pág.  497  del  tomo  11  < li- 
la. Historia  de  la  Possia  hispano-americana,  (A.  B.) 


464  ÍNDICE 

Págs. 

gena>.— Garci  Sánchez  de  Badajoz;  Su  vida;  Anécdotas  sobre  su  per- 
sona; Sus  obras;  Las  Liciones  de  Job;  Otras  composiciones. — Bada- 
joz, el  músico. — Guevara. — Costana. — Don  Antonio  de  Velasco. — 
Tapia. — Favor  creciente  de  la  canción  popular  entre  los  poetas  cul- 
tos.— Los  diálogos  en  el  Cancionero  de  Castillo. — El  Comendador  Es- 
crivá.  — El  Comendador  Román. —  Diego  de  San  Pedro;  La  Cárcel  de 
a?nor  y  su  continuación  por  Nicolás  Núñez;  Influencia  de  la  Cárcel  de 
amor  en  la  literatura;  Otras  obras  de  Diego  de  San  Pedro. — La  Cues- 
¿io'n  de  amor,  tentativa  de  novela  histórica;  Identificación  de  sus  per- 
sonajes; La  poesía  española  en  Italia. — Rodrigo  de  Cota  y  su  Diá- 
logo entre  el  amor  y  un  viejo,  pieza  capital  en  la  literatura  del  siglo  xv; 
Su  carácter  dramático;  Sus  imitaciones. — El  Comendador  Perálvarez 
de  Ayllón. — Colecciones  que  precedieron  al  Cancionero  de  Hernan- 
do del  Castillo:  El  Cancionero  de  Juan  Fernández  de  Costantina;  El 
Dechado  de  galanes  en  castellano;  El  Espejo  de  enamorados. — La  pri- 
mera edición  (151 1)  del  Cancionero  de  Castillo;  Su  contenido. —Las 
ediciones  siguientes. — Importancia  de!  Cancionero  de  Castillo] 125 

Capítulo  XXV.  —  "Juan  del  Enzina:  Su  biografía;  Sus  obras  musicales; 
Sus  producciones  literarias:  Su  Cancio?iero;  Su  doctrina  literaria,  se- 
gún su  Arte  de  la  Poesía  Castellana;  Dirección  de  Juan  del  Enzina  en 
las  vías  del  renacimiento  clásico:  Su  adaptación  de  las  Bucólicas  de 
Virgilio  al  metro  castellano;  Sus  dones  poéticos;  Las  obras  á  lo  divi- 
no; Poesías  alegóricas  y  profanas;  Villancicos  y  glosas;  Su  verdadero 
puesto  en  la  historia  de  los  orígenes  del  drama  nacional;  Obras  dra- 
máticas de  Juan  del  Enzina;  Su  influencia  en  la  escena  nacional].  .  .  .      225 

Capítulo  XXVI.— [La  lírica  portuguesa.— El  Infante  Don  Pedro,  Du- 
que de  Coimbra. — El  Condestable  Don  Pedro  de  Portugal  (1429- 
1466);  La  Sátyra  de  felice  e  i?ifelice  vida;  La  Tragedia  de  la  insigne 
reina  doña  Isabel;  Otras  obras;  Últimos  días  del  Condestable. — Los 
poetas  del  Cancionero  de  Resende:  Don  Juan  de  Meneses;  Fernán 
de  Silveira;  Alvaro  de  Brito  Pestaña;  Duarte  de  Brito;  Don  Juan  Ma- 
nuel; Luis  Enríquez;  García  de  Resende:  Su  Cancionero. — Bernaldim 
Ribeiro  y  la  escuela  bucólica] 305 

Capítulo  XXVII. — [Gil  Vicente;  Su  carácter  é  importancia  histórica; 
Datos  biográficos;  sus  primeras  obras,  imitación  de  las  de  Juan  del 
Enzina;  El  Auto  de  la  sibila  Casandra;  El  de  la  Fe;  El  de  los  cuatro 
tiempos",  El  Breve  summario  da  historia  de  Deus,  y  su  imitación  por 
Bartolomé  Palau;  Otras  alegorías  satírico-morales  de  Gil  Vicente; 
Libertad  de  pensamiento  de  este  escritor;  Sus  moralidades;  La  tri- 
logía de  las  Barcas;  Las  comedias  de  Gil  Vicente;  Influencias  que  en 
ellas  se  advierten;  La  comedia  de  Rubena  y  su  material  folk-lórico; 


ÍNDICE 


Aparición  de  la  figura  del  bobo;  Otras  comedias  de  Gil  Vicente;  Sus 
composiciones  sueltas;  Mérito  extraordinario  de  Gil  Viceute  en  la 
historia  del  teatro  de  su  país;  La  familia.'del  poeta;  Ediciones  de  sus 
obras] 353 

Capítulo  XXVIII. — [Difusión  de  la  poesía  castellana  en  la  región  de 
lengua  catalana  de  la  corona  de  Aragón  (Cataluña,  Valencia  y  Ma- 
llorca).— Concentración  del  movimiento  poético  en  Valencia. — Poe- 
tas valencianos:  Mosén  Juan  Tallante;  El  Conde  de  Oliva,  Don  Se- 
rafín de  Centelles;  El  Comendador  Escrivá;  Mosén  Crespi  de  Vall- 
daura;  El  Comendador  Don  Luis  de  Castellví;  Don  Alonso  de  Car- 
dona; Don  Francés  Carros  Pardo;  Mosén  Jerónimo  de  Artes;  Trillas, 
autor  de  las  primeras  sextinas  castellanas;  Don  Francisco  Fenollel; 
Mosén  Narcís  Vinyoles;  Mosén  Bernardo  Fenollar,  el  mejor  poeta 
valenciano  de  su  tiempo;  Jaime  Gazull;  Otros  poetas. — La  corte  de 
los  Duques  de  Calabria. — Poetas  catalanes:  Pedro  Moner  y  su  No- 
che.— Poetas  mallorquines. — Don  Pedro  Manuel  de  Urrea;  Datos  bio- 
gráficos; Su  Cancionero  (Logroño,  1513);  Imitaciones  que  se  observan 
en  este  último;  Los  Villancicos  de  Urrea;  La  Égloga  de  Calisto  y  Meli- 
bea; Otras  obras;  De  cómo  en  Urrea  se  manifiesta  y  afirma  por  vez 
primera  el  genio  poético  aragonés] 403 

Apéndices 417 


De  la  presente  edición  de  las  «Obras 
completas»  del  Excmo.  Sr.  D.  Marcelino 
Menéndez  y  Pelayo,  se  imprimen 

25  ejemplares  en  papel  japonés,  y 
IOO   en    papel   de    hilo,   con   filigrana 
propia. 

No  se  venderán  por  separado  los  tomos 
de  ninguna  de  estas  ediciones  especiales. 

La  persona  que  adquiera  el  tomo  1  de 
una  de  ellas,  se  entiende  comprometida 
para  los  siguientes,  hasta  que  se  dé  por 
terminada  la  publicación  de  todas  las 
obras. 


OBRAS    COMPLETAS 

DE 

DON  MARCELINO  MENÉNUEZ  Y  PELAYO 


TOMOS  PUBLICADOS 
(EDICIÓN  definitiva,  revisada  por  el  autor) 

Tomo      I.  —  Historia  de  tos  Heterodoxos  españoles.  Tumo  I.  Madrid,  191 1. 

»       II.  —  Historia  de  la  Poesía  hispano-americana .  Tomo  I.  Madrid,   191 1. 

»      III.  —  Historia  de  la  Poesía  hispano-americana.  Tomo  II.  Madrid,  1913. 

»  IV.  —  Historia  de  la  Poesía  castellana  en  la  Edad  Media.  Tomo  I.  Ma- 
drid ,  191 1-1913. 

»  V.  —  Historia  de  la  Poesía  castellana  en  ¡a  Edad  Media.  Tomo  II.  Ma- 
drid, 1914. 

»  Yí.  —  Historia  de  la  Poesía  castellana  en  la  Edil  Media.  Tomo  III.  Ma- 
drid, 1916. 

EX  PRENSA 

Historia  de  los  Heiorodoxos  españoles.  Tomo  II. 
Estudios  sobre  el  Teaire  de  Lepe  de  Vega.  Tomo  I. 


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